miércoles, 11 de noviembre de 2015

Historia territorial por países - España

historia de andalucía

Andalucía, foco de civilización

Andalucía ha sido foco de civilización y escenario de una historia milenaria de convivencia entre culturas, sin la cual es difícil entender la propia evolución de España y Europa. Poblada desde la Edad de Piedra, aquí nacen y se desarrollan algunas de las culturas más avanzadas del continente europeo durante la Edad de Bronce.
Tesoro de Torredonjimeno
La revolución del Neolítico y el descubrimiento de la agricultura llegan desde África pasando por Andalucía, un territorio que en adelante será también encrucijada de primer orden en el flujo civilizador que va del Mediterráneo oriental hacia el occidente europeo: griegos, fenicios, cartagineses y romanos dan cuenta de Andalucía como lugar privilegiado por la naturaleza, una imagen que aparece ya en los primeros textos de la Antigüedad Clásica y que será mantenida en el tiempo.
Al abrigo de la abundancia de sus recursos naturales, durante el primer milenio a.C. se desarrolló en una amplia zona del Bajo Guadalquivir la cultura tartésica, que, favorecida por la fertilidad de la tierra y la gran riqueza minera, dominó pronto las técnicas metalúrgicas y alcanzó un alto grado de organización social y de refinamiento cultural, como pone de manifiesto el tesoro del Carambolo, encontrado cerca de Sevilla. El reino de Tartessos comerció con las Islas Británicas y estableció contactos comerciales con otros pueblos del Mediterráneo, como los griegos y, sobre todo, los fenicios, que fundaron, entre otras, las colonias de Gadir (la actual Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra).
El papel de Andalucía como foco de civilización tendrá su continuidad durante la larga y fructífera etapa histórica de Al-Andalus. En el año 711, aprovechando la debilidad de la monarquía visigótica, los musulmanes cruzan el Estrecho de Gibraltar y ponen pie por primera vez en el continente europeo. Portadores de una avanzada cultura en contraste con el generalizado repliegue de la Edad Media, convierten a Córdoba en la primera ciudad de Occidente.
Diversos momentos de los ocho siglos de dominación musulmana, y de forma sobresaliente el Califato de Córdoba, otorgan a Andalucía un gran esplendor. La pujanza económica y cultural de la región se ve favorecida por la convivencia –más o menos pacífica pero fructífera en todo caso– de las tres grandes culturas del Mediterráneo: la cristiana, la árabe y la judía.
El legado andalusí pervive hoy día en la lengua –un castellano cuyo léxico debe mucho a las aportaciones árabes–, en numerosas actividades económicas tradicionales, en la música y, sobre todo, en el patrimonio artístico: monumentos internacionalmente conocidos como la Mezquita de Córdoba, el Palacio de Medina Azahara o la Alhambra de Granada, además de un impresionante conjunto de murallas, alcazabas y atalayas defensivas que hacen de Andalucía la región con más castillos de toda Europa.
Al-Andalus tuvo varias etapas. En primer lugar, se estableció en Córdoba un emirato dependiente de Damasco. En 756 Abd al-Rahman I constituyó el emirato independiente, cuyas fronteras alcanzaron la Cordillera Cantábrica y las primeras estribaciones de los Pirineos. En 926, Abd al-Rahman III inaugura la etapa del califato, la de mayor importancia de la España musulmana. A partir del siglo XI, sucesivas invasiones procedentes del norte de África (protagonizadas sobre todo por almorávides y almohades) unifican temporalmente el antiguo territorio califal, que, finalmente, se fragmenta en numerosos reinos independientes denominados taifas, de deslumbrante cultura pero muy débiles ante el avance castellano hacia el sur.
Mezquita de Córdoba

Una rápida romanización

La llegada de los cartagineses –cuyas aspiraciones eran más de conquista que de comercio– marcó el fin de Tartessos. Posteriormente, durante las Guerras Púnicas (siglo III a.C.), los romanos acabaron imponiendo su dominio en el Mediterráneo y convirtieron la mayor parte de la actual Andalucía en una provincia del Imperio, llamada Bética en referencia al gran río que la vertebra (el Betis o Guadalquivir de los árabes).
Roma borró muchos rasgos de la cultura íbera, heredera indígena de Tartessos, y extendió su modelo a todos los ámbitos de la vida, desde la política al arte. Andalucía lo asumió con relativa facilidad y absorbió rápidamente sus mejores aportaciones: la Bética se destaca pronto como uno de los territorios más prósperos e influyentes del Imperio, al que aportará gran abundancia de metales, vino, aceite y trigo.
Anfiteatro de Itálica
 
Cuna de emperadores (Trajano, Adriano) y de afamados pensadores como Séneca, entre sus ciudades sobresalieron Corduba (Córdoba), Hispalis (Sevilla), Astigi (Écija) e Itálica. Las ruinas de esta última, muy bien conservadas, pueden admirarse hoy en la localidad de Santiponce, a pocos kilómetros de Sevilla.
Con la decadencia del Bajo Imperio, a partir del siglo V, comienzan a llegar a Andalucía oleadas de pueblos del norte de Europa, entre ellos los vándalos y los visigodos. Según algunas tesis, a ellos se debería el origen del nombre de la región: “Vandalucía” o “Landa–Hlauts” (lotes de tierra en alemán antiguo), términos que derivarían hacia la denominación árabe de Al-Andalus.
Los visigodos crean el primer reino hispánico, heredado en parte de la cultura romana, y adoptan la religión cristiana. Uno de sus obispos, San Isidoro de Sevilla, dejó la obra escrita más importante de su época: las Etimologías. El trabajo de este clérigo salvó del olvido muchas ideas y textos de la Antigüedad Clásica.

Castilla y la aventura americana

Puerto de Indias,  Sevilla
 
En el siglo XIII, tras la decisiva Batalla de Las Navas de Tolosa (Jaén), los reyes castellanos cruzaron Sierra Morena para conquistar gran parte de Andalucía a los musulmanes. Éstos se replegaron en el reino nazarí de Granada, simbolizado en la Alhambra, que aún resistiría hasta que en 1492 es definitivamente tomado por los Reyes Católicos. Este hecho, que supone la definitiva incorporación de Andalucía al reino de Castilla, acaba con la convivencia entre las tres culturas. El objetivo de la unificación política y religiosa de la Península Ibérica obliga a judíos y musulmanes a convertirse al cristianismo o a abandonar España. Del norte llegan repobladores cristianos para cubrir el vacío que dejan los emigrados.
La fecha de 1492 marca también el inicio de otra gran aventura, en la que Andalucía tendrá la oportunidad de seguir abriendo horizontes y proyectando su cultura: el descubrimiento y la colonización de América. Los reyes castellanos, patrocinadores de la empresa, deciden establecer en Sevilla todos los mecanismos para controlar el comercio y las relaciones con las Indias, un monopolio que en el XVIII se trasladará a Cádiz. Pese a este protagonismo, la región no supo sacar partido de las cuantiosas riquezas que pasaban por sus puertos: a partir del siglo XVII comienza a sufrir una larga decadencia de la que no se recuperará hasta fechas muy recientes.
Monumento a Colón en Huelva
 
Parte de los beneficios del comercio americano se destinó a la construcción de obras de arte que añadirían a las herencias romana y andalusí un impresionante patrimonio de palacios, iglesias, catedrales y conventos de estilos gótico, renacentista y, sobre todo, barroco. Las catedrales de Granada y Jaén, el palacio de Carlos V en Granada o los conjuntos renacentistas de Úbeda y Baeza son algunos de los más claros exponentes de la riqueza artística de un tiempo contradictorio en el que la generalizada quiebra económica y demográfica contrasta con el surgimiento de arquitectos, escultores y pintores de la talla de Diego de Siloé, Andrés de Vandelvira, Alonso Cano, Martínez Montañés, Zurbarán, Velázquez, Murillo o Valdés Leal.

Durante el siglo XVIII se llevan a cabo algunos ensayos de modernización social y económica. Sobresale entre ellos el promovido por el rey Carlos III en Sierra Morena, donde se crean las denominadas Nuevas Poblaciones, con capital en La Carolina, que serán habitadas por colonos alemanes y suizos. En esta centuria se produce también la toma de Gibraltar por la flota inglesa.

El estancamiento del XIX

El XIX comenzó con el gran protagonismo de la resistencia andaluza ante la invasión napoleónica, que tuvo su episodio más conocido en la batalla de Bailén (1808). Muchos andaluces se distinguieron también por su lucha contra el absolutismo: en la ciudad de Cádiz, convertida en sede de las Cortes durante la ocupación, se aprobó en 1812 la primera Constitución española, primer intento de poner fin al Antiguo Régimen.
Durante las décadas siguientes, mientras muchas zonas de Europa iniciaban ya su despegue industrial, el desarrollo andaluz se vio obstaculizado por el mal reparto de la tierra –un problema que en muchos casos se remontaba a la distribución realizada por los conquistadores castellanos siglos atrás– y la falta de iniciativa de las clases sociales que podían protagonizar el cambio económico. Estos sectores se beneficiaron de la liberalización de los cuantiosos bienes ociosos de la Iglesia, pero, lejos de invertir sus ganancias en crear industrias, acentuaron el latifundismo y las desigualdades.
Corrida Groyesca
 
Algunas tentativas de industrialización surgidas en las provincias de Málaga y Sevilla fracasaron ante la falta de apoyo del Estado. Por el contrario, en zonas mineras como Riotinto (Huelva) se alentaron modos de producción coloniales a cargo de grandes compañías británicas. A este negro panorama económico, sólo contrarrestado por las exportaciones de vino y aceite, se añadió la repercusión de los procesos de independencia en la América española, que privaron a Andalucía de la influencia y los recursos comerciales de siglos anteriores.
Todas estas circunstancias explican los conflictos sociales que se produjeron en la región durante la segunda mitad del XIX, así como el radicalismo alcanzado por el movimiento obrero anarquista y el auge de las ideas federalistas y republicanas. Un andaluz de Almería, Nicolás Salmerón, presidió la Primera República Española, proclamada tras la revolución que obligó a salir del país a la reina Isabel II.
Es precisamente en esas décadas críticas cuando los viajeros románticos europeos comienzan a construir una imagen exótica y orientalizante que dará lugar a no pocos estereotipos. Surge así la Andalucía de los bandoleros generosos y los toreros valientes, de Carmen y don Juan Tenorio, del flamenco y los toros, de la Semana Santa y las romerías, de la fiesta y de la siesta; unos tópicos que incluso se han difundido como la quintaesencia de lo español y que aún hoy mantienen su fuerza.

Dictaduras, guerra civil

En los albores del siglo XX Andalucía seguía sumida en la crisis y lastrada por la pervivencia de sus injustas estructuras agrarias.
Blas Infante
 
La restauración de la Monarquía trajo consigo una fuerte incidencia del caciquismo como práctica política generalizada, si bien el problema del desempleo fue paliado durante la década de los años 20 con las obras de infraestructuras impulsadas por la Dictadura de Primo de Rivera. En 1929 se celebró en Sevilla la Exposición Iberoamericana, que supuso una gran oportunidad de modernización para esta ciudad.
La falta de libertades y los problemas económicos acabaron con la Monarquía y en 1931 se proclamó la Segunda República Española, cuyo primer presidente fue el cordobés Niceto Alcalá Zamora. La inestabilidad política de este periodo, agudizada por el efecto retardado de la gran crisis del 29, impidió que se avanzara en la siempre aplazada reforma agraria. Tampoco pudo ver la luz el Estatuto de Autonomía de Andalucía, impulsado por Blas Infante.
Plaza de España de Sevilla
 
Tras la victoria de la izquierda en las elecciones de 1936, la sublevación militar del general Franco contra la República abrió el camino hacia la Guerra Civil, que se prolongó hasta 1939 y que tuvo sus secuelas algunos años más con la dura represión ejercida por el bando vencedor. Durante la mayor parte de la contienda, las provincias occidentales quedaron bajo el control de los sublevados, mientras la zona oriental permaneció dentro del territorio republicano.
Con la derrota de la República, se inicia la prolongada dictadura del general Franco, durante la cual tampoco se solucionará el endémico problema agrario. Como consecuencia, centenares de miles de andaluces se ven obligados a emigrar a Cataluña, País Vasco, Madrid y diversos países europeos y americanos. A partir de los años 60, el desarrollo del turismo se convierte en la principal válvula de escape que alivia los problemas económicos.

Democracia y autonomía

La muerte de Franco en noviembre de 1975 y la recuperación de la democracia abren el camino al autogobierno. El Estatuto de Autonomía, aprobado en 1981, otorga a Andalucía el máximo nivel de competencias dentro de la configuración del Estado español, de acuerdo con la exigencia manifestada por el pueblo andaluz en el referéndum del 28 de febrero de 1980.
Redactores del Estatuto
 
Las primeras elecciones al Parlamento Andaluz, celebradas el 23 de mayo de 1982, dieron la mayoría a la izquierda, que se ha mantenido hasta el momento con sucesivos gobiernos del Partido Socialista Obrero Español de Andalucía (PSOE-A) encabezados por Rafael Escuredo (1979-1984), José Rodríguez de la Borbolla (1984-1990), Manuel Chaves (1990-2009), José Antonio Griñán (2009-2013) y Susana Díaz (desde septiembre de 2013). Entre 1996 y 2004, los socialistas gobernaron en coalición con los nacionalistas del Partido Andalucista (PA) y entre 2012 y 2015 lo hicieron con Izquierda Unida Los Verdes-Convocatoria por Andalucía (IULV-CA).
Durante estas más de dos décadas de democracia y autonomía, la región ha experimentado una profunda modernización, alentada, entre otros factores, por la incorporación a la Unión Europea, el auge del turismo y la industria agroalimentaria y las grandes inversiones públicas en infraestructuras, sanidad y educación. El analfabetismo, una de las lacras históricas de la región, prácticamente ha desaparecido, mientras que la mejora de los indicadores de salud se refleja en el aumento de la esperanza de vida (hasta 83,74 en las mujeres y 78,06 en los hombres) y en un espectacular descenso de la tasa de mortalidad infantil (-76,2% entre 1982 y 2013).
En el mismo período, la economía andaluza ha crecido y generado empleo a un ritmo mayor que en el resto de España y la Unión Europea. Así, el crecimiento económico acumulado entre 1982 y 2014 fue del 134%, superior al europeo en 46,7 puntos. Durante el mismo periodo (1982-2014), el empleo creció un 63,6%, más del doble que en la Unión Europea y 13,9 puntos por encima de la media española.
Por otra parte, según Eurostat, y en base al criterio utilizado por la Comisión Europea para clasificar a las regiones, el PIB per cápita de Andalucía se sitúa en el 76% de la media europea en promedio en los últimos tres años con información disponible (2009 -2011), frente al 54% del inicio de la autonomía.

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