La Corte Condal de Barcelona o Curia Condal se formó durante el siglo XI, de acuerdo con el modelo de la curia real franca, a medida que los condes de Barcelona se consolidaban como príncipes soberanos.
Estaba integrada por magnates civiles y eclesiásticos, por altos consejeros y por jueces. Tenía un carácter mixto, como organismo colaborador en la toma de decisiones del soberano, tanto en los aspectos legislativos y fiscales como en el ejercicio de la potestad judicial.
De estas Cortes surgieron los primeros usatges que tomaron fuerza legal al ser compilados por Ramón Berenguer IV. De la Corte Condal de Barcelona derivó la Corte General de Cataluña, la del Reino de Valenciay, más tarde, el Parlamento del reino de Cerdeña.
Dulce de Provenza o Dulce de Gévaudan (ca. 1090 - ca. 1129) fue la hija de Gilberto I, Conde de Gévaudan y de Gerberga, Condesa de Provenza; y esposa de Ramón Berenguer III, Conde de Barcelona.
En 1112 recibe el Condado de Provenza por herencia materna. Ese mismo año se contrajo matrimonio en Arlés con el Conde de Barcelona Ramón Berenguer III el Grande y en 1113cedió a su marido los derechos sobre el condado de Provenza, el condado de Gévaudan y el Vizcondado de Millau, inaugurando el dominio de la Casa de Barcelona en Provenza.
Descendencia[editar]
- La Infanta Berenguela de Barcelona (1108-1149), casada el 1125 con Alfonso VII de Castilla
- El Infante Ramón Berenguer IV el Santo (1113-1162), Conde de Barcelona y Princeps de Aragón por su matrimonio con Petronila de Aragón
- El Infante Berenguer Ramón I de Provenza (1113-1144), Conde de Provenza
- El Infante Bernat de Barcelona (1117)
- la Infanta Estefanía de Barcelona (1118-d1131)
- la Infanta Mafalda de Barcelona (v1120-d1157)
- la Infanta Almodis de Barcelona (1126-d1164)
Guillemona de Togores (Barcelona, ? – 1399), hija de Pere de Barberà y dama de la reina de Sicilia, perteneció a la nobleza del Vallès y estuvo casada con el caballero Francesc de Togores, señor del castillo de Arraona de Sabadell.
Biografía[editar]
Guillemona estuvo vinculada durante mucho tiempo a la corte de Elionor de Sicilia, puesto que su marido, Francesc de Togores, había sido mayordomo y hombre de confianza de la reina, y comisionado de muchas de las actividades de esta soberana.
En el año 1362 murió Francesc y la viuda pasó a ser una de las damas de la corte, viviendo en el palacio de la reina, es decir, el palacio que el rey Pere el Ceremonioso había hecho construir para su mujer Elionor, que estaba situado en la parte de la muralla romana que daba al mar. Guillemona vivió allí con todos los honores y el protocolo que se establecía para las damas de la reina, y cuidó de su señora desde el mes de junio de 1368 hasta la muerte de ésta, en abril de 1375. Ella cumplió perfectamente su función en la corte y mantuvo una fidelidad constante en su servicio a la reina, excepto por unas fiebres que tuvo los meses de septiembre y octubre de 1374. Durante el transcurso de su dolencia se vio obligada a abandonar el palacio. Sin embargo, la reina y la dama estaban tan unidas que la misma reina le envió médicos y se mantuvo informada de su estado de salud en todo momento. Poco después de que Guillemona curara, la reina cayó enferma por la misma epidemia que había en aquella época, y murió en Lleida, el 20 de abril de 1375.1
Se sabe que era una dama rica por sus rentas en el Vallès y que en 1395 todavía se hacía cargo personalmente de sus negocios. Además, Guillemona era una mujer piadosa, fue benefactora de la catedral de Barcelona y creó un presbiterado en ell altar de Santo Gabriel; también destinó otros legados, como, por ejemplo, la compra de un bello misal.
Si se lee el documento que oficializa el cargo de dama de la corte, dama de compañía o de confianza de la reina, se perfila la vida de Guillemona o de estas damas en la corte:
Dona Guillemona de Togores. En Barcinona a 9 dies del mes de juny de l'any de la nativitat de nostre Senyor 1368, la senyora reina mana a mi que la servís de casa sua, e que puja tenir una cambrera e que li sia fet compte d'un hom de peu que la servesca, e que li sien donades, anant per camí, una bèstia a ops del seu cavalcar e un atzembla per portar sa roba, e que prenga cascun dia de la cort quatre candeles, e cascun any per son vestir 450 sous.Arxiu de la Corona d'Aragó2
Guillemona sobrevivió a las epidemias del 1375, a pesar de los pronósticos pesimistas de muchas de las cartas que Serena de Tous escribía a su marido, Ramón de Tous, y a través de las cuales se sabe de Guillemona.
En una época de hambre, enfermedades y mucha miseria, Guillemona acabó muriendo el 16 de enero de 1399, justo dos días después de que firmara testamento ante el notario Pere Dalmau, donde dejaba escrito que se destinaran sus bienes para obras piadosas y su casa, a Margarida, mujer de Manuel de Rajadell. Se sabe todavía por su codicilo, que dictó pocas horas antes de morir, que la muerte le sobrevino en su casa, donde habría vivido después de la muerte de la reina y que se encontraba junto al Palacio real menor o Palacio de la reina. Siguiendo sus deseos fue enterrada en el claustro todavía inacabado de la catedral de Barcelona. Sus escudos, de Togores y de Barberà, todavía se pueden ver en el altar (dedicado hoy a los muertos de la Guerra de la Independencia) del ala del claustro que da en la calle de la Piedad.
Cartas de Serena de Tous[editar]
En las cartas de Serena de Tous, aparece Guillemona descrita como una mujer sensible, a veces incluso caprichosa y exagerada, tanto por las numerosas recaídas de su dolencia, como por su débil estado de ánimo. Serena nos explica que Guillemona lloró durante días por la muerte de la reina, hecho que nos demuestra de nuevo un acto puro de amistad y sensibilidad.
Se desconoce qué relación de parentesco, de amistad o de servicio unía esta dama con Ramón de Tous, aunque se sabe que ella le tenía mucho aprecio y, parece que él le debía favores. Probablemente, el cargo que ocupó en la corte de la condesa de Luna fue por influencia suya. También, a pesar de desconocer su edad, se cree que Guillemona era una mujer mayor que Serena de Tous, mujer de Ramón de Tous, puesto que ella a menudo le pedía consejos y le demostraba mucho respeto y afecto. Sin embargo, no se tiene que pensar que fuera una mujer vieja, puesto que no murió hasta el 1399.
En cualquier caso, los vínculos que unían a Ramón de Tous con Guillemona siempre se han considerado muy fuertes, puesto que aunque Ramón era un hombre despreocupado y tranquilo, que casi nunca escribía a sus amigos, siempre estuvo preocupado del estado de salud de Guillemona cuando ella cayó enferma y se desplazó expresamente a Barcelona para verla.
Principado de Tarragona una concesión de gobierno feudal otorgada por el obispo San Olegario en 1128 a Roberto de Aguiló con autorización del Papa, como donación efectuada por Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, para repoblar y hacer fructíferas las tierras de la antigua sede tarraconense y el campo de Tarragona de su entorno, que habían quedado despobladas durante la dominación musulmana.
A la muerte del obispo concesionario, Oleguer de Barcelona, las donaciones habían de ser de nuevo pactadas y el obispo que le sucedió, Bernardo Tort propuso un nuevo acuerdo de cesión cuyos términos no satisficieron a Roberto de Aguiló y el nuevo arzobispo, con la aprobación del papa León IX, restituyó el gobierno de estas tierras al dominio del conde Ramón Berenguer IV de Barcelona en 1151.
Origen histórico: la "Cruzada" de Tarragona y la reconquista catalana[editar]
La región de Tarragona era en el siglo XI un territorio fronterizo entre los catalanes cristianos del Norte y los musulmanes del Sur. Se hallaba sometido a la soberanía del Califato de Córdoba (hasta su desmoronamiento) y del Reino musulmán de Tortosa, posteriormente.
En julio de 1089, el papa Urbano II se dirigió al conde de Barcelona, como princeps de Cataluña, así como a los obispos, nobles y barones catalanes, para que emprendieran la reconstrucción de Tarragona y poder proceder a la restauración de la metrópoli eclesiástica, otorgando los privilegios y prebendas eclesiásticas que se concedían a los cruzados peregrinos de Tierra Santa.
Sin embargo, a esta llamada a la "Cruzada" (reconquista cristiana) de Tarragona contra los musulmanes no respondió el soberano catalán con excesivo entusiasmo, ya que la región era una tierra "de nadie", abandonada y despoblada, que ya había sido objeto de anteriores e infructuosos intentos de reconquista. Así, en 1090, el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II el Fratricida, hizo una solemne "donación de la Ciudad y el Campo de Tarragona a Dios y al Príncipe de los Apóstoles y su Vicario", según afirma Josep Iglesias en su obra "La restauración de Tarragona".[cita requerida] Estas concesiones de los derechos de tierras aún por conquistar eran habituales en la sociedad feudal peninsular. Así ocurrió por ejemplo con concesiones de derechos de Lérida para cuando fuera conquistada a la sede episcopal de Roda-Barbastro. El Papa Urbano II creó entonces una orden militar de caballeros sometida a los agustinianos, encargada de dar impulso a la incorporación tarraconense a la Iglesia Católica. No obstante, a pesar de diversos intentos, estos caballeros cruzados, procedentes de toda la Europa occidental, no alcanzaron el objetivo militar de acabar con la resistencia musulmana en la región de Tarragona.
No fue, en cambio, hasta el año 1116 cuando las tropas catalanas del conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, tomaron la ciudad de Tarragona a las musulmanas. No obstante, quedaron en la zona pequeños reductos de resistencia musulmana, que habían huido a refugiarse en poblaciones de la Sierra de Prades (en fortificaciones y castillos ubicados en las cimas de las montañas, siendo el caso de Siurana el más paradigmático).
El 23 de enero de 1117 de la Encarnación, o sea, el año 1118, el conde Ramón Berenguer III daba la ciudad y el campo de Tarragona al obispo Oleguer de Barcelona, el que sería después ascendido al altar con el nombre de San Olegario. Resulta significativa la afirmación efectuada en aquel traspaso definitivo de la antigua (e Imperial) Tarraco (Tarragona), que se la declaraba "destruida y desierta, sin cultivos ni inquilinos".
Con la intención de proceder a su inmediata repoblación y a restaurar el poder de la Iglesia sobre la Sede Metropolitana de Tarragona, el obispo Oleguer de Barcelona (San Olegario) buscó la ayuda entre los nobles guerreros cristianos que habían acudido a la llamada de la Cruzada. Fue así como contactó y entregó la ciudad y región de Tarragona a un caballero normando: Robert de Colei, conocido más tarde como Robert d'Aguiló, en calidad de Príncipe de Tarragona.
Robert d'Aguiló, concesionario del territorio pontificio a título de «príncipe de Tarragona»[editar]
El 14 de mayo de 1129, el obispo Oleguer de Barcelona firmó la carta de cesión de la soberanía de la Ciudad y el Campo de Tarragona, a Robert Bordet de Cullei, confiriéndole el título de «príncipe de Tarragona». Se trataba de un caballero normando que después de casarse en segundas nupcias con la hija de un noble catalán pasaría a ser conocido como Robert d'Aguiló -forma catalanizada de su lugar de nacimiento Cullei o Acullei (actual Rabodanges en Orne, Francia)345
Esta cesión de soberanía era, realmente, un pacto feudo-vasallático, del que quedaban excluidos los bienes eclesiásticos. La región de Tarragona se constituía, por tanto, como un territorio en tenencia o donación feudal subordinada al arzobispado y a Ramón Berenguer III, con el obispo Oleguer Bonestruga presidiendo la metrópolis eclesiástica tarraconense y, tras rendir homenaje al prelado, con Robert d'Aguiló gobernando «la honor» o tenencia bajo el título de príncipe de Tarragona, en calidad de defensor y protector. Es decir, lógicamente, contando con el beneplácito tanto del Papa Gelasio II -al que Oleguer de Barcelona había acudido a prestar obediencia en 1117- y del conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, como conde de Barcelona y quien, en última instancia, era el señor al que se infeudaba el tenente de esta región tarraconense (Oleguer de Barcelona era muy próximo a la Casa de Barcelona).
A partir de la infeudación de Tarragona, los normandos, comandados por Bordet, se instalaron en la ciudad. Robert Bordet aprovechó una antigua torre romana todavía en pie, la actual Torre del Pretorio, para establecer su castillo. Se iniciaba así un primer proceso de colonización de la ciudad, dirigido sobre el terreno por Robert, pero controlado desde Barcelona por el arzobispo Oleguer y el conde Ramón Berenguer III.
Robert d'Aguiló fue un auténtico príncipe guerrero, un caballero medieval que reclutó soldados en su Normandíanatal para consolidar el poder cristiano sobre la región. Encomendó parte de las tierras tarraconenses en vasallaje a diferentes caballeros cristianos, quienes tenían como objetivo repoblar la región. De esta época proceden buen número de las actuales localidades del Campo de Tarragona.
Fin de la donación: asesinato de Guillem d'Aguiló promovido por el arzobispo[editar]
La situación en Tarragona se complicó con la muerte del obispo Oleguer y la elección de su sucesor. En 1146, el nuevo arzobispo, Bernat Tort, un hombre de confianza del conde de Barcelona, fue nombrado en la ciudad. Se iniciaba así un proceso marcado por los continuos conflictos jurisdiccionales entre el Príncipe de Tarragona y el nuevo arzobispo de Tarragona, que debían acordar la renovación de la concesión de las tierras tarraconenses, con el consenso del conde de Barcelona.
En 1149, el Príncipe Robert d'Aguiló, cedió el gobierno a su hijo Guillem, intentando hacer heredad del señorío vitalicio donado en Tarragona. Este acto fue rechazado por el arzobispo Bernat Tort, quien consideraba que el verdadero derecho a nombrar un sucesor al Príncipe le correspondía a la Iglesia Católica, pues Tarragona pertenecía, realmente, al Arzobispado de Tarragona, según había establecido el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, en el año 1118.
En 1151 el arzobispo hizo retrodonación de todos sus derechos sobre Tarragona a Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe y dominador de Aragón, pero el príncipe Robert no lo aceptó. En 1153, sin embargo, se alcanzó un acuerdo entre todas las partes implicadas, culminando con la renuncia a la tenencia de Tarragona de Robert d'Aguiló, quien optó, obviamente, por no enfrentarse al poderoso princeps catalán y a la alta jerarquía de la Iglesia.
Robert d'Aguiló murió entre 1154 y 1157 (no es segura la fecha), pero es segura la desaparición de facto et de iure del principado de Tarragona en esos años, por cuanto el arzobispo de Tarragona había devuelto al conde de Barcelona sus derechos sobre la ciudad y la región e, igualmente, el Príncipe Robert había renunciado en su favor en 1153.
No obstante, el hijo de Robert, Guillem d'Aguiló, que ya había sucedido a su padre en vida de éste, no reconoció su renuncia a la corona del principado de Tarragona y defendió sus derechos con las armas contra las tropas del nuevo arzobispo de Tarragona, Hugo de Cervelló, quien también era vasallo del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV.
Las disputas se mantuvieron, con mayor o menor intensidad entre Guillem d'Aguiló y el arzobispo Hugo de Cervelló hasta que en 1168, en Tarragona, se celebró un juicio en el que se consideró válida la renuncia de Robert, pero concediendo a la familia Aguiló el derecho de nombrar "veguerías" y "justicias" en la región de Tarragona. Esta concesión no gustó al arzobispo Hugo y aquel mismo año (1168) ordenó el asesinato en Tortosa de Guillem d'Aguiló. Sus hermanos, Robert y Berenguer d'Aguiló, acabaron por asesinar a su vez al arzobispo Hugo de Cervelló y tuvieron que exiliarse en Mallorca en 1171, imposibilitándose así, cualquier intento de reconstituir como señorío el principado de Tarragona, que había quedado definitivamente integrado en el Condado de Barcelona, bajo la soberanía del conde de Barcelona y princeps de Cataluña, así como de las Cortes Catalanas.
El principado de Tarragona: concesión bajo la soberanía del conde de Barcelona[editar]
En el diploma de concesión al príncipe Robert d'Aguiló del principado de Tarragona se hace constar por6
el arzobispo donatario (14 de marzo de 1128) que ha recibido de Ramón Berenguer (III), «Illustris comes et marchio Barchinonensium et Provintiae» la ciudad y territorio que transmite, a los que convierte en este acto, «consilio et favore praedicti Raymundi Comitis, en Principatus del que al mismo tiempo instituye como Princeps a su nuevo vasallo.Benito Ruano, art. cit., 1990, pág. 68.
Esto es, el conde de Barcelona Ramón Berenguer III establece, en palabras de Benito Ruano, un «extraño estado feudal» y transmite estas tierras a través del arzobispo a Robert d'Aguiló a título de princeps (que en el noroeste hispánico no tenía las repercusiones del norte europeo)7 infeudado al conde de Barcelona como «su nuevo vasallo»; y el territorio transmitido acabará siendo devuelto al Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. El conde de Barcelona era, efectivamente, el soberano de aquellos territorios. En una cita histórica, el profesor Eloy Benito Ruano recoge la forma en que el conde Ramón Berenguer IV firmó la aceptación de la renuncia a Tarragona por parte del arzobispo no sólo como «comes Barcinonae, Tortosae, lllerdaeque marchio», sino también como «princeps Tarraconae et Aragonum»7 (Príncipe de Tarragona y Aragón), si bien el sentido de estos princeps remitían a su capacidad para ejercer el poder, y no a que fueran un «Principado» entendido como una entidad política o estado medieval independiente. Aragón era un reino, gobernado por Ramón Berenguer IV a título de princeps; y el campo de Tarragona, un territorio dependiente del conde de Barcelona que la Iglesia cedió a Robert d'Aguiló con el título de «princeps».
Eloy Benito Ruano plantea, como conclusión, cuál es la «naturaleza y calidad de Principado tan sui generis» y señala como una de sus más destacadas características «La escasa entidad o consideración jerárquica que por esta vez parece haber merecido el título de Príncipe y el de Principado, en su contexto hispánico, a los protagonistas.»7
Por último, en la nota 48 a pie de página del citado artículo de Benito Ruano (1990, pág. 70), que juzga «congruente con cuanto llevamos consignado respecto al Principado tarraconense», se aduce la afirmación de un trabajo de L. J. McCranc8 (quien escribió la tesis doctoral Restoration and reconquest in medieval Catalonia: The Church and the Principality of Tarragona): «Princeps, in Catalan usage, had a generic meaning perhaps different from northern interpretations of what the title entailed» (princeps, en su uso catalán, tenía un significado genérico quizás diferente de lo que por tal título se interpretaba más al norte).
La sagrera es el nombre que, en Cataluña, recibía el espacio que rodeaba las iglesias y que tenía la consideración de territorio sagrado, protegido de la violencia feudal.
El concepto tiene su origen durante el siglo XI, cuando los campesinos de Cataluña, que vivían desde siglos atrás bajo un régimen social basado en su libertad, como propietarios de la tierra de labranza y en el marco de sumisión de los señores feudales a la ley, bajo el código llamado Liber Iudiciorum (compilación del derecho romano vigente en Hispania, desde el siglo VII por orden del rey Recesvinto), empezaron a sufrir amenazas y agresiones por parte de los nobles —en un contexto de revolución feudal—, con la pretensión de apoderarse de sus tierras, sometiéndolas a vasallaje. Estas agresiones fueron cada vez más frecuentes y violentas, hecho que obligó a la iglesia a interponerse.
La iglesia pactó con los nobles, como garantía contra sus extorsiones, la creación del derecho de sagrera, prohibiendo cualquier acto de violencia en un radio de treinta pies alrededor de cualquier edificio de culto consagrado por el obispo, bajo pena de excomunión. No sólo las personas quedaban protegidas de la violencia feudal, al llamarse a sagrado en este espacio, sino también los bienes.
Para conservar estos bienes más adecuadamente, se fueron construyendo en la sagrera pequeñas edificaciones —denominadas sagrers en catalán—, lo que indirectamente causó la concentración de edificaciones en la inmediata proximidad e, incluso, en directo contacto con los templos para su más eficaz protección. Así es como, por ejemplo, nació el barrio de La Sagrera, en Barcelona: Como zona protegida alrededor de la iglesia del pueblo de San Martín de Provensals.
En paralelo a la protección espacial que significaron las sagreras y siempre con el objetivo de asegurar un clima de convivencia, se instauró una autoridad para establecer disposiciones que se debían cumplir bajo pena de excomunión, prohibiendo la práctica de cualquier tipo de acto violento de los nobles en cualquier punto del territorio: Las asambleas de Paz y tregua de Dios. La primera de ellas se celebró en Toluges en 1027, presidida por el abad Oliva en representación del obispo Berenguer de Elna, ausente de su diócesis por participar en una peregrinación.
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