domingo, 22 de noviembre de 2015

SANTOS POR SIGLOS

Santos del siglo II

Abercio, conocido en el catolicismo como San Abercio, obispo de Hierápolis, ciudad situada cerca de Esmirna y hace mucho desaparecida, fue un religioso que combatió vigorosamente los cultos paganos, cuyo retorno fuera propiciado por un decreto del emperador Marco Aurelio.
La belleza y pureza de las viejas fiestas cultuales de los griegos, al igual que la inocencia y nobleza de los Misterios eleusinos, se habían ido pervirtiendo en forma creciente a medida que se extendían hacia el sur de la península itálica, la MagnaGrecia, y su posterior adopción por los romanos. Las feroces bacanales del siglo II no tenían ya nada que ver con la esencia de los ritos dionisíacos, surgidos cientos de años antes. El cristianismo naciente se confrontaba con la degeneración de los antiguos dioses. Abrumado, Abercio rogaba al "Dios de las misericordias, criador y conservador providente del mundo", por la protección de "las ovejas fieles frente a "los peligros del lobo que amenaza devorarlas". Un día tuvo un sueño: un joven le entregaba una vara y le decía:"Levántate, Abercio, ve y castiga en mi nombre las apostasías de este pueblo."
Ni corto ni perezoso, se lanzó a la palestra, y él solo desarrolló un combate difícil, de inicios azarosos y desalentadores, en el que al fin numerosos milagros determinaron su victoria. Venerado, aún antes de su muerte, por las multitudes, San Abercio mereció el título de "isapóstol". La Iglesia griega propagó su culto, que se incorporó luego a la latina. Pasado mucho tiempo, se creyó que la historia y hasta la existencia del portentoso personaje había sido sólo una leyenda, hasta que el arqueólogo William Ramsay descubrió su tumba y el epitafio que el mismo santo había hecho grabar sobre ella, antes de morir.
Puesto que el texto es bastante largo, transcribimos nada más que los fragmentos que presentan, como veremos, símbolos como los tratados en este capítulo: "Mi nombre es Abercio./ Soy discípulo de un pastor casto que apacienta/ su rebaño de ovejas por montes y llanuras.../ La fe me acompañó a todas partes y ella fue/ la que me procuró para comida un pez muy grande y puro,/ que pescó una virgen inmaculada./ Ella misma lo dio a comer enteramente a sus amigos;/ ella, que tiene un vino delicioso/ y lo ofrece mezclado con pan."1
El texto es muy interesante desde el punto de vista histórico y teológico, por lo tanto, ofrecemos a continuación una traducción completa: "Ciudadano de una ciudad elegida, me he hecho este monumento estando vivo, para tener en el momento oportuno una sepultura para mi cuerpo. Mi nombre es Abercio, y soy discípulo de un casto pastor que apacienta rebaños de ovejas por montes y llanuras,'' el que tiene grandes ojos que miran hacia abajo a todas partes. Este mismo, en efecto, me enseñó las Escrituras de la vida, dignas de fe (zoés grámmata pistá)Él me envió a Roma a contemplar mi palacio real y a una Reina de vestido y sandalias de orovi a un Pueblo que tiene un luminoso sello (lamprán sfrageida). Visité también la llanura de Siria y todas sus ciudadesy, habiendo cruzado el Éufrates, Nisibi; y en todas partes encontré compañeros de fe (synomilous); anduve de ciudad en ciudad teniendo a Pablo conmigo, y la fe me guio en todas partesy en todas partes me preparó por comida el pescado de la fuente grandísima, pura,que la casta virgen siempre toma y ofrece a comer cada día a sus amigosteniendo un buen vino que dona con el panYo, Abercio, mandé que se escribieran en mi presencia estas cosas, a la edad de setenta y dos años. El que comprende y piensa lo mismo que yo (=comparte la misma fe), ruegue por Abercio. Que nadie ponga a otro en mi sepulcro, o si no, pagará 2000 áureos al erario de los Romanos y 1000 a mi querida patria'."2
Podemos observar la referencia implícita al Canon de las Escrituras (la escrituras dignas de fe); la posición especial de la Iglesia Romana, presentada como una reina con vestido y sandalias de oro; la importante expansión del Cristianismo hacia el Oriente, no solo en Siria, sino más allá del Éufrates; la compañía del apóstol Pablo parece hacer referencia a una edición de las epístulas paulinas, que el peregrino lleva consigo de viaje; los símbolos eucarísticos, expresados de modo que no sean directamente inteligibles al profano (según la llamada disciplina del arcano): el pez, cuyo acróstico en griego (IKHTYS) representa a Cristo; la casta virgen, que representa a la Iglesia (con alusión también a la Virgen María), distribuyendo el pan y el vino. Todo este conjunto simbólico, junto con la belleza y la elegancia de la expresión, justifican la afirmación de J. Quasten, que llamó a este epitafio "la reina de las inscripciones cristianas" (cf. J. Quasten, Patrologia, Tomo I). La inscripción se data entre los años 190 y 216. A la segunda fecha corresponde una inscripción datada, encontrada por el mismo Ramsay en Alejandría, y evidentemente imitada de la de Abercio. A los primeros años 190 puede datarse el anónimo documento Anti-montanista, registrado por Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica (V,16,3), dedicado por el autor aAvircio Marcelo.

En el siglo II, vivía en la Frigia Salutaris cierto Abercio Marcelo, que era obispo de Hierópolis. A los setenta y dos años de edad, hizo una peregrinación a Roma y al regreso, pasó por Siria, por Mesopotamia y visitó Nísibis. En todas partes encontró cristianos fervorosos, que habían sido purificados por el bautismo y se nutrían del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cuando volvió a Frigia, se construyó un sepulcro en el que mandó colocar una inscripción en la que se relataba con términos simbólicos e ininteligibles para los no cristianos, el viaje que había hecho a Roma para «contemplar la majestad» del Pastor universal y omnividente (es decir, de Cristo).
Un hagiógrafo griego, interpretando esa inscripción a su modo, escribió una «biografía» de san Abercio. Según esa ingeniosa narración, el santo obispo convirtió con su predicación y milagros a tantas personas, que se le dio el título de «equiapostolico» (igual de los Apóstoles). Su fama llegó a oídos del emperador Marco Aurelio, quien le mandó llamar a Roma, pues su hija Lucila estaba endemoniada (de esa forma, la simbólica «reina vestida de oro», mencionada en el epitafio se convierte en la hija del emperador). San Abercio exorcizó con éxito a la joven y ordenó al demonio que trasportase desde el hipódromo romano hasta su ciudad episcopal la piedra de un altar, para emplearla en la construcción de su sepulcro. El autor de la biografía tomó algunos episodios de la vida de otros santos y presentó en el apéndice de su obra el original de la inscripción de Abercio.
Con el tiempo la inscripción en piedra cayó en el olvido, y los historiadores consideraban el contenido de la inscripción -sólo conocido por la «biografía», con la misma desconfianza que a la biografía de la que formaba parte, hasta que en 1822, el arqueólogo inglés W. M. Ramsey descubrió en Kelendres, cerca de Simula, una inscripción fechada el año 216. Era el epitafio de un tal Alejandro, Hijo de Antonio; pero los primeros y los últimos versos eran prácticamente una transcripción de los de la inscripción de Abercio. El año siguiente, Ramsey descubrió en los muros de las termas de Hierópolis otros fragmentos que completaban casi en su totalidad la parte del epitafio de Abercio que faltaba en la primera piedra, y que se podía cotejar gracias a la transcripción del biógrafo. Con esas dos inscripciones y al texto de la biografía de san Abercio, se consiguió completar una inscripción de gran valor, ya que refleja el lenguaje y las creencias cristianas de tan temprana época. Sin embargo, no todos los historiadores admitían que Abercio fuese cristiano, ya que el lenguaje que utiliza, como se verá, es muy simbólico y oscuro; interpretando los símbolos de la inscripción en forma muy subjetiva, algunos llegaban a decir que había sido un sacerdote de Cibeles o de otro culto sincretista. Finalmente, al cabo de innumerables investigaciones, se llegó a la conclusión de que el Abercio de la inscripción había sido realmente un obispo cristiano. El nombre de Abercio figura en la liturgia griega desde el siglo X; también se halla en el Martirologio Romano actual, aunque por mucho tiempo se lo tuvo por obispo de Hierápolis (sede de san Papías) en vez de Hierópolis, que es la correcta. Este último error procede de la biografía griega arriba mencionada.
Éste es el texto del epitafio, y no es menor memoria del santo leerlo precisamente en su día. Téngase presente que dos símbolos cristianos que ahora son importantes pero accesorios al símbolo central de la cruz, eran, sin embargo, dos elementos muchísimo más difundidos en los primeros siglos: la imagen de Jesús como Buen Pastor, y la palabra «pez» para referirse a Cristo o a nuestra fe, que en griego es un anagrama del anuncio cristiano; efectivamente en griego pez, ichthys, contiene el anagrama de Iesoús CHristós THeoú Yiós Soter (Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador):
Yo, ciudadano de una ciudad distinguida, hice este monumento
en vida, para tener aquí a tiempo un lugar para mi cuerpo.
Me llamo Abercio, soy discípulo del pastor casto
que apacienta sus rebaños de ovejas por montes y campos,
que tiene los ojos grandes que miran a todas partes.
Este es, pues, el que me enseñó... escrituras fieles.
El que me envió a Roma a contemplar la majestad soberana
y a ver a una reina de áurea veste y sandalias de oro.
Allí vi a un pueblo que tenía un sello resplandeciente.
Y vi la llanura de Siria y todas las ciudades, y Nísibe
después de atravesar el Eufrates; en todas partes hallé colegas,
teniendo por compañero a Pablo, en todas partes me guiaba la fe
y en todas partes me servía en comida el pez del manantial,
muy grande, puro, que cogía una virgen casta
y lo daba siempre a comer a los amigos,
teniendo un vino delicioso y dando mezcla de vino y agua con pan.
Yo, Abercio, estando presente, dicté estas cosas para que aquí se escribiesen,
a los setenta y dos años de edad.
Quien entienda estas cosas y sienta de la misma manera, ruegue por Abercio.
Nadie ponga otro túmulo sobre el mío.
De lo contrario pagará dos mil monedas de oro al tesoro romano
y mil a mi querida patria Hierópolis.






Alejandro I, (Roma¿? – ha. 115) fue el sexto Papa de la Iglesia católica, desde aproximadamente el año 106 hasta su muerte.
Las fechas exactas de su pontificado son objeto de polémica entre los historiadores, debido a que las fuentes son discordes. En la Historia Ecclesiastica de Eusebio de Cesarea se dice que el pontificado duró del 108 al 119.1 El Catálogo liberiano del 109 al 116. El Liber Pontificalis solo habla del último año que sería el 116.
Los datos que ofrece el Liber Pontificalis son de dudosa historicidad. Se afirma en él que Alejandro era romano, también que habría modificado el canon de la misa para que se hiciera el recuerdo de la Pasión del Señor con la expresión qui pridie quam pateretur.
Existe muy poca evidencia histórica de este pontífice. Ireneo de Lyon lo incluye como uno de los doce primeros papas en su obra Adversus haereses publicada en el 180 d. C.
La tradición dice que instituyó el uso del agua bendita, a la que había que añadir sal, para purificar las casas cristianas, e introdujo en la eucaristía el pan ácimo y el vino mezclado con agua.
También se dice que sufrió martirio al ser decapitado junto a San Evencio y San Teódulo, aunque esta tradición, que data del siglo V, es objeto de polémica desde que, en el siglo XIX, fueron descubiertos en la vía Nomentana, a las afueras de Roma, los restos de tres personas decapitadas y aunque en un principio se atribuyeron a Alejandro I y a sus dos compañeros de martirio y se trasladaron a la iglesia de Santa Sabina, el cuerpo que en un principio se atribuyó a este Papa parece corresponder a otro santo llamado también Alejandro. De ahí la presencia de una Passio escrita entre el siglo V-VI con varios eventos milagrosos y conversiones que habría logrado antes de morir. Lo habrían clavado en distintas partes del cuerpo hasta la muerte (mientras sus compañeros fueron decapitados).
Considerado santo por la Iglesia católica, su festividad se celebra el 3 de mayo.
Hacia el 115, al final del pontificado de Alejandro I, como obispo de Roma, Ignacio de Antioquía escribe a los romanos ensalzando la dignidad de la Iglesia de Roma.

San Ireneo de Lyons escribe de él en el último cuarto del siglo II, considerándolo el quinto Papa en la sucesión de los Apóstoles, sin embargo no dice nada de su martirio. Su pontificado es fechado diversamente por los críticos, ejemplo. 106-115 (Duchesne) o 109-116 (Lightfoot). Se cree que su pontificado duró aproximadamente diez años, en la antigüedad cristiana (Eusebio, Hist. Eccl. IV, i,) y no hay razón para dudar que estuvo en el "catálogo de obispos" incorporado en Roma por Hegesipo (Eusebio, IV, xxii, 3) antes de la muerte del Papa Eleuterio (c. 189).
Según una tradición existente en la Iglesia romana al final del siglo V y registrada en el Liber Pontificalis, sufrió muerte de mártir, por decapitación, en la Vía Nomentana, en Roma un 3 de mayo. La misma tradición declara que fue romano por nacimiento y rigió la Iglesia durante el reinado de Trajano (98-117). Le atribuyen también, aunque sin precisión, la inserción en el canon de Qui Pridie, o palabras conmemorativas de la institución de la Eucaristía, ciertamente primitivas y originales en la Misa.
También se dice, que él ha introducido el uso de agua bendita, mezclada con sal para purificar a casas cristianas de las malas influencias (constituit aquam sparsionis cum sale benedici in habitaculis hominum). Duchesne (Lib. Pont., I, 127) llama la atención, por la persistencia de esta primitiva costumbre romana como forma de bendición en el Sacramentario Gelasiano y que recuerda muy fuertemente a la actual plegaria de Asperges, al comienzo de la Misa. En 1855, se descubrió un cementerio semisubterráneo de los mártires Santos: Alejandro, Evéntolo, y Teódolo, cerca de Roma, en el sitio donde, la antedicha tradición, declara haber sido martirizado el Papa. Según algunos arqueólogos, este Alejandro es el mismo Papa, y esta antigua e importante tumba señala, de hecho, el lugar de su martirio.
Duchesne, sin embargo (op. el cit., I, xci-ii) niega la identidad del mártir y el Papa, mientras admite que la confusión de ambos personajes es de antigua data, probablemente anterior al principio del siglo VI cuando el Liber Pontificalis fue primeramente compilado [Dufourcq, Gesta Martyrum Romains (París, 1900), 210-211]. Las dificultades levantadas en tiempos recientes por Richard Lipsius (Chronologie der romischen Bischofe, Kiel, 1869) y Adolph Harnack (Die Zeit des Ignatius u. die Chronologie der antiochenischen Bischofe, 1878) concerniente a los primeros sucesores de San Pedro, son discutidas y refutadas hábilmente por F. S. ( Cardenal Francesco Segna ) en su "De successione priorum Romanorum Pontificum" (Roma 1897); con mesura y saber por el Obispo Lightfoot, en su " Padres Apostólicos: San Clemente (Londres, 1890) I, 201-345 - y especialmente por Duchesne en la introducción a su edición del "Liber Pontificalis" (París, 1886) I, i-xlviii y lxviii-lxxiii. Las cartas atribuidas a Alejandro I por Pseudo-Isidore pueden observarse en P. G., V, 1057 sq, y en Hinschius," Decretales Pseudo-Isidorianae" (Leipzig, 1863) 94-105.
Se dice que sus restos han sido transferidos a Freising, en Bavaria, en 834 (Dummler, Poetae Latini Aevi Carolini, Berlín, 1884, II, 120). Sus así llamadas " Actas" no son genuinas, y fueron compiladas en una fecha muy posterior. (Tillemont, Mem. II, 590 sqq; Dufourcq, op. cit., 210-211).










Alejandro de Lyon (Alexandre en francés) (f. 178 d. C.) es un santo cristiano y relacionado con San Epipodio de Lyon. Es venerado como santo en la Iglesia católica.

Alejandro nació en Frisia (Grecia) y fue amigo desde la infancia de San Epipodio, físico de profesión. Ambos fueron martirizados durante el reinado de Marco Aurelio.
Epipodio y Alejandro fueron traicionados a las autoridades imperiales por un sirviente. Conducidos ante el gobernador, los jóvenes confesaron abiertamente ser cristianos. Primero, el gobernador torturó a Epipodio, por tratarse del más joven. Al no convencerlo con promesas, ordenó que le golpeasen en la boca y posteriormente a que le tendiesen en el potro y le desgarrasen los costados con garfios hasta que le mandó degollar.
Dos días después, compareció Alejandro. Cuando el juez le contó lo que había sufrido su amigo, Alejandro dio gracias a Dios por ese ejemplo y manifestó su ardiente deseo de correr la misma suerte que Epipodio. Los verdugos le tendieron en el potro, tiraron hasta desconyuntarle las piernas y se turnaban para azotarle; pero el mártir persistió en confesar a Cristo y en burlarse de los ídolos. Fue sentenciado a ser crucificado, pero murió en el momento en que los verdugos le clavaban las piernas a la cruz.
En el siglo VI, tanto las reliquias de Epipodio como las de Alejandro fueran llevadas por San Ireneo y trasladadas al altar de la Catedral Saint-Jean de Lyon. Se describen milagros en su tumba.

Durante el reinado de Marco Aurelio recrudeció violentamente la persecución en la ciudad de Lyon. Dos de sus víctimas fueron los jóvenes Epipodio y Alejandro. Habían sido amigos desde niños. Después del martirio de san Fotino y sus compañeros, un año antes, los dos jóvenes se trasladaron de Lyon a un pueblecito cercano y allí se escondieron en casa de una viuda. Más tarde fueron arrestados. Epipodio perdió una sandalia cuando trató de huir y los cristianos la conservaron como reliquia. Conducidos ante el gobernador, los jóvenes confesaron abiertamente que eran cristianos. El pueblo gritó enfurecido pero el gobernador se maravilló de que hubiese todavía quien tuviera el valor de confesarse cristiano, a pesar de las torturas y ejecuciones anteriores.
Separando a los dos amigos, el gobernador se enfrentó primero con Epipodio, a quien creía más débil porque era más joven, y trató de ganarle con promesas. El mártir permaneció inconmovible. El magistrado exasperado ante su firmeza, ordenó que le golpeasen en la boca; pero Epipodio continuó confesando a Cristo con los labios ensangrentados. El gobernador ordenó que le tendiesen en el potro y le desgarrasen los costados con garfios; finalmente, para complacer al pueblo, le mandó degollar. Dos días después, compareció Alejandro. Cuando el juez le contó lo que había sufrido su amigo, Alejandro dio gracias a Dios por ese ejemplo y manifestó su ardiente deseo de correr la misma suerte que Epipodio. Los verdugos le tendieron en el potro, tiraron hasta desconyuntarle las piernas y se turnaban para azotarle; pero el mártir persistió en confesar a Cristo y en burlarse de los ídolos. Fue sentenciado a ser crucificado, pero murió en el momento en que los verdugos le clavaban las piernas a la cruz.

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