Sistemas de escritura de la Edad del Bronce
alfabeto protocananeo o abjad lineal (i.e., no cuneiforme) tiene unos veinte glifos acrofónicos. Se encuentra en textos en el Levante de la Península Ibérica de finales de la Edad del Bronce, convencionalmente datada alrededor del año 1050 a. C. A través de su sucesor exitoso, el alfabeto fenicio, se convirtió en el antepasado de casi todos los alfabetos utilizados en la actualidad, desde el griego, el hebreo, el latino y el tifinagh en occidente, hasta el tailandés o el mongol en Asia.
Se han descubierto predecesores de este alfabeto, posiblemente en parte logográficos, en el Egipto central en 1905 y 1999 (véase alfabetos de la Edad del Bronce Media). Estas antiguas escrituras pudieron haber tenido más letras de las encontradas, y también podrían incluir variantes de esas letras (letras diferentes que podrían ser utilizadas para expresar el mismo fonema).
Los nombres de las letras, que sobreviven en los alfabetos griego y hebreo, probablemente ya existían. Los nombres se basan en un principio acrofónico, presumiblemente a partir de las traducciones semíticos de los nombres de los jeroglíficos egipcios. Por ejemplo, el egipcio nt (agua) se convirtió en el semítico mu(agua), que con el tiempo la evolución a la latina letra M, mientras que el egipcio drt (la mano) se convirtió en el semítico kapp (la mano), y finalmente en la letra latinaK.
El orden de las letras en este alfabeto nos es desconocida, el alfabeto ugarítico, que si bien utiliza signos cuneiformes estaría relacionado con el protocananeo, tiene dos órdenes alfabéticos: un orden A-B-C-D similar al nuestro, y otro H-L-Ḥ-M, también testimoniado en el abecedario árabe meridional (sudarábico) y los alfabetos Ge'ez.
Reconstrucción
A continuación se muestra una reconstrucción de veinticuatro de las letras protocananeas, basada en sus sucesoras mejor acreditadas (de los alfabetos fenicio y sudarábico), junto con los descendientes latinos, griegos, hebreos y árabes de estas últimas.
Protocananeo | Valor | Nombre | Fenicio | Descendientes |
---|---|---|---|---|
ʼ | ʾalp «buey» | א Α A ا | ||
b | bet «casa» | ב Β B ب | ||
g | gaml «búmerang» | ג Γ C-G ج | ||
d | digg «pez» | ד Δ D ذ-د | ||
h | haw o hll «júbilo» | ה Ε E ه Є | ||
w | waw «gancho» | ו Ϝ-Υ F-U-V-W-Y و | ||
z | zen o ziqq «esposas» | ז Ζ Z ز З | ||
ḥ | ḥet «patio» | ח Η H خ-ح | ||
ṭ | ṭēt «rueda» | ; | ט Θ ظ-ط Ѳ | |
y | yad «brazo» | י Ι I-J ي | ||
k | kap «mano» | כ Κ K ك | ||
l | lamd «aguja» | ל Λ L ل | ||
m | mem «agua» | מ Μ M م | ||
n | naḥš «serpiente» | נ Ν N ن | ||
s | samek «pez» | ס Ξ X Ѯ | ||
ʻ | ʿen «ojo» | ע Ο O غ-ع | ||
p | piʾt «curva» | פ Π P ف | ||
ṣ | ṣad «planta» | צ ϻ ص-ض ц | ||
q | qup «mono» | ק Ϙ Q ق Ҁ | ||
r | raʾs «cabeza» | ר Ρ R ر | ||
š/ś | šimš «sol, o Uraeus» | ש Σ S ش-س Ш | ||
t | taw «firma» | ת Τ T ث-ت |
Los comienzos de la escritura alfabética se remontan al segundo milenio a.C.: las primeras manifestaciones escritas se fechan en torno al 1500 a.C., aunque algunos autores prefieren situarlas en el siglo XVII a.C. En 1905 sir Flinders Petrie encontró un grupo de inscripciones en Serabit el-Khadim, en la península del Sinaí. La escritura mostraba apariencia jeroglífica, pero los signos pertenecían a un sistema pictográfico desconocido, cuyo registro de formas no llegaba a la treintena. Esta escasez hizo pensar que se trataba de signos alfabéticos y no silábicos utilizados para escribir una lengua desconocida, aunque se supuso que debía ser semítica, ya que los hallazgos se produjeron en las excavaciones de unas minas de turquesas egipcias explotadas en época faraónica por trabajadores canaanitas. Así a estos textos, que parten de la lengua de Canaán (actual Israel y Líbano), se les asigna la denominación de protosinaíticos o protocananeos. La más famosa de estas inscripciones es una pequeña esfinge, conservada en el Museo Británico, que contiene diversas inscripciones grabadas en sus lados y entre las patas, así como jeroglíficos egipcios. Éstos dicen “Amada de Hator, Señora de las Turquesas”. Sir Alan Gardiner acometió el primer intento de descifrar las inscripciones descubiertas en 1915. Para ello partió de la base de que se trataba de un sistema alfabético, dada la escasez de signos; supuso que el contenido de los textos se relacionaría con el de los jeroglíficos que también estaban inscritos en la esfinge y, por último, aplicó el principio de acrofonía, por el que un sonido se representa por el dibujo de un objeto cuyo nombre comienza por el mismo sonido. Este sistema se conocía gracias al uso dado en otras lenguas, como la fenicia o la hebrea.
En la inscripción aparecía una serie de dibujos: lazo de cuerda – casa – ojo – lazo de cuerda – cruz que, siguiendo los criterios expuestos, corresponderían al canaanita: lb’lt, leído [la-Baalati], es decir “[dedicado] a la Señora”; Baalat era el epíteto más importante de la diosa canaanita Asherah, que se equiparaba con la diosa egipcia Hathor, a quien estaban dedicadas las minas donde habían aparecido la esfinge y otras inscripciones. Aunque no está descifrado el contenido de todos los pictogramas de estas inscripciones, el paso de Gardiner fue decisivo para la búsqueda de los orígenes del alfabeto.
Gracias a diversas expediciones arqueológicas llevadas a cabo en 1927, 1930 y 1935 por investigadores de Harvard, el corpus de hallazgos se amplió. Se conocen inscripciones protocananeas posteriores, pero del mismo tipo, como una jarra de Lakish del siglo XIII a.C. o un ostracon del siglo XII de Beth Shemesh. La comparación de las letras de esta escritura con el denominado alfabeto lineal fenicio permite afirmar que éste deriva de aquélla.
Puede decirse, por tanto, que los inventores del primer alfabeto fueron los canaaneos. El nombre de Canaán, conocido a través de su mención en la Biblia, correspondía a una provincia de Egipto que, a finales de la Edad del Bronce, incluía el Líbano y Cisjordania (actual Israel), pero este nombre se usa de forma arbitraria para referirse a un pueblo que habitaba una zona más amplia (entre Siria y Palestina) hacia el 1200 a.C. y cuya cultura, aunque homogénea, incluía varios grupos de dialectos emparentados entre sí. Eran comerciantes y cosmopolitas que establecieron relaciones con los imperios cercanos: egipcio, babilonio, hitita y cretense. Es posible que el contacto con estas culturas permitiera el influjo de otros sistemas de escritura, como el egipcio, y favoreciera, por otro lado, la aparición de un sistema propio de características más simples, con un número reducido de signos de fácil aprendizaje y rápida ejecución.
El sistema alfabético protocananeo se habría inventado en torno al siglo XVIII o al XVI a.C., según las diferentes dataciones establecidas. Dicho sistema acrofónico, como se ha indicado, no sería todavía un alfabeto en el moderno sentido de la palabra, ya que los signos corresponderían prácticamente a consonantes y a algunas marcas de cierre glotal ante vocales, pero normalmente éstas hay que restablecerlas en la lectura para comprender el texto, como ha quedado señalado con el ejemplo de la esfinge. Esta forma de escritura se mantuvo hasta el siglo XII a.C., fecha que coincide con el cataclismo de la invasión de los llamados “Pueblos del mar”. Después de esto, los pueblos de origen cananeo de los que se tiene noticia histórica son los que estaban asentados en las costas del Líbano y norte de Palestina, que se conocen con el nombre de fenicios.
La relación directa entre el protocananeo y el fenicio se estableció en 1953, gracias al hallazgo de cinco inscripciones en puntas de flecha procedentes de El-Khadr (cerca de Belén), fechadas hacia el 1100 a.C. Prácticamente todas contenían la misma inscripción: hs ‘bdlb’t bn ‘nt (“punta de flecha de Abdalabit, hijo de Bin Anat). El tipo de signos correspondía a un estadio intermedio entre el alfabeto protocananeo y el fenicio. Gracias a estas flechas se pudo, además, descifrar el texto de la jarra de Lakish y avanzar en el conocimiento del protocananeo.
Las primeras inscripciones fenicias se fechan hacia el siglo XI a.C. y proceden de la ciudad de Biblos; la más antigua es la del sarcófago de Ahiram, del 1100 a.C. Frente a la escritura protocananea, que era multidireccional, el fenicio fijó su forma horizontal, de derecha a izquierda, y la posición de cada letra, hecho éste que se conoce gracias a las inscripciones que conservan alfabetos completos y que deben ser ejercicios escolares. El alfabeto se estableció en veintidós letras, cuyo nombre y forma derivaban de la representación de los mismos en el protocananeo. Por ejemplo, la forma de la primera letra, como una A tumbada a la izquierda, provenía del pictograma que representaba en protocananeo una cabeza de buey y cuyo nombre, aleph, servía también para designar el sonido y la letra con el que empezaba este sustantivo.
Las actividades comerciales de los fenicios se extendieron por Asia y el Mediterráneo e, incluso, llegaron al Atlántico. Gracias a ese contacto con múltiples pueblos, el alfabeto utilizado por ellos se propagó rápidamente. La escritura se iba desarrollando en las diferentes sociedades y pueblos al abrigo de actividades económicas, burocráticas y comerciales de todo tipo, y el alfabeto fenicio ofrecía un método de fácil aprendizaje, cómodo y económico; lo que justifica el éxito de su expansión. Este sistema se mantuvo con bastante fidelidad en otras lenguas y sólo se modificó lo imprescindible para adaptarse mejor a las nuevas realidades lingüísticas.
En la inscripción aparecía una serie de dibujos: lazo de cuerda – casa – ojo – lazo de cuerda – cruz que, siguiendo los criterios expuestos, corresponderían al canaanita: lb’lt, leído [la-Baalati], es decir “[dedicado] a la Señora”; Baalat era el epíteto más importante de la diosa canaanita Asherah, que se equiparaba con la diosa egipcia Hathor, a quien estaban dedicadas las minas donde habían aparecido la esfinge y otras inscripciones. Aunque no está descifrado el contenido de todos los pictogramas de estas inscripciones, el paso de Gardiner fue decisivo para la búsqueda de los orígenes del alfabeto.
Gracias a diversas expediciones arqueológicas llevadas a cabo en 1927, 1930 y 1935 por investigadores de Harvard, el corpus de hallazgos se amplió. Se conocen inscripciones protocananeas posteriores, pero del mismo tipo, como una jarra de Lakish del siglo XIII a.C. o un ostracon del siglo XII de Beth Shemesh. La comparación de las letras de esta escritura con el denominado alfabeto lineal fenicio permite afirmar que éste deriva de aquélla.
Puede decirse, por tanto, que los inventores del primer alfabeto fueron los canaaneos. El nombre de Canaán, conocido a través de su mención en la Biblia, correspondía a una provincia de Egipto que, a finales de la Edad del Bronce, incluía el Líbano y Cisjordania (actual Israel), pero este nombre se usa de forma arbitraria para referirse a un pueblo que habitaba una zona más amplia (entre Siria y Palestina) hacia el 1200 a.C. y cuya cultura, aunque homogénea, incluía varios grupos de dialectos emparentados entre sí. Eran comerciantes y cosmopolitas que establecieron relaciones con los imperios cercanos: egipcio, babilonio, hitita y cretense. Es posible que el contacto con estas culturas permitiera el influjo de otros sistemas de escritura, como el egipcio, y favoreciera, por otro lado, la aparición de un sistema propio de características más simples, con un número reducido de signos de fácil aprendizaje y rápida ejecución.
El sistema alfabético protocananeo se habría inventado en torno al siglo XVIII o al XVI a.C., según las diferentes dataciones establecidas. Dicho sistema acrofónico, como se ha indicado, no sería todavía un alfabeto en el moderno sentido de la palabra, ya que los signos corresponderían prácticamente a consonantes y a algunas marcas de cierre glotal ante vocales, pero normalmente éstas hay que restablecerlas en la lectura para comprender el texto, como ha quedado señalado con el ejemplo de la esfinge. Esta forma de escritura se mantuvo hasta el siglo XII a.C., fecha que coincide con el cataclismo de la invasión de los llamados “Pueblos del mar”. Después de esto, los pueblos de origen cananeo de los que se tiene noticia histórica son los que estaban asentados en las costas del Líbano y norte de Palestina, que se conocen con el nombre de fenicios.
La relación directa entre el protocananeo y el fenicio se estableció en 1953, gracias al hallazgo de cinco inscripciones en puntas de flecha procedentes de El-Khadr (cerca de Belén), fechadas hacia el 1100 a.C. Prácticamente todas contenían la misma inscripción: hs ‘bdlb’t bn ‘nt (“punta de flecha de Abdalabit, hijo de Bin Anat). El tipo de signos correspondía a un estadio intermedio entre el alfabeto protocananeo y el fenicio. Gracias a estas flechas se pudo, además, descifrar el texto de la jarra de Lakish y avanzar en el conocimiento del protocananeo.
Las primeras inscripciones fenicias se fechan hacia el siglo XI a.C. y proceden de la ciudad de Biblos; la más antigua es la del sarcófago de Ahiram, del 1100 a.C. Frente a la escritura protocananea, que era multidireccional, el fenicio fijó su forma horizontal, de derecha a izquierda, y la posición de cada letra, hecho éste que se conoce gracias a las inscripciones que conservan alfabetos completos y que deben ser ejercicios escolares. El alfabeto se estableció en veintidós letras, cuyo nombre y forma derivaban de la representación de los mismos en el protocananeo. Por ejemplo, la forma de la primera letra, como una A tumbada a la izquierda, provenía del pictograma que representaba en protocananeo una cabeza de buey y cuyo nombre, aleph, servía también para designar el sonido y la letra con el que empezaba este sustantivo.
Las actividades comerciales de los fenicios se extendieron por Asia y el Mediterráneo e, incluso, llegaron al Atlántico. Gracias a ese contacto con múltiples pueblos, el alfabeto utilizado por ellos se propagó rápidamente. La escritura se iba desarrollando en las diferentes sociedades y pueblos al abrigo de actividades económicas, burocráticas y comerciales de todo tipo, y el alfabeto fenicio ofrecía un método de fácil aprendizaje, cómodo y económico; lo que justifica el éxito de su expansión. Este sistema se mantuvo con bastante fidelidad en otras lenguas y sólo se modificó lo imprescindible para adaptarse mejor a las nuevas realidades lingüísticas.
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