Pintura clasicista
La pintura clasicista es una de las tendencias o corrientes pictóricas que se desarrolló en el siglo XVII y representaba una alternativa a la pintura barroca. Como reacción al manierismo de finales del siglo XVI, surgieron en Italia dos tendencias: el caravaggismo y el clasicismo. Ambas se enmarcan cronológicamente dentro de la pintura barroca, pero sus características son distintas a las del barroco pleno, como señaló el historiador suizo Heinrich Wölfflin:
- Predominó el dibujo sobre el color;
- El espacio se construye mediante planos sucesivos, sin las bruscas diagonales barrocas;
- Las obras son cerradas, no abiertas, con las figuras colocadas en el centro de la composición;
- Las formas se distinguen nítidamente y son independendientes, a diferencia de la "subordinación al todo" barroca;
- No hay aquí violentos contrastes ni actitudes exageradas.
El clasicismo romano-boloñés
La línea clasicista fue seguida por los Carracci, el más destacado de los cuales fue Annibale Carracci, dando lugar al clasicismo romano-boloñés, tendencia que se opuso al caravaggismo. Carracci pretendió restablecer el estilo de Rafael.
Esta tendencia nació en la ciudad universitaria de Bolonia, en un ambiente culto que buscaba una realidad más intelectualizada que los caprichos manieristas. No obstante, no se decantan por el naturalismo a la manera de Caravaggio, sino que buscan expresar una belleza ideal. Resultaba así un arte verosímil y noble, que no caía en vulgaridades y que expresaba una gran serenidad.
Tuvo un gran éxito entre los eclesiásticos. Se realizaron frescos y también pintura de caballete.
Destaca la importancia que le dio a la naturaleza y al paisaje, expresado con belleza, equilibrio y serenidad. Fue el precedente y origen de lo que después será el paisaje "clasicista" o "heroico".
La obra maestra de Annibale Carracci fue la bóveda de la Galería del Palacio Farnesio, en Roma (1597-1604), que realizó a imitación de la Capilla Sixtina. La influencia de esta galería, estilísticamente entre el renacimiento y el barroco, fue enorme. También se le considera el creador del paisaje clásico, en el que las figuras humanas son meramente anecdóticas.
Los Carracci fundaron una Academia, llamada primero de los Deseosos y luego de los Encaminados. Tenía como objetivo completar la formación de los pintores, no sólo mediante la técnica, sino también dotándoles de formación humanística y literaria.
Muchos pintores formaron parte de la Academia. Los más conocidos son Domenichino, el boloñés Guido Reni y Francesco Albani. Autores posteriores se consideran de transición hacia el pleno barroco: Giovanni Lanfranco y Guercino.
Cuando el resto de Italia trabajaba ya las formas del pleno barroco, el clasicismo sobrevivía en la obra de Andrea Sacchi, Giovanni Francesco Romanelli y Carlo Maratta.
El clasicismo francés
Así como el tenebrismo tuvo éxito en la Francia de provincias, el clasicismo arraigó en la corte y en París, entre un público de aristócratas y la alta burguesía. El clasicismo francés de la época de Luis XIII estuvo dominado por las figuras de dos artistas que trabajaban en Roma: Nicolas Poussin y Claudio Lorena. De este último se destacan sobre todo los paisajes, que influyó en el romanticismo. Tanto Poussin como Lorena satisfacían ante todos los gustos de los coleccionistas franceses, especialmente de Richelieu y Mazarino, que adquirían sus obras.
Otro pintor que también desarrolló su carrera en Roma, pero cuyas obras se adquirían en Francia, fue Gaspard Dughet. En París trabajaron Laurent de La Hyre y Jacques Stella.
A mediados de siglo la corriente dominante fue el aticismo, estilo caracterizado por sus peculiares refinamientos. Representan esta tendencia Eustache Le Sueur, Sébastien Bourdon, Nicolas Loir (1624-1679) y Nicolas Chaperon.
En la corte francesa se cultivó igualmente el retrato, destacando sobre todo en este punto la figura de Philippe de Champaigne, que cultivo tanto el retrato sencillo, íntimo, de gran penetración psicológica, como el cortesano, en que se presentan a los reyes y las grandes figuras con todo su esplendor. El retrato de corte suele ser de pie, con accesorios como columnas o cortinajes. Esta segunda línea fue cultivada por retratistas como Hyacinthe Rigaud y Nicolas de Largillière.
Durante el reinado de Luis XIV, el clasicismo se identificó con el "gran gusto", siendo la figura más influyente fue Charles Le Brun, que marcó el estilo oficial de la época. A este respecto fue determinante la creación, en 1648, de la Academia Real de Bellas Artes, con lo que se creaban unas líneas artísticas oficiales al servicio de la monarquía. La Academia estableció una jerarquía de géneros, dentro de la cual el paisaje ocupaba el último lugar.
Aunque el iniciador es considerado Simon Vouet, antiguo tenebrista, es sin duda Le Brun la figura académica por excelencia, y quien mejor supo defender el ideal artístico del Rey Sol. Fue nombrado Primer Pintor del Rey en 1664, y dirigió los trabajos de Versalles.
Escuela de Lieja
En Flandes se desarrolló un estilo clasicista en torno a la escuela de Lieja, opuesta a la de Amberes. El principal representante de esta tendencia fue Gérard de Lairesse. Otros pintores que pueden enmarcarse dentro de ella son: Bertholet Flémal, Jean-Guillaume Carlier, Englebert Fisen y Lambert Blendeff.
CLASICISMO
Etapa del arte cuya principal característica era expresar la idea de perfección de la realidad; tiende a ver el mundo como una estructura bella y perfecta.
El Clasicismo reflejó al hombre como un ser armónico y a la humanidad como una sociedad ideal y sin problemas.
El Clasicismo supone una vuelta hacia las formas clásicas (griegas y romanas) en todas las artes; no sólo en las formas y estilos, sino también en temáticas.
Pintura clasicista
La pintura clasicista es una de las tendencias o corrientes pictóricas que se desarrolló en el siglo XVII, siendo alternativa a la pintura barroca.
Alguna de sus características son:
- Predominio del dibujo sobre el color.
- El espacio se construye mediante planos sucesivos, sin las bruscas diagonales barrocas.
- Las obras son cerradas, no abiertas, con las figuras colocadas en el centro de la composición.
- Las formas se distinguen nítidamente y son independientes, a diferencia de la "subordinación al todo" barroca.
- No hay aquí violentos contrastes ni actitudes exageradas.
En la pintura, y lo mismo que el caravagismo, el Clasicismo es una reacción al manierismo que tiene su origen en Italia, donde surge el Clasicismo romano-boloñés. Tiene su origen en Bolonia, ciudad intelectual y universitaria que reacciona frente a las formas caprichosas del manierismo optando por una pintura más realista pero buscando la belleza ideal y la expresión de los caracteres y estados de ánimo como hicieron en el arte de la antigua Grecia o en el Renacimiento. En este punto se aleja del naturalismo caravagista. Se difundió entre los eclesiásticos, pues se apartaba de la vulgaridad caravagista, y también en los medios cultos que veían la posibilidad de narrar historias mitológicas y alegorías. Cultivó un tipo de paisaje sereno y equilibrado, en el que a menudo aparecen ruinas clásicas. Este paisaje «clasicista» o «heroico» se difundió especialmente en Francia.
El Clasicismo francés se divulgó especialmente durante el reinado de Luis XIV, siendo el estilo favorito de la corte parisina, mientras que entre la burguesía y la Iglesia de provincias arraiga el caravagismo. Se da en el último tercio del siglo XVII. Se considera que el fundador fue Nicolás Poussin (1594-1665), que vivió en Roma y gustó del estilo de los clasicistas romanos, especialmente de Domenichino. La pretensión fundamental es la de imitar los modelos de la Antigüedad pero unido a una tendencia barroca.
El otro gran maestro del Clasicismo francés fue Claudio de Lorena (1600-1682), que cultivó especialmente el paisaje. Otro pintor que desarrolló su carrera en Roma, pero cuyas obras se adquirían en Francia, fue Gaspard Dughet. En París trabajaron también Laurent de La Hyre y Jacques Stella.
A mediados de siglo la corriente dominante fue el aticismo, estilo caracterizado por sus peculiares refinamientos. Representan esta tendencia Eustache Le Sueur, Sébastien Bourdon, Nicolas Loir (1624-1679) y Nicolas Chaperon. En la corte francesa se cultivó igualmente el retrato, destacando sobre todo en este punto la figura de Philippe de Champaigne, que cultivo tanto el retrato sencillo, íntimo, de gran penetración psicológica, como el cortesano, en que se representa a los reyes y las grandes figuras con todo su esplendor. El retrato de corte suele ser de pie, con accesorios como columnas o cortinajes. Esta segunda línea fue cultivada por retratistas como Hyacinthe Rigaud y Nicolas de Largillière.
Durante el reinado de Luis XIV, el Clasicismo se identificó con el "gran gusto", siendo la figura más influyente Charles Le Brun, que marcó el estilo oficial de la época. A este respecto fue determinante la creación, en 1648, de la Academia Real de Bellas Artes, con lo que se creaban unas líneas artísticas oficiales al servicio de la monarquía. Otros artistas destacados son Pierre Mignard, Antoine Coypel, Jean Jouvenet y Charles de la Fosse.
Si las arquitecturas magníficas de Bramante y los colosos marmóreos debidos al Buonarroti joven forjaron un espacio de magnitudes que no conoció el Quattrocento, si exceptuamos la cúpula de Brunelleschi, el Clasicismo del primer Cinquecento quedaría incompleto si no lo hubieran definido también los grandes pintores. La disputa sobre la primacía de las artes, que dio tanto que hablar entonces y después, pese a la inclinación por la escultura que rubrican los mármoles de Miguel Angel, se desplazaría del lado de Leonardo, que con abundantes razones, extendidas a lo largo y lo ancho del Tratado y por su misma obra pictórica, proclamaba la supremacía de la pintura, capaz de penetrar en las emociones humanas cómo en el análisis del pensamiento, en la recreación del mundo y la naturaleza que nos rodea.
En la consecución definitiva del ideal clásico perseguido ya por los neoplatónicos del Quattrocento, van a intervenir creadores excepcionales, en una década también excepcional que reunió en Florencia a dos eximios florentinos: Leonardo, el verdadero precursor del Clasicismo por haber adivinado desde el último cuarto del XV los derroteros del estilo, y Miguel Angel, veinte años más joven y sólo ocupado de pintar pasado el año 1500, a los que ha de agregarse al más joven Rafael que, nacido en Urbino y formado en Umbría, habría de coincidir con ellos dos en Florencia en idénticas fechas.
Con todo y a pesar de que la convergencia de tres magnos fundadores, a los que cabría añadir el nombre de Fra Bartolommeo della Porta, permitió a Florencia ser cuna de la nueva estilística, las condiciones políticas y sociales de la ciudad en ese momento no fueron tan propicias para retenerlos unidos. Tras la expulsión de los Médicis y la instauración del penúltimo gobierno republicano con el gonfaloniero Soderini al mando, la trayectoria hegemónica de Florencia se eclipsó y también naufragó su prosperidad económica. En 1512 recuperaron el poder los Médicis, pero pesó más en el futuro de la dinastía el nombramiento de Julio de Médicis como papa León X, y esta elección confirmó el desvío hacia Roma de la capitalidad artística que ya Julio II había potenciado como cabeza de la renovación religiosa y cultural.
Los tres pintores trasladarán a Roma su residencia y su taller, Miguel Angel desde 1506, Rafael en 1508, y algo después Vinci, que no abandonó la clientela florentina o milanesa. Salvo la dilatada longevidad de Buonarroti, Leonardo, ya emigrado a Francia en 1517 y muerto dos años después, y Rafael en 1520, puede afirmarse que el momento cumbrero de la vigencia del Clasicismo en vida de sus creadores quedó ceñido a dos décadas, incluso menos, porque en los años finales de la corta vida de Rafael, como antes en el estilo de Miguel Angel, ya se advierten fracturas y síntomas anticlásicos y manieristas.
No será Roma, pese a los cuatro colosos incluyendo a Bramante, al que también ha de contarse como pintor que en los filósofos y guerreros de la Pinacoteca Brera de Milán demuestra su talla como conformador de patrones plenos y rotundos, el único crisol del Clasicismo. También Venecia, precisamente en las dos décadas citadas, habrá de conocer el surgimiento de otra escuela que, en esencia, se aproxima a los mismos ideales. Iniciada por Giorgione, a quien por cierto influyó Leonardo, y proseguida por Tiziano, el Clasicismo veneciano conoció una más dilatada cronología y, sobre las regiones a que llegó su influjo, un prestigio que sobrepasó el Renacimiento y perduró en el Barroco.
En la consecución definitiva del ideal clásico perseguido ya por los neoplatónicos del Quattrocento, van a intervenir creadores excepcionales, en una década también excepcional que reunió en Florencia a dos eximios florentinos: Leonardo, el verdadero precursor del Clasicismo por haber adivinado desde el último cuarto del XV los derroteros del estilo, y Miguel Angel, veinte años más joven y sólo ocupado de pintar pasado el año 1500, a los que ha de agregarse al más joven Rafael que, nacido en Urbino y formado en Umbría, habría de coincidir con ellos dos en Florencia en idénticas fechas.
Con todo y a pesar de que la convergencia de tres magnos fundadores, a los que cabría añadir el nombre de Fra Bartolommeo della Porta, permitió a Florencia ser cuna de la nueva estilística, las condiciones políticas y sociales de la ciudad en ese momento no fueron tan propicias para retenerlos unidos. Tras la expulsión de los Médicis y la instauración del penúltimo gobierno republicano con el gonfaloniero Soderini al mando, la trayectoria hegemónica de Florencia se eclipsó y también naufragó su prosperidad económica. En 1512 recuperaron el poder los Médicis, pero pesó más en el futuro de la dinastía el nombramiento de Julio de Médicis como papa León X, y esta elección confirmó el desvío hacia Roma de la capitalidad artística que ya Julio II había potenciado como cabeza de la renovación religiosa y cultural.
Los tres pintores trasladarán a Roma su residencia y su taller, Miguel Angel desde 1506, Rafael en 1508, y algo después Vinci, que no abandonó la clientela florentina o milanesa. Salvo la dilatada longevidad de Buonarroti, Leonardo, ya emigrado a Francia en 1517 y muerto dos años después, y Rafael en 1520, puede afirmarse que el momento cumbrero de la vigencia del Clasicismo en vida de sus creadores quedó ceñido a dos décadas, incluso menos, porque en los años finales de la corta vida de Rafael, como antes en el estilo de Miguel Angel, ya se advierten fracturas y síntomas anticlásicos y manieristas.
No será Roma, pese a los cuatro colosos incluyendo a Bramante, al que también ha de contarse como pintor que en los filósofos y guerreros de la Pinacoteca Brera de Milán demuestra su talla como conformador de patrones plenos y rotundos, el único crisol del Clasicismo. También Venecia, precisamente en las dos décadas citadas, habrá de conocer el surgimiento de otra escuela que, en esencia, se aproxima a los mismos ideales. Iniciada por Giorgione, a quien por cierto influyó Leonardo, y proseguida por Tiziano, el Clasicismo veneciano conoció una más dilatada cronología y, sobre las regiones a que llegó su influjo, un prestigio que sobrepasó el Renacimiento y perduró en el Barroco.
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