La teoría del equilibrio puntuado,1 también denominado equilibrio interrumpido, es una teoría del campo de la evolución biológica propuesta por Niles Eldredge y Stephen Jay Gould en 1972.2
Lo específico de la teoría del equilibrio puntuado tiene que ver con el ritmo al que evolucionan las especies. Según Eldredge y Gould, durante la mayor parte del tiempo de existencia de una especie ésta permanecería estable o con cambios menores (periodos de estasis), acumulándose cambio evolutivo durante el proceso de especiación (formación de una especie nueva), que sería una especie de revolución genética breve en términos geológicos. No se discute el carácter gradual del cambio evolutivo, sino que se niega la uniformidad de su ritmo. Las diferencias entre la "teoría sintética" y la "teoría del equilibrio puntuado" se refieren no solo al tiempo (rápido o lento) de la evolución, sino también al modo en que ésta se despliega. Así, los neodarwinistas defienden que la evolución se desarrolla en el tiempo, básicamente, según un patrón lineal o filogenético, mientras que los puntuacionistas son partidarios de una evolución en mosaico, es decir: ramificada. La idea de aquellos es la sucesión lineal de una especie a otra; para estos, en cambio, una especie ancestral da lugar a múltiples especies descendientes que, a su vez, o se extinguen o continúan ramificándose.3
En el registro fósil se observa a menudo que las especies permanecen estables durante un tiempo para luego desaparecer o transformarse de forma aparentemente brusca. El gradualismo explica este hecho por las imperfecciones del registro geológico, mientras que según la hipótesis del equilibrio puntuado este hecho sería una consecuencia directa del modo en que las especies evolucionan, haciendo relativamente improbable la fosilización de las formas de transición. Esa improbabilidad aumenta si, como la teoría supone, la especiación se produce sobre todo en situaciones de crisis, en poblaciones de distribución localizada y efectivo reducido.
Niles Eldredge,[…] estudió con ahínco colecciones enteras de trilobites cámbricos primorosamente conservados, en busca de transiciones graduales de una especie a sus especies descendientes. Tanto en Marruecos como en el estado de Nueva York, peinó cuidadosamente los sedimentos en secuencias estratigráficas. Halló, de capa en capa, algunas variaciones en el tamaño y en la forma del caparazón, pero en ningún caso encontró alguna tendencia clara que indicara una lenta transición entre una especie y otra. Más bien parecía que la presencia de la misma especie proseguía, con pequeñas variaciones aleatorias, a lo largo de 800.000 años. De repente aparecía otra, que superaba a la anterior en 1,3 millones de años. La búsqueda de formas intermedias y de cambio evolutivo gradual entre ambas demostró ser siempre fútil. Las rocas sedimentarias en las que duermen los gloriosos registros fósiles no mienten ni engañan. El registro era puntuado, las diferencias entre especies de animales extintos atrapadas en el tiempo eran claras y perfectamente distinguibles. Las pequeñas variaciones dentro de una misma especie, indicativas de cambios en la frecuencia de sus genes, oscilaban arriba y abajo sin dirección aparente («equilibrio» dentro del «equilibrio puntuado»). La aparición de especies y géneros nuevos, así como la pérdida de otros por extinción demostraban ser siempre discontinuas (ahí reside la «puntuación»).Lynn Margulis, Captando genomas, 2003.
LA TEORÍA DEL EQUILIBRIO PUNTUADO.
EL 23 de noviembre de 1859, el día antes de que el libro de Darwin apareciera en las librerías, este recibió una carta de Thomas Henry Huxley en la que le decía: "Estoy dispuesto a ir a la pira, si es necesario... estoy afilándome las garras y el pico como preparativo". Pero también contenía un aviso: "Se ha echado sobre los hombros una dificultad innecesaria al adoptar el Natura non facit saltum tan sin reservas". La frase latina, atribuida a Linneo, mantiene que la naturaleza no da saltos. Darwin era un estricto seguidor de este lema, a pesar de que el registro fósil de la época no ofrecía apoyo alguno al cambio gradual. Darwin argumentaba que el registro fósil era imperfecto e incompleto: vemos los cambios abruptos porque nos faltan los pasos intermedios.
En las últimas décadas, Niles Eldredge y Stephen Jay Gould se han esforzado por dar la razón a Huxley. La teoría moderna de la evolución no tiene necesidad del gradualismo, y es este el que se debe abandonar, no el darwinismo.
En su caso, la argumentación se refiere a la variación morfológica, y no a la molecular. Mientras que los neutralistas mantienen que el ritmo de evolución es más regular de lo que admite la teoría sintética, los puntualistas sostienen que el ritmo de evolución morfológica es menos regular de lo que esa hipótesis requiere. Los puntualistas niegan que el registro fósil sea incompleto. Sostienen que la aparición súbita de nuevas especies fósiles refleja que su formación se sigue a través de explosiones evolutivas, después de los cuales la especie sufrirá pocos cambios durante millones de años.
Parte de esa aparente persistencia del registro puede ser consecuencia del fenómeno llamado evolución en mosaico, descrito por primera vez por Sir Gavin de Beer: el ritmo de cambio de las diferentes partes de un organismo no es uniforme en el transcurso de la evolución.
La teoría del equilibrio puntuado no sólo se refiere al ritmo de la evolución, sino también a su curso. Eldredge y Gould postulan que la anagénesis (los cambios morfológicos experimentados por un mismo linaje) y la cladogénesis (la división de una especie en dos) están relacionadas causalmente. Mantienen que se da una breve aceleración del cambio morfológico precisamente cuando una población de censo reducido diverge de su especie original para formar otra nueva. La noción contraria, que los puntualistas atribuyen a la teoría sintética, consiste en que el cambio morfológico gradual lleva consigo su división en razas y subespecies mucho antes de que pueda afirmarse que han surgido especies nuevas.
En realidad, el cambio evolutivo sigue estos dos patrones, y otros muchos. El cambio morfológico y la aparición de mecanismos de aislamiento reproductor son fenómenos diferentes que pueden darse al mismo tiempo o por separado.
En palabras del propio Gould, en su libro de ensayos "El pulgar del panda", responde a la pregunta de qué debería mostrar el registro fósil. Las especies deberían resultar estáticas en su territorio porque nuestros fósiles son los restos de grandes poblaciones centrales. En cualquier área local habitada por antecesores, una especie descendiente debería aparecer súbitamente por migración de la región periférica en la que evolucionó. En la propia zona periférica podríamos encontrar evidencias de la especiación, pero tan buena fortuna resultaría marcadamente infrecuente dada la velocidad a la que se produce el evento en una población tan pequeña. Así pues, el registro fósil es una fidedigna representación de lo que predice la teoría evolutiva, y no un pobre vestigio de lo que realmente haya ocurrido.
Eldredge y Gould llamaron a este modelo el de equilibrios puntuados . Las estirpes cambian poco durante la mayor parte de su historia, pero ocasionalmente esta tranquilidad se ve puntuada por rápidos procesos de especiación.
Gould también aclara en este mismo libro que no pretende mantener la verdad única del cambio puntuacional, sino ofrecer otras alternativas al cambio evolutivo. Como él dice, el gradualismo funciona bien en ocasiones.
Poligenismo es una teoría sobre los orígenes del hombre que postula la existencia de diferentes linajes para las razas humanas. Algunos de sus defensores derivan sus postulados de bases científicas y otros sobre bases pseudocientíficas o religiosas. Se opone a la teoría dominante en antropología, que es el monogenismo.
Conviene diferenciar el término poligénesis, aplicable al origen múltiple de un hecho o proceso, y el de poligenismo, aplicable a la doctrina que sostiene que efectivamente tal origen es el que explica la existencia de tal hecho o proceso.
Algunos mitos de creación de diversas culturas muestran narraciones interpretables como una explicación poligenista del origen del hombre. La interpretación poligenista de la Biblia es una exégesis poco común, que hasta mediados del siglo XIX se consideraba herética. Isaac La Peyrère pretendía con ella reconciliar el limitado número de generaciones entre Adán y Eva y el presente, postulando la existencia de humanos preadamitas.
Parecía difícil de asumir que las razas humanas se hubieran desarrollado dentro del marco temporal comúnmente aceptado para los tiempos bíblicos. Voltaire desarrolló esa duda en su Estudio sobre los hábitos y el espíritu de las naciones de 1756 (un precedente de la historia comparativa), aunque no propuso ninguna solución del problema.
El poligenismo entró en la corriente principal del pensamiento científico y religioso de los Estados Unidos con la obra de Samuel George Morton y sobre todo con la de Louis Agassiz, en el contexto de las polémicas intelectuales en torno a la raza y la esclavitud. Los esclavistas buscaban justificaciones para su postura mediante el recurso a la ciencia empírica, como podían entenderse algunos extremos de la obra de Morton. Esa perspectiva situaría cada raza como una diferente especie, siendo los negros africanos inferiores mentalmente a los blancos europeos. Agassiz creía que cada raza era única, pero que podían ser clasificadas como pertenecientes a la misma especie. Los descubrimientos geológicos de la época suponían para la Tierra una edad muy superior a la compatible con una estricta interpretación del Génesis, lo que permitió proponer a algunos pensadores el poligenismo como una forma de reconciliar los nuevos descubrimientos con su fe.
En los debates raciales de las décadas de 1860 y 1870, Charles Darwin y sus seguidores fueron partidarios de la tesis monogenista para la especie humana, viendo el origen común para todos los humanos como un punto esencial de la teoría de la evolución, que se conoce con el nombre de hipótesis del origen único. Ernst Haeckel, uno de los principales divulgadores de las ideas de Darwin (a través de su propia interpretación) en el mundo de habla alemana, atacaba ese punto de vista, argumentando que los seres humanos no formaban una sola especie, sino un género, dividido en nueve especies separadas que habrían evolucionado separadamente desde la aparición del habla.1 Las tesis de Haeckel mantuvieron influencia hasta el siglo XX.
El poligenismo fue duramente criticado por la Iglesia católica especialmente a partir de la encíclica Humani generis (Pío XII, 1950) que, al tiempo que entendía compatible el evolucionismo con el catolicismo, ponía serios reparos a la compatibilidad del poligenismo con la doctrina del pecado original.
A finales del siglo XX, la obra del paleoantropólogo Carleton Coon es lo más cercano a lo que puede considerarse un poligenismo moderno, que postula que la evolución hacia el actual Homo sapiens moderno se realizó separadamente en cada raza humana. Esta hipótesis, denominada la hipótesis multirregional, fue presentada a mediados de la década de 1960 y no ha sido ampliamente aceptada por la comunidad científica, aunque sigue teniendo partidarios.
La teoría de la evolución como síntesis entre el monogenismo y el poligenismo
El debate de la antropología naturalista de principios de siglo XIX se planteaba, como ya hemos visto en el capítulo cuarto entre los monogenistas y los poligenistas. Los primeros defendían un tronco común para todos los seres humanos, una raza primigenia que bien por degeneración (Blumenbach, Louis Leblerc) o por graduación (Prichard) habría ido originando la enorme diversidad racial que se observa distribuida por la Tierra. En el lado opuesto se encontrarían los poligenistas que rechazaban la unidad del género humano y hablaban de diferentes creaciones para cada una de las razas principales. El resto de “subrazas” se habrían formado por mezclas y aleaciones de los tipos raciales puros (Morton, Nott, Agassiz y Gliddon). El monogenismo se defendía en los círculos intelectuales europeos, mientras que el poligenismo tomó más relevancia en las escuelas de antropología americanas, si bien algunas de las escuelas europeas como la SociedadEtnológica de París y de Londres recibieron la infuencia de estos postulados. En muchos casos el poligenismo fue empleado por los filósofos y científicos materialistas como arma arrojadiza contra la Iglesia Católica la cual siempre defiende la unidad del género humano.
En medio de este debate Darwin publica su obra “El origen de las especies”, cuyo título completo es bastante esclarecedor: “El origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”.Según el antropólogo Marvin Harris, existen unas tendencias ideológicas subyacentes que condicionan el desarrollo de lo que él considera la síntesis darwinista. Por una parte está la insatisfacción de los científicos con la versión bíblica de la creación. La ciencia positivista del siglo XIX solo consideraba científico aquello que tuviera que ver con los hechos y que pudiera ser medido y cuantificado. Otro aspecto a considerar es la creciente presión por volver a la doctrina del progreso humano. En este sentido la teoría evolutiva permitía ordenar y clasificar las diferentes razas y culturas en orden creciente de progreso.
De esta manera la teoría darwinista habría conseguido, según Thomas Huxley, conciliar lo mejor de las teorías monogenistas y poligenistas. Permitía aceptar que todos los grupos humanos pertenecían a la misma especie, y por otra parte explicaba la diversidad humana mediante diversos niveles evolutivos. Así lo expresa el historiador de la antropología George Stocking:
“Las tensiones intelectuales generadas, se resolvieron después de 1859 mediante un evolucionismo amplio que era al mismo tiempo monogenista y racista, y afirmaba la unidad del hombre, mientras relegaba al salvaje de piel oscura a una posición cercana a la del mono”.[1]
No obstante siguió existiendo un debate poligenista que enlaza a los poligenistas anteriores a Darwin con James Hunt y algunos autores del siglo XX como Ernest Otóny Carlton Coon, quienes siguieron insistiendo en una filogenia separada, e intentando mantener una genealogía específica para los caucasoides. Los estudios genéticos actuales, con los descubrimientos del ADN mitocondrial y la hipótesis de la Eva primitiva, han tirado por tierra esta hipótesis y vienen a refrendar la teoría monogenista de un origen común para todo el género humano.
La aparición de las teorías evolutivas de Darwin y Spencer a partir de la segunda mitad del s. XIX, coinciden también con un cambio en las motivaciones sociales. Por un lado se sigue defendiendo el racismo como ideología antropológica ya que permite no solo mantener la esclavitud, sino también las luchas de clases, las guerras nacionales y el colonialismo. Pero aparece una ideología paralela, específica del empresariado industrial: la doctrina del laissez-faire, que, en un contexto capitalista, justifica la competencia, el trabajo asalariado, los beneficios y la acumulación de capital.
Según Spencer la lucha por la existencia es la lucha en la que predomina el más fuerte biológicamente hablando. Para él cada raza posee una serie de características fijas, mejores o peores, que la definen y que autorizan, según él, que un grupo racial humano luche por su pureza racial eliminando los especimenes impuros. De esta forma quedarían justificadas las guerras de conquista y de agresión contra aquellos pueblos que están destinados a vivir sometidos a los conquistadores. Esta aplicación de las doctrinas de Darwin a la vida social humana se le denominó “Darwinismo social”.
Spencer concebía a la humanidad “como un organismo viviente”. Así el Estado sería como una especie de superorganismo gigante, al cual se le pueden aplicar todas las leyes propias de un organismo biológico.
Paul Bourget (1852-1935) asume los principios de Spencer y en 1885 escribe sus Ensayos de psicología contemporánea (1883) en donde señala que:
“Una sociedad debe ser asimilada a un organismo. Como un organismo […] ella se descompone en una federación de organismos menores, que a su vez se descomponen en una federación de células. El individuo es la célula social. Para que el organismo total funcione con energía, es necesario que los organismos componentes funcionen con energía, pero con una energía subordinada y, para que estos organismos menores funcionen con energía, es necesario que sus células componentes funcionen con energía, pero con una energía subordinada. Si la energía de las células se vuelve independiente, los organismos que componen el organismo total cesan paralelamente de subordinar su energía a la energía total y la anarquía que entonces se instaura constituye la decadencia del conjunto”.[2]
En la misma línea apuntó el filósofo español Julián Sanz del Río (1814-1869) principal divulgador del krausismo en España, quien en su obra “El Ideal de la Humanidad para la vida” (1861) apuntaba categóricamente que:
“El individuo humano se contiene todo en la humanidad, como parte y órgano esencial de ella; una misma naturaleza vive y quiere ser realizada históricamente en cada individuo, familia, pueblo y pueblo de pueblos”.[3]
Poco a poco el determinismo biológico se fue convirtiendo en el dogma que iría impregnando la política, la psicología, la antropología, las ciencias y el pensamiento occidental.
En esta visión biológica de la sociedad va a tener mucha influencia la doctrina maltusiana sobre el crecimiento de la población. Para el economista inglés la población crece de manera geométrica, mientras que los alimentos crecen en progresión aritmética, de tal manera que esto explicaría las crisis sociales y las hambrunas de las clases trabajadoras. Según Thomas Malthus (1766-1834) debían de limitarse las uniones matrimoniales para limitar los nacimientos. Además las epidemias y las guerras serían beneficiosas para la humanidad ya que eliminaban los “excedentes” de población que un país no estaba en condiciones de soportar. Sobre estas premisas, los racistas defenderán la necesidad de la guerra de exterminio de la población inferior y de los pueblos atrasados. La guerra es considerada como la única y verdadera creadora de raza. El escritor y ecologista norteamericano William Vogt (1902-1968), en su libro “El Camino de la Esclavitud”, sostiene lo que él llama la “ley de la fertilidad consumida de la tierra”. Esta ley exige que los excedentes de la población humana, vuelvan al seno de la tierra para devolverle a ella su perdida vitalidad o fertilidad. Por ello recomienda el exterminio “ecológico” de las poblaciones humanas de la Unión Soviética, la de China y la de Japón, así como la ocupación de todos estos territorios por los imperialistas norteamericanos. Vogt defenderá una guerra mundial en la que se empleen medios de exterminio masivo con el fin de diezmar o destruir completamente a los pueblos de las razas inferiores.
Según Marvin Harris, las teorías racistas y evolucionistas no serían más que un intento de racionalización de los imperios coloniales para mantener unos intereses muy concretos.
“El racismo resultaba útil también como justificación de las jerarquías de clases y de castas; como explicación de los privilegios, tanto nacionales como de clase, era espléndido. Ayudaba a mantener la esclavitud y la servidumbre, allanaba el camino los nervios de los capitanes de industria cuando bajaban los salarios, alargaban la jornada de trabajo y empleaban a más mujeres y más niños”.[4]
Varios son los autores que emplearán el racismo y el evolucionismo darwinista para justificar las aspiraciones imperialistas británicas: Thomas Henry Huxley (La lucha por la existencia en la sociedad humana, 1888), Benjamín Kidd (Evolución social, 1894), P. Charles Michel (Una visión biológica de nuestra política internacional, 1896), o Charles Harvey (La biología de la política británica, 1904).
4. David Rockefeller asumió las teorías de Darwinismo social para justificar la enorme fortuna que acumuló en vida mediante la competencia desleal. |
El magnate de los negocios John D. Rockefeller amasó durante el s. XIX una gran fortuna a través del petróleo mediante una feroz y desleal competencia con el resto de compañías del sector. Estas terminaron siendo absorbidas por el gigante petrolífero consiguiendo así el monopolio de la industria. Rockefeller encontró en el darwinismo social las claves ideológicas que justificaban su agresiva gestión empresarial. Desde entonces tomó la causa darwinista como suya alentando estudios y concursos sobre el darwinismo y los negocios, y difundiendo su doctrina en escuelas y universidades. En una cena de negocios afirmó: “El crecimiento de un gran negocio consiste simplemente en la supervivencia del más apto… Esta no es una tendencia perversa en los negocios. Es sencillamente el desarrollo de una ley de la naturaleza”.[5] Dicho en otras palabras: el pez grande que se come al pez chico.
Otro de los multimillonarios socialdarwinistas fue Andrew Carnegie. El magnate del acero aseguró a los lectores d ela North American Review que “está ahí; no podemos esquivarla y no se han encontrado sustitutos para ella. Y aunque la ley puede ser dura para el individuo, es lo mejor para la raza, porque asegura la supervivencia de los más aptos en todas las esferas”.[6]
Spencer y Darwin además de resolver las disputas entre monogenistas y poligenistas habrían sido capaces de conectar la guerra, la raciación y la competencia del mercado encontrando un componente común: la lucha por la vida, que operaría en todas las esferas de la vida y sociedad humana, en una única ley de la evolución, “para completar así la biologización de la historia sin abandonar el sueño de la Ilustración del progreso universal”.
Con una visión gnóstica bastante exotérica, en 1893, Thomas Huxley, uno de los discípulos más leales de Darwin, definió la evolución como aquel “proceso cósmico”mediante el cual el hombre y la naturaleza, avanzando por medio de la lucha, la selección y la supervivencia han llegado a su condición actual. Para Huxley la ética y la moral son el principal obstáculo para este proceso cósmico, en la medida en que impiden el desarrollo de las terribles leyes naturales de selección. De modo que, lejos de ser una guía para la moralidad, la evolución es una lección de inmoralidad. Por ello los darwinistas ensalzarán aquellas cualidades que los moralistas condenaban: la astucia, la fuerza bruta, la falta de piedad y la ferocidad.
En este sentido, un amigo cercano a Darwin y profesor suyo, Adam Sedgwick (1785-1873) ya advirtió sobre los peligros a los que daría lugar la teoría de la evolución: “si este libro llegase a encontrar la aceptación generalizada de la gente, ello iría acompañado de una bestialización de la raza humana como nunca se había visto antes”.[7]
No hay comentarios:
Publicar un comentario