domingo, 28 de mayo de 2017

Oraciones cristianas


Ad pacem


En la liturgia católica, la oración Ad Pacem o Pax Domini es aquélla que el sacerdote reza para introducir las aclamaciones del Agnus Dei y a la que precede inmediatamente la transmisión del ósculo de la paz entre los clérigos (en el Misal del Beato Juan XXIII) o el saludo de la paz entre los fieles que sigue, si al sacerdote o diácono le parece apropiado, a la admonición "Offerte vobis pacem" (en el Misal de Pablo VI). Se trata de una invitación para que los fieles se den el saludo o beso de paz.

Texto actual

En la mayoría de los ritos católicos y ortodoxos se impone la fórmula Pacem meam do vobis (Jn 14, 27), quedando en el actual Misal Romano de la siguiente manera:
S/: Domine Iesu Christe, qui dixisti Apostolis tuis: Pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis: ne respicias peccata nostra, sed fidem Ecclesiae tuae, eamque secundum voluntatem tuam pacificare et coadunare digneris. Qui vivis et regnas in saecula saeculorum. R/: Amen ('Amén').
S/: Offerte vobis pacem
Existen fórmulas aprobadas de esta oración en las diversas lenguas vernáculas usadas en la forma ordinaria de la liturgia romana.







La adoración eucarística es aquella oración litúrgica que se realiza frente al Santísimo Sacramento cuando éste es expuesto para ello. Es practicada por las iglesias CatólicaOrtodoxaCoptaAnglicana y por algunas denominaciones Luteranas. Cuando la adoración es constante, o sea 24 horas, se le llama perpetua adoración. En una parroquia, esto es hecho por voluntarios; en un monasterio o en un convento, esto es hecho por los monjes residentes o monjas.
Custodia típica para la adoración eucarística.

Historia

La práctica de la adoración tiene sus raíces en que en los monasterios y conventos la bendición del Santísimo Sacramento era una parte integral de la estructura de la vida de clausura. Desde el principio de la vida en la comunidad la Eucaristía originalmente se hacía en una habitación especial, justo afuera del altar pero separado de la iglesia donde se oficiaba la Misa. Una gran variedad de nombres se han utilizado para identificar este sitio reservado: los más comunes son pastoforiumdiakonikonsecretaría o prótesis. Una de las primeras referencias inconfundibles de la utilización del Santísimo Sacramento para la adoración se encuentra en la vida de San Basilio (que murió en el 379). Basilio se dice que dividió el Pan en tres partes cuando celebraba Misa en el monasterio. Una parte la consumió él, la segunda parte se la dio a los monjes y la tercera la puso en una paloma dorada suspendida sobre el altar.1
La práctica de este tipo de adoración comenzó formalmente en Aviñón (Francia) el 11 de septiembre de 1226, para celebrar y dar gracias por la victoria obtenida sobre los cátaros en las últimas batallas que tuvieron en la Cruzada albigense. El rey Luis VII de Francia les mandó que dicho sacramento se guardara en la Cathédrale Sainte-Croix d'Orléans o Catedral de la Santa Cruz de Orleans. La gran cantidad de adoradores hizo que el Obispo, Pierre de Corbie, sugiriera que la adoración debería ser continua e incesante. Con el permiso del papa Honorio III, la idea se ratificó y continuó de esta manera prácticamente ininterrumpida hasta que el caos que se formó durante la Revolución francesa lo paró en 1792 hasta que los esfuerzos de la hermandad de los penitentes GRIS la trajeron de vuelta en 1829.1
La Madre Mechtilde del Santísimo Sacramento fue pionera en la adoración perpetua de la Eucaristía en respuesta a Père Picotte. El convento benedictino, fundado para este propósito se inauguró en Francia el 25 de marzo de 1654.2 Otra de las primeras prácticas comunes de la adoración es las Cuarenta Horas, un ejercicio de devoción en el que se reza continuamente durante cuarenta horas antes de que se celebre la Eucaristía. Se dice que empezó en Milán en mayo de 1537
Durante más de 128 años, las Hermanas Franciscanas de la Adoración Perpetua han estado rezando sin parar en EE. UU. La práctica empezó el 1 de agosto de 1878 a las 11 AM y continúa hasta la fecha.3

Propósito de la adoración

Las actitudes respecto a la adoración eucarística dependen intrínsecamente de cómo se considere a la Eucaristía.

Doctrina católica

Adoración eucarística el la Capilla de las Apariciones del Santuario de Nuestra Señora de Fátima en Portugal.
En la tradición católica, al momento de la consagración, los elementos (o «dones» como son llamados para propósitos litúrgicos) son transformados (literalmente, transubstanciados) en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo. La doctrina católica sostiene que los elementos no son transformados espiritualmente, sino verdadera y sustancialmente transformados en su Cuerpo y Sangre, que aunque los dones retienen las apariencias o "accidentes" del pan y del vino.
Ésta es una forma de la doctrina de la Presencia Real — la presencia sustancial actual y real de Jesús en la Eucaristía. En el momento de la consagración, se da lugar un doble milagro: 1) que Cristo se presente en una forma física y 2) que el pan y el vino se conviertan en su Cuerpo y Sangre. Ya que los católicos creen que Cristo está realmente presente (Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad) en la Eucaristía, le rinden culto y adoración.

Doctrinas anglicanas

Las opiniones sobre la naturaleza de la Eucaristía y de la adoración al Santísimo Sacramento varían dentro del anglicanismo.

Doctrinas luteranas

La adoración eucarística luterana está casi siempre limitada a la duración del servicio de la comunión porque la tradición luterana no incluye la reserva del Sacramento. Sin embargo, actualmente en Norteamérica la Comunidad Evangélica de la Iglesia Luterana y algunas otras pequeñas iglesias como la iglesia de Tradición Católica Evangélica-Luterana (Alta Iglesia Luterana) reservan el sacramento y fomentan enormemente la adoración eucarística sin requerirlo.
Históricamente en el luteranismo ha tenido dos facciones desde el punto de vista de la adoración: los Gnesio-Luteranos, que siguieron el punto de vista de Martín Lutero a favor de la adoración y los felipistas que seguían las ideas de Philipp Melanchthon en contra de ella. Aunque Lutero no aprobó la fiesta del Corpus Christi,4 escribió un tratado "La Adoración del Sacramento" (Von anbeten des sakraments des heyligen leychnahms Christi, 1523) donde defendía la adoración pero deseaba que el acto no fuera forzado. Después de la muerte de Martín Lutero, se revelaron más controversias como el Cripto-Calvinismo y el Gnesop-Luteranismo. La concepción felipista de la Presencia Real sin adoración con el paso del tiempo llegó a ser dominante en el luteranismo, aunque no está de acuerdo con las enseñanzas originales de Lutero. El teólogo alemán Andreas Musculus se puede considerar como uno de los más fervientes defensores de la adoración eucarística en los primeros tiempos del luteranismo.

La práctica de la adoración

Adoración eucarística nocturna en el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús, Ciudad de México
La hostia se muestra en una Custodia, típicamente situada en el altar.
El Santísimo Sacramento realmente puede no ser expuesto y dejarse en un Copón, que se sitúa en el altar. Esta exposición normalmente ocurre en el contexto de un servicio de Bendición u otros servicios de devoción al Santísimo Sacramento. En los servicios de adoración perpetua, los parroquianos voluntarios asisten durante un cierto período, típicamente una hora, alrededor de un reloj. Debido a la dificultad de mantener una atención de 24 horas, muchos parroquianos no repiten el servicio de adoración. En muchas parroquias, el Santísimo Sacramento es guardado en un Tabernáculo cerrado de tal manera que en su presencia sin la necesidad de voluntarios esté en atención constante (como si el Santísimo Sacramento estuviera expuesto).

Adoración Eucarística de Juan Pablo II


Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
"Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios" (Jn. 6,69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra FE.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio" y "ausencia" de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo" (Mt. 17,5).
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo por nosotros" (Heb. 7,25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp. 1,21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo presente todo se puede sufrir". En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración "el amor es el que habla" (Sta. Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt. 26,38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos "gemidos inenarrables" (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o "misterio".
Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el "misterio" de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.

l hablar de la adoración eucarística, se podría utilizar aquella frase del evangelio de San Juan: “El Maestro está ahí y te llama” (Juan 11, 28). Es algo que le dice Marta a María en un momento muy difícil para ellas pues acababan de perder a su hermano Lázaro. Enmedio de ese dolor, las dos ven en Jesús al único consuelo, y Marta, después de hablar con Jesús, hacer un acto de fe (Cf Juan 11, 27) y salir reconfortada, quiere que su hermana comparta la alegría y la paz que le ha dejado su conversación con el Maestro. Nosotros podemos decir lo mismo: “El Maestro está en la Eucaristía y desde ahí nos llama”. Jesucristo está realmente presente en la Eucaristía como alimento y apoyo en nuestro peregrinar hacia el Padre. Él es también nuestro único consuelo en muchos momentos de nuestra vida y también nos pide un acto de fe para reconocerlo en el pan que se expone a nuestra vista. Si con sinceridad lo buscamos a Él por encima de todo, podemos decir que también hemos elegido la mejor parte, que nunca nos será quitada.

La Adoración Eucarística se considera unida siempre a la Santa Misa, como prolongación de ella, y constituye una de las formas de culto más importantes de la vida de la Iglesia; incluso hay congregaciones religiosas que se dedican exclusivamente a la adoración eucarística perpetua, mujeres que consagran toda su vida a orar ante Jesús Sacramentado. Desde el inicio de la historia de la Iglesia, había una conciencia clara de la presencia de Cristo en las especies eucarísticas, pero fue desde el siglo XI cuando comenzó la adoración eucarística tal y como la vivimos hoy en nuestras comunidades. En 1264, Urbano IV, con la bula Transiturus, extendió a todo el mundo la fiesta del “Corpus Christi”. En 1279, en Colonia, Alemania, se celebró la primera procesión eucarística. Los primeros datos que tenemos de la exposición de la Eucaris-tía en un ostensorio aparecen en el relato de la vida de santa Dorotea (1394), pero parece que ya para entonces era una costumbre bastante extendida en la Iglesia. A finales del siglo XVII, la devoción al Sagrado Corazón, promovida por San Juan Eudes (1680) y Santa Margarita María Alacoque (1690), desarrolló mucho el culto a la Eucaristía con la comunión de los nueve primeros meses precedida de la “Hora santa”, que consistía en una hora de adoración ante Jesucristo Eucaristía. Santa Margarita María Alacoque escuchó aquella frase del Corazón de Jesús: “Al menos tú, ámame”, que es un llamado a no dejar solo a Jesucristo, presente en la Sagrada Hostia y a corresponder a su amor con nuestra vida cotidiana.

Si Cristo está realmente presente en la Iglesia de modo permanente en las Sagradas Especies, es deber de los cristianos rendirle un culto de adoración y agrade-cerle el inmenso beneficio de su don (Cf Concilio de Trento, Dz 878 y 888). Por eso, la Iglesia, en su disciplina, establece que la Eucaristía se custodie en el lugar más noble del templo, en aquel que atraiga más rápidamente la atención de los que entran en la iglesia, y en el más cómodo para la veneración y el culto eucarístico porque se debe hacer todo lo posible para facilitar a los fieles la devoción y las visitas al Santísi-mo Sacramento (Cf Pio XII a los congresistas de Asís, 22-IX-1956). “El sagrario en el que se reserva la Santísima Eucaristía ha de estar colocado en una parte de la iglesia u oratorio verdaderamente noble, destacada, convenientemente adornada y apropiada para la oración” (Código de Derecho Canónico 938).

La Eucaristía debe ser el punto de referencia de la mente y el corazón de todos los cristianos, el lugar de encuentro con Cristo y con los demás hermanos, la fuente de la caridad y el fundamento de la unidad de la Iglesia.

El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan.
Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación
. (Código de Derecho Canónico de 1983, 897 y 898).

La adoración eucarística es un momento de intimidad, de confianza, de amistad con Jesucristo, el Redentor, el Amigo, el Hermano, el Compañero en nuestro peregri-nar hacia la vida eterna. En estos ratos de oración ante Jesucristo presente en las Sagradas Especies, es necesario actuar interiormente la fe en la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, la esperanza, la caridad, darse cuenta de que su presencia ahí, en el pan, es un gesto de amor personal a cada hombre, a ti. El Maestro está presente y te llama. Es el instante oportuno para renovar los propósitos de santidad y de respuesta generosa al amor de Dios. La adoración a Cristo es también acompañarlo con sentimientos de reparación por los propios pecados y por los de todos los hombres y hacer nuestros los sentimientos más profundos de Jesús.

Ir al Sagrario, asistir a la adoración eucarística solemne o visitar los “monumentos” durante la Semana Santa, es ir a dialogar cordialmente con Cristo, desde lo más profundo del corazón. Es hacer un acto de presencia ante el Redentor, poner en sus manos los esfuerzos y la voluntad de corresponder a su gracia para buscar la santi-dad. Es aprender las lecciones que nos da Jesucristo desde el Sacramento de la Eucaristía, su humildad, su generosidad en la entrega. De esos contactos con Jesu-cristo en la Eucaristía deben brotar la gratitud, el aliento en la lucha de cada día (Cf Job 7, 1), la confianza y la alegría de estar con Él, el deseo de imitarlo en la acepta-ción de la voluntad del Padre y en su entrega a la salvación de los demás. Por ello, este tipo de visitas no pueden convertirse en un acto rutinario, frío y desprovisto de sentido, que ni siquiera toque la periferia de nuestras vidas.

La adoración eucarística puede ser también solemne, cuando se expone la Sagrada Hostia en el ostensorio. Este acto de culto se puede hacer en cualquier templo en el que se conserve la Eucaristía. Lo hace el diácono o el sacerdote que toman la Sagrada Forma del Sagrario y la colocan en un ostensorio desde el cual puedan verla los fieles. Se presenta a la adoración de los presentes durante un tiempo considerable en el que se puede tener un rato de oración en silencio o una lectura bíblica con explicación, cantos eucarísticos u oraciones por diversas necesidades. Al final, el obispo, el sacerdote o el diácono imparten la bendición con el Santísimo Sacramento; sin embargo, no está permitida la exposición que se hace sólo para dar la bendición eucarística.

En los grupos de nuestra arquidiócesis, donde se hace adoración eucarística frecuente, busquen convertir esos encuentros en un momento de oración por toda la Iglesia. Hagan una fervorosa oración de súplica al Padre, Dios Omnipotente, unidos a Jesucristo, por la Iglesia, por el Papa, por los Obispos y los sacerdotes, por las vocaciones sacerdotales, por la salvación de los hombres y por todos los hermanos que sufren persecución, encarcelamiento, pobreza, enfermedades, penas morales. Arranquen con su oración la misericordia de Dios Omnipotente. Mediten el Evangelio ante el Santísimo Sacramento, expresen en sus oraciones públicas los sentimientos defe en Jesucristo, Hijo de Dios vivo y Salvador de los hombres (Cf Juan 3, 17); deesperanza en Él pidiéndole su ayuda de Amigo fiel y Dios Todopoderoso, que todo lo alcanza; y de amor a Jesucristo por ser quien es y por los dones que nos ha entrega-do: la creación, la redención, la vocación al amor. Fomenten mucho estos grupos de adoración que son siempre una abundante fuente de crecimiento espiritual y de frutos para la Iglesia.

Si nuestras obligaciones nos impiden asistir al Sagrario y encontrarnos con Jesucristo en la Eucaristía, podemos mantener la unión con Él a través de las “comuniones espirituales”. Las comuniones espirituales son momentos de unión con Cristo presente en el Sagrario hechas en cualquier circunstancia y siempre con el deseo de recibirlo sacramentalmente. Son actos de amor sencillos que ayudan a dar a cada instante del día un sentido sobrenatural y a vivir las cosas más cotidianas muy unido al amor de Dios.
La Iglesia vive de la Eucaristía, vive de la plenitud de este Sacramento, cuyo maravilloso contenido y significado han encontrado a menudo su expresión en el Magisterio de la Iglesia, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Sin embargo, podemos decir con certeza que esta enseñanza -sostenida por la agudeza de los teólogos, por los hombres de fe profunda y de oración por los ascetas y místicos, en toda su fidelidad al misterio eucarístico queda casi sobre el umbral, siendo incapaz de alcanzar y de traducir en palabras lo que es la Eucaristía en toda su plenitud, lo que expresa y lo que en ella se realiza. En efecto, ella es el Sacramento inefable. El empeño esencial y, sobre todo, la gracia visible y fuente de la fuerza sobrenatural de la Iglesia como Pueblo de Dios, es el perseverar y el avanzar constantemente en la vida y en la piedad eucarísticas, y desarrollarse espiritualmente en el clima de la Eucaristía.(Juan Pablo II, Redemptor Hominis 20).

Especialmente para los sacerdotes, la adoración eucarística debe ser algo muy presente en su vida de todos los días, el centro de su jornada. Desde el seminario, los futuros sacerdotes deben hacerse hombres de la Eucaristía.

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