domingo, 28 de mayo de 2017

Oraciones cristianas


La bendición de san Francisco de Asís al hermano León, escrita en un pergamino de diez centímetros de ancho por catorce de largo, es uno de los tres autógrafos que se conservan del Santo de Asís. Los otros dos autógrafos son las Alabanzas al Dios Altísimo (que se conserva, al igual que la Bendición a fray León, en la Basílica de San Francisco de Asís), y una carta personal que san Francisco escribió al mismo fray León, que se guarda en el archivo de la Catedral de Spoleto, en Italia.

Historia de fray León de Asís y de la «bendición»

Fray León de Asís era un sacerdote que llegó a ser el más célebre de los compañeros de Francisco de Asís, uno de sus predilectos y más amados. San Francisco lo tuvo como confesor, inseparable secretario (por ser conocedor del latín y suficientemente culto, fue su principal amanuense), y enfermero. Francisco le hacía a fray León confidente de sus secretos y, probablemente por su sencillez y simplicidad, le llamaba «ovejuela de Dios».2 En agosto de 1224, fray León fue uno de los que acompañaron a Francisco al monte Alvernia donde, según los escritos de Buenaventura de Fidanza y otros documentos de la época, el «pobre de Asís» recibió los llamados «estigmas de Cristo»,3para luego escribir en un trozo de pergamino las Laudes Dei altissimi (Alabanzas al Dios Altísimo).4 Fray León habría sido el testigo más próximo a Francisco en el momento de su estigmatización,2 aunque muchos serían los testigos de sus estigmas luego de la muerte de Francisco.3
En ese tiempo, estando el hermano León atormentado por una terrible tentación, guardaba la esperanza profunda de que las palabras del Señor junto a algún manuscrito del hermano Francisco le retornarían la calma. A pesar de ello, no se atrevía a revelarle tal deseo a su santo hermano mayor. Sin embargo, y según la interpretación de los biógrafos de Francisco de Asís,3 el Espíritu de Dios inspiró a Francisco a escribir y entregar a su fraile las siguientes palabras:

«El Señor te bendiga y te guarde;
ilumine su rostro sobre ti y tenga misericordia de ti.
Vuelva a ti su rostro y te conceda la paz.
El Señor te bendiga, hermano León.»
E hizo la siguiente acotación: «Toma para ti este pliego y consérvalo cuidadosamente hasta el día de tu muerte». Al instante, desapareció del todo la tentación, según narra Tomas de Celano (2C. 49).3
El escrito finaliza con el bien amado signo de la TAU franciscana.
El hermano León anotó posteriormente en esa chartula o pedacito de pergamino una serie de acotaciones autobiográficas con tinta roja: «El bienaventurado Francisco escribió de su puño esta bendición para mí, hermano León». Y debajo del cráneo, signo del primer Adán salvado con la muerte en cruz del segundo Adán (Jesús) el hermano León apuntó: «También de su puño hizo el signo TAU y la cabeza».
El hermano León tuvo sus pruebas interiores, y Francisco se las adivinaba, como si viera reflejada su alma en el cristal de su candidez. Una vez, para animarle, le escribió una Carta, también autógrafa, que se conoce como Carta de libertad evangélica:
Hermano León, tu hermano Francisco: Salud y paz. En este escrito dispongo y te aconsejo reduciendo todas las palabras que hemos hablado en el camino. Y, si después tienes necesidad de venir a mí en busca de consejo, mi consejo es éste: haz en todo, con la bendición de Dios y mi obediencia, lo que te parezca mejor como agrado del Señor, y sigue sus huellas y pobreza. Y si te es necesario para tu alma, por motivo de otro consuelo, y quieres venir a mí, ven, León.2
Francisco de Asís
Ese billete fue, para el hermano León, el refrendo de la libertad evangélica, la alegría de su libertad franciscana.2
León siguió acompañando fielmente a Francisco en circunstancias cruciales de la vida del «pobre de Asís» incluso cuando, casi ciego, compuso el Cántico de las Criaturas o Cántico del Hermano Sol. Estuvo a su lado en el último regreso a la Porciúncula. Al final, cuando el cuerpecillo de Francisco era ya un desecho humano, confió el cuidado de su persona a cuatro de los más suyos, que le merecían un amor singular. Uno de ellos fue el hermano León, permitiéndole que le tocara sus sagradas llagas cuando le cambiaba las vendas manchadas con su sangre, lo cual era para fray León un gozoso y a la vez doloroso rito.
Francisco, celoso de que nadie se percatara del privilegio que significaban sus estigmas -privilegio del que se consideraba a sí mismo indigno-, llegó a tener con el hermano León esta delicadeza excepcional: una vez, colocó con amor su mano llagada sobre el corazón del hermano León; y éste, respirando admiración y estupor, prorrumpió en entrecortados sollozos.2
En el momento de la muerte de Francisco, acaecida el 3 de octubre de 1226, fue al hermano León y al hermano Ángel Tancredi a quienes les pidió que entonaran el Cántico de las Criaturas, con el estreno de la estrofa que compuso para aquel momento sobre «su hermana la muerte».2
Fray León también asistió a Clara de Asís en los instantes de su muerte, el 11 de agosto de 1253, sin querer separarse de su lecho. Gran parte de las fuentes biográficas sobre san Francisco, desde la Vida segunda de Celano en adelante, se inspiran en los recuerdos que dejó escritos el hermano León. Más aún, el sector de los «espirituales» de la Congregación le miró como la personificación y el testigo de excepción del auténtico ideal del Fundador.5

Análisis del contenido del pergamino

La bendición al hermano León no es totalmente original de san Francisco. La primera parte reproduce una solemne fórmula de bendición sacerdotal con la cual en el Antiguo Testamento el Señor pidió que se invoque su nombre sobre los israelitas:
«El Señor te bendiga y te guarde;
ilumine su rostro sobre ti y tenga misericordia de ti.
Vuelva a ti su rostro y te conceda la paz.»
Sin embargo, san Francisco incorpora las palabras finales: «El Señor te bendiga, hermano León», otorgando a la bendición el matiz propio de la presencia de un Dios personal ya que, según el evangelio de Juan, el Señor Jesús «llama a sus ovejas una por una», conoce a sus ovejas por su nombre (cf. Juan 10, 3). Así, por la mediación del «pobre de Asís», se cumplirían en fray León aquellas palabras de amor del Señor Dios a Israel: «No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío» (cf. Isaías 43, 1).

Las reliquias que Francisco legó a fray León

Francisco legó a fray León, no solo su famosa Bendición y la Carta de libertad evangélica, sino también su hábito, quizá el más precioso de los legados. Poco antes de morir, el intuitivo Francisco le dijo a fray León: «Esta túnica es tuya».2
La Bendición a fray León y el hábito de Francisco se conservan en la «Capilla de las Reliquias» de la Basílica de San Francisco de Asís, lugar proclamado patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000. Allí se veneran, junto con otro autógrafo de Francisco (las Alabanzas al Dios Altísimo), el texto original de la Regla franciscana (considerada como la Carta Magna del movimiento franciscano) y otros pocos objetos que se conservaron: sus sandalias de piel, el cuerno de marfil (regalo de Melek-el-kamel, Sultán de Egipto, en 1219), y el cáliz y la patena empleados por los frailes en La Porciúncula.
Siguiendo el consejo de Francisco, fray León conservó celosamente el manuscrito con la bendición hasta su propia muerte, acaecida el 13 de noviembre de 1271. Gracias a él tenemos esta reliquia autógrafa inapreciable: el pequeño pergamino en el cual se notan claramente los dobleces en cuatro, y el roce con la túnica de fray León, quien lo guardó mejor que el más preciado talismán, ya que la bendición que contenía le había devuelto la alegría y la paz.2
Ese pergamino, tan pequeño como sencillo, es uno de los testimonios fidedignos, no sólo de la espiritualidad de Francisco, sino también del afecto profundo y del reconocimiento que el «pobre de Asís» le profesó a fray León.

1El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti2Vuelva su rostro a ti y te dé la paz (Núm 6,24-26). 3El Señor te bendiga, hermano León (cf. Núm 6,27b).


El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti. Vuelva su rostro a ti y te dé la paz. El Señor te bendiga, hermano León.


El Señor te bendiga y te guarde;
te muestre su faz y tenga misericordia de ti.
Vuelva su rostro a ti y te dé la paz.
El Señor te bendiga, hermano León.


Apéndice:
Las palabras que fray León añadió con tinta roja en el autógrafo de las Alabanzas del Dios Altísimo y laBendición al hermano León, nos manifiestan las circunstancias en que se escribieron estos textos. En efecto, en el margen superior de la cara en que se encuentra la Bendición, se lee así:
«El bienaventurado Francisco, dos años antes de su muerte, hizo una cuaresma en el monte Alverna, en honor de la bienaventurada Virgen, Madre de Dios, y del bienaventurado Miguel Arcángel, desde la fiesta de la Asunción de Santa María Virgen hasta la fiesta de San Miguel de septiembre. Y se posó sobre él la mano del Señor. Después de la visión y de la alocución del Serafín y de la impresión de las llegas de Cristo en su cuerpo, compuso estas Alabanzas, escritas en el otro lado del papel, y las escribió de su propia mano, dando gracias a Dios por el beneficio que le había concedido».
Debajo del texto de la Bendición, el mismo fray León añadió, también con tinta roja, estas palabras:
«El bienaventurado Francisco escribió de su propia mano esta bendición a mí, fray León».
Finalmente, al pie del mismo lado del papel, debajo del signo "Tau y la cabeza" delineado por el bienaventurado Francisco, expone cuidadosamente:
«De manera semejante hizo de su propia mano este signo Tau, y la cabeza».












El Benedictus o Cántico de Zacarías es la oración que recitó Zacarías al volver a poder hablar tras el nacimiento de su hijo: San Juan Bautista. Alaba y da gracias a Dios por el Mesías, apenas se refiere a su hijo Juan, para decir cual será su función frente a Jesucristo. Se encuentra en el 1.er capítulo del evangelio de San Lucas, versículos del 68 al 79.(Lucas 1:68-79).
Dentro de la Liturgia de las Horas, el Benedictus es el Canto Evangélico empleado en el rezo de los laudes.
Anunción a Zacarías en una biblia etíope.
Texto en latín y en Griego antiguo:
Texto en latínTexto en lengua original en griego
Benedictus Dominus Deus Israel;
quia visitavit et fecit redemptionem plebis suæ:
Et erexit cornu salutis nobis, in domo David pueri sui.
Sicut locutus est per os sanctorum,
qui a sæculo sunt, prophetarum eius:
Salutem ex inimicis nostris,
et de manu omnium, qui oderunt nos:
Ad faciendam misericordiam cum patribus nostris,
et memorari testamenti sui sancti.
Iusiurandum, quod iuravit ad Abraham patrem nostrum, daturum se nobis:
Ut sine timore, de manu inimicorum nostrorum liberati, serviamus illi. In sanctitate et iustitia coram ipso, omnibus diebus nostris.
Et tu, puer, propheta Altissimi vocaberis,
præibis enim ante faciem Domini parare vias eius:
Ad dandam scientiam salutis plebi eius:
in remissionem peccatorum eorum:
Per viscera misericordiæ Dei nostri:
in quibus visitavit nos, oriens ex alto:
Illuminare his qui in tenebris et in umbra mortis sedent:
ad dirigendos pedes nostros in viam pacis.
Εὐλογητὸς κύριος ὁ θεὸς τοῦ Ἰσραήλ, ὅτι ἐπεσκέψατο καὶ ἐποίησεν λύτρωσιν τῷ λαῷ αὐτοῦ,
69 καὶ ἤγειρεν κέρας σωτηρίας ἡμῖν ἐν οἴκῳ Δαυὶδ παιδὸς αὐτοῦ,
70 καθὼς ἐλάλησεν διὰ στόματος τῶν ἁγίων ἀπ᾽ ἰῶνος προφητῶν αὐτοῦ,
71 σωτηρίαν ἐξ ἐχθρῶν ἡμῶν καὶ ἐκ χειρὸς πάντων τῶν μισούντων ἡμᾶς,
72 ποιῆσαι ἔλεος μετὰ τῶν πατέρων ἡμῶν καὶ μνησθῆναι διαθήκης ἁγίας αὐτοῦ,
73 ὅρκον ὃν ὤμοσεν πρὸς Ἀβραὰμ τὸν πατέρα ἡμῶν, τοῦ δοῦναι ἡμῖν
74 ἀφόβως ἐκ χειρὸς ἐχθρῶν ῥυσθέντας λατρεύειν αὐτῷ
75 ἐν ὁσιότητι καὶ δικαιοσύνῃ ἐνώπιον αὐτοῦ
πάσαις ταῖς ἡμέραις ἡμῶν.
76 Καὶ σὺ δέ, παιδίον, προφήτης ὑψίστου κληθήσῃ·
προπορεύσῃ γὰρ ἐνώπιον κυρίου ἑτοιμάσαι ὁδοὺς αὐτοῦ, 77  τοῦ δοῦναι γνῶσιν σωτηρίας τῷ λαῷ αὐτοῦ
ἐν ἀφέσει ἁμαρτιῶν αὐτῶν,
78 διὰ σπλάγχνα ἐλέους θεοῦ ἡμῶν, ἐν οἷς ἐπισκέψεται ἡμᾶς ἀνατολὴ ἐξ ὕψους,
79 ἐπιφᾶναι τοῖς ἐν σκότει καὶ σκιᾷ θανάτου καθημένοις, τοῦ κατευθῦναι τοὺς πόδας ἡμῶν εἰς ὁδὸν εἰρήνης.
«Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes por boca de sus santos profetas, para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian. Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza, del juramento que hizo a nuestro padre Abraham de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos en santidad y justicia bajo su mirada, durante toda nuestra vida. Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz».



CÁNTICO DE ZACARÍAS:
«Benedictus» (Lc 1, 68-79)

El Mesías y su Precursor
.

68Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
69suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
70según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
71Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
72realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
73y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
74Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
75le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
76Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
77anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
78Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
79para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
COMENTARIO AL CÁNTICO DE ZACARÍAS
El Evangelio según San Lucas nos dice que en tiempos de Herodes el Grande, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, casado con una mujer llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que oficiaba en el templo de Jerusalén, le tocó a él entrar en el santuario a ofrecer el incienso, y se le apareció el ángel del Señor, que le dijo: -No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. Él irá delante del Señor para prepararle un pueblo bien dispuesto.
Zacarías replicó al ángel: -¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada.
El ángel le contestó: -Yo soy Gabriel, y Dios me ha enviado para darte esta buena noticia. Pero mira: te quedarás sin poder hablar hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió su mujer, y cuando Isabel estaba de seis meses, el ángel Gabriel fue enviado también a María de Nazaret para anunciarle que concebiría y daría a luz al Hijo del Altísimo: ¡el misterio de la Anunciación y Encarnación del Verbo! También le dijo el estado de buena esperanza de su pariente. Luego, María marchó presurosa a visitar a su prima Isabel, entre ellas se cruzaron saludos proféticos y bienaventuranzas, María entonó su "Magníficat" y permaneció allí unos tres meses.
A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. A los ocho días fueron a circuncidarlo y lo llamaban Zacarías, pero la madre y luego el padre, éste escribiéndolo en una tablilla, dijeron que se tenía que llamar Juan. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua a Zacarías y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos y todos se preguntaban: -¿Qué va a ser este niño?
Entonces Zacarías, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel...», el Benedictus, así llamado por ser la primera palabra del texto latino.
En este cántico, que está lleno de citas y resonancias del Antiguo Testamento portadoras de la espera y la esperanza mesiánicas, pueden apreciarse dos partes: la primera, vv. 68-75, es un himno de alabanza y acción de gracias a Dios, salvador de su pueblo; la segunda, vv. 76-79, es una visión profética del Precursor, en la que se declara la misión a que está destinado. Zacarías comprende en aquellos momentos lo que está sucediendo y por ello da gracias: Dios va a redimir y liberar a su pueblo como lo redimió y liberó antaño de la esclavitud de Egipto; va a hacer realidad las promesas de Alianza hechas a Abrahán; y aquel niño, Juan, será el profeta que prepare la entrada del Señor que hará de su pueblo un pueblo libre que le sirva en santidad y justicia (BJ).
HIMNO DE ZACARÍAS: «BENEDICTUS»
Con el nacimiento del Bautista se cumple de manera visible el mensaje del ángel a Zacarías. Al ir a circuncidar al niño, la gente propone que le impongan el nombre de su padre, pero Isabel, la madre, sin duda por lo que su esposo le habría contado de la aparición del ángel, resuelve que se llamará Juan, y otro tanto sentencia el padre, que estaba sordo y mudo, escribiéndolo en una tablilla cuando se lo preguntan por señas. Inmediatamente Zacarías vuelve a hacer uso del lenguaje y sus primeras palabras son el cántico de alabanza divina. La impresión producida por la visible intervención divina es un temor sagrado, «quedaron sobrecogidos», y la noticia se extiende por los alrededores. Lo sucedido en la circuncisión del niño da que pensar a cuantos se enteran y es interpretado como señal de su predestinación para alguna misión extraordinaria: «¿Qué va a ser de este niño?». El evangelista añade un comentario que confirma la opinión del pueblo: la mano de Dios, símbolo de su protección y su providencia, actúa de manera visible desde un principio en la vida de aquel niño, venido al mundo ya en tan milagrosas circunstancias.
El himno de Zacarías muestra grandes semejanzas de ideas y sentimientos con el Magníficat. Al igual que éste, también el Benedictus se mueve totalmente dentro de la mentalidad del AT, quedando en el límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. El tema central del himno de Zacarías lo forman la misericordia de Dios y su fidelidad a su alianza. Al igual que el Magníficat es también el Benedictus, en su mayor parte, una compilación de pensamientos tomados del AT, de la que tampoco en este caso resulta una simple y hábil sucesión de reminiscencias vétero-testamentarias, sino una nueva unidad. También como en el Magníficat, sus pensamientos son, aunque no en la misma medida, afirmaciones de carácter general, distinguiéndose de aquél en su referencia expresa a la persona y la futura misión redentora de su destinatario (Juan el Bautista, vv. 76-77). Una diferencia con el Magníficat suponen también los rasgos judíos nacionalistas de su primera mitad (vv. 67-75).
La primera parte del himno (vv. 68-75) ensalza, al igual que el cántico de María, las grandes obras redentoras de Dios, que alcanzan su punto culminante en la misión del Mesías. La segunda (vv. 76-79) se vuelve al recién nacido hijo de Zacarías, cantando en proféticas palabras la tarea para la que Dios le ha destinado. Mientras que el Magníficat procede en su ideario de lo individual a lo general, de la persona de María «a la plenitud de la actuación divina», en el himno de Zacarías encontramos un orden inverso, lo cual radica, tanto en un caso como en el otro, en la situación respectiva de la persona que lo pronuncia. Zacarías queda lleno de Espíritu Santo, como antes Isabel (v. 41), en el momento de desatarse su lengua, y pronuncia su cántico en aquel estado de inspiración profética (v. 67).
V. 68. El himno comienza con las alabanzas dirigidas a Dios usuales en muchos salmos del AT y oraciones posteriores judías. La actuación de la misericordia, esto es, de la bondad y la indulgencia divinas, constituye el contenido único de la primera mitad del himno; la glorificación de Dios por la oración de los hombres puede consistir solamente en la sonora proclamación agradecida de sus obras. Los pensamientos se mantienen dentro del horizonte de la elección de Israel por parte de Dios como pueblo suyo. En previsión de la época de la salvación mesiánica, dada ya como presente, se refiere como un hecho que Dios ha visitado misericordioso a su pueblo en la opresión (cf. vv. 71 y 74), y lo ha redimido. La visita de Dios consiste en la misión del Mesías.
V. 69. «Un poder (o fuerza) salvador», literalmente «un cuerno de salvación» -el cuerno es aquí, como muchas veces en el AT, símbolo de la fuerza-, levantado por Dios, libertador poderoso, es el Mesías, que según la promesa del AT y las esperanzas judías surgiría de la estirpe del siervo de Dios, David. El contenido de lo que contempla aquí Zacarías como realizado o a punto de realizarse, era pronunciado con palabras semejantes en forma de súplica cotidiana por los piadosos judíos en la oración de las dieciocho bendiciones: «Haz brotar pronto el vástago de David, tu siervo, y levanta su cuerno con tu ayuda. Alabado seas, Yahvé, que haces brotar el cuerno de la salvación».
V. 70. Con la misión del salvador mesiánico ha dado Dios cumplimiento a las promesas hechas por boca de sus santos profetas. La expresión «desde antiguo» sería literalmente «desde los primeros tiempos», lo cual es una exageración retórica, ya que las promesas hechas a la casa de David no se remontan más allá de David mismo.
V. 71. Los versículos siguientes, 71-75, describen con más detalle la época de la salvación mesiánica. El v. 71 da una explicación del concepto «cuerno de salvación», «poder salvador» o «fuerza de salvación»; los enemigos y los que los odian son aquí, dentro del punto de vista vétero-testamentario judío en que va concebido todo el pasaje, los enemigos políticos y los opresores de Israel, quienes como enemigos del pueblo de Dios lo son también de Dios mismo. El v. 74 es, con todo, una prueba de que tales palabras no pueden ser entendidas como un grito de venganza.
VV. 72-75. La redención concedida por Dios a la generación de entonces es también, por la relación que con sus antepasados la une, una prueba de la «misericordia» divina con sus padres y de la fidelidad de Dios a su alianza. Al enviar al redentor mesiánico, cumple Dios la alianza, el pacto hecho una vez con los patriarcas. Dios cumple así el juramento bajo el cual prometió una vez al protopatriarca de Israel, Abrahán, para él y su descendencia, una posesión del país, libre del poder de sus enemigos.
El fin de la obra redentora divina era el procurar a su pueblo libertad frente al poder de enemigos externos. Pero el aspecto político de tal libertad no era su fin único ni primero, sino sólo condición previa de la libertad religiosa, que es la que debe dar a Israel la posibilidad de «servir» a Dios sin cesar, libre de todo temor de guerra o de opresión, como su pueblo santo, en piedad y justicia auténticas, esto es, en el fiel cumplimiento de su voluntad. Este servicio divino aquí referido es algo más que simple culto, es un servicio que incluye también una actitud moral, que, según el carácter de la ética bíblica, consiste en la obediencia a Dios y a su ley. A pesar de que Zacarías espera del Mesías la liberación política de su pueblo, falta en su ideal mesiánico todo rasgo guerrero o simplemente imperialista. También en el profeta Zacarías del AT aparece el Mesías como príncipe «manso», pacífico, cuya misión es instaurar el reino eterno de la paz en medio de un mundo impío. Los rasgos característicos de su reino son la justicia y la piedad auténtica, lo cual es uno de los pensamientos centrales de las esperanzas de redención del AT, como lo prueban los profetas más antiguos, Isaías y Sofonías.
V. 76. Con el v. 76 vuelve Zacarías su atención a la figura de su propio hijo, anunciando en palabras proféticas la misión para la que ha nacido. El versículo enlaza con la promesa de Gabriel a Zacarías de Lc 1,15-17. Este niño será llamado (esto es, será) profeta del Altísimo, que, según la profecía de Malaquías, preparará el camino al «Señor», esto es, Dios (no el Mesías), que viene misericordioso al encuentro de su pueblo.
V. 77. El v. 77 declara más en detalle en qué consiste este preparar los caminos. El Bautista debe instruir al pueblo sobre la verdadera naturaleza de la redención, llevarle a la convicción de que la salvación consiste en el perdón de los pecados y no en cosa otra alguna, siendo, pues, de carácter puramente religioso y no político. En este punto, el v. 77 sobrepasa claramente al v. 71 y al v. 74, pero sin ir más allá tampoco de la línea de la futura predicación del Bautista (cf. Lc 3,3).
VV. 78-79. La frase que sigue («Por la entrañable misericordia...»), colocada simplemente a continuación de lo anterior, apenas puede ser puesta en relación lógica con el «perdón de los pecados», sino más bien con el contenido total de los vv. 76b-77, dando como motivo de la obra redentora divina allí referida la «misericordia», cuya más grandiosa revelación es su visita de gracia al pueblo por medio del «Oriente [Sol naciente] de lo alto». Con los testimonios más antiguos, hay que suponer como texto originario el futuro «visitará». Precisamente este cambio entre pasado y futuro, con la tensión que lleva consigo, concuerda con la situación del himno, en el que se expresa la seguridad sobre la presencia de la época mesiánica, pero sin conocer aún su verdadera revelación y despliegue.
De suyo sería posible, en lugar de la traducción «Oriente», la de otros nombres, pero parece preferible la traducción «el Oriente», es decir, el sol en su salida, entendiéndolo como designación figurada del Mesías, quien, como «sol de justicia» (Mal 3,20), se aparecerá a los que yacían en las tinieblas del alejamiento de Dios producido por el pecado, para mostrarles el camino de la salvación. Zacarías se incluye a sí mismo, como lo prueba la expresión «nuestros pasos», en el número de los que yacían en las tinieblas.
De importancia para el enjuiciamiento, tanto del himno de Zacarías como del Magníficat, es la observación de que en ambos va entendida la venida del Mesías exclusivamente como revelación de la gloria divina, sin que se haga referencia alguna a su pasión y a su muerte, hecho que no sería explicable si ambos himnos hubieran sido compuestos en círculos judeocristianos o fueran cánticos judíos rehechos por mano cristiana.

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