martes, 2 de octubre de 2018

CUADROS POR ESTILO


MANIERISMO

l martirio de San Mauricio es una obra de El Greco, realizada entre 1580 y 1582 durante su primer período toledano. Se conserva en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Tras la muerte de Navarrete el Mudo en 1579, El Greco fue comisionado por el rey Felipe II para pintar el cuadro de un altar sobre el martirio de San Mauricio.
En este cuadro El Greco demuestra su capacidad para combinar complejas iconografías políticas con motivos ortodoxos medievales. Parece que la obra no fue del total agrado del Rey, por lo que no le hizo más encargos.1
El fallecimiento de Navarrete el Mudo en 1579 provocó la urgente demanda por parte de Felipe II de pintores que continuaran la decoración de El Escorial. El monarca eligió a El Greco como uno de los artistas consagrados que trabajarían en los retablos de la basílica, encargándole el que se instalaría en uno de los altares laterales dedicado al Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana que mandaba. Considerado uno de los santos patronos en la lucha contra la herejía y debido a la existencia de reliquias en la iglesia, se decidió que su presencia era necesaria. En el siglo III de nuestra era, San Mauricio era el jefe de una legión egipcia del ejército romano en la que todos profesaban el cristianismo. Durante su estancia en las Galias recibieron la orden del emperador Maximiano de realizar una serie de sacrificios a los dioses romanos. Al negarse, la legión que mandaba el santo fue ejecutada, siendo martirizados sus 6.666 miembros.
Doménikos quiso aprovechar la oportunidad que se le brindaba para mezclar una historia primitiva del Cristianismo -quizá ficticia- con acontecimientos contemporáneos para él. La figura de San Mauricio -vestida con una coraza azulada y barbado- aparece en la zona derecha del lienzo, en primer plano. Está acompañado de sus capitanes, en el momento de decidir si efectúan el sacrificio a los dioses paganos. A su izquierda contemplamos a San Exuperio con el estandarte rojo. Junto a ellos se encuentra un hombre con barba, vestido con túnica, que ha sido identificado con Santiago el Menor, quien convirtió a toda la legión al Cristianismo. Entre esos militares destacan dos, situados entre el santo y la figura que porta el estandarte. El de edad más avanzada es el Duque Manuel Filiberto de Saboya, comandante de las tropas españolas en San Quintín y Gran Maestre de la Orden Militar de San Mauricio. A su derecha, y más cerca del santo, se sitúa Alejandro Farnesio, duque de Parma, quien estaba en aquellos momentos luchando en los Países Bajos contra los holandeses.
En los planos del fondo, donde se desarrolla el martirio, encontramos el retrato de Don Juan de Austria, el hijo natural de Carlos V y vencedor de la batalla de Lepanto. Todas las figuras visten uniforme militar del siglo XVI, uniendo ambos hechos: la lucha de los generales españoles contra la herejía y el paganismo, igual que hizo San Mauricio.
En un segundo plano contemplamos el episodio más importante: el martirio. Los legionarios se sitúan en fila, vestidos con túnicas semitransparentes o desnudos, que esperan el turno para ser ejecutados. El verdugo se sitúa de espaldas, sobre una roca, y junto a él vemos de nuevo a San Mauricio, reconfortando a sus hombres y agradeciendo su decisión. Un hombre degollado refuerza la idea del martirio, exhibiendo un fuerte escorzo. La parte superior del lienzo se completa con un Rompimiento de Gloria formado por ángeles músicos, mientras otros portan palmas y coronas de triunfo. Estas figuras tan escorzadas se contraponen a la quietud de la zona principal.
La escena se desarrolla en un pedregal, olvidándose por completo Doménikos de situar el episodio en un lugar más adecuado ya que él está interesado por la espiritualidad de su escena.
Sin embargo, el hecho de relegar el martirio a un segundo plano y colocar la decisión más cercana al espectador provocó el rechazo de Felipe II, quien adujo la falta de devoción que a su entender inspiraban las figuras; por ello, se sustituyó el cuadro por otro de la misma temática del pintor italiano Rómulo Cincinato.
Doménikos se esforzó por hacer una obra sofisticada, recurriendo al estilo manierista como punto de partida. Así surgen las figuras de espaldas, los escorzos o las diagonales que se observan en la escena. Las figuras están claramente inspiradas en Miguel Ángel, con un canon escultórico que deja ver la anatomía bajo las corazas. Estas figuras tienen la cabeza pequeña y las piernas cortas en proporción con su amplio busto.
Los colores son ya casi tradicionales en El Greco, el amarillo, azul, verde o rojo, inspirados en la Escuela veneciana. San Mauricio porta el rojo del martirio y el azul de la eternidad. Sobre esos colores resbala la luz, contrastando las zonas iluminadas con otras en semipenumbra. La luz será fundamental ya que gracias a los focos de iluminación, el artista destaca lo que le interesa, existiendo un claro núcleo de luz que ilumina el martirio y que procedente del Rompimiento de Gloria de la parte superior.
En cuestión de cinco años, Doménikos se ha enfrentado a los dos clientes españoles más importantes: el rey y la catedral de Toledo. Ahora buscará su clientela entre los nobles y religiosos toledanos quienes comprenderán y estimarán su nuevo arte.










El martirio de san Sebastián es una de las obras más destacadas del pintor renacentista Doménikos Theotókopoulos, El Greco. Se conserva en la Catedral de Palencia, y es la obra cumbre de su museo catedralicio.
Se trata de una pintura realizada al poco de la llegada a España del pintor cretense, y presenta fuertes influjos de la pintura italiana contemporánea, que El Greco había tenido ocasión de conocer durante sus estancias en Roma y Venecia.

Descripción[editar]

El lienzo, de gran tamaño, muestra a un joven san Sebastiánatado a un árbol, desnudo y con una flecha en el costado. La inestable postura del santo, con una pierna flexionada sobre una roca y la otra tocando la piedra con la rodilla y apoyada en el suelo, muestra un típico contraposto de raigambre clásica, y permite al artista mostrar detenidamente la musculatura del tronco y del brazo derecho, atado a la espalda. El otro brazo se encuentra extendido hacia el vértice superior derecho, con la mano caída, lo que acentúa la sensación de debilidad ante el martirio. El tronco y la cabeza se encuentran levemente inclinados hacia la izquierda, iniciando el cuerpo del santo una torsión o postura serpentinata típicamente manierista. Se ha señalado que tanto el aspecto heroico del santo, como el interés por el desnudo (muy poco común en la pintura española) y la postura inestable y forzada pueden ser ecos de la obra de Miguel Ángel, cuyas obras vio El Greco en Roma.1
El fondo presenta un cielo azul profundo con celajes blancos de aspecto metálico, típicos del pintor, y un breve paisaje con algunos árboles de tonalidades pardas y verdes, entre los que se mueven algunos personajes, muy diluidos en la lejanía, que pudieran ser los ejecutores del suplicio. La roca sobre la que se apoya san Sebastián lleva inscrita la firma del autor. El ambiente que rodea la figura es realista, incluyendo la representación exacta del árbol al que se ata al santo (una higuera), así como la veraz captación de su rostro. No hay referencia alguna a lo sobrenatural, salvo la mirada alzada al cielo del joven mártir. El artista utilizó una composición muy similar en una obra tardía, un San Jerónimo en penitencia, conservado en la National Gallery de Washington.2​ El tema del martirio de san Sebastián lo trató el pintor en otro cuadro, igualmente de su época final y muy diverso formalmente del que tratamos, en el Museo del Prado.3
La gama cromática es más reducida que lo habitual en el Greco, aun cuando presenta notable riqueza, destacando los matices grises y pardos de las carnaciones y el paisaje, en contraste con el brillante azul del cielo, velado en parte por las nubes. El tratamiento de la luz es interesante, con un foco lumínico cenital, pero destaca aquí la ausencia del rompimiento de gloria que suele utilizar el pintor. El santo está resuelto con pinceladas gruesas y empastadas, al contrario del fondo, que las tiene más finas y sueltas.
No se conoce con exactitud cómo llegó la pintura a la catedral palentina, ni cuál fue su ubicación original. Figuró en la exposición de "Las Edades del Hombre" que visitó la ciudad en 1999 con el nombre de "Memorias y esplendores". La obra apenas ha sufrido intervenciones y su estado de conservación es óptimo. Fue restaurada y limpiada con motivo de la exposición antológica de El Greco que se exhibió en Madrid, Nueva York y Tokio.










El origen de la Vía Láctea es un óleo sobre lienzo del maestro del Renacimiento tardío Tintoretto y que fue pintado entre 1575 y 1580. La obra se exhibe en la National Galleryde Londres, aunque en el pasado fue parte de la colección de arte de Orleans.

Algunos historiadores apuntan que la obra perteneció inicialmente a la colección de Rodolfo II de Habsburgo, aunque posiblemente el único dato que corrobora esta hipótesis es un panfleto italiano de 1648, que establece que Tintoretto «pintó cuatro fábulas para el emperador entre las que se encontraba la pintura de Júpiter sujetando al pequeño Baco hacia el pecho de Juno».1​ Sin embargo para validar esta suposición, según los historiadores de arte Rose Marie Hagen y Rainer Hagen, es necesario conjeturar que el escritor debió cometer un error y haber confundido a Baco por Hércules.1
Rodolfo II adquirió numerosas obras de arte para consolidar su colección privada y fue mecenas de varios artistas de su época.2​ Durante el último año de la Guerra de los Treinta Años, precisamente el 26 de julio de 1648, la colección de arte y sus obras más valiosas fueron saqueadas del Castillo de Praga por los suecos. Las obras pasaron a pertenecer a la reina Cristina de Suecia, pero con su muerte, sus descendientes vendieron una fracción de la colección a Felipe II de Orleans.3​ Tras el estallido de la Revolución francesa, Felipe vendió una parte de la Colección Orleans a un grupo de nobles ingleses. De estas obras 25 fueron adquiridas por la National Gallery de Londres. Específicamente la obra El origen de la Vía Láctea fue comprada en 1890 al Conde de Darnley en una subasta por 1312 libras esterlinas.

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