Esculturas de Gregorio Fernández
El Cristo yacente de El Pardo o Cristo de El Pardo es una escultura barroca de principios del siglo XVII, tallada en madera policromada por Gregorio Fernández (1576-1636). Está considerado como una de las obras maestras del citado escultor.
Desde el año 1615, se exhibe en la iglesia del Convento de los Padres Capuchinos, edificio del siglo XVII situado en el barrio madrileño de El Pardo (España), topónimo del que toma su nombre.
Historia
Según la tradición, fue encargada en 1605 por el rey Felipe III, como ofrenda por el nacimiento ese mismo año de su primer hijo varón, a la postre Felipe IV. Gregorio Fernández la habría tallado en Valladolid, cuando tenía 29 años, al poco tiempo de instalarse en la ciudad castellana, donde estaba establecida la corte.
Frente a esta hipótesis, defendida por autores como Isabel Gea Ortigas, Antonio Arandillas y Gregorio Blanco García, otros historiadores sitúan su origen hacia 1614-1615. Es el caso de José Ignacio Martín González, quien basa su estudio en la calidad artística de la pieza, más propia de un escultor en su etapa de madurez (Gregorio Fernández tendría por entonces unos 39 años), que de un joven artista.
El citado investigador también argumenta que, dada la factura de la obra, ésta no parece ser cabeza de serie, como correspondería si hubiera sido tallada en el año 1605, sino, más bien, una de las últimas realizaciones de la serie de quince Cristos yacentes que se atribuyen a Gregorio Fernández y a su taller.1
En cambio, sí que existe constancia histórica de que la escultura fue donada al convento madrileño donde actualmente se exhibe, en el año 1615. Desde entonces ha permanecido en este lugar, salvo ciertos periodos, coincidentes con conflictos bélicos.
Durante la Guerra de la Independencia fue escondida por los vecinos de El Pardo en un punto indeterminado y, al estallar la Guerra Civil, fue trasladada a diferentes enclaves (el Museo del Prado, la Basílica de San Francisco el Grande, el Palacio Real de El Pardo y la Iglesia de Jesús de Medinaceli), hasta su regreso al Convento de los Padres Capuchinos en octubre de 1939.
Descripción
La escultura se guarda en una capilla lateral, construida entre 1830 y 1833 por el arquitecto Isidro González Velázquez, dentro de la iglesia de Convento de los Padres Capuchinos, fundado en el año 1612, bajo el impulso de Felipe III.
Representa a Jesucristo sobre un sudario, en posición yacente, una vez crucificado y trasladado al Santo Sepulcro. Se trata de un tema muy recurrente en la escultura española de los siglos XVI y XVII, ensayado, con anterioridad a Fernández, por Juan de Juni, Gaspar Becerra y Francisco de la Maza, entre otros escultores del Renacimiento.
La imagen está concebida para ser contemplada lateralmente. La cabeza del Cristo se inclina hacia el lado derecho, al tiempo que la pierna derecha aparece más levantada que la izquierda. La cabeza y parte del tórax se apoyan sobre una almohada, mostrándose inclinados, lo que contribuye aún más a esa percepción de lateralidad.
Los brazos se extienden sobre el lecho separados del tronco, buscando una cierta sensación de simetría, que también se aprecia en la cabellera, al quedar desplegadas varias madejas de cabello a ambos lados de la almohada.
Gregorio Fernández evitó cualquier signo que hiciera visible el rigor mortis, con la excepción de un leve hinchamiento del cuerpo. La idea de muerte se transmite enfatizando las heridas y llagas causadas por el vía crucis y la crucifixión, siguiendo las pautas estilísticas de la escultura religiosa española del barroco.
El Cristo de El Pardo se custodia en una urna de bronce y mármol, obra de Félix Granda, realizada en 1940. Fue regalada por Francisco Franco Bahamonde, que residía en el Palacio Real de El Pardo en aquella época.
El Señor atado a la columna es una de las obras maestras del escultor barroco español Gregorio Fernández, que la talló en 1619 para la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid. Constituye el mayor exponente de representación escultórica de Cristo atado a la columna por su perfección anatómica y serena expresión, sirviendo de modelo posterior a otras muchas del periodo Barroco a un nivel no superado.
La imagen se encuentra en la Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid, presidiendo un retablo en el lateral derecho del altar mayor. Actualmente es la imagen titular de la Hermandad Penitencial de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna, cofradía de la Semana Santa de Valladolid, a quien está cedida desde 1930 por el Arzobispo Remigio Gandásegui.
Historia
En 1619, Gregorio Fernández entrega a la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz un paso que representa el Azotamiento, y que podía estar compuesto por hasta siete figuras. A mediados del s. XVIII, se sabe que la figura de Cristo comenzó a desfilar en solitario, algo habitual y que ocurría con otros conjuntos, como el de La oración del huerto o La coronación de espinas, que, conformados por varias figuras, pasaron a desfilar sin los sayones para realzar la figura de Cristo. Se cree que el imaginero únicamente esculpió la figura principal, reservando a los oficiales de su taller los sayones, con lo que la calidad de éstos contrastaría con la belleza del Cristo. Además, otra explicación a que la talla desfilase en solitario pudo ser que la Cofradía de la Pasión tenía una escena del Azotamiento compuesta por cinco figuras realizadas hacia 1650 por Francisco Díaz de Tudanca y Antonio de Rivera, de la escuela de Gregorio Fernández, y que, aun siendo un notable conjunto (hoy propiedad del Museo Nacional de Escultura, con sede en Valladolid), su calidad es inferior a la maestría de la obra de Fernández, con lo que es probable que se prefiriera que desfilase en solitario la figura de Fernández y que la escena del Azotamiento se reservase para el otro conjunto.
La decadencia de la Semana Santa de Valladolid a lo largo del s. XIX trajo consigo la desaparición de algunas cofradías y de la merma del número de cofrades en otras. Ello llevó a la Cofradía de la Vera Cruz a no poder sacar a la calle todo su patrimonio (ocho pasos). La recuperación de la Semana Santa por el arzobispo Remigio Gandásegui en los años veinte llevó a la creación de cofradías nuevas, encargadas de alumbrar el patrimonio histórico de las desaparecidas o que las ya existentes no podían alumbrar. De esta forma, en 1930, a la creada Hermandad Penitencial de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna procedente de las Congraciones Marianas de San Luis Gonzaga y San Stanislao de Kostka se le encomendó alumbrar este Cristo y el paso de El azotamiento del Señor, procedente de la Cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo, ya mencionado.
El primer año en que la imagen volvió a salir en procesión, y ante la imposibilidad de encontrar los sayones que la acompañaban, se realizó una composición con varios sayones de Gregorio Fernández depositados en el Museo Nacional de Escultura. Al año siguiente, gracias a la catalogación que llevó a cabo Juan Agapito y Revilla, se descubrió que se trataba de sayones procedentes del paso Camino del Calvario, realizado por Gregorio Fernández hacia 1614. El paso mencionado fue reconstruido y procesionado por la Cofradía de Cristo Despojado, con lo cual la imagen volvió a procesionar en solitario, hasta hoy.
La propietaria de la talla sigue siendo la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz, si bien su titularidad devocional y su encargo de procesionarla está atribuida a perpetuidad por Decreto arzobispal desde 1930 a la ya mencionada Hermandad Penitencial de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna. La hermandad realiza los cultos a la imagen y la procesiona en la tarde del Lunes Santo en la Procesión del Rosario del Dolor y en la noche del Martes Santo, en cuya procesión titular, la de la Peregrinación de la Promesa, los cofrades hacen juramento de silencio. También procesiona con la citada hermandad en la Procesión General de Viernes Santo.
En 1998, con motivo del quinto centenario de la fundación de la Vera Cruz, ésta solicitó alumbrar en su Procesión de Regla de la madrugada del Viernes Santo la totalidad de sus pasos (en total ocho), lo cual le fue concedido.
Detalles de la imagen
La imagen destaca por la perfecta anatomía, a tamaño natural, por el realismo de sus heridas y llagas en la espalda (realizadas con corcho humedecido en barniz) y por el estilizado paño de pureza con pliegue al vuelo. La figura está apoyada en una semicolumna dórica de mármol negro, de influencia italiana.
Cómo desfila en procesión en la actualidad
La imagen desfila en una carroza de plata con tres niveles y cuatro voluminosas lámparas cerradas que fue realizada a principios de los años cuarenta y sustituyó a unas sencillas andas de madera. Tuvo la novedad de ser la primera carroza diseñada para ser guiada sin lanza, de forma que es empujada desde el interior sin necesidad de que sea guiada desde el exterior. Tan suntuosa carroza se completa con un adorno florar que es admirado en la Semana Santa de Valladolid por su elegancia y que suele marcar la estética florar de los desfiles de Pasión, en cuanto que la imagen sale el Lunes Santo y es de las primeras en estar preparada para su salida procesional.
Procesiones
- En la tarde del Lunes Santo en la Procesión del Santísimo Rosario del Dolor, acompañado por la Hermandad Penitencial de Nuestro Padre Jesús atado a la Columna. Desfila en segundo lugar, representando el Segundo Misterio.
- En la noche del Martes Santo en la Procesión de la Peregrinación de la Promesa, en la que es llevado hasta la iglesia de la Pilarica por su cofradía titular, y en donde los cofrades hacen la promesa de guardar silencio durante la procesión del Viernes Santo.
- La madrugada de Jueves Santo en la Procesión de Regla de la Santa Vera Cruz, acompañado por al Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz, ya que desde 1998 la cofradía se reserva el procesionar todo el patrimonio, aunque parte de él lo ceda a otras cofradías.
- La tarde de Viernes Santo en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor acompañado por su cofradía titular junto a los otros dos que posee la cofradía y que le preceden: Preparativos para la flagelación y El azotamiento del Señor.
Leyenda
La tradición afirma que al terminar Gregorio Fernández de esculpir esta magnífica talla, cobró vida y le preguntó al escultor: "¿dónde me viste, que tan bien me retrataste?", a lo que Gregorio Fernández respondió: "En mi corazón, Señor".
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