viernes, 4 de noviembre de 2016

Imperios - Antiguos imperios de europa

Introducción a la historia del Imperio Almohade y su dominio en Al-Andalus

De la misma manera que el surgimiento del movimiento religioso almorávide habría sido canalizado por algunas tribus bereberes para establecer un control efectivo sobre las rutas que, desde Ghana llegaban al norte de Marruecos y aún a al-Andalus, la generación de nuevas controversias teológicas, sería aprovechada por aquellos que no se habían visto beneficiados por el Imperio Almorávide. Ibn Tumart, el cual habría estudiado en Córdoba y Oriente, denunciaba que los almorávides habían atribuido a Allah rasgos demasiado humanos, aspectos o manifestaciones, de cuya existencia se podría derivar que Dios no es la Unidad y el todo, de modo que, para Ibn Tumart, los almorávides eran politeístas - de la misma manera que, para los musulmanes en general lo eran los cristianos a causa de la creencia en el Misterio de la Santísima Trinidad -. Pero los almorávides no sólo se habían convertido en al-mudjassimum - o humanizadores de Dios -, sino que se habían relajado tanto desde el punto de vista moral que no eran mucho más que kafiris - cafres era como denominaban los musulmanes a los africanos subsaharianos paganos -, de manera que, desde 1118 - año en el que cae Zaragoza a manos de Alfonso I el Batallador - Ibn Tumart comenzaría a predicar por todas las ciudades del Norte del Magreb contra ellos y en defensa de la Unidad de Dios.
Alfonso I el Batallador de Aragón, conquistador de la Zaragoza almorávide
No obstante, no es casualidad que fuera Ibn Tumart uno de los más vehementes apologetas contra los almorávides. Perteneciente a la tribu de los masmuda, estos bereberes del Alto Atlas eran sedentarios y se dedicaban a la agricultura, manteniendo relaciones hostiles con otras tribus menos asentadas como los zanata y los sanhaja, y habiendo recibido también el impacto de los árabes hilalies que asolaron el Norte de África en el S. XI.
Decoración almohade de l alminar de la Mezquita de Marrakech
Siendo los lemtas la tribu aglutinante del movimiento almorávide, los masmuda no se habían visto beneficiados por la constitución de su Imperio, siendo, por el contrario, sometidos por el mismo. Refugiado en el Atlas, en su comarca natal, logrará atraerse otras pequeñas tribus bereberes también excluidas del poder por los almorávides. Se ha destacado habitualmente, la gran capacidad organizativa del movimiento almohade en sus inicios, o la significación de la decisión de Ibn Tumart de proclamarse Mahdi - haciéndose así representante de Dios en la tierra, y por tanto, infalible e indiscutible -, pero sería el progresivo debilitamiento almorávide - al que ellos contribuyeron - lo que consolidaría al nuevo movimiento norteafricano.
Qubbat Barudiyin, Marrakech. Edificio almorávide
Tal es así que, en torno a 1130, los almohades se sentirían con fuerzas suficientes como para atacar la misma capital almorávide, Marraquech. El fracaso del ataque y el casi inmediato fallecimiento del nuevo predicador musulmán, podría haber resultado fatal para el movimiento almohade, pero los jefes bereberes se dieron cuenta del potencial subversivo de la nueva predicación - por ejemplo, la llamada a la oración no se hacía en árabe, sino en bereber, y en la misma se incluía el nombre del Mahdi, orillando al califa de Bagdad -. Así, no es extraño que el sucesor de Ibn Tumart, Abd al-Mumin (1130-1163), perteneciera a la poderosa y belicosa tribu de los zanata, que volvían a pugnar por convertirse en factotum en el Magreb y al-Andalus. Se avecinaba una nueva redistribución del poder entre las tribus y clanes bereberes, que no dudarían en unirse al movimiento almohade - los sanhaja también lo harían -.
Muralla de Marrakech
La nueva confederación de tribus bereberes, aglutinada e informada por las ideas religiosas almohades, lograrían acabar con el Imperio almorávide, con algunos otros principados bereberes septentrionales y, en fin, establecer su soberanía en Túnez e incluso Libia. También en la Península Ibérica, las campañas de Alfonso I el Batallador y las exitosas maniobras políticas de Alfonso VII de Castilla, reflejaban que el poder almorávide se erosionaba progresivamente, por lo cual, en diversas ciudades y comarcas andalusíes comenzaban a producirse movimientos de independencia respecto al poder almorávide, movimientos que retrotraían a la época de las taifas, tras el desmoronamiento del poder amirí y que llevaron al caudillo almohade al-Mumin a considerar la invasión de al-Andalus. No obstante, durante el invierno de 1146 y 1147, los almohades estaban empeñados en la conquista de Marrakech, por lo cual, la intervención en Europa estaba descartada por el momento. De hecho, en ese mismo año de 1147, los almohades tuvieron que replegarse y abandonar las plazas de Algeciras, Tarifa o Jerez, que habían tomado como avanzadilla para la posterior invasión. El recuerdo de la ocupación almorávide y el brutal comportamiento de los almohades en las zonas que ocupaban, llevaron a los andalusíes a la revuelta contra los nuevos invasores.
Alminar de la Koutoubia, Marrakech. Símbolo del poder almohade
Los andalusíes se encontraban divididos entre los que, como Ibn Mardanish, aborrecían la dominación africana y preferían convertirse en vasallos de Alfonso VII de Castilla y quienes, alarmados ante el avance cristiano, preferían estrechar lazos con el mundo islámico. Así, en 1150, el califa almohade logró reunir en Salé a varios jefes andalusíes con el objetivo de asegurar el paso del Estrecho y, unidos, arremeter contra los cristianos; los cristianos, ante la nueva amenaza norteafricana, hicieron lo propio en Tudején, firmando un pacto de colaboración en el que se establecían las líneas de expansión, evitando conflictos entre los dos reinos cristianos más poderosos de la Península. Sin embargo, con su fallecimiento, el reino se dividía en dos principados, León-Galicia y Castilla-Toledo, precisamente en un momento en el que, los últimos bastiones andalusíes, los de Ibn Ganniya de Badajoz y los de Ibn Mardanish de Valencia, caían en la órbita almohade.
Muralla de Cuenca
Inicialmente, Portugal y Cuenca se convertirían en frentes principales de la lucha entre cristianos y almohades, si bien, la presión de estos últimos no se revelaba tan intensa como la que habían ejercido los almorávides años atrás. Las cosas en el Norte de África no iban mucho mejor, dado que las tribus árabes de Ifriqiyya comenzaban a agitarse: la única solución para estabilizar la situación en ambos lados del Estrecho, pasaba por proyectar a belicosas tribus a España, de modo que 1178 es testigo de una virulenta ofensiva almohade en Portugal rápidamente respondida por Alfonso VIII, el cual, no solo repelió el ataque, sino que realizaría una campaña predatoria por la Baja Andalucía.
Castillo de Calatrava La Vieja, que no pudo ser defendida por los templarios ante la presión almohade
La Batalla de Alarcos
Lugar donde se desarrolló la batalla de AlarcosConfiado en su fuerza, Alfonso VIII presentó batalla a un nuevo contingente almohade en 1195, en Alarcos, resultando, no obstante, derrotado por la gran superioridad de los norteafricanos que, además, aprovecharían las tensiones internas en el campo cristiano para llegar a Plasencia o Trujillo, que quedaron arrasadas. Pasar más allá del Tajo se revelaba, para los musulmanes, como una empresa excesiva, por lo cual, regresarían de nuevo a África.
Restos del castillo de  Alfonso VIII. Alarcos
Quizás los califas almohades eran conscientes de que el centro neurálgico de su Imperio no era, en absoluto, la Península Ibérica, sino el Magreb y, por ello, tendían siempre a replegar sus tropas al otro lado del Estrecho; y no se equivocaban, puesto que pocos años después, estallaba una nueva revuelta bereber en Ifriqqiya, esta vez liderada por el almorávide Ibn Ganniya, los más vehementes enemigos de los que creían en la Unidad de Dios y que, aún resistían en Mallorca. Precisamente el primer golpe almohade contra sus feroces rivales se dirigió contra las Islas Baleares, para aplastar a continuación a los rebeldes del Norte de África.
Las Navas de Tolosa
La batalla de Alarcos recordaba a los cristianos, otros nombres no menos terribles como Sagrajas, de manera que se imponía aparcar las diferencias si se quería evitar una nueva inundación islámica de la Península. En este sentido, Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, se mostró especialmente activo, llevando a cabo intensas gestiones incluso en Roma para tejer una alianza cristiana no solo peninsular, sino europea.
Rodrigo Jiménez de Rada
Ello permitió hacer de esta nueva campaña una auténtica cruzada a la que se unirían numerosos caballeros, la mayor parte provenientes del Sur de Francia, además de otros ilustres personajes como el arzobispo de Burdeos o el obispo de Nantes, y otros especialmente relevantes como Arnaldo de Amaury, el que fuera legado pontificio durante la cruzada albigense y que, ahora en España, desempañaría la misma función.
Alfonso VIII de Castilla, protagonista de Alarcos y Navas de Tolosa
Solo Alfonso IX de León rehusaría unirse a la empresa, al desconfiar de una Castilla cada vez más poderosa con la cual, además, tenía contenciosos territoriales. Por su parte, también los cruzados provenientes, fundamentalmente, de Francia abandonarían pronto los ejércitos hispánicos movilizados, al conocer, decepcionados, las estrictas reglas del juego bélico peninsular: las vidas y propiedades de los musulmanes serían respetadas, siendo duramente reprimido todo acto cruel y violento perpetrado contra los habitantes de al-Andalus.
Torre del Oro. Edificio de la Sevilla almohade para la defensa del Guadalquivir
De modo que, no resultaría fácil obtener botín mediante la rapiña, sino participando en el esfuerzo bélico y de manera ordenada. Así pues, el 16 de julio de 1212, los ejércitos castellanos, catalano-aragoneses y navarros se daban cita en Jaén, muy cerca de donde, casi seis siglos después, se producirá una menos célebre batalla, la de Bailén, para enfrentarse a un tan numeroso como poco fiable ejército almohade, al que sorprenderán con una ágil maniobra y harán padecer una severa derrota.
Las Navas de Tolosa
Tras la misma, ya a finales de 1213 moría el califa almohade Abu Abd Allah. Le sucedía un niño, Yusuf II, que moriría no muchos años después, en 1224. El visir visir Uthman ben-Yamí mantenía la ficción de un gobierno sólido y poderoso, pero con los primeros síntomas de debilidad del poder central, habían vuelto a resurgir los poderes tribales que basculaban entre la pugna por hacerse con el poder y, simplemente, recuperar su autonomía para consolidar su posición local. Para evitar el caos, era necesario sostener el trono almohade, pero para fortalecer esa autonomía, era así mismo preciso mantener en dicho trono a un personaje débil y controlable, para lo cual, las auténticas fuerzas del Imperio nombraron al anciano al-Wahid como soberano en Marrakech.
Alminar almohade. Ermita de Nuestra Señora de Cuatrohabitán. Bollullos de la Mitación
El nombramiento de al-Wahid fue contestado por algunas tribus y por las tropas destacadas en al-Andalus, que aclamaron como cabecilla al gobernador de Murcia al-Adil, el cual, se proclamaría califa. Conscientes de que África era la clave para mantener el edificio imperial almohade, las tropas peninsulares almohades cruzarían el Estrecho en dirección a Marrakech.
Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla
Como ocurriera con los almorávides, la evacuación de las tropas almohades de al-Andalus sería aprovechado por líderes andalusíes para constituir estados soberanos e independientes, como es el caso de al-Bayarí, el cual se apoderaría de Jaén, Granada y Córdoba, de la misma manera que otros poderes se proclamaban independientes en Valencia y Murcia. Mientras, el antiguo gobernador almohade de la ciudad, al-Adil, entraba en octubre de 1227 en Marrakech poniendo las bases para un resurgimiento de los unitarios; sin embargo, no sólo en al-Andalus esta posibilidad era vista con aprehensión, sino que en el propio Magreb almohade cundió la alarma: el resultado fue el asesinato del murciano.
El alminar de la Mezquita de Sevilla (La Giralda) es un símbolo del poder del Imperio Almohade en Al-Andalus
Todavía el hermano de al-Adil, Ma'mun, fuerte en Sevilla, podía intentar rehacer la situación, pero el desmoronamiento del Imperio a uno y otro lado del Estrecho era imparable: sería otro líder andalusí, Ibn Hud, descendiente de los taifas de Zaragoza, el que acabaría con los últimos vestigios del poder almohade en la Península Ibérica al hacerse con Sevilla. Por su parte, la tensión bélica mantenida entre los almohades y los cristianos de Portugal, León y las Órdenes Militares se redoblaría tras las Navas de Tolosa, pero este proceso de resquebrajamiento contribuiría a espectaculares avances cristianos hacia el Valle del Guadalquivir donde pronto, Ibn Hud, sería también derrotado.
Torre de la muralla de Fez
Aprovechando la situación, el gobernador de Arjona, Muhammad ibn Nasr, de la tribu de los Banu al-Ahmar, se proclama independiente y toma Granada, dando lugar al linaje nazarí, mientras que los Banu Marin, iniciaban un proceso de expansión en el Norte de África que les llevaría hasta Siyilmassa, Fez, Rabat Salé o la propia Marrakech, en un proceso que retrotraía a los inicios de los imperios almorávide y almohade, incluyendo la intervención en España. Sin embargo, los reinos cristianos peninsulares, proceden a asegurar su posición haciéndose con el Valle Guadalquivir y el litoral mediterráneo. Sólo los conflictos internos y la política cada vez más europea de los reinos cristianos peninsulares, mantendrían un estado musulmán en la Península, más como vestigio de la invasión de 711, que como amenaza - a pesar de las tentativas benimeríes de reeditar los tiempos de las invasiones bereberes -.

http://www.arteguias.com/imperioalmohade.htm


El movimiento almohade fue fundado por el bereber Muhammad ibn Tumart, nacido en el anti-Atlas magrebí hacia 1080, quien probablemente en 1117 empezó a reaccionar contra lo que él consideraba relajación religiosa de los almorávides. Perseguido por éstos, se hizo fuerte, desde 1123, en Tinmmal, al sur de Marrakech, con sus seguidores, titulándose Mahdi, y consolidó antes de su muerte, en 1130, su característica doctrina rigurosa en el unitarismo divino y tan sobria inicialmente como eran sus costumbres bereberes no-urbanas, doctrina que adquirió plena dimensión política al lograr sus seguidores conquistar territorios y llegar a sustituir a la dinastía almorávide en el Magreb y al-Andalus en 1145-1146.Los califas almohades de al-Andalus fueron nueve e impusieron su poder sobre el Sur peninsular durante 84 años, de 1145-6 a 1232, cuando acabaron sustituidos por las terceras taifas, reunificadas por el sultanato de los Nazaríes de Granada, el último al-Andalus (1232-1492). En el Norte de África, los almohades fueron sustituidos por tres sultanatos: el de los Hafsíes en Túnez, el de los Zayyaníes en Tremecén y el de los Benimerines en el Magreb Occidental; los Benimerines tomaron la capital almohade de Marrakech en 1268 y, al año siguiente, aniquilaron su último reducto de Tinmal.Desde 1120 a 1268 en el Magreb, y desde 1145 a 1232 en al-Andalus, tres etapas distintas marcan diferencias en casi todas las manifestaciones del período almohade: primero, la fundación y consolidación de su doctrina y su Imperio, hasta la muerte del primer califa Abd al-Mumin (1163); segundo, su apogeo, durante los califatos de Abu Yaqub y Abu Yusuf (1163-1199), algo prolongado hasta 1212; y luego, la decadencia.En general, la férrea organización doctrinal y administrativa de esta dinastía, que, al extenderse en sus mejores tiempos desde la Tripolitania hasta el centro de la Península Ibérica, comunicó además amplias zonas y recursos, propició una brillantez cultural y una grandiosidad artística, en cuanto la cultura almohade dejó atrás el marco bereber estricto, y se enriqueció con los elementos de la alta cultura urbana andalusí.El califato almohade, junto con el califato omeya, representan las cimas de la titulación político-religiosa en al-Andalus, y en este sentido, acierta D. Urvoy al expresar que "fue el poder bereber quien, permitiendo remontar la crisis moral y social, procuró las condiciones para el completo desarrollo del pensamiento". Un pensamiento filosófico que es símbolo del esplendor cultural andalusí-almohade, acompañado por el orden gubernativo, el esfuerzo militar que logra la última gran victoria musulmana en la Península (Alarcos, 1190), aunque caiga en picado tras la derrota de Las Navas de Tolosa (1212). Y, también, buen engranaje en el comercio mediterráneo, como manifiestan diversos tratados con potencias italianas, hasta que en el siglo XIII se produzca un cambio de la situación anterior que hizo perder protagonismo a la iniciativa comercial andalusí y magrebí, en la cual hay que buscar una de las causas del declive musulmán al iniciarse la Baja Edad Media.Otra de las razones del declive y del retroceso territorial, que se vuelve imparable en al-Andalus tras la grave derrota de Las Navas de Tolosa, reside en una de las características que fue, en sus mejores tiempos, timbre de gloria de los almohades: su condición de socorredores militares de al-Andalus. Precisamente, el hecho de que no se reclutaran ejércitos suficientemente numerosos formados por andalusíes, sino que se recurriera a traer combatientes del Norte de África, acabó produciendo ese carácter poco militarizado evidente en la sociedad de al-Andalus que, cuando sin apoyos del Magreb (todavía en ayuda de los Nazaríes de Granada vendrán los Benimerines) le dejarán a merced de las treguas costosas con los reinos cristianos, o a merced de sus conquistas progresivas.En ambos aspectos: protagonismo andalusí en el comercio mediterráneo y protagonismo combatiente en la Península Ibérica, los almohades representan la última gran baza de los musulmanes del Occidente islámico, antes de que el peso de sus relaciones con la Cristiandad se incline definitivamente en su contra.

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