viernes, 18 de noviembre de 2016

Poemas por autor

Manuel Gutiérrez Nájera

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 Manuel Gutiérrez Nájera
(1859-1895)
Hace algunos meses se cumplieron cien años del fallecimiento de Manuel Gutiérrez Nájera, quien, como Mozart, murió a los 36 años de edad. Este gran hombre de letras fue originario de la Ciudad de México en la que transcurrió la totalidad de su existencia ya que, como afirma José Emilio Pacheco, tan sólo se ausentó de ella para realizar cortas visitas a Querétaro y a Veracruz, si bien habrá ido ocasionalmente a la hacienda que unos familiares suyos tenían en el estado de Puebla. Hacienda en la sitúa la dramática acción de uno de sus cuentos, La Mañanita de San Juan.
Escritor desde temprana edad, Gutiérrez Nájera cultivó diversos géneros literarios en prosa y en verso. Entre los primeros destaca su multifacética labor periodística en varias publicaciones dedicada, casi toda, a información y comentarios sobre sucesos, costumbres y personajes de la Ciudad de México que en conjunto constituye, al igual que la que habían cultivado antes Altamirano y contemporáneamente Sierra, una vívida crónica mundana y finisecular de la capital.
Esta ciudad se había afrancesado marcadamente en el primer cuadro tanto en su arquitectura., comercio, modas y gastronomía como en el pensamiento, la literatura. el empleo de términos en la lengua de Descartes y las corrientes artísticas que, no sin cierto snobismo, guiaban a su élite social e intelectual.
En este medio se desenvolvió la creatividad literaria de Gutiérrez Nájera que en su poesía siguió inicialmente modelos de Gautier y Musset para inclinarse, en su madurez, por los parnasianos v por algunos asomos al simbolismo y al modernismo, al que le abrió las puertas en su revista Azul .
De su poesía de intención cercana a la crónica destaca por su amable y elegante frivolidad La Duquesa Job., la cual en sus cuatro quintetos y catorce sextetos decasílabos elabora un simpático recorrido de un extremo a otro de las calles de Plateros y de San Francisco, las que desde 1915 son una sola: Madero, y que hasta los años cincuenta fueron las más refinadas y las más transitadas por la gran sociedad citadina.
De todos es sabido que Gutiérrez Nájera se sirvió de varios seudónimos, pero de ellos el más popular fue el de “Duque Job”. La Duquesa Job (1884) es, consecuentemente, el nombre que el poeta le dio a una joven mujer de la que estaba enamorado, cuya vida se desenvolvía a lo largo de Plateros y San Francisco, circunstancia que aprovecha para salpicar al poema con los sitios y personas locales en su quehacer cotidiano.
Estoy persuadido de que si el autor hubiera vivido unos meses más y de haber compuesto su Duquesa Job a fínales de 1895, en sus estrofas hubiera incluido también el Salón Rojo, primera sala cinematográfica que se estableció precisamente en México en una de dichas calles en ese año.
Como quiera que sea, La Duquesa Job es, también según José Emilio Pacheco "el primer poema hispanoamericano en el que frívolamente aparece lo que entonces era el mundo moderno". Este poema se ha hecho sumamente popular por la juguetona y pegajosa quinteta:
Desde las puertas de "La Sorpresa”
hasta la esquina del Jockey Club
no hay española, yanqui o francesa
Ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del Duque Job.
Ahora bien, durante mucho tiempo me pregunté, al igual que lo habrán hecho muchas otras personas, ¿qué cosa es La Sorpresa que remata el primer verso? Tardé mucho tiempo en comprender que tenía que tratarse de un establecimiento de alguna de las citadas calles que servía de referencia al poeta para indicar el predominio de la Duquesa de un extremo a otro de aquellas y que, puesto que el Jockey Club ocupaba la Casa de los Azulejos en San Francisco y el callejón de la Condesa, La Sorpresa tenía que encontrarse en el extremo opuesto.
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Tuve la suerte de localizar un grabado publicitario de hace un siglo, mismo que reproduje en mi libro México 1900 ya publicado. En él aparece el gran edificio del almacén de ropa y novedades La Sorpresa que pertenecía a la firma francesa A. Forcaude y Compañía, y se ubicaba en la esquina sureste de la Primera Calle de Plateros (ahora sexta de Madero) con la de La Palma. Un mapa con directorio comercial del centro de la capital, editado en 1883, lo confirma.
“Desde la esquina de La Sorpresa (sic) hasta las puertas del Jockey Club… "
“Así demarcó el ilustre Duque Job una zona de la geografía metropolitana donde, a la manera de los mapamundis antiguos podría inscribirse como título genérico Hic est vanitas (“aquí se halla la vanidad”)
"Pero en unos cuantos años que mirando hacia atrás me parecen otros tantos días, las cosas han cambiado tanto que no sólo esa zona urbana ha dejado de ser lo que fue, sino que aún los lugares que la demarcaban han desaparecido."
"Puede decirse que, con excepción hecha de los templos y uno que otro edificio del trayecto, todos los demás han cambiado, y aún dejado de ser. "
De esta manera se expresaba en sus Memorias José Juan Tablada, otro grande y polifacético escritor, refiriéndose al Duque Job y a las calles de Plateros y de San Francisco en los tiempos del refinado poeta modernista, hacia 1890, cuando el veinteañero Tablada acababa de conocerlo.
Este comparaba el aspecto que tenían entonces las dichas aristocráticas calles con el que presentaban un cuarto de siglo después, ya rebautizadas con el único nombre de Avenida Madero,una de cuyas placas identificadoras fue colocada personalmente por Pancho Villa.
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Por una singular coincidencia, el año de 1995, el del centenario de la muerte de Manuel Gutiérrez Nájera, lo fue también del cincuentenario de la de José Juan Tablada quien, en su mencionado libro, más adelante anota: "Conocí a Gutiérrez Nájera cuando vivía en el archimexicano rumbo de la calle de las Rejas de Balvanera, donde pude visitarlo gracias a nuestras relaciones de familia, pues la esposa del poeta, Cecilia Maillefert, era sobrina de mi hermano político, Manuel de Olaguíbel... "
"Dos o tres veces a la semana, mientras mis ocupaciones me lo permitieron, lo acompañé ... atravesando la Plaza de Armas... por Plateros en camino hasta la redacción de El Partido Liberal
Para la segunda fecha a que hace referencia en sus Memorias, José Juan Tablada dice que "...el Jockey Club ha cambiado y dejado de ser..." y, efectivamente, en 1915 ya funcionaba en la Casa de los Azulejos un conocido y favorecido café restaurante y tienda de regalos.
Empero, no menciona el escritor que para entonces La Sorpresa había cambiado su nombre por el de La Ciudad de Londres, si bien seguía siendo "un almacén francés" de ropa y novedades.
Con la primera de las razones sociales, y fundada por A. Fourcade hacia 1880, se mantuvo hasta principios de 1910 cuando la adquirió la firma J. Ollivier y Compañía mismo que la llamó La Ciudad de Londres unos meses después nombre que conservaría hasta su extinción en 1930 como una consecuencia del reflejo de la crisis desatada por la Gran Depresión.
Ahora que, si bien se extinguió como giro mercantil, el viejo inmueble de La Sorpresa no se destruyó sino parcialmente, y la fracción de la esquina suroriental de Madero y Palma, que es la que sobrevive, permanece con prestancia en nuestros días por sus valores intrínsecos, como edificio destinado a comercios y oficinas.
Resulta así muy satisfactorio el comprobar que, tras una supervivencia de por lo menos 125 años, todavía se tiene un buen edificio del Centro Histórico ubicado en el área que antaño se designaba como Primer Cuadro. Sin duda reemplazó, y esto es lamentable, a una casa virreinal, pero por lo menos estuvo dignamente construido.
El que ya existía hacia 1870, aunque con una fachada más sencilla en sus acabados exteriores, lo demuestra una vieja fotografía de esa época que corresponde al paramento sur de la primera calle de Plateros, foto que reproduce Guillermo Tovar de Teresa en su revelador y concientizador libro Historia de un Patrimonio Perdido.
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Fue posiblemente en 1880 cuando el señor A. Fourcade adquirió el inmueble, entonces lo remodeló interior y exteriormente y le añadió un cuarto nivel con el frontil redondeado, el cual se interrumpía con los vanos verticales de varias ventanas características de una mansarda.
Toda la fachada fue revestida de hermosa y bien trabajada cantera de chiluca, se la cortó en pancupé, y en éste se abrieron elegantes balcones en cada nivel. A lo largo de las cornisas del tercero de estos niveles se instaló un vistoso rótulo con la inscripción Sorpresa y Primavera, nombre que mantuvo hasta principios de 1910, la citada empresa J. Ollivier y Compañía adquirió los almacenes para llamarlo meses después La Ciudad de Londres.
La mapoteca Orozco y Berra cuenta con un magnífico plano del Primer Cuadro de la Ciudad de México elaborado en 1883 por la benemérita imprenta de Víctor Debray instalada, por cierto, a pocas calles de La Sorpresa, en la que ahora es la tercera de 16 de Septiembre.
Este curioso y útil mapa tiene como novedosas características. por un lado, que presenta muy bien delimitados todos los lotes de cada una de las manzanas con el nombre del propietario o el de la razón social que ostentaban, y por otro en el que en sus márgenes aparecen enlistados unos y otras por orden alfabético.
Es así como pueden verse en el lote de la esquina sureste del vértice de las calles de Plateros y La Palma y en el directorio marginal las inscripciones de Almacenes La Sorpresa.
En 1910, durante las fiestas del Centenario de la  independencia el edificio de La Sorpresa, al igual que otros inmuebles notables de la ciudad capital, lucieron una novedosa iluminación nocturna a base de e series de bombillas eléctricas. Con motivo de tales festejos, el almacén en cuestión ostentaba su nueva razón social: La Ciudad de Londres.

Los anuncios publicitarios y los hermosos membretes de papel impreso para la correspondencia de la casa comercial de principios de siglo muestran la bella y sólida arquitectura de La Sorpresa, que tanto atrajo la atención y movió la sensibilidad de Manuel Gutiérrez Nájera, al grado que la utilizó como punto de referencia en la calle de Plateros inmortalizándole por medio de la famosa quinteta que le resultó tan traviesa como su propia amada: la Duquesa Job.

FRENTE A FRENTE
Oigo el crujir de tu traje,
turba tu paso el silencio,
pasas mis hombros rozando
y yo a tu lado me siento.
Eres la misma: tu talle,
como las palmas, esbelto,
negros y ardientes los ojos,
blondo y rizado el cabello;
blando acaricia mi rostro
como un suspiro tu aliento;
me hablas como antes me hablabas,
yo te respondo muy quedo,
y algunas veces tus manos
entre mis manos estrecho.
¡Nada ha cambiado: tus ojos
siempre me miran serenos,
como a un hermano me buscas,
como a una hermana te encuentro!
¡Nada ha cambiado: la luna
deslizando su reflejo
a través de las cortinas
de los balcones abiertos;
allí el piano en que tocas,
allí el velador chinesco
y allí tu sombra, mi vida,
en el cristal del espejo.
Todo lo mismo: me miro,
pero al mirarte no tiemblo,
cuando me miras no sueño.
Todo lo mismo, peor algo
dentro de mi alma se ha muerto.
¿Por qué no sufro como antes?
¿Por qué, mi bien, no te quiero?

Estoy muy triste; si vieras,
desde que ya no te quiero
siempre que escucho campanas
digo que tocan a muerto.
Tú no me amabas pero algo
daba esperanza a mi pecho,
y cuando yo me dormía
tú me besabas durmiendo.
Ya no te miro como antes,
ya por las noches no sueño,
ni te esconden vaporosas
las cortinas de mi lecho.
Antes de noche venías
destrenzando tu cabello,
blanca tu bata flotante,
tiernos tus ojos de cielo;
lámpara opaca en la mano,
negro collar en el cuello,
dulce sonrisa en los labios
y un azahar en el pecho.
Hoy no me agito si te hablo
ni te contemplo si duermo,
ya no se esconde tu imagen
en las cortinas del techo.

Ayer vi a a un niño en la cuna;
estaba el niño durmiendo,
sus manecitas muy blancas,
muy rizado su cabello.
No sé por qué, pero al verle
vino otra vez tu recuerdo,
y al pensar que no me amaste,
sollozando le di un beso.
Luego, por no despertarle,
me alejé quedo, muy quedo.
¡Qué triste que estaba el alma!
¡Qué triste que estaba el cielo!
Volví a mi casa llorando,
me arrojé luego en el lecho.
Todo estaba solitario,
Todo muy negro, muy negro.
Como una tumba mi alcoba,
la tarde tenue muriendo,
mi corazón con el frío.
Busqué la flor que me diste
una mañana en tu huerto
y con mis manos convulsas
la apreté contra mi pecho;
miré luego en torno mío
y la sombra me dio miedo...
Perdóname, si, perdóname,
¡no te quiero, no te quiero!


LA SERENATA DE SCHUBERT
¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota
Esparciendo sus blandas armonías,
Y parece que lleva en cada nota
¡Muchas tristezas y ternuras mías!

¡Así hablara mi alma... si pudiera!
Así dentro del seno,
Se quejan, nunca oídos, mis dolores!
Así, en mis luchas, de congoja lleno,
Digo a la vida: -¡Déjame ser bueno!
-Así solllozan todos mis amores!

¿De quién es esa voz? Parece alzarse
Junto del lago azul, noche quieta,
Subir por el espacio, y desgranarse
Al tocar el cristal de la ventana
Que entreabre la novia del poeta...
¿No la oís como dice: "hasta mañana"?

¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso
Cruza, cantando, el venturoso amante,
Y el eco vago de su voz distante
Decir parece: "hasta mañana, beso!"

¿Por qué es preciso que la dicha acabe?
¿Por qué la novia queda en la ventana.
Y a la nota que dice: "¡Hasta mañana!"
El corazón responde: "¿quién lo sabe?"

¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!
¡Qué azules brincan las traviesas olas!
En el sereno ambiente ¡cuánta luna!
Mas las almas ¡qué tristes y qué solas!

En las ondas de plata
De la atmósfera tibia y transparente,
Como una Ofelia náufraga y doliente,
¡Va flotando la tierna serenata...!

Hay ternura y dolor en ese canto,
Y tiene esa amorosa despedida
La transparencia nítida del llanto,
¡Y la inmensa tristeza de la vida!

¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan...
Sueños amantes que piedad imploran,
Y como niños huerfanos, ¡se quejan!

Bien sabe el trovador cuán inhumana
Ara todos los buenos es la suerte...
Que la dicha es de ayer... y que "mañana"
Es el dolor, la obscuridad, !la muerte!

El alma se compunge y estremece
Al oír esas notas sollozadas...
¡Sentimos, recordamos, y parece
Que surgen muchas cosas olvidadas!

¡Un peinador muy blanco y un piano!
Noche de luna y de silencio agfuera...
Un volumen de versos en mi mano,
Y en el aire ¡y en todo! ¡primavera!

¡Qué olor de rosas grescas! en la alfombra
¡Qué claridad de luna! ¡qué reflejos!
...¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
Y la muerte, la pálida, qué lejos!

En torno al velador, niños jugando...
La anciana, que en silencio nos veía...
Schubert en su piano sollozando,
Y en mi libro, Musset con su "Lucía".

¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!
¡Cuántos hermosos versos! ¡cuántas flores!
En tu hogar apacible ¡cuánta calma!
Y en mi pecho ¡qué inmensa sed de amores!

¡Y todo ya muy lejos! ¡todo ido!
¿En dónde está la rubia soñadora?
...¡Hay muchas aves muertas en el nido,
Y vierte muchas lágrimas la aurora!

...Todo lo vuelvo a ver... ¡pero no existe!
Todo ha pasado ahora... !y no lo creo!
Todo está silencioso, todo triste...
¡Y todo alegre, como entonces, veo!

...Esta es la casa... ¡su ventana aquélla!
Ese, el sillón en que bordar solía...
La reja verde... y la apacible estrella
Que mis nocturnas pláticas oía!

Bajo el cedro robusto y arrogante,
Que allí domina la calleja obscura,
Por la primera vez y palpitante
Estreché con mis brazos, su cintura!

¡Todo presente en mi memoria queda!
La casa blanca, y el follaje espeso...
El lago azul... el huerto... la arboleda,
Donde nos dimos, sin pensarlo, un beso!

Y te busco, cual antes te buscaba,
Y me parece oírte entre las flores,
Cuando la arena del jardín rozaba
El percal de tus blancos peinadores!

¡Y nada existe ya! Calló el piano...
Cerraste, virgencita, la ventana...
Y oprimiendo mi mano con tu mano,
Me dijiste también: "¡hasta mañana!"

¡Hasta mañana!... Y el amor risueño
No pudo en tu camino detenerte!...
Y lo que tú pensaste que era el sueño,
Fue sueño, ¡pero inmenso! ¡el de la muerte!

........................................

¡Ya nunca volveréis, noches de plata!
Ni unirán en mi alma su armonía,
Schubert, con su doliente serenata
Y el pálido Musset con su "Lucía".

NON OMNIS MORIAN
¡No moriré del todo, amiga mía!
De mi ondulante espíritu disperso,
algo en la urna diáfana del verso,
piadosa guardará la poesía.

¡No moriré del todo! Cuando herido
caiga a los golpes del dolor humano,
ligera tú, del campo entenebrido
levantarás al moribundo hermano.

Tal vez entonces por la boca inerme
que muda aspira la infinita calma,
oigas la voz de todo lo que duerme
con los ojos abiertos de mi alma!

Hondos recuerdos de fugaces días,
ternezas tristes que suspiran solas;
pálidas, enfermizas alegrías
sollozando al compás de las violas...

Todo lo que medroso oculta el hombre
se escapará, vibrante, del poeta,
en áureo ritmo de oración secreta
que invoque en cada cláusula tu nombre.

Y acaso adviertas que de modo extraño
suenan mis versos en tu oído atento,
y en el cristal, que con mi soplo empaño,
mires aparecer mi pensamiento.

Al ver entonces lo que yo soñaba,
dirás de mi errabunda poesía:
era triste, vulgar lo que cantaba...
mas, ¡qué canción tan bella la que oía!

Y porque alzo en tu recuerdo notas
del coro universal, vívido y almo;
y porque brillan lágrimas ignotas
en el amargo cáliz de mi salmo;

porque existe la Santa Poesía
y en ella irradias tú, mientras disperso
átomo de mi ser esconda el verso,
¡no moriré del todo, amada mía!



LA DUQUESA JOB
En dulce charla de sobremesa,
mientras devoro fresa tras fresa
y abajo ronca tu perro "Bob",
te haré el retrato de la duquesa
que adora a veces al duque Job.

No es la condesa de Villasana
caricatura, ni la poblana
de enagua roja, que Prieto amó
No es la criadita de pies nudosos,
ni la que sueña con los gomosos
y con los gallos de Micoló.

Mi duquesita, la que me adora,
no tiene humos de gran señora.
Es la griseta de Paul de Cock.
No baila bostón y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres del five o'clock.

Pero ni el sueño de algún poeta,
ni los querubes que vió Jacob,
fueron tan bellos cual la coqueta
de ojitos verdes, rubia griseta
que adora a veces al duque Job.

Si pisa alfombras no es en su casa;
si por Plateros alegre pasa
y la saluda Madam Marnat,
no es, sin disputa, porque la vista,
si porque a casa de otra modista
desde temprano rápida va.

No tiene alhajas mi duquesita,
pero es tan guapa y es tan bonita
y tiene un perro tan v'lan, tan pschutt,
de tal manera trasciende a Francia
que no la igualan en elegancia
ni la clientela de Hélene Kossut.

Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita ni mas traviesa
que la duquesa del duque Job.

¡Cómo resuena su taconeo
en las baldosas! ¡Con qué meneo
luce su talle de tentación!
¡Con qué airecito de aristocracia
mira a los hombres, y con qué gracia
frunce los labios - ¡Mimí Pinsón!

Si alguien la alcanza, si la requiebra,
ella, ligera como una cebra,
sigue camino del almacén;
pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!
Nadie se salva del sombrillazo
que le descarga sobre la sien!

¡No hay en el mundo mujer más linda!
Pie de andaluza, boca de guinda,
sprint rociado de Veuve Clicquot
talle de avispa, cutis de ala,
ojos traviesos de colegiala
como los ojos de Louise Theo.

Agil, nerviosa, blanca, delgada,
media de seda bien restirada,
gola de encaje, corsé de "¡crac",
nariz pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el coñac.

Sus ojos verdes bailan el tango;
nada hay más bello que el arremango
provocativo de su nariz.
Por ser tan joven y tan bonita,
cual mi sedosa, blanca gatita,
diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah! Tú no has visto cuando se peina,
sobre sus hombros de rosa reina
caer los rizos en profusión.
Tú no has oído qué alegre canta
mientras sus brazos y su garganta
de fresca espuma cubre el jabón.

Y los domingos, ¡con qué alegría!,
oye en su lecho bullir el día
y hasta las nueve quieta se está!
¡Cuál se acurruca la perezosa
bajo la colcha color de rosa,
mientras a misa la criada va!

La breve cofia de blanco encaje
cubre sus rizos, el limpio traje
aguarda encima del canapé.
Altas, lustrosas y pequeñitas,
sus puntas muestran las dos botitas,
abandonadas del catre al pie,

Después, ligera, del lecho brinca,
¡oh quién la viera cuando se hinca
blanca y esbelta sobre el colchón!
¿Que valen junto de tanta gracia
las niñas ricas, la aristocracia,
ni mis amigas del cotillón?

Toco; se viste; me abre; almorzamos;
con apetito los dos tomamos
un par de huevos y un buen beefsteak,
media botella de rico vino,
y en coche, juntos, vamos camino
del pintoresco Chapultepec.

Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita ni mas traviesa
que la duquesa del duque Job.

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