martes, 18 de septiembre de 2018

LEYENDAS POR CULTURA - EUROPA

EN ESPAÑA

Leyenda de la fundación de Madrid

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Durante el siglo de Oro, numerosos literatos y eruditos crearon ad hoc una leyenda clásica que se amoldase a una hipotética fundación épica de la ciudad de Madrid, capital del que entonces era el Imperio español, al estilo de la legendaria fundación de Roma a cargo de Eneas.

Contenido[editar]

La leyenda supone que, entre los supervivientes que huyeron de la tragedia de Troya (entre los cuales también estaba Eneas), se encontraba el príncipe Bianor. Este intentó volver a Grecia, pero no fue capaz de encontrar una nave con la que escapar a través del Egeo, por lo que tuvo que huir a través de los Dardanelos, y acabó estableciéndose en la actual Albania, donde fundó su reino. A la muerte de Bianor, su hijo Tiberis le sucedió en el trono, y éste a su vez tuvo dos hijos, Tiberis y Bianor, legítimo e ilegítimo, respectivamente. Para evitar la pretensión al trono de su hijo ilegítimo, el rey Tiberis entregó una importante suma de dinero a la madre, la bella campesina Manto, apodada la fatídica, y a su hijo Bianor, a cambio de que abandonasen el reino. Madre e hijo se dirigieron al Norte, donde Bianor fundó la ciudad de Mantua, en honor a su madre.
Siendo rey de Mantua, Bianor tuvo un sueño en el que Apolo le aseguraba fortuna si abandonaba el recién creado reino y partía con su ejército a la tierra donde muere el sol. Tras el sueño, e influenciado por lo premonitorio del mismo, Bianor se puso el prenombre de Ocno, suyo significado es "el que ve el porvenir a través los sueños", y se aprestó a seguir el onírico consejo de Apolo. Según la leyenda, el viaje duró diez años, y una noche, mientras acampaba en un alto del camino, el dios Apolo volvió a manifestársele en sueños para indicarle que aquel lugar era el elegido para que fundase una nueva ciudad a la que dedicaría el resto de su vida.
Al despertar, Ocno se encontraba en una pradera llena de vegetación, surcada por numerosos arroyos, y donde apacentaban a sus ganados unas gentes que se hacían llamar carpetanos, gente sin patria que, según dijeron a Ocno, esperaban una señal divina para dejar de ser nómadas y asentarse en algún lugar. Al contarles Ocno su sueño, tanto su ejército como los carpetanos comenzaron a construir la muralla, el caserío y el palacio de la nueva ciudad. Y al construir el templo, surgió el conflicto sobre a qué deidad consagrarlo. Así, Ocno convocó en sueños a Apolo nuevamente para que éste resolviese el dilema. Finalmente, Apolo dio la respuesta: La ciudad debía consagrarse a la diosa Metragirta. Esta diosa de la Tierra, hija de Saturno, había ofrecido su propia vida para que desapareciese la discordia de la Tierra.
Al despertar, Ocno supo que tenía que seguir el ejemplo de la diosa Metragirta. Contó a sus súbditos la decisión de Apolo, y a continuación ordenó cavar un foso, donde se metió, y se hizo tapar con una losa. Carpetanos y soldados se sentaron a orar sobre la losa, y al poco, de una tormenta que se formó en la sierra vecina, apareció la diosa Metragirta sobre un carro tirado por dos leones, sacó a Ocno de su tumba y lo hizo desaparecer. Y a la ciudad la llamaron Metragirta, que pasó a Magerit y finalmente a Madrid.
Entre los errores que cometieron los redactores de esta supuesta leyenda, fue situar la fundación de Madrid en fecha anterior a la de Roma, cuando según la literatura clásica, Eneas era compañero en Troya del abuelo de Ocno.



Entre los pocos supervivientes que huyeron despavoridos al finalizar la guerra de Troya se encontraba el príncipe Bianor, el cual, tratando de evitar la masacre, se dirigió al puerto buscando alguna nave con la que abandonar el país.
Al no encontrarlas, se abrió camino hacia Grecia y después a Albania, donde fundó un reino. A su muerte, su hijo Tiberis, le sucedió en el trono. Tiberis tenía dos hijos, Tiberis y Bianor. El primero, legítimo de su matrimonio y el segundo engendrado con una bella aldeana llamada Mantua.
Tratando de evitar los problemas de sucesión en el reino, Tiberis dotó de una fabulosa riqueza a la aldeana Mantua y a su hijo Bianor, expulsándolos del reino rumbo a Italia.
Una vez en Italia, y en la región del norte, esta aldeana fundaría la ciudad de Manto, hoy conocida por Mántova.
Cuando Bianor alcanzó la madurez, se vio influenciado por un sueño, donde el dios Apolo le aconsejaba rehusar al reino que le ofrecía su madre, tomando la decisión de partir con sus huestes en dirección a la tierra donde muere el sol.
Antes de la partida, aconsejado por su madre, se puso el prenombre de "Ocno", cuyo significado era "el don de ver el porvenir en los sueños".
El viaje, que duró aproximadamente diez años, quedó interrumpido una noche, en la que de nuevo se le volvió a manifestar el dios Apolo, indicándole que, en ese mismo lugar debería fundar una nueva ciudad a la que tendría que ofrendar su vida.
Cuando Ocno despertó, pudo ver con sorpresa un terreno hermoso, apacible, rico en vegetación de encinas y madroños, con abundante agua. Cerca de este lugar, pastoreaban con sus rebaños unas gentes de carácter bondadoso y amable, llamados "Carpetanos" ó "Los sin ciudad", los cuales esperaban una señal de los dioses que les indicase donde asentar su patria.
Ocno les contó su sueño y allí mismo empezaron a construir una muralla, casas, un palacio y un templo. Cuando la ciudad estuvo acabada y se dispusieron a consagrarla a los dioses, surgió nuevamente el conflicto, ya que, mientras que unos eran partidarios del dios Apolo, otros no lo eran.
Ocno volvió a convocar a Apolo en uno de sus sueños, suplicándole que diera una respuesta a este conflicto.
Apolo volvió a aparecer y le indicó dos cosas importantes: la primera, que la ciudad debería consagrarse a la diosa "Metragirta", llamada también "Cibeles", diosa de la tierra, hija de Saturno, y la segunda, que había llegado el momento de ofrecer su propia vida para que cesara la discordia y se salvase la ciudad.
Al despertar, Ocno transmitió el sueño a sus gentes y mandó cavar un pozo profundo. Cuando estuvo terminado, se introdujo en el mismo y taparon la boca con una enorme losa tallada.
Todo el pueblo se sentó alrededor mientras oraban y entonaban cantos fúnebres, hasta que, la última noche de aquella luna, se desató una terrible tormenta y de las cumbres de Guadarrama, descendió en una nube la diosa Cibeles, que arrancó a Ocno de su tumba y lo hizo desaparecer.
Desde entonces, la ciudad se llamó con el nombre de la diosa "Metragirta". Después, pasó a ser "Magerit" y de aquí a Madrid, "La ciudad de los hombres sin patria".











Cristo de la Vega.jpg
El Cristo de la Vega es una leyenda popular toledana convertida en pieza literaria por José Zorrilla bajo el título A buen juez, mejor testigo, que fue incluida en su volumen Poesías (1838). La leyenda hace referencia a una figura de la antigua basílica de Santa Leocadia.

Trama[editar]

Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés de Vargas. Diego se va a la guerra, pero Inés pide a Diego que se case con ella cuando vuelva.1​ Ante el Cristo de la Vega, Diego jura casarse con ella al cabo de un mes a su regreso de Flandes.
Pasó el tiempo y Diego no regresaba mientras Inés lo esperaba impaciente. Tres años más tarde, Inés reconoció a Diego al frente de un grupo de caballeros que entraban a Toledo. Salió corriendo en su busca, pero Diego, que contaba con una nueva posición social y había olvidado sus promesas, giró el caballo y renegó de su juramento.
Desesperada pidió al gobernador de Toledo, don Pedro Ruiz de Alarcón, que intercediera. Al solicitar testigos, Inés se atrevió a presentar uno: el Cristo de la Vega.2​ El tribunal en pleno y muchos curiosos acudieron a la iglesia del Cristo de la Vega (Allá por el Miradero, por el Cambrón y Bisagra, confuso tropel de gente del Tajo a la vega baja.3​) y se arrodillaron ante el cristo. Tras preguntarle si había sido testigo del juramento, se oyó un "sí, juro" y los testigos pudieron ver que el Cristo tenía los labios entreabiertos como si hubiera hablado y la mano desclavada y estirada como para posarla en los autos.
Los dos amantes, inspirados, se retiraron a sendos conventos.

Cristo de la Vega en Semana Santa, Toledo
“Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés de Vargas. Habían mantenido relaciones prematrimoniales y ella, ante el conocimiento que de tal hecho tenía su padre, exige a su joven enamorado que reponga su honor contrayendo matrimonio…”

“A buen juez, mejor Testigo” o “El Cristo de la Vega”

Leyenda El Cristo de la Vega, placa cerámica en Toledo
Leyenda El Cristo de la Vega, placa cerámica en Toledo
Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés de Vargas. Habían mantenido relaciones prematrimoniales y ella, ante el conocimiento que de tal hecho tenía su padre, exige a su joven enamorado que reponga su honor contrayendo matrimonio. Él le contesta que debe partir para Flandes, pero que a su vuelta, dentro de un mes, la llevará a los altares.
Inés, no muy segura de las intenciones de¡ mozo, le pide que se lo jure. Diego se resiste hasta que ella consigue llevarlo ante la imagen de¡ Cristo de la Vega y que en voz alta y tocando sus pies jure que al volver de la guerra la desposará.
“Pasó un día y otro día, un mes y otro mes y un año pasado había, mas de Flandes no volvía Diego, que a Flandes partió”.
Mientras, Inés se marchitaba de tanto llorar, ahogándose en su desesperanza y desconsuelo, desesperando sin acabar de esperar, aguardando en vano la vuelta de¡ galán. Todos los días rezaba ante el Cristo, testigo de su juramento, pidiendo la vuelta de Diego, pues en nadie más encontraba apoyo y consuelo.
Dos años pasaron y las guerras en Flandes acabaron; pero Diego no volvía. Sin embargo, Inés nunca desesperó, siempre aguardaba con fe y paciencia la vuelta de su amado para que le devolviera la honra que con él se había llevado. Todos los días acudía al Miradero en espera de ver aparecer al que a Flandes partió. Uno de esos días, después de haber pasado tres años, vio a lo lejos un tropel de hombres que se acercaba a las murallas de la ciudad y se encaminaba hacia la puerta de¡ Cambrón. El corazón le palpitaba con fuerza a causa de la zozobra que la embargaba mientras se iba acercando a la puerta. Al tiempo que a ella llegó, la atravesaba el grupo de jinetes. Un vuelco le dio el corazón cuando reconoció a Diego, pues él era el caballero que, acompañado de siete lanceros y diez peones, encabezaba el grupo. Dio un grito, en el que se mezclaba el dolor y la alegría, llamándole; pero el joven la rechazó aparentando no conocerla y, mientras ella caía desmayada, él, con palabras y gesto despectivos, dio espuelas a su caballo y se perdió por las estrechas y oscuras callejuelas de Toledo.
Cristo de la Vega a su paso en Semana Santa por Santo Tomé
Cristo de la Vega a su paso en Semana Santa por Santo Tomé
¿Qué había hecho cambiar a Diego Martínez? Posiblemente fuera su encumbramiento, pues de simple soldado, fue ascendido a capitán y a su vuelta el rey le nombró caballero y lo tomó a su servicio. El orgullo le había transformado y le había hecho olvidar su juramento de amor, negando en todas partes que él prometiera casamiento a esa mujer.
“¡Tanto mudan a los hombres fortuna, poder y tiempo!”.
Inés no cesaba de acudir ante Diego, unas veces con ruegos, otras con amenazas y muchas más con llanto; pero el corazón de¡ joven capitán de lanceros era una dura piedra y continuamente la rechazaba.
En su desesperación, sólo vio un camino para salir de la situación en que se encontraba, aunque podía ser un peligro, pues era dar a luz pública su conflicto y deshonor; pero en realidad las murmuraciones en la ciudad no cesaban y todo el mundo hablaba de su caso. Tomada la decisión acudió al Gobernador de Toledo, que a la sazón lo era don Pedro Ruiz de Alarcón, y le pidió justicia. Después de escuchar sus quejas, el viejo dignatario le pidió algún testigo que corroborase su afirmación, mas ella ninguno tenía. Don Pedro hizo acudir ante su tribunal a Diego Martínez y al preguntarle, éste negó haber jurado casamiento a Inés. Ella porfiaba y él negaba. No había testigos y nada podía hacer el gobernador. Era la palabra del uno contra la del otro.
Cristo de la Vega, Toledo
En el momento en que Diego iba a marcharse con gesto altanero, satisfecho después de que don Pedro le diera permiso para ello, Inés pidió que lo detuvieran, pues recordaba tener un testigo. Cuando la joven dijo quién era ese testigo, todos quedaron paralizados por el asombro. El silencio se hizo profundo en el tribunal y, tras un momento de vacilación y de una breve consulta de don Pedro con los jueces que le acompañaban en la administración de justicia, decidió acudir al Cristo de la Vega a pedirle declaración.
Al caer el sol se acercaron todos a la vega donde se halla la ermita. Un confuso tropel de gente acompañaba al cortejo, pues la noticia de¡ suceso se había extendido como la pólvora por la ciudad. Delante iban don Pedro Ruiz de Alarcón, don lván de Vargas, su hija Inés, los escribanos, los corchetes, los guardias, monjes, hidalgos y el pueblo llano. «Otra turba de curiosos en la vega aguarda”, entre los que se encontraba Diego Martínez «en apostura bizarra”.
Entraron todos en el claustro, “encendieron ante el Cristo cuatro cirios y una lámpara” y se postraron de hinojos a rezar en voz baja. A continuación un notario se adelantó hacia la imagen y teniendo a los dos jóvenes a ambos lados, en voz alta, después de leer “la acusación entablada” demandó a Jesucristo como testigo:
“¿Juráis ser cierto que un día, a vuestras divinas plantas, juró a Inés Diego Martínez por su mujer desposarla?”
Tras unos instantes de expectación y silencio, el Cristo bajó su mano derecha, desclavándola del madero y poniéndola sobre los autos, abrió los labios y exclamó: -Sí, juro».

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