domingo, 8 de marzo de 2015

LITERATURA - GÉNEROS LITERARIOS

DIATRIBA : Diatriba (del griego clásico διατριβή, diatribé, «discurso hablado», «conferencia») es un escrito violento, a veces injurioso, dirigido contra personas o grupos sociales.
Originalmente, en su acepción griega, es el nombre dado a un breve discurso ético, concretamente del tipo de los que componían los filósofos cínicos y estoicos. Estas lecturas morales populares tenían con frecuencia un tono polémico, y «diatriba» adquirió pronto el sentido moderno de «invectiva».
El concepto de diatriba como escrito surgió en el siglo III a. C., atribuyéndose a Bión de Borístenes, filosófo cínico griego. Otros cínicos como Teles (siglo III a. C.) y estoicos como Musonio Rufo (siglo I) usaron la diatriba como su género principal.

El concepto de “diatriba” referido a la literatura filosófico-moral grecolatina fue lamentablemente sometido por la crítica decimonónica a un tratamiento altamente confuso y arbitrario, que no en vano mereció a principios del siglo XX el calificativo de “diatribomanía”. En efecto, bajo el sugerente concepto de “diatriba” y a falta de suficientes documentos que permitieran su estudio riguroso y objetivo, se acabaron etiquetando las más variadas manifestaciones literarias, en griego y latín, vinculadas, muchas veces de un modo sólo superficial, a los temas de la llamada “filosofía moral popular” (de inspiración más o menos cínica o cínico-estoica) de las época helenística e imperial. Se fue perdiendo así de vista (y esta ha sido de hecho la tendencia crítica más extendida hasta nuestros días) la primitiva idea que encerraba el término “diatriba” en la Antigüedad, al referirse a una variada relación de frecuentación y de “roce” dialéctico entre un maestro y sus discípulos. Dicha relación podía tener una base más o menos ficticio-literaria, o más o menos real, y en este caso verificarse, por supuesto, de muy diversos modos: ya sea en el marco de una escuela filosófica institucionalizada (caso, por ejemplo, de la Academia de Platón o del Liceo de Aristóteles, o, más tarde, de la Estoa de Zenón o del Jardín de Epicuro), ya sea en el marco de una relación escolar mucho más abierta e informal protagonizada por un filósofo-maestro que podemos llamar en cierto sentido “popular” (y aquí podemos citar sobre todo a los filósofos cínicos o a ciertos cínico-estoicos).
Es a esta multiforme realidad pedagógica en el ámbito de la filosofía a la que invoco como lema de mi sitio, una realidad que aúna filosofía y retórica en un autor que, situado (real o ficticiamente) en el papel de “maestro” se plantea con su palabra influir sobre la formación (ante todo moral) de individuos con respecto a los cuales se sitúa en un plano de proximidad. Ni que decir tiene que no es en absoluto esa la intención de quien suscribe. Simplemente, elijo ese lema por constituir un tema central en mis investigaciones, el de las relaciones entre la retórica y la filosofía en la Antigüedad grecolatina en el marco de una realidad (o de una ficción) pedagógica y con una intención del mismo tipo.
Por lo demás, la cabecera pástica de esta página de Inicio representa la figura del filósofo más conocido en lo que a la diatriba en la Antigüedad se refiere: Epicteto (s. I-II d.C.), acompañado de su muleta (señal de la cojera causada por su malévolo antiguo amo) y de su célebre lámpara de barro con la que leía de noche, y por la que, según la leyenda, a su muerte, un admirador llegó a pagar una importante suma de dinero (3000 dracmas), en la creencia (basada en esa estupidez tan propiamente humana) de que heredaría sin esfuerzo la sabiduría de su anterior propietario (cf. Luciano, Contra un ignorante 13).
En fin, la diatriba de la que hablamos aquí no tiene en esencia nada que ver con el moderno concepto de “diatriba” como libelo polemista, un sentido (de hecho el que figura normalmente en los diccionarios de nuestras lenguas modernas) que, como tal, sólo surgió en la época de la Ilustración francesa, con obras como la “Diatribe du docteur Akakia” deVoltaire (1752). En este tipo de diatribas, la disposición caracterizada por la proximidad-familiaridad (amistad) que subyacía siempre en el concepto antiguo viene reemplazada por una postura abiertamente distante y hostil.



LA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA .- .........................:http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Especial:Libro&bookcmd=download&collection_id=5a9661cf218caf23d9acf01b797495e3e877420e&writer=rdf2latex&return_to=Divulgaci%C3%B3n+cient%C3%ADfica


EJEMPLOS SOBRE LA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA .- ...........................................:http://www.csic.es/portales-de-divulgacion


LA DOXOGRAFÍA : La doxografía (del griego δόξα, 'parecer, opinión' + γραφία, 'escritura, descripción') es una rama de la literatura que comprende aquellas obras dedicadas a recoger los puntos de vista de filósofos y científicos del pasado sobre filosofía, ciencia y otras materias.1 El término fue acuñado por el helenista alemán Hermann Diels, en su obra Doxographi Graeci (Berlín1879).
Muchas de las obras de los grandes filósofos griegos no han llegado hasta nosotros. Nuestro conocimiento, limitado, de las mismas depende del trabajo de autores menores que recogieron en sus comentarios o biografías fragmentos o paráfrasis de estas obras perdidas.3 Se considera a Teofrasto, autor de Opiniones de los físicos, fundador de la doxografía.2 Un ejemplo clásico de la doxografía griega es la obra de Diógenes Laercio Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres,1 gracias a la cual se conoce lo poco que se sabe sobre algunos filósofos griegos, como los cínicos Diógenes de Sínope y Crates de Tebas.4 El léxico de Focio y la Sudapueden considerarse también obras doxográficas.


Doxografía es todo saber o conocimiento que resulta referido, situado o aislado acríticamente en un pasado histórico, o en un presente descriptivo irrelevante como tal presente. En el ámbito de la literatura, conduce a interpretaciones insulares, históricas, acríticas, ajenas al presente, distantes de toda incidencia en el mundo contemporáneo. Es un saber acerca de los textos de Homero, Rabelais, Goethe o Pessoa, desarrollado completamente al margen de su valor crítico en el espacio contemporáneo del intérprete. Doxografía literaria será, pues, toda interpretación acrítica que se haga de los materiales literarios.
El comentario doxográfico fosiliza el valor de la literatura, lo reduce a la expresión arqueológica de un mundo pretérito, históricamente consumido y críticamente clausurado. En este sentido, la Teoría de la Literatura no debe quedar reducida, a través de la crítica literaria, a una descripción históricamente clausurada y acríticamente inerte de la literatura ni de sus métodos de interpretación. La historia de las teorías literarias conforma el cuerpo doctrinal de la Teoría de la Literatura, históricamente reconocido, y que se constituye en disciplina histórica y filológica cuyo fin es el de interpretar, analizar, comparar, etc., los textos de las obras consideradas como literarias, así como sus autores, lectores e intérpretes o transductores. El uso históricamente cerrado de la teoría literaria es una doxografía, es decir, un análisis filológico, comentado, hermenéutico, pero aislacionista y anestesiado, diríamos incluso que sedado y domesticado, de los textos literarios. En el mejor de los casos puede llegar a ser una exposición histórica de los contenidos de la literatura, reduciendo con frecuencia la Historia a una “base de datos”. Así desarrollada, la crítica literaria es una rapsodia doxográfica.
En su aplicación a los materiales literarios, esta doxografía sería una suerte de filología o hermenéutica de los textos —a ellos quedan reducidas la pluralidad, exterioridad y codeterminación de los materiales literarios— en que se codifican las emociones, las ideas, a veces también las doctrinas, de autores del pasado.
Sin embargo, el saber literario no puede limitarse acríticamente a un saber doxográfico, porque la literatura es un discurso superior e irreductible a este tipo de conocimientos acríticos y pretéritos. La literatura no es un fósil. No es tampoco un material que haya que mitigar o domesticar para convertirlo en un producto acrítico, e ideológicamente digestivo ante tales o cuales sociedades y movimientos históricos. Por eso el saber literario es un saber acerca del presente y desde el presente. Es un saber de “segundo grado”, porque presupone la existencia de saberes previos, de “primer grado” (poética, filología, lingüística, retórica, ecdótica...) Estos saberes previos constituyen un estado de las disciplinas literarias o ciencias categoriales suficientemente desarrollado para que la Teoría de la Literatura pueda constituirse como una ciencia definida capaz de interpretar desde ellos los materiales de la literatura. La Teoría de la Literatura no es un amor a la literatura, ni nada de eso, sino un saber sustantivo, un saber en sí mismo, un conocimiento científico de naturaleza crítica y dialéctica.
El saber literario es siempre un saber contra alguien, un saber que nace y crece del conflicto dialéctico. Las ideas que interpretan la literatura surgen del conflicto dialéctico entre los diferentes conceptos que proporcionan las disciplinas literarias. Los conceptos son resultado de las ciencias, y definen categorialmente campos científicos cerrados; por su parte, las ideas son siempre objeto de una filosofía.
En las universidades europeas persiste, con insistencia cada vez mayor, el cultivo de géneros de investigación filológico-doxográficos completamente desconectados de la literatura inmersa en los problemas del mundo contemporáneo, mientras que en las universidades americanas dominan los géneros de interpretación política completamente desconectados de la literatura, pero estrechamente vinculados a creencias, etnias e ideologías blindadas por las leyes civiles, penales, y siempre intimidatorias, de lo políticamente correcto.
Disponer de conocimientos literarios no equivale a saber interpretar los materiales literarios. Lo primero se llama doxografía; lo segundo, capacidad para ejercer la crítica literaria en términos científicos y dialécticos, es decir, en contra de los discursos ideológicos dominantes, que han de ser triturados desde criterios científicos, y en contra de los discursos morales “políticamente correctos” (como se ha dado en llamar), que han de ser desmitificados desde una dialéctica que demuestre su incompatibilidad con otros discursos morales, o incluso éticos[1].
La doxografía es, en suma, el procedimiento más eficaz para disolver, reducir o jibarizar todo contenido crítico que pueda objetivarse en el ejercicio de la interpretación literaria. Es la forma de escritura preferida por los cobardes y por los colaboracionistas. Aunque estos últimos siempre disponen de otra preferencia más eficaz: la crítica ideológica, dignificada bajo el mítico marbete del compromiso. Ocurre con frecuencia: los intelectuales, antes que estar comprometidos con la verdad y la crítica, son simples colaboracionistas del poder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario