Estilos arquitectónicos del siglo XIX
Arquitectura ecléctica
El eclecticismo arquitectónico es una tendencia artística en arquitectura que mezcla elementos de diferentes estilos y épocas de la historia del arte y la arquitectura. Se manifiesta en Occidente entre 1860 y finales de los años 1920.
El término ecléctico viene del adjetivo griego (εκλεκτός) que significa "escogido" que a su vez deriva del verbo griegoescoger (εκλέγω), puesto que lo que harán los arquitectos, y artistas en general, de esta época, será escoger de toda la Historia del Arte lo que más les interesa. También se utiliza para definir este período la palabra Historicismo, que se refiere a una nueva visión de la Historia, en la que se indaga filosóficamente.1 Sus referencias serán el arte gótico (Neogótico),románico (Neorrománico) y oriental (Orientalismo, Exotismo).
Eclecticismo o Historicismo no se refieren a lo mismo, el historicismo es el uso de un lenguaje anterior y el eclecticismo es el uso de varios lenguajes anteriores en una misma arquitectura. Será un período complicado de la historia de la arquitectura en el cual existirá una superabundancia de tendencias que se entrecruzan, y unas muy diversas versiones de carácter nacional, ya que cada país intenta resucitar sus tradiciones más autóctonas, coincidiendo con los movimientos nacionalistaso regionalistas.
Contexto
Revolución Francesa y Neoclasicismo
Con el inicio del proceso revolucionario, se dejan atrás los símbolos del Antiguo Régimen. Frente a los modelos de arte refinado de la aristocracia y los grandes palacios barrocos de los príncipes, aparece una nueva retórica, con símbolos procedentes de la Antigüedad. Esta Antigüedad será el ideal que los revolucionarios procurarán recuperar para salirse de la viciada sociedad que había hasta ahora; el arte rococó se condena y se ensalzan la racionalidad y la austeridad. Boullée, David son ejemplos de la austeridad que imperará en la Francia republicana.
Más tarde, y con la autocoronación de Napoleón como emperador, el estilo neoclásico, con toda su simbología clásica pasará al servicio de éste, exaltando sus afanes imperiales, emulando al Imperio Romano.
Restauración y Romanticismo
La caída de Napoleón derribará el sistema creado en la Revolución Francesa, y la Restauración del antiguo orden sustituyó al aparato del breve período imperial. No obstante, las cosas no volvieron a asentarse tal como estaban en un principio: la burguesía, que se había alzado protagonista de las conquistas políticas y económicas en el período revolucionario, asentará ahora su posición y se consolidará como clase rectora, imponiendo sus gustos y preferencias.3 Dichos gustos difieren de los ideales heroicos, abstractos y severos del neoclasicismo, teniendo como primera manifestación propia el Romanticismo. Los burgueses encontrarán en los artistas bohemios románticos la forma de evadirse, y a los artistas les gustará poder disfrutar de las comodidades de la vida burguesa. Así pues, en este período de entre 1815 y mediados de siglo, convivirán estas dos realidades. Al mismo tiempo, con la caída de Napoleón, surge un rebrote del sentimiento religioso, que se manifestará artísticamente con sesgos románticos.
La arquitectura de la Segunda República y el Segundo Imperio
En 1848 termina la época de las restauraciones en Francia, dando comienzo a la Segunda República, de la cual será presidente el príncipe Luis Napoleón, que mediantegolpe de Estado se proclamará emperador en 1852, comenzando el Segundo Imperio, que durará apenas 18 años.
La Francia del Segundo Imperio va a procurar dar una imagen de brillante y espectacular. El gusto de este Segundo Imperio será, entonces, de gran pompa y fanfarria imperial, del agrado de los burgueses enriquecidos. En este empeño en asombrar al mundo con el esplendor del país, y de su capital, París, muy especialmente, se llevarán a cabo una serie de obras de enormes dimensiones, desde los ambiciosos proyectos de la Ópera de Charles Garnier, la reforma de la catedral de Notre Dame deViollet-le-Duc y la ampliación del Palacio del Louvre de Visconti hasta los planeamientos urbanísticos de las calles parisinas del barón Haussmann.
Estilos
Neorrománico
Neogótico
Neobarroco
Neobizantino
Neomudéjar
Neoárabe
Neorrenacimiento
Neogriego
Arquitectura georgiana
Características
La arquitectura ecléctica, toma sus raíces en la arquitectura historicista. Si la arquitectura historicista se dedicaba más a imitar las corrientes de la antigüedad (como la grecorromana) y no a incorporarles características de otras culturas o arquitecturas, la arquitectura ecléctica se dedica principalmente a la combinación de corrientes arquitectónicas.
Así, su característica principal es la de combinar dos o más estilos arquitectónicos en una nueva estructura, que a su vez, resulte algo nuevo, con características de las corrientes que toma, pero con otras nuevas.
El término de "arquitectura ecléctica" se aplica también de forma libre a la variedad de estilos surgida en el siglo XIX luego del auge neoclásico. De todas formas este período pasó a denominarse como "historicista" con el paso del tiempo.
En las últimas décadas del siglo XX se desarrolló, por otra parte, un nuevo auge del eclecticismo, de la mano de los conceptos del postmodernismo. Se ha denominado a esta corriente "neoecléctica".
Eclecticismo
El declive de la arquitectura clasicista se inició en la primera mitad del S.XIX debido a que el Neoclasicismo del S. XVIII, impuesto por la Academia, limitaba la creatividad del arquitecto a las normas clásicas.
La mayor ambición del siglo fue la de crear un estilo. Será el eclecticismo historicista el que rompa el rígido esquema académico permitiendo la creatividad y libertad compositiva.
El mismo término eclécticismo (del griego eklego, escoger), define la actitud de compaginar diferentes estilos históricos. Unrevival cargado de connotaciones moralizantes en busca del modelo ideal.
Diferentes motivos impulsaron esta nueva actitud. Por un lado, el interés surgido en torno a la arqueología; por otro, la desconfianza del Romanticismo hacia la razón y con ello hacia el estilo clásico, que asociado a la idea de racionalidad dio paso al interés por las arquitecturas medievales que rompían el canon del clasicismo. Y por último, el proyecto del Imperio Napoleónico de ocupar Europa y extender el estilo clásico como consecuencia, contribuyó a la aparición de sentimientos nacionalistas en todos los países ocupados que incitaron a la búsqueda de estilos autóctonos.
En 1845 los revivals gozaban de una gran difusión. El neogótico y el neorrománico se prefirieron en las construcciones religiosas, el clasicismo en los edificios oficiales y bancarios, el neoegipcio se empleó en arquitectura funeraria y el neoárabe, neoturco o neohindú en arquitecturas pintorescas o fantásticas.
Una peculiaridad de los revivals fue la posibilidad de elegir aquella opción que a gusto del arquitecto mejor se adaptase a sus fines, pudiendo construir a la vez en diversos estilos sin aparentes problemas de coherencia estilística. No hay que olvidar que en la formación y desarrollo de estos estilos medievales está siempre presente la necesidad de crear algo nuevo, un estilo moderno. Para ello también van a aprovechar los hallazgos tecnológicos de la sociedad industrial y de la arquitectura del hierro.
En Francia encontramos interesantes realizaciones y ejemplos del eclecticismo. Un ejemplo de arquitectura religiosa es Notre Dame de Lorette (1823-36) de L. H. Lebas. El aspecto exterior es el de un templo con pórtico tetrástilo de orden corintio, mientras que el interior con cinco naves recuerda a las basílicas paleocristianas.
Las obras que mejor identifican el París de Napoleón III son el Nuevo Louvre de L. T. J. Visconti y H. M. Leufel, que supone la unión del palacio del Louvre con el de Tullerías, y la Ópera, encargada mediante concurso público en 1860 a Charles Garnier.
Garnier consiguió diseñar un edificio de alto valor plástico, su fachada principal es una superposición de elementos. Desde el pórtico hasta la monumental galería superior con espléndidas columnas de orden gigante, todo está recubierto de una rica decoración escultórica. Muchos elementos empleados recuerdan al S. XVI italiano. La gran escalera principal da al conjunto un aspecto más escenográfico, encontramos un derroche de lujo y espectacularidad con mármoles, lámparas, esculturas doradas, consiguiéndose una atmósfera en la que el espectador debe entrar.
En Alemania, la aportación más auténtica al eclecticismo deminonónico es el Rrundbogenstil, una mezcla de paleocristiano, bizantino y románico que junto con el gótico y el primer renacimiento italiano, se unen a los planteamientos funcionalistas. Predominó sobre todo en el sur de Alemania entre 1830 y 1840 y fue una alternativa para la arquitectura religiosa protestante frente al gótico que estaba más próximo a los sectores católicos. La presencia del Rrundbogenstil queda patente en la Ludwingstrasse, una de las vías principales de Munich.
En España, las primeras libertades políticas que llegaron con la muerte de Fernando VII pusieron los cimientos a lo que sería el desarrollo del eclecticismo a lo largo del último tercio del S. XIX. Las prácticas de la Escuela de Arquitectura elaboran lo más reseñable, destacando dos generaciones de autores, los nacidos en 1850 y en 1875. Encontramos nombres como Velázquez Bosco, Rodríguez Ayuso, Repullés y Vargas, Antonio Martorel y Domènech, Puig i Cadafalch, Alejandro Soler o Aníbal González, etc.
La Exposición Universal de Barcelona (1888) significó la plasmación de un rico conjunto de arquitectura ecléctica, que apartada del mero historicismo, buscaba una apariencia nueva y moderna en el entorno español. La mayor parte de su edificios se han perdido, pero aún se conservan el Arco de Triunfo de Vilaseca y Casanovas que serviría para recibir a los visitantes que acudían al recinto ferial y el Café Restaurante de Doménech (hoy museo de zoología). La obra de Lluis Domènech, en la que conviven materiales tradicionales con el hierro, evoca un castillo medieval con almenas y torreones esquinados. Domènech también creó el desaparecido Hotel Internacional. Las viejas fotografías que se conservan son testigos de una estructura aparatosa y compleja.
Aparte de las obras realizadas para la Exposición Universal de Barcelona, los inmuebles que obedecen a principios eclécticos responden a temas arquitectónicos que nacen en el siglo XIX o que manifiestan un auge en estos años: construcciones de carácter institucional como diputaciones, ayuntamientos y ministerios, estaciones, mercados, teatros, casinos, escuelas, bancos, edificios bursátiles, culturales, kioscos de música, etc.
En el entorno madrileño Ricardo Vázquez Bosco realizó el destacado edificio del Ministerio de Fomento (1892), hoy Ministerio de Agricultura, con citas tanto al pasado como a la arquitectura francesa del momento y con la estructuración de patios cubiertos por estructuras de hiero y cristal. En él conviven imágenes muy diversas en un mismo entorno, proporcionando rasgos de espectacularidad tanto en el interior como en el exterior.
En Barcelona, se enfatiza la función del edificio a través de las líneas arquitectónicas. El Palacio de Justicia de Barcelona, realizado entre 1887 y 1898 por Sagnier y Joseph Domènech i Estapà, muestra una planta rectangular y sus esquinas están rematadas por cuatro torres y dos más que flanquean la portada principal.
El Teatro Arriaga de Bilbao (1885), elaborado por Joaquín Rucoba; el Teatro Cervantes en Málaga (1870) de Jerónimo Cuervo; el edificio de Banco de España construido por Eduardo de Adaro; el de la Bolsa de Enrique Repullés y Vargas; la Real Academia Española de Miguel Aguado; la Diputación de Vizcaya en Bilbao de Aladrén (1892) y el ayuntamiento de La Coruña de Pedro Miaño (1901) son algunos ejemplos más de la arquitectura ecléctica en España.
El término proviene del vocablo griego exlego, escoger, y ésta es en síntesis su íntima naturaleza: aquel estilo que se conforma de la elección y combinación de formas procedentes de diferentes lenguajes y que fundidos dan uno nuevo. Cuando abordamos la Historia de la Arquitectura comprobamos que el eclecticismo es casi una constante; pocos son los momentos en que un estilo se nos ofrece puro, sin mezclas o adiciones y, sin embargo, en la arquitectura decimonónica hay algo diferenciador y definidor, hay una voluntad estilística que conscientemente busca un nuevo lenguaje a través de estas formas que no son originales.
Este es el espíritu que impregna gran parte del siglo XIX. A comienzos de siglo, el filósofo francés Cousin ya propone este sistema. Thomas Hope en 1835 lo hace suyo para el mundo de la arquitectura, pero no se conforma sólo con mirar el pasado, sino que aconseja conjugarlos con los presentes e incluso con las posibilidades que surjan en el futuro. En España Juan de Dios de la Rada Delgado, en el discurso de ingreso a la Academia confirma la solución del eclecticismo al decir que "nuestro siglo tiene un espíritu de asimilación". También otras soluciones contemporáneas miraban hacia atrás; los historicismos se presentan como otra de las alternativas a la búsqueda de un estilo que sacara a la corriente clásica del callejón sin salida al que había llegado.
Desde que los artistas italianos habían interrumpido el desarrollo del gótico en el siglo XV, la arquitectura había vivido del legado grecorromano; ahora era necesaria una nueva respuesta y no se hallaba. Por eso, en principio, el eclecticismo se planteó como una solución transitoria hasta que se lograra el estilo propio.
La evolución de este lenguaje es, a grandes rasgos, bastante simple, pues paulatinamente se va perdiendo el rigor clásico para alcanzar formas más libres y de mayor complejidad.
En España el retorno de Fernando VII significó también para la arquitectura una continuación de los principios clásicos. Tenemos que esperar al reinado de Isabel II para constatar cómo, aun dentro de las estructuras clásicas, la libertad estilística es un hecho. Por último, en la Restauración el recuerdo del clasicismo resulta cada vez más lejano y la libertad ecléctica es completa.
En cualquier caso, el elemento ornamental adquiere una importancia mayor, puesto que ahora va a ser uno de sus aspectos diferenciadores. El arquitecto ecléctico mantiene durante poco tiempo una señal que personalice su obra, pues ahora puede escoger entre diversas opciones (toda la gama de historicismos además del versátil eclecticismo), pero incluso no tiene inconveniente en resolver una construcción dando a escoger al promotor diversos tipos de fachada, lo que nos habla más de una falta de convicción que del deseo de dar con el estilo que centrara esta situación de indeterminación.
En nuestro país, la salida más correcta y lógica al neoclásico fue el neorrenacimiento, puesto que se seguían moviendo por parámetros similares. Pascual Colomer fue uno de los pioneros en la evolución hacia fórmulas más sueltas. En 1842 se presenta al concurso para levantar un palacio de Congresos obteniendo el premio: si su planta está cerca de los postulados neoclásicos, la fachada resulta mucho más libre por cuanto al pórtico clásico se contrapone el resto de la fachada con soluciones cuatrocentistas. El neorrenacimiento es claro en el Palacio del Marqués de Salamanca, cuyo estilo lombardo se desarrolla dentro de una decoración muy alejada del estilo anterior.
Si Colomer pertenece a la última generación académica, Jareño se integra ya en esas primeras promociones tituladas en la Escuela de Arquitectura. Como bien dice Navascués, el cambio fue paulatino, pues los primeros profesores pertenecían a la generación académica y es lógico que las enseñanzas impartidas estuvieran impregnadas de los antiguos conceptos. La nueva generación también cultivó el italianismo, pero para ellos era el inicio de algo que derivaría pronto por otros derroteros. Jareño, por ejemplo, tiene como obra máxima la Biblioteca Nacional en la que, aunque sufrió considerables cambios con respecto al proyecto por los avatares de su larga ejecución, podemos comprobar la influencia del neohelenismo en la fachada, posiblemente en parte por la fuerza que ejerce la obra deSchinkel.
El período transcurrido entre el derrocamiento de Isabel II y el advenimiento de su hijo Alfonso XII (conocido también como Sexenio Revolucionario) es rico en experiencias y es también durante estos años cuando se suceden una serie de cambios que desembocan en esa fértil etapa que es la Restauración.
Con Ortiz de Villajos, el eclecticismo llega a su madurez, logra un estilo propio, conjugando diversas soluciones que, como hemos indicado, al fundirse producen un estilo nuevo y sin relación con los primeros. La iglesia del Buen Suceso se configura como arquetipo de su estilo personal.
Estas dos soluciones van a ser los caminos por los que normalmente caminará el eclecticismo: la raíz clásica y la raíz medieval, si bien la primera es más abundante. Cuando empleemos el calificativo clásico no nos circunscribimos sólo al renacimiento o al neoclasicismo, sino a todo el ciclo de la Edad Moderna. No es muy raro ver la mezcla de elementos entre los que cabe mencionar todo un repertorio extraído del barroco francés.
Francia siguió siendo el origen de muchas maneras arquitectónicas. Una de las que más éxito obtuvo fue el estilo II Imperio, surgido a mediados de siglo y procedente del barroco francés. Es una fórmula exuberante, repleta de elementos decorativos, que alcanza una rotundidad de formas muy corpóreas, así como la solución del remate, tremendamente movido, a base de pabellones en los extremos y en los cuerpos centrales.
En España se adopta plenamente, desplazando la discreción del neorrenacimiento italiano.
Entre los que optan por las soluciones neomedievales hay que destacar la figura de Fernando Arbós y Tremanti en algunas de sus obras más importantes. Ya en el proyecto de la basílica de Atocha incluye fórmulas medievales italianas; también en la iglesia de San Manuel y San Benito proyectó Arbós elementos arquitectónicos italianos, como la torre, o fórmulas decorativas, de modo que ciertos ecos orientalizantes pueden proceder de soluciones vénetas que se emparentan con el mundo bizantino. Arbós es también una muestra de la capacidad del arquitecto decimonónico para alternar las soluciones y los cambios más imprescindibles. Al lado de esta arquitectura religiosa, nuestro arquitecto ejecuta un edificio para la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en una línea diametralmente opuesta, pues se aproxima a ciertas concepciones racionalistas; es conveniente recordar que es ésta una de las primeras obras, compartiendo además el proyecto con José María Aguilar y Vela.
El eclecticismo de Mélida va también por derroteros de matiz histórico. Con una obra amplia y diversa es el arquitecto más completo de su generación: escultor, ceramista, decorador, diseñador, arquitecto... Arturo Mélida sigue en sus edificios más conocidos el eclecticismo historicista, como en la Escuela de Artes Industriales que levantó junto al convento de San Juan de los Reyes en Toledo (restaurado por él), donde funde formas isabelinas con otras mudéjares. Este estilo triunfó en el pabellón para la Exposición de París de 1889, premiado y muy elogiado, acompañado por toda la rica decoración cerámica que había mostrado en otros.
La abundancia de lenguajes que se fueron presentando durante el siglo XIX recortaron bastante el monopolio arquitectónico que durante años mantuvieron los estilos clásicos; sin embargo, quedó una parcela en la que la arquitectura clasicista se mantuvo incólume durante toda la centuria: los edificios de carácter representativo. Siempre se le adjudicó a los órdenes clásicos la virtud de representar el poder, quizá por la dignidad que ellos conllevaban, quizá por el espíritu distante, óptimo para las instituciones; en cualquier caso, hasta entrado el siglo XX no imaginamos un edificio de carácter público que no se vea acompañado por detalles clásicos. En el Madrid de la Restauración, que intentaba ponerse a la altura de otras capitales europeas, muchas instituciones carecían de inmuebles dignos y en este aspecto fue abundante la intervención de la última generación plenamente decimonónica.
Adaro con el Banco de España, Aguado con la Real Academia de la Lengua o Repullés con el edificio de la Bolsa son algunos de los nombres más significativos. Pero la figura más conocida a nivel popular quizás sea Ricardo Velázquez Bosco. Sus edificios, siempre sobre la base de un aspecto monumental, reiteran la disposición: fachadas, comúnmente amplias, acotadas por pabellones esquineros y un cuerpo central bastante ampuloso, igualmente resaltado. La plasticidad que le confiere a ciertas partes de la obra (mansardas, por ejemplo) y algunos elementos decorativos lo aproximan al estilo II Imperio. Así lo podemos comprobar en la Escuela de Ingenieros de Minas o en el Ministerio de Fomento. Pero incluso en edificios que, por su funcionalidad, se alejan de las tipologías anteriormente mencionadas, como el Palacio Velázquez, mantienen su apego a la grandilocuencia.
En el resto del país, el eclecticismo tiene también un fuerte arraigo. De inmediato viene a la mente el caso de Cataluña, zona en la que se dan las condiciones óptimas para desarrollar este estilo:
1) Una economía fuerte gracias a una industria que se mantenía, a pesar de las crisis económicas.
2) Una burguesía rica con un modélico espíritu ciudadano gracias a otro factor básico, el nacionalismo moderado y maduro que le lleva a luchar con las armas que ofrece el gobierno central para lograr una autonomía amplia.
3) Un resurgimiento cultural que le sirve de base para identificarse como pueblo a través de su lengua, su literatura y su arte.
Barcelona cuenta con una legión de arquitectos que también buscaban un nuevo estilo; Doménech i Montaner en su escrito "En busca de una arquitectura nacional", con planteamientos similares a los de Thomas Hope, ofrece una solución que, por otra parte, no creemos que sea exclusivamente catalanista. Viene a ser, por tanto, una voz más en el panorama general de búsqueda de un estilo. Por esos años se insiste especialmente en el historicismo, pues se trata, como escribiera Mireia Freixa, de asumir la tradición al mismo tiempo que hay una clara voluntad de modernización. Frente a esta tendencia se abre camino la opción ecléctica encabezada por Doménech y Vilaseca. Esta vía obtendrá su cima y triunfo en la Exposición de Barcelona de 1888 con una serie de edificios representativos de la arquitectura ecléctica catalana, en especial el Arco de Triunfo de Josep Vilaseca y, sobre todo, el café-restaurante(hoy Museo de Zoología) de Doménech, donde se pone en práctica la vinculación entre la tradición y las más modernas técnicas.
Este es el espíritu que impregna gran parte del siglo XIX. A comienzos de siglo, el filósofo francés Cousin ya propone este sistema. Thomas Hope en 1835 lo hace suyo para el mundo de la arquitectura, pero no se conforma sólo con mirar el pasado, sino que aconseja conjugarlos con los presentes e incluso con las posibilidades que surjan en el futuro. En España Juan de Dios de la Rada Delgado, en el discurso de ingreso a la Academia confirma la solución del eclecticismo al decir que "nuestro siglo tiene un espíritu de asimilación". También otras soluciones contemporáneas miraban hacia atrás; los historicismos se presentan como otra de las alternativas a la búsqueda de un estilo que sacara a la corriente clásica del callejón sin salida al que había llegado.
Desde que los artistas italianos habían interrumpido el desarrollo del gótico en el siglo XV, la arquitectura había vivido del legado grecorromano; ahora era necesaria una nueva respuesta y no se hallaba. Por eso, en principio, el eclecticismo se planteó como una solución transitoria hasta que se lograra el estilo propio.
La evolución de este lenguaje es, a grandes rasgos, bastante simple, pues paulatinamente se va perdiendo el rigor clásico para alcanzar formas más libres y de mayor complejidad.
En España el retorno de Fernando VII significó también para la arquitectura una continuación de los principios clásicos. Tenemos que esperar al reinado de Isabel II para constatar cómo, aun dentro de las estructuras clásicas, la libertad estilística es un hecho. Por último, en la Restauración el recuerdo del clasicismo resulta cada vez más lejano y la libertad ecléctica es completa.
En cualquier caso, el elemento ornamental adquiere una importancia mayor, puesto que ahora va a ser uno de sus aspectos diferenciadores. El arquitecto ecléctico mantiene durante poco tiempo una señal que personalice su obra, pues ahora puede escoger entre diversas opciones (toda la gama de historicismos además del versátil eclecticismo), pero incluso no tiene inconveniente en resolver una construcción dando a escoger al promotor diversos tipos de fachada, lo que nos habla más de una falta de convicción que del deseo de dar con el estilo que centrara esta situación de indeterminación.
En nuestro país, la salida más correcta y lógica al neoclásico fue el neorrenacimiento, puesto que se seguían moviendo por parámetros similares. Pascual Colomer fue uno de los pioneros en la evolución hacia fórmulas más sueltas. En 1842 se presenta al concurso para levantar un palacio de Congresos obteniendo el premio: si su planta está cerca de los postulados neoclásicos, la fachada resulta mucho más libre por cuanto al pórtico clásico se contrapone el resto de la fachada con soluciones cuatrocentistas. El neorrenacimiento es claro en el Palacio del Marqués de Salamanca, cuyo estilo lombardo se desarrolla dentro de una decoración muy alejada del estilo anterior.
Si Colomer pertenece a la última generación académica, Jareño se integra ya en esas primeras promociones tituladas en la Escuela de Arquitectura. Como bien dice Navascués, el cambio fue paulatino, pues los primeros profesores pertenecían a la generación académica y es lógico que las enseñanzas impartidas estuvieran impregnadas de los antiguos conceptos. La nueva generación también cultivó el italianismo, pero para ellos era el inicio de algo que derivaría pronto por otros derroteros. Jareño, por ejemplo, tiene como obra máxima la Biblioteca Nacional en la que, aunque sufrió considerables cambios con respecto al proyecto por los avatares de su larga ejecución, podemos comprobar la influencia del neohelenismo en la fachada, posiblemente en parte por la fuerza que ejerce la obra deSchinkel.
El período transcurrido entre el derrocamiento de Isabel II y el advenimiento de su hijo Alfonso XII (conocido también como Sexenio Revolucionario) es rico en experiencias y es también durante estos años cuando se suceden una serie de cambios que desembocan en esa fértil etapa que es la Restauración.
Con Ortiz de Villajos, el eclecticismo llega a su madurez, logra un estilo propio, conjugando diversas soluciones que, como hemos indicado, al fundirse producen un estilo nuevo y sin relación con los primeros. La iglesia del Buen Suceso se configura como arquetipo de su estilo personal.
Estas dos soluciones van a ser los caminos por los que normalmente caminará el eclecticismo: la raíz clásica y la raíz medieval, si bien la primera es más abundante. Cuando empleemos el calificativo clásico no nos circunscribimos sólo al renacimiento o al neoclasicismo, sino a todo el ciclo de la Edad Moderna. No es muy raro ver la mezcla de elementos entre los que cabe mencionar todo un repertorio extraído del barroco francés.
Francia siguió siendo el origen de muchas maneras arquitectónicas. Una de las que más éxito obtuvo fue el estilo II Imperio, surgido a mediados de siglo y procedente del barroco francés. Es una fórmula exuberante, repleta de elementos decorativos, que alcanza una rotundidad de formas muy corpóreas, así como la solución del remate, tremendamente movido, a base de pabellones en los extremos y en los cuerpos centrales.
En España se adopta plenamente, desplazando la discreción del neorrenacimiento italiano.
Entre los que optan por las soluciones neomedievales hay que destacar la figura de Fernando Arbós y Tremanti en algunas de sus obras más importantes. Ya en el proyecto de la basílica de Atocha incluye fórmulas medievales italianas; también en la iglesia de San Manuel y San Benito proyectó Arbós elementos arquitectónicos italianos, como la torre, o fórmulas decorativas, de modo que ciertos ecos orientalizantes pueden proceder de soluciones vénetas que se emparentan con el mundo bizantino. Arbós es también una muestra de la capacidad del arquitecto decimonónico para alternar las soluciones y los cambios más imprescindibles. Al lado de esta arquitectura religiosa, nuestro arquitecto ejecuta un edificio para la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en una línea diametralmente opuesta, pues se aproxima a ciertas concepciones racionalistas; es conveniente recordar que es ésta una de las primeras obras, compartiendo además el proyecto con José María Aguilar y Vela.
El eclecticismo de Mélida va también por derroteros de matiz histórico. Con una obra amplia y diversa es el arquitecto más completo de su generación: escultor, ceramista, decorador, diseñador, arquitecto... Arturo Mélida sigue en sus edificios más conocidos el eclecticismo historicista, como en la Escuela de Artes Industriales que levantó junto al convento de San Juan de los Reyes en Toledo (restaurado por él), donde funde formas isabelinas con otras mudéjares. Este estilo triunfó en el pabellón para la Exposición de París de 1889, premiado y muy elogiado, acompañado por toda la rica decoración cerámica que había mostrado en otros.
La abundancia de lenguajes que se fueron presentando durante el siglo XIX recortaron bastante el monopolio arquitectónico que durante años mantuvieron los estilos clásicos; sin embargo, quedó una parcela en la que la arquitectura clasicista se mantuvo incólume durante toda la centuria: los edificios de carácter representativo. Siempre se le adjudicó a los órdenes clásicos la virtud de representar el poder, quizá por la dignidad que ellos conllevaban, quizá por el espíritu distante, óptimo para las instituciones; en cualquier caso, hasta entrado el siglo XX no imaginamos un edificio de carácter público que no se vea acompañado por detalles clásicos. En el Madrid de la Restauración, que intentaba ponerse a la altura de otras capitales europeas, muchas instituciones carecían de inmuebles dignos y en este aspecto fue abundante la intervención de la última generación plenamente decimonónica.
Adaro con el Banco de España, Aguado con la Real Academia de la Lengua o Repullés con el edificio de la Bolsa son algunos de los nombres más significativos. Pero la figura más conocida a nivel popular quizás sea Ricardo Velázquez Bosco. Sus edificios, siempre sobre la base de un aspecto monumental, reiteran la disposición: fachadas, comúnmente amplias, acotadas por pabellones esquineros y un cuerpo central bastante ampuloso, igualmente resaltado. La plasticidad que le confiere a ciertas partes de la obra (mansardas, por ejemplo) y algunos elementos decorativos lo aproximan al estilo II Imperio. Así lo podemos comprobar en la Escuela de Ingenieros de Minas o en el Ministerio de Fomento. Pero incluso en edificios que, por su funcionalidad, se alejan de las tipologías anteriormente mencionadas, como el Palacio Velázquez, mantienen su apego a la grandilocuencia.
En el resto del país, el eclecticismo tiene también un fuerte arraigo. De inmediato viene a la mente el caso de Cataluña, zona en la que se dan las condiciones óptimas para desarrollar este estilo:
1) Una economía fuerte gracias a una industria que se mantenía, a pesar de las crisis económicas.
2) Una burguesía rica con un modélico espíritu ciudadano gracias a otro factor básico, el nacionalismo moderado y maduro que le lleva a luchar con las armas que ofrece el gobierno central para lograr una autonomía amplia.
3) Un resurgimiento cultural que le sirve de base para identificarse como pueblo a través de su lengua, su literatura y su arte.
Barcelona cuenta con una legión de arquitectos que también buscaban un nuevo estilo; Doménech i Montaner en su escrito "En busca de una arquitectura nacional", con planteamientos similares a los de Thomas Hope, ofrece una solución que, por otra parte, no creemos que sea exclusivamente catalanista. Viene a ser, por tanto, una voz más en el panorama general de búsqueda de un estilo. Por esos años se insiste especialmente en el historicismo, pues se trata, como escribiera Mireia Freixa, de asumir la tradición al mismo tiempo que hay una clara voluntad de modernización. Frente a esta tendencia se abre camino la opción ecléctica encabezada por Doménech y Vilaseca. Esta vía obtendrá su cima y triunfo en la Exposición de Barcelona de 1888 con una serie de edificios representativos de la arquitectura ecléctica catalana, en especial el Arco de Triunfo de Josep Vilaseca y, sobre todo, el café-restaurante(hoy Museo de Zoología) de Doménech, donde se pone en práctica la vinculación entre la tradición y las más modernas técnicas.
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