viernes, 18 de noviembre de 2016

Poemas por autor

Alfonso Reyes

VERACRUZ

No: aquí la tierra triunfa y manda
-caldo de tiburones a sus pies.
Y entre arrecifes, últimas cumbres de la Atlántica
Las esponjas de algas venenosas
Manchan de bilis verde que se torna violeta
Los lejos donde el mar cuelga del aire.

Basta saber que nos guardan las espaldas:
La ciudad sólo abre hacia la costa
Sus puertas de servicio.

En el aburridero de los muelles,
Los mozos de cordel no son marítimos:
Cargan en la bandeja del sombrero
Un sol de campo adentro:
Hombres color de hombre,
Que el sudor emparienta con el asno
-y el equilibrio jarocho de los bustos,
al peso de las cívicas pistolas.

Herón Proal, con sus manos juntas y ojos bajos,
Siembra clerical cruzada de inquilinos;
Y las bandas de funcionarios en camisa
Sujetan el desborde de sus panzas
Con relumbrantes dentaduras de balas.

Las sombras de los pájaros
Danzan sobre las plazas mal barridas.
Hay aletazos en las torres altas.

El mejor asesino del contorno,
Viejo y altivo, cuenta una proeza.
Y un juchiteco, esclavo manumiso
Del fardo en que descansa,
Busca y recoge con el pie descalzo
El cigarro que el sueño de la siesta
Le robó a la boca.

Los Capitanes, como han visto tanto,
Disfrutan, sin hablarse,
Los menjurjes de menta en los portales.
Y todas las tormentas de las Islas Canarias,
Y el Cabo Verde y sus faros de colores,
Y la tinta china del Mar Amarillo,
Y el Rojo entresoñado
Que el profeta judío parte en dos con la vara,
Y el Negro, donde nadan
Carabelas de cráneos de elefantes
Que bombean el Diluvio con la trompa,
Y el Mar de Azufre,
Donde pusieron cabellera, ceja y barba,

Y el de Azogue , que puso dientes de oro
A la tripulación de piratas malayos,
Reviven al olor del alcohol de azúcar,
Y andan de mariposas prisioneras
Bajo el azul "quepí" de tres galones,
Mientras consume nubes de tifones
La pipa de cerezo.

La vecindad del mar queda abolida.
Gañido errante de cobres y cornetas
Pasea en un tranvía.
Basta saber que nos guardan las espaldas.

(Atrás, una ventana inmensa y verde... )
El alcohol del sol pinta de azúcar
Los terrones fundentes de las casas.
(... por donde echarse a nado)

Miel de sudor, parentesco del asno,
Y hombres color de hombre
Conciertan otras leyes,
En medio de las plazas donde vagan
Las sombras de los pájaros.

Y sientes a la altura de las sienes
Los ojos fijos de las viudas de guerra.
Y yo te anuncio el ataque a los volcanes
De la gente que está de espalda al mar:
Cuando los comedores de insectos
Ahuyentan las langostas con los pies
y en el silencio de las capitales
se oirán venir pisadas de sandalias
y el trueno de las flautas mexicanas.




CARAVANA

Hoy tuvimos noticia del poeta:
Entre el arrullo de los órganos de boca
Y colgados los brazos de las últimas estrellas,
Detuvo su caballo.

El campamento de mujeres batía palmas,
Aderezando las tortillas de maíz.
Las muchachas mordían el tallo de las flores,
Y los viejos sellaban amistades lacrimosas
Entre las libaciones de la honda madrugada.

Acarreaban palanganas de agua,
Y el jefe se aprestaba
A lavarse los pechos, la cabeza y las barbas.

Los alfareros de las siete esposas
Acariciaban ya los jarros húmedos.
Los hijos del país que no hace nada
Encendían cigarros largos como bastones.

Y en el sacrificio matinal,
Corderos para todos
Giraban ensartados en las picas
Sobre la lumbrarada de leños olorosos.

Hoy tuvimos noticia del poeta,
Porque estaba dormido a lomos de caballo.
Dijo que llevan a Dios sobre las astas
Y que tiene la noche ácidas rosas
En las alfombras de los dos crepúsculos.




PARA UN MORDISCO

Propio camaleón de otros cielos mejores,
A cada nueva aurora mudaba de colores.

Así es que prefiriera a su rubor primero
El tizne que el oficio deja en el carbonero.

Quiero decir ( me explico ): la mudanza fue tal,
que iba del rojo al negro lo mismo que Stendhal.

Luego, un temblor de púrpura casi cardenalicio
(que viene a ser también el tizne de otro oficio)

se quebró en malva y oro con bandas boreales,
que ni el disco de Newton exhibe otras iguales.

Es muy de Juan Ramón esto de malvas y oros,
O del traje de luces de un matador de toros.

Y no sé si atreverme, en cosa tan sencilla,
A decir que hubo una "primavera amarilla",

Con unas vetas verdes, con unos jaspes grises
En olas circunflejas como en el mar de Ulises.

¡Ulises yo, que apenas de Caribdis a Escila
-de un vértice a un escollo - saciaba la pupila!

Porque como es efímero todo lo que es anhelo,
El color se evapora y otra vez sube al cielo,

Y ya sabemos que poco a poco se va
Aun la marca de fuego de la infidelidá.

Y se acabó la historia - Tal era la mordida
Que lucía en el anca mi querida.




IFIGENIA CRUEL

{Fragmento}

Pero soy como me hiciste, Diosa,
Entre las líneas iguales de tus flancos:
Como plomada de albañil segura,
Y como tú: como una llama fría.

Sobre el eje de tu nariz recta,
Nadie vio doblarse tus cejas,
Ni plegarse los rinconcillos
Inexorables de tu boca,
Por donde huye un grito inacabable,
Penetrado ya de silencio.

¿Quién acariciaría tu cuello,
demasiado robusto para asido en las manos;
superior a ese hueco mezquino de la palma
que es la medida del humano apetito?

¿Y para quién habías de desatar la equis
de tus brazos cintos y untados
como atroces ligas al tronco,
por entre los cuales puntean
los cuernecillos numerosos
de tu busto de hembra de cría?

¿Quién vio temblar nunca en tu vientre
el lucero azul de tu ombligo?
¿Quién vislumbró la boca hermética
de tus dos piernas verticales?

En torno a ti danzan los astros.
¡Ay del mundo si flaquearas, Diosa!
Y al cabo, lo que en ti más venero:
Los pies donde recibes la ofrenda
Y donde tuve yo cuna y regazo;
Los haces de dedos en compás
Donde puede ampararse un hombre adulto;
Las raíces por donde sorbes
Las cubas rojas del sacrificio, a cada luna.





YERBAS DEL TARAHUMARA

Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos y curtidos,
duros en la lustrosa piel manchada,
denegridos de viento y de sol, animan
las calles de Chihuahua,
lentos y recelosos,
con todos los resortes del miedo contraídos,
como panteras mansas.

Desnudos y curtidos,
bravos habitadores de la nieve
-como hablan de tú-,
contestan siempre así la pregunta obligada:
-"Y tu ¿no tienes frío en la cara?

Mal año en la montaña,
cuando el grave deshielo de las cumbres
escurre hasta los pueblos la manada
de animales humanos con el hato e la espalda.

Los hicieron católicos
los misioneros de la Nueva España
-esos corderos de corazón de león.
Y, sin pan y sin vino,
ellos celebran la función cristiana
con su cerveza-chicha y su pinole,
que es un polvo de todos los sabores.

Beben tesgüiño de maíz y peyote,
yerba de los portentos,
sinfonía lograda
que convierte los ruidos en colores;
y larga borrachera metafísica
los compensa de andar sobre la tierra,
que es, al fin y a la postre,
la dolencia común de las razas de los hombres.
Campeones de la Maratón del mundo,
nutridos en la carne ácida del venado,
llegarán los primeros con el triunfo
el día que saltemos la muralla
de los cinco sentidos.

A veces, traen oro de sus ocultas minas,
y todo el día rompen los terrones,
sentados en la calle,
entre la envidia culta de los blancos.
Hoy solo traen yerbas en el hato,
las yerbas de salud que cambian por centavos:
yerbaniz, limoncillo, simonillo,
que alivian las difíciles entrañas,
junto con la orejela de ratón
para el mal que la gente llama "bilis";
y la yerba del venado, del chuchupaste
y la yerba del indio, que restauran la sangre;
el pasto de ocotillo de los golpes contusos,
contrayerba para las fiebres pantanosas,
la yerba de la víbora que cura los resfríos;
collares de semillas de ojos de venado,
tan eficaces para el sortilegio;
y la sangre de grado, que aprieta las encías
y agarra en la nariz los dientes flojos.

(Nuestro Francisco Hernández
-El Plinio Mexicano de los Mil y Quinientos-
logró hasta mil doscientas plantas mágicas
de la farmacopea de los indios.
Sin ser un gran botánico,
don Felipe Segundo
supo gastar setenta mil ducados,
¡para que luego aquel herbario único
se perdiera en la incuria y el polvo!
Porque el padre Moxó nos asegura
que no fue culpa del incendio
que en el siglo décimo séptimo
aconteció en El Escorial.)

Con la paciencia muda de la hormiga,
los indios van juntando sobre el suelo
la yerbecita en haces
-perfectos en su ciencia natural.




LA TONADA DE LA SIERVA ENEMIGA

Cancioncita sorda, triste,
desafinada canción;
canción trinada en sordina
y a hurtos de la labor,
a espaldas de la señora;
a paciencia del señor;
cancioncita sorda, triste,
canción de esclava, canción
canción de esclava niña que siente
que el recuerdo le es traidor;
canción de limar cadenas
debajo de su rumor;
canción de los desahogos
ahogados en temor;
canción de esclava que sabe
a fruto de prohibición:
-toda te me representas
en dos ojos y una voz.

Entre dientes, mal se oyen
palabras de rebelión:
"¡Guerra a la ventura ajena
guerra al ajeno dolor!
Bárreles la casa, viento,
que no he de barrerla yo.
Hílales el copo, araña,
que no he de hilarlo yo.
San Telmo encienda las velas,
San Pascual cuide el fogón.
Que hoy me ha pinchado la aguja
y el huso se me rompió;
y es tanta la tiranía
de esta disimulación,
que aunque de raros anhelos
se me hincha el corazón,
tengo miradas de reto
y voz de resignación".

Fieros tenía los ojos
y ronca y mansa la voz;
finas imaginaciones
y plebeyo corazón.
Su madre, como sencilla,
no la supo casar, no.
Testigo de ajenas vidas,
el ánimo le es traidor.
Cancioncita sorda, triste,
canción de esclava, canción:
-toda te me representas
en dos ojos y una voz.



LA AMENAZA DE LA FLOR

Flor de las adormideras:
engáñame y no me quieras.

¡Cuánto el aroma exageras,
cuánto extremas tu arrebol,
flor que te pintas ojeras
y exhalas el alma al sol!
Flor de las adormideras.

Una se te parecía
en el rubor con que engañas,
y también porque tenía,
como tú, negras pestañas.

Flor de las adormideras.
Una se te parecía.. .
Y tiemblo sólo de ver
tu mano puesta en la mía:
¡Tiemblo no amanezca un día
en que te vuelvas mujer!



GLOSA DE MI TIERRA

Amapolita morada
del valle donde nací:
si no estás enamorada,
enamórate de mí.

I

Aduerma el rojo clavel,
o el blanco jazmín, las sienes;
que el dardo sólo desdenes,
v sólo furia el laurel.
Dé el monacillo su miel,
y la naranja rugada,
y la sedienta granada,
zumo y sangre -oro y rubí-;
que yo te prefiero a ti,
amapolita morada.

II

A1 pie de la higuera hojosa
tiende el manto la alfombrilla;
crecen la anacua sencilla
y la cortesana rosa;
donde no la mariposa,
tornasola el colibrí.
Pero te prefiero a ti,
de quien la mano se aleja;
vaso en que duerme la queja
del valle donde nací.

III

Cuando al renacer el día
y al despertar de la siesta,
hacen las urracas fiesta
y salvas de gritería,
¿por qué, amapola, tan fría,
o tan pura o tan callada?
¿Por qué, sin decirme nada,
me infundes un ansia incierta
-copa exhausta, mano abierta,
si no estás enamorada?

IV

¿Nacerán estrellas de oro
de tu cáliz tremulento,
-norma para el pensamiento
o bujeta para el lloro?
¡No vale un canto sonoro
el silencio que te oí!
Apurando estoy en ti
cuánta la música yerra.
Amapola de mi tierra:
enamórate de mí.




CONSEJO POÉTICO

La cifra propongo; y ya
casi tengo el artificio,
cuando se abre el precipicio
de la palabra vulgar.
Las sirtes del bien y el mal,
la torpe melancolía,
toda la guardarropía
de la vida personal,
aléjalas, si procuras
atrapar las formas puras.

¿La emoción? Pídela al número
que mueve y gobierna al mundo.
Templa el sagrado instrumento
más allá del sentimiento.
Deja al sordo, deja al mudo,
al solícito y al rudo.
Nada temas, al contrario,
si en el rayo de una estrella
logras calcinar la huella
de tu sueño solitario.



QUÉDATE CALLADO...

Quédate callado y solo:
casi todo sobra y huelga.
De la rama el fruto cuelga
y la rosa del peciolo,
no a efectos del querer sólo,
sino a la inerte ceguera
que la visión exagera
en alcance y en sentido;
y lo que cantas dormido
es tu canción verdadera.

Quédate solo y callado:
casi todo huelga y sobra.
Ningún gasto se recobra,
ni vale el oro cambiado
la moneda que has pagado
por montones de vellón.
Que a hurtos da el corazón
los latidos que aprovechas,
y aunque imaginas que pechas,
lo debes al panteón.



¡A CUERNAVACA!

A Cuernavaca voy, dulce retiro,
cuando, por veleidad o desaliento,
cedo al afán de interrumpir el cuento
y dar a mi relato algún respiro.

A Cuernavaca voy, que sólo aspiro
a disfrutar sus auras un momento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
Ni campo ni ciudad, cima ni hondura;
beata soledad, quietud que aplaca
o mansa compañía sin hartura.

Tibieza vegetal donde se hamaca
el ser en filosófica mesura...
¡A Cuernavaca voy, a Cuernavaca!

II

No sé si con mi ánimo lo inspiro
o si el reposo se me da de intento.
Sea realidad o fingimiento,
¿a qué me lo pregunto, a qué deliro?
Básteme ya saber, dulce retiro
que solazas mis sienes con tu aliento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.

El sosiego y la luz el alma apura
como vino cordial; trina la urraca
y el laurel. de los pájaros murmura;

Vuela una nube; un astro se destaca,
y el tiempo mismo se suspende y dura . . .
¡A Cuernavaca voy, a Cuernavaca!



LAILYE

Lailye ¿cuándo vuelves a México y me buscas,
ya sea en Cuernavaca, ya sea en Tepoztlán?
Juntos recordaríamos aquellas cosas bruscas
del asno, el indio, el loro, la araña, el alacrán . . .

A ti que te sorprendes -aunque jamás te ofuscas-
con nuestros usos y nuestra agua y nuestro pan
¿qué te parecería si vuelves y me buscas,
ya sea en Cuernavaca, ya sea en Tepoztlán?

¿Te acuerdas? Era entonces tu ser surco en amagos,
flor de capullo, germen de amores y pasiones.
Y ahora que te abriste al triunfo y los halagos

-¡oh suma de los pueblos, compendio de naciones!-,
dime: ¿a qué te sabría volver por estos pagos,
estrella de los rumbos y de las tentaciones?



AUSENCIAS

De los amigos que yo más quería
y en breve trecho me han abandonado,
se deslizan las sombras a mi lado,
escaso alivio a mi melancolía.

Se confunden sus voces con la mía
y me veo suspenso y desvelado
en el empeño de cruzar el vado
que me separa de su compañía.

Cedo a la invitación embriagadora,
y discurro que el tiempo se convierte
y acendra un infinito cada hora.
Y desbordo los límites, de suerte
que mi sentir la inmensidad explora
y me familiarizo con la muerte.



LA SEÑAL FUNESTA

I

Si te dicen que voy envejeciendo
porque me da fatiga la lectura
o me cansa la pluma, o tengo hartura
de las filosofías que no entiendo;
si otro juzga que cobro el dividendo
del tesoro invertido, y asegura
que vivo de mi propia sinecura
y sólo de mis hábitos dependo,

cítalos a la nueva primavera
que ha de traer retoños, de manera
que a los frutos de ayer pongan olvido;

pero si sabes que cerré los ojos
al desafío de unos labios rojos,
entonces puedes darme por perdido.

II

Sin olvidar un punto la paciencia
y la resignación del hortelano,
a cada hora doy la diligencia
que pide mi comercio cotidiano.
Como nunca sentí la diferencia
de lo que pierdo ni de lo que gano,
siembro sin flojedad ni vehemencia
en el surco trazado por mi mano.

Mientras llega la hora señalada,
el brote guardo, cuido del injerto,
el tallo alzo de la flor amada,

arranco la cizaña de mi huerto,
y cuando suelte el puño del azada
sin preguntarlo me daréis por muerto.




A ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ

Muchas sendas hollé, muchos caminos
solicitaron el afán creciente.
de contrastar los usos de la gente
y confundirme con los peregrinos.

Mezclaba los sabores de los vinos
en cada clima caprichosamente,
y yo no sé si ello fue prudente
o si mis pasos fueron desatinos.

Había que buscar la ruta cierta
y ceñir el desborde con el dique.
Volví cansado, procuré la puerta . . .

Y déjame, poeta, que lo explique
como quien se despoja y se liberta:
tú estabas a la puerta, claro Enrique.




EL VERDUGO SECRETO

Vives en mí, pero te soy ajeno,
recóndito ladrón que nunca sacio,
a quien suelo ceder, aunque reacio,
cuanto suele pedir tu desenfreno.

Me quise sobrio, me fingí sereno,
me dictaba sus máximas Horacio,
dormí velando, festiné despacio,
ni muy celeste fui, ni muy terreno.

Poco me aprovechó vivir alerta,
si del engreimiento vanidoso
hallaste tú la cicatriz abierta.

Hoy quiero rechazarte, y nunca oso.
¡Válgame la que a todos nos liberta,
y al orden me devuelve y al reposo!




VISITACIÓN

-Soy la Muerte- me dijo. No sabía
que tan estrechamente me cercara,
al punto de volcarme por la cara
su turbadora vaharada fría.

Ya no intento eludir su compañía:
mis pasos sigue, transparente y clara
y desde entonces no me desampara
ni me deja de noche ni de día.

-¡Y pensar -confesé-, que de mil modos
quise disimularte con apodos,
entre miedos y errores confundida!

"Más tienes de caricia que de pena".
Eras alivio y te llamé cadena.
Eras la muerte y te llamé la vida.

MORIR
En el más cariñoso lecho
me siento morir,
cuando en la naturaleza,
toda mansa como jardín.

Muelle, el ala del ángel blanco
-¡qué piedad, qué ternura al fin!-,
primera vez roza mis hombros
como el arco roza el violín.

Esta frescura de saber
que también nos vamos de aquí,
¡qué novedad en la conciencia,
qué persuasión blanda y sutil!

¡Que conformidad, qué tersura,
qué dejarse ir!
Sus filos y puntas los actos
redondean al llegar a mí.

Ni la sangría del estoico
que se amenguaba sin sentir,
ni el áspid que apenas besaba
el botón de ansioso carmín:

Lento declive, y tan seguro
-hinchado de sí-
que ni da lugar a lamentos
ni a temores, ni

siquiera al vago cosquilleo
de ese minuto por venir
en que se ha de abrir a mis ojos
algo que se tiene que abrir.

¡Qué natural lo que se acaba
cuando ya se apaga por sí!
Voy con la razón satisfecha,
dormido, contento feliz.

¡Y yo que viví tantos años,
tantos años como perdí,
sin dar oídos a la esfinge
que susurraba junto a mí!

Yo no sabia que la vida
se reclina y se tiene así
en esa gula de la nada
que es su diván, es su cojín.

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