(1852-1910)
Nace en 1852 en la ciudad de México Juan de Dios Peza, quien es bendecido con una preclara inteligencia, a la vez que con un medio ambiente propicio para desarrollar todos sus talentos, pues al ingresar en 1869 a la Escuela Nacional Preparatoria inmediatamente se convierte en el alumno predilecto de un gran pensador Mexicano; Ingacio Ramírez, "El Nigromante" Al egresar de ese centro de estudios ingresa a la Escuela de Medicina donde establece gran amistad con otro grande de aquel tiempo; Manuel Acuña. Quien lo llega a estimar al grado de llamarlo "hermano". Peza, fue un hombre liberal, el liberalismo estaba en boga en aquella época, su entusiasmo y apasionamiento por dicho movimiento lo llevo a renunciar a sus estudios para entregarse de lleno al periodismo. En 1878 es nombrado secretario de la legación de México en España, al lado de Riva Palacio. Y de nuevo su destino lo lleva a unirse a otras grandes luminarias de aquella época pues en Madrid se rodea y sociabiliza con personajes como el politico Castelar, y escritores como Núñez de Arce, Campoamor y Selgas. Al regresar a México empieza a poner su candidatura para lograr puestos publicos y es electo diputado al Congreso de la Unión. Siguieron otros cargos publicos en lo sucesivo, pero sin abandonar las letras, como poeta tiene un estilo único, es realista a la vez que lleno de infinita ternura. Canta al hogar y a sus hijos. Entre los libros que publico estan: Hogar y Patria, La Lira de la Patria, El Arpa del Amor, Recuerdos y Esperanzas, Flores del Alma y Vinos Festivos. Muere en 1910 Año en el cual el pais estaba a punto de entrar en otra gran conflagracion. Mas datos Juan de Dios Peza nació en una familia conservadora ( su padre fue ministro durante la intervención ) pero como discípulo de Ramírez y Altamirano figuró entre los jóvenes poetas liberales. A la vez Hipanófilo y nacionalista, Se empeñó en versificar castizamente y en hacer poemas con motivos y escenarios locales. Diplomático, dio a conocer en Madrid a los poetas de este país ( La lira mexicana, antología) Y escribió para nosotros sus Recuerdos de España. Periodista de prosa suelta y clara que todavía es francamente legible ( De la gaveta íntima, Benito Juárez), comediógrafo y fundador de la primera sociedad de autores mexicanos, fue sobre todo poeta muy admirado en los países de lengua española y traducido inclusive al japonés. Su esposa lo abandonó y esta tragedia convirtió a Peza en el "cantor del hogar". En vida fue castigado por su inmensa popularidad, aunque el célebre ataque de Brummel en Poetas mexicanos contemporáneos (1884). Las ediciones modernas de sus obras que ha hecho Porfirio Martínez Peñaloza nos permiten revisar las ideas turinarias. A menudo se encuentran en Peza poemas admirables, como "En las ruinas de Mitla", y siempre una facilidad y abundancia en la versificación que, si lo ponen a distancia de lo que por ahora consideramos poesía, también lo hacen digno del respeto que Le Corbussier reclamaba para todo trabajo bien hecho. Históricamente la importancia de Peza es crucial: su empleo del habla cotidiana, su prosaísmo, Limpió la lengua poética del peso muerto que arrastraba nuestro romanticismo y preparó, sin saberlo y tal vez sin quererlo, el advenimiento de los modernistas.
Confidencias a una estrella
Sigue, sigue blanca estrella, Por el cielo en que naciste, Sin dejar ninguna huella... Siempre te hallaré más bella, Siempre te hallaré más triste. Hoy vengo con mi dolor, Cual antes feliz venía; Mas ya nunca, astro de amor, Ceñirás con tu fulgor Ni su frente ni la mía. Tú cruzas por ese cielo, Dando con tu luz la calma; Yo cruzo, por este suelo, Llevando en mi desconsuelo Lena de sombras el alma. Dame, dame tu luz bella; Que en esta alma sin amor, Tú sorprenderás estrella, En cada nube una huella, Y en cada huella un dolor. Tú que has escuchado el canto De mi primera pasión, Acompaña mi quebranto, Y alumbra el amargo llanto que brota del corazón. ¡Horas del primer cariño! tú las miraste lucir, Cuando ante tu luz de armiño, La niña en brazos del niño Soñaba en el porvenir. ¡Dulce amor! ¡grata ciencia! ¡Blanca luz! ¡Delirio ardiente! ¿Por qué huyes de la existencia, Cuando una dura experiencia Va marchitando la frente? ¡Aquellos goces extraños, Aquel esperar en Dios, Sin recoger desengaños, Aquel pasar de los años Sin perturbar a los dos! Todo, todo, blanca estrella, Tu tibia luz alumbró; ¡Edad de sueños aquella, Envidiable, dulce, bella, Que para siempre huyó! Celia, al expirar el día, Por estos sitios vendrá, Ya no como antes venía, Que aquella alma que fue mía, Pertenece a otra alma ya. Antes ¡ay! ¡cuánto embeleso! Sollozando de placer, Dejaba en mi frente un beso; Por eso, estrella; por eso No quiero volverla a ver. Ahora, dulce y cariñosa, En otro sus ojos fijos, Tendrá su boca amorosa La majestad de la esposa Para besar a sus hijos. Con tus rayos blanquecinos Alumbra siempre su hogar; Aparta nuestros caminos, Y ¡ay! que sus ojos divinos No aprendan nunca a llorar. Si sigues, tú, blanca estrella, Por el cielo en que naciste, Sin dejar ninguna huella... Siempre te hallaré más bella, Siempre me verás mas triste. Sin sobre Abro tu carta y reconozco ufano Tu letra fácil, tu dicción hermosa; Tú la trazaste con tu propia mano Pues el papel trasciende a tuberosa. Al escribirla estabas intranquila Y ya estoy sospechando tus desvelos Los médicos me han dicho, que vacila El pulso con la fiebre de los celos. Veo tus líneas torcidas, descuidadas, Y esto halaga mis propios pareceres Porque sé que no estando enamoradas Nunca escriben sin falsa las mujeres. ¡Con el arrojo de tus veinte abriles, Has escrito un aumento que me mata! Siempre ha sido en las cartas femeniles Importante o terrible la postdata. No me vuelvas a ver. Ya no te quiero, Esto me dices con desdén profundo: Yo traduzco: ven pronto que me muerto, De algo me sirve conocer el mundo. Dices que consolando tu tristeza Vas al campo a llorar penas de amores Así podrá tener Naturaleza Coronas de diamantes en las flores. Pero no viertas llanto por tus penas Que siempre se evaporan bajo el cielo; Las lluvias del desierto en las arenas Y el llanto, entre las blondas del pañuelo. Las horas de silencio son tan largas, Que comprendo la angustia con que gimes; Las verdades del alma son amargas, Y las mentiras del amor, sublimes. Inquieres con tesón si a cada instante Busco tu imagen o su culto pierdo, ¿Dónde está, niña cándida, el amante Que diga en estas cosas: no me acuerdo? Quien convertir pretenda de improviso El amor terrenal en culto eterno, Necesita labrar un Paraíso Sobre la obscura cima del infierno. ¿Ves ese Sol que llena de alegría El cielo, el mar, el bosque y las llanuras? El trae a los mortales cada día Nuevas dichas y nuevas amarguras. Cada alma tiene libro que atesora sus efectos en él, sin vano alarde; ¡Cuánto nombre se agrega en cada aurora! ¡Cuánto nombre se borra en cada tarde! ¿Quién sabe por qué anhela lo que anhela? ¿Quién será siempre el mismo, siendo humano? Dicha, amor, esperanza, todo vuela Sobre ese amargo y turbulento Océano. Y así preguntas con afán sincero: ¿Por qué me quieres?... voy a responderte: Yo te quiero mujer porque te quiero; No tengo otra razón para quererte. ¿Tú te conformarás con tal respuesta, Que de mi propio corazón recibo? Tal vez la encuentre sin razón; pero ésta Es la única razón por qué te escribo. Que yo no vuelva a verte... me propones Y aunque mi mente vacilante queda, En vista de tu sexo y tus razones Allá iré lo más pronto que pueda. Reír llorando Viendo a Garrick, actor de la Inglaterra, el pueblo al aplaudirlo le decía: Eres el más gracioso de la tierra y el más feliz. Y el cómico reía. Víctimas del spleen los altos lores, en sus noches más negras y pesadas, iban a ver al rey de los actores y cambiaban su spleen en carcajadas. Una vez ante un médico famoso, llegose un hombre de mirar sombrío: -Sufro -le dijo- un mal tan espantoso como esta palidez del rostro mío. Nada me causa encanto ni atractivo; no me importan mi nombre ni mi suerte; en un eterno spleen muriendo vivo, y es mi única pasión la de la muerte. -Viajad y os distaeréis. -Tanto he viajado -Las lecturas buscad -Tanto he leido- Que os ame una mujer - ¡Si soy amado! -Un título adquirid -Noble he nacido. ¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas - ¿De lisonjas gustáis ? - ¡Tantas escucho! -¿Que tenéis de familia?...-Mis tristezas -¿Vais a los cementerios?... -Mucho, mucho. ¿De vuestra vida actual tenéis testigos? - Sí, mas no dejo que me impongan yugos; yo les llamo a los muertos mis amigos; y les llamo a los vivos mis verdugos. -Me deja- agrega el médico -perplejo vuestro mal, y no debo acobardaros; Tomad hoy por receta este consejo: sólo viendo a Garrick podéis curaros. -¿A Garrick ? -Sí, a Garrick...La más remisa y austera sociedad lo busca ansiosa; todo aquel que lo ve muere de risa; ¡tiene una gracia artística asombrosa ! -Y a mí me hará reir?-Ah, sí, os lo juro !; él, sí, nada más él...Mas qué os inquieta?... -Así -dijo el enfermo -no me curo: ¡Yo soy Garrick ! Cambiádme la receta. ¡Cúantos hay que, cansados de la vida, enfermos de pesar, muertos de tedio, hacen reir como el autor suicida sin encontrar para su mal remedio! ¡Ay ! ¡ Cuántas veces al reír se llora!.. ¡Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora el alma llora cuando el rostro rie! Si se muere la fe, si huye la calma, si sólo abrojos nuestras plantas pisa lanza a la faz la tempestad del alma un relámpago triste: la sonrisa. El carnaval del mundo engaña tanto; que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas. Fusiles y Muñecas CUADRO REALISTA Juan y Margot, dos ángeles hermanos Que embellecen mi hogar con sus cariños Se entretienen con juegos tan humanos Que parecen personas desde niños. Mientras Juan, de tres años, es soldado Y monta en una caña endeble y hueca, Besa Margot con labios de granado Los labios de cartón de su muñeca. Lucen los dos sus inocentes galas, Y alegres sueñan en tan dulces lazos; El, que cruza sereno entre las balas; Ella, que arrulla un niño entre sus brazos. Puesto al hombro el fusil de hoja de lata, El kepis de papel sobre la frente, Alienta el niño en su inocencia grata El orgullo viril de ser valiente. Quizá piensa, en sus juegos infantiles, Que en este mundo que su afán recrea, Son como el suyo todos los fusiles Con que la torpe humanidad pelea. Que pesan poco, que sin odios lucen, Que es igual el más débil el más fuerte, Y que, si se disparan, no producen Humo, fragor, consternación y muerte. ¡Oh, misteriosa condición humana! Siempre lo opuesto buscas en la tierra; Ya delira Margot por ser anciana, Y Juan, que vive en paz, ama la guerra. Mirándoles jugar me aflijo y callo: ¿Cuál será sobre el mundo su fortuna? Sueña el niño con armas y caballo, La niña con velar junto a la cuna. El uno corre de entusiasmo ciego, La niña arrulla a su muñeca inerme, Y mientas grita el uno: Fuego! fuego, La otra murmura triste: Duerme, duerme. A mi lado ante juegos tan extraños Concha, la primogénita, me mira: ¡Es toda una persona de ses años Que charla, que comenta y que suspira! ¿Por qué inclina su lánguida cabeza Mientras deshoja inquieta algunas flores? ¿Será la que ha heredado mi tristeza? ¿Será la que comprende mis dolores? Cuando me rindo del dolor al peso, Cuando la negra duda me avasalla, Se me cuelga del cuello, me da un beso, Se le saltan las lágrimas y calla. Sueltas sus trenzas claras y sedosas, Y oprimiendo mi mano entre sus manos, Parece que medita en muchas cosas Al mirar cómo juegan sus hermanos. Margot, que canta en madre transformada, Y arrulla a un hijo que jamás se queja, Ni tiene que llorar desengañada, Ni el hijo crece, ni se vuelve vieja. Y este guerrero audaz de tres abriles Que ya se finge apuesto caballero, No logra en sus campañas infantiles Manchar con sangre y lágrimas su acero. ¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres! Amo tus goces, busco tus cariños; Cómo han de ser los sueños de los hombres, Más dulces que los sueños de los niños! ¡Oh, mis hijos! No quiera la fortuna Turbar jamás vuestra inocente calma, No dejéis esa espada ni esa cuna: ¡Cuando son de verdad, matan el alma! A México En las últimas desgracias de España. Allá del revuelto mar Tras los secos arenales, Donde sus limpios cristales Las ondas van a estrellar, Donde en lucha singular Disputando a la Fortuna Las ciudades una a una, De sus guerreros el brío, Mostraron su poderío La cruz y la media luna; En esa tierra encantada, Que esconde, en perpetuo Abril, Las lágrimas de Boabdil En las vegas de Granada; Donde el ave enamorada Repite entre los vergeles El canto de los gomeles, Y cuelga su frágil nido Del minarete prendido Entre ojivas y caireles; Donde soñados ultrajes Vengaron fieros zegríes, Regando los alelíes, Con sangre de abencerrajes; donde entre muros de encajes Y torres de filigrana, Lloró la hermosa sultana Amorosos sentimientos A los rítmicos acentos De una trova castellana; Allá donde nueva luz Alumbró, limpia y serena, Sobre la morisca almena El símbolo de la cruz; En ese suelo andaluz, Cuyos cármenes hollando, Y en otro mundo soñando, Cruzaron en su corcel La magnánima Isabel Y el católico Fernando. En esa región que encierra Tantos recuerdos de gloria; En ese altar de la Historia; En ese edén de la tierra; No el azote de la guerra Infunde duelo y pavor, Ni causa fiero dolor Que mira asombrado el mundo El negro contagio inmundo; Allí otra plaga mayor. Surgen allí tempestades Del suelo entre las entrañas, Y vacilan las montañas, Y se arrasan las ciudades Escombros y soledades Son el cortijo y la aldea; La muerte se enseñorea, Y, en medio de tanta ruina, Se ve cual llama divina La Caridad que flamea. Con sordo bramido el duelo Todo lo enluta y recorre; Yace la maciza torre En pedazos sobre el suelo. Salvarse forma el anhelo De los espantados seres, Y hombres, niños y mujeres Las crispadas manos juntan, Y viendo al cielo preguntan. "Dinos Dios, ¿por qué nos hieres?" Recordando en sus delitos las bíblicas amenazas, Van por las calles y plazas Confesándolos a gritos. Los corazones precitos Se niegan a palpitar Y todos ven transformar Al golpe del terremoto, El abismo el verde soto, Y en escombros el hogar. Se abate el pesado muro Que adornó silvestre yedra Y brotan de cada piedra Una oración y un conjuro. No hay un asilo seguro; Ciérnese el ángel del mal; Cada fosa sepulcral Abrese ante fuerza extraña, Y parece que en España Comienza el juicio final. Y entre la nube sombría Que el denso polvo levanta, El coro terrible espanta De los gritos de agonía. Y entre aquella vocería, Con rostro desencajado, El padre busca espantado, Con ayes desgarradores El nido de sus amores, Entre escombros sepultado. Convulsa, pálida errante, Sobre el suelo que se agita La madre se precipita Por la angustia delirante; Vuela en pos del hijo amante; El rostro al abismo asoma Lo llama llorando, y toma Por voz del hijo querido, La que acompaña al crujido De un techo que se desploma. En repentina orfandad, Trémulas las manos tienden Los niños, que no comprenden Su espantosa soledad. Tan sólo la caridad Velará después por ellos, Curando con sus destellos su miseria y su aflicción: ¡Cómo no amarlos, si son Tan inocentes, tan bellos! ¿Qué pecho no se conmueve Ante cuadro tan sombrío, Que al corazón más bravío A contemplar no se atreve? Ante el infortunio aleve ¿Quién no es noble? ¿quién no es bueno? ¿Quién de piedad no está lleno, Cuando es la virtud mayor, Aun más que el propio dolor, Sentir el dolor ajeno? Manda ¡oh, noble patria mía! La ofrenda de tus piedades A las hoy tristes ciudades De la hermosa Andalucía. No es favor, es hidalguía; Es deber, no vanidad. Llamen otro Caridad Estos óbolos del hombre, Tienen nombre, sólo un nombre; Se llaman Fraternidad. Con tierno entusiasmo santo, Mezcla ¡oh patria amante y buena! Esa pena con tu pena, Ese llanto con tu llanto. Si al mirar ese quebranto, Tu triste historia repasas, Verás que angustias no escasas Pasó, entre llantos prolijos, Por amparar a tus hijos Bartolomé de las Casas. |
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