jueves, 30 de marzo de 2017

Guerra de independencia de los Estados Unidos

Batallas de España en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos


La Captura de Fort Bute tuvo lugar en ManchacLuisiana (actual EE. UU.), señaló el inicio de la intervención española en la Revolución americana del lado del Reino de Francia y los rebeldes norteamericanos; con el fin de desplazar el dominio inglés del Sur.
Reuniendo un ejército ad hoc de soldados regulares españoles, milicias acadianas, y levas nativas bajo el mando de Gilbert Antoine de St. MaxentBernardo de Gálvez a la sazón gobernador de la Luisiana atacó y capturó un pequeño puesto fronterizo en Manchac el 7 de septiembre de 1779.1
Carlos III de España había declarado la guerra al Reino de Gran Bretaña el 21 de julio, y de acuerdo con el inicio de las hostilidades, Gálvez se había preparado con una eficiencia espectacular.2 El 18 de agosto, un feroz huracán arrasó la base de Gálvez en Nueva Orleans, hundiendo su flota, destruyendo sus provisiones, y llevando a la ruina los planes militares ya trazados por mar.3 Sin dejarse desanimar, Gálvez consiguió el apoyo de la colonia y el 27 de agosto salió de sus tierras hacia el territorio de la Florida británica.3
Los españoles llegaron a Fort Bute al fin, tras una terrible marcha de once días, que había reducido su ejército en casi un tercio por el paludismo.1 La guarnición inglesa se sorprendió al ver a un ejército, no estando avisados de que se había declarado la guerra; De Gálvez, para dar experiencia a sus bisoñas tropas, ordenó la toma de la posición, débil y establecida apresuradamente, al asalto.









La batalla del cabo de San Vincente (1780) tuvo lugar cerca del cabo de San VicentePortugal el 16 de enero de 1780 entre una escuadra británica bajo el mando del almirante George Brydges Rodney, a bordo del HMS Sandwich y una escuadra española al mando de Juan de Lángara, a bordo del Real Fénix. A veces es denominada batalla a la luz de la luna por no ser habitual que los enfrentamientos entre buques de línea se produjesen por la noche.
Librada durante la Guerra anglo-española (1779-1783), provocada por la participación española en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, resultó la primera victoria británica importante en el conflicto y mostró la gran ventaja de las quillasforradas de cobre, una nueva tecnología que no solo protegía a las naves de la podredumbre sino también evitaba la acumulación de la incrustación biológica, dándoles a las naves británicas una notable ventaja en velocidad.
Rodney, con unos 19 o 20 navíos de línea, escoltaba a un convoy de barcos con el objetivo de abastecer primero a Gibraltar, sometida a su tercer asedio y después a Menorca, cuando fue avistada por la flota de Lángara, quien al comprobar el tamaño de la flota británica, intentó buscar la seguridad de Cádiz, pero los buques británicos forrado de cobre le persiguieron y alcanzaron al cabo de unas dos horas.
En la batalla, que duró desde media tarde hasta pasada la medianoche, los británicos capturaron a cuatro barcos españoles, incluyendo el buque insignia de Lángara. Otras dos naves también fueron capturados, pero se desconoce su destino final; algunas fuentes españolas indican que fueron retomados por sus tripulaciones, mientras que el informe de Rodney indica que las naves fueron a tierra y destruidas.
Después de la batalla Rodney reabasteció con éxito Gibraltar y Menorca antes de continuar a la Indias Occidentales. Los oficiales españoles fueron liberados bajo palabra; Lángara fue promocionado a teniente general por el Rey Carlos III.

Antecedentes

Uno de los de los principales objetivos españoles para su entrada en la guerra de independencia americana en 1779 fue la recuperación de Gibraltar, que había sido tomado por Inglaterra en 1704 y Menorca, también bajo soberanía británica a raíz del Tratado de París de 1763.
La estrategia diseñada para tomar El Peñón consistía en aislarlo por completo, rindiendo por hambre a su guarnición, compuesta por tropas de Gran Bretaña y el Electorado de Hannover. El asedio comenzó formalmente en junio de 1779, con un férreo bloqueo terrestre, en cambio, el cerco naval era comparativamente débil; los británicos descubrieron que pequeños buques rápidos podrían evadir a los bloqueadores, mientras naves más grandes lentas, generalmente no. Por finales de 1779, sin embargo, las reservas en Gibraltar se estaban agotando severamente por lo que su comandante, General George A. Eliott, hizo un llamamiento a Londres para intentar aliviar el cerco.
Se equipó un convoy de suministros, y a finales de diciembre de 1779 una gran flota zarpó de Inglaterra bajo el mando del Almirante Sir George Brydges Rodney. Aunque el destino final de Rodney era comandar la flota de las Antillas , tenía instrucciones secretas para primero reabastecer Gibraltar y Menorca. El 04 de enero de 1780 la flota británica se divide, las naves rumbo a las Indias giran hacia el oeste. Esto deja a Rodney al mando de 19 naves de línea, que debían escoltar al convoy de suministros hacia Gibraltar.

Primera escaramuza

El 8 de enero 1780 la flota británica avistó un grupo de velas. Dándolas caza con sus naves más veloces, estaban revestidas con lámina de cobre, comprobó que se trataba de una flota española de suministro protegida por una sola nave de línea y varias fragatas. El convoy entero fue capturado, la solitaria nave de línea, Guipuzcoana, rinde el pabellón después de un intercambio superficial de fuego, apresada es retitulada HMS Prince William, en honor de Príncipe Guillermo, tercer hijo del rey, que servía como guardiamarina en la flota. Rodney destaco al navío HMS América y la fragata HMS Pearl para escoltar rumbo a Inglaterra a la mayoría de las naves capturadas, el rebautizado "HMS Prince William es incorporado a su flota, así como algunos de los barcos de suministro que llevan carga de utilidad para la guarnición de Gibraltar. El 12 de enero el HMS Dublín , que el día 3 había perdido parte de su aparejo, sufrió daño adicional por lo que levantó bandera de socorro. Con la ayuda del HMS Shrewsbury arribó a Lisboa el 16 de enero.

Batalla 'Al Claro de Luna'

Entretanto, los españoles se habían informado de las actividades de socorro británico. Para interceptar el convoy de Rodney, desde el Escuadrón de Bloqueo se destaca una flota compuesta por 11 buques de línea comandada por el Almirante Juan de Lángara, alertando también a la flota atlántica, que se encontraba fondeada en Cadiz al mando del Almirante Luis de Córdova para que se uniese a la persecución. No obstante, al comprobar la fuerza de la flota británica, Córdova decide regresar a Cádiz en lugar de confluir con Lángara. El 16 de enero, alrededor de las 13:00, las flotas de Lángara y Rodney se avistan al sur del cabo de San Vicente el punto más al sudoeste de Portugal y de la Península Ibérica. El tiempo era nebuloso, con oleajes fuertes y chubascos ocasionales.
Rodney estaba enfermo y pasó la acción entera en su litera. Su capitán de bandera, Walter Young, instó a Rodney para dar órdenes de batalla inmediatamente que la flota española fue descubierta, pero Rodney sólo dio órdenes para formar en línea. Lángara comenzó a establecer una la línea de batalla, pero cuando se dio cuenta el tamaño de la flota de Rodney, dio órdenes para virar rumbo a Cádiz. Alrededor de las 14:00, cuando Rodney confirmó que las naves avistadas no eran la vanguardia de una flota más potente, ordenó la persecución a toda velocidad por el lado de la costa, con objeto de impedir a los barcos españoles buscar refugio y dificultando la utilización de la artillería de la cubierta inferior, atacándolos por la retaguardia según les dieran alcance. Debido al recubrimiento de cobre en los cascos (que reducía las incrustaciones marinos y el consiguiente rozamiento), las naves de la Royal Navy fueron más rápidas y pronto alcanzaron a las españolas.
La persecución duró aproximadamente dos horas, comenzando la batalla alrededor de las 16:00. El Santo Domingo, descolgado del cuerpo principal, recibió fuego de costados de HMS EdgarHMS Marlborough, y HMS Ajax antes de estallar alrededor de 16:40, solo sobrevivió un miembro de la tripulación. El Princesa fue sobrepasado por HMS Marlborough y HMS Ajax que continuaron su rumbo con el propósito de atacar otros barcos españoles, finalmente fue bombardeado por el HMS Bedford en una batalla de una hora de duración antes de abatir su bandera sobre la 17:30. A las 18:00 estaba oscureciendo, y hubo una discusión a bordo HMS Sandwich , buque insignia de Rodney, sobre si continuará la búsqueda. Aunque en algunos relatos se atribuye al Capitán Young convencer a Rodney para continuar, el Dr. Gilbert Blane, médico de la flota, informó que la decisión fue adoptada por el Consejo.
La persecución continuó en la noche oscura y ventosa, lo que más tarde se conoce como la "Batalla del claro de luna", puesto que era infrecuente en la época de batallas navales continuar después dela puesta del sol. A 19:30, el buque insignia de Lángara, Real Fenix. fue alcanzado por HMS Defence entablando una batalla que dura más de una hora, en ese momento llegaron HMS Montagu y HMS Prince George, que abrieron fuego a consecuencia del cual Lángara resultó herido; finalmente el Real Fenix se rindió al HMS Bienfaisant, que se incorporó a la lucha y le destruyo el palo mayor. La captura del Real Fenix see complicó a causa de un brote de viruela a bordo del Bienfaisant. El Capitán John MacBride, en lugar de enviar un equipo de abordaje, posiblemente infectados, informó a Lángara de la situación concediendo a él y su tripulación libertad condicional.
A las 21:15 el HMS Montagu atacó al Diligente , que quedó fuera de combate tras ser derribado su palo mayor. Alrededor 23:00 el San Eugenio se rindió después de tener todos sus mástiles abatidos por HMS Cumberland, pero la situación del mar imposibilitó enviar a bordo una tripulación de abordaje hasta la siguiente mañana. Entretanto HMS Culloden y HMS Prince George, atacaron al San Julián obligándolo a rendirse alrededor 1:00. La última capitulación fue la del Monarca que, bombardeado a distancia por HMS Alcide casi logra escapa, pero fue alcanzado por la fragata HMS Apolo que logró mantener la desigual batalla hasta la llegada, sobre las 2:00, del buque insignia de Rodney, HMS Sandwich, que disparó una andanada, sin darse cuenta que Monarca ya había arriado su bandera.
Los británicos capturaron seis barcos. De la flota española, cuatro buques de línea y dos fragatas lograron escapar, aunque las fuentes no son claras si dos de ellas estaban presentes en el momento de la batalla. El informe de Lángara dice que el San Justo y el San Genaro no estaban en su línea de batalla (aunque aparecen en los registros españoles como parte de su flota). El informe de Rodney señala que el San Justo logro evadirse con daños y el San Genaro se retiró ileso. Según otros relatos, dos naves de Lángara (no se especifica cuales) fueron enviados en algún momento de la acción para investigar otras velas no identificadas.
A la luz del nuevo día, era claro que la flota británica y sus naves apresadas estaban peligrosamente cerca de la costa con brisa en dirección a tierra. Una de las capturas, San Julián, fue considerado por Rodney como demasiado dañado para navegar y fue conducido en tierra. El destino de otra presa, San Eugenio, no está claro. Algunas fuentes informan que también fue enviado a tierra, pero otros aseguran que ella fue retomada por su tripulación y logró llegar a Cádiz. Un relato español afirma que los equipos de abordaje de ambas naves solicitaron a sus cautivos españoles ayuda para escapar a la orilla. Los capitanes españoles retomaron el control de sus naves, encarcelaron a los marinos británicos y zarparon para Cádiz.
Los británicos evaluaron sus bajas en 32 muertos y 102 heridos. El convoy de suministros llegó a Gibraltar el 19 de enero obligando a la flota sitiadora, de menor tamaño, a retirarse a la seguridad de Algeciras. Rodney, tras una escala en Tanger, llegó varios días más tarde, desembarcando a los prisioneros heridos, entre los que se encontraba el propio Almirante Lángara. La moral de la guarnición británica se eleva con la llegada de los suministros y la presencia del príncipe William Henry.
Tras la escala en Gibraltar se continua el viaje para reabastecer a la guarnición de Menorca. Finalmente, en Febrero, Rodney puso rumbo a las Antillas, aunque segregando parte de su flota original para destinarla al servicio del Canal. Este destacamento interceptó una flota francesa destinada a los Indias orientales, capturando un buque de guerra y tres naves de carga. [26] Gibraltar fue reabastecidor dos veces más antes de que el asedio fuese levantado con el final de la guerra en 1783. [27] Almirante Lángara y otros oficiales españoles fueron liberados finalmente en libertad condicional, el Almirante recibe un ascenso a teniente general. [28] Continuó su distinguida carrera, convirtiéndose en Ministro de Marina español en el Guerras revolucionarias francesas.
El Almirante Rodney, (pese a las críticas del capitán Young, que lo acusó de debilidad e indecisión) fue alabado por su triunfo, la primera gran victoria de la Royal Navy sobre sus oponentes europeos. Se distinguió por el resto de la guerra, en particular ganando en 1782 la batalla del Saintes en la que capturó al Almirante francés Comte de Grasse. Sus observaciones sobre la influencia ventajosa del revestimiento de cobre en la victoria fueron determinantes en la decisión del Ministerio de Marina británico para desplegar más ampliamente la tecnología.
Batalla del cabo de San Vicente
Guerra de Independencia de los Estados Unidos
Holman, Cape St Vincent.jpg
Battle off Cape St Vincent, 16 January 1780 (1780) deFrancis Holman, con el buque insignia de Rodney, HMSSandwich, en primer plano.

En 1797, una flota hispana de 24 navíos fue vencida por apenas 15 buques ingleses debido a las malas artes del oficial al mando

Trafalgar, Rocroi… Es posible contar por decenas las batallas en las que España no logró hacerse con la victoria. Sin embargo, en muchas de estas derrotas los soldados hispanos lucharon hasta la muerte agrandando más, si cabe, la leyenda que persigue a nuestro país. Por desgracia, el combate del cabo de San Vicente (ubicado en aguas portuguesas) no fue una de ellas. Y es que, aquel 14 de febrero del siglo XVIII, la Royal Navy dio una lección estratégica a un almirante español –José de Córdova- que, a pesar de contar con casi el doble de barcos que los ingleses, no supo llevar a sus soldados hasta el triunfo.
Corría entonces 1793, año en que ocupaba el trono español un escasamente avispado (de pocas luces, que se podría decir en la actualidad) Carlos IV. Sin embargo, parece que este monarca estaba más preocupado por tener entre las manos una escopeta de caza que un cetro con el que dirigir a sus súbditos, pues pronto dejó el poder en manos de su favorito, Manuel Godoy (favorito también de la reina quien, según las malas lenguas, disfrutaba «discutiendo» con él todo tipo de asuntos de estado en su alcoba).
Con todo, Godoy no se demoró en demostrar que su habilidad en la cama real era cuantiosamente mejor que su capacidad para dirigir España cuando, en su primera acción destacable como gobernador, ordenó invadir el sur de Francia en represalia por la llegada de la Revolución y la muerte del rey gabacho. No obstante, el fusilazo le salió por la culata pues, lejos de amedrentarse, la nueva «France» derrotó en múltiples batallas a los invasores hispanos y, meses después, demostró su capacidad militar conquistando varios territorios del norte de la Península.
Pintaban entonces las cosas muy azules, blancas y rojas para nuestro país, por lo que a Godoy no le quedó más remedio que tragarse su orgullo acompañado de una baguette y un croissant francés. Así, ya en 1796, el favorito real se bajó los calzones y firmó el humillante tratado de San Ildefonso, en el que España se comprometió a combatir junto a Francia en caso de que esta entrara en guerra con Inglaterra.
Concretamente, y en el caso de que comenzara la contienda, Godoy se vería obligado a aportar una cuantiosa flota de barcos y 18.000 soldados. A su vez, los galos se lavaban sus perfumadas manos en lo referente a soltar monedas y nos obligaban a correr con los gastos resultantes de la puesta a punto de los navíos y la movilización del ejército. Es decir, que además de meretrices, nos tocó poner la cama.
Como no podía ser de otra forma, este tratado no gustó demasiado en la pérfida Albión, donde, si ya llevaban meses haciéndonos la vida imposible cañonazo para arriba y abordaje para abajo, decidieron que era buen momento para iniciar las hostilidades. De esta forma, su Majestad Británica no titubeó y dio orden a la flota de hundir o apresar cualquier buque español que entrara en aguas guiris.

La flota española, un espejismo

Mediante este acuerdo, la Francia revolucionaria pensaba que recibiría el apoyo de una de las armadas más grandes del mundo. Y es que, según los números oficiales, España contaba en sus arsenales con una escuadra de los mejores buques que, por entonces, podían construirse en el mundo. Sin embargo, la flota hispana sufría en secreto de una dolencia letal: la falta de marineros con experiencia para dirigir aquellas máquinas de muerte marítimas.
«Arrojaba la revista de inspección pasada a las matrículas de mar el año 1787 un total efectivo de 53.147 marineros en las provincias de España e islas adyacentes, necesitábase para tripular los buques de guerra el de 89.350, de modo que, aun disponiendo de todos los inscritos, resultaba déficit de 36.200» destaca el ya fallecido historiador y militar Cesáreo Fernández Duro en su obra «Armada española (desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón)».
Sin embargo, ni los franceses con su ansiedad de tomar Albión, ni los ingleses con sus cañonazos estaban dispuestos a esperar una nueva remesa de marinos españoles, por lo que no quedó más remedio que recurrir a soluciones variopintas para poder sacar los navíos de puerto. «En principio se trató de suplir la cifra aumentando en los bajeles la infantería, y no bastando la providencia, se dio la de levas forzosas de vagos y gente de mal vivir, extendidas desde los muelles y playas, sucesivamente, a las poblaciones de todo el reino», completa el autor español.
Así pues, mientras que las tripulaciones inglesas destacaban por su rapidez, preparación, efectividad y experiencia, las de por aquí se caracterizaban por contar entre sus filas con ladrones y bandidos que, probablemente, no habían visto un mástil en toda su existencia. A su vez, los oficiales tampoco disponían de tiempo para entrenar a estos toscos e improvisados marineros en el arte de la guerra en el mar, lo que provocaba que muchos entraran en batalla sin haber disparado nunca un fusil, armado un cañón, o empuñado algún arma que no fuera un cuchillo de pan con el que atracar a algún viandante desprevenido tierra adentro.
De esta misma opinión era José de Mazarredo –oficial al mando de la principal escuadra española- quien, ese mismo año, fue expulsado de su cargo por dirigir una misiva a Godoy señalando lo que todos los capitanes de la marina de Su Majestad Católica pensaban, pero ninguno se atrevía a firmar: «Es verdad evidente e innegable que hoy la armada es sólo una sombra de fuerza muy inferior a la aparente, y que se acabará de desvanecer a la primera campaña».

A la caza

Con todo, y a pesar de la escasez de marinos entrenados, alimentos y medicamentos, la flota española se hizo a la mar en multitud de ocasiones para, a cara de perro, poner en jaque a las experimentadas tripulaciones inglesas mediante cañón y sable. Tal fue el caso de la flota inglesa del Mediterráneo la cual, dirigida por el veterano almirante John Jervis –quien, aunque de inglés tenía mucho, no contaba en su sexagenaria peluca británica ni un pelo de tonto-, salió corriendo (o navegando, más bien) de las aguas dominadas por la alianza con dirección a Portugal para evitar ser cañoneada.
Sin embargo, la suerte quiso que llegaran hasta Godoy noticias de la retirada británica, unas jugosas nuevas para alguien que, después de meter la pata hasta la altura de la ingle, estaba deseando volver a recuperar el prestigio perdido. «El de Madrid tenía informes exactos de la cortedad de la escuadra enemiga, y urgía a la nuestra para que se trasladara de Cartagena a Cádiz, sin atender a los requerimiento de gente, pertrechos y efectos de toda especie que la faltaban, en la creencia de que no los habría menester en travesía tan breve», añade Duro.
El favorito del rey no lo dudó ni un momento y, en pocos días, llegaron sus órdenes a Cartagena: la flota debía partir con la mayor premura posible. «Salió pues, del puerto, el 1º de febrero, arbolando D. José de Córdova la insignia de general jefe en el navío “Santísima Trinidad”, coloso de 130 cañones, único de cuatro puentes que en el mundo naval existía; otros seis de tres puentes y 112 piezas; uno de 80, 19 de 74, ó sean 27 en total, le obedecían, con ocho fragatas, cuatro urcas, un bergantín y 28 lanchas cañoneras y bombarderas», completa el experto español.

Cuadro que representa el final de la Batalla

Durante las jornadas posteriores, esta impresionante armada navegó, bandera española en popa, hacia aguas malagueñas, donde se les unió un convoy mercante con órdenes de arribar también a Cádiz. Casi una semana después, esta gigantesca escuadra pasó cerca del puerto de Algeciras, lugar en el que atracaron tres de los navíos y la totalidad de las lanchas torpederas.
En menos de 24 horas llegó, a su vez, el resto del grupo hasta las proximidades del puerto de Cádiz, donde únicamente entraron los buques mercantes. Y es que, según parece, Córdova prefirió esperar a que los fuertes vientos amainasen para no arriesgar ninguno de sus buques. Por ello, dio órdenes a la escuadra de dirigirse hasta las tranquilas aguas del cabo de San Vicente, ubicado en el extremo sudeste de Portugal.
Lo que no sabía el almirante es que cerca de este nuevo destino había ubicado sus buques Jervis a quién, además, se le había unido un refuerzo de varios bajeles provenientes de la pérfida Albión. «Córdova estaba en la firme creencia de no tener el almirante Jervis más que los 10 navíos que tiempo atrás se le conocían; así se lo habían avisado de Madrid, y más de un buque neutral (…) lo confirmaba (…). Ignoraba que en los últimos días se le habían unido seis {lo que hacía un total de 15} (…) y navegaba en la seguridad completa de no tener nada que temer con los 24 puestos a su cuidado», añade Duro.
Por su parte, Jervis, a pesar de contar con un número menor de navíos, estaba mejor informado, ya que uno de sus subordinados, el entonces comodoro (y futuro contralmirante) Horatio Nelson, había avistado días antes a la flota española. El británico, asimismo, conocía la falta de coordinación de la armada hispana y la escasa experiencia de sus tripulaciones, por lo que aconsejó a su almirante atacar. El sexagenario líder, tras considerarlo, fue de la misma opinión: con sus 15 navíos embestiría a una fuerza que casi le doblaba en número. Nuevamente, quedó claro que la modestia no era una de las cualidades inglesas. Así pues, dispuso sus buques en dos columnas y ordenó que varias fragatas se adelantaran para explorar el terreno.

Las flotas, cara a cara

Dispuestas las piezas sobre el mar –el cual hacía las veces de improvisado tablero de ajedrez- comenzaron los movimientos de ambas flotas. Los primeros avistamientos entre ambas armadas se llevaron a cabo en la fría y brumosa mañana del 14 de febrero –día de San Valentín-. Por entonces la escuadra española navegaba dispersa, pues Córdova consideraba que, al tener tantos buques bajo su mando, no era necesario que se movieran en perfecta formación de combate.
Fue aproximadamente a las ocho cuando un vigía avistó un par de velas en rumbo sur, dirección hacia la que el almirante español envió a los navíos «Don Pelayo» y «San Pablo» con órdenes de investigar y, en caso necesario, entablar combate contra el enemigo. No obstante, con lo que no contaba el líder naval era con que aquellos dos buques se dirigían hacia unas pocas fragatas (buques menores) despachadas por Jervis en misión de reconocimiento.
Así lo recuerda el propio Córdova en el parte que, a la postre, presentó sobre la contienda: «Las circunstancias de estar los horizontes muy cerrados y las embarcaciones del convoy algo dispersas, me determinaron a disponer que los navíos “San Pablo” y “Pelayo”, con la fragata “Matilde”, se atrasasen prudentemente, con objeto de proteger y reforzar los cazadores que navegaban a retaguardia. Así lo hicieron (…) y el resto de la escuadra siguió sin alteración, formada en tres columnas».

El inesperado avistamiento del inglés

Aproximadamente a las nueve de la mañana Córdova, desde el «Santísima Trinidad», volvió a hacer señas a la escuadra para formar en tres columnas, algo casi imposible debido al viento y a lo tarde que se había dado la orden. Apenas unos minutos después, de entre la niebla aparecieron varias velas bajo la bandera británica. El enemigo había hecho su aparición y, gracias a la meteorología, había conseguido formar dos columnas y acercarse más de lo deseado a la flota hispana.
«Serían las nueve de la mañana cuando algunos buques de la izquierda indicaron la vista de una vela sospechosa, y siendo rumbos donde navegaban embarcaciones nuestras de poca fuerza, se mandó dar caza al “Príncipe” (…) La calima de que estaba cubierto el horizonte no permitió verlas desde este buque, pero no obstante, (…) a las diez [nos convencimos] de que las embarcaciones avistadas componían una escuadra enemiga de 15 a 18 navíos», señala el almirante.
Avistado el enemigo, Córdova hizo señas a todos sus buques para que formaran una línea de batalla con la que cañonear a los ingleses, pero ya era tarde. El desorden era tal que el la escuadra española quedó dividida en tres columnas. La primera –el grupo principal- quedó formado por 16 navíos entre los que se destacaba, a la cabeza, el «Santísima Trinidad». La segunda, más adelantada, contaba con cinco buques –entre ellos los navíos «Oriente», «Príncipe de Asturias» y «Conde de Regla»-. Finalmente, el tercer grupo se correspondía con los dos barcos enviados al sur horas antes para combatir contra un enemigo fantasma. No obstante, el problema mayor era que entre las tres montoneras de bajeles había un extenso espacio de mar hacia el que se dirigía, desde el norte, la armada británica.

El osado plan de Jervis

Dividida su escuadra, Córdova cometió entonces uno de los errores que, a la postre, acabarían dando la victoria a los ingleses: ordenó a todos los navíos virar sobre sí mismo y cambiar de dirección. Al parecer, con esta maniobra intentó cerrar el hueco existente entre los tres grupos de navíos. No obstante, su plan no pudo ser más desastroso pues la niebla impidió que los cinco buques en vanguardia observaran las señas y mantuvieron el rumbo durante algún tiempo más. Esto, lejos de solucionar el problema, aumentó más si cabe el hueco por el que tenían pensado colarse los ingleses.
«Formando rápidamente su línea de combate [Jervis] la dirigió por el claro de los grupos principales, sin caer en la tentación de agobiar a los cinco navíos del pequeño, que parecía de presa segura, porque, atacándolos, en poco tiempo tendría sobre sí a todo el otro grupo. Este fue el elegido para la osada acción que discurría, pensando darle cabo por partes: llégose a la cola, donde, por la irregularidad de los movimientos, se hallaba el navío de la insignia de Córdova, y orzando de la misma vuelta, envolvió a los seis últimos», destaca Duro en su obra.

Comienza la batalla

El reloj marcaba las 11 de la mañana cuando la totalidad de la flota inglesa rompió fuego contra la armada española. Por entonces la batalla distaba mucho de pintar bien para los hispanos, pues los movimientos ordenados por Jervis habían provocado que sus 15 navíos se enfrentaran únicamente a 6 de Córdova cuyos capitanes, cañoneados por doquier, no tuvieron más remedio que apretar los dientes hasta que sus compañeros lograran virar y unirse al combate.
«El “Mejicano” pudo formar parte de nuestra proa (…) y emprendió acción con el navío más adelantado de la línea enemiga, toda la cual se empleó en el discurso de la tarde contra los navíos “Soberano”, “Salvador”, “San José”, “San Nicolás”, “San Isidro” y “Trinidad”, cuyos únicos buques sostuvieron lo principal y más ardiente del combate contra la escuadra enemiga, esto es, contra fuerzas cuadruplicadas, si se atiende, además del número, a la superioridad de fuegos sobre los nuestros», añade Córdova en su informe. Y es que, a pesar de que era cierto que aquel día los españoles carecían de un líder que les llevase a la victoria, lo que no les faltaban eran gónadas.

Nelson, al abordaje

No obstante, el valor sólo no puede vencer una batalla, y pronto la falta de un general apto comenzó a palparse en el ambiente. Así pues, el carecer de una línea de batalla bien estructurada provocó que los buques españoles se fueran amontonando y estorbándose unos a otros, hasta el punto de que el navío «San Nicolás» no pudo evitar embestir al «San José». Enredados, ambos barcos tuvieron que detener sus cañones para no destruir a su compañero, cosa que aprovechó Nelson para –a bordo del «Captain»- dar algo más de guerra si cabe.
«Habiéndose enredado en aquella confusión, desmantelados ambos, y habiendo caído los aparejos y velas por el costado, delante de las baterías, tuvieron que suspender sus disparos para no incendiarse con ellos, y quedaron sin defensas. (…) En esta disposición abordó Nelson con el “Captain” al “San Nicolás”, entrando por popa», destaca Duro. Sables, hachas y pistolas en mano, los guiris no tuvieron piedad y acabaron con el capitán del navío, D. Tomás Geraldino, y con su tripulación, más preocupada por maniobrar para no causar daños al «San José» que por el asalto.
No contento con eso, Nelson aprovechó esta esperpéntica situación y, una vez tomado el «San Nicolás», lo usó de plataforma para llegar hasta el siguiente buque. «Rendido el bajel, sirvió de puente a los ingleses para pasar al inmediato “San José”, no desembarazado aún, y que no estaba tampoco en estado de prolongar la defensa. El general Winthuysen, mutilado en el combate de la Leocadía por una bala de cañón, acababa de ser despedazado por otra, y siete oficiales y 149 individuos de todas clases, muertos o heridos, henchían la cubierta», completa el militar español. Finalmente, después de ellos se rendirían el «Salvador» y el «San Isidro». La lucha comenzaba a tocar a su fin.

El combate del «Trinidad»

Mientras Nelson se ganaba sus medallas, una gran parte de la flota inglesa cañoneaba al coloso español, el «Santísima Trinidad» desde el cual Córdova trataba de dirigir las operaciones sin caer muerto por alguna bola de cañón o esquirla de las cientos que le llovían. Concretamente, la principal prioridad del almirante era hacer señas a los buques aliados para que, lo más rápido posible, se unieran a la contienda. En cambio, ya fuera porque no las vieron, o porque prefirieron huir de las bofetadas, ningún buque decidió entrar en fuego.
Desesperado, Córdova hizo todo lo posible por devolver los cañonazos que recibía el barco conocido como «El Escorial de los mares». «El navío “Trinidad” fue batido toda la tarde por un navío de tres puentes, que le dio el costado, y tres de 74, que le cañonearon a metralla y palanqueta. (…) El que tenga presente esta circunstancia y sepa la celeridad y certeza con la que los ingleses manejan su artillería, inferirá cual sería nuestra situación a las cuatro de la tarde y después de cinco horas de combate. A más de tener sobre 200 muertos y heridos, apenas había cabo sin faltar, ni verga o palo sin rendir. No obstante de todo, manteniendo aún la vela del trinquete, aunque con 200 balazos, pude (…) conseguir que el navío mantuviese la cabeza y continuara la acción más de otra hora», añade el almirante en el informe.
Durante los siguientes minutos, la situación del «Trinidad», lejos de mejorar, se hizo aún más desesperada. Rodeado por todos sus costados, quedó inmóvil cuando los cañones ingleses le destrozaron los palos y las velas. De hecho, tal era el número de disparos guiris que recibió que, al parecer, su gigantesco casco quedó a la deriva acompañado por una perpetua niebla provocada por la pólvora.
Superado, Córdova se reunió entonces con sus subordinados y tomó una dura decisión, como bien explica en sus anotaciones posteriores a la contienda: «En esta situación de cosas convoqué al comandante y oficiales, y todos fueron unánimes de dictamen que el navío no podía sostener por más tiempo la acción. (…) Convencido yo de lo mismo, no hubiera de todos modos podido menos de adherirme al dictamen de unos oficiales inteligentes. (…) En consecuencia de todo, mandé suspender el fuego de los pocos cañones que podían hacerle y di disposiciones para indicar a los enemigos mi resolución».
En esas andaba el «Trinidad» (bajando la bandera española para indicar su rendición) cuando, repentinamente y cruzando el horizonte, aparecieron por el costado el «San Pablo» y el «Don Pelayo» lanzando andanada tras andanada a los soldados de la Royal Navy. Al fin, y tras haber sido enviados al sur, habían conseguido entrar en combate, y, por suerte, habían elegido el mejor de los momentos.
A su vez, el ataque de estos dos heroicos capitanes (Baltasar Hidalgo y Cayetano Valdés respectivamente) se vio acompañado por varios de los navíos que, durante la acometida, habían quedado en vanguardia. «El refuerzo de estos dos navíos recayó sobre la incorporación oportuna del “Conde de Regla” (…) y del “Príncipe”, que llegó poco después, y la vanguardia, que hasta ese punto no hizo movimiento», destaca Córdova.
Superados ahora por la escuadra española, los ingleses no tuvieron reparo en retirarse habiendo hecho una presa de cuatro navíos españoles y dejando tras de sí a 1.281 hispanos muertos o heridos. Por su parte, ellos sólo tuvieron que llenar unas 75 tumbas. Sin duda, una gran victoria para una flota que, en principio, poco podía hacer en contra de los poderosos y cuantiosos buques de guerra de Córdova. Así, la de San Vicente se convirtió en una batalla de leyenda en Inglaterra hasta la llegada de la contienda de Trafalgar. Pero eso, como se suele decir, es otra historia.

La ineficacia del «Santísima Trinidad»

1 comentario:

  1. Como siempre centrándonos en las pocas cosas mal que ha hecho España, cuando en cualquier otro país del mundo matarían por tener una pizca de nuestra historia y nuestras victorias.

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