domingo, 16 de agosto de 2020

FILOSOFÍA - ÍNDICE SISTEMÁTICO

 

Apariencias, Realidades y Verdades enmarcadas

La oposición Apariencia / Verdad no es una oposición inmediata de términos correlativos. En efecto, si nos atenemos a un marco genético, en el que figuren obligadamente los sujetos operatorios y, por tanto, objetos apotéticos correspondientes a esos sujetos, y en el que figuren también realidades determinadas, habrá que concluir que la oposición Apariencia / Verdad se da siempre a través de una realidad determinada, y que la verdad implica siempre la apariencia, aunque las apariencias no implican siempre a verdades, porque las apariencias pueden ser veraces o falaces.

Una apariencia enmarcada en un marco k (apariencia-k) se opone a una apariencia desenmarcada de todo marco concreto k. Las apariencias-k lo son en función de realidades dadas en k. Son partes, momentos o aspectos que dicen alguna continuidad causal o de otra índole con determinada realidad que tiene también alguna relación con el marco-k, pero que no está explicitada desde la apariencia, sino que está implícita en ella u ocultada por ella. Las apariencias-k son alotéticas [52], es decir, nos remiten a algo distinto del mismo k. Las apariencias son correlativas de realidades determinadas y, por ello, solo en función de estas realidades podrían considerarse como apariencias. La conexión entre las apariencias-k y la realidad-k se establece a partir de los sujetos Si-operatorios humanos o etológicos (la mariposa Calligo extiende sus alas, ofreciendo al pájaro depredador la apariencia de un búho capaz de espantarle): si suprimimos a los sujetos operatorios la apariencia deja de serlo. Por consiguiente, las apariencias implican siempre presencia apotética (a distancia) porque las operaciones (de juntar o separar) suponen la acción de sujetos ante objetos en situación apotética. La presencia apotética [679] la constatamos de modo inmediato a través de los teleceptores (los órganos de la visión y del oído); pero también, de modo mediato, a través de los propioceptores o intraceptores (sensores cenestésicos, táctiles, olfativos, etc.) que ponen al sujeto en “presencia a distancia” de r por la mediación de la persistencia o recuerdo de imágenes visuales o auditivas, o a través de la presencia en el recuerdo de las sensaciones experimentadas a lo largo de los desplazamientos.

El concepto de apariencia enmarcada, o apariencia-k, nos obliga a distinguir entre diversas formas de apariencia, tal como se nos presentan en la experiencia ordinaria. Las apariencias-k se diferencian, ante todo, de las apariencias desenmarcadas (de k), pero también de las falsas apariencias o pseudoapariencias, respecto de k (las falsas apariencias, o apariencias falaces, podrían considerarse como apariencias de apariencias). El maquillaje del rostro que disimula la palidez enferma no es una apariencia interna de salud; es una pseudoapariencia, un cosmos aparente, producido por la cosmética, una falsa apariencia, o una apariencia de las apariencias k dadas en el marco de la salud orgánica. Otra cuestión, es la cuestión de los criterios de internalidad o externalidad, respecto del marco-k. El maquillaje puede considerarse biológicamente como externo o adventicio al rostro maquillado (por oposición al color natural de “apariencia sana”); pero podríamos considerarlo interno, si utilizamos un criterio físico (sin perjuicio de sus efectos biológicos) y entonces el maquillaje cosmético no sería una pseudoapariencia, sino una verdadera apariencia (acaso falaz) del rostro sano. La “granada de cera” que el rey Tolomeo ofreció al filósofo estoico Esfero para poner a prueba su “fantasía cataléptica”, podría considerarse biológicamente como una pseudoapariencia; pero estéticamente, en el marco del banquete, por su emplazamiento junto a otras granadas reales, se nos presentaría como una verdadera apariencia, aunque falaz. En cuanto se oponen a las falsas apariencias o a las pseudoapariencias, las restantes apariencias-k podrían ser calificadas de verdaderas apariencias, lo que no quiere decir que, por ello, las verdaderas apariencias hayan de ser apariencias veraces.

Aparienciencias-de, apariencias ante. La característica de las apariencias enmarcadas k nos obliga también a distinguir entre apariencias-de y apariencias-ante (respecto del sujeto operatorio). Y tanto las apariencias determinadas como las pseudoapariencias, pueden ser presentadas como apariencias-ante. Los fenómenos [197] intersectan con las apariencias, ante todo, en cuanto apariencias-ante. En cualquier caso, las apariencias no “se dan por sí mismas ante los sujetos que las perciben”, como si fuesen meros fenómenos. Por ello, decimos de algo que es apariencia-k, cuando está en conexión de continuidad, contigüidad o semejanza con una realidad que suponemos “actúa en otro lugar” (alotéticamente) del marco-k, y que no tiene por qué hacerse presente al mismo tiempo que la apariencia. La apariencia se constituye como tal en un proceso de autologismo retrospectivo, por el cual el sujeto operatorio “retrocede” al momento o fase de la protoapariencia k después de haber bosquejado la realidad k a cuyo acceso dio lugar la protoapariencia k.

Apariencias y simulaciones. Las simulaciones pueden figurar como apariencias (a’): las ciudades Potemkin eran simulaciones de ciudades reales que, además, aparentaban serlo. Y las apariencias pueden figurar como una simulación: el gorila que se da grandes puñetazos en el pecho simula y aparenta a la vez fuerza airada. Pero hay apariencias que no pueden simular algo que no es semejante o análogo a ellas; y hay simulaciones que no son apariencias de nada, sino, por ejemplo, sustitutos isomorfos, simulacros: las maniobras militares (simulacra) realizadas por las legiones romanas eran simulaciones, no pretendían aparentar una batalla real; las simulaciones no miméticas practicadas en Hidrodinámica y en Mecánica de fluidos, mediante modelos de autómatas o de otro tipo, no buscan producir la apariencia de un torbellino, sino reconstruir, por vía isológico-abstracta, la estructura del torbellino; las simulaciones de lluvias, nubes o sol, muy frecuentes en los espacios meteorológicos de los informativos de televisión, no pretenden ser apariencias de lluvias, nubes o sol.

Asimismo, referiremos siempre la Verdad a un marco; lo que significa, desde las coordenadas del materialismo filosófico, que no presuponemos “verdad primera o universal” alguna, sino, a lo sumo, múltiples y heterogéneas verdades [684] que, además, podrían ser a veces independientes, y a veces incluso incompatibles. La Idea de Verdad la consideramos definida a partir de la Idea de Identidad referida a identidades sistemáticas [216]. No será posible hablar de verdades al margen de los sujetos operatorios. Las verdades solo pueden establecerse desde las apariencias, lo que no impide que a través de estas apariencias puedan establecerse relaciones terciogenéricas que, en todo caso, deberán siempre estar vueltas de cara a las apariencias. La verdad enmarcada, así entendida, es siempre correlativa a las apariencias. La verdad, por tanto, implica las apariencias y establece la conexión entre las apariencias y una realidad enmarcada junto a ellas que sea capaz de instaurar identidades sintéticas. Si concebimos la verdad como implicando a una identidad (aunque no recíprocamente) es porque agregamos a la Idea de Verdad estas condiciones:

(a) La de estar enfrentada (confundida, mezclada, oculta, etc.) con la apariencia o con el fenómeno (con el engaño, con la simulación, con la mentira, con el error, con la hipocresía…).

(b) La de constituirse como verdad en el momento en que se logre, mediante las operaciones dialécticas pertinentes, su segregación o depuración respecto de las apariencias a las cuales la verdad se supone referida.

Estamos ante una concepción dialéctica de la verdad, en cuanto negación, rectificación, desocultación, etc., del error o de la apariencia. La apariencia, sin embargo, no es la no-realidad, sino una fase o momento indeterminado de la realidad, respecto de aquellas otras fases con las cuales pudiera identificarse constitutivamente como verdad. Apariencia será, según esto, tanto manifestación reflejo, etc. (en fases o momentos parciales suyos) de una realidad, como la ocultación de la realidad (a través de esas fases o momentos). En esta indeterminación haríamos consistir su condición de apariencia. La apariencia, por sí misma, no podrá llamarse veraz ni falaz: hasta que se determine su valor, será simplemente “verosimilitud”. Esta pieza de metal (que no es una no-realidad) es una apariencia de moneda que solo después de contrastada (probada, demostrada) se determinará como moneda verdadera (como apariencia veraz) o como moneda falsa (como apariencia falaz). Desde este punto de vista, se comprende por qué las apariencias no implican necesariamente a las verdades (cuando no es posible deshacer la indeterminación [681], o cuando se trata de apariencias de apariencias), y por qué las verdades implican las apariencias, siempre que presupongamos que una realidad no tiene jamás una estructura megárica, sino que está mezclada, confundida o reflejada con otras realidades.

Y como las apariencias (o engaños, mentiras, simulaciones, confusiones) solo pueden constituirse en función de los sujetos operatorios, la verdad dice siempre relación a los sujetos o grupos de sujetos operatorios que sean capaces, en su caso, de “segregarla” de los fenómenos o de las apariencias. Por esta condición dialéctica (o crítica) de la verdad es gratuita la pretensión de circunscribir el análisis de la Idea de Verdad en el ámbito de la “Teoría del Conocimiento” o “Epistemología” [173]: el conocimiento se define por la verdad, no la verdad por el conocimiento (“solo el conocimiento verdadero es verdadero conocimiento”, Platón, Teeteto 186-d). La moneda p no es falsa porque alguien la conozca como tal, sino que alguien la conoce como tal por serlo. El término “verdad”, en consecuencia, también forma parte del vocabulario ontológico. El predicado “verdadero” puede afectar a un objeto, no a un conocimiento, sin perjuicio de que el objeto deba ser conocido. Por tanto: “Esta moneda es verdadera” no expresa solo la evaluación cognoscitiva, metalingüística, acaso meramente enfática; establece una evaluación de la moneda fenoménica misma, es decir, de esta pieza metálica redondeada y acuñada. Una evaluación que no va referida únicamente a su unidad real (o al ser de la pieza metálica, según la definición: veritas est id quod est), sino a su identidad [212], que se constituye, en función de características isológico-distributivas, exigidas por la ley, y en función de sus características sinalógico-atributivas, relativas a su génesis. Esto es tanto como decir que, dadas monedas p y q, no será posible considerarlas como falsas o verdaderas “por sí mismas” (por ejemplo, en virtud de su estructura química distributiva, de sus inscripciones) si no se introduce el proceso genético de la acuñación. Proceso en el que intervienen sujetos operatorios de diferentes órdenes, por ejemplo, acuñadores oficiales o falsificadores.

http://www.filosofia.org/filomat/df680.htm





Definición y Clasificación de las Apariencias: Veraces / Falaces / Indeterminadas / Absolutas

Tanto los fenómenos como las apariencias requieren, para constituirse, un “escenario”, o “dispositivo escénico” (apotético, en consecuencia), en el que figuren obligatoriamente sujetos operatorios (S) y objetos (o sujetos corpóreos intercalados entre ellos).

Definimos la apariencia como la función que determinados dispositivos objetivos a (apotéticos respecto del sujeto operatorio) y alotéticos, no necesariamente significativos, respecto de terceros dispositivos, desempeñan respecto de terceras situaciones o dispositivos r (cuando la relación (S,r) no se dé como inmediata, sino como mediada por la relación (S,a)) en orden a obstruir o a facilitar la relación mediata (S,r). El concepto de apariencia [680], así definido, implica un componente práctico (en función de la obstrucción o la facilitación) en relación con el sujeto operatorio, al margen del cual el concepto de apariencia se desvanece; pero tampoco podría atribuirse a un objeto o disposición de objetos, en sí mismos considerados, la condición (a) de apariencia, si no se tuviera en cuenta su relación a terceras situaciones (r), en el sentido dicho.

En la clasificación de las apariencias que ofrecemos (I. Apariencias falaces y II. Apariencias veraces) las apariencias falaces no constituyen una especie inmediata del género verdaderas apariencias: el concepto de apariencia falaz presupone el concepto de apariencia veraz; una vez dado éste, alcanzamos, como un concepto límite, el concepto de apariencia falaz como una de las especies verdaderas apariencias enmarcadas k (análogamente a como solo a partir del concepto de relación no reflexiva podemos construir, mediante la operación producto relativo, para el caso de las relaciones simétricas, el concepto límite relación reflexiva): un síntoma (o síndrome) de calor, rubor o dolor es, en general, una apariencia veraz si efectivamente tiene que ver con un tumor; pero acaso ese calor, rubor o dolor, no tengan que ver con un tumor y, entonces, constituirían una apariencia falaz del tumor (sin perjuicio de que pudiéramos hablar de una verdadera apariencia).

Apariencias indeterminadas y absolutas. Hay que tener en cuenta los casos en los que las apariencias no puedan determinarse como falaces o como veraces. Por ejemplo, el actor teatral que se disfraza de clérigo no da lugar a una apariencia veraz, pero tampoco falaz, pues a nadie pretende engañar: en cuanto verdadero actor no es un “clérigo falso” (una apariencia falaz de clérigo, un impostor), sino un clérigo simulado o representado. Otra cosa es que un sujeto S (hombre o animal) interprete o confunda una simulación [680] dada como si fuese la propia realidad por ella simulada, tratando una entidad alotética (sea simulación mimética, sea apariencia) como si fuese la entidad autotética correspondiente. Estas situaciones de “ambigüedad objetiva”, en las que se confunden (por los sujetos que actúan en ellas) las apariencias, simulaciones miméticas, las apariencias veraces, o las indeterminadas, son situaciones propiciadas, y a veces, buscadas, por las artes representativas (o miméticas) como puedan serlo el teatro, la televisión, el cine, la fotografía o la pintura. La ambigüedad o confusión objetiva alcanza sus grados más elevados en las representaciones teatrales en las cuales los actores representan su propio papel de actores, o su propia vida real en cuanto vida o “fragmento de vida” en una suerte de Commedia dell’arte. Las apariencias absolutas se constituyen como apariencias objetivamente confusas, precisamente en el momento en el cual pierden, ante los sujetos pertinentes, su condición alotética y comienzan a ser interpretadas (incluso por los mismos sujetos actores) como entidades autotéticas [52]. Como ejemplos podemos citar la historia de Ginés, actor y mártir, que, representando a Cristo en la época de las persecuciones por cuenta del césar Galerio, se hizo cristiano; o la situación descrita por Cervantes cuando don Quijote se enfrenta a los títeres del retablo de Maese Pedro. En la pintura encontramos muchos ejemplos de “ambigüedad objetiva”. Las figuras pintadas, que en sí mismas son acaso meras simulaciones miméticas (a’), pueden comenzar a desempeñar el papel de apariencias cuando un sujeto dado, en lugar de interpretarlas como simulaciones alotéticas o apariencias (a) se comporte ante ellas como si fuesen realidades autotéticas (r). Su función de apariencia comenzará a actuar en el momento en que ellas están obstruyendo las relaciones efectivas que mantiene con r. Las uvas pintadas (a’) por Zeuxis confundieron o engañaron a los pájaros (S) que se lanzaron a comerlas, como si fueran uvas reales (r). Pero la cortina pintada (a’) por Parrasio confundió (engañó), a su vez, al propio Zeuxis (S) cuando la tomó por una cortina real (r), que estaba cubriendo al propio cuadro que, al parecer, su rival iba a presentarle; y, por ello, Zeuxis reconoció la superioridad del arte de Parrasio: “Yo he pintado (dijo Zeuxis) unas uvas que han confundido a unos pájaros, pero Parrasio una cortina que me ha confundido a mí”. Las uvas de Zeuxis, o la cortina de Parrasio son apariencias falaces de presencia en su grado límite, en el momento en que ni siquiera fueron interpretadas como apariencias veraces (alotéticas), sino como realidades mismas (autotéticas) [816].

De la definición de apariencia que hemos presentado, derivamos una clasificación las apariencias según los modos de establecerse la relación entre los sujetos (S), las apariencias (a) y las realidades (r). Esta clasificación ha de ir referida, no ya a los términos (a) absolutamente considerados, o incluso en una determinada relación con (r), sino a estas disposiciones consideradas en función de una tipología pertinente de sujetos (S).

Clasificación de las apariencias:

I. Apariencias falaces (al menos, no veraces) [682]

(A) Configurativas:

1. Apariencias (falaces) configurativas de presencia.

2. Apariencias (falaces) configurativas de ausencia (apariencias eleáticas).

(B) Por conexión:

1. Apariencias (falaces) por conexiones de presencia.

2. Apariencias (falaces) por ausencia de conexión (des-conexión).

II. Apariencias veraces (al menos, no falaces) [683]

(A) Apariencias (veraces) sinalógicas

(B) Apariencias (veraces) isológicas

(C) Apariencias (veraces) mixtas



http://www.filosofia.org/filomat/df681.htm







Apariencias falaces configurativas / Apariencias falaces por conexión

Las apariencias falaces (al menos, no veraces) [681] son aquellas apariencias (a) que desempeñan, respecto de un sujeto (S), una función obstativa, respecto de la posibilidad de que la realidad (r) se constituya como una disposición objetiva identificable; tendremos en cuenta a r como el término de una relación alotética objetiva de (a). Dentro de esta rúbrica, distinguimos dos subtipos: (A) Apariencias (falaces) configurativas y (B) Apariencias (falaces) por conexión, según la naturaleza de la disposición (a):

(A) Apariencias (falaces) configurativas (de presencia y de ausencia):

1. Apariencias (falaces) configurativas de presencia. Cuando (a) sea una disposición presente y delimitada como tal apariencia, o bien de forma que (a) desempeña un papel de apariencia frente a (r) que desempeña el papel de realidad (el caso de la apariencia del búho producida por la mariposa Calligo), o bien cuando (a) se mantiene como presente frente a un (r) irreal (la apariencia de los canales de Marte “descubiertos” en 1877 por J.V. Schiaparelli).

2. Apariencias (falaces) configurativas de ausencia. Aquellas en las que el término (a) ha des-aparecido, de suerte que su ausencia se nos ofrece como una privación, no como una mera negación. Nos encontramos con una situación límite constituida al introducir retrospectivamente el término (a) des-apariencia. Ejemplos: la ocultación del animal cazador ante su presa; o la apariencia por ausencia mimética de la presa que, ante los ojos del cazador, queda disimulada como uno más de los contenidos del paisaje. El vacío fenoménico (interpretado por los eléatas como una apariencia, des-apariencia, del Ser) es el mejor ejemplo que podríamos poner hoy de lo que llamamos “apariencia eleática”. El vacío no era, desde luego, una apariencia de presencia, en tanto que en el recinto vacío nada se veía o se apreciaba; pero tampoco era apariencia de ausencia porque lo que se afirmaba precisamente era que en el lugar vacío no había nada oculto. Las discusiones entre plenistas y vacuistas llegaron hasta Torricelli y Pascal, aunque los argumentos no “experimentales” contra la existencia del vacío se habían dado ya antes: “si no hubiese nada entre las paredes del receptáculo vacío estas paredes deberían tocarse”. Pero hoy se admite que el vacío de un recinto cualquiera, o el vacío del espacio cósmico, el “espacio vacío” enmarcado por nuestra galaxia, o simplemente el espacio vacío desenmarcado, el “espacio absoluto newtoniano”, es una apariencia negativa porque un tal vacío (que, sin embargo, para Newton está de hecho inundado, en cuanto “sensorio divino”, por la divinidad) está realmente lleno de materia transparente a la luz o a otro tipo de ondas electromagnéticas o gravitatorias.

(B) Apariencias (falaces) por conexión y desconexión

1. Apariencias (falaces) por conexiones de presencia, adventicias, erróneas o desviadas. Apariencias derivadas de asociaciones accidentales, por ejemplo, de contigüidad secuencial (post hoc, ergo propter hoc), de semejanza (ilusiones de la magia homeopática, etc.). El “montaje”, en televisión, es la fuente principal de las apariencias falaces por conexión: alteración del orden de las secuencias, interpolaciones, composición de secuencias meramente sucesivas presentadas para sugerir una concatenación causal (post hoc ergo propter hoc).

2. Apariencias (falaces) por ausencia de conexión (des-conexión). Se constituyen mediante la hipóstasis o sustantificación [4] de términos objetivos des-contextualizados: la apariencia del Sol copernicano, centro del mundo, en cuanto entidad sustantivamente dada.

http://www.filosofia.org/

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