Materialismo formalista
Las relaciones lógicas constituyen una de las regiones más genuinas del género M3 [75]. Por ello, la Lógica no es una Fisiología del razonamiento (M1), ni una Psicología del razonamiento (es decir, una ciencia de entidades M2), lo que no excluye que puedan ser, en parte, formalizados lógicamente los circuitos nerviosos (Mc Culloch, etc.) –pero también los circuitos de los “cerebros electrónicos”– y los cursos psicológicos mentales (Piaget, etc.). Y, precisamente, por esto, las relaciones lógicas pueden realizarse en la materia tipográfica (M1) de los libros de Lógica formal, sin necesidad de que se asigne a los símbolos de ésta el papel de emblemas de entidades distintas a la propia tipografía. De este modo, diremos que las variables booleanas “p”, “q” se refieren a “1” o “0” en cuanto son un tipo definido de “manchas de tinta” –sin perjuicio de que, a su vez, “p” pueda asociarse a frases (“Todo hombre es mortal”), también a interruptores, pero siempre que, a su vez, “0” y “1” se asocien a situaciones booleanas.
Esta concepción de las relaciones lógicas como entidades M3 que pueden realizarse en un material tipográfico recupera el núcleo de la concepción formalista de la Logica docens, pero sin los compromisos filosóficos del formalismo “idealista” –convencionalismo, separación de las formas y la realidad material, etc. El formalismo que aquí diseñamos es un “formalismo materialista”, el de la materialidad M3 presente en el material tipográfico cuando se organiza según las relaciones lógicas a través de la propia física de los símbolos tipográficos, por ejemplo, a través de la permanencia de la figura “x” en sus menciones en “(∀x)Fx∨¬Fx”.
La significación gnoseológica del “materialismo formalista” no hay que ponerla tanto en la consideración de los signos (lógicos o matemáticos) como constitutivos del campo de la Lógica o de la Matemática (tesis defendida, en gran medida, por el Wiener Kreis) cuanto en la consideración de las figuras de esos signos como entes físicos fabricados, del mismo rango que los otros entes del mundo físico categorial. Esto es precisamente aquello que no se subrayó en el Wiener Kreis –y de ahí su tratamiento de la Lógica y las Matemáticas como ciencias formales, carentes de sentido, tautológicas o analíticas, conjuntos de reglas de transformación convencionales, como si el modo formal de hablar, el hablar sobre palabras, fuera siempre distinto del modo material, del hablar sobre las “cosas”.
El nivel fisicalista de la geometría de Euclides, para mantenernos en un espacio clásico y no confundirnos con otros problemas, sería precisamente el de los dibujos trazados en los planos o en las superficies esféricas, o donde fuese, en la medida en que los dibujos son fenómenos; son fenómenos que por sí mismos no dicen nada, como es natural, son fenómenos que luego tienen que ser contrastados con otros fenómenos (son fenómenos porque, por ejemplo, los redondeles no son circunferencias pues la “circunferencia esencial”, unidimensional, no puede dibujarse, sería invisible). La diferencia con la ciencia natural tendría que ver con esto, en tanto las ciencias formales trabajan con elementos principalmente fabricados por el propio hombre. Son las propias figuras, creadas a una escala determinada (que además es una escala tipográfica, trazada en las dimensiones de un plano, etc.), aquellas que, para utilizar metodología kantiana, resultan trascendentales, en el sentido de que las llevamos siempre con nosotros, porque están a escala de nuestra mano, vinculadas con las figuras que tienen significado macroscópico.
http://www.filosofia.org/filomat/df086.htm
Mundo (apotético y paratético) / Mundos entorno / Sujetos operatorios
“Mundo” es el conjunto o sistema de realidades “objetivas” que envuelven a los sujetos, no solo físicamente, sino también apotéticamente [183]. Lo que es apotético solo puede configurarse como tal, a través de los fenómenos [197] que implican sujetos operatorios. Solo entonces puede tener lugar, no solo el establecimiento de distancias métricas (de relaciones distales), sino también la “evacuación” [89] de los contenidos interpuestos entre los sujetos y las cosas del Mundo que los envuelven. Si suprimiésemos los sujetos operatorios, el Mundo, en cuanto Mundus adspectabilis, des-aparecería. Y no porque se aniquilase (como pensaban los idealistas absolutos, que reducían al Mundo a la condición de un contenido de la conciencia), sino porque se reduciría a la condición de realidad física (paratética).
Pero cuando introducimos a los sujetos operatorios, animales o humanos, algo muy similar al Mundo comenzará a configurarse de acuerdo con una morfología que habrá de estar proporcionada a las especies zoológicas correspondientes: el “mundo entorno” de los peces será distinto del “mundo entorno” de las aves; el “mundo entorno” de los homínidos será distinto del “mundo entorno” de los hombres; y dentro de los hombres, será distinto el “mundo entorno” de un yanomamo, y el “mundo entorno” de un griego de la época de Pericles. Las diferentes sociedades o culturas se caracterizan en gran medida porque sus respectivos “mundos entorno” son también diferentes y característicos (sin perjuicio de las intersecciones que entre ellos puedan tener lugar). La constatación de estas diferencias ha solido ser formulada, desde los escépticos griegos, hasta Von Uexküll o Spengler, según el modelo relativista: cada animal, según la naturaleza de su especie, como cada “cultura”, tendría su propio “mundo entorno”. Estos “mundos entorno”, por lo demás, se comportarían entre sí como “mundos megáricos”, formalmente incomunicables (aun cuando materialmente estuvieran en continuidad causal y aun sustancial).
Sin embargo, los diferentes “mundos entorno” de los sujetos o grupos de sujetos operatorios no tienen por qué ser interpretados en el sentido de este relativismo megárico radical. Los diversos mundos entornos, sin dejar de ser diversos, tiene múltiples puntos de intersección, es decir, contenidos apotéticos comunes en diverso grado y proporción, según las especies consideradas. Los chimpancés tendrán con los hombres muchos más contenidos (apotéticos) comunes que los que puedan tener con las abejas. Y, precisamente por esto, los “mundos entorno”, lejos de ser entidades incomunicables, aisladas o irreducibles, podrán ser englobados, más o menos, los unos en los otros. Solo que este englobamiento puede hacerse efectivo a través del conflicto y de la dominación [816] (en el límite: de la destrucción o de la asimilación) de unos “mundos entorno” en los “mundos entorno” de los vencedores.
De este modo, y por esta razón, lo que llamamos “Mundo” en general, a la vez que es el mundo entorno de los “hombres civilizados”, puede englobar en sí a los mundos entorno de los salvajes, y por supuesto, también al de los póngidos, y aun al mundo de los insectos: von Frisch pudo “introducirse” en el “mundo entorno” de las abejas e incluso llegó a leer su “lenguaje”. No tenemos noticia, en cambio, de una abeja que hubiera sido capaz de entrar en el “mundo de los hombres” hasta el punto de poder interpretar el Quijote.
El Mundus adspectabilis de los hombres no tiene, por tanto, como privilegio el de ser el mismo Mundo absoluto y real (suponiendo que un mundo tal pudiera existir al margen de los sujetos operatorios, animales, humanos o divinos). A lo sumo, tendrá como privilegio ser el “Mundo de mayor potencia” capaz de envolver, en principio, a todos los demás mundos entorno de los animales, de los dioses, de los homínidos y aun de los hombres que viven en mundos diferentes.
Ahora bien: el Mundo, en cuanto apotético y antrópico [68], en tanto no es una realidad absoluta sustantivable [88], solo existe a través de procesos físicos (paratéticos). El Sol se nos hace presente a distancia apotéticamente, sin que esto quiera decir que el Sol, según su morfología característica, pueda considerarse separado o exento de los ojos o de los sujetos que lo perciben. El Sol corpóreo y apotético que vemos es en sí mismo una condensación de materia en estado de plasma; y, aunque es una entidad física, ni siquiera tiene naturaleza corpórea: es intangible, no solo por su distancia a las manos de un sujeto operatorio, sino porque los millones de grados de su temperatura aniquilarían las manos que intentasen tocarle. En todo caso, esa materia solar condensada en ese “punto” del espacio-tiempo de Minkowski se mantiene en continuidad causal (paratética) con los sujetos que lo perciben apotéticamente.
Para expresarlo en una fórmula sencilla: la realidad del Mundo se despliega inmediatamente de un modo análogo a lo que en los geómetras proyectivos llaman el “modo dual”. Hay dualidad entre puntos y rectas porque un punto puede ser considerado como la intersección de infinitas rectas, y una recta como una alineación de infinitos puntos (sin que sea posible separar ambos aspectos o alcanzar una tercera posición). Y, sin embargo, puntos y rectas, aunque inseparables son disociables [63], en cuanto a sus legalidades respectivas. Diremos también, por analogía, que la realidad mundana se caracteriza por la dualidad de sus dos momentos inseparables, aunque disociables: su momento o aspecto apotético y su momento o aspecto paratético; momentos que se corresponden respectivamente con los órganos de percepción llamados “teleceptores” (vista y oído) y con los órganos llamados “propioceptores” (el tacto principalmente).
El alcance de la distinción entre estos dos momentos del Mundo real puede apreciarse muy bien en el campo biológico, tal como lo considera la teoría de la evolución. Al menos cuando esta disocia los componentes genéticos y los componentes etológicos que actúan en los procesos evolutivos. La concepción geneticista de la herencia (la “herencia dura” de Weismann, que deja de lado los factores ambientales), supo incorporar los factores evolutivos del medio, y no ya solo del medio estructural, atmosférico, hídrico, electromagnético, sino los factores constitutivos del medio ligado al mundo apotético. En este mundo, precisamente, es donde se dibujan las conductas etológicas. No es de extrañar que una de las cuestiones más importantes que tiene pendientes la teoría de la evolución sea la de dar cuenta de los mecanismos según los cuales las conductas etológicas de los individuos (que se mueven en el mundo apotético) pueden influir sin arruinar el “principio de Weismann”, es decir, sin acogerse a mecanismos mágicos, sobre la evolución orgánica.
Por nuestra parte, tan solo diremos que acaso el cauce más expeditivo a través del cual la conexión puede ser entendida sea aquel por el que discurren los procesos de la “selección cazadora”, por un lado, y de la “selección sexual”, por otro. Cuando aplicamos las Ideas del materialismo filosófico al campo de la teoría de la evolución [95], el alcance de las intervenciones del sujeto operatorio en los procesos evolutivos podrá quedar reconocido a través de las operaciones que estos sujetos animales (los organismos vegetales no necesitan desplazarse para obtener alimento, ni, por tanto, necesitan órganos teleceptores) han de ejecutar tanto en el momento de la “producción” de alimentos, como en el momento de la “reproducción” de sus organismos. Pero, la selección sexual ¿no actúa sobre todo a través de determinados caracteres sexuales secundarios susceptibles de ser percibidos apotéticamente?
http://www.filosofia.org/filomat/df702.htm
Ontología y Epistemología / Realismo e Idealismo / Sujeto y Objeto
Los planteamientos espistemológicos están dados en función del análisis de la experiencia en términos de sujeto y objeto (S/O) [301]. La fertilidad de este análisis, aparte de su significación pragmática, es indiscutible, puesto que desde sus coordenadas se organizan los métodos de la fisiología y de la psicología de la percepción. Sólo que tanto la fisiología, como la psicología de la percepción, siendo ciencias cerradas, presuponen ya dados (en la experiencia adulta definida en un determinado nivel cultural) los objetos que ellas mismas tratan de reconstruir: ese árbol, o la Luna. Mientras que la problemática filosófica, en cambio, se refiere al tipo de realidad que pueda corresponder a los objetos dados mismos. Y estos objetos no se circunscriben, en modo alguno, a aquellos contenidos que constituyen el campo de la Fisiología y de la Psicología, puesto que entre los objetos hay que hacer figurar, cada vez en mayor número, a los “objetos” introducidos por las ciencias modernas. Por consiguiente, la problemática “epistemológica” ha de considerarse envolviendo a la teoría de la ciencia. Y esto se deduce simplemente del hecho de que las ciencias mismas (sobre todo, la ciencia moderna, a través de los nuevos aparatos, desde el microscopio electrónico hasta el radiotelescopio) contribuyen masivamente a los procesos de constitución de los objetos del mundo y de su estructura. Dicho de otro modo: el “mundo” no puede considerarse como una realidad “perfecta” que estuviese dada previamente a la constitución de las ciencias, una realidad que hubiera ya estado presente, en lo fundamental, al conocimiento de los hombres del Paleolítico o de la Edad de Hierro. Por el contrario, el mundo heredado, en las diversas culturas, visto desde la ciencia del presente [189], es un mundo “infecto”, no terminado. Las ciencias, aun partiendo necesariamente de los lineamientos “arcaicos” del mundo, contribuirán decisivamente a desarrollarlo y, desde luego, a ampliarlo (el “enjambre” Ω del Centauro, a 21.500 años luz; la “pequeña nube de Magallanes” y el “enjambre” NGC362, a 50.000 años luz del Sol; las nebulosas de la constelación del Boyero, a más de 200 millones años luz,…).
Ahora bien: damos también por supuesto que la disyuntiva filosófica, y el dilema consecutivo, entre el realismo y el idealismo dependen del análisis de la experiencia en términos de sujeto y de objeto. Pues la experiencia, así analizada, comporta, por un lado, la organización apotética [183] y discreta de los objetos constitutivos del mundo (árboles, Luna,…) y, desde luego, de los otros sujetos, sobre todo animales; y, por otro lado, la necesidad (postulada contra cualquier pretensión “mágica” de acción a distancia [375]) de un contacto (de naturaleza electromagnética o de cualquier otro tipo) de los objetos apotéticos en el sujeto corpóreo, por tanto, la necesidad de que los objetos del mundo afecten a los órganos de los sentidos. (El “empirismo”, desde esta perspectiva, se nos impone como una exigencia ontológico-causal, antes que como una premisa espitemológica). De donde la distinción entre un objeto-en-el-sujeto (objeto intencional, objeto de conocimiento, re-presentación) y un objeto-fuera-del-sujeto (objeto real, objeto conocido, presencia absoluta de la cosa).
Esto supuesto, podemos afirmar que solamente disponemos de dos esquemas primarios utilizables para dar cuenta de la conexión entre las afecciones (sensaciones) del sujeto y los objetos apotéticos que les correspondan: el esquema que considera a las sensaciones (al sujeto) –a los objetos intencionales, si se quiere– como determinados (con-formados) por objetos preexistentes (esquema encarnado en la metáfora óptica del espejo: el ojo refleja los objetos exteriores, según Aristóteles, y el entendimiento es el ojo del alma) o bien el esquema que considera a los objetos apotéticos como determinados (con-formados) por las sensaciones (esquema encarnado en la metáfora óptica de la proyección del fuego del ojo, que recorta la sombra de sus formas interiores en el exterior, usada por pitagóricos y platónicos). El primer esquema es el núcleo del realismo (con sus variantes: espejo plano, cóncavo, quebrado…); el segundo es el núcleo del idealismo (con sus variantes: idealismo material, idealismo subjetivo, idealismo trascendental). El idealismo, por ello, está muy cerca del acosmismo y aun del nihilismo (de hecho, la palabra “nihilismo” fue acuñada por Hamilton para “diagnosticar” el empirismo escéptico de Hume).
Estos dos esquemas, antes que respuestas, son el principio de sendas preguntas, prácticamente insolubles. El realismo, en efecto, equivale a un desdoblamiento del mundo (objeto conocido/objeto de conocimiento) y, por tanto, al planteamiento del problema de la trascendencia del conocimiento del mundo exterior: “¿cómo puedo pasar de mis sensaciones (inmanentes a mi subjetividad corpórea) al mundo apotético trascendente, que permanece fuera de mi?” Berkeley, mediante una reducción geométrica de la cuestión (en términos de puntos y líneas), formulaba con toda su fuerza el problema de la trascendencia en §2 de su Ensayo sobre una teoría nueva de la visión de este modo: “Todo el mundo conviene, creo yo, que la distancia no puede ser vista por sí misma y directamente. La distancia, en efecto, siendo una línea dirigida derechamente al ojo, tan solo proyecta un punto en el fondo del mismo”. Pero el idealismo, por su parte, aun cuando orilla el problema de la trascendencia, propio del realismo (al identificar el objeto intencional con el objeto conocido, desde Fichte a Husserl), lo hace abriendo otro problema que puede considerarse como sustitutivo del “problema” de la trascendencia, a saber, el problema de la hipóstasis o “constitución del objeto” respecto del sujeto: “¿cómo puedo segregar del sujeto los objetos construidos y proyectados por las facultades cognoscitivas?” Pues sólo tras un proceso de hipostatización del objeto (que lo “emancipe” del sujeto que lo proyecta) cabría dar cuenta de la independencia que los objetos muestran respecto de la subjetividad proyectante (los objetos se me imponen, incluso como dados fuera de mí, en un período “precámbrico”, es decir, anterior a la existencia de toda subjetividad orgánica proyectante). Ahora bien, son las ciencias las que “constituyen” y “proyectan” objetos tales (nebulosas transgalácticas, estados ultramicroscópicos, rocas precámbricas,…) que piden una emancipación e hipóstasis mucho más enérgica de la que se necesita para dar cuenta de la percepción ordinaria precientífica de nuestro entorno actual. Puestas así las cosas cabe afirmar que los intentos de “superar” el realismo y el idealismo, manteniéndose en el mismo marco binario [S/O] de análisis que determina estas dos opciones, sólo pueden tener lugar a título de variantes de una “síntesis por yuxtaposición” del realismo y del idealismo. Pero la síntesis de los dos miembros del dilema no lo desborda: la “síntesis del dilema” queda aprisionada por sus tenazas. La síntesis, por lo demás, suele acogerse a la forma de una codeterminación de sujeto y objeto, bien sea según el patrón de los escolásticos medievales (ex obiecto et subiecti paritur notitia) bien sea según el patrón de los gestaltistas de nuestro siglo (“la distinción entre el yo y el mundo exterior es un hecho de organización del campo total”), bien sea de cualquier otro modo.
Por nuestra parte reconocemos, desde luego, la necesidad de volver una y otra vez al análisis de la experiencia dentro del marco binario [S/O], pero constatamos también la necesidad de desbordar dialécticamente el dilema en el cual el marco binario nos encierra. A este efecto hemos propuesto un marco para el análisis de la experiencia tal en el que el análisis binario, sin ser ignorado, pueda constituirse “reabsorbido”, a saber, un marco que sustituya las relaciones binarias por otras relaciones n-arias del tipo [Si/Sj/Oi/Oj/Sk/Ok/Oq/Sp]. Desde la perspectiva de este nuevo marco de análisis cabría decir que, evitando todo tipo de realismo adecuacionista, podemos alcanzar las posiciones propias de una concepción hiperrealista [88] de las relaciones entre el “ser” y el “conocer” (un hiperrealismo cuyo primer embrión acaso se encuentra en la metafísica eleática). El hiperrealismo, por lo demás, acoge ampliamente “el lado activo del idealismo” del que habló Marx en sus tesis sobre Feuerbach.
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