Órdenes de categorías / Sistemas de sistemas de categorías / Categorías de sistemas de categorías
La independencia que caracteriza a cada categoría (en su calidad de totalidad sistemática), respecto de las otras, no tiene el significado de un “aislamiento megárico”. En este contexto, planteamos la cuestión de la posibilidad de una única categoría (categoría que, sin embargo, no tendría por qué abarcar la omnitudo realitatis: la supuesta categoría única podría concebirse inmersa en un medio “acategorial”). A. Schopenhauer conoció (a propósito de la categoría de la causalidad) esta posibilidad, siguiendo una hipótesis de Kant en la Crítica de la razón práctica.
La concepción de las categorías como “totalidades sistemáticas” [162], nos permite dar una respuesta a la cuestión que no sea meramente factual. Desde la perspectiva de esa concepción, podemos concluir que la hipótesis de una única categoría es inadmisible, puesto que ella supuesta, no alcanzaríamos la idea de categoría. Una categoría única no nos permitiría establecer las relaciones que cada totalidad sistemática entraña con las demás totalidades sistemáticas (y, especialmente, la relación de independencia esencial) [63]. La hipótesis de una única categoría debe considerarse como una hipótesis límite. Es de notar que el ideal de unicidad categorial ha de considerarse asociado al ideal de la mathesis universalis, que alienta en grandes sectores de los científicos de nuestros días. Las categorías sistemáticas son múltiples; lo que no existe es un sistema de todas las categorías sistemáticas. Ahora bien, que no haya un sistema de categorías sistemáticas no significa que pueda introducirse cualquier categoría en el conjunto de las categorías sistemáticas establecidas.
Una categoría sistemática es un sistema de categorías que mantiene su independencia esencial (no existencial) con otros sistemas de categorías. Un sistema de categorías (una categoría sistemática) –lo más parecido en la tradición a este concepto es la idea de “predicamento”– es todo aquel “conglomerado” de categorías definido, más que por su mera referencia a un material común, por su composibilidad, en el sentido más amplio, pero ordenada hacia determinaciones de resultados concatenados. Como ejemplo típico de totalidad sistemática podríamos poner la categoría de la “Biosfera”, una idea relativamente reciente (Eduardo Suess parece que fue su introductor; Vladimir Bernarski (La Biosphere, Alcan, Paris 1929) elaboró la idea que popularizó Teilhard de Chardin). Mientras que la idea de “campo biológico” (de Treviranus-Lamarck) se mantenía en una perspectiva porfiriana-linneana (en la que seguía presionando la idea aristotélica de sustancia), el darvinismo estableció un tipo de unidad nueva entre los diferentes seres vivos, constitutivos de la Biosfera.
En cualquier caso, no sería posible negar a priori la posibilidad de diversos conjuntos de sistemas de categorías; estos “conjuntos” de categorías (sistemáticas) no constituirían sistemas de categorías. Cabría hablar de “órdenes” de categorías. Las diez categorías de Aristóteles, por ejemplo, no podrían considerarse como un sistema de categorías, como una totalidad sistemática; o como una categoría sistemática (el sistema de categorías de la cantidad constituye la categoría sistemática de la cantidad; pero las diez categorías, en su conjunto, no constituyen un sistema de categorías, una “supercategoría sistemática”, por tanto, sino un orden de categorías). Y otro tanto se diga de las categorías kantianas.
Un orden de categorías, por consiguiente, es un conjunto de categorías que se relacionan de algún modo pero sin implicar la unidad sistemática. Una unidad que nos llevaría a tener que admitir “categorías de categorías”.
Supuestas varias categorías sistemáticas, lo que desechamos es la posibilidad de hablar de “sistemas de sistemas de categorías”, y también de “categorías de sistemas de categorías”. El concepto de “órdenes” de sistemas de categorías está calculado para recoger las relaciones “suprasistemáticas” dadas entre las categorías sistemáticas.
Por lo demás, la consideración de órdenes de conjuntos de categorías sistemáticas no es nueva en la tradición filosófica. La encontramos, ejercitada al menos, varias veces en nuestra tradición. Así, refiriéndonos a los escolásticos, cabría hablar de un reconocimiento actu exercito de diversos órdenes de categorías desde el momento en que ellos hablaban, por ejemplo, de categorías “ontológicas” y categorías “lógicas” (o predicamentos) o incluso de “categorías gramaticales”. Así también, las seis series, de nueve categorías cada una (cada serie), en las que se reparte la “tabla de categorías” de Lulio, según la interpretación de Couturat, viene a constituir un orden (si hubiera otras tablas) o nueve órdenes, si es que cada serie (consideración obligada si tenemos en cuenta que la primera serie se corresponde con la rapsodia de categorías aristotélicas) se considera como un orden.
Categorías del hacer / Categorías del ser
Si nos atenemos al punto de vista holótico, según el cual las categorías son totalizaciones sistemáticas [162] resultantes de operaciones de totalización [154-156, 160], podemos encontrar un criterio para establecer órdenes de categorías según que las categorías resultantes tengan que ver, ya sea con totalidades efectivas (segregadas estructuralmente de las operaciones genéticas) ya sea con las operaciones de totalización (que acaso sólo son, al menos en muchos casos, meramente intencionales). Más aún, si mantenemos la tesis de que toda totalidad categorizada es siempre el resultado de una totalización, podríamos dibujar la posibilidad de órdenes de categorías que, sin embargo, estuviesen entre sí vinculadas por las conexiones que median entre las operaciones y sus resultados.
Desde este punto de vista cabría agrupar las categorías (atendiendo al grado de “segregación” de las operaciones que ellas hayan alcanzado) en dos grandes órdenes fundamentales. Órdenes que no representarán necesariamente tanto la distancia (o aislamiento) entre supuestos conjuntos o sistemas de categorías que estuviesen “mutuamente vueltos de espaldas”, cuanto la inconmensurabilidad esencial entre conjuntos de sistemas de categorías que, sin embargo, resultan ser concurrentes (existencialmente) en la constitución del mundo real de los fenómenos.
Los dos órdenes fundamentales de categorías que cabe determinar los denominaremos, valiéndonos del par de ideas que, en lengua española, se expresan por los verbos hacer y ser. Mencionamos la lengua española precisamente porque, en ella, hacer, aunque deriva del facere latino, incluye también el significado del agere (tanto decimos “hacer una casa” como “hacer una ley”; una “faena” es, a la vez, un trabajo de campo y una “maniobra” taurina y, por extensión, política). Desde otros puntos de vista, podría considerarse este proceso como una pérdida de acuidad semántica (comparable a la que borró las diferencias entre el vel y el aut latinos en un único “o”); pero también puede interpretarse este proceso como una “ganancia en abstracción” o, sencillamente, como la recuperación de un concepto genérico (hacer, en el sentido de la praxis humana) que hubiera sido “fracturado” por motivos ideológicos (por ejemplo, por la división en clases que opone los trabajadores manuales –laboratores, en el ámbito de la idea del facere– a los “hombres libres” –oratores, políticos, en el ámbito del agere–). Por otro lado, el facere latino corresponde a la poiesis aristotélica, una “fuerza natural” que habría de ser moderada y canalizada por la virtud de la techné (que los latinos tradujeron por “arte”); el agere latino corresponde a la praxis aristotélica, una “fuerza natural” que también habría de ser moderada y canalizada por una virtud, la phronesis (que los latinos tradujeron por prudentia). Ahora bien: mientras que en román paladino el hacer incorporó las funciones del agere, el lenguaje propiamente académico (pero ampliamente difundido por la tradición de Cieszkowski, Marx, el pragmatismo de James, Gramsci, etc.) ha incorporado a la jurisdicción del término praxis las funciones del facere [236].
Tanto el “Reino del hacer” como el “Reino del ser” contiene “unidades” que, al menos aparentemente, se comportan de maneras que tienen mucho que ver con las categorías. Por ejemplo, las doctrinas de las virtudes (o de los hábitos), propuestas por Platón, Aristóteles, Espinosa o Kant, se desarrollan por medio de listas o tablas en las cuales se representan “sistemas” de virtudes o de hábitos relativamente independientes (aunque los estoicos negasen este punto) susceptibles de ser poseídos, en diverso grado, por los sujetos humanos (quien tiene hábitos o virtudes artísticas o tecnológicas, acaso carece de hábitos o virtudes políticas o prudenciales); independencia que no excluye su concatenación en la vida personal y social. No constituye, por tanto, “cuanto a la cosa”, ninguna novedad el que hablemos de un “orden de categorías del hacer”, contraponiéndolo a un “orden de categorías del ser”. En todo caso, la distinción entre estos dos órdenes de categorías (de conjuntos de categorías sistemáticas) puede ponerse en estrecha correspondencia con otras distinciones. En la tradición escolástica, con la distinción entre un Entendimiento práctico y un Entendimiento especulativo; en la tradición kantiana, con la distinción entre las categorías de la Naturaleza y las categorías de la Libertad. Esta distinción se reproduce en la distinción que Kant propone en su Antropología entre una “antropología fisiológica” (que investiga “lo que la Naturaleza hace del hombre”) y una “antropología en sentido pragmático” (que investiga lo que el hombre mismo, como ser que obra libremente “hace o puede hacer por sí mismo”: “obrar libremente” puede interpretarse como un modo de referirse a la praxis, en cuanto conducta codeterminada por otras conductas, conductas normadas) [235].
Desde el punto de vista gnoseológico, la distinción entre las categorías del ser y las categorías de la hacer se corresponde con la distinción entre totalidades α-operatorias y β-operatorias [227-232], distinción que hay que poner en correspondencia con la distinción gnoseológica entre las ciencias naturales (entendidas a veces, desde Abenhazam hasta Marx, como “ciencias comunes a todos los pueblos”) y las ciencias humanas o culturales (entendidas a veces, desde Abenhazam hasta Pike, como “ciencias propias de cada pueblo”, como folklore [276-277], en el sentido de Thoms).
Conexión entre el orden de categorías del hacer y el orden de categorías del ser
He aquí las tesis que, desde el materialismo filosófico, mantenemos en relación con la cuestión de la conexión entre el orden de las categorías del hacer y el orden de las categorías del ser.
(1) Ambos órdenes de categorías son distintos, y las diferencias pueden declararse de muy diferentes maneras. Subrayaremos el diferente “comportamiento” de estos órdenes de categorías ante las “categorías teleológicas”: mientras que las categorías del hacer están intrínsecamente asociadas con las categorías teleológicas en sentido estricto (proléptico), en cambio las categorías del ser se segregan de todo tipo de prólepsis y de teleología proléptica [120].
(2) El orden de las categorías del hacer comprende diversas categorías sistemáticas, y conjuntos de categorías sistemáticas, tales como “categorías tecnológicas” (arquitectónicas, musicales), “categorías políticas”, “categorías económicas”, etc.
(3) Las categorías del hacer y, en particular, las categorías tecnológicas, constituyen la génesis de cualquier otro sistema o conjunto de categorías. Esta es la versión, desde la doctrina de las categorías, del principio del verum est factum (el concepto de ley natural, por ejemplo, procedería de la política o de la moral). No hay, según esto, categorías del Ser (o de la Naturaleza) que puedan considerarse constituidas al margen de la praxis humana, sin que esto quiera decir que se reduzcan a ella.
(4) Supuesta la constitución de estructuras categoriales objetivas (categorías del ser) admitimos que ellas pueden alcanzar un grado de rigor mayor que el accesible a las categorías del hacer que conducen a ellas.
(5) El mejor criterio que, supuesto lo anterior, podríamos utilizar para delimitar las categorías del ser (es decir, el radio de sus círculos respectivos), será el que se funda en el análisis de los caminos que conducen desde las categorías del hacer hasta las categorías del ser, a saber: el análisis de los procesos de constitución de las ciencias mismas. No disponemos de ningún criterio objetivo para determinar las categorías del ser, en función de las categorías de la praxis, que pueda utilizarse con independencia de la consideración de la realidad de las mismas ciencias. No por ello sostenemos que la “deducción del conjunto de las categorías ontológicas” es asunto científico; en realidad, no hay tal deducción, ni tal sistema de categorías. Decimos sólo que el único criterio que conocemos para establecer un conjunto (o rapsodia) de categorías ontológicas (distintas de las categorías de la praxis) son los “círculos ontológicos” recortados por las propias ciencias, interpretadas filosóficamente.
(6) Cada ciencia cerrada corresponderá, por tanto, a una categoría sistemática, es decir, a un sistema de categorías.
(7) Tantas categorías ontológicas reconoceremos, según esto, cuantas ciencias cerradas podamos admitir tras el análisis crítico-gnoseológico.
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