lunes, 17 de agosto de 2020

FILOSOFÍA - ÍNDICE SISTEMÁTICO

 

Categorías / Predicación / Clasificación / Ciencias

Aristóteles, como es generalmente admitido, fue quien acuñó el término “categoría”, como término técnico. Más aún: desde el momento en que utilizamos el nombre de categoría nos parece obligado (y Kant reconoció también esta obligación) mantener constantemente la mayor fidelidad posible a los términos de la Idea aristotélica; porque si la Idea que vamos a re-construir se alejara de la Idea original más de lo debido, y no pudiera coordinarse internamente con ella, lo mejor sería escoger otro nombre para designar el objetivo de nuestra investigación.

Categoría tiene que ver con Kathegorein, que es “acusar”, acusar a un individuo (a un sujeto, a un súbdito) y, por ampliación, predicar algo de ese sujeto (o de otro cualquiera) en un juicio (por ejemplo, predicar de “Bucéfalo” que es “parte del patrimonio de Alejandro”).

La predicación se nos mostrará como una operación lógico-gramatical. Decimos “lógico-gramatical” en la medida en que se trata de un “artefacto” producido por gramáticos o lógicos, que intentan alternativamente atribuirse la responsabilidad. La predicación, sin duda, tiene mucho de artefacto gramatical, incluso la que quiere atenerse a los llamados “juicios predicativos” –distributivos– del tipo S es P (los llamados de tercio adyacente), aquellos a los que todavía Russell tenía presentes cuando utilizaba la fórmula φ!x (en donde “φ” corresponde al predicado, “!” a la cópula o afirmación de existencia, “embebida en el predicado”, y “x” al sujeto). Una fórmula que, por cierto, difícilmente puede aplicarse al ejemplo que hemos citado relativo al tesoro de Alejandro, al menos si se considera como un patrimonio indiviso, es decir, no distribuible; o también aquellos juicios que Russell representaba mediante una expresión de tercio adyacente tal como ∃xφ(x).

“Juicio predicativo” es, en realidad, nombre que cubre situaciones muy distintas, aun dentro de esa misma estructura lógico sintáctica; y ello debido a que los sujetos y los predicados son variables con valores muy distintos, y la cópula est que los vincula no es un lazo sintáctico rígido y unívoco sino que tiene diversas flexiones, seleccionadas en función de los valores de S y P. Y estas diferencias son tan notables que los criterios para establecerlas son también variables y no siempre reconocidos por todos. Para referirme a uno de los criterios de mayor trascendencia: en la cópula est Porfirio distinguió cinco figuras distintas en la predicación; los escolásticos interpretaban estas “figuras” como correspondientes a los modos de establecer la identificación entre P y S; pero estas figuras no eran las que Aristóteles llamó categorías. Se llamaron categoremas o predicables (género, especie, diferencia específica, propio y accidente). La intersección entre categoremas y categorías se da a través del género; porque Género es el primer predicable y las categorías suelen ser consideradas como géneros (supremos), aunque no falta quien llama categorías precisamente a los predicables “especies átomas” (F. Sommers, The logic of natural language, Clarendon Press, Oxford 1982). En cualquier caso, ello no autorizaría la confusión, porque las categorías son géneros según el modo de la identificación con el sujeto (similar al de otros géneros) y no según el contenido (o “primera intención”) de lo predicado. Sin embargo, no falta quien confunde (al menos en definición) las “figuras de los predicables” (categoremas) con las categorías, al decir que éstas son “figuras de la cópula”; y nada menos que Pierre Aubenque padece esta confusión (El problema del Ser en Aristóteles, trad. esp. de Vidal Peña, Madrid 1981, pág. 158).

Ahora bien, las categorías son también vistas por Aristóteles constantemente como “figuras o esquemas de la predicación” (Metafísica 1016b34, 1017a23, 1051a35); pero esto no quiere decir que sean figuras de la cópula. Son figuras de los predicados, o desde los predicados, aun cuando éstos impliquen de algún modo a la cópula, en tanto que estos predicados, más allá de la operación copulativa, aparecen identificados con los sujetos respectivos. Este es un punto esencial: la distinción entre la operación y los resultados de la operación. La operación es, desde luego, un proceso subjetivo, pragmático; pero sus resultados pueden ser objetivos, semánticos. “Unir en caliente” –aproximar– disoluciones de nitrato sódico (N03Na) y de cloruro potásico (Clk) es una operación química; pero la precipitación de sal común (ClNa) más el salitre (nitrato potásico, N03K) que resulta de la operación nos pone delante de sustancias objetivas (“materia prima” de la pólvora). Así también la operación predicación (asociada a las proposiciones) nos conduce acaso a resultados objetivos que acercan (en la interpretación en extensión) la predicación a la clasificación (asociada a objetos o relaciones entre objetos). El tratamiento conjuntista de los juicios predicativos nos permite asociar el sujeto S a la clase [S] –que puede ser la clase unitaria–; el predicado P a la clase [P], por lo que el juicio podría interpretarse, en lógica de clases, por [S]⊂[P] (esta interpretación no alcanza a los juicios predicativos no distributivos, tales como el que antes hemos considerado: “Bucéfalo es un caballo del tesoro de Alejandro”).

A través de la clasificación implícita en las predicaciones logramos asociar las categorías a objetos, no sólo a predicados. Las categorías aparecen en la predicación, pero (y esto es lo que la llamada “filosofía analítica” parece incapaz de ver: P. Strawson, Subject and Predicate in Logic and Grammar, Metehuen, Londres 1974) no tienen por qué estar restringidas al aspecto subjetivo de la predicación, ni como sujetos ni como predicados, porque éstos son, a lo sumo, “categorías gramaticales” y sólo en el supuesto de que incluso las entidades nos sean dadas desde el lenguaje, podríamos conferir a las categorías gramaticales el privilegio soberano en la teoría de las categorías. ¿Qué profundidad filosófica puede tener el afrontar la investigación sobre las categorías al modo como lo hace F. Sommers (Types and Ontology, 1963; The Logic of Natural Languaje, 1982), más preocupado por problemas tales como los de la estructura de la expresión “ira redonda” (y otros “errores categoriales” semejantes), pero de espaldas a los problemas de la Mecánica Cuántica, de la Biología Molecular o de la Economía Política de nuestros días?

Aristóteles pone explícitamente en conexión las categorías con la verdad y con la falsedad. Pues las expresiones que enumera, acompañadas de ejemplos (sustancia, cantidad, cualidad… pasión) no son por sí afirmaciones o negaciones; pero la afirmación surge de su symploké [54], como él mismo dice (Aristóteles supone que esa composición tiene lugar en el juicio y en el silogismo, implicados en la transitividad de las categorías). En suma, las categorías dicen realidad y la cuestión es cómo asumir lo real (según nuestra propuesta, a la realidad llegaremos desde la perspectiva de la clasificación, y por tanto, de la totalización).

Cuando nos atenemos a los resultados de la predicación, las clasificaciones objetivas, nos aproximaremos a aquellos predicados que Aristóteles llamó categorías. Y es absolutamente necesario tener en cuenta que la teoría de la predicación de Aristóteles se mantuvo circunscrita (a la manera como Pitágoras se circunscribió, en su teorema famoso, a los triángulos isósceles) a los predicados uniádicos (P(x)) –lo que favorecía, y aun condicionaba, la concepción sustancialista del mundo–. Por tanto, las clases a las que el planteamiento aristotélico nos remite son clases uniádicas distributivas (proposiciones proporcionadas a la teoría del silogismo categórico). Los predicados diádicos (principalmente en la forma de función, a partir del siglo XVII) también darán lugar a clases distributivas (por ejemplo, las “parejas dioscúricas” que cabalgan tanto en la batalla del lago Regilo como en la batalla de Clavijo y en la de Simancas); sin embargo, cada uno de los elementos de esa clase ya constituye una clase atributiva, y esto se ve con más claridad a medida que aumenta el rango del predicado (triádico, n-ádico).

Ahora bien, a su vez, la clasificación (como obtención de clases o de géneros –que a su vez subsumiremos en la idea de totalización–) nos abre ya el camino hacia las ciencias positivas. Y esto desde el momento en que la clasificación –totalización– es uno de los modi sciendi y, según algunos, en la tradición platónica de Espeusipo, la ciencia es sobre todo clasificación. De hecho, ya Aristóteles puso en estrecha conexión los géneros con el silogismo categórico demostrativo (el συλλογισμός έπιστημονικός) que es el que, según él, “produce la ciencia”: la demostración no puede salir del género, dice, ni siquiera remontándose a los principios que se encuentren más allá de los principia media, pues entonces se perdería la ciencia propter quid, es decir, el medio propio a través del cual se establece la conexión del predicado con el sujeto en la conclusión silogística (si quiero conocer “científicamente” la razón por la cual se da la relación pitagórica en el triángulo rectángulo isósceles, tendré que regresar desde la especie “isósceles” hasta el género “triángulo rectángulo”, pero no al triángulo rectángulo en general, ni menos aún al polígono, puesto que entonces no habría demostración). Aristóteles dice también que las categorías son géneros (aunque no todos los géneros son categorías: Metafísica, 1016b33, 1058a10-14).






Categorías / Clases / Sujetos operatorios / Ciencias

Las ciencias no pueden prescindir de las clases (y los géneros son clases). Con esto no queremos decir que las ciencias sólo se ocupen de clases. Las clases son resultados de la operación clasificación (mediante la predicación). Si las categorías son clases supremas, y las clases (aunque Aristóteles las viera desde una perspectiva sustancialista) no tienen por qué restringirse a las clases uniádicas distributivas, se comprenderá que pueda afirmarse que las ciencias tienen, para la teoría de las categorías, una significación fundamental. Porque la doctrina de las categorías tiene que debatir el alcance que las clases –y, por tanto, las categorías (en la teoría del cierre categorial cada campo gnoseológico se concibe como un conjunto de términos enclasados)– puedan legítimamente pretender en cuanto a su capacidad organizadora de la realidad misma de los fenómenos. Las clases (que constituyen un cierto tipo de totalidades), ¿son meros nombres, marcas o rótulos, de indudable utilidad pragmática? Si así fuera habría que concluir que las clases y las categorías no serían otra cosa sino instrumentos para un registro o inventario de las realidades empíricas que forman parte de un “continuo heterogéneo”, “marcas” que los hombres señalamos en este “continuo heterogéneo” (Rickert), o esa “sustancia del contenido” (Hjelmslev), o incluso de esa “sustancia material única” que Brentano sugirió como posible (una sustancia material de la cual los propios elementos químicos fuesen los “accidentes”); una realidad sustancial a la que habría que reducir, como a su fondo nouménico, todas las diferencias específicas formadoras de clases, una realidad que, además, podría cambiar constantemente. Las categorías, en este supuesto, serían sólo categorías pragmáticas, heurísticas o, a lo sumo, categorías de la praxis. [162-167]

Es evidente, por tanto, que la cuestión de las categorías remueve los problemas centrales relativos al alcance de la ciencia en función de la realidad y de la verdad. Si las categorías son sólo pragmáticas, las ciencias serán sólo un saber de los fenómenos; pero si las categorías son algo más, ¿cuál es la fuente de su constitución? Porque, ¿acaso esa visión nominalista (empirista, pragmática) de las categorías puede satisfacer las exigencias de una construcción científica auténtica, una construcción que pretende haber alcanzado el “control objetivo” de regiones del mundo real de radio más o menos amplio, el control de la realidad fenoménica? Pongamos, por ejemplo: el “control objetivo” consecutivo a la clasificación objetiva de los elementos químicos, por medio de la cual suponemos que hemos apresado la realidad inagotable de los fenómenos envueltos por la tabla periódica. Si las clasificaciones, si las categorías, proceden de las operaciones de predicación (o de clasificación, en tanto que totalización), ¿no será preciso atribuir a estas operaciones la virtualidad propia de una acción constitutiva de realidades que trascienden a la misma operación?

La respuesta afirmativa, así planteada la pregunta, podría remitirnos al idealismo trascendental, el de Kant o el de Fichte, si es que el idealismo trata de derivar la virtualidad constitutiva de las categorías de las operaciones “trascendentales” de un sujeto que juzga y clasifica (en la predicación). Esto equivaldría a postular que es el sujeto operatorio, precisamente por sus operaciones, el dator formarum de la materia fenoménica de las ciencias. “Por las categorías –dirá Hegel, exponiendo a Kant (Lógica de la Enciclopedia de 1817, §XLIII, pág. 76)– es por lo que la simple percepción alcanza a la objetividad, a la experiencia; pero por otro lado, esas nociones, en cuanto simples unidades de la conciencia subjetiva, son condicionadas por una materia dada y en sí mismas son nociones vacías y no tienen su aplicación y su uso sino en la experiencia”. Por ello las categorías de Kant no pueden ser, dice Hegel, “determinaciones de lo absoluto” y manifiestan la misma impotencia del entendimiento para conocer la cosa en sí; lo que, para Hegel, constituye la más grande limitación del idealismo de las categorías de Kant (al que sólo reconoce como verdadera su concepción de las categorías como “no contenidas en la sensación inmediata”: Zusatz III al párrafo XLIIa). Por eso Hegel, desde su idealismo absoluto, sólo encontrará abierta la posibilidad de desbordar ese “subjetivismo” de las categorías, que impide reconocer la posibilidad del conocimiento absoluto (científico), mediante una dialéctica (ser, esencia, concepto) que, en rigor, no sólo distorsiona la relación entre las ciencias y la filosofía (considerada como una superciencia, o “ciencia absoluta”) sino que, además, equivale a borrar la idea misma de categoría. Lo que sí es cierto es que el mismo Kant, en su “deducción trascendental” de las categorías perdió el contacto con las clases (géneros, especies) que, desde Aristóteles, venían siendo asociadas a las operaciones predicativas (género y especie serán adscritos, por Kant, a los “juicios reflexionantes”). Pero las clases (géneros, especies, etc., en general, las totalidades) son, desde nuestro planteamiento, la razón por la cual las categorías se nos muestran como categorías gnoseológicas, como categorías que tienen que ver con las ciencias positivas, con su virtualidad estructuradora de la realidad.

Desde unas coordenadas materialistas, que se resistan a recaer en el idealismo absoluto y que, sin embargo, quieran reconocer la función constitutiva (objetiva) de las categorías científicas, la fundamentación kantiana de las categorías no puede ser aceptada. Es decir, las categorías no podrán derivarse de las operaciones subjetivas, aunque el sujeto se postule como sujeto trascendental. El alcance que cabe otorgar a las clases, es decir, a los géneros, a las totalidades, a las categorías, por medio de las cuales las ciencias positivas llegan a controlar los fenómenos y a tomar la forma de una ciencia, ¿podría ser el propio de una mera descripción taxonómica?, ¿cómo podría ser trascendental sin recaer en el idealismo absoluto?

La trascendentalidad no tendría por qué ser entendida al modo kantiano, como una característica formal y a priori ligada al sujeto operatorio, dator formarum y subordinada a él. La trascendentalidad podría también entenderse como un proceso recursivo, material, que, sin perjuicio de su génesis operatoria y no apriorística (sino localizada y concreta), lograse desbordar, por la capacidad de propagación de su material (y su cierre) su lugar de origen, hasta imponerse, por estructura, de un modo arquitectónico, a la materia misma que ella organiza como realidad inteligible. La doctrina de las categorías gnoseológicas envuelve, por tanto, la cuestión misma de la naturaleza de las categorías y de su alcance objetivo material. No cabrá hablar, por tanto, de doctrina filosófica de las categorías hasta que no se haya tomado posición ante la cuestión “de fondo”, y con argumentos razonados, sobre si la naturaleza de las categorías puede reducirse a sus funciones heurísticas descriptivas o si, más bien, sus funciones han de considerarse constitutivas (arquitectónico-trascendentales). Pero este dilema no puede ser resuelto de espaldas a la realidad de las ciencias positivas.

En este contexto cabe concluir que la doctrina de las categorías (supuesto que toda ciencia es categorial) ha de incluir la respuesta a la cuestión más importante, sin duda, de la filosofía de la ciencia, a saber, a la cuestión del grado de objetividad [202] real (ontológica) que puede ser atribuido a los conceptos constituidos por las mismas ciencias positivas [189] y, eminentemente, a esas mismas “esferas categoriales” que las ciencias han delimitado (la “esfera relativista” finita e ilimitada, el “sistema periódico de los elementos”, la “Biosfera”, etc.). La cuestión que Kant formuló, desde su idealismo, como “deducción trascendental de las categorías”, es una cuestión que tiene que ser reformulada desde el materialismo y, en este sentido, aceptada y transformada. En nuestro caso, se trata de sustituir el entendimiento (Verstand) kantiano por la subjetividad corpórea operatoria, o, si se quiere, la mente por el cuerpo del mismo sujeto operatorio [68].






[ 156 ]

Categoría como Idea / Conceptos categoriológicos

El tratamiento de la cuestión de las categorías puede considerarse como una aplicación al caso de la distinción general que establecemos entre Conceptos e Ideas [783]. “Categoría” es una Idea. En efecto, dadas diez o doce categorías, su conjunto ya no podrá ser considerado como una categoría; luego será una Idea o nada. Postularemos que si hay una Idea de Categoría y que cada categoría, en cuanto es un elemento de la “tabla” –o de la “rapsodia”– es también una Idea, es porque previamente han tenido que ejercitarse conceptos precursores que entenderemos, a su vez, no tanto como categorías, sino como conceptos categoriológicos (como pueda serlo “figura” de una pieza o “fonema” o “raíz” de una palabra). A partir de los conceptos categoriológicos habrá podido ser formulada la Idea. Conceptos, por tanto, a los que será preciso intentar regresar en el momento de analizar la Idea. Conceptos que hay que postular a partir de la tesis conceptual de las Ideas de categorías. Con esto no hacemos sino marcar nuestra distancia respecto de las concepciones según las cuales las categorías podrían ser presentadas como “determinaciones inmediatas del Absoluto”, o como “flexiones del Ser” –de un Ser que “se dice de muchas maneras”, entre ellas las distintas categorías–, o como “conceptos puros trascendentales del entendimiento”, capaces de determinar la posibilidad misma de nuestra proposición (pre-posición) del conjunto de los fenómenos como momentos del mundo real.

¿Queremos decir, con lo anterior, que consideramos imposible disociar una Idea (connotativa) dada de Categoría, de la tabla o rapsodia de categorías que constituye su contrapartida denotativa? ¿Queremos decir que la Idea de Categoría es ajorísmica? ¿Es posible, por ejemplo, disociar la Idea aristotélica de categoría de su tabla de diez categorías? ¿Es posible disociar la Idea kantiana de categoría de su tabla de doce categorías y, por tanto, de las reglas que presidieron su construcción? ¿Acaso no será mejor decir que estas tablas de categorías, y el sistema que constituyen, son el contenido mismo de la Idea de categoría? La respuesta no es sencilla.

En nuestra opinión, la Idea de Categoría no es reducible al contenido denotativo de una enumeración o de una tabla dada de categorías, pero tampoco es independiente de los contenidos de esas tablas o rapsodias. La Idea de Categoría podría estar moldeada sobre una única categoría que, sin embargo, sirviera de modelo a las otras categorías propuestas mediante un desarrollo diamérico [34]. En cualquier caso, tampoco cabe confundir las categorías de una lista o de una tabla con los conceptos categoriológicos de los cuales la Idea (según nuestro supuesto) procede, puesto que las categorías de una lista o de una tabla “caen ya del lado de la Idea”. Precisamente por ello cabe sospechar que, en principio, las categorías de una lista o tabla dada, podrán servir de mediadoras en el regressus desde los conceptos categoriológicos a partir de los cuales se configuró la Idea. Y, en todo caso, habrá que distinguir cuidadosamente, en este punto, la perspectiva genética y la perspectiva sistemática o estructural.


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