miércoles, 19 de agosto de 2020

FILOSOFÍA - ÍNDICE SISTEMÁTICO

 

Génesis no lingüística de las categorías aristotélicas

La distinción entre la perspectiva genética y la perspectiva sistemática o estructural es muy difícil de mantener y muchas veces, en efecto, una hipótesis sobre la génesis de una tabla de categorías dada suele estar presuponiendo una doctrina sistemática sobre las propias categorías, o bien recíprocamente. Sin embargo, en principio, las posiciones en la cuestión de la génesis no determinan siempre las posiciones en la cuestión de estructura o sistema, aunque la recíproca tiende a ser menos cierta. Así, la supuesta dependencia genética respecto de las categorías lingüísticas (Trendelenburg, J. Katz, etc.) no implicaría una dependencia estructural, si es que se admite que la Idea de Categoría se conforma precisamente en el momento del desbordamiento de los dominios positivos en los que se mantienen los conceptos categoriológicos (“morfemas preposicionales”, por ejemplo) de los que se supone derivan las Ideas de las categorías.

Por otra parte, no puede darse como evidente, ni en el plano emic ni en el plano etic [237], la génesis morfosintáctica de la tabla aristotélica de las categorías. Podríamos ensayar hipótesis no lingüísticas basadas en la idea de que el lenguaje humano, en todo caso, no es una perspectiva primaria, irreductible a priori, “trascendental”, en el sentido kantiano. Alegaríamos que el lenguaje es, por de pronto, un “momento de la praxis”. Solamente el lenguaje escrito puede haber sugerido la tendencia a hipostasiar el lenguaje, presentándolo como si fuera una plataforma autónoma, un “discurso sin boca”, exento, desde el cual pudiesen organizarse las formas que él luego aplicaría a la realidad. Pero el lenguaje oral sólo puede funcionar en el contexto de la conducta operatoria de los sujetos corpóreos, una conducta controlada por los pares nerviosos que inervan músculos estriados. “Hablar” implica movimientos corpóreos del sujeto, de su boca, de su lengua, de sus manos. Hablar es fundamentalmente gesticular, y gesticular es un operar simbólico, coordenado con las operaciones del homo faber, con las obras que construye. Por ello, más apropiado que partir de la sentencia según la cual “los límites del lenguaje son los límites del mundo” (suponiendo que los tenga) sería partir de la sentencia inversa: “los límites del mundo son los límites del lenguaje”, pues los límites del mundo se establecen fundamentalmente por nuestras operaciones tecnológicas, prácticas. Aquí estaría la fuente última de las categorías.

Caben, en resolución, otras hipótesis distintas de las lingüísticas o psicológicas, en el plano genético, sobre el origen de la tabla aristotélica. Una de ellas –a la que no queremos dar más alcance que el que pueda darse a una “hipótesis de trabajo”– es la “hipótesis procesal”.







[ 158 ]

Génesis procesal de las categorías aristotélicas

La “hipótesis” acerca del origen procesal de las categorías aristotélicas puede servir, al menos, de “prueba de posibilidad” de un origen no lingüístico de la doctrina aristotélica de las categorías. Origen no lingüístico que no excluye el reconocimiento de una necesaria cooperación lingüística. No se trata de insistir nuevamente en la etimología de la palabra kathegorein (“acusar”), y en la constatación de que “categoría” (acusación) puede ponerse en correlación con “apología” (defensa).

La hipótesis procesal a la que nos referimos va más allá. Las categorías, según esta hipótesis, derivarían de la predicación que tiene lugar en el juicio, pero no en el juicio como acto del entendimiento, “el juicio mental” (intelectual), sino en el juicio procesal, en el juicio como proceso que el juez, o el tribunal, instruye al acusado. En consecuencia, aquello que los predicados se propondrían definir serían las características capaces de identificar al sujeto –al súbdito–, al “justiciable”, entre otros sujetos. Al “categorizar” no estaríamos, por tanto, meramente, aplicando predicados a un sujeto, sino que supuesto dado ya este sujeto, trataríamos de insertarlo, a fin de “identificarlo”, en un sistema de ejes mutuamente independientes. Y no porque tales “ejes” pudieran existir independientemente los unos de los otros, sino porque los valores que se determinen en cada eje fueran esencialmente [63] independientes de los valores que pudieran darse en otros ejes. (Esta posibilidad sería debida a que un valor dado en un eje podría combinarse, de un modo sinecoide [37], o entrar en composición –symploké– [54] no ya con valores fijos de otros ejes, sino con valores sustituibles, variables.) Supongamos que el tribunal interroga a un sujeto desconocido (“sin identificar”) acusado de robo o de homicidio. Las preguntas tendrán que ser de este tenor:

(1) ¿Quién eres y cómo te llamas? –como individuo de una clase o grupo–: sustancia.

(2) ¿Cuántos años tienes, cuánto pesas, cuánto mides?: cantidad.

(3) ¿Cuál es la disposición de tu carácter –envidia, odio, violencia– en función de lo que se te acusa?: cualidad.

(4) ¿A qué distancia estabas de la víctima, qué parentesco o vecindad tenías con ella?: relación.

(5) ¿Dónde estabas en el momento del delito?: lugar (ubi).

(6) ¿En qué momento del día o del año?: cuando.

(7) ¿En qué situación te encontrabas (de pie, echado, etc.)?: situs.

(8) ¿Actuaste por tu mano?: acción.

(9) ¿Qué te hizo a ti la víctima [se estaría considerando a la acción como si fuese una reacción]?: pasión.

(10) ¿Cómo ibas vestido?: hábito. (Algunos comentaristas intentan dotar a esta categoría de un aspecto “más profundo y metafísico”, traduciendo por “estado”; pero la mayoría de los comentaristas escolásticos se inclinó por la traducción literal. Por ejemplo, Suárez, Disputaciones metafísicas, Disp. 39, sección ii, 2.) Precisamente es esta categoría de hábito la que podría, por sí sola, ponernos sobre la pista de la génesis procesal de la tabla aristotélica. ¿Cómo podría entenderse, si ponemos entre paréntesis al sujeto humano –refiriendo las categorías predicativas al sujeto como “ente cualquiera”– que junto a las categorías “ontológicas”, cósmicas, como cantidad o cualidad, aparezca una categoría tan “a ras de tierra”, como la que responde a esta pregunta por el indumento?

Insistimos en que las respuestas (valores) que puedan ser dadas a propósito de cada pregunta son independientes a priori de las respuestas o valores que puedan ser dados en las otras: el lugar puede ser el mismo para dos sujetos, siendo distintos los tiempos; el hábito puede ser distinto según los tiempos o situaciones. Es decir, la independencia esencial (no existencial, porque el lugar se da siempre junto con un tiempo, etc.) se nos hace presente en este sistema de “ejes categoriales”. Al mismo tiempo, la composición o concurrencia existencial de esos valores es la que determina la identidad del sujeto y lo constituye como tal. (Esta independencia esencial, junto con la concurrencia existencial, constituye una expresión precisa de una symploké, en el sentido platónico.)

Según esto, las categorías aristotélicas, funcionalmente consideradas, perderían su sentido si se tomasen hipostasiadas como “modos o figuras del Ser”. Sólo tendrían sentido por respecto al sujeto, en conexión con otros sujetos (y luego, con las cosas en general), es decir, con los fenómenos. Por un lado, canalizan el progressus hacia lugares en los cuales el sujeto pueda quedar clasificado (“enjaulado”) como en una retícula taxonómica que pudiera serle sobreañadida, a efectos, no meramente especulativos, sino de nuestro control práctico de su realidad; por otro lado, hacen posible el regressus desde estos lugares de la retícula –que ahora comenzarán a ser componentes combinatorios– hacia el propio sujeto, que quedará constituido, en el contexto de otros sujetos y objetos, por la composición de los hilos categorizados, como un nudo en la trama y la urdidumbre. Aludimos así a la función arquitectónica (sistática o sistemática) de las categorías. En ella residirán sus pretensiones ontológicas (no meramente taxonómicas), que Aristóteles habría formulado en su “cuarto antepredicamento”, en el que establece la transitividad de los predicados genéricos, a través de los específicos, al sujeto. En la circulación, según este regressus y progressus [229], constitutiva de los predicados, podría cifrarse las leyes formales que delimitan el núcleo mismo de la Idea funcional de categoría (en sentido aristotélico). En general, cabe decir que una Idea de Categoría no hipostasiada (no metafísica) exige que pongamos las categorías siempre en función de los fenómenos (organizados como términos, sujetos u objetos) a los cuales las categorías se aplican.







Categorías aristotélicas y su carácter trascendental-positivo

La hipótesis genética procesal [158] no tiene por qué reducirse a la condición de una interpretación “jurídico estructural” de las categorías aristotélicas. Precisamente la doctrina aristotélica de las categorías –que hizo desaparecer el “hilo conductor” que, en esta hipótesis, le sirviera para llegar a ellas– solamente podría considerarse tal cuando hubiera desbordado su marco jurídico originario, cuando mostrase su capacidad (o, al menos, su pretensión de capacidad) trascendental-positiva a otros dominios del mundo real. Muy especialmente, cuando el sujeto humano acusado se mostrase, en el contexto predicativo, como sustituible por un sujeto “acusado” no humano (por ejemplo, un caballo, o una serpiente), o incluso por un sujeto no “acusable”, incorruptible (como lo eran los astros, las sustancias celestes, para Aristóteles). Precisamente esta “recurrencia trascendental” de los predicados categoriales, en la medida en la que pareciera irse cumpliendo paso a paso, iría haciendo “olvidar” (para decirlo en términos psicológicos) o permitiría “abstraer” como anecdóticos (para decirlo en términos lógicos) sus orígenes procesales. En la medida en que la trascendentalidad pretendida no fuese admisible, la tabla aristotélica de categorías dejaría ver su intrínseca debilidad.

Desde este punto vista, la introducción de las distinciones entre las “categorías del decir”, las “categorías del ser”, las “categorías del hacer” o las “categorías del juzgar”, lejos de constituir la “maduración” de una Idea primeriza o confusa de categoría, constituiría, en cierto modo, el principio de su disolución.

En todo caso, la hipótesis procesal servirá como un modo de subrayar hasta qué punto acaso Aristóteles, en el momento de orientarse para la determinación de una tabla de categorías no procedió “levantando los ojos al cielo” (tal como él mismo dice irónicamente de Jenófanes) o “mirando el horizonte” y diciendo: “veo en el cielo, o en el horizonte, que hay diez categorías”; servirá como un modo de subrayar que Aristóteles procedió mirando a la tierra, a los sujetos acusados, advirtiendo a propósito de ellos (para decirlo en terminología posterior, pero capaz de representar las operaciones que acaso él mismo ejercitó) que para definir a un ente de un modo preciso y concreto era necesario valerse de un sistema de varios (pero no infinitos) “ejes coordenados” que estuviesen existencialmente trabados, pero cuyos valores fuesen independientes (en el sentido combinatorio-esencial) [63]. La hipótesis sobre la fuente procesal de la tabla de categorías nos depara también la posibilidad de reinterpretar (desde coordenadas materialistas) algunas determinaciones importantes que pudieran corresponder a la Idea aristotélica de categoría y que se borrarían si perdiésemos enteramente la referencia del sujeto-súbdito, sustituyéndolo por el mero sujeto-gramatical. Pues un sujeto súbdito es, ante todo, un sujeto corpóreo, finito, dado necesariamente en un mundo físico. De otro modo: el sujeto-súbdito originario (según la hipótesis genética) se habría ampliado, no ya al sujeto lógico-gramatical, sino a todos los sujetos posibles (griegos y bárbaros, hombres y animales, cosas terrestres y cuerpos celestiales).

Las categorías aristotélicas, según esto, deberían ir referidas inmediatamente al mundo físico fenoménico, “al conjunto de las cosas que se mueven”. En cambio, el ser inmóvil, metafísico, ya no podría soportar las categorías, no podría ser sujeto de ellas (con todas las consecuencias que esto pueda tener para la teología, en tanto pretende determinar los predicados del sujeto divino). Por otro lado, las categorías tampoco tendrán por qué afectar todas a todos los sujetos corpóreos. Para decirlo con nuestra terminología, un sujeto podrá tener un valor cero en alguno de los diez ejes coordenados [158]. Y así como podrían concebirse sustancias sin pasiones, así también habría sustancias sin hábitos (por ejemplo, los astros). En realidad el habito sería un accidente que recae sólo sobre los hombres. Esto supuesto, podríamos ver en esta categoría el único vestigio de la Idea de “cultura” determinable en la tabla aristotélica de las categorías (si es que los sujetos animales no se dicen vestidos ni, por tanto, desnudos, si es que sólo el hombre es primariamente “el mono vestido” y sólo derivativamente cabe decir de él que es el “modo desnudo”). Los escolásticos, por lo demás, defendieron ya la tesis de que las categorías se refieren al ser finito; pero esta tesis estaba insertada en una metafísica espiritualista que impulsaba a aplicar la tabla de categorías (algunas, al menos: sustancia, cualidad, relación) a los espíritus puros (ángeles, arcángeles, etc.). Desde los supuestos del materialismo filosófico habría que añadir que los sujetos de las categorías no son sólo finitos, sino corpóreos, o implicando, de un modo u otro, una “capa” corpórea. [161]

Por último, si nos mantenemos en la hipótesis procesal, será preciso plantearnos esta cuestión: ¿por qué motivos Aristóteles, en lugar de haber representado las operaciones por las cuales el tribunal identifica a un súbdito en términos de un “sistema de coordenadas procesales”, habló de “categorías”, es decir, introdujo o creó la Idea de las categorías? Esta pregunta es un modo de plantear la cuestión de la dialéctica de la “reducción” y de la “absorción” [53]. ¿Por qué la reducción genética de las categorías al plano procesal no comporta una reducción absoluta de las categorías al plano jurídico? La respuesta positiva tendría que acogerse, de un modo u otro, a la idea de que es posible probar una absorción de los mismos contenidos procesales en las categorías (al modo como la reducción genética del sistema romano de numeración al “contar con los dedos de la mano” está seguida de una absorción de los dígitos en los sistemas de numeración, en general). En nuestro caso, contemplaríamos además el hecho de que Aristóteles estuvo inmerso (“absorbido”) en la filosofía platónica, sobre todo en su idea de symploké [54] –que, sin embargo, Platón habría utilizado en otras direcciones y, en general–. Ahora bien: la symploké que ponemos en el fondo de la cuestión de las categorías se refiere a la determinación de un ente real (de un sujeto) cualquiera, pero que suponemos dado en un mundo múltiple, digamos, atravesado por múltiples planos que son susceptibles de intersectarse en algún punto. Estos múltiples planos en los que se representan los entes reales corresponderán a las categorías. Estas serán, por tanto, categorías de la realidad (ontológica). Sería por ello enteramente gratuito suponer que estos planos hubieran de ser originariamente de naturaleza lingüística. Antes bien, habría que pensar que fueran las preguntas del lenguaje (¿dónde?, ¿cuándo?, ¿en qué relación?…) las que debieran entenderse como expresión de nuestras operaciones con el mundo real (físico, corpóreo).

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