Uno de los pueblos más importantes de la Mesoamerica precolombina fue el de los mayas, cultura que se extendió por diferentes estados del México contemporáneo -Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Chiapas y Tabasco-, así como por otros países centroamericanos, como Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador.
La mayoría de las investigaciones coinciden en señalar que los primeros mayas surgieron de la costa del golfo de México y que luego se inició un flujo migratorio que los llevó a expandirse, entre los años 1500 y 800 a.C, por zonas de Chiapas, la costa de Guatemala, el Peten guatemalteco y la península de Yucatán. Como prácticamente todos los pueblos de Mesoamérica en aquella época, uno de los principales sustentos de la población era el cultivo de maíz.
Durante el período preclásico, el arte de los mayas era muy parecido al de los pueblos vecinos, como lo demuestran los restos de cerámica encontrados. No es hasta el siglo II a.C, a finales del citado período, cuando empiezan a darse las primeras manifestaciones artísticas netamente diferenciadas. Asimismo, en esa época la organización social de los mayas era más compleja que la de otras culturas mesoamericanas gracias al nacimiento de una importante clase social, los sacerdotes, encargados del culto a los muertos. Empieza a desarrollarse, por otro lado, una arquitectura propiamente maya y aparecen las primeras grandes poblaciones, como Uaxactún, Piedras Negras, Izapa, Mayapán…
La época de máximo de esplendor de la gran cultura maya se prolongó desde el siglo III hasta el XIX, debido, sobre todo, al carácter militar de los gobiernos, poco solícitos con las necesidades de la población, que empezó a vaciar las grandes ciudades. De este modo, se facilitó la invasión de pueblos que portaban una importante influencia tolteca que, durante los siglos posteriores, hasta el definitivo fin de la cultura maya, en el siglo XV, influyó de forma importante en el arte que se manifestó en los territorios hasta entonces dominados por los mayas.
Por otra parte hay que señalar que, en aras de facilitar el estudio del desarrollo histórico y artístico de la cultura maya, se ha convenido en dividir en tres zonas el conjunto de los territorios que habitaba este pueblo. Así, se habla del área meridional, área central y área septentrional, que como se verá presentan notables diferencias geográficas y arrojan, además, importantes contrastes entre las manifestaciones artísticas en ellas producidas.
Arte Maya: área Meridional
Comprende las tierras altas de Guatemala, al extremo sur del estado mexicano de Chiapas y la porción más occidental de El Salvador, además de una angosta faja costera, entre las serranías y el océano Pacífico. Esta región tuvo en tiempos prehispánicos, como sigue teniendo hoy, una población de habla mayance, principalmente de las lenguas quiche, cakchiquel, mame, pokoman, zutuhil, ixil, kekchí. A través de toda su historia, probablemente dominada por élites extranjeras, recibió influencias de otras culturas y sirvió de corredor de tránsito a pueblos del centro de México que llegaron a ocupar parte de América Central. Esto explica por qué comunidades étnica y lingüísticamente mayas, cuya cultura básica a nivel popular no puede separarse de la maya, no dejaron vestigios arqueológicos con las características de la alta cultura maya, como templos y palacios techados con la llamada bóveda maya e inscripciones jeroglíficas correspondientes a la escritura maya. Hasta tal grado carecen los centros ceremoniales de esta zona de los elementos que se consideran típicos de la civilización maya, que algunos sabios mayistas indebidamente los excluían de su área cultural.
Durante el período preclásico, en el transcurso del milenio anterior al inicio de nuestra era y de los dos o tres siglos siguientes, fueron influencias olmecas las que llegaron de la costa del golfo de México al litoral del Pacífico (Izapa, Abaj Takalik, Monte Alto, El Baúl), a través del istmo de Tehuantepec y después de dejar sus fuertes huellas en la cultura de Oaxaca (Monte Albán I); estas influencias pasaron más tarde a las tierras altas de Guatemala.
Durante los seis siglos del período clásico (300-900 d.C), el altiplano guatemalteco continuó recibiendo elementos culturales extraños. Primero fueron teotihuacanos, reconocibles en la arquitectura y aún más en la cerámica (Kaminaljuyú), pensándose que no llegaron como producto de una simple irradiación espiritual o intercambio comercial, sino como resultado de un verdadero imperio teotihua-cano que se hubiera impuesto hasta en esas lejanas regiones. Después, aunque siempre durante el período clásico, fue una cultura de la costa atlántica, llamada totonaca, la que llevó a esta zona, quizá mediante oleadas migratorias de tribus de lengua náhuat llamadas “pipiles”, numerosos objetos característicos de ella: esculturas de los denominados yugos, hachas votivas, palmas, así como escenas de sacrificios de decapitación asociadas al juego de pelota, como los de Santa Lucía Cotzumalhuapa. Durante el período posclásico, lo tolteca, chichimeca y azteca caracterizan sucesivamente los centros ceremoniales del altiplano guatemalteco, en la arquitectura y en la escultura. Reflejan esta situación las crónicas quichés y cakchiqueles, en el Popol Vuh y el Memorial de Sololá, así como también la toponimia, ya que muchos sitios llevan nombres nahuas.
Durante el período preclásico, en el transcurso del milenio anterior al inicio de nuestra era y de los dos o tres siglos siguientes, fueron influencias olmecas las que llegaron de la costa del golfo de México al litoral del Pacífico (Izapa, Abaj Takalik, Monte Alto, El Baúl), a través del istmo de Tehuantepec y después de dejar sus fuertes huellas en la cultura de Oaxaca (Monte Albán I); estas influencias pasaron más tarde a las tierras altas de Guatemala.
Durante los seis siglos del período clásico (300-900 d.C), el altiplano guatemalteco continuó recibiendo elementos culturales extraños. Primero fueron teotihuacanos, reconocibles en la arquitectura y aún más en la cerámica (Kaminaljuyú), pensándose que no llegaron como producto de una simple irradiación espiritual o intercambio comercial, sino como resultado de un verdadero imperio teotihua-cano que se hubiera impuesto hasta en esas lejanas regiones. Después, aunque siempre durante el período clásico, fue una cultura de la costa atlántica, llamada totonaca, la que llevó a esta zona, quizá mediante oleadas migratorias de tribus de lengua náhuat llamadas “pipiles”, numerosos objetos característicos de ella: esculturas de los denominados yugos, hachas votivas, palmas, así como escenas de sacrificios de decapitación asociadas al juego de pelota, como los de Santa Lucía Cotzumalhuapa. Durante el período posclásico, lo tolteca, chichimeca y azteca caracterizan sucesivamente los centros ceremoniales del altiplano guatemalteco, en la arquitectura y en la escultura. Reflejan esta situación las crónicas quichés y cakchiqueles, en el Popol Vuh y el Memorial de Sololá, así como también la toponimia, ya que muchos sitios llevan nombres nahuas.
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