lunes, 4 de enero de 2016

Historia del arte

el arte maya

Arquitectura maya

La gran masa de la población maya vivía en pequeñas comunidades dispersas -pueblos, aldeas, villorrios, caseríos- dedicada básicamente a las labores agrícolas. En los centros ceremoniales habitaban la clase noble -señores y sacerdotes-, funcionarios de la complicada jerarquía civil y religiosa, guerreros, mercaderes, además de la servidumbre y probablemente artesanos especializados. El templo maya, durante el período preclásico, fue una simple choza semejante a la del campesino; hacia finales de este período, también denominado protoclásico, los muros se hicieron de mampostería, aunque se conservó el techo de paja; al iniciarse el período clásico apareció la bóveda angular, a imitación del techo de paja y que en forma rudimentaria se había usado con anterioridad para cubrir algunas fosas sepulcrales. El templo suele construirse en la cima de una pirámide, copia del cerro, lugar sagrado por excelencia. Los palacios pueden contener varias decenas de cuartos, dispuestos en algunas filas y a veces en varios pisos; son en realidad angostas galerías divididas transversalmente, oscuras y poco ventiladas, ya que casi siempre carecen de aberturas o sólo tienen estrechas entradas. Se edificaron además canchas para juegos de pelota, observatorios, arcos de triunfo, baños de vapor. Aunque en regiones de terreno quebrado era la topografía la que determinaba la distribución de los edificios y su orientación, había marcada tendencia a agruparlos alrededor de plazas o patios.
Pese a ser el templo la construcción más importante, el pueblo no tenía acceso a él. De ahí que se sacrificara el espacio interior en provecho del aspecto exterior que debía ser lo más imponente posible. Esta práctica llegó a tal grado, que los templos del Petén -Tikal, en particular- coronando altísimas y empinadas pirámides, sólo contienen minúsculos santuarios, algunos de ellos de poco más de un metro de ancho, mientras que los muros alcanzan hasta seis y siete metros de espesor para resistir la tremenda carga de la “crestería” maciza que se alza sobre el techo y que sólo servía para añadir mayor superficie ornamentada a la fachada.
Esta arquitectura de “fachada” se encuentra en otras regiones a las que llegó la influencia del Petén. En Piedras Negras, a orillas del Usumacinta, el santuario es también reducido a causa de la crestería, aunque lo precede un pórtico abierto, desconocido en El Petén pero característico de Palenque, de donde debe provenir. En una ciudad vecina de la misma región, Yaxchilán, otro elemento palencano se halla presente: la crestería hecha de un muro calado, de peso muy reducido, que no impone la construcción de gruesos muros y permite aumentar el espacio interior. Sin embargo, algunos templos de Yaxchilán son de una sola crujía en lugar de dos como es más usual, y la crestería descansa sobre el cierre de la bóveda, parte más delgada y por lo tanto más frágil del techo, por lo que se tuvo que añadir, dentro del templo, poco estéticos contrafuertes que reducen y afean el espacio interior.
Palenque presenta una arquitectura mucho más equilibrada que El Petén y la región del Usumacinta, a una escala más humana también, y a la vez con ingeniosa funcionalidad: techo de paramentos inclinados y aleros muy salientes con goterones para evitar que las fuertes lluvias penetren en los edificios; ventanales en los muros exteriores y aberturas en los paramentos centrales de las bóvedas para mayor ventilación, fantasía y notable sentido de la ornamentación. Los templos son casi todos pequeños, aunque siempre provistos de un pórtico abierto, y por lo general con dos pilares que determinan tres entradas. El pórtico comunica con el santuario y con dos pequeñas celdas laterales; en sí mismo, el santuario constituye una pequeña estructura, con techo y muros propios dentro del cuarto central. Debajo del piso de varios templos se hallaron fosas sepulcrales, con una utilización secundaria, en tiempo o en importancia, de la pirámide. Sin embargo, la gran cripta que está situada en el interior de la pirámide que soporta al Templo de las Inscripciones, y que contiene un extraordinario sarcófago de piedra totalmente esculpido, está unida al templo por una escalera y forma una sola unidad arquitectónica con la pirámide, caso hasta ahora único en la América prehispánica. Varios estilos arquitectónicos se reconocen en el norte de Yucatán, que corresponden al período clásico tardío (600-900 d.C), es decir, contemporáneos del florecimiento de las ciudades del área central que se acaba de citar. Estos estilos se designan por referencias geográficas: Río Bec (nombre de uno de los sitios característicos del estilo, localizado en el extremo meridional de los estados de Campeche y de Quintana Roo); Chenes (región del noroeste de Campeche, en la cual el nombre de los pueblos con frecuencia terminan por el vocablo “chen” que significa pozo), y Puuc (nombre maya, equivalente a “baja serranía”, con que se conocen las líneas de colinas en los confines de los estados de Campeche y Yucatán).
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Escultura maya

Al hablar del arte escultórico de los mayas, debe recalcarse la diferencia fundamental que presenta, en elárea central por una parte y en el norte de Yucatán por otra. Mientras que en El Petén, la región del río Motagua y la cuenca del Usumacinta, la escultura representa más a los hombres que a los dioses, a seres que seguramente existieron y no a conceptos religiosos, abstractos o personalizados, por el contrario la escultura clásica del área septentrional es esencialmente religiosa, y son las deidades -casi podríamos decir una única deidad, Chac, numen de la lluvia- o símbolos que en forma abstracta las sugieren, los principales motivos esculpidos. Mientras que en las grandes ciudades del centro -Tikal, Uaxactún, Copan, Quiligua, Yaxchilán, Piedras Negras, Bonampak, Palenque, Comalcalco, etc.- las manifestaciones escultóricas se presentan individualmente, en estelas, dinteles y tableros, en Yucatán la escultura es arquitectónica y cubre los frisos de las fachadas.
Los personajes realizados en alto relieve o bulto redondo, en Copan, hieráticos y cuyos cuerpos apenas se distinguen bajo la cubierta del ropaje y los adornos; los jefes altivos que hacen prisioneros, o los juzgan, o se sientan sobre esclavos, en las violentas escenas de Yaxchilán, Piedras Negras y Bonampak; los señores de cuerpo esbelto, casi desnudo, noble y delicado perfil que, en los bajos relieves de piedra y estuco de Palenque, reciben con elegancia y serenidad las muestras de veneración de sus subditos; todos ellos deben haber existido realmente y, como ejemplo temprano del culto a la personalidad, quisieron autoglorificarse y dejaron a la posteridad su efigie.
El carácter histórico de estas representaciones ha sido confirmado en las últimas décadas por las investigaciones epigráficas, y podemos asegurar ahora que el texto jeroglífico que acompaña a los personajes, expone datos de sus vidas, sus nombres, títulos, fechas de nacimiento y muerte, hechos principales de su reinado, nombres de parientes y sucesores.
En las tierras secas de Yucatán, en que la vida dependía de la benevolencia de Chac, proveedor de la lluvia, fue necesario rendirle permanente homenaje, demostrarle la devoción de la población por su culto, cubriendo las fachadas con su máscara y restándoles importancia a los hombres, aun a los dirigentes, los que raramente fueron representados en los monumentos yucatecos. La llegada de los toltecas respetó al todopoderoso e indispensable Chac, pero lo obligó a convivir en las fachadas con Quetzalcóatl, llamado Kukulcan en maya, con Tezcatlipoca, con Tlalchitonatiuh, con símbolos venusinos, con innumerables guerreros toltecas, con múltiples representaciones de conceptos y escenas rituales propias del centro de México.

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Pintura maya

Debido a su carácter perecedero, la pintura mural maya raramente se ha conservado, aunque es de presumir que en todos los centros ceremoniales se haya utilizado.
Murales de contenido histórico (ceremonias palaciegas, batallas, juicios y sacrificios de prisioneros, escenas pacíficas, llegada de invasores, etc.) ejecutados con gran realismo y dominio técnico, se conocen en Uaxactún, Bonampak, Chacmultún, Mulchic, Chichén Itzá. Frescos que hacen alusión a deidades y rituales religiosos, muy semejantes a lo que enseñan los códices, aparecieron en Tulum y Santa Rita, ambos enclaves tardíos sobre el litoral del mar Caribe.
La pintura se utilizó profusamente también para decorar vasijas de barro, desde el período protoclásico -hacia el inicio de nuestra era- hasta el clásico tardío, en que floreció como las demás artes. Los motivos policromados fueron primero simbólicos, geométricos o estilizados cuando correspondían a figuras animales en las fases Matzanel y Tzakol, en El Peten; se volvieron después naturalistas, presentando temas principalmente laicos (señores que reciben ofrendas, atendiendo a grupos de guerreros o vasallos, mercaderes de viaje, ritos propiciatorios de cacería, etc.) durante el período clásico tardío en la fase Tepeu.
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Arte maya: figuras de barro


No se puede dejar de hacer referencia a una de las manifestaciones artísticas más idiosincrásicas que los mayas produjeron. De este modo, una síntesis del arte maya, por breve que sea, no puede ignorar las maravillosas esculturas que, pese a su reducido tamaño y a lo deleznable del material en que se hicieron, no dejan de ser obras maestras de escultura: las figuras de barro.
Acostumbrados como se está, quizá, a hablar de grandes obras de arte cuando éstas suponen inmensos edificios, el empleo de materiales nobles o el trabajo de meses o años, las magníficas figurillas de barro que realizaban los mayas hacen comprender que el arte es, por suerte, mucho más que las grandes obras.
Estas figurillas de barro han aparecido en numerosos sitios de los territorios que debieron de habitar los mayas, pero particularmente se han encontrado numerosos ejemplares en Palenque, Jonuta y sobre todo Jaina. A grandes rasgos, estas figurillas, ya sea modeladas a mano o hechas en molde, acaso policromadas todas, ofrecen una variedad increíble de seres (animales, vegetales, humanos, sobrenaturales), una extraordinaria fantasía en el atuendo, una notable diversidad de individuos (hombres, mujeres; señores y gente común; sacerdotes, deidades; parejas humanas o mixtas -hombre o mujer con un animal-, enanos, jugadores de pelota, guerreros, tejedoras, seres atacados por alguna enfermedad o con deformación corporal, etc.).
De nuevo el culto a la muerte vuelve a jugar un papel importante en el arte precolombino. Fabricadas para acompañar a los muertos en la sepultura, quizás a su propia imagen, son representaciones de la vida, por su realismo, su autenticidad, el extraordinario sentido de observación que revelan, la facilidad con que se expresó el artista, o, mejor dicho, toda una legión de artistas desconocidos. Por tanto, se convierten, cientos de años después, en magnífico testimonio de la vida cotidiana de los mayas en los territorios en los que se han hallado.
El arte maya se expresó en multitud de facetas artísticas, como la arquitectura monumental, la escultura o el modelado del estuco y la arcilla, la pintura en los muros o en la cerámica, el tallado de la madera o el grabado de los huesos. Asimismo, tanto los grandes conjuntos arquitectónicos, las estelas de hasta diez metros de altura, los altares monolíticos de varios metros cúbicos, el gigantesco sarcófago palencano de veinticinco toneladas de peso, los murales cubriendo toda la superficie interior de un templo, como los mosaicos y las más pequeñas joyas de jade, las estatuillas de barro o hueso, las escenas pintadas en el fondo de platos, todas las formas y técnicas en que se materializó el genio creador de los mayas, atestiguan que su arte -a nivel universal y en parangón con el arte de las civilizaciones del Viejo Mundo y del resto del continente americano-fue indiscutiblemente un gran arte de la antigüedad. Reconocerlo como tal y difundirlo es un acto elemental de justicia.

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