viernes, 18 de noviembre de 2016

Historia - Las Cruzadas

primera cruzada

El sitio de Jerusalén fue un asedio que tuvo lugar entre el 7 de junio y el 15 de julio de 1099 durante la Primera Cruzada. Los cruzados lograron penetrar y conquistar la ciudad santa de Jerusalén que estaba en manos del califato fatimí de Egipto.

Sitio de Jerusalén
Primera Cruzada
Counquest of Jeusalem (1099).jpg
Captura de Jerusalén en 1099
Fecha7 de junio-15 de julio de 1099
LugarJerusalén
Coordenadas31°47′00″N 35°13′00″ECoordenadas31°47′00″N 35°13′00″E (mapa)
Casus belliConquista de Tierra Santa
ResultadoVictoria decisiva cruzada
ConsecuenciasCreación del Reino de Jerusalén
Cambios territorialesJerusalén es conquistada por los cruzados
Beligerantes
Cross templars.svg Ejército cruzadoFatimid flag.svg Fatimíes
Comandantes
Blason province fr Provence.svg Raimundo IV de Tolosa
Blason Lorraine.svg Godofredo de Bouillón
Fatimid flag.svg Iftikhar ad-Daula
Fuerzas en combate
20 000 infantes y 1500 caballeros y jinetes~60 000 soldados de infantería de la guarnición
Bajas
Unos pocos cientosAl menos 70 000 muertos, incluyendo civiles

Antecedentes

La Primera Cruzada había comenzado tras el llamamiento del papa Urbano II durante el Concilio de Clermont para conquistar Tierra Santa de manos de los musulmanes.
Los cruzados, hasta ese momento, habían tenido mucho éxito y habían logrado conquistar la ciudad de Antioquíatras el exitoso asedio de junio de 1098. Los cruzados, por diversas razones, permanecieron en esa zona durante el resto del año. El legado papal Ademar de Le Puy había muerto y Bohemundo de Tarento había reclamado el control de Antioquía para sí mismo. Balduino de Bolonia seguía en la ciudad de Edesa que había sido capturada a comienzos de ese año. Existía cierto desacuerdo entre los príncipes sobre cuál debería ser el siguiente paso a seguir por lo que Raimundo de Tolosa, frustrado, dejó Antioquía para capturar la fortaleza de Ma'arrat al-Numan. A finales de año, los caballeros menores y la infantería estaban ya amenazando a sus líderes con marchar hacia Jerusalén por su cuenta.

El sitio de Arqa

A finales de diciembre o comienzos de enero, Roberto II de Normandía y Tancredo de Galilea aceptaron convertirse en vasallos de Raimundo cuya riqueza era suficiente como para compensarles a cambio de sus servicios. Godofredo de Bouillón, en cambio, como disfrutaba de los beneficios que obtenía su hermano Balduino del territorio de Edesa, rechazó hacer lo mismo.
El 5 de enero, Raimundo desmanteló las murallas de Ma'arrat y el 13 de enero comenzó a marchar hacia el sur, descalzo y vestido como un peregrino, seguido por Roberto y por Tancredo. Siguieron la orilla de la costa del mar Mediterráneo y encontraron poca resistencia puesto que los gobernantes musulmanes locales preferían firmar la paz y entregar provisiones en lugar de luchar. Además, es posible que los habitantes locales suníes llegasen a preferir el control de los cruzados al de los fatimíes, de rito chií.
Raimundo planeaba tomar Trípoli y gobernarla él mismo, estableciendo un estado cruzado equivalente al que Bohemundo había establecido en Antioquía. En primer lugar, sin embargo, asedió la cercana ciudad de Arqa. Mientras tanto Godofredo, junto con Roberto II de Flandes (que también se había negado a convertirse en vasallo de Raimundo), se reunió con los cruzados que quedaban en Latakia y marchó hacia el sur en febrero. Bohemundo partió también con ellos pero regresó rápidamente a Antioquía. Tancredo también abandonó el servicio a Raimundo y se unió con Godofredo por culpa de alguna disputa de contenido desconocido. Otra fuerza separada, aunque vinculada a Godofredo, estaba dirigida por Gastón IV de Bearn.
Godofredo, Roberto, Tancredo y Gastón llegaron a Arqa en marzo pero el asedio continuó. La situación era tensa, no solo entre los líderes militares, sino también entre el clero. Tras la muerte de Además, no existía un líder espiritual claro en la Cruzada y desde el descubrimiento en Antioquía de la Lanza Sagrada por Pedro Bartoloméhabía habido acusaciones de fraude entre las distintas facciones religiosas. Finalmente, en abril, Arnulfo de Chocques retó a Pedro Bartolomé a someterse a la ordalíadel fuego. Pedro aceptó y se sometió a la ordalía, pero finalmente murió de sus propias heridas.
El asedio de Arqa duró hasta el 13 de mayo, fecha en la que los cruzados dejaron el sitio sin haber llegado a capturar la ciudad.

El asedio de Jerusalén

Llegada a la Ciudad Santa

Los fatimíes intentaron llegar a un acuerdo de paz con la condición de que los cruzados no continuasen hacia Jerusalén, pero fueron ignorados. Iftikhar ad-Daula, el gobernador fatimí de Jerusalén, aparentemente no entendía el motivo que había llevado a los cruzados hasta ahí. El día 13 llegaron a Trípoli y su gobernante les dio dinero y caballos. Según la crónica anónima Gesta Francorum, también juró convertirse al cristianismo si los cruzados tenían éxito en la captura de Jerusalén de manos de sus enemigos fatimíes.
Desde ahí, los cruzados siguieron en dirección sur, a lo largo de la costa, y pasaron por Beirut el 19 de mayo y por Tiro el 23 de mayo girando entonces tierra adentro hacia Jaffa para llegar a Ramala el 3 de junio. Esta última ciudad ya había sido abandonada por sus habitantes cuando llegaron los cruzados. Estos se detuvieron para establecer ahí la iglesia de San Jorge (un santo muy popular para los cruzados) para luego dirigirse a Jerusalén. El 6 de junio Godofredo envió a Tancredo y a Gastón para capturar la ciudad de Belén, lugar en el que Tancredo hizo ondear su estandarte desde la Iglesia de la Natividad. El 7 de junio los cruzados llegaron a Jerusalén, momento en el que muchos de los cruzados llegaron incluso a echarse a llorar al contemplar el objetivo tanto tiempo anhelado.
Al igual que ocurrió con Antioquía, los cruzados sitiaron la ciudad. Posiblemente el asedio fue más duro para los propios cruzados que para los ciudadanos de Jerusalén puesto que los primeros tenían una mayor escasez de agua y comida al no haber lugares en los que aprovisionarse cercanos a la ciudad. Jerusalén, sin embargo, estaba bien preparada para aguantar el asedio y el gobernador fatimí había expulsado previamente a la mayoría de los cristianos.
Del total estimado de 7000 caballeros que habían tomado parte en la Primera Cruzada, solo quedaban unos 1500, junto con otros 12 000 soldados de a pie en buen estado físico (de un total que puede haber sido de unos 20 000). Godofredo, Roberto de Flandes y Roberto de Normandía (que también había dejado a Raimundo para unirse a Godofredo) asediaron el norte de la ciudad hasta la altura de la Torre de David, mientras que Raimundo establecía su campamento en el muro oeste, desde la Torre de David hasta el Monte Sion.
Un primer asalto directo sobre las murallas el 13 de junio resultó un fracaso. Por otro lado, sin agua ni comida, tanto los hombres como los animales morían de sed y de inanición por lo que los cruzados eran conscientes de que el tiempo no corría de su parte. Sin embargo, poco después del primer asalto llegaron un cierto número de naves cristianas al puerto de Jaffa y los cruzados pudieron volver a aprovisionarse durante un tiempo. También comenzaron a acumular madera traída desde Samariapara poder construir maquinaria de asedio. Sin embargo, seguían con carencias de agua y de comida y para finales de junio comenzaron a llegar noticias de que un ejército fatimí estaba marchando desde el norte de Egipto.

La procesión descalza

Enfrentados a lo que parecía una tarea imposible, la moral del ejército subió cuando un cura llamado Pedro Desiderio aseguró haber tenido una visión divina en la que el fantasma de Ademar le comunicó que debían ayunar durante tres días y luego marchar descalzos en procesión alrededor de las murallas de la ciudad. Después de esto, la ciudad caería en un plazo de nueve días, siguiendo el ejemplo bíblico de Josué en la conquista de Jericó. A pesar de que ya estaban hambrientos, hicieron el ayuno y marcharon en procesión el día 8 de julio con el clero haciendo sonar las trompetas y cantando salmos mientras que los defensores de la ciudad se reían de ellos. La procesión terminó en el Monte de los Olivos dónde Pedro el ErmitañoArnulfo de Chocques y Raimundo de Aguilers pronunciaron varios sermones.

El asalto final y la masacre

A lo largo del asedio, los cruzados llevaron a cabo diversos ataques contra las murallas de la ciudad pero todos fueron repelidos. Las tropas genovesas dirigidas por Guillermo Embriaco habían desmantelado las naves en las que habían llegado a Tierra Santa y, utilizando la madera procedente de esas naves, construyeron algunas torres de asedio. Estas torres fueron enviadas hacia las murallas de la ciudad la noche del 14 de julio entre la sorpresa y la preocupación de la guarnición defensora. A la mañana del día 15, la torre de Godofredo llegó a su sección, en las murallas cercana a la esquina noreste de la ciudad y, según el Gesta, dos caballeros procedentes de Tournai llamados Letaldo y Engelberto fueron los primeros en acceder a la ciudad, seguidos por Godofredo, su hermano Eustaquio, Tancredo y sus hombres. La torre de Raimundo quedó frenada por una zanja pero, dado que los cruzados ya habían entrado por la otra vía, los guardias se rindieron a Raimundo.
Una vez que los cruzados consiguieron entrar en la ciudad comenzaron a realizar una masacre en la cual murieron casi todos los habitantes de Jerusalén. La masacre se prolongó durante la tarde, la noche y la mañana del día siguiente. Fueron masacrados musulmanes, judíos, e incluso algunos cristianos en un arranque de violencia indiscriminada. Muchos musulmanes buscaron refugio en la mezquita de Al-Aqsa en donde, según un famoso relato de Gesta Francorum, «...la carnicería fue tan grande que nuestros hombres andaban con la sangre a la altura de sus tobillos...». Según Raimundo de Aguilers, uno de los hombres que participó en aquella masacre, canónigo de Puy, dejó una descripción para la posteridad que habla por sí sola:
Maravillosos espectáculos alegraban nuestra vista. Algunos de nosotros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el templo de Salomón que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta la rodilla. Cuando no hubo más musulmanes que matar los jefes del ejército se dirigieron en procesión a la Iglesia del Santo Sepulcro para la ceremonia de acción de gracias.1
La crónica de Ibn al-Qalanisi establece que los defensores judíos buscaron refugio en su sinagoga, pero que los "francos" (los cruzados) le prendieron fuego con ellos dentro, matando a todo el mundo en su interior.2 También dice que los cruzados rodearon el edificio en llamas mientras cantaban Cristo, «¡Te Adoramos!».3
Tancredo, por su parte, reclamó el control del Templo de Jerusalén y ofreció protección a algunos de los musulmanes que se habían refugiado ahí. Sin embargo, fue incapaz de evitar su muerte a manos de sus compañeros cruzados. El gobernador fatimí Iftikhar ad-Daula se retiró hasta la Torre de David y acabó rindiéndose a Raimundo a cambio de un salvoconducto para él y su guardia hasta Ascalón.4
Por otra parte, la Gesta Francorum establece que algunas personas lograron escapar a la toma de Jerusalén vivas. Su autor escribió: «Cuando los paganos habían sido vencidos, nuestros hombres capturaron a muchos, tanto mujeres como hombres, y o bien les daban muerte o les mantenían cautivos».5 Más tarde se dice:
«Nuestros líderes también ordenaron que todos los sarracenos muertos fuesen enviados fuera de la ciudad debido al hedor, puesto que toda la ciudad estaba llena de cuerpos; por ello los sarracenos vivos arrastraron a los muertos hasta las salidas de las murallas y los colocaron en piras, como si fuesen casas. Nunca nadie pudo ver u oír de una masacre como esa de paganos, puesto que las piras funerarias se alzaban como pirámides, y nadie sabe su número salvo el mismo Dios».6
El historiador Thomas F. Madden considera que la masacre producida tras la toma de la ciudad fue exagerada por cronistas musulmanes posteriores para avivar el espíritu de la jihad contra los cruzados. Señala que no todos los musulmanes murieron, algunos lograron escapar en el caos del asalto final por las murallas este y oeste que habían sido desguarnecidas por los cruzados y llegar a Damasco. Reconoce la masacre producida en la sinagoga de la ciudad pero menciona que según documentos de la comunidad judía de El Cairo algunos fueron perdonados para exigir un rescate. En cuanto a los musulmanes que se refugiaron en la mezquita de Al-AqsaTancredo accedió a ofrecerles su protección a cambio de un rescate pero otro grupo de cruzados los masacró.7
Debe mencionarse que esta clase de masacres eran comunes en aquella época si una ciudad o castillo caía tras un asedio, sobre todo cuanto más se resistieran los sitiados.7

Eventos posteriores

Tras la masacre, los cruzados ofrecieron a Raimundo de Tolosa el título de rey de Jerusalén pero lo rechazó. Después se le ofreció a Godofredo de Buillón que aceptó gobernar la ciudad pero rechazó ser coronado como rey diciendo que no llevaría una "corona de oro" en el lugar en el que Cristo había portado «una corona de espinas».8 En su lugar, el 22 de julio, tomó el título de Advocatus Sancti Sepulchri ("Protector del Santo Sepulcro") o, simplemente, el de "Príncipe". Godofredo convenció a Raimundo para que entregase también el control de la Torre de David.
Raimundo partió en peregrinaje y, en su ausencia, el 1 de agosto, Arnulfo de Chocques fue elegido primer Patriarca Latino de Jerusalén. El 5 de agosto Arnulfo, tras consultar con los supervivientes de la ciudad, descubrió las reliquias de la Vera Cruz.
En la última acción de la cruzada, Godofredo encabezó un ejército portando la Vera Cruz en vanguardia contra un ejército fatimí invasor al que venció en la batalla de Ascalón. Tras la victoria, la mayoría de los cruzados consideraron que habían cumplido con sus votos y volvieron casi todos a casa. Otros caballeros, sin embargo, se quedaron a defender las tierras recién conquistadas. Entre ellos, Raimundo de Tolosa, disgustado por no ser el rey de Jerusalén, se independizó y se dirigió a Trípoli (en el actual Líbano), donde fundó el condado del mismo nombre.
Godofredo murió en julio de 1100 y le sucedió su hermano, entonces Balduino de Edesa, que sí aceptó el título de rey de Jerusalén y fue coronado bajo el nombre de Balduino I de Jerusalén.
Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, la única exitosa. El sitio de Jerusalén de 1099 pronto se convirtió en una batalla legendaria para la cristiandad.

La conquista de Jerusalén por los cruzados (1099 d.C.)

La proclamación de la Primera Cruzada por el Papa Urbano II, con objeto de liberar los Santos Lugares, se presentó y promocionó como “Voluntad de Dios” (lat. Deus vult). Los participantes en ella se aseguraban la suspensión de sus deudas, la protección de sus bienes e incluso el perdón de sus pecados, y todo ello trajo como consecuencia la respuesta inmediata de las clases populares.
Algunos tomaban parte por celo religioso y amor a Dios, otros para que se les suprimieran las deudas, otros por aventura y otros por enriquecerse, por ejemplo en un posible saqueo.
En mayo de 1097 las tropas de los cruzados se reúnen en Constantinopla y, con la ayuda del emperador bizantino Alejo I Comneno, cruzan a las costas de Asia Menor. Tres meses más tarde arriban a las costas sirias y durante nueve meses sitian la radiante Antioquía. El 3 de junio de 1098 la ciudad cae en manos de los cruzados y sigue a continuación una despiadada matanza de los habitantes musulmanes de la ciudad.


La matanza de Antioquía en un grabado de Paul Jonnard
basado en una ilustración de Gustave Doré (París, 1877).
Destino siguiente y objetivo de toda la expedición es la conquista de Jerusalén. El 7 de junio de 1099, 12.000 soldados de infantería y 1.500 de caballería llegan ante las murallas de la ciudad santa. Después de cuarenta días de sitio, los cruzados la conquistan el 15 de julio de 1099, repitiéndose las mismas escenas: salvaje matanza de los habitantes musulmanes de la ciudad, así como de los pocos judíos, que son quemados vivos dentro de su sinagoga. En un clima de locura y enajenación, aquellos que supuestamente estaban al servicio del Dios del Amor dieron muerte incluso a niños pequeños.


La Puerta de Damasco de Jerusalén. La parte de la muralla a la izquierda de la puerta
es el único punto vulnerable de la fortificación que rodea la ciudad a causa de la
inclinación del terreno. Por este punto penetraron los cruzados en Jerusalén.
La terrible matanza fue descrita por distintos cronistas que fueron testigos presenciales de los acontecimientos. Uno de ellos, Fulcher, refiere lo siguiente:
“Alrededor de diez mil fueron decapitados en la Iglesia de la Resurrección. Si estuvierais allí, vuestros pies se teñirían hasta los talones con la sangre de la matanza. Ninguno de ellos quedó con vida. No tuvieron piedad ni de mujeres ni de niños”.1

En términos parecidos describe los hechos Guillermo de Tiro:
“No era sólo la visión de los cuerpos decapitados y miembros mutilados esparcidos por todas partes lo que provocaba horror a cuantos los veían. Todavía más espantoso era ver a los vencedores empapados de sangre desde la cabeza a los pies, un espectáculo desazonante que provocaba terror a todo aquel que los encontraba”.2

_
A la izquierda, el asalto de los cruzados a Jerusalén. En primer plano se representa al nuevo
rey de la ciudad, Godofredo de Boulogne. A la derecha, la entrada de los cruzados a la Iglesia
de la Resurrección en medio de los musulmanes masacrados. Grabados de Albert Doms
y Paul Jonnard respectivamente, basados en ilustraciones de Gustave Doré, de la edición de
J.-F. Michaud, Histoire de Croisades, París, 1877.
Los mismos sucesos describe también el cronista y religioso Raimundo de Agiles, en un texto que impacta por la crudeza de su descripción:
“La cantidad de sangre derramada aquel día es increíble… Algunos de nues - tros hombres (y esto era más misericordioso) cortaban las cabezas de sus ene - migos… Otros los torturaban más arrojándolos a las llamas… Montones de cabezas, pies y manos se veían por las calles de la ciudad. Pero estas eran cuestiones menores comparadas con lo que sucedió en la Iglesia de la Resurrección. ¿Qué sucedió allí? Si digo la verdad excederá los límites de vuestra fe. Por ello baste con que mencione al menos esto: que en la Iglesia de la Resurrección y en el patio de la misma los hombres iban a caballo con la sangre que les llegaba a las rodillas y las riendas. Realmente fue un justo y espléndido criterio de Dios que este lugar se llenara de la sangre de los infieles… La ciudad estaba llena de cadáveres y sangre”.3

La manera que tiene de abordar la despiadada matanza el religioso francés parece inhumana. Considera que el destripamiento de personas indefensas y niños pequeños, cuya única culpa era vivir en aquella ciudad, era el espléndido y justo criterio de Dios. Parece inconcebible que un religioso pueda expresar semejante postura. Esta opinión por sí sola refleja la enfermiza ideología que predominaba en las filas de los cruzados. Refleja también la ideología imperante en la Iglesia Papal en aquella época, según la cual el alma de un musulmán o cualquier otro infiel estaba ya condenada o perdida, y en consecuencia su vida no tenía valor alguno.
Esta ideología y estas masacres llevaron al historiador británico Sir Steven Runciman a caracterizar las Cruzadas como “un ultraje al Espíritu Santo”.4
Damos un énfasis especial a los abominables crímenes cometidos durante la caída de Jerusalén y las crueldades de la Primera Cruzada, porque, como comprobaremos a continuación, estas acciones horrendas, que continuaron durante los años siguientes, tuvieron repercusiones inmediatas en el milagro del Fuego Santo.

La masacre de los musulmanes en la mezquita de Cesarea el 17 de mayo de 1101.
Cuando los cruzados ocuparon el puerto de Cesarea tenían permiso del rey Balduino I
para comportarse como desearan. Miles de palestinos habitantes de la ciudad se
refugiaron dentro de la gran mezquita donde fueron despiadadamente masacrados.
Grabado de Paul Jonnard basado en una ilustración de Gustave Doré (París, 1877).

Después de la caída de Jerusalén en julio de 1099, fue nombrado soberano de la ciudad Godofredo IV de Boulogne, el cual se negó a ser coronado rey en la ciudad en la que Cristo fue coronado con espinas. Se contentó con el modesto título de “Protector del Santo Sepulcro”.
El patriarca griego Simeón, que había sido desterrado por los musulmanes a Chipre, regresa a su sede, pero los latinos le prohíben celebrar la liturgia en la Iglesia de la Resurrección y lo obligan a abandonar de nuevo la ciudad.
El 1 de agosto de 1099 Arnulfo de Chocques se convierte en el primer latino que es elegido patriarca de Jerusalén. Raimundo de Agiles refiere que su ordenación era contraria al reglamento porque fue patriarca sin ser ni siquiera diácono y además se le acusaba de llevar una vida desordenada hasta tal punto que se escuchaban sobre él canciones obscenas.5
En diciembre de 1099 Arnulfo es sustituido por Daimberto, arzobispo de Pisa, que había llegado a los Santos Lugares en verano de 1099 al frente de una flota de 120 barcos. El rey Godofredo tenía necesidad absoluta de controlar esta flota, hecho que confirió a Daimberto un gran poder.
El Sábado Santo de 1100, Daimberto es el primer patriarca Latino de Jerusalén que va a presidir la ceremonia del Fuego Santo. Aunque la ceremonia se celebra del modo acostumbrado, por primera vez el Fuego Santo no aparece. La ceremonia se intensifica en las horas siguientes, las oraciones se repiten, pero todo en vano. Los sacerdotes latinos se dan cuenta de que sus acciones no son aprobadas por Dios y ordenan a los cruzados confesar sus pecados y, ante todo, las masacres que cometieron durante la ocupación de Jerusalén.
Después de este largo proceso, como nos informa el historiador francés Guibert, y casi cuando ya había caído la noche, aparece el Fuego Santo. Sin embargo, el Sábado Santo siguiente, el 20 de abril del año 1101, por primera vez en la historia de la ciudad el Fuego no hace su aparición. Los latinos, por segundo año consecutivo, comprenden que no cuentan con la aprobación de Dios y el miedo se apodera de los habitantes de la ciudad.
A la mañana siguiente, el Domingo de Pascua, sus plegarias continúan pero el Fuego Santo continúa sin aparecer. Los latinos deciden retirarse de la iglesia y los sacerdotes griegos, junto con los sirios ortodoxos, aprovechan la ocasión y comienzan de nuevo la ceremonia ellos solos. Y entonces ocurre algo inesperado.
Pero dejemos que sean los propios cronistas los que nos cuenten estos hechos imprevistos. Es extraordinariamente raro que un hecho que tuvo lugar en una ceremonia religiosa hace nueve siglos sea recogido por ocho cronistas. Entre estos se incluyen los tres cronistas franceses Fulcher, Bartolf y Guibert, el alemán Ekkehard, el inglés Guillermo, el italiano Cafaro, el armenio Mateo de Edesa y un anónimo francés (el autor del Códice L).

No hay comentarios:

Publicar un comentario