Descubrimiento de Brasil
En el año 1500 Vicente Yáñez Pinzón fue quien pisó primero estas tierras, pero quien las reclamó para Portugal en el mismo año fue Pedro Álvarez Cabral llamándolas “Terra de Vera Cruz” (tierra de la cruz verdadera en portugués) y así se fue poblando por buscadores de riquezas y nobles que adquirían grandes cuadras tierras como capitanías formando así lo que hoy son los estados de Brasil.
Un año más tarde, por órdenes del gobierno portugués, Américo Vespucio exploró las tierras y puso nombres a cabos y bahías, entre ellos a Río de Janeiro, aunque otros dicen que fue Gonzalo Coelho quien en 1502 ,al llegar a Bahía Guanabara, pensó que era la desembocadura de un río y lo bautizó como “Río de Enero” (Río de Janeiro en portugués) En ese mismo año “Terra de Vera Cruz” cambia el nombre a “Pau-Brasil” que es una planta de donde se extrae un colorante muy cotizado en esa época por los europeos.
Río de Janeiro se convirtió en la capital y la principal ciudad de Brasil desde 1763 hasta 1960. En esta última década perdió su papel de centro administrativo nacional a favor de Brasilia y su posición privilegiada de centro económico a favor de Sao Paulo.
Carta de Arnoldus Fiorentinus tomado de “Historia de la Cartografía” de Leo Bagrow publicado en Berlín
Los habitantes de la América, anteriores al descubrimiento del continente por los europeos, se encontraban en muy diversos estadíos de desarrollo. A lo largo y ancho del llamado nuevo mundo vivían infinidad de poblaciones aborígenes que aún se hallaban en los primeros escalones de la evolución social, mientras otras, como los mayas, incas o aztecas, habían logrado alcanzar nuevas etapas de su desarrollo socioeconómico a partir del momento en que iniciaron el cultivo de la tierra. Ello permitió el surgimiento en ciertas zonas de México, América Central y el Perú de sociedades de clase y de deslumbrantes centros de civilización, que algunos autores identifican con lo que Carlos Marx denominó “modo de producción asiático”.
Nada de esto pudo ocurrir entre las tribus indígenas que ocupaban el actual territorio de Brasil, pues cuando llegaron los europeos estos pueblos todavía atravesaban por alguna de las distintas fases de la comunidad primitiva. A diferencia de los habitantes de las grandes culturas clasistas precolombinas –ubicadas dentro del área de la conquista española-, los aborígenes brasileños apenas comenzaban a labrar el suelo o a trabajar la cerámica, por lo que la caza, la pesca y la recolección desempeñaban un papel fundamental en su frágil economía.
Los escasos artículos alimenticios obtenidos a través de la incipiente producción agrícola no les posibilitó la obtención de excedentes –por supuesto, a niveles mínimos de subsistencia que permitieran, como ocurrió en Mesoamérica o en la región andina la división en clases y la aparición del Estado. Ese proceso estaba limitado en la América lusitana por el bajo desarrollo económico y social de los aborígenes. La imposición de un modo de producción basado en la brutal expoliación del hombre por el hombre, no fue entonces posible, a diferencia de las regiones conquistadas por los españoles, quienes aprovecharon parte de la organización social de los pueblos indígenas de la masa continental, que desde tiempos precolombinos conocían la sociedad de clase, para imponerles un nuevo régimen de explotación.
Los primeros pobladores
La presencia humana en las tierras de la América del Sur es un problema aún no determinado definitivamente, pues con frecuencias de una antigüedad cada vez más remota. Al parecer, hacia el último período glacial se produjo la transformación de las impenetrables selvas y pantanos, que cubrían casi toda la América Central, en sabanas y tierras firmes, lo que permitió el paso del hombre en su avance del norte al sur del continente.
Hasta ahora, las conclusiones de las investigaciones efectuadas por arqueólogos y antropólogos no permiten establecer con exactitud cuáles fueron los lugares por donde penetraron los primeros seres humanos en lo que hoy constituye Brasil. Tampoco es posible definir con mucha precisión el trayecto que siguieron esas oleadas migratorias o la forma y condiciones de su evolución biológica y cultural, tras asentarse en el área brasileña.
Desde el punto de vista arqueológico, Brasil puede ser dividido en dos grandes regiones bien delimitadas entre sí y sujetas a diferentes focos de influencia cultural y de desarrollo socioeconómico. Nos referimos al Brasil central y meridional y a la cuenca del Amazonas.
Los restos humanos de mayor antigüedad que se han encontrado en el territorio corresponden a la primera de esas zonas, es decir, a la región comprendida al sur y centro. Se puede calcular la existencia del hombre en esta área –y probablemente en todo Brasil- hacia el año 8000 a.n.e. Esta afirmación se fundamenta en el análisis efectuado a los restos humanos hallados en el sitio arqueológico de la caverna Lapa de Lagoa de Somidouro, cerca de Lagoa Santa, en el actual estado de Minas Geraes. Los artefactos y utensilios recogidos en este lugar, junto a numerosos restos humanos, incluyen proyectiles de hueso y de piedra, lascas y fragmentos de cristal de cuarzo, cuentas y adornos hechos de olivella, que constituyen evidencias materiales del mundo de la vida de esta cultura paleolítica.
Los importantes hallazgos de Lagoa Santa permiten suponer que los primeros pobladores de Brasil solo sabían utilizar toscos instrumentos de madera piedra o hueso. Con ayuda de esos utensilios primitivos el hombre de Lagoa Santa debió obtener de la naturaleza sus alimentos esenciales: raíces, tubérculos, frutas y vegetales. No cabe duda que la recolección constituía la principal actividad de este pequeño grupo aborigen, pues el escaso desarrollo de sus utensilios y habilidades ni siquiera debió permitirles cazar de manera sistemática. La extrema influencia que el medio circundante ejercía sobre estos hombres de las cavernas, los obligaba a emigrar constantemente de una zona a otra, en busca de áreas donde la flora y la fauna fueran más abundantes y brindaran mejores fuentes de alimentación.
Después de Lagoa Santa, los sitios arqueológicos más antiguos que se conocen en Brasil están ubicados en la misma área del centro y sur. Yacimientos que se atribuyen a los sambaquis de Maratúa, en la bahía de Santos, estado de Sao Paulo. En este lugar se han encontrado, en el interior de montículos de conchas marinas de varios metros de altura, sepulturas primitivas e instrumentos indígenas rudimentarios, que han sido fechados hacia el año 5000 a. n.e. Gracias a este hallazgo, se ha podido establecer que los sambaquis hacían utensilios lascados. Restos más recientes de está cultura, cuya antigüedad se ha fijado hacia el año 500 de n.e. contienen manos de mortero de piedra pulimentada, instrumentos de hueso, adornos de concha, junto con una interesante y a la vez incipiente manifestación artística denominada zoolitos. Estos eran pequeñas piezas de piedra, generalmente de color verde oscuro, esculpidas por los sambaquis, casi siempre en bajorrelieve, que representan animales, en especial peces y aves. Al parecer, los hombres de esta cultura precolombina formaban una población relativamente homogénea, diferenciada, al menos morfológicamente, de los habitantes de Lagoa Santa.
Para el año 4500 a.n.e. se ha estimado la existencia de otro complejo cultural primitivo –también paleolítico- , ubicado en las zonas costeras de los estados meridionales de Brasil. De este se han hallado manos de mortero pulidas, cortadores, raspadores, puntas de flechas fabricadas con piedra, perforadores y agujas de hueso.
Aparición de la cerámica
Todas las evidencias materiales descubiertas en el área arqueológica de Brasil central y del sur indican que la alfarería solo apareció hacia el año 1000 de n.e. directamente relacionada, según se supone con la presencia en la zona de grupos indígenas más desarrollados. El mismo tipo de cerámica también se ha encontrado en lugares habilitados por los sambaquis más recientes. Según algunos autores, la difusión de la alfarería por esta región puede explicarse en virtud de la influencia tupi-guaraní proveniente del Paraná a través del río del mismo nombre y sus numerosos afluentes.
La presencia de la cerámica –y posiblemente también de las técnicas agrícolas- parece que fue un proceso que históricamente se inició en la otra gran área arqueológica-cultural de Brasil, o sea en la región de la cuenca amazónica, más o menos hacia el año 500 a.n.e. Ello indica que por esa época el hombre ya vivía en el territorio irrigado por el Amazonas, a pesar de que el severo clima tropical ha impedido encontrar restos humanos que permitan confirmarlo en forma categórica.
Nadie duda en la actualidad de que el arribo de seres humanos a esta zona fue anterior a la utilización de la cerámica. Se estima que los pueblos indígenas que sabían trabajar el barro llegaron en varias oleadas sucesivas, procedentes del oeste y el noroeste, ya que la región del Amazonas se encuentra muy cerca de las grandes civilizaciones andinas, que desempeñaron un papel de insustituible difusión cultural. A través de ellas, la cuenca amazónica conoció la cerámica, mucho antes que los territorios meridionales y centrales.
Como parte de este fenómeno de irradiación cultural, se desarrolló hacia el año 1000 de n.e. en la isla de Marajó, situada en la desembocadura del Amazonas, la famosa fase cerámica denominada marajoara. El estudio de los restos arqueológicos de esta cultura indígena –ya desaparecida a la llegada de los europeos- sugiere la existencia de una sociedad política en proceso de estratificación social, en la que, al parecer, se avizoraba una cierta división del trabajo. Tales características permiten suponer que ese pueblo debió ser, quizás, el más avanzado en su evolución económica y social de cuantos poblaron el Amazonas antes de la llegada a América de Cristóbal Colón. Otro estilo de cerámica, que corresponde también a la hoya amazónica, es la de Santarem, un poco menos conocida y a la vez más reciente que la de Marajó. Las difíciles condiciones que ofrecía el medio tropical al progreso de esta cultura provocó –como en la marajoara- que la población aborigen productora de la cerámica de Santarem ya hubiera desaparecido al producirse la conquista de la zona por los ibéricos.
Pueblos indígenas del siglo XVI
A la llegada de los europeos Brasil se encontraba habitado por una amplia gama de pueblos, ninguno de los cuales había podido romper los marcos de la comunidad primitiva. Atendiendo a sus dialectos y lenguas, esas poblaciones indígenas pueden ser clasificadas en cuatro troncos principales: tupiguaraníes, ges, caribes y arahuacos. Además de estos grandes conjuntos lingüísticos, los filólogos han podido distinguir también algunos otros de menor importancia, tales como los pano, tucano, guaicuru, macu, etcétera.
Así por ejemplo, en todo el litoral brasileño, desde el cabo Sao Roque en Pernambuco hasta Río de Janeiro, vivían a la llegada de los portugueses los indios tupis, salvo un reducido grupo de origen ges, que coexistía con aquellos en el noroeste. El centro de dispersión del pueblo tupi parece haber sido la región del Chaco y el área entre los ríos Paraná y Paraguay, desde donde se expandieron en dirección al este, hasta ocuparla mayor parte de la costa brasileña; y por el norte y el oeste, alcanzando las Guayanas y los Andes, respectivamente. Los tupis, junto con sus parientes los guaraníes, constituyeron el grupo aborigen de Brasil que mayor desarrollo económico y social logró antes de la conquista portuguesa.
Los tupis eran un pueblo de agricultores semisedentarios –pueden ser ubicados en la última fase del estadío neolítico- que de vez en cuando se veían obligados a cambiar el territorio de residencia debido al constante agotamiento de la tierra provocado por la raza.
Por lo general, los tupis habitaban en grandes casas comunes, construidas con madera, las que se dividían internamente en varias habitaciones destinadas a cada matrimonio. Las aldeas tupis estaban formadas por chozas compactas, casi siempre protegidas por elevadas empalizadas. Un elemento interesante, que revela el adelanto técnico alcanzado por los tupis en comparación con los restantes grupos aborígenes de Brasil, era su capacidad para construir veloces piraguas, con las cuales se atrevían a navegar los ríos caudalosos y determinadas zonas del litoral marítimo, así como por los conocimientos que poseían del hilado, el tejido y el trabajo de la cerámica. En la sociedad tupi que conocieron los europeos se podía distinguir cierto tipo de diferenciación social sobre la base de la división en funciones, aunque todavía no se había convertido en una estratificación clasista.
Más al sur, ocupando las planicies costeras y las extensas zonas interiores de la región de Sao Paulo, se encontraban los guaraníes. Al igual que los tupis, vivían en aldeas grandes y compactas y su ocupación fundamental era, además de la pesca y la caza, la agricultura (maíz). Como sucedía en el noroeste, en ciertas zonas de Sao Paulo los tupi-guaraníes tenían de vecinos a algunas tribus del tronco ges. Estos pueblos eran de un desarrollo económico y social inferior, tenían un sistema de vida nómada y se dedicaban a la caza y la recolección.
Los actuales estados meridionales de Brasil, Paraná, Santa Catarina y el norte de Río Grande do Sul, especialmente los lluviosos bosques subtropicales del oeste, estaban también habitados por los tupi-guaraníes. Pero en la Serra Geral y en ciertas zonas del interior, existían grupos ges que, como sus parientes de Sao Paulo, llevaban la vida típica de una comunidad errante, motivada por la constante búsqueda de nuevas áreas de recolección, caza y pesca. Una excepción eran los caigans, pertenecientes también al conjunto lingüístico ges, pues el permanente contacto con los tupi-guaraníes, en determinadas zonas del Paraná, les permitió asimilar técnicas superiores, en especial para la fabricación de la cerámica y el trabajo en la agricultura.
Por su parte, el estado de Minas Geraes se encontraba bastante deshabitado hacia principios del siglo XVI, pues solo vivían algunos grupo indígenas, de lengua ges, en sus áreas boscosas. A estos indios, los tupis de la costa los denominaron tapuyas, que quiere decir enemigos o bárbaros. Algunos especialistas sitúan el punto de dispersión de los tapuyas en la mitad oriental de la meseta brasileña, lugar del que marcharon hacia el litoral atlántico, mucho antes de ocurrir la expansión tupi-guaraní del siglo XV. La tribu más conocida de los tapuyas son los botocudos, pueblo nómada dedicado por entero a la caza y la recolección de vegetales. A pesar de ocupar un área muy cercana a los asentamientos tupi-guaraní, los botocudos eran a la llegada de los portugueses un grupo aborigen muy atrasado: desconocían la cerámica, el arte de hilar y tejer, y tampoco sabían construir embarcaciones. Sus armas principales eran el arco y la flecha y sus viviendas las más grotescas de cuantas existían por entonces en Brasil. Tales circunstancias explican la facilidad con que los tupi-guaraníes los expulsaron del litoral, arrojándolos hacia el interior de Minas Geraes.
La región que hoy ocupan los estados de Matto Grosso, Goiás, Pará, Maranhao, así como la cuenca amazónica, estaba poblada por un gran conglomerado de pueblos aborígenes, entre los cuales sobresalían los arahuacos, tupis, ges y caribes, así como otros grupos indígenas no vinculados a ninguno de esos troncos lingüísticos: carajás, bororós, trumais, etc. Casi todos practicaban la agricultura de una u otra manera, con la excepción de los bororós, que habilitaban entre el Paraguay superior y las fuentes del Araguaia. Los bororós eran un pueblo constituido por simples cazadores nómadas, con un escaso desarrollo cultural. Se asemejaban a los botocudos de Minas Geraes. Pero la mayoría de los indios ges que vivían en la zona, a diferencia de sus parientes, se distinguían por haber alcanzado cierto nivel técnico y social, gracias a la relación permanente con los tupis, lo que les dio la posibilidad de aprender cultivos agrícolas para obtener algunos de sus principales alimentos: maíz, mandioca y batatas. El dominio de métodos de trabajo de la tierra les permitió iniciar un proceso de sedentarización, que solo se alteraba ante los periódicos reclamos de la agricultura de roza. Por su parte, los grupos tupis y arahuacos de la región, e incluso algunas tribus indígenas relativamente aisladas como los suyás y cayapós, habían logrado un elevado desarrollo económico y social, tenían una organización tribal más acabada y conocían la cerámica, el hilado, construían embarcaciones y edificaban sólidas viviendas.
Por último, en ciertas áreas de la cuenca del Amazonas y las Guayanas se encontraban los caribes, que además de estos territorios, dominaban buena parte de las Antillas en el siglo XVI. Parece que tuvieron su centro de dispersión en el propio Brasil, concretamente en el área comprendida entre Tapajós, Maseira, Morena y Parecis. Durante su expansión presionaron sobre los arahuacos, obligándolos a emigrar a las Antillas –a donde después le siguieron los propios caribes- y hacia las regiones marginales de la planicie costera de las Guayanas y de la cuenca del Río Negro, salvo ciertos grupos pequeños y aislados que pudieron sostenerse en la zona sin ser expulsados. Tanto los arahuacos como los caribes eran pueblos cazadores y pescadores que vivían en partidas reducidas y por lo general dispersos. Ambos grupos tenían un nivel cultural bastante parecido, habitaban casas circulares colectivas de techo cónico y cultivaban la tierra en forma incipiente, pues removían el suelo con palos para depositar las semillas en los huecos, tapándolas después con los pies. De sus sembrados obtenían la yuca y el camote dulce, elementos complementarios en su pobre alimentación, que dependía principalmente de la caza y la pesca. Los caribes y arahuacos desconocían la técnica de roza y no estaban sedentarizados, por lo que continuamente erraban de un sitio a otro, sistema de vida característico de todo pueblo primitivo.
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