domingo, 17 de enero de 2016

Estados de la península ibérica en la edad media


califato de córdoba
La Batalla de Cervera tuvo lugar en Peña Cervera el lunes 30 de julio del año 1000, entre la coalición cristiana de tropas navarras, castellanas y leonesas al mando de Sancho García (conde de Castilla) y de García Gómez (conde deSaldaña), frente el caudillo musulmán Almanzor, quien resultaría vencedor. En palabras de Víctor Saornil fue «la única batalla en la que los ejércitos cristianos acariciaron la victoria».

Antecedentes

El ejército andalusí no luchaba en campo abierto desde la batalla de Rueda en 981 y desde el saqueo de Santiago de Compostela en 997. Todos los reyes, príncipes y condes cristianos vivían bajo una paz impuesta por Almanzor que no impidió a este lanzar nuevas aceifas4 (particularmente desde la muerte del conde castellano García Fernández en995).
Las aceifas volvieron con un ataque sobre Pallars y Pamplona,5 siendo socorrida esta última por Sancho García (999).6 Un año más tarde, Almanzor lanzó una campaña contra los castellanos. El hayib musulmán necesitaba de estas expediciones para financiar con el botín a su numeroso ejército y tener ocupados en algo a sus oficiales. El ejército califal había aumentado de los 30 000 hombres en tiempos de Abderramán III a 50 000,7 gracias a contingentes de mercenarios bereberes traídos del Magreb por el propio hayib y leales sólo a él. Obviamente, solo una parte de este ejército acompañaba a Almanzor en sus expediciones, el resto quedaba guarneciendo las ciudades del Califato. Por razones desconocidas (quizá el auxilio del conde castellano a los navarros, quizá el abandono del tributo o el aliento del Sancho a la rebeldía de los condes leones frente a Córdoba), Almanzor decidió lanzar una ofensiva contra Castilla.8

La batalla

El 21 de junio del año 1000,9 el dictador amirí partía de Córdoba listo para castigar el desafío del conde con una numerosa hueste.6 Durante su marcha destruyó en el límite oriental del condado de Castilla la villa de Canales, en las estribaciones meridionales de la Sierra de la Demanda.1 Sancho García reunió sus fuerzas y recibió contingentes de otros nobles cristianos,8 como el rey de Pamplona, el de León o el conde de Saldaña,10 reuniéndose una nutrida tropa de leoneses, castellanos, navarros y vascos.3 El encuentro se dio en Yarbayra8 o Peña Cervera, al sur de Silos, entre estos altos y la localidad de Espinosa de Cervera.11 Los dirigentes cristianos declararon ilícito huir,12 estando sus hombres no dispuestos a retroceder en defensa de Castilla. Estaban acampados en una sólida posición defensiva en lo alto11 de un peñón que controlaba el paso de numerosos caminos.8 Los dos ejércitos tomaron contacto el 29 de julio y se prepararon para combatir al amanecer del día siguiente.11
Almanzor, sin saber bien qué hacer al darse cuenta del tamaño de la hueste cristiana y su ventajosa ubicación, decidió reunirse con sus oficiales para decidir la estrategia.12 A la mañana del día 30, mientras aún los cordobeses no habían decidido un plan de acción,12 el conde castellano lanzó un ataque inesperado12descendiendo por las laderas de la peña contra los flancos del ejército cordobés.11
Los cristianos presionaron con su caballería ambos flancos de los musulmanes que apenas se sostenían,3 12 sorprendidos por el embate enemigo.11 Justo en el momento en que su flanco derecho estaba a punto de desbaratarse por completo, Almanzor envió a su hijo favorito, Abd al-Malik al-Muzaffar, para sostenerlo, mientras que su otro hijo, Abderramán Sanchuelo, acudía a auxiliar otro punto de la línea de batalla.13 Estos refuerzos equilibraron el combate, que se intensificó.13 11 Uno de los jefes bereberes que acompañaban a al-Muzaffar dio muerte a uno de los condes Banu Gómez.13 Entonces, Almanzor realizó la martingala que le valió la victoria en el reñido enfrentamiento: ordenó trasladar campamento desde la hondonada donde se hallaba a un cerro cercano.1 3 11 2 El conde castellano creyó que las fuerzas que aparecieron en el alto eran nuevos refuerzos que acudían a la batalla y ordenó la retirada,1 3 que se convirtió en una desbandada.11 2 La caballería islámica se encargó de perseguir al enemigo.2 Almanzor logró capturar el campamento enemigo.2

Consecuencias

Era la primera vez que la unión de los cristianos hacía frente al ejército de Almanzor y casi le causaba la derrota.14 9 Las bajas del ejército califal fueron estimadas en setecientos muertos por los cronistas musulmanes.2 Almanzor logró capturar el campamento enemigo, con numerosas armas y objetos de valor.2 Moriría en 1002, cuando estaba de campaña en tierras riojanas. Su repentina muerte a la edad de 62 años ha servido de inspiración para varios mitos, según algunas versiones sufría de una enfermedad desconocida desde el saqueo de Santiago de Compostela (997) y haber dado de beber a su caballo el agua de la pila bautismal,15 el animal murió inmediatamente y él contrajo el mal;3 pero más conocida es la leyenda de su legendaria derrota en Calatañazor, considerada por los historiadores modernos un eco adornado por las crónicas posteriores de su pírrica victoria en Cervera.

En la primavera del año 1000 Almanzor preparó una campaña contra el condado castellano. El 21 de junio partió de Córdoba en lo que será su 52ª Campaña, llamada la de Cervera. Desde Medinaceli rebasó el Duero, pasó por las fortalezas de Osma, San Esteban y Clunia, en manos musulmanas, y se adentró en las tierras castellanas al norte de Clunia. Al llegar a las Peñas de Cervera, Almanzor fue sorprendido pues encontró las tropas reunidas de todos los condes y gobernantes cristianos desde Pamplona hasta Astorga, comandadas por el conde Sancho García de Castilla. La batalla de Cervera ocurrió el 29 de julio del año 1000.
El lugar donde se celebró el combate, las Peñas de Cervera, aisla la cuenca del río Arlanza al norte de Clunia y es atravesada por el desfiladero de la Yecla. En algún lugar elevado de esas montañas estaba instalado el campamento cristiano. Los cristianos sorprendieron a Almanzor e iniciaron el combate, tomando ventaja. Pero, según las fuentes musulmanas, a pesar del mal comienzo y de las pérdidas sufridas, al final, la batalla cambió de signo y fue una victoria musulmana.
Tras la victoria, las tropas de Almanzor persiguieron a los huidos en un radio de diez millas. Posteriormente se dirigieron hacia Zaragoza, pasando seguramente por La Rioja y, a continuación, saquearon el reino de Pamplona, conquistando posiblemente Carcastillo. Regresó victorioso a Córdoba el 7 de octubre.
Desfiladero de la Yecla
Desfiladero de la Yecla
Esta batalla es importante por dos razones. Es el fin de la sumisión de los distintos condes del reino de León a Almanzor y la primera vez que se unen en su contra. Además, a pesar de la victoria musulmana, fue la primera vez en que las tropas de Almanzor estuvieron a punto de ser derrotadas tras más de dos décadas de castigo militar.

La batalla en las fuentes históricas musulmanas

De esta batalla tenemos numerosas referencias en las crónicas musulmanas y menos en las cristianas. Comenzando por las fuentes andalusíes, de esta campaña tenemos uno de los relatos más fieles. Se debe a Ibn Jatib, quien a su vez la recogió de Ibn Hayyan, que a su vez oyó el relato de su padre, Jalaf ben Husayn ben Hayyan, uno de los combatientes en la batalla de Cervera. Este es el texto completo extraído del Kitab amal al-alam…:
«Nunca afrontó al-Mansur una lucha más intensa ni en circunstancias más difíciles ni cruentas que en la batalla que libró al lanzar su campaña estival del año 390. El período de sosiego que le precedió había sido largo y, al entibiar el espíritu combativo de los hombres, éstos se habían tornado demasiado pacíficos. (Mientras tanto) los reyes de los cristianos se habían coaligado, reuniendo para la guerra las fuerzas que tenían en todas partes. al-Mansur los enfrentó en la acción conocida por la batalla de Yarbayra (Cervera).
Los hechos sucedieron así: Cuando al-Mansur irrumpió en Castilla por la zona de Madinat Salim (Medinaceli) se encontró con Sancho, que estaba al frente de una tropa muy numerosa y de incalculable magnitud. Ahí se hallaban los reyes galaicos, acompañados de sus generales, habiendo acudido desde el extremo de Pamplona al de Astorga. Con todos ellos había avanzado Sancho, emplazándolos finalmente en el peñón de Yarbayra, el cual se halla en la comarca central de su país y fue el lugar por él elegido para campamento. Este emplazamiento constituía el desideratum, tanto por inaccesible como por inexpugnable y, además, por tener detrás de sí vastos territorios provinciales con cercanas fuentes de abastecimiento.
Los cristianos habían encomendado a Sancho la organización de todo lo pertinente para el combate y se habían comprometido entre sí, de la manera más solemne, a no retroceder, declarando ilícito huir.
Ibn Abi Amir se quedó alarmado y sin saber qué decisión adoptar cuando divisó la enorme cantidad de guerreros con que contaban los adversarios, la inexpugnabilidad de su emplazamiento, el control visual que podían ejercer sobre los movimientos de quienes se dirigieran a atacarlos y el ímpetu con que podían descolgarse sobre los que a tal fin se les aproximaran, a lo que se agregaba el espacioso campo que su caballería tenía por delante para evolucionar. Todo ello fue comparado por Ibn Abi Amir con la desventajosa posición en que él se hallaba. Entonces recurrió al consejo de sus visires militares los cuales sostuvieron opiniones discordantes.
Pero Sancho engañó a los musulmanes por la inesperada precipitación con que se lanzó al ataque antes de planificar su descenso y de poner a punto las medidas estratégicas. La batalla se trabó por todos los frentes, encendiéndose así una contienda general.
Los enemigos de Allah concentraron su caballería y atacaron simultáneamente las alas derecha e izquierda musulmanas, descargando sobre ellas todo el peso de sus escuadrones, con la consecuencia de que se desarticularon las líneas de los defensores islamitas y los cristianos se afianzaron, atacando con más brío. La lucha se prolongó bastante, tornándose cada vez más insostenible la posición crítica en que estaban los musulmanes, pues al ver, los que estaban atrás en la línea de los defensores, el aprieto en que los mismos se hallaban, se desorientaron y desanimaron. La mayoría aflojó y, a su vez, los más de éstos se dieron a la fuga. Los ataques menudeaban por todos los flancos, hasta el punto de que casi hicieron morder el ignominioso polvo de la derrota a los musulmanes.
La desbandada habría proseguido de no haber mediado la protección de Dios, la ponderable perseverancia de al-Mansur y la magnífica firmeza con que él mismo obró no obstante lo grande de su alarma y su íntimo desconcierto ante el desarrollo de los acontecimientos. Tal estado se reflejaban en la actitud imperatoria de sus manos, en sus gemidos de moribundo y en la vehemencia con que repetía la jaculatoria coránica del retorno a Dios.
La suerte cambió, pues, porque Dios ayudó a los musulmanes con su auxilio y con hombres que supieron resistir, prolongando fogosamente la lucha hasta repeler a sus contenedores, de modo que, ante su reacción, recuperaron su aplomo los combatientes que se hallaban detrás de ellos. Así, el grueso de las tropas musulmanas, después de haber estado batiéndose en retirada, contraatacó y, finalmente, Dios le otorgó la victoria.
Fue ‘Abd al-Malik, el hijo de al-Mansur, el combatiente más destacado de aquella hueste de defensores de la fe; y ello, por opinión unánime y sin  ningún espíritu de adulación, es decir, por justicia y no por favoritismo, estando con él una cantidad de campeones de los más brillantes que existían entre los musulmanes de al-Andalus y de África, predominando en número los caballeros bereberes. De éstos el más reputado en ese día fue Kayaddayr al-Dammari al-Abra (El Leproso), quien era un príncipe de la tribu norteafricana de los Banu Dammar y, a la vez, uno de los jefes principales de los bereberes. Este hombre mostró una extraordinaria intrepidez, habiendo matado, en un furibundo arranque, a uno de los condes de Banu Gumis, cortándole la cabeza y trayéndola consigo.
La desbandada de los cristianos no se interrumpió ya. Por su parte ‘Abd al-Rahman ibn al-Mansur tampoco se quedó corto en su resistencia y bravo ímpetu. En fin, fue una batalla tremenda y difícil de describir.
Hayyan ibn Halaf ibn Husayn ha contado lo siguiente, que le fue relatado por su padre, el secretario de al-Mansur: Cuando en esa jornada la situación comenzó a agravarse apareció al-Mansur, montado a caballo y acompañado de su escolta, en un montículo que se hallaba cerca del campo de batalla. Se puso ahí a contemplar el combate, estando atento a hacer prestar ayuda con los guerreros de su séquito a la gente en aprietos que estaba en las proximidades del lugar.
Así continuaron las cosas hasta que descalabró el ala derecha y se quebró, haciéndose muy grande el desconcierto. Tan malas se pusieron las circunstancias para los musulmanes que los hombres comenzaron a separarse sin atinar a adoptar una actitud común. Cada uno procedía a su arbitrio, buscando la oportunidad de huir, hasta el punto de que uno de los secretarios de al-Mansur llamado ‘Abd al-Malik ibn Idris al-Yaziri, púsose a decirle a Said Ibn Yusuf, conocido por Ibn al-Qalina:«Ven a despedirte, oh mártir, pues con seguridad hoy has de morir». Y una vez finalizada la jornada resultó que el presagio se había cumplido.
Esto ha sido relatado por Jalaf ibn Husayn:
Miró al-Mansur al grupo de hombres que estaban con él y me dijo: «Enumérame quiénes son los integrantes de mi séquito que han quedado». Contestele: «Os los voy a nombrar», y fui mencionándolos uno por uno hasta llegar a unas veinte personas. Entonces elevó las manos al cielo exclamando: «¡Oh, Dios! Ellos me dejaron: ¡Asístelos! Ellos me privaron de su compañía: ¡Acompáñalos tú»; y atrajo a su hijo ‘Abd al-Malik, que estaba a su vera observando la batalla porque su padre no le había permitido ir a combatir. Estrecholo contra si y lo despidió besándolo, mientras irrumpía en fuerte llanto. Mandolo a incorporarse al ala derecha, dándolo ya por perdido. Asimismo, envió detrás de ‘Abd al-Malik, en otra dirección al hermano de éste, ‘Abd al-Rahman.
Cuando la angustiante lid se intensificó, al-Mansur se pasó de su cabalgadura a la litera y al instalarse en la misma casi no podía controlar sus movimientos por lo afligido y trémulo que estaba. Si se subió a la litera sólo fue para tranquilizar a los que lo acompañaban acerca de su confianza en sí mismo. al-Mansur llevaba consigo un grupo de buenos caballos de silla lujosamente enjaezados y respecto de ellos me dijo: «Cuida que no se alejen de tu mano, pues es más propio que sean para ti que para el enemigo».
Y ahí quedó con sus hombres, implorando el socorro de Dios y conjurándolos en su nombre, mientras la batalla se ponía más bravía y la situación se volvía cada vez más ardua para los musulmanes. Hasta que al intensificarse el calamitoso desarrollo de los acontecimientos, se le ocurrió a al-Mansur una idea que fue la causa más eficiente de la victoria.
Ella consistió en esto: al-Mansur dispuso que se levantara el campamento de su ejército, sacándolo de la hondonada en que estaba -y de la que él mismo había tenido que apresurarse a salir por causa del enemigo- para instalarlo en el promontorio en que él se hallaba. Ordenó, pues, a gritos a los que le rodeaban que efectuaran el transporte de los efectos, con amenazas para los que se atrasaran en la operación. Además, llamó a los sirvientes que cuidaban de su tienda de campaña y les mandó que la condujeran a dicho promontorio con toda celeridad amenazándoles también a ellos con graves castigos por cualquier demora. Los sirvientes llevaron el pabellón de inmediato, cargándolo sobre sus espaldas, de modo que enseguida quedó debidamente instalado.
Cuando los enemigos vieron a al-Mansur se desmoralizaron, suponiendo que los musulmanes tenían detrás tropas de refuerzo, y desde ese momento comenzaron a replegarse. La huida no se interrumpió ya, siendo perseguidos por los musulmanes, que mataron cuantos quisieron, resultando, a la postre, que los cristianos, en su mayoría, se vieron atados con las mismas cuerdas que habían preparado para ligar a los cautivos islamitas. Además, se les secuestró cuanto había en su campamento, como armas, ganado y vasijas.
La caballería musulmana persiguió todavía a lo largo de varias parasangas a los cristianos que lograron huir, en cuya carrera muchos caballeros de éstos fueron alcanzados. Dios acordó así a los musulmanes un triunfo sobre los cristianos que fue mayor de cuanto se había sabido hasta entonces, habiendo perecido en esa acción como mártires, según resultancias de los padrones de familia y otros registros, más de setecientos hombres.
Esto sucedió en día lunes a seis faltantes para terminar el mes de Saban del año 390 (29 de julio del 1000).»
Esta campaña también es reseñada por el Dikr bilad al-Andalus como la 52ª de las campañas de Almanzor y la describe así:
«La quincuagésima segunda, la de Cervera, los cristianos de todas las regiones se aliaron contra él, reuniéndose un número incalculable de ellos. Al producirse el encuentro, los musulmanes resistieron peleando hasta que murieron setecientos de ellos, pero, en ese momento, se conjuraron unos a otros y Dios les concedió la victoria. los cristianos fueron derrotados y perseguidos a lo largo de diez millas por los musulmanes, que saquearon su campamento y se apoderaron de riquezas y armas sin cuento.»

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