domingo, 26 de marzo de 2017

Mapas históricos

En los años siguientes, Gonzalo Menéndez-Pidal desplazaría su interés  hacia los mapas antiguos y la cosmovisión que ilustraban[42]. Abandonó el campo de los atlas históricos propiamente dichos cuando irrumpía en él Jaume Vicens, quien lo iba a dominar por varias décadas. Además de las similitudes antes referidas, entre ambos autores también existen diferencias: de estilo, de concepciones y de querencia nacional (castellana o catalana), pero también y sobre todo de personalidad y de trayectoria. En lo que aquí cuenta, las últimas son las que más explican que la cartografía histórica de uno de ellos haya pervivido y la del otro esté por redescubrir. En resumen, Menéndez-Pidal rehuyó la pugna académica para consagrarse a una vida de eterno aprendiz, mientras que Vicens desplegó una febril actividad en multitud de terrenos, sobre todo en la docencia, la prensa –académica y general– y la edición. Ya se ha dicho que la última es determinante en los atlas de todo tipo, y también en los de Vicens, quien perpetuó la tradición del autor-editor que arrancaba en Las Cases mismo. Eso le permitió transmitir sus ideas a un público mucho mayor que el que podía apreciar los refinamientos del atlas de Menéndez-Pidal o pagar las 30 pesetas que costaba.  
Vicens no sólo actualizó la cartografía histórica española y la devolvió de un golpe a la corriente general europea, sino que, gracias a esa condición proteica suya, le dio una proyección no igualada, antes o después[43]. El proceso había comenzado con España. Geopolítica del Estado y del Imperio, editada en Barcelona por Yunque en 1940 (aunque parte de ella se había gestado en 1938). Fue la primera obra cartográfica de Vicens, esta vez con la ayuda de su cuñado Josep Rahola, y la principal si se considera que muchos de sus mapas pasarían a otras posteriores. La geopolítica se limita en ella a la introducción redactada, los ocho mapas sintéticos de la primera parte y tres mapas finales, mientras que la tercera parte, “Aspectos de la vida contemporánea de España”, compone un pequeño atlas geoeconómico a base de gráficas y mapas temáticos. El peso se concentra en la segunda parte, “Gráficos geodinámicos”, donde se exponen los temas usuales (fronteras, guerras o migraciones) mediante la panoplia de símbolos de la cartografía que el historiador catalán llamaba expresiva (flechas, círculos, líneas rectas y quebradas).
Todos los diseños de España. Geopolítica… se resolvieron de acuerdo a los principios de dicho estilo, esto es, a base de trazos gruesos y limpios en riguroso blanco y negro, aunque no quepa descartar que esa economía de medios se debiera también a la necesidad de abaratar la impresión. Hablo de diseños y no de mapas porque para ser estos últimos les faltarían esmero en los perfiles de costas, proyección identificable, algún tipo de escala y una plasmación menos sumaria de los accidentes geográficos. En rigor, estamos ante esquemas, ideas explicadas mediante un juego de convenciones gráficas, imágenes cargadas de valor en palabras de J. B. Harley. Tal condición se percibe con claridad en las que Vicens dibujó, pintó a la acuarela y rotuló en 1941 para una Evolución histórica de la Humanidad que iba a publicar la editorial Gallach y que al final quedó inédita[44]. Usó muchas de ellas a guisa de laboratorios de síntesis histórica, de los que salieron algunos resultados heterodoxos e interesantes.
Aunque había comenzado a trabajar para ella antes y continuaría haciéndolo después, Gallach le sirvió como tabla de salvación de 1941 a 1943, los dos años en que la dictadura le inhabilitó para la docencia. Además, en esa casa realizó un aprendizaje editorial que a partir de 1942 aplicaría a su propia empresa, Teide, gestionada junto con su otro cuñado, Frederic Rahola. Los mapas estuvieron entre los primeros productos del nuevo sello, mudos y en bolsas para ejercicios escolares o reunidos en atlas como la reedición parcial de España. Geopolítica… que se lanzó en 1943 con el título de Atlas y síntesis de historia de España[45]. Dos años después, Teide publicaría un Atlas y síntesis de historia universal con idéntica maqueta (blanco y negro, cuarto menor apaisado) y los mismos complementos (leyendas redactadas en las páginas izquierdas más unos cuadros cronológicos y dinásticos debidos a Luis García Tolsà), pero mucha menos originalidad. Bien porque primaron las consideraciones mercantiles, bien porque a fines de la segunda guerra mundial la cartografía expresiva o dinámica se volvió sospechosa, ese nuevo atlas marca una involución hacia los clásicos alemanes, sobre todo el de Putzger (ver Figura 7).

Figura 7. El siglo XVIII en los Atlas y síntesis… de Jaume Vicens Vives.
La cartografía dinámica de España. Geopolítica del Estado y del Imperio, transferida en 1943 al Atlas y síntesis de historia de España (arriba), alternaría con la estática en el Atlas y síntesis de historia universal de 1945 (abajo).

Para asegurar su venta, se le presentó como “afín” a Polis. Historia Universal, un manual de Teide escrito ese año por Vicens, Lluís Pericot y Alberto del Castillo. Al siguiente se hizo lo propio con Emporion, una versión sencilla de Polis redactada sólo por Vicens, quien aprovechó esa libertad de autor único para incluir en el libro de texto gran cantidad de pequeños mapas en blanco y negro y muy simplificados. En algunos de ellos, llevó la estilización al extremo al prescindir de todos los accidentes greográficos, con lo que produjo unos esquemas espaciales puros. Ese nivel de abstracción convirtió a su cartografía en algo muy parecido a lo que un par de décadas más tarde se iba a llamar coremática[46].
Entretanto, a los atlas históricos de su editorial les había salido competencia. El arqueólogo valenciano Julián San Valero Aparisi publicó en 1946 un Atlas histórico universal organizado en dobles páginas con varios mapas a color, sin textos explicativos pero con una larga cronología y un índice de nombres al final. Además de esos méritos, la obra se apuntó el de ser la primera en España que se ocupaba de algunos hechos tan capitales como omitidos en atlas anteriores: la revolución francesa, la guerra civil carlista de 1833-1840 (Figura 8) y –significativamente, en la misma página– la de 1936-1939. En lo formal, se percibe la influencia de Vicens y de las diversas cartografías dinámicas, toda vez que San Valero distribuyó sus signos sobre mapas tan o más rudimentarios que los del historiador catalán, y asimismo carentes de escalas, fondo hipsométrico u orográfico. La impresión a color aumentó su atractivo, pero a costa de elevar el precio del atlas hasta las 50 pesetas, cantidad prohibitiva y muy alejada de las 18 y 16 a que se vendían por entonces los de Teide[47].

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Figura 8. Los atlas de Julián San Valero y de la editorial Luis Vives.
San Valero recurre a las flechas y las tramas al abordar por primera vez la guerra civil de los siete años (arriba), mientras que el Atlas histórico elemental de la editorial Luis Vives (abajo) apuesta por la inmovilidad en la época napoleónica. Por otra parte, su sencilla factura recuerda a la del Atlas de história universal de Artero.

En cambio, el anónimo Atlas histórico elemental a color que la editorial Luis Vives lanzó en 1950 tenía un precio correcto y una clientela asegurada en los colegios religiosos, lo que le convertía en un rival muy serio. Dividido en dos partes, una primera de “Historia Patria” y una segunda de “Historia Universal” que a menudo se solapan, la segunda ya no concede prioridad a los mapas bíblicos y se queda en vísperas de la Segunda Guerra mundial tras haber pasado por Europa en 1815 y en 1914-1920, por la América española en el momento de su independencia y por los Estados Unidos en la de su formación. La sección patria se ocupa aún menos de ese tramo, y sin embargo incluye un mapa de la “guerra de liberación” de 1936-1939. Como aprovecha obras anteriores (la de Menéndez-Pidal para la época romana o la reconquista, la de Salinas para los viajes de Colón), también flota alguna flecha sobre sus mapas, pintados con la gama del parchís y, como de costumbre, sin escalas. La única mejora en este aspecto consistió en una proyección Mollweide para el planisferio de “España y sus posesiones en tiempos de Felipe II”.
La editorial de Vicens respondió en 1953-1954 con una profunda reforma de sus atlas, cuyas partes de prehistoria e historia antigua fueron confiadas a Eduard Ripoll. Las contraportadillas recogieron ya los nombres de los dibujantes, Josep Brun Margalef y R. Rodríguez Arroyo, que colorearon los anteriores mapas y mejoraron su trazado, aunque siguieron sin añadirles los complementos geométricos al uso. Ellos dibujarían también la cartografía temática en blanco y negro de los cinco volúmenes de la Historia social y económica de España y América dirigida por Vicens, que siempre se resistió a mezclar en una misma obra los mapas temáticos y los histórico-políticos (Figura 9)[48].

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Figura 9. La nueva cartografía de Teide.
Vicens desenpolvó el arsenal de la cartografía dinámica para un mapa de la guerra peninsular (arriba), incluido en la nueva edición a color del Atlas de historia de España. En cambio, la desamortización se ilustró mediante mapas coropléticos (abajo) en el quinto y último volumen de la Historia social y económica de España y América (1959).

Unos meses después de la muerte de su fundador en junio de 1960, Teide se escindiría en una sociedad anónima del mismo nombre y una nueva editorial, Vicens-Vives. Las reediciones y los nuevos productos de ambas firmas prolongarían el predominio de los atlas vicensianos hasta bien entrada la década de 1970. Para entonces, se había dejado de identificar con los fascismos a la cartografía de masas y ésta había vuelto por sus fueros. En cierto modo, se cumplió una predicción de Vicens en 1940, cuando había apostado a que “los mapas de Geografía histórica, cuyo valor sugestivo es mínimo, desaparecerán como instrumento de formación popular y técnica, para dar paso a los mapas geodinámicos, o sea los mapas geopolíticos puros de la Historia”[49].

Panorama de la cartografía histórica actual
Acabada la Segunda Guerra Mundial, los atlas clásicos volvieron y alcanzaron sus cimas de estética y de erudición gracias a los avances fotomecánicos. El Grosser Historischer Weltatlas y el Westermanns Grosser Atlas zur Weltgeschichte, de 1953 y 1956, encarnan un renacimiento que, no obstante, volvió a pecar de elitismo[50]. No adolece de ese defecto el atlas histórico más vendido de todos los tiempos, editado por primera vez en alemán en 1964 y después traducido al francés, inglés, español, italiano y japonés. Me refiero, claro está, al DTV-Atlas zur Weltgeschichte de Hermann Kinder y Werner Hilgemann, al que la baratura y el pequeño formato no impiden verter un gran caudal de datos mediante los mapas de las páginas izquierdas y las cronologías de las derechas[51]. Además, una buena cantidad de ambas se reserva a espacios extraeuropeos, en la mejor línea de los Spruner-Menke. Por último, pero no menos importante, el atlas de Kilder y Hilgemann rehabilitó para siempre las flechas y las barras de la cartografía dinámica, al tiempo que usaba con naturalidad elementos de la temática como los símbolos proporcionales y no proporcionales.
Jacques Bertin estudió esos y otros recursos expresivos en su taller-laboratorio de la École Pratique des Hautes Études, del que en 1967 saldría una primera y hasta hoy no superada recopilación de métodos gráficos para las ciencias humanas y sociales. Un año antes, habían causado gran efecto dos mapas suyos: uno de la cuenca mediterránea con el relieve simulado en grisalla y otro mirado desde la orilla africana, a la manera de las cartas medievales. No por nada se realizaron para la segunda edición del estudio histórico contemporáneo que tal vez haya concedido mayor protagonismo al espacio: La Méditerranée et le Monde Méditerranéen à l’époque de Philippe II, de Fernand Braudel.
La siguiente vuelta de tuerca se iba a dar en 1978, cuando llegase a las librerías  The Times Atlas of World History dirigido por Geoffrey Baraclough, que sacudió las bases del género y trasladó de nuevo su centro, esta vez al Reino Unido[52]. La novedosa proporción entre mapas, texto y fotografías de su maqueta ha sido muy imitada; la intrépida cartografía de Peter Sullivan, con sus proyecciones creativas y sus puntos de vista inauditos, bastante menos. Tres años después, el Hamlyn Historical Atlas inauguraría otra línea al dedicar todo su espacio a unos grandes mapas que aúnan el rigor con la brillantez y en los que se conjugan felizmente las cartografías tradicional, dinámica y temática[53].
Las editoriales francesas se enfrentaron al reto británico con decisión, aunque sin audacia formal. El mismo año 1978 Larousse sacó al mercado su Atlas historique bajo la dirección –poco más que nominal– de George Duby y en el que se combinan texto y mapas en la misma página, pero con un formato bastante menor y una organización de la obra por épocas y por espacios nacionales o regionales que recuerda a Delamarche o Droysen[54]. Las tintas planas, las flechas dinámicas y la falta de relieve simulado lo emparientan con el posterior Atlas historique. Histoire de l’Humanité de la Préhistoire à nos jours(Hachette, 1987), en el que Pierre Vidal-Naquet aparece como director histórico y Jacques Bertin, como director cartográfico[55]. No obstante, en él se combinan fotografías, texto (más cronologías) y mapas siguiendo el patrón de The Times Atlas…, como también ocurre en el Atlas historique universel. Panorama de l’histoire du monde que dirigiría Bertin en 1997[56].
El concurso de tan ilustres nombres no ha socavado la hegemonía anglosajona, más tarde reforzada por el Historical Atlas of Canada concebido por Geoffrey J. Matthews (1987-1993) o el DK Atlas of World History supervisado por Jeremy Black (1999). El primero es para muchos el mejor atlas histórico nacional existente gracias a la abundancia y variedad de información y a la espléndida cartografía en que viene servida, mientras que el segundo recapitula las novedades expresivas del ventenio precedente y aplica las reflexiones teóricas previas de su editor. De ellas se derivan la voluntad declarada de rehuir el eurocentrismo, los recuadros intercalados de historia de la cartografía, la modulación gráfica para representar espacios políticos de diferente compacidad, la proyección Eckert IV para los planisferios y los puntos de vista alternativos en los mapas regionales. Puesto que Black deja bien claro en la introducción que “this is not simply a book with maps, but represents an integrated cartographic approach”, los mapas se erigen en centros de cada doble página, con las otras informaciones (textos cortos, fotos, cronología) orbitando a su alrededor.
Estas primicias no han repercutido aún en la cartografía histórica española, que sin embargo no padece ya atraso. Los juicios pesimistas vertidos en algunas obras recientes se ajustan mejor a la década de 1970 y principios de la de 1980, cuando los atlas históricos fueron condenados a un nuevo ostracismo por una reacción antipositivista de signo ideológico distinto pero iguales consecuencias que la de finales del XIX[57]. Su énfasis en la interpretación y el conservadurismo de algunas editoriales explican por qué las historias seriadas que tanto éxito alcanzaron entonces (la de Alianza y Alfaguara dirigida por Miguel Artola, la de Labor al cargo de Manuel Tuñón de Lara, y hasta la continuación de la iniciada por Ramón Menéndez Pidal y editada por Espasa-Calpe) carecieron de atlas de acompañamiento, cuando lo tenían obras extranjeras tan prestigiosas como la New Cambridge Modern History[58]. Sólo alguien como Ricardo de la Cierva, al que su vinculación al franquismo fenecido había puesto fuera de juego, se atrevía a avalar productos como el Atlas histórico integral de 1977, a su juicio un “instrumento ineludible para el estudio del segundo ciclo de EGB, y para las etapas siguientes de BUP y COU; pero [que] prolonga su validez para los niveles universitarios”.
Esta vez, sin embargo, poco iba a poder el desdén académico contra las poderosas fuerzas que dictaban la evolución del género en todo el mundo, entre ellas un crecimiento sin precedentes de la población estudiantil en los niveles que De la Cierva enumeraba. Los de primaria y secundaria dispuestos por la ley Villar Palasí de 1970 seguirían atendidos por editoriales como Teide (sola o asociada al Istituto Cartografico De Agostini) o Vicens-Vives, que prosiguió la línea del historiador epónimo con el
Atlas de Historia universal y de España de su discípulo Joan Roig[59]. Éste no se conformó con mejorar el dibujo y los datos de los mapas expresivos del maestro, sino que los completó con grafícos y textos, en unas composiciones equiparables a la mejor producción extranjera (Figura 10)[60].

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Figura 10. Los descubrimientos en los atlas para la EGB, el BUP y el COU.
Los descubrimientos reciben un tratamiento audaz en el Atlas de Historia universal y de España de Joan Roig (arriba) y en el Atlas histórico integral de SPES (abajo): las áreas extrauropeas han ganado importancia  y se ha descartado la consabida proyección Mercator. Las zonas desconocidas del segundo remiten a la cartografía de los siglos XIV a XVI.

En cuanto a la universidad, para ella se concibieron dos atlas especializados en sendas eras: el Atlas de historia medieval de Salvador Claramunt, Manuel Riu, Cristóbal Torres y Cristòfol Trepat, con cartografía de Benjamí Sabiron (1980), y el Atlas de historia antigua de Francisco Beltrán y Francisco Marco (1987)[61].
El arraigado predominio de editoriales barcelonesas en el sector iba a originar por fin algo similar a una escuela propia de cartografía histórica, que recogía la herencia intelectual de Jaume Vicens aunque sin surgir en medios próximos a su persona. Su figura más destacada es Víctor Hurtado, autor junto a Jordi Bolós del Atlas històric d’Andorra: 759-1278 (1987) y de los referidos a los condados catalanes de época carolingia: Besalú, Empúries y Peralada, Girona, Osona, Manresa y Urgell (aparecidos entre 1984 y 1986 en una primera versión y entre 1999 y 2006 en la definitiva)[62]. En ellos se busca ya que la cartografía histórica trascienda su habitual función ilustradora y sirva como instrumento de análisis, como “mètode de recerca que ens pot permetre d'aclarir realitats històriques[63]. Dicho de forma más extensa, “els mapes fan possible sobretot de moure'ns en el camp de les comparacions. El simple trasllat de les dades sobre un espai geogràfic ja ens permet de relacionar dues realitats, una de temporal i una altra d'espacial. Apareixen aleshores els buits de la nostra informació i el fet ens obliga a meditar sobre el motiu de la distribució que hi hem dibuixat[64].
En 1995, saldría de las prensas la realización más notable de Hurtado y su equipo técnico: el Atles d’història de Catalunya de Edicions 62, codirigido con Jesús Mestre y Toni Miserachs. Se trata de un atlas excepcional por varias razones, a cuál más relevante para lo que aquí se cuenta: porque, aunque de forma tardía y forzada, se le asoció a una historia general, en este caso la Història de Catalunya dirigida por Pierre Vilar; porque en sus créditos se identificó a todos los cartógrafos y dibujantes, al tiempo que la diseñadora gráfica (Miserachs) aparecía como coautora, o porque para realizarlo se recabó la participación de 68 historiadores más, cuyos nombres se indican en una lista inicial y en un apéndice de autores, realizadores y fuentes utilizadas. En lo formal, las dobles páginas de cada tema se organizan como en los atlas franceses y británicos recientes, y como ellos ensamblan de forma creativa texto, dibujos, gráficos y mapas, éstos últimos políticos o temáticos, con relieve simulado cuando se requiere y siempre precisos. Muchos de esos rasgos gráficos identifican al Atlas de Historia de España, confecionado por Hurtado y su equipo y editado por Planeta en 2005 (Figura 11).

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Figura 11. El estilo de Hurtado y su equipo.
Las ciudades, su estructura y cambios, son objeto de frecuente representación en el Atles d’història de Catalunya (arriba, Barcelona) y el Atlas de historia de España (abajo, Granada).

Los textos y la dirección de esta última obra se deben a Fernando García de Cortázar, que así se suma a la corta lista de historiadores españoles consagrados cuyo nombre se puede leer en la cubierta de un atlas histórico[65]. En ella figuran también Jordi Nadal i Oller, director del exhaustivo Atlas de la industrialización de España, 1750-2000, publicado por Crítica y la Fundación BBVA, y Gabriel Cardona, asesor del Gran Atlas histórico Planeta[66]. Estamos ante una actitud nueva, bastante distinta a la de los años noventa, cuando los nombres de algunos profesores universitarios que participaron en atlas históricos se escondieron en las contraportadillas[67].
La visibilidad que ha traído el nuevo siglo invita al optimismo sobre el futuro de un género que, además, cuenta con un nuevo y pujante centro productor en Madrid. A la editorial Istmo, que lanzó en su día la traducción española del atlas de Kinder y Hilgemann y ha publicado un Atlas histórico de España dirigido por Enrique Martínez Ruiz y Consuelo Maqueda, hay que añadir a Síntesis, el sello de la serie dirigida por Julio López-Davalillo Larrea entre 1999 y 2002 y del muy reciente Atlas de la guerra civil española de Fernando Puell y Justo Huerta (2007)[68]. Merece mención aparte el Breve atlas de historia de España de Juan Pro y Manuel Rivero que Alianza Editorial sacó en 1999, y no sólo porque demuestra que se puede ofrecer mucha calidad técnica e histórica en poco espacio y a un precio asequible, sino también porque en cierto modo salda una deuda y completa a la célebre historia de España dirigida por Miguel Artola (Figura 12).

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Figura 12: La cartografía histórica madrileña reciente.
El Breve atlas de historia de España de Pro y Rivero incorpora temas recientes e inéditos como las guerrillas antifranquistas (arriba), en tanto que el Atlas de la guerra civil española de Puell y Huerta (abajo) somete a análisis el hecho más estudiado de la historia contemporánea de España. 

Fernando García de Cortázar deploraba en el prólogo del Atlas de historia de España antes mencionado el actual divorcio entre geografía e historia y advertía de que “el mayor peligro actual para Clío es que termine triunfando el proyecto de sus peores detractores que la relegan al oficio de registrar y suministrar datos de investigación a los ‘verdaderos’ cientificos sociales -economistas, sociólogos, políticos...”[69]. Sin consciencia aparente de ese riesgo, parece que los atlas históricos han experimentado un renacimiento en Cataluña y España y que la línea expresiva inaugurada en la década de 1920 les sigue sirviendo bien. Cuando menos, su oferta es más amplia y variada que nunca, lo cual prueba que la historiografía española ha alcanzado la madurez. No está tan claro qué soporte tendrán ellos y sus congéneres de otros países en un futuro cercano. ¿Serán barridos los atlas de papel por los nuevos sistemas informatizados? ¿Se simultanearán ambos medios, como ya ocurre con el Historical Atlas of Canada? Aunque todavía no se pueda escribir ese capítulo de la crónica de los atlas históricos, es seguro que su suerte y la del saber que les da sentido volverán a correr parejas.

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