Juan de Dios de la Gloria Artero
El eco de este cambio en el liderazgo historiográfico resonaría en España con décadas de retraso y muy atenuado. En 1871, el año de la unidad alemana, aún se publicaba la enésima imitación del atlas de Lesage: el Atlas histórico, genealógico, sincrónico, etc. y geográfico de la Península Ibérica de Juan de Becerril y Soto. A diferencia del de Elías, éste contiene mapas, si es que puede llamarse así a los rudimentarios dibujos que ponen el colofón a sus 18 cuadros dinásticos por épocas (Figura 3). El autor declara sus objetivos con idéntico candor, toda vez que persigue “facilitar el estudio de la HISTORIA, sustituyendo en gran parte el trabajo de la inteligencia por el de simples ojeadas, dirigidas con atención al ATLAS, pudiendo recordar en momentos dados y con poco trabajo los principales acontecimientos de la HISTORIA de nuestra PATRIA”.
Figura 3. El Atlas histórico de Juan de Becerril.
Cuadros y mapas dibujados del Atlas histórico de Becerril, último remedo español de Las Cases. Todo y su tosquedad, los mapas representan los mismos momentos históricos que los atlas extranjeros contemporáneos. |
Semejante arcaísmo muestra a las claras que la historiografía española ya padecía esclerosis en el sexenio democrático. El mal se agravaría durante la Restauración, con el cese de la analística que habían cultivado algunas plumas de izquierda (los Chao, Garrido o Pi i Margall) y el triunfo de la oratoria historiográfica del Ateneo y la Real Academia[20]. Por otra parte, el crecimiento de los efectivos escolares que la ley Moyano de 1857 había propiciado durante un par de decenios se frenó, y de paso el de la clientela potencial para los atlas.
En este contexto tan poco propicio se enmarca la producción de Juan de Dios de la Gloria Artero, autor a contracorriente de los primeros atlas históricos del todo españoles. A partir de unos orígenes humildes, Artero siguió una carrera académica trabajosa y provincial, presidida por una voluntad didáctica y una fortuna en las ventas tan poco apreciadas entonces como hoy[21]. En 1879, ya catedrático de geografía histórica en Granada, quiso reemplazar la separata de Houzé (“una colección de ocho mapas traducidos del francés, antiguos ya y con bastantes errores”)[22] por los 23 mapas de su Atlas histórico-geográfico de España, y si bien es cierto que amplió temas, en lo gráfico ofreció un pobre sucedáneo de los atlas franceses cuando su apogeo ya había pasado. Como ellos, el atlas de Artero consiste en una serie de grabados a partir de una sola plantilla de mapa, con profusión de topónimos y líneas de fronteras reforzadas con las orlas de color pintadas a mano. Incluyen meridianos y paralelos, los principales ríos y una representación de relieve por trazos perpendiculares a las líneas de cumbres (las llamadas orugas peludas), no así proyección ni escala alguna, numérica o gráfica. Esta torpeza de ejecución malogra conatos de dinamismo como las flechas de itinerario en los mapas VII y X, dedicados a las invasiones germánica y árabe.
En cambio, el Atlas de historia universal que se publicaría en 1900 imitó ya a los alemanes, en especial al Putzgers, nunca traducido al español. El de Artero estaba muy lejos de él en erudición, pulcritud y belleza, pero aspiró a batirlo con algunas de sus armas: la baratura (32 reales), la litografía en color y la sencillez. La obra no contiene textos ni cuadros cronológicos adicionales, tan solo 36 mapas en cuarto menor cuya calidad mejoró algo gracias a los fondos coloreados y un trazo más limpio. La retícula de líneas imaginarias se mantuvo, como la ausencia de escala y la representación del relieve mediante unas pocas normales (Figura 4). En lo que respecta al contenido, este segundo atlas se pensó para completar al de España sin coartar su venta, por lo que se evitaron temas ya abordados como la conquista y colonización de América hispana o los dominos de los Austrias. Ha de tenerse en cuenta esa complementariedad al juzgar el Atlas de historia universal de Artero, so pena de juzgarlo erróneamente como un alarde de cosmopolitismo.
Figura 4. El siglo XVI en los atlas de Juan de Dios de la Gloria Artero.
La representación de los dominios europeos de los Austrias en el Atlas histórico-geográfico de España(1879, arriba) y de Europa central en la misma época en Atlas de historia universal (1900, abajo) hacen patente la evolución de las técnicas de impresión en el último cuarto del siglo XX. Pese a la diferencia de estilo y de fechas de publicación, la segunda obra completa a la primera. |
La estrategia del historiador murciano se entenderá mejor si se conoce que no sólo se apartó de la historia pedantesca para dirigirse a públicos amplios, sino que además fue el primer autor español de atlas históricos que intervino en su distribución. Las Cases, Delamarche, Houzé o Kruse lo habían hecho antes, y tampoco era algo muy distinto a vender las propias clases impresas, una práctica aún vigente. Tras el éxito del Atlas histórico-geográfico de España (al año de su salida, ya iba por la quinta edición) y del Atlas de Geografía elemental (15 ediciones desde 1890), los pedidos del Atlas de historia universalhabían de hacerse “al autor, en Granada, y a las librerías de los Sres. Jubera, Hernando, Guio y Suárez, en Madrid”[23].
Además de diseñar y vender sus atlas, Artero reflexionó sobre la relación entre espacio y tiempo históricos. Ya en el prólogo del Atlas histórico-geográfico de España, defendió que “los hechos humanos (Historia) se realizan en la Tierra, y de las condiciones de ésta (Geografía) toman parte de su valor, y a veces toda su importancia histórica (…): es que la Geografía es la principal, y deberíamos decir la única exteriorización posible de la Historia, como el cuerpo es la única manifestación del alma”. Para él, como para muchos entonces, el espacio no sólo enmarca la acción humana: la condiciona y la explica. Las temperaturas, la orografía, la extensión y la presencia o ausencia del mar son casi determinantes, ya que la civilización las “combate y consigue disminuir su influencia, pero nunca desaparece por completo; y siempre será la razón más importante para distinguir y caracterizar a los pueblos”, si bien “por encima de todas las influencias locales se encuentra siempre la libertad, facultad inalienable del espíritu, y factor inseparable y necesario de la historia”[24]. Artero sostenía que las naciones se forjaban en la lucha contra ese medio físico, aunque al mismo tiempo profesaba el credo nacionalista de matriz alemana y por ello creía en la existencia de un Volkgeist eterno –esto es, independiente del entorno– y guardado en el tabernáculo del idioma[25].
Las planchas a colores del Atlas de historia universal de Artero se prepararon en la Litografía Martí de Barcelona porque el autor había obtenido en 1899 el traslado a esa ciudad desde la Universidad de Granada, de cuya Facultad de Filosofía y Letras sería decano el curso 1900-1901, pero también porque la capital catalana mantenía su preeminencia en las artes gráficas españolas. Habían dado fe de ella la lujosa edición cromolitografiada del Atlas geográfico histórico de las provincias de España y las hojas provinciales a escala 1: 100.000 que el editor Francisco Boronat y Satorre había sacado en 1880. También publicaría mapas la editorial de José Thomás, un pionero del fotograbado mucho más conocido por sus series de postales[26].
Bien entrado ya el siglo XX, se editarían en Barcelona los dos cuadernos con los que el potente Istituto Geografico de Agostini se propuso conquistar el mercado español y desbancar a Artero: el Atlas histórico universal y el Atlas histórico de España para uso de Institutos Nacionales de 2ª Enseñanza, Escuelas de Comercio, de Náutica, Normales, etc, (ambos de 1926), debidos al cartógrafo italiano Luigi Visintin pero en los que figura como responsable Francisco Condeminas y Mascaró (Figura 5)[27]. El Atlas histórico general y de España: obra concordada con los principales textos de enseñanza (asimismo de 1926) de Salvador Salinas Bellver quiso repetir el éxito del atlas de geografía de este autor (nada menos que 47 ediciones desde 1910 hasta 1976), aunque el énfasis en las historias sagrada y clásica y el límite en la medieval lo volvían anticuado[28]. La tercera edición revisada de 1942 incorporaría la edad moderna, la guerra de 1808-1814 y unos vistosos grabados de acompañamiento, pero a cambio de 50 pesetas, un precio astronómico en la posguerra civil.
Figura 5. La Hispania romana según los atlas de la década de 1920.
La Hispania de finales de la República según el Atlas histórico de España de Condeminas y Visintin (1932, arriba) y el Atlas histórico general de Salinas (ed. de 1942, abajo): calidad gráfica para un tratamiento conservador. |
Los atlas españoles habían vuelto a dar alcance a las obras de referencia cuando éstas emprendían el declive. La revolución historiográfica que sobrevino en la década de 1920 acabaría por arrumbar a los atlas clásicos, para los que el fundador de Annales Lucien Febvre escribió un respetuoso epitafio en 1929: “Ils ont de leur mieux illustré l’histoire tel qu’on la faisait de leur temps: presque exclusivement politique, histoire des États et de leurs frontières”[29].
La cartografía histórica de masas
Tales limitaciones se podían superar con la cartografía temática, como había hecho el –por enésima vez– militar Maxime-Auguste Denaix un siglo antes y se hace a menudo hoy en día, pero ésa no fue la solución preferida[30]. En su lugar, se expresaron contenidos tradicionales mediante fórmulas gráficas novedosas, que sacrificaban la cantidad de información en aras de una expresividad amplificada por ciertos recursos. Aunque compartiera las inquietudes que la habían originado, esa nueva cartografía tampoco convenció a Febvre: “Tecniquement parlant, ces figures schématiques très simplifieés ne manquent pas de qualités expressives. On le leur reprochera pas d’être dépourvues de netteté: elles ne disent pas ce qu’elles ont à dire, elles le crient, elles le hurlent. Quelle dynamique effrenée!”[31].
El más conocido de esos dispositivos de refuerzo expresivo es la flecha, hasta el punto que dio nombre (pfeilkarten, mapas de flechas) a algunas obras de geopolítica publicadas en Alemania a partir de 1933[32]. Se sabe del amor de Hitler y los suyos por esa pseudociencia, pero en lo tocante a cartografía histórica el nazismo mantuvo bastante apego a los atlas clásicos, al fin y al cabo glorias de la cultura alemana. Algunas obras emblemáticas que se publicaron en aquellos años combinaron un uso discreto del nuevo grafismo con la cartografía temática. Así lo hizo el Atlas zur deutschen Geschichte der Jahre 1914 bis 1933 de Johann von Leers y Konrad Frenzel, en el que la propaganda nazi se presenta bajo formas rabiosamente modernas.
En realidad, la cartografía estilizada como vehículo para mensajes simples se desarrolló más en Italia y algo antes, cuando ascendieron en paralelo el fascismo y el poderoso duopolio cartográfico Touring Club de Milán-Istituto Geografico de Agostini de Novara. Estuvieron vinculados a esta última casa Giovanni De Agostini y su hijo Federico, el geógrafo Giuseppe Mori y el cartógrafo Mario Morandi. La que se dio en llamar cartografía dinámica alcanzaría su cima con ellos y con el sello Italgeo, al que pertenece Itinera. Atlante storico commentato, aparecido en 1942 con el fin declarado de “rendere l’idea del movimento, del perpetuo divenire della storia, riducendo al minimo quell’impressione di ‘staticità’ che sembrava fatalmente collegata ad ogni trasferimento di un’idea storica sul piano geografico”[33].
Antes de tildar de fascista a esta producción y enviarla al cajón de las aberraciones, debe tenerse en cuenta que en la Rusia soviética y en las pocas democracias de la Europa de entreguerras triunfaban formas parecidas, que por tanto respondían a necesidades universales[34]. En los Estados Unidos, las satisfizo la editorial Denoyer-Geppert con sus mapas históricos murales, luego reunidos en una edición pulp[35]. En el Reino Unido, hay que mencionar a John Francis, Frank, Horrabin, un socialista fabiano, diputado laborista y amigo de George Orwell que pese a todo ello –o más bien, por todo ello– publicó en 1935 un atlas histórico de Europa indistinguible de los alemanes e italianos: en blanco y negro, sin más referencias físicas que algún río, topónimos reducidos al mínimo, flechas geopolíticas y unos comentarios adjuntos[36].
Conocida esta ubicuidad, la mejor etiqueta para el nuevo estilo, histórico y no, es la de cartografía de masas, que se había inaugurado con el mapa del metro de Londres de 1908, se desarrolló en las décadas de 1920 y 1930 y, tras un breve reflujo en la segunda posguerra mundial, continúa hoy. Su recurso a la elipsis y a la monosemia para seducir a grandes públicos procedía de los medios de comunicación y los espectáculos (la radio o el cine, en absoluto exclusivos de los fascismos), en tanto que su estrategia visual se relacionaba con las vanguardias artísticas, con el replanteamiento del grafismo y el diseño industrial impulsado por la Bauhaus o con la arquitectura de prefabricados de Le Corbusier. En fin, ¿cómo no emparentar a los autores de los atlas de Itinera con Marinetti y los futuristas?
Exceptuadas unas pocas eminencias, la historiografía española no conoció un florecimiento análogo al de otras parcelas culturales en el primer tercio del siglo XX. Los atlas históricos, de por sí dados a la inercia, tampoco registraron cambios en la Segunda República, cuando las inquietudes geográficas de los Annales franceses se detuvieron ante los Pirineos. Por extraño que resulte, la actualización de este género iba a tener lugar durante los primeros años de un régimen, el franquista, que a diferencia del fascismo italiano no catalogó como asunto de Estado a la cartografía de ninguna clase. La paradoja se completa con el hecho de que no fueran franquistas los dos principales responsables de esta radical puesta al día, Gonzalo Menéndez-Pidal y Jaume Vicens Vives.
Para colmo de casualidades, los dos autores habían viajado juntos por el Mediterráneo en el célebre crucero que organizó en 1933 la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid y en el que participaron profesores y alumnos de toda España. No consta que trabaran contacto directo entonces ni después, y eso que les unían abundantes afinidades. Medievalistas, compartieron una fascinación por la tecnología que llevó a Menéndez-Pidal a reseguir su implantación y a Vicens a lamentar no haber estudiado ingeniería. Al mismo tiempo, ambos mostraron su vena artística y una notable aptitud para el dibujo al levantar sus propios mapas, labor ésta de lo más infrecuente en su ramo. Esa común capacidad gráfica reflejaba una marcada tendencia a lo visual, que en el historiador madrileño quedó demostrada por su perenne dedicación a la fotografía y el cine[37]. El gerundense parece haber sido menos consciente de que pensaba con imágenes, aunque alguna vez las antepuso a las ideas y creyó “observar que los hechos geopolíticos eran tales cuando tenían una adecuada plasmación cartográfica; real o subjetiva, pero cierta”[38].
Las primeros mapas confeccionados por Gonzalo Menéndez-Pidal se imprimieron en 1941: son los 15 pequeños que ilustran la Geografía histórica de España: Marruecos y colonias de Manuel de Terán y las 36 láminas a color del Atlas histórico español, ya realizado en solitario[39]. En éste se conjugan la elegancia en las formas con audaces innovaciones, desde la representación de fenómenos económicos y sociales mediante gráficas y mapas temáticos a la adopción de flechas en los mapas convencionales, pasando por el uso de una proyección Eckert V en lugar de la consabida Mercator para los planisferios (Figura 6). Así se ganó los elogios de varios historiadores extranjeros, entre ellos el francés Joseph Calmette, quien equiparó el Atlas histórico español al fascículo medieval del Atlante storico de Michele Baratta para De Agostini y a otros análogos de Bélgica y los Países Bajos[40]. En cuanto a la orientación de la obra, en ella dominan el castellanismo y el liberalismo conservador del padre, Ramón Menéndez Pidal, a quien hubo de complacer la original cartografía de la literatura hispánica de época medieval (“Historia de Calila y Dimna”, “Fortuna del Zéjel”, “Camino de Santiago”, “Itinerario del Cid”...). Éste es el tramo más atendido en el atlas del hijo, que sólo rebasó los tiempos imperiales para dar cuenta de la paz de Utrecht, la guerra de la Independencia, las pérdidas coloniales en América y las disputas territoriales entre nuevos Estados americanos[41].
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