miércoles, 23 de septiembre de 2015

Términos médicos


El agujero sacro anterior (foramina sacralia anteriora) es cualquiera de ocho agujeros en la cara anterior o pélvica del hueso sacro, cuatro de cada lado de la cresta media del sacro, superpuestos en una línea vertical,1 de donde emergen las ramas anteriores de los nervios sacros y por ellos entran las arterias sacras anteriores.
Son orificios redondeados, el superior de mayor tamaño y más cercano a la línea media que el cuarto y más distal de los agujero sacros anteriores. A su vez, los agujeros sacros anteriores son más grandes y menos irregulares que los agujeros sacros homólogos de la cara posterior, los agujeros sacros posteriores.
 









El agujero sacro posterior (foramina sacralia posteriora) es cualquiera de ocho agujeros que parten de las apófisis articulares del hueso sacro, cuatro de cada lado de la cresta media del sacro, de donde emergen las ramas posteriores de los nervios sacros.1 Al continuarse un agujero después del otro, forman un espacio virtual en forma de rectángulo vertical, que se extiende desde la apófisis articular superior hasta el borde inferior del sacro y limita hacia adentro por los tubérculos sacros posterointernos—producto de la soldadura de las apófisis espinosas—y por fuera por la cresta sacra lateral formada por la soldadura de los tubérculos sacros posteroexternos—producto de la soldadura de las apófisis transversas.2 Los agujeros sacros posteriores son más pequeños y más irregulares que los agujeros sacros homólogos de la cara anterior, los agujeros sacros anteriores.

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Alalia (del griego ἀλαλία, "mudez") es la "pérdida del lenguaje producida por una afección local de los órganos vocales y, especialmente, por lesiones nerviosas centrales o periféricas".

Alalia y disartria: La dificultad de comunicarse


Estos trastornos dificultan la capacidad de comunicación oral. La alalia, que, más que un trastorno específico, parece el grado más alto de otros, es la incapacidad de emitir un discurso. La disartria posee una base orgánica. Se trata de una lesión ubicada en el cerebro, producto de diversas causas, la que dificulta de manera extrema las posibilidades de fonación comprensible en el sujeto. Irreversible y no progresiva, sin embargo, las funciones afectadas pueden mejorarse significativamente.
Habíamos visto que la afasia implicaba dificultades en la comprensión y/o en la emisión de mensajes, producto de una lesión en el cerebro.
En esta ocasión nos ocuparemos de otros dos trastornos del lenguaje, los que, si bien comparten con la afasia algunas características, se diferencian en otras.
Alalia
No hay un acuerdo generalizado sobre su etiología. La definición que circula de ella es muy poco específica: “Se denomina con este término a la pérdida patológica del lenguaje oral. Es sinónimo de mudez”.
Es posible que se produzca por lesiones encefálicas, al igual que la mayoría de los trastornos de tipo orgánico, aunque también suelen estar comprometidos los músculos y los procesos que intervienen en la fonación.
Usualmente, el sujeto puede valerse y comprende perfectamente el lenguaje escrito, pero es incapaz de operar con la palabra hablada. Su propio nombre indica esta característica: alalia significa, literalmente, “sin hablar”, “no hablar”. No se halla comprometida la capacidad de audición.
En algunos casos, quizás más cercanos a la histeria o a alguna patología psicológica, su origen deriva de alguna causa psicológica, por lo cual, una vez removida dicha causa, el individuo podrá volver a expresarse utilizando su oralidad.
Según algunos especialistas, existe cierta asociación entre alalia y autismo, pero parece que más bien aquélla es un síntoma de éste, por lo cual la mejora de uno redundará en una disminución de la otra.
Otros la relacionan con algún grado de retraso mental, que impide o dificulta en extremo la capacidad comunicativa.
En realidad, como ya expresáramos, las clasificaciones no concuerdan y hay quienes creen que sólo se trataría de una exacerbación del prurito científico por definir cada caso o acotar un campo de especialización, más que de un trastorno propiamente dicho. Según esta línea de pensamiento, la Alalia sería un caso extremo de Afasia, aunque lo que la diferencia estribaría en que en la primera los problemas surgen cuando el lenguaje ya está adquirido, mientras que en la segunda la dificultad es previa a él. Pero existen casos de alalia en los que, como en la Afasia global, el habla ya estaba y se pierde, por lo cual la distinción no resulta pertinente.
No existen datos estadísticos sobre su incidencia en la población. De hecho, no parece ser extremadamente frecuente.
Su tratamiento implicará todas aquellas opciones logopédicas, kinesiológicas, psicológicas y asistivas que permitan recuperar la palabra hablada o que la sustituyan, además de las que ayuden a quien padezca este trastorno a mejorar su imagen, caída por la imposibilidad de expresarse oralmente.
Sea cual fuere su origen, se trate de un trastorno específico o de un simple rótulo, lo importante es estar atentos a que las etapas de desarrollo del lenguaje en los niños se produzcan dentro de los marcos temporales considerados normales y recurrir a un especialista ante cualquier retraso.
Disartria
En 1853 se describió su cuadro por primera vez y hacia 1885 se la definió como un trastorno propio de la pronunciación, sentando las bases de su entidad.
Nuevamente, la producción de este trastorno se debe a una lesión neurológica que afecta el sistema nervioso central y el periférico. Se diferencia de la Afasia en que mientras ésta es una dificultad del lenguaje, la Disartria se centra en el habla, más específicamente en la capacidad de articulación de los fonemas. También es distinta de la Dislalia, ya que en ella no hay un síndrome neurológico de base.
La injuria cerebral afecta las zonas encargadas de regular los movimientos del habla por lesiones de las vías motoras endocerebrales y/o algunas agrupaciones subcorticales.
Cuando el daño es mayormente periférico, produce síntomas más delimitados y específicos, mientras que aquel que se ubica en las regiones centrales suele ser variable, más amplio e inespecífico. En todos los casos, lo que resulta evidente es que, sea por un trauma, por accidente cerebrovascular, por procesos infecciosos, tóxicos o metabólicos o por consecuencia de alguna otra enfermedad o síndrome, el individuo pierde la memoria de la articulación del lenguaje, o sea, el recuerdo automático de cómo posicionar la boca, la lengua, cómo contraer o relajar tal o cual músculo para producir la articulación necesaria para emitir un sonido o serie de sonidos adecuados para la comprensión de su interlocutor. Según distintos estudios, aparece como secuela en alrededor del 10-20% de quienes recibieron un trauma cerebral severo y en aproximadamente 20-30% de aquellos que sufrieron un ACV.
Por tal razón, lo que caracteriza a la Disartria es que se trata de una alteración del aspecto fonético del lenguaje. Ello implica que el disártrico presenta anormalidades en la coordinación respiratoria, alteraciones en el ritmo de la emisión y trastornos en la expresión vocal. Esto lleva a que la organización prosódica (es decir, el acento, el tono y la entonación) sea atípica, más allá del rango de variaciones usuales de sujeto a sujeto. Así, el ritmo, el flujo sonoro, el matiz fonético de los sonidos y la realización fónica resultan alterados por la presencia de emisiones que distorsionan, omiten o sustituyen sonidos. En los casos más severos, será prácticamente imposible comprender lo que dice el sujeto.
Junto con ella pueden aparecer problemas para la masticación y la deglución, puesto que parte del aparato articulatorio también cumple estas funciones y la incorrecta información que llega a los músculos en el caso del habla también las compromete. Asimismo, es corriente que se produzcan inconvenientes para realizar otras acciones en las que estén implicadas la lengua, la boca, los labios y los músculos faciales, tales como besar, silbar, escupir, etc. También es frecuente que quien la porte ostente problemas psicomotores, sobre todo los referidos a la motricidad fina.
Se ha clasificado a la Disartria en varios tipos diferentes, según la región cerebral en que se haya anidado la lesión, lo que produce variaciones.
También presentan formas derivadas de corea (o mal de San Vito) y atetosis, que son la antítesis de la enfermedad de Parkinson, aunque igualmente devastadoras, caracterizadas por la actividad hiperquinética rápida, en la primera, o lenta, en la segunda.
En la corea, los tics, movimientos involuntarios y la variación del tono muscular hacen que el hablante sea impreciso en su fonación, produzca pausas y silencios inapropiados, la voz resulte monótona y áspera y que la pronunciación de las vocales aparezca distorsionada y con excesiva variación.
En la atetosis, los movimientos son lentos, pasivos e igualmente involuntarios, con una marcada hipotonía muscular. Ello lleva a que la expresión oral se manifieste áspera, esforzada y estrangulada, con quiebres articulatorios irregulares y monótona.
También existen formas mixtas, asociadas a la Esclerosis Lateral Amiotrófica y a la enfermedad de Wilson, extremadamente rara y caracterizada por el depósito de cobre en ciertos órganos (entre ellos, el cerebro), que produce la muerte de los tejidos y el deterioro consecuente, que puede resultar mortal. Igualmente, resulta común hallarlas asociadas a otros síndromes complejos.
El diagnóstico de la Disartria suele ser diferencial, es decir, como algunas de sus características son compartidas por otros síndromes y trastornos, ante la aparición de sus manifestaciones se opera por comparación y descarte. Para ello, se realizan diversas pruebas clínicas y de aparatología, para establecer la existencia y la localización del daño. Será necesaria la labor del neurólogo para determinarla.
Por supuesto que cuanto antes se advierta el problema, mejor será la recuperación, puesto que con el paso del tiempo el defecto se afianza y su reversión requerirá esfuerzos mucho mayores.
En cuanto al tratamiento, además de la medicación que resulte pertinente para eliminar las causas infecciosas y la que busque detener los procesos de deterioro (aunque generalmente la Disartria no es progresiva), habrá que atender a todos los procedimientos terapéuticos que ayuden al disártrico a:
- Normalizar el tono muscular e incrementar la fuerza y la precisión del movimiento.
- Reducir la velocidad del habla de la persona, para que resulte más inteligible.
- Compensar la hipernasalidad del habla mediante elementos protésicos (elevadores de paladar, por ejemplo, si es necesario) o algún dispositivo de entrenamiento.
- Regularizar su fonación mediante asistencia tecnológica sustitutiva (computadoras, tableros, etc.) que faciliten la comunicación por otro medio o que contribuyan a la regularización del habla, como una tabla rítmica, por ejemplo.
- Mejorar el entorno, lo que implica que quienes se hallan usualmente en contacto con el disártrico, sean pacientes y lo estimulen.
En todo caso, se hace imprescindible que la acción sea integral, es decir, que la rehabilitación abarque los aspectos neurológicos, funcionales y psicológicos. Este último, porque el afectado se ve limitado en la vida de relación por las manifestaciones de su mal, lo que tiende a aislarlo ante la incomprensión de los demás.
Las distintas formas de expresión de la Disartria requerirán, como siempre sucede, estrategias y atención personalizada para cada individuo, puesto que ni él ni su trastorno son exactamente idénticos a los demás.



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