Alejandro Carbonero o de Comana, en latín Alexander Carbonarius (Comana Pontica, Turquía, finales del siglo II - ca. 251) fue un obispo del Asia Menor. Su profesión era carbonero. Es venerado como santo por diversas confesiones cristianas.
Biografía
Tan sólo es conocido por la referencia que hace de él Gregorio de Nisa en un sermón dedicado a Gregorio Taumaturgo. Es venerado como santo cuya festividad se celebra el 11 de agosto. Según este escrito, era un hombre virtuoso que vivía modestamente su oficio de carbonero en Comana Pontica, en el Asia Menor (actual Gumenek, Turquía).
Al morir el obispo, el pueblo pidió a Gregorio Taumaturgo que nombrara a su sucesor. San Gregorio rechazó a los candidatos presentados y cuando lo explicó alegando que ninguno de ellos tenía suficientes virtudes, un ciudadano sugirió que hiciera obispo a Alejandro, el carbonero, que era conocido por su virtud, humildad y caridad. Gregorio se informó y decidió nombrarlo; cuando lo presentó vestido de sacerdote, el pueblo lo aceptó.
Fue nombrado "filósofo": su filosofía era preferir las cosas celestiales a las terrenales. Alejandro dirigió acertadamente su sede hasta la persecución de Decio en 251, cuando fue martirizado en la hoguera. El Martirologio Romano lo resume en estos términos:
En Comana, en el Ponto (Armenia), san Alejandro, de sobrenombre Carbonero, obispo, que a partir de la filosofía alcanzó la eminente ciencia de la humildad cristiana y, elevado por san Gregorio Taumaturgo a la sede episcopal de aquella Iglesia, fue célebre no sólo por su predicación, sino también por haber sufrido el martirio por el fuego (s. III).
San Alejandro de Comana, el Carbonero | ||
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Obispo de Comana | ||
Nacimiento | final del siglo II Comana Pontica (actual Gumenek, Turquía) | |
Fallecimiento | ca. 250 | |
Venerado en | Iglesia Católica Iglesias Ortodoxa | |
Canonización | culto inmemorial | |
Festividad | 11 de agosto (católicos), 25 de agosto(ortodoxos, el 12 de agosto del calendario juliano) |
Mártir y Obispo
Cuando Alejandro vive la historia que va haciendo día a día con su vida corren tiempos de paz para la Iglesia. La tranquilidad del momento parece haber desterrado para siempre a la persecución; del amor a Jesucristo amasado en el riesgo, el miedo, la huida, el pánico a la denuncia y la decisión última de cambiar la vida presente por la eterna se va pasando paulatinamente y casi sin advertirlo a un periodo de baja tensión entre los cristianos, muchos de los cuales sólo conocían a los mártires de oídas; entra pereza en bastantes y se comienzan a detectar corrientes que tienden a procurarse una manera de ser cristiano más cómoda, apoltronada y fácil. Se descuida el esfuerzo para asistir a las vigilias nocturnas al tiempo que aumenta el lujo y la preocupación por los bienes terrenos.
En Asia Menor se ha hecho el cristianismo la religión preponderante. En las regiones próximas a las riberas del mar Negro la nueva doctrina se propaga como un incendio; Frigia y Bitinia están completamente evangelizadas; la provincia del Ponto, desde siempre refractaria al Evangelio, la abraza repentinamente con un ardor sin antecedentes por la labor del misionero y taumaturgo Gregorio, discípulo de Orígenes, obispo de Neocesarea, que sólo encontró en la ciudad a diecisiete cristianos, cuando llegó a principios del siglo. Con esfuerzo pudo alzar una iglesia en el centro de núcleo urbano y logró en no mucho tiempo un número tan elevado de conversiones que pronto comenzaran a menguar los sacrificios y luego fueran las mismas gentes las que acabaran destruyendo las imágenes de los ídolos. Ahora ha subido su fama de santo y sabio como la espuma y vienen de las ciudades próximas a pedir consejo en la forma de organizar las iglesias.
Eso fue lo que pasó con Comana. Muerto su pastor, necesitan reponer obispo y quieren que presida Gregorio y sea él quien imponga las manos al elegido. Eran los modos usuales en aquellos momentos; presentados los candidatos por el clero local y por los fieles, se procedía a la elección y los obispos presentes lo consagraban como obispo. Parece que no dio entonces mal resultado el método porque el mismísimo emperador Septimio Severo llegó a proponer nombrar a los gobernadores romanos al estilo de los cristianos con sus obispos, interrogando la opinión pública. En Comana, alguien propone a un sabio letrado como candidato, otra facción señala al penitente austero, un grupo da el nombre de un rico propietario. Ante la falta de acuerdo en señalar a un líder que pueda ser consagrado como pastor de todos, el obispo Gregorio dirige la palabra a los cristianos reunidos recordándoles que los Apóstoles no fueron ricos, ni sabios, ni poderosos, pero tuvieron tanto amor al Señor que sufrieron y murieron por Él; les anima a que tuvieran en cuenta lo importante y necesario, dando de lado a otros criterios y les pide que se pongan de acuerdo en elegir a un hombre caritativo, fervoroso, trabajador, honrado y de limpias costumbres. Entre la muchedumbre se oyó una voz clara, aunque insegura o más bien tímida: "Alejandro, el Carbonero". A continuación se oyeron risas, carcajadas y comentarios. Gregorio lo manda traer y al rato aparece un hombre de rudo aspecto, alto, vestido con ropas de pueblo, tiene callosas las manos, las cejas pobladas y el pelo revuelto. Se hace un profundo silencio. El Taumaturgo ha fijado en él la mirada y a aquella multitud expectante les dice: "Ahí tenéis a vuestro obispo Alejandro". Primero estupefactos, luego protestones y finalmente gritan con burlas a la decisión del obispo. Tiene que calmar a las turbas y ponerles al corriente de lo que ha pasado en poco tiempo: ha visto en los ojos del carbonero su vida, fue en otro tiempo adinerado y amigo de gastar en juergas el dinero, tuvo la gracia de la conversión, hizo penitencia, estudió las enseñanzas de los Apóstoles y decidió pasados los años volver con su pueblo sin que nadie conociese su identidad para vivir honradamente y haciendo buenas obras para reparar algo el mal ejemplo que dio. "Ahora, ahí lo tenéis y tomadlo como obispo".
Y bien que supo serlo: grave y paternal, consuelo de pobres, alivio de enfermos, apoyo de vacilantes y fuerza para el fervoroso; elocuente y sencillo, más tosco que elegante, pero claro y sereno al reprimir los vicios.
Cuando llegó la persecución de Decio, se reavivó en Comana la antigua exigencia cristiana. Y mientras Gregorio tuvo que huir con los suyos a esconderse en los desiertos porque no se fiaba de sus ovejas -bien las conocía y las sabía faltas de raíces profundas- tan fácilmente convertidas y bautizadas, su amigo y vecino Alejandro el Carbonero daba su vida heróicamente por Jesucristo en un ejercicio de sublime renunciamiento.
Alejandro de Lyon (Alexandre en francés) (f. 178 d. C.) es un santo cristiano y relacionado con San Epipodio de Lyon. Es venerado como santo en la Iglesia católica.
Biografía
Alejandro nació en Frisia (Grecia) y fue amigo desde la infancia de San Epipodio, físico de profesión. Ambos fueron martirizados durante el reinado de Marco Aurelio.
Epipodio y Alejandro fueron traicionados a las autoridades imperiales por un sirviente. Conducidos ante el gobernador, los jóvenes confesaron abiertamente ser cristianos. Primero, el gobernador torturó a Epipodio, por tratarse del más joven. Al no convencerlo con promesas, ordenó que le golpeasen en la boca y posteriormente a que le tendiesen en el potro y le desgarrasen los costados con garfios hasta que le mandó degollar.
Dos días después, compareció Alejandro. Cuando el juez le contó lo que había sufrido su amigo, Alejandro dio gracias a Dios por ese ejemplo y manifestó su ardiente deseo de correr la misma suerte que Epipodio. Los verdugos le tendieron en el potro, tiraron hasta desconyuntarle las piernas y se turnaban para azotarle; pero el mártir persistió en confesar a Cristo y en burlarse de los ídolos. Fue sentenciado a ser crucificado, pero murió en el momento en que los verdugos le clavaban las piernas a la cruz.1
Veneración
En el siglo VI, tanto las reliquias de Epipodio como las de Alejandro fueran llevadas por San Ireneo y trasladadas al altar de la Catedral Saint-Jean de Lyon. Se describen milagros en su tumba.
Mártir
Martirologio Romano: En Lyon, ciudad de la Galia, hoy Francia san Alejandro, mártir, que, tres días después de la pasión de san Epipodio, fue sacado de la cárcel, azotado y clavado en una cruz hasta expirar (†178).
Breve Biografía
Durante el reinado de Marco Aurelio recrudeció violentamente la persecución en la ciudad de Lyon. Dos de sus víctimas fueron los jóvenes Epipodio y Alejandro. Habían sido amigos desde niños. Después del martirio de san Fotino y sus compañeros, un año antes, los dos jóvenes se trasladaron de Lyon a un pueblecito cercano y allí se escondieron en casa de una viuda. Más tarde fueron arrestados. Epipodio perdió una sandalia cuando trató de huir y los cristianos la conservaron como reliquia. Conducidos ante el gobernador, los jóvenes confesaron abiertamente que eran cristianos. El pueblo gritó enfurecido pero el gobernador se maravilló de que hubiese todavía quien tuviera el valor de confesarse cristiano, a pesar de las torturas y ejecuciones anteriores.
Separando a los dos amigos, el gobernador se enfrentó primero con Epipodio, a quien creía más débil porque era más joven, y trató de ganarle con promesas. El mártir permaneció inconmovible. El magistrado exasperado ante su firmeza, ordenó que le golpeasen en la boca; pero Epipodio continuó confesando a Cristo con los labios ensangrentados. El gobernador ordenó que le tendiesen en el potro y le desgarrasen los costados con garfios; finalmente, para complacer al pueblo, le mandó degollar. Dos días después, compareció Alejandro. Cuando el juez le contó lo que había sufrido su amigo, Alejandro dio gracias a Dios por ese ejemplo y manifestó su ardiente deseo de correr la misma suerte que Epipodio. Los verdugos le tendieron en el potro, tiraron hasta desconyuntarle las piernas y se turnaban para azotarle; pero el mártir persistió en confesar a Cristo y en burlarse de los ídolos. Fue sentenciado a ser crucificado, pero murió en el momento en que los verdugos le clavaban las piernas a la cruz.
Santa Alodia y Santa Nunilo (también conocidas como Alodía o Elodia y Nunilón o Nunilona) forman parte del martirologio medieval español durante la invasión musulmana de la península.
Vírgenes y mártires, de padre musulmán y madre cristiana, murieron decapitadas en Alquézar el jueves 21 de octubre del año 851 por un delito de apostasía tras negarse a confesar la fe mahometana ante un juez (ya que, según la ley existente, los hijos de matrimonios mixtos eran musulmanes desde el momento mismo de su nacimiento), en una época de general tolerancia religiosa.
Las investigaciones existentes sobre los códices medievales que narran su historia parecen indicar que nacieron en el siglo IX en la localidad de Adahuesca, dentro de la provincia de Huesca. Contamos con una crónica latina escrita en 851 en el antiguo Condado de Aragón, la Passio beatissimarum birginum Nunilonis atque Alodie, que narra su juicio y martirio. Existen otras interpretaciones de los códices que afirman, con menor rigor histórico, que las Santas nacieron y murieron en otros lugares de Aragón, La Rioja o incluso Granada.
Sus reliquias descansaron en el Monasterio de San Salvador de Leyre (Navarra) desde el año 860, aunque una pequeña parte de éstas fueron llevadas a Adahuesca en 1672. Tras la desamortización de Mendizábal, las reliquias viajaron en su totalidad a Adahuesca, donde reposan casi en tu totalidad. Pequeños fragmentos se repartieron al Monasterio de Leyre, Huéscar y la Puebla de Don Fadrique (Granada).
Historia
Hijas de padre musulmán y madre cristiana, las gemelas Nunilo y Alodia fueron educadas en el cristianismo tras morir su padre siendo todavía muy niñas, aún estando obligadas a profesar la fe de Mahoma. Al fallecer su madre, un pariente que pretendía conseguir el patrimonio perteneciente a las niñas las denunció a las autoridades y fueron hechas prisioneras en los calabozos del castillo de Alquézar.
Jalaf ibn Rasid, máximo poder musulmán de la región, fue quien las juzgó, y viendo las intenciones del pariente y la indefensión de las niñas, resolvió ponerlas en libertad. Pero el familiar no se contentó y las denunció ante el gobernador de Huesca, quien las condenó a muerte. Fueron decapitadas el 21 ó 22 de octubre de 851.
Dice la leyenda que tras arrojar sus cuerpos en un lugar alejado de las murallas, las aves rapaces no los tocaron, sino que más bien fueron sus cuidadores. Y lo más sorprendente es que a lo largo de una noche, unos cristianos vieron destellos luminosos que salían del mismo lugar donde fueron arrojadas las santas.
Extensión del culto
A lo largo de los siglos, su devoción se ha extendido por la península Ibérica, comenzando por los alrededores del Monasterio de Leyre (Yesa, Liédena, Sangüesa,Lumbier) y por la patria de las Santas Adahuesca (que cuenta con reliquias desde el siglo XVI). Todos los calendarios medievales de la diócesis oscense incluyen la celebración de Santa Alodia y Santa Nunilo como día festivo.
El culto se extendió rápidamente a La Rioja, en los alrededores de la ciudad de Nájera,como es el caso de la población de Castroviejo, debido a varias comunidades monásticas establecidas que recibieron la tradición desde el monasterio de Leyre.
La devoción a las Santas llegó a tierras granadinas en la época de los Reyes Católicos tras la conquista de la ciudad de Huéscar, que fue donada a Don Luis de Beaumont, conde navarro de Lerín, como el Marquesado de Huéscar. Tras un destierro por parte del último rey navarro Juan III de Albret, el conde de Lerín se refugió en Huéscar junto con una gran cantidad de familias navarras, que trajeron consigo la devoción a las Santas Alodia y Nunilo. Posteriormente, tras la conquista del reino de Navarra, el conde de Lerín recuperó sus posesiones y regresó a Navarra, pero muchas de las familias permanecieron en territorio granadino.
De esta manera, las Santas han llegado a ser actualmente patronas tanto de Huéscar como del municipio adyacente de la Puebla de Don Fadrique. En esta zona reciben el nombre de Alodía y Nunilón, más conocidas como "Las Santas", y sus fiestas constituyen la celebración más importante de toda la comarca oscense.
Su culto se ha extendido desde estas dos localidades granadinas a otros lugares durante el siglo XX, debido a la emigración desde el entorno rural a núcleos industriales, tales como Murcia, Valencia, Cornellá de Llobregat y Madrid.
En España, su onomástica se celebra el 22 de octubre.
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