LAS INVASIONES BÁRBARAS | SIGUIENTE |
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Al inicio del siglo V el Imperio Romano era ya mayoritariamente católico y apenas quedaban rastros de arrianismo, excepto entre los numerosos soldados y oficiales germanos que servían al Imperio. Nadie se había atrevido a combatir el arrianismo entre sus filas, y ellos lo habían adoptado principalmente como una forma de reafirmar su independencia. Desde un punto de vista político se daba una situación peculiar: hasta entonces, en los periodos en que el Imperio había sido gobernado por varios coemperadores, siempre había habido uno por encima de los demás que marcara una política conjunta. Y cuando no había sido así, siempre uno de los coemperadores había terminado imponiéndose sobre los otros. Ahora, en cambio, las dos mitades del Imperio seguían políticas independientes según sus propios intereses, a menudo en conflicto mutuo. Estas políticas no estaban marcadas por los coemperadores, Arcadio y Honorio, que eran totalmente incapaces, sino que en Oriente la última palabra sobre cualquier asunto la tenía la emperatriz Eudoxia, de origen franco, mientras que en Occidente mandaba el vándalo Estilicón.
La última jugada entre ellos había sido la idea oriental de "contratar" a Alarico y sus visigodos para que custodiaran Iliria contra los intereses de Estilicón. Pero Alarico no iba a conformarse con Iliria. Había llegado a la conclusión de que el Imperio de Occidente era más débil que el de Oriente, y sólo esperó las condiciones oportunas para lanzarse sobre el oeste. En 400 invadió el norte de Italia. Estilicón tardó en reaccionar, y sólo en 402 estuvo en condiciones de hacerle frente. Los ejércitos (ambos integrados casi completamente por germanos) se encontraron en Pollentia (la actual Pollenza). Estilicón atacó el domingo de Pascua, con lo que pilló por sorpresa a Alarico, que no creyó que fuera a atacar en un día santo. El resultado fue una estrecha victoria para Estilicón, a la que siguió otra más rotunda en Verona, en403, tras la cual Alarico abandonó Italia y se replegó de nuevo en Iliria.
En Oriente Juan Crisóstomo, el patriarca de Constantinopla, seguía denunciando todo signo de corrupción que llegara a su conocimiento. La emperatriz Eudoxia le preparó una trampa en colaboración con Teófilo, el patriarca de Alejandría. Hizo que Arcadio convocara un sínodo en Constantinopla. A él acudirían numerosos obispos, entre ellos Juan Crisóstomo y Teófilo, y el primero sería acusado de herejía. El veredicto ya estaba acordado. Juan Crisóstomo comprendió la situación y se negó a comparecer, por lo que fue destituido del patriarcado y enviado al exilio. Sin embargo, su exilio duró sólo dos días, pues las revueltas del populacho asustaron a la emperatriz.
En 404 se repitió la jugada, pero esta vez un destacamento de mercenarios germanos ocupó Constantinopla. Los germanos eran arrianos, así que a ellos no les importaban las decisiones de los sínodos católicos. Ahora Eudoxia logró exiliar definitivamente a Juan Crisóstomo sin que el pueblo se atreviera a replicar la decisión. No obstante, aun sin violencia, muchos habitantes de Constantinopla se negaron a aceptar la autoridad del nuevo patriarca. De todos modos, Eudoxia no pudo disfrutar de su victoria, pues ese mismo año murió de parto.
Aunque el intento de invasión de Italia por parte de Alarico había sido frustrado, había conseguido asustar al emperador Honorio, que decidió trasladar la corte de Milán a Ravena, más al sur. Esto hizo que el obispo de Milán perdiera la enorme influencia que había ganado en tiempos de san Ambrosio. Ahora el obispo más importante de Occidente era Agustín, en Hipona.
En 405 murió el rey de Connacht Niall el de los Nueve Rehenes. Sus descendientes, conocidos como los O'Neil, reinaron en Connacht, en Meath y en una parte de Ulster, que unos años antes se había fragmentado en varios reinos: Ailech (el que gobernaban los O'Neil), al norte y el oeste, Oriel, al sur y Dalriada y Ulidia al este. Con el tiempo, los O'Neil llegaron a dominar todo el Ulster.
Los suevos se lanzaron sobre Italia a través de los Alpes. Estilicón pudo frenarlos, pero al precio de dejar desprotegida la frontera del Rin. En 406 una horda de ostrogodos dirigidos por Radagaiso penetró en Italia desde Panonia y nuevamente Estilicón pudo aniquilarlos. El último día de este año, los suevos, conducidos por su jefe Hermenerico, cruzaron el Rin sin encontrar ninguna resistencia. Junto a ellos pasaron los vándalos, dirigidos por Gunderico, y un contingente de alanos.
Estilicón había ido concentrando progresivamente en Italia todas las legiones disponibles. Las únicas fuerzas que quedaban fuera de Italia estaban en Britania, y su situación era tan precaria que en 407decidieron elegir su propio emperador, llamado Constantino. El usurpador pasó todas sus tropas a la Galia dejando a Britania completamente inerme. Los britanos tuvieron que defenderse como pudieron de los pictos y los piratas de Irlanda. Los escotos aprovecharon los disturbios y empezaron a instalarse de forma permanente en el territorio de los pictos. Ese mismo año murió san Juan Crisóstomo.
Constantino logró dominar parte de la Galia, empujó hacia el sur a los suevos, los vándalos y los alanos y contuvo una invasión de los burgundios, dirigidos por Gundicaro, a los que convirtió en aliados romanos (pero al lado germano del Rin). Nombró César a su hijo Constante, al cual envió a Hispania para dominar a los bárbaros.
En 408 murió Arcadio y fue sucedido por su hijo de siete años, Teodosio II. Mientras tanto Estilicón estaba proyectando una expedición a las Galias, pero sus tropas se amotinaron y Honorio no encontró mejor forma de contener la revuelta que ordenando la decapitación de su mejor general. Sin embargo, la muerte de Estilicón enojó a muchos godos que prestaban servicio bajo sus filas. A esto se unió el descontento por ciertas medidas antiarrianas que tomaron los sucesores de Estilicón, y el resultado fue que decenas de miles de godos se unieron a Alarico y en 409 volvió a invadir Italia y no tardó en estar ante las puertas de Roma.
Por esta época los bárbaros que habían cruzado las fronteras del Imperio se habían asentado en Hispania: los suevos ocuparon el norte de la península, en el centro se asentaron los alanos y la parte sur los Vándalos. La región se convirtió en Vandalicia, término del que procede el nombre actual de la región: Andalucía. La parte nororiental estaba bajo el control de Constante, pero uno de sus generales,Geroncio, se sublevó en Tarragona, mató a Constante y nombró otro emperador llamado Máximo.
Alarico exigió a Honorio que le entregara tierras para sus visigodos. En realidad tenía la capacidad de quedarse con cuanto le viniera en gana, pero probablemente en aquellos tiempos nadie era consciente de que el Imperio de Occidente estaba exhausto. Alarico pensaba que los romanos reunirían un ejército tarde o temprano y barrerían a todos los bárbaros invasores, mientras que eso no ocurriría si sus hombres fueran precisamente ese ejército encargado de custodiar el Imperio. Honorio y su corte se sentían a salvo en la bien fortificada Ravena, así que se negó a ceder ante Alarico. Éste optó por volver a asediar Roma como medida de presión, pero tampoco dio resultado, hasta que en 410 la asedió por tercera vez y ahora Roma se rindió. Por primera vez desde que los galos entraran en la ciudad exactamente ocho siglos antes, un ejército enemigo había entrado en Roma.
Alarico permaneció tres días en Roma, y luego marchó hacia el sur. La ciudad sufrió daños mínimos, pues los visigodos estaban impresionados por la historia de la Ciudad Eterna. Fueron más turistas curiosos que saqueadores. De todos modos, el prestigio de Roma quedó dañado irreparablemente. Alarico pensó que en una región alejada como África le resultaría fácil formar un reino similar a los que se habían formado en Hispania. Además podría tomar Sicilia, que era rica, al contrario que la Galia, sumida en la miseria o Iliria, expuesta al poder del Imperio de Oriente. Sin embargo, una tormenta destruyó la flota con la que pensaba cruzar el Mediterráneo, así que cambió de idea y volvió atrás. Poco después, mientras aún estaba en el sur de Italia, cogió una fiebre y murió. Se cuenta que los visigodos, obligados a enterrar a su jefe en tierra extraña, desviaron el curso de un pequeño río, enterraron el cadáver en su lecho, restablecieron el curso del río y mataron a los campesinos que habían forzado a realizar el trabajo, de modo que se aseguraron de que su tumba no sería violada.
Los visigodos eligieron como jefe a Ataúlfo, el cuñado de Alarico, con quien se dirigieron hacia el norte en busca de tierras. Ataúlfo también buscaba un acuerdo con Honorio que legitimara su posición, y ahora tenían una buena baza a su favor: en Roma, los visigodos habían capturado a Gala Placidia, la hermanastra de Honorio hija de Teodosio I y su segunda esposa, Gala.
Mientras tanto Honorio había encontrado un general competente que reemplazara a Estilicón. Se llamaba Constancio, y fue enviado a la Galia contra Constantino. En 411 lo encontró y lo derrotó en Arles. El otro emperador, Máximo, tuvo que huir a territorio germano y no se volvió a saber de él. Mientras tanto, un galo llamado Jovino, tal vez representante de la aristocracia gala, logró el apoyo de un número suficiente de soldados germanos como para proclamarse emperador. En 412 Ataúlfo llevó a sus visigodos a la Galia y se ofreció a Jovino para "defender" la Galia, es decir, para ocuparla.
Ese mismo año volvió a Roma un monje britano llamado Pelagio. Había vivido en Roma, pero poco antes de la llegada de Alarico había pasado a Sicilia, luego estuvo un año en África y otro en Oriente. Ahora empezó a predicar, y en su doctrina afirmaba que el hombre nace libre de pecado, y que son su voluntad y sus actos los que deciden si se salva o se condena. Esto era grave porque contradecía la doctrina de Agustín, según la cual el hombre nace con el estigma del pecado original y no puede salvarse sin la Gracia de Dios, otorgada únicamente a través del bautismo.
Tras la muerte de Teófilo, fue nombrado patriarca de Alejandría su sobrino Cirilo. Por aquella época el pensamiento griego se había extinguido, pero todavía quedaban hombres que, si no aportaron nada original, sí tuvieron la capacidad necesaria para conservar el conocimiento de los antiguos. El más notable a la sazón no era un hombre, sino una mujer: Hipatia. Era la directora de la biblioteca de Alejandría y estaba a la cabeza de la escuela neoplatónica. Con la ayuda de su padre, Teón de Alejandría, había preparado una edición crítica de los Elementos de Euclides y un comentario del Almagesto de Ptolomeo. Parece ser que también preparó comentarios sobre la Aritmética de Diofanto y sobre el Tratado de las Cónicas de Apolonio. Era muy popular en la ciudad, y atraía a muchos estudiantes a sus clases de filosofía. Sin embargo, la moral católica dejaba bien claro qué cualidades convenían a una mujer, y la inteligencia no era una de ellas. Si unimos a esto que Hipatia era pagana y Cirilo un perfecto católico, el resultado fue que el patriarca no tardó en engendrar un odio mortal contra Hipatia y aprovechó cuantas ocasiones se le presentaron para difamarla, maldecirla y volver contra ella a los cristianos.
La entrada en Roma de Alarico también había impactado en Constantinopla. En 413 se inició la construcción de una triple muralla que protegiera a la ciudad. Las obras se prolongaron durante más de treinta años.
Mientras tanto, Honorio se decidió a negociar con Ataúlfo. Éste entendió que un acuerdo con Honorio tenía más valor que un acuerdo con el usurpador Jovino, así que traicionó su pacto anterior y entregó a Jovino, que fue inmediatamente ejecutado. Luego Ataúlfo se tomó más de lo acordado con Honorio: se apoderó de Burdeos, Narbona y Tolosa, y formó un reino independiente con capital en Burdeos. Por su parte, Gundicaro cruzó el Rin con los burgundios, y fundaron un reino con capital en Worms que ocupaba parte de la Galia y parte de Germania.
En 414 murió el rey indio Chandragupta II y fue sucedido por Skandragupta.
Ataúlfo se casó con Gala Placidia, en contra de la voluntad de Honorio. Éste envió a Constancio contra Ataúlfo, pero Constancio consideró que mejor que enfrentarse a él era enfrentar a unos bárbaros con otros. Convenció a Ataúlfo de que, como cuñado del emperador, su deber era marchar a Hispania y someter a los invasores bárbaros. Ataúlfo, tal vez por el deseo de más botín y más poder, accedió encantado y marchó hacia Hispania.
Teodosio II tenía todavía trece años, pero su hermana mayor, Pulqueria, tenía ya quince y era lo suficientemente despierta como para convertirse en regente.
En 415 Cirilo logró instigar a un grupo de monjes para que mataran a Hipatia. Según se cuenta, la desnudaron y la despellejaron viva con conchas. Parte de la biblioteca de Alejandría fue destruida en una revuelta que se produjo a continuación. El resto fue conservado, pero la biblioteca fue cerrada y, si ya hacía tiempo que no era un centro de investigación, ahora dejó de ser también un centro de estudios. He aquí una muestra de cómo la instigación al asesinato no está reñida con la santidad, pues aún hoy la Iglesia Católica dedica a san Cirilo el 27 de enero de cada año.
En la India murió el rey Chandragupta II, que fue sucedido por Kumaragupta I.
Parece ser que los visigodos se convencieron de que su aventura en Hispania les convertiría finalmente en un pueblo poderoso, porque el puesto de rey empezó a estar solicitado. Ataúlfo fue asesinado en Hispania junto con sus hijos, y su sucesor, Sigerico, murió también asesinado a los siete días de reinado. Fue sucedido por Valia, que organizó una expedición a África para aprovisionarse de víveres, pero fracasó y en 416 se vio obligado a negociar con Roma. A cambio de una provisión de trigo Valia se comprometía a devolver a Gala Placidia y a luchar como aliado romano contra los invasores bárbaros de la península.
Con quince años de edad, Teodosio II ya podía ejercer por sí mismo como emperador y Pulqueria dejó de ser regente, aunque esto sólo era la teoría, pues en la práctica el joven era tan estúpido como su padre y su tío, por lo que Pulqueria no tuvo dificultades en dominar a su hermano y seguir tomando las decisiones necesarias.
Al rey persa Yazdgard I no le fue tan bien como a Constantino I con su política procristiana. Los obispos cristianos en Persia, en lugar de conformarse con el apoyo que recibían, tal y como habían hecho los contemporáneos de Constantino I, pretendieron que Yazdgard I fuera un Teodosio I y que exterminara completamente a los mazdeístas. Por su parte, los mazdeístas lo llamaban Yazdgard el Pecador, y con este nombre es conocido en la historia. Al verse estrangulado por la intransigencia religiosa por los dos frentes, Yazdgard I decidió que más vale malo conocido que bueno por conocer, con lo que abandonó a los cristianos y continuó con las persecuciones donde las había dejado al subir al trono.
Un discípulo de Pelagio llamado Celestio había difundido su doctrina, la cual había llegado finalmente a oídos de Agustín. Inmediatamente la condenó y en 417 instó al obispo de Roma a que hiciera lo mismo (pues el pelagianismo se había iniciado en Roma). Desde la muerte de san Dámaso, Roma había tenido tres obispos insignificantes: san Ciricio, san Anastasio y san Inocencio, que murió este mismo año. Los dos primeros habían sido eclipsados por el obispo de Milán, y sólo san Inocencio tuvo alguna iniciativa destacada, como denunciar (vanamente) la condena de san Juan Crisóstomo. Poco antes de morir, san Inocencio confirmó la condena de Agustín contra Pelagio y sus seguidores. También condenó el origenismo, la doctrina de los seguidores de Orígenes, que aunque en su día fue un teólogo respetado por los cristianos y martirizado por los romanos, sus seguidores no se dieron cuenta de que la doctrina cristiana había cambiado mucho desde entonces, por lo que ahora se habían convertido en herejes. El nuevo obispo de Roma fue Zósimo, que, influido por Patroclo, el obispo de Arles, decidió perdonar a Pelagio y a Celestio. Al enterarse, Agustín montó en cólera, y Zósimo tuvo que apresurarse a rectificar su decisión. Estaba claro quién mandaba.
Honorio casó a Gala Placidia con Constancio. Mientras tanto Valia estaba cumpliendo a la perfección su parte del acuerdo. En una serie de campañas, eliminó completamente a los alanos y ya tenía arrinconados a los suevos y los vándalos: a los primeros en el extremo noroeste de la península y a los segundos en el extremo sur. Un poco más y habría acabado con todos, pero el emperador (o quien le aconsejara) pensó que unos visigodos demasiado poderosos no eran preferibles a los reinos bárbaros que estaban destruyendo. Por ello en 418 Constancio llamó a Valia a la Galia, donde acordó con él un nuevo pacto. Los visigodos se comprometían a prestar al Imperio los servicios militares que les fueran reclamados (entre los cuales no se incluían, de momento, destruir a los suevos y a los vándalos). A cambio, se les permitiría ocupar permanentemente el sur de la Galia, donde las dos terceras partes de las tierras pasarían a ser de su propiedad, mientras que la tercera parte restante quedaría en poder de los terratenientes romanos. Se formó así el llamado Reino de Tolosa, por la ciudad que eligieron como capital, si bien su primer rey no fue Valia, que murió poco después de firmar el acuerdo, sino su sucesorTeodorico I. Técnicamente, Teodorico I sólo era rey de los visigodos, mientras que los ciudadanos romanos seguían siendo súbditos del emperador. Fuera de los territorios que se les habían asignado en propiedad, los visigodos eran funcionarios romanos (y se les dio toda clase de títulos altisonantes para tenerlos contentos: condes, duques, etc.). Los visigodos se convirtieron así en una aristocracia dominante que redujo a la servidumbre a la población romana. Al asentarse adoptaron mayoritariamente el cristianismo, pero siempre en la versión arriana, como era propio de los germanos.
En 419 el vándalo Gunderico derrotó al suevo Hermenerico, que tuvo que retirarse al extremo noroeste de la península ibérica. Allí inició una guerra con los pueblos nativos, los galaicos.
En 420 murió en Belén san Jerónimo, el traductor de la Vulgata.
En China, la dinastía Jin fue reemplazada por la dinastía Song, que reinó con capital en Nankin. Por esta época, en las estepas del norte de China se formó el Imperio Yuan-Yuan. Los Yuan-Yuan eran feroces jinetes, cuyos príncipes tenían el título de Kaghan, y tenían una capital ambulante fortificada, en la que guardaban los tesoros que obtenían de los pueblos que conquistaban. Probablemente fueron ellos quienes expulsaron a los hunos hacia el oeste. Los Xianbei detuvieron su avance, por lo que el Imperio Chino no sufrió su presión. Por esta época vivió uno de los poetas más apreciados de toda la literatura china. Se llamaba Tao Qian, o también Tao Yuanming. Ahora vivía retirado en el campo, después de haber dimitido de un cargo de funcionario. Escribió poemas bucólicos (Poema del retorno, Bebiendo vino).
El reino sabeo pasó a ser dominado por la tribu (de origen sabeo) de los Himyaríes, y desde entonces pasó a ser conocido como el reino de Himyar. Estaban muy influidas por los judíos, e iniciaron persecuciones contra los cristianos.
LAS GRANDES INVASIONES BÁRBARAS
Durante decadencia del Imperio Romano, fueron muchos los pueblos bárbaros (extranjeros) que, aprovechando las disidencias internas, se aproximaron a sus fronteras y se establecieron en ellas, presionando en forma permanente para entrar. Si bien las legiones romanas contuvieron todos los intentos realizados, los bárbaros lograron penetrar lentamente entre los siglos I y IV, y establecerse en el interior, hasta que, finalmente, empujados por otros pueblos, lo hicieron en forma violenta.
Estos pueblos fueron:
Los germanos, de raza blanca, establecidos desde el río Rin hasta el Oder, entre los cuales se encontraban los trancos, anglos, alamanes, suevos, borgoñones, daneses, sajones, lombardos, hérulos, vándalos y visigodos, estos últimos divididos en ostrogodos, o godos del Este; y visigodos, o godos del Oeste.
Los eslavos, también de raza blanca, que se ubicaron en el valle inferior del Danubio, en Bohemia y a orillas del rio Vístula, integrados por los venetos, polacos, eslavones, servios, moravos, bosníacos y croatas
Y, por ultimo, los tártaros o mogoles, en su mayoría de raza amarilla, entre los cuales sobresalían los hunos (hiung-un), y quienes derivaron de la mezcla de razas, como loS fineses, lapones, avaros, búlgaros y húngaros o magiares.
Los primeros que penetraron fueron los mogoles, que ya eran dueños del Asia y se convirtieron en el azote de los europeos. De costumbres primitivas, eran hábiles jinetes y temibles combatientes, sin escrúpulos de ninguna naturaleza. Vivían prácticamente a caballo y se alimentaban casi exclusivamente de carne.
Luego lo hicieron los eslavos, en tanto que los germanos renovaron con su aporte las poblaciones de Occidente y contribuyeron a su defensa contra el ataque de los primeros. La gran diferencia entre unos y otros consistió en que los mogoles no buscaban tierras para establecerse, sino pastos para su ganado y ciudades para saquear.
Las Invasiones Bárbaras: Los germanos
Los germanos constituían un pueblo de raza blanca, de ojos azules y cabellos rubios, que sobresalían por su alta estatura y su físico robusto. No vivían agrupados en ciudades, sino en chozas que se encontraban dispersas por el campo aunque distribuidas según las tribus a que pertenecían. Sus actividades principales eran el pastoreo y la agricultura. Elegían sus jefes entre los guerreros más valientes y los obedecían ciegamente. Muchos germanos militaron en las legiones romanas.
En el aspecto social, cultivaban el amor a la familia y guardaban cierta consideración a las mujeres; no tenían leyes escritas y se basaban en la tradición y las costumbres. El padre ejercía un poder absoluto sobre la familia.
Las cuestiones conflictivas eran sometidas al fallo de los jefes en los casos de menor importancia, pero cuando se trataba de asuntos de mayor interés eran considerados por la asamblea de la tribu.
Los germanos teman arraigados los sentimientos de libertad, justicia y dignidad personal. Creían en Odín o Wotan, padre de los dioses, de carácter guerrero, que vivía en el paraíso o Walhala, acompañado por dioses menores, como Freijo, esposa de 0dm, señora del amor y de la muerte, y Donar, hijo de ambos, dios del trueno y la tempestad. El Walhala era un lugar de eternas delicias al que iban aquéllos que en vida habían tenido un buen comportamiento y los que morían en el curso de la guerra, conducidos por las valkirias, diosas también guerreras.
Cuando los hunos atravesaron los montes Urales y empujaron con su presencia a los pueblos radicados en la zona adyacente, provocaron un desbande general de todos los pueblos situados entre los ríos Rin y Danubio.
A partir del siglo I comenzaron a cruzar las fronteras del Imperio Romano, en busca de tierras y botín. No perseguían con ello la destrucción del imperio, ya que consideraban al Estado romano como una admirable organización política, en la que pretendían obtener un lugar. Antes de su caída, el imperio fue incorporando numerosos grupos de germanos como soldados o como colonos. Ellos se comprometían a defender las fronteras, a cultivar las tierras y a reconocer la autoridad del emperador.
Pero en el siglo V este avance pacífico se convirtió en incontrolable para los romanos. Esta irrupción violenta se debió, entre otras cosas, al ataque de un pueblo de Europa oriental, los hunos, que empujó a los germanos hacia el Oeste. Las invasiones germanos al Imperio Romano fueron entonces emigraciones en masa para huir de un terrible enemigo, pero esta vez saquearon las zonas recorridas y respetaron solamente la autoridad de sus jefes; contribuyeron, quizá sin quererlo, al derrumbe de la organización imperial.
Los invasores más importantes se asentaron en el antiguo territorio romano y formaron diversos reinos. Los principales pueblos germanos que se asentaron en el imperio fueron:los ostrogodos, los visigodos y los francos.
Las Invasiones Bárbaras: Los Ostrogodos
En el año 493, Teodorico, jefe de los ostrogodos, venció luego de encarnizados combates a las fuerzas de Odoacro, rey de los hérulos, que había destituido al último emperador romano.
Instaló entonces en Italia un reino ostrogodo independiente, con capital en Ravena, que duró 60 años. En este período Teodorico mantuvo una política amistosa con la corte imperial de Constantinopla.
En el orden económico, los ostrogodos mantuvieron la administración de impuestos y el sistema burocrático de los romanos.
En el aspecto religioso, los ostrogodos adhirieron al “arrianismo, herejía de origen cristiano, que fue sustentada por un obispo de Alejandría, Arrío (280-336), quien negaba la eternidad de Jesús y no reconocía a la Santísima Trinidad.
Teodorico basó su gobierno en la idea de una convivencia pacífica entre godos y romanos, por lo que respetó la tradición y la cultura del pueblo dominado.
Esta política favoreció un florecimiento cultural en la Italia ostrogoda. Se destacaron las figuras de Boecío, comentador filosófico que tradujo e interpretó a Aristóteles, y Benito de Nursía, quien fundó su propio monasterio en Monte Cassino, al Norte de Nápoles. Allí impuso normas para la vida en los monasterios, que se convirtieron en el acta de fundación” del monacato latino.
La regla benedictina combinaba la oración y el trabajo. En adelante, los monasterios serán focos de ciencia y literatura. La actividad desarrollada por Benito de Nursia fue el acontecimiento más importante de la Italia de los ostrogodos.
Las Invasiones Bárbaras: Los visigodos
Los ostrogodos, sorprendidos por el ataque, no atinaron a defenderse y se sometieron, acompañando a los hunos en su sangrienta marcha hasta el centro de Europa. En cambio, los visigodos huyeron hacia la cuenca del Danubio, se instalaron en la Tracia y, como vimos, vencieron al emperador Valente en la batalla de Andrinópolis (378).
Luego fueron contenidos por el emperador Teodosio, que les pagó un tributo, pero a su muerte, durante el reinado de Honorio en Occidente, continuaron su avance a las órdenes de Alarico, quien invadió Grecia, y aunque respeté a Atenas, saqueé a Eleusis e incendié Olimpia. Luego intentó penetrar en Italia, pero fue derrotado en dos oportunidades por Estilicón, uno de los generales de Honorio.
tiempo después, Honorio desplazó a Estilicón, que fue asesinado 108), lo que fue aprovechado por Alarico, que se dirigió directamente a Roma, que se entregó sin combatir. Honorio se refugió en Ravena.
Más tarde los romanos se sublevaron, por lo cual Alarico regresó y sometió a la ciudad a un implacable saqueo (410), durante tres días. Alarico se dirigió luego hacia el centro de Italia, donde falleció. Sus soldados sepultaron su cadáver en un lugar oculto para que no fuera profanado. Su Sucesor, Ataúlfo, pacté con el emperador y se caso con su hermana (412). De esta manera, Honorio logró desplazar a los visigodos hacia la Galia y España, donde fundaron un reino cuya capital fue Tolosa.
Al llegar a la Gália, los visigodos se encontraron con los alanos, suevos, vándalos y burgundios, que habían devastado las ciudades de la región. Solamente los burgundios habían erigido un reino en el Jura y en el valle del Saona. Estos pueblos se dirigieron a la península ibérica y tras ellos fueron los visigodos, que obligaron a los suevos a dirigirse hacia el Norte y a los vándalos hacia el Sur.
En el centro quedaron los alanos. Los vándalos se establecieron en el valle del Guadalquivir, que recibió el nombre de Vandalucía o Andalucía, y luego se dirigieron al Norte de Africa, donde se apoderaron de la ciudad de Hipona y de la región de Numidia, actual Argelia (429). Con ambas regiones fundaron un reino. Por la misma época, los francos comenzaron su establecimiento en el Norte de la Galia.
Los Francos:
Los francos aparecieron por primera vez en la historia en el año 258 cuando el emperador Aureliano libró batalla contra ellos en las cercanías de la actual Mangucia, a orillas del Rin en la región germana occidental. Mas tarde los francos ribereños (porque vivían sobre las orillas del Rin, hacia la mitad del curso) y los francos “salios” (así llamados porque toman sus campamentos en las riberas del río Sala, actualmente Jissel, en Holanda) emigraron hacia el sur y hacia el oeste e invadieron el actual territorio francés, donde habrían de permanecer definitivamente. Esta migración no fue de ningún modo una de las tradicionales invasiones bárbaras, sino, por el contrario, una especie de pacífica emigración.
Se dice que, en algunos casos, fueron los mismos romanos quienes invitaron a algunas tribus para que se establecieran en ciertas tierras escasamente pobladas. El caso es que los francos, además de valientes y temibles guerreros, eran hombres inteligentes, buenos agricultores y laboriosos artesanos. Ésta circunstancia los distinguía notablemente de las restantes tribus bárbaras, poco cultas y poco inclinadas a las artesanías y oficios, propios de seres más civilizados. Los francos, aunque paganos al llegar a los territorios del oeste del Rin, pronto fueron accesibles a la evangelizaron de los pastores cristianos y adoptaron la religión de Cristo. Su rey Clodoveo fue bautizado en 496.
SU APARIENCIA
Los francos, como correspondía a su condición de germanos, eran altos y rubios; en un principio recogían sus largos cabellos en un mechón atado en la parte superior de la cabeza, que luego dejaban caer como una cola de caballo. Usaban bigote, pero no barba, y sujetaban la túnica a los costados con un ancho cinturón de cuero adornado con piezas de metal (generalmente hierro) esmaltado. De su cinturón colgaban diversas armas y adminículos que indicaban la índole de ciertas preocupaciones de esa gente:, por una parte la espada, el hacha de guerra o una maza de combate; por otra, objetos destinados a su cuidado personal. Hombres y mujeres, sin distinción, llevaban joyas y usaban anillos y brazaletes confeccionados por ellos mismos.
Los francos, como correspondía a su condición de germanos, eran altos y rubios; en un principio recogían sus largos cabellos en un mechón atado en la parte superior de la cabeza, que luego dejaban caer como una cola de caballo. Usaban bigote, pero no barba, y sujetaban la túnica a los costados con un ancho cinturón de cuero adornado con piezas de metal (generalmente hierro) esmaltado. De su cinturón colgaban diversas armas y adminículos que indicaban la índole de ciertas preocupaciones de esa gente:, por una parte la espada, el hacha de guerra o una maza de combate; por otra, objetos destinados a su cuidado personal. Hombres y mujeres, sin distinción, llevaban joyas y usaban anillos y brazaletes confeccionados por ellos mismos.
CÓMO VIVÍAN
No obstante ser considerablemente más cultos que los restantes pueblos que participaron en las grandes migraciones de los primeros siglos de nuestra era, la peligrosa vecindad con los romanos (con quienes debieron combatir durante muchos años), así como con otras tribus belicosas, les impuso una vida guerrera. Por consiguiente, no obstante su cultura, eran gentes de carácter vivo y propensas a la violencia. Por ello, cada joven aprendía, desde muy niño, a montar a caballo, a practicar la carrón el salto, la natación, a arrojar la lanza y el hacha y a manejarlas con eficiencia; ejercicios físicos qui tendían a colocarlos en las mejores condiciones par; el previsible caso de tener que participar en un¡ guerra. Por otra parte, el estado de espíritu era también el propio de un pueblo guerrero: la mejor cualidad que podían atribuir a un hombre era el valor físico, por el cual se apreciaba en alto grado a cual quiera de los miembros de la tribu.
No obstante ser considerablemente más cultos que los restantes pueblos que participaron en las grandes migraciones de los primeros siglos de nuestra era, la peligrosa vecindad con los romanos (con quienes debieron combatir durante muchos años), así como con otras tribus belicosas, les impuso una vida guerrera. Por consiguiente, no obstante su cultura, eran gentes de carácter vivo y propensas a la violencia. Por ello, cada joven aprendía, desde muy niño, a montar a caballo, a practicar la carrón el salto, la natación, a arrojar la lanza y el hacha y a manejarlas con eficiencia; ejercicios físicos qui tendían a colocarlos en las mejores condiciones par; el previsible caso de tener que participar en un¡ guerra. Por otra parte, el estado de espíritu era también el propio de un pueblo guerrero: la mejor cualidad que podían atribuir a un hombre era el valor físico, por el cual se apreciaba en alto grado a cual quiera de los miembros de la tribu.
Pero no debe suponerse que los francos fuesen sólo guerreros. Existía entre ellos un espíritu igualitario que sin duda chocaba a los romanos, encerrados durante siglos en su sistema de clases. Los francos desconocían originariamente la esclavitud, y más tarde, no obstante la corrupción que produjo a este respecto el ejemplo de la sociedad romana con la que entraron en contacto, adoptaron sólo en forma muy atenuada esa infame institución social que constituye el oprobio de los Estados de la antigüedad. Una sociedad igualitaria difícilmente podía ser agresiva con sus vecinos; así, los francos preferían siempre consagrarse a sus labores agrícolas y artesanales. El trabajo de ese admirable pueblo, que enorgullece a su descendencia —los franceses—, transformó la Galia en una próspera región.
NORMAS PENALES
Entre las numerosas leyes destinadas a regular las relaciones entre los francos, merecen citarse aquellas que integraron su sistema penal. Fueron redactadas tomando en cuenta las necesidades concretas de esa sociedad y evidenciaron ser prácticas y ajustadas a los fines perseguidos. He aquí algunas de las más usadas dentro del sistema penal vigente.
Entre las numerosas leyes destinadas a regular las relaciones entre los francos, merecen citarse aquellas que integraron su sistema penal. Fueron redactadas tomando en cuenta las necesidades concretas de esa sociedad y evidenciaron ser prácticas y ajustadas a los fines perseguidos. He aquí algunas de las más usadas dentro del sistema penal vigente.
LA COMPURGACIÓN. — Mediante, la compurgación (del latín “cum“, con, y “purgare“, purificar), un número determinado de testigos bien calificados (los “compurgadores”) daban razón y apoyaban el juramento del acusado respecto al, delito que se le imputaba; abonaban el buen nombre y la veracidad del acusado, con lo cual venían a apoyar su inocencia, en los casos, se entiende, en que éste no era visiblemente culpable. El número de testimonios necesarios variaba de acuerdo con la gravedad de la acusación: una decena de testigos excusaba a un acusado de hurto; setenta y dos, a un acusado de homicidio; para delitos considerados gravísimos, tales como traición, asesinato de nobles o príncipes, podían ser necesarios hasta trescientos testigos.
LAS ORDALÍAS. — Si, no obstante todos los testimonios, el resultado era todavía dudoso, solía recurrirse a las ordalías. En antiguo alemán significaba “sentencia, juicio”, y fueron llamadas también “juicio de Dios”. El acusado, con las manos y los pies atados, era arrojado a un río: en caso de ser inocente, iría hasta el fondo; en caso de ser culpable permanecería a flote, pues las aguas, oportunamente exorcizadas con una ceremonia religiosa, rechazarían al pecador. Otras veces, el acusado debía caminar con los pies desnudos sobre carbones encendidos o sobre hierros al rojo, o bien sostener en una mano un hierro enrojecido, o ya sumergir el brazo en agua hirviente. La prueba de su inocencia consistía en que lograra atravesar sin daños irreparables las terribles pruebas. Otras veces, el acusado era obligado a recibir una hostia administrada por un sacerdote, en la creencia de que, de ser culpable, caería fulminado. Se presumía que Dios protegería el inocente; de ahí el nombre de “juicio de Dios”.
EL DUELO. — También el duelo era muy Usado entre los francos para decidir las controversias judiciales. Acusado y acusador se enfrentaban armados en duelo, y la victoria (se presumía) no podía corresponder sino al inocente.
EL GUIDRIGUILDO. — Se podían compensar los delitos abonando una suma en dinero, llamada “guidriguildo” (del antiguo alemán “wider“, contra, y “geld“, oro, dinero). De esta suma, un tercio era para el gobierno y los dos tercios restantes para la parte damnificada. Naturalmente, la suma variaba de acuerdo con la gravedad del delito y el rango social del ofendido: un romano que hubiera atacado y robado a un franco pagaba 2.500 dineros, mientras que un franco que hubiera cometido el mismo delito contra un romano pagaba 1.400 dineros; el asesinato de un franco se compensaba con un pago dé 8.500 dineros, mientras que el de un romano, en cambio, sólo con 4.000.
LA LEY SÁLICA
No puede extrañar que un pueblo tan laborioso como los francos se diese prudentes leyes destinadas a regir su convivencia. Una de dichas leyes fue la llamada “ley sálica”, que adquirió singular notoriedad por hallarse vinculada a enojosas cuestiones dinásticas. Esta disposición, que integraba el sistema legal de los francos salios, determinaba que la transmisión del poder real debía realizarse por vía masculina, dando preferencia a los hermanos varones del monarca fallecido, cuando éste tuviera sólo hijas. Esta cuestión originó las llamadas “guerras carlistas”, que por tres veces llevaron a millares de hombres a la, lucha armada en el territorio peninsular. Esa ley, tan conocida por su vinculación con la historia española, comprendía también muchas otras disposiciones que regulaban las relaciones entre los integrantes del pueblo de los francos. Fue redactada a comienzos del siglo VI y aprobada después de haber sido cuidadosamente examinada por tres asambleas populares que la analizaron democráticamente; sólo entonces entró en vigor en el reino, como regla normativa que todos estaban obligados a cumplir.
No puede extrañar que un pueblo tan laborioso como los francos se diese prudentes leyes destinadas a regir su convivencia. Una de dichas leyes fue la llamada “ley sálica”, que adquirió singular notoriedad por hallarse vinculada a enojosas cuestiones dinásticas. Esta disposición, que integraba el sistema legal de los francos salios, determinaba que la transmisión del poder real debía realizarse por vía masculina, dando preferencia a los hermanos varones del monarca fallecido, cuando éste tuviera sólo hijas. Esta cuestión originó las llamadas “guerras carlistas”, que por tres veces llevaron a millares de hombres a la, lucha armada en el territorio peninsular. Esa ley, tan conocida por su vinculación con la historia española, comprendía también muchas otras disposiciones que regulaban las relaciones entre los integrantes del pueblo de los francos. Fue redactada a comienzos del siglo VI y aprobada después de haber sido cuidadosamente examinada por tres asambleas populares que la analizaron democráticamente; sólo entonces entró en vigor en el reino, como regla normativa que todos estaban obligados a cumplir.
Reconstrucción de un aspecto de la vida cotidiana en una aldea franca: dos artesanos realizan un trabajo de forja de metales, en la cual eran sumamente hábiles.
Las Invasiones Bárbaras: Los hunos
Entretanto, los hunos habían proseguido su marcha y llegado a las orillas del Danubio y del Rin, donde a las órdenes de Atila amenazaron a los pueblos germanos. Este jefe fue famoso) por su intrepidez y su crueldad, a tal punto que un ermitaño lo llamó el azote de Dios, mote que Atila aceptó, ufanándose de que donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba.
En principio Atila , aceptó tierras y tributos de Roma, a cambio de si inercia, pero luego exigió que se le entregara la mitad del Imperio y se k concediera por esposa a la hermana del emperador. Como tales pretensiones fueron rechazadas, Atila invadió la Galia (451) y arrasó varias ciudades hasta llegar a París, cuyos habitantes, aterrorizados estaban resueltos a huir, cuando una joven llamada Genoveva (más tarde venerada por la Iglesia católica como Santa Genoveva) los convenció de que organizaran la resistencia e hicieran penitencia y oración.
En esas circunstancias, Atila, respondiendo al llamado del rey de los alanos, se dirigió a sitiar la ciudad de Orleáns, donde pensaba establecer su base de operaciones en la Galia. Aunque los habitantes de Orleáns, alentados por su obispo San Aiñan, resistieron denodadamente, finalmente fueron abatidos y se vieron obligados a entregar la plaza. Poco después llegó un ejército integrado por visigodos, burgundios y francos, comandado por el general Aecio, prefecto de la Galia, —llamado el ultimo de los romanos—, ante lo cual Atila abandonó la ciudad y retrocedió con sus tropas hasta los Campos Cataláunicos, en la Champaña, donde se libró una memorable batalla en la que se enfrentaron las fuerzas que conducía, integradas por una infinidad de pueblos de distinto origen, con el ejercito romano de Aecio, en el que militaban entre otros, los francos, sajones, galos, visigodos, borgoñones y alanos. El encuentro fue encarnizado y muy cruento, finalizando con el triunfo de Aecio, quien permitió que Atila se retirara.
Este se dirigió entonces a Italia, donde sitio y arrasó la ciudad de Aquilea. Desde allí emprendió la marcha hacia Roma, pero la intercesión del papa San León, que tuvo la valentía de ir a su campamento para concertar la paz, obtuvo su alejamiento a cambio de un tributo. Atila retrocedió hasta el Danubio y al año siguiente murió repentinamente (453), con lo cual sus seguidores se dividieron.
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