LA CONQUISTA DE OCCIDENTE | SIGUIENTE |
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Justiniano decidió emplear la capacidad de su general Belisario para fines más ambiciosos que la estéril guerra contra Persia. Por ello en 532 firmó con Cosroes I la que se llamó "paz eterna". El rey persa estaba pensando en reorganizar su Imperio, y para ello también le convenía la paz, así que firmó encantado sin tratar de aprovecharse de su última victoria. Cosroes I realizó un censo en el Imperio y estableció un nuevo sistema de impuestos. Adquirió una sólida fama de monarca culto, justo y tolerante. De hecho, fue conocido como Cosroes el Justo. Su fama llegó a oídos de los filósofos atenienses que se habían quedado sin saber qué hacer tras el cierre de la Academia. Decidieron emigrar a Persia y allí fueron bien recibidos.
El plan de Justiniano era nada menos que reconquistar el Imperio Romano de Occidente. Su primer objetivo fue África, pues tenía una clara excusa para intervenir: el rey Gelimer tenía prisionero a su predecesor Hilderico, que había sido aliado del Imperio. Justiniano exigió a Gelimer que le entregara a Hilderico, pero la respuesta del vándalo fue ejecutarlo.
En 533 Justiniano dotó a Belisario de una flota de unas quinientas naves, que transportaban quince mil soldados y otros tantos marineros, cinco mil caballos y todos los suministros necesarios. Era una fuerza mucho menor que la que León I había enviado a África medio siglo antes, pero esta vez el mando lo tenía un buen general. Belisario tomó todas las precauciones para que la población católica de África se pusiera de su lado. Además las fuerzas vándalas estaban divididas, y una buena parte de ellas se encontraba en Cerdeña cuando Belisario desembarcó cerca de Cartago. Belisario entró en la ciudad y prohibió a sus hombres el saqueo. Luego se produjo una segunda batalla contra las tropas que habían regresado de Cerdeña apresuradamente. Gelimer tuvo que huir y refugiarse entre los mauritanos, pero finalmente se entregó a condición de que se respetara su vida y la de su familia.
Mientras tanto Triboniano fue readmitido en sus funciones, pues había dejado a medias nuevos trabajos jurídicos y era poco menos que indispensable. Preparó cincuenta tomos de opiniones legales de juristas prestigiosos de los siglos II y III (la edad de oro del derecho romano), destinadas a orientar a los jueces en la interpretación de las leyes. También redactó un manual para estudiantes.
Ese mismo año murió san Remigio, el obispo de Reims que había bautizado a Clodoveo I.
En 534 Gelimer fue llevado a Constantinopla, donde figuró en el triunfo de Belisario. Luego recibió dominios en Galacia, donde se retiró con su familia. África pasó a formar parte nuevamente del Imperio Romano. Los vándalos se diluyeron entre la población y desaparecieron de la historia. El arrianismo fue erradicado de la región.
Finalmente, Clotario II, con la ayuda de su hermano Childeberto I, acabó con el rey burgundio Gundemaro. Entre los dos se repartieron Borgoña, que quedó así incorporada a Neustria. Ese mismo año murió Thierry I y fue sucedido por su hijo Teodeberto I. Había ayudado a sus tíos en la guerra contra Gundemaro, por lo que parte de Borgoña quedó bajo su dominio.
El joven rey ostrogodo Atalarico enfermó y murió antes de alcanzar la mayoría de edad. Su madre, Amalasunta, no podía seguir gobernando en solitario, así que inmediatamente se casó con un primo suyo, sobrino de Teodorico I, llamado Teodato. Sin embargo, en 535 Teodato encarceló a Amalasunta y poco después la hizo estrangular. Era la excusa perfecta para Justiniano, que al conocer la noticia se apresuró a enviar a Belisario contra Italia. Desembarcó en Sicilia, donde, al igual que había sucedido en África, logró el apoyo popular contra los visigodos.
Mientras tanto murió el papa Juan II y fue sucedido por Agapito I que, amenazado por Teodato, huyó a Constantinopla. Belisario pasó a Italia y logró avanzar hasta Nápoles sin encontrar apenas resistencia.
La emperatriz Teodora influía cada vez más en Justiniano en favor del monofisismo. Tenía un buen argumento, pues tanto Egipto como Asia Menor eran mayoritariamente monofisitas, por lo que cualquier gesto del emperador en favor del monofisismo sería sin duda bien recibido y potenciaría la lealtad de estas regiones. En 536 murió el papa san Agapito y la emperatriz Teodora propuso como nuevo papa al monofisita Vigilio, que marchó a Roma para ocupar el cargo, pero allí el clero romano había elegido a Silverio, hijo del papa Hormisdas, quien contaba con el apoyo de Teodato.
Los francos aprovecharon los problemas de los ostrogodos con el Imperio y no tardaron en apoderarse de la Provenza, que pasó a formar parte de Neustria. Belisario capturó Nápoles y Teodato tuvo que huir a Ravena, desde donde solicitó una negociación, pero sus hombres lo asesinaron y nombraron rey a Vitiges, que había sido ministro de Amalasunta. El nuevo rey trató de legitimar su posición casándose conMatasunta, nieta de Teodorico el Grande. Reunió un ejército en Ravena, pero no pudo impedir que Belisario tomara Roma. Aquí entraron en conflicto los dos papas, Silverio y Vigilio I. El primero defendía el catolicismo y el segundo el monofisismo. Teodora trató de que Silverio desautorizara el concilio de Calcedonia y, ante su negativa, logró que fuera desterrado en 537, tras lo cual no tardó en morir. Vigilio I fue finalmente reconocido como papa y condenó a su predecesor, san Silverio. Vitiges puso sitio a Roma.
La rebelión de Nika había destruido la basílica de Constantino, la principal iglesia de Constantinopla. Después de cinco años una nueva iglesia estaba lista para su inauguración. Era la iglesia de Santa Sofía,esto es, la iglesia de la Sabiduría Divina. Fue construida sobre las ruinas de la anterior, pero sobre un perímetro mayor. Los muros eran de mármol pulido de varios colores, contaba con columnas talladas en piedras diversas, entre ellas un feldespato de color rojo púrpura llamado pórfido y un mármol verde veteado llamado mármol serpentino. En la decoración destacaba un nuevo arte que se había desarrollado bajo el reinado de Justiniano: el mosaico. Se trataba de figuras formadas con pequeños trozos de vidrio de colores o de vidrio trasparente sobre hojas de oro. Pero lo más espectacular era la cúpula. Desde hacía unos cuarenta años, los arquitectos de Asia Menor habían perfeccionado una técnica para colocar una cúpula hemisférica sobre un soporte cuadrado, de modo que la parte inferior de la cúpula podía perforarse con muchas ventanas sin perder su estabilidad. La cúpula de Santa Sofía era tan grande y tenía tantas ventanas que todo el interior de la iglesia recibía la luz del sol y los mosaicos brillaban en un sorprendente juego de luces. Se cuenta que cuando Justiniano la vio acabada gritó "¡Salomón, te he superado!".
En Japón la dinastía del Yamato había ido asimilando paulatinamente la cultura china a través de Corea. Así llegó a la isla la elaboración de la seda, la escritura, el papel, la cerámica barnizada, la arquitectura y algunos elementos de la cultura confucionista y taoísta. En un momento dado, el soberano cambió su título (miyatsuko) por el título chino de emperador (tenno). Unos dos siglos más tarde el emperador japonés encargó la redacción de un par de obras "históricas" con el fin de legitimar su dominio. En ellas se relata que el Imperio fue creado por Jimmu, que era nieto de Amaterasu, la diosa del Sol. Así, el Imperio Japonés resulta ser el estado más antiguo del mundo, con una línea imperial ininterrumpida que se remonta a los primeros padres, Izanagi e Izanami a través de Amaterasu, la diosa del Sol, que instituyó el Imperio por decreto divino y dio superioridad al emperador por encima de todos los demás. Esta historia figuraba todavía en los libros de texto oficiales de la escuela primaria japonesa a mediados del siglo XX.
El año 538 se considera el inicio del periodo histórico japonés. Fue el año en que el budismo se convirtió en religión oficial, aunque también pervivió la vieja religión animista. Muchos aristócratas japoneses iban a estudiar a China, mientras que los monjes budistas coreanos se instalaban en la corte japonesa. Esto produjo tensiones sociales que se canalizaron a través de la rivalidad entre dos clanes: el clan Soga,favorable al budismo y a la cultura china, y el clan Mononobe, partidario de los cultos indígenas y del aislamiento político del Yamato.
Por esta época, un misionero britano llamado Gildosio, que había estado predicando el cristianismo por Irlanda y Britania, se retiró a la isla de Houat, donde atrajo pronto seguidores y fundó el monasterio deRhuis.
Belisario resistía en Roma el asedio de Vitiges. Parece ser que Justiniano no le envió los refuerzos necesarios. Esto puede interpretarse como signo de que el emperador recelaba de un general excesivamente victorioso, pero también pudo deberse simplemente a que Justiniano pretendía seguir la estrategia que caracterizó al Imperio oriental a lo largo de toda su historia: obtener victorias con pocos recursos a base de evitar enfrentamientos directos. En cualquier caso lo cierto es que se generó una tensión entre Belisario y Justiniano. El emperador envió a Roma a Narsés, un eunuco que se había ganado la confianza de Justiniano durante la insurrección de Nika y que desde entonces se había convertido en el hombre más influyente de Constantinopla, después de los propios Justiniano y Teodora. Belisario consideró que Narsés no era más que un espía, y no se llevó bien con él. Logró que Vitiges abandonara el asedio y en 539 fue él quien puso sitio a Ravena.
Mientras tanto, el franco Teodeberto se lanzó al saqueo sobre Italia y logró varias victorias tanto contra los ostrogodos como contra el ejército imperial.
En 540 Narsés tuvo que volver a Constantinopla. Vitiges acababa de solicitar la rendición, pero según la versión que Narsés llevó al emperador (no está claro que sea cierta), Vitiges había ofrecido su rendición ante Belisario, no ante Justiniano. Entonces Justiniano envió sus propios negociadores para tratar con los ostrogodos por encima de Belisario. Ofreció un reparto de Italia: el sur para el Imperio, el norte para los ostrogodos. Belisario no aceptó estos términos y estrechó el asedio, hasta que los ostrogodos tuvieron que rendirse incondicionalmente. Justiniano otorgó a Vitiges el título de patricio y le dio unas tierras en Asia Menor.
Mientras tanto, los persas, conscientes de que Justiniano estaba demasiado implicado en el Oeste para poder ocuparse debidamente del Este, invadieron Siria sin previo aviso y llegaron hasta el Mediterráneo. Pusieron sitio a Antioquía y ofrecieron respetarla a cambio de media tonelada de oro. La oferta fue rechazada, así que la ciudad fue saqueada.
En 541 los ostrogodos eligieron rey a Erarico, pero fue apuñalado al poco tiempo en un banquete. El nuevo rey pasó a ser Totila. Justiniano destinó a Belisario al frente persa, y Totila aprovechó la circunstancia para tratar de reconstruir el reino ostrogodo. Ese mismo año Justiniano emprendió ciertas reformas administrativas en el Imperio, entre las que estuvo la eliminación definitiva del consulado. Hacía ya siglos que el consulado era un cargo meramente honorífico, sin ninguna función real, y ahora, después de más de mil años de su institución, desaparecía para siempre.
Mientras tanto el duque visigodo Teudiselo logró expulsar definitivamente a los francos de la península ibérica. El rey Teudis, alarmado por la expansión de Justiniano, tomó la plaza africana de Septem(Ceuta) en 542, si bien pronto fue reconquistada por el ejército imperial. Belisario logró detener el avance del rey persa Cosroes I. Mientras tanto Constantinopla tenía que hacer frente a la primera de una serie de epidemias de peste bubónica que iban a castigarla durante los años siguientes.
La labor de Belisario frente a los persas se vio nuevamente entorpecida por las tensiones con el emperador. En 543 se le ordenó volver a Constantinopla. Mientras tanto Totila conseguía cada vez más éxitos en Italia, que culminaron con la toma de Cumas y Nápoles.
El cristianismo estaba penetrando lentamente en Nubia. Un misionero monofisita llamado Julián convirtió al rey de Nobatia, mientras que el reino de Makuria no tardó en aceptar el cristianismo bizantino. En cambio, más al sur, en Alodia, triunfó también el monofisismo.
En 544 Totila puso sitio a Roma y Justiniano tuvo que enviar a Belisario de nuevo a Italia.
En 545 murió, retirada en un convento, santa Clotilde, la viuda del rey franco Clodoveo I. También murió el jurista Triboniano, que fue recordado como "el más sabio de su tiempo". Los persas firmaron finalmente la paz con el Imperio, si bien Justiniano tuvo que entregar para ello una tonelada de oro.
En 546 Totila asedió Roma por segunda vez, y ahora logró ocuparla sin que Belisario pudiera evitarlo, pues su ejército era sin duda alguna inadecuado. Aquí acabó la suerte de Roma. Los ostrogodos derribaron sus murallas y destruyeron sus acueductos. La ciudad se quedó sin su agua corriente y su alcantarillado. Las tierras altas se quedaron sin agua y las bajas se convirtieron en marismas plagadas por la malaria. En 547 Belisario logró tomar Roma. Ese mismo año murió san Benito, el fundador de la orden benedictina.
Justiniano había realizado un nuevo gesto de acercamiento a los monofisitas al condenar la obra de tres obispos a los que los monofisitas acusaban de nestorianos. Eran Teodoro de Mopsuesto, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Los tres habían muerto años atrás. La medida fue bien recibida en Oriente, pero en la propia Constantinopla y en Occidente suscitó una polémica conocida como el asunto de los tres capítulos. El problema era que Teodoreto de Ciro había destacado en el concilio de Calcedonia, donde se había condenado el monofisismo, por lo que en Occidente se entendía que al condenar su obra se ponía en entredicho la resolución del concilio. Justiniano logró que el patriarca de Constantinopla ratificara la prohibición, y a continuación llamó a la capital al papa Vigilio, para que hiciera otro tanto. La actitud de Vigilio fue ambigua, pero en 548 ratificó la condena. Poco después, un concilio celebrado en Cartago excomulgó al papa. Vigilio, asustado, se retractó de su decisión, pero con ello no evitó que el obispo de Aquilea (Italia) negara la autoridad papal. La polémica se paralizó momentáneamente a raíz de la muerte de la emperatriz Teodora.
También murió el rey de Austrasia Teodeberto I, que fue sucedido por su hijo Teodebaldo. Mientras tanto, Belisario, frustrado por la falta de recursos, solicitó dejar Italia y regresar a Constantinopla, donde pasó a dirigir la guardia imperial. Totila no tardó en recuperar Roma. A finales de año murió asesinado el rey visigodo Teudis, y fue sucedido por su general Teudiselo, pero apenas un mes después, ya en 549,fue también asesinado en un banquete. El nuevo rey fue Agila, pero su reinado se vio enturbiado por numerosas conspiraciones de la nobleza visigoda.
Los filósofos griegos que marcharon a Persia cuando Justiniano cerró la Academia de Atenas se encontraron con que Persia no era lo que habían esperado. Cosroes I no los persiguió, pero tampoco se ocupó mucho de ellos, así que decidieron volver a Grecia. Para ello recibieron la ayuda del rey, que negoció con Justiniano para que les permitiera volver (aunque se les mantuvo la prohibición de enseñar). Cuando murieron, pocos años después, con ellos murió el paganismo griego.
En 550 el rey ostrogodo Totila extendió sus conquistas por el sur de Italia y dominó las islas: Sicilia, Córcega y Cerdeña.
A mediados del siglo VI d.C, el emperador Justiniano, gobernante del Imperio Romano de Oriente, se lanzó a la reconquista de los antiguos territorios romanos de Europa Occidental, perdidos tras las invasiones de las tribus bárbaras germánicas. Para llevar a cabo su ambicioso plan de reconquista, Justiniano contaba con uno de los estrategas más brillantes de la Historia: Flavio Belisario.
Belisario era un guerrero valiente y humilde, un hombre que se regía siempre por su código de honor sin intentar obtener beneficios personales. Era en definitiva un idealista en un mundo decadente y corrupto. Su éxito en la reconquista de Roma haría soñar brevemente a Europa con la vuelta a la antigua grandeza del Imperio Romano.
Belisario era un guerrero valiente y humilde, un hombre que se regía siempre por su código de honor sin intentar obtener beneficios personales. Era en definitiva un idealista en un mundo decadente y corrupto. Su éxito en la reconquista de Roma haría soñar brevemente a Europa con la vuelta a la antigua grandeza del Imperio Romano.
Tradicionalmente, la Historia Occidental consideró la caída de Roma en el año 476 d.C como el fin del Imperio Romano y la entrada de Europa en las tinieblas de la Edad Media, “olvidándose” de la existencia del Imperio Romano de Oriente, con sede en Constantinopla. Este imperio pasó a ser conocido despectivamente como “Imperio Bizantino”, como si fuera algo nuevo y completamente diferente. Nada más lejos de la realidad: el Imperio Bizantino es una evolución del Imperio Romano y su historia es una continuación de la de éste. Esta explicación es necesaria para entender en su justa medida la idea de “Recuperatio Imperii” que pretendía el emperador Justiniano: la recuperación de los territorios que habían conformado antiguamente el Imperio romano de Occidente y su reunificación con el Imperio romano de Oriente.
Pero antes de que Justiniano pensara siquiera en avanzar hacia Occidente tenía que consolidar su poder político y hacer frente a los ataques del Imperio Persa Sasánida que amenazaban su frontera oriental. Es en estas campañas militares contra los sasánidas donde surge la figura de un joven y brillante estratega llamado Flavio Belisario.
Flavio Belisario (500-565 d.C):
Flavio Belisario probablemente nació en Tracia en el año 500 de nuestra era. Al llegar a la adolescencia se enroló en el ejército y en poco tiempo, y gracias a su valía, comenzó a servir en los “bucellarii”, la guardia personal, del general Justiniano (483-565), el comandante del Ejército de Oriente y sobrino y heredero del emperador Justino I.
Al poco tiempo de ingresar en la guardia, el joven oficial dio muestras de tener mucha iniciativa y grandes dotes organizativas, ya que propuso a Justiniano la creación en el seno de la guardia imperial de un cuerpo especial de elite formado por 1.500 soldados de caballería pesada: los “bucellarii” de Belisario.
El Imperio Romano de Oriente se veía amenazado en sus fronteras de Armenia y Mesopotamia por el poderoso Imperio Persa Sasánida. En las numerosas batallas fronterizas entre ambos imperios, los romanos se habían visto siempre superados por la caballería sasánida y será precisamente ese modelo el que usara Belisario para crear su unidad de elite.
La caballería sasánida estaba basada en dos tipos de tropas diferentes, arqueros a caballo encargados de hostigar al enemigo y “catafractos”; una caballería pesada en la que tanto hombre como caballo llevaban una pesada armadura de cota de malla y placas de metal que solo dejaba los ojos al descubierto y que les protegía eficazmente de los disparos de flechas. Belisario combinó ambos tipos de tropas en una sola.
Los bucellarii de Belisario llevaban la pesada armadura de los catafractos, usaban estribos para cargar arrolladoramente con la lanza y además estaban armados con un arco compuesto pequeño, usado para disparar mientras cabalgaban, lo cual les permitía tener una gran polivalencia táctica. Este pesado armamento, sumado a su férrea disciplina y su alto nivel de entrenamiento les convertía en una de las mejores fuerzas de elite de la época y el núcleo del nuevo ejército bizantino que otorgaría grandes éxitos a Belisario varios años después.
Las innovadoras ideas de Belisario y su buen trabajo como oficial durante las guerras fronterizas, permitieron que ascendiera rápidamente y tras la muerte de Justino I, en el año 527, el nuevo emperador, Justiniano I, nombró a Belisario comandante de los ejércitos imperiales en las fronteras del este, encargándole la defensa de la fortaleza de Daras, en Mesopotamia, una de las zonas más conflictivas, dada su gran cercanía a la frontera persa. Llegaba el momento en que Belisario tendría que demostrar en el campo de batalla todas sus dotes militares, ya que el ejército sasánida, aparte de ser mucho más numeroso, era uno de los mejores ejércitos de la época.
Tres años después, y tras varios choques fronterizos, Belisario se enfrentó a una invasión persa en gran escala que pretendía conquistar la fortaleza de Daras y abrirse paso hasta el interior del Imperio. Belisario, con 25.000 hombres, muchos de ellos mercenarios y levas de poca calidad, tenía que detener a más de 40.000 persas comandados por el general Perozes. En julio de ese mismo año de 530 d.C, ambos ejércitos se enfrentaron en la sangrienta Batalla de Daras.
Para detener al enemigo, Belisario había colocado a su ejército formando una línea de infantería que estaba protegida al frente con un foso y estacas afiladas, obligando así a los persas a atacarles por los flancos, donde no podrían usar su gran superioridad numérica. Además, la caballería romana protegía estos flacos, dispuesta a contraatacar a los persas en caso de que estos rompieran la línea de infantería.
Como había previsto Belisario, el primer ataque persa fue por el flanco izquierdo y aunque consiguió romper la línea de infantería romana, la caballería contraatacó y los obligó a replegarse. El siguiente ataque persa fue por el flanco derecho, y esta vez usaron una mayor cantidad de tropas. Tras romper la línea de infantería los persas avanzaron arrolladoramente obligando a huir a los infantes romanos, pero, al igual que ocurrió con el otro flanco, Belisario contraatacó con la reserva y con los bucellarii pesados de su guardia. Los persas lanzaron al combate a su caballería con objeto de ganar el combate, pero la caballería bizantina se impuso y logro hacer retroceder a los persas, los cuales emprendieron la huida. Belisario, gracias a su habilidad táctica y a la caballería pesada que había formado, había ganado su primera gran batalla y había causado más de 5.000 bajas a sus enemigos.
Sin embargo, al año siguiente, 531 d.C, la suerte no le favoreció y sufrió una ajustada derrota en la “Batalla de Calinico”, a orillas del río Éufrates. En esta ocasión, los persas, junto a sus aliados árabes, habían enviado un ejército de 25.000 hombres compuesto únicamente por tropas de caballería, que tras cruzar audazmente el desierto arribaron al desprotegido corazón de Mesopotamia. Ante el grave peligro de tener un ejército enemigo campando a sus anchas por el interior de la provincia Belisario tuvo que dejar la frontera y acudir con su ejército a marchas forzadas para detener a los persas a la altura de la ciudad de Calcis.
En la batalla que se produjo a orillas del río Calinico, las tropas de Belisario, compuestas en su gran mayoría por soldados de infantería intentaron detener las sucesivas cargas de la caballería enemiga, pero finalmente su flanco derecho fue rebasado y los persas les acorralaron contra el río. La situación era desesperada y solo la valentía de Belisario y sus esfuerzos por reagrupar a sus hombres impidieron que todo el ejército romano fuera aniquilado. Belisario, luchando codo con codo con sus hombres de espaldas al río, consiguió aguantar los sucesivos ataques persas hasta que cayó la noche y los restos de su ejército pudieron ser evacuados en barcazas que remontaron el río. Una vez más se había puesto de manifiesto la superioridad de la caballería pesada sobre la infantería y solo el valor personal del general Belisario impidió que los romanos fueran aniquilados.
Esta derrota no fue determinante, ya que la caballería persa difícilmente podía asediar y conquistar ninguna gran ciudad y se limitó a arrasar los campos. Pero las continuas campañas de invasión persas estaban debilitando enormemente al Imperio Romano de Oriente y Justiniano no tuvo más remedio que negociar la paz con el Imperio Sasánida. Finalmente, al año siguiente, el 532 d.C, ambos imperios firmaron la denominada “Paz Eterna”, mediante la cual los persas se comprometían a respetar los límites fronterizos y a cesar sus ofensivas a cambio de que Bizancio les pagara anualmente un oneroso tributo.
Mientras se negociaba el tratado de paz, Belisario, convertido ya en un héroe, regresó a la capital del Imperio de Oriente, Constantinopla y estando allí le sorprendió la denominada “Revuelta de Niké”, una sangrienta revuelta que se desató a comienzos del año 532 entre las dos facciones: verdes y azules, de seguidores de las carreras de cuadrigas del Hipódromo. La revuelta, de tintes sociales, pretendía una reducción de los altos impuestos que pagaban las clases más bajas, pero se convirtió inesperadamente en una gran amenaza para el trono de Justiniano cuando varios senadores se aliaron con los revoltosos y pretendieron destronar al emperador. Belisario, junto con el gobernador militar de Iliria, Mundus, intervino militarmente, desatando una represión que acabó con la vida de más de 30.000 personas y que baño en sangre la protesta, acabando definitivamente con ésta.
Aunque hoy en día, con los valores morales del siglo XXI, nos pueda parecer terrible la represión que lanzó Belisario contra las turbas de revoltosos, hay que enmarcarla en una época en la que por desgracia la vida humana solía ser la moneda de cambio con la que frecuentemente se obtenía el orden y la paz.
En reconocimiento a esta desagradable labor de pacificación de la ciudad, Justiniano premió a Belisario con el mando de una gran expedición que el Imperio se disponía a lanzar al año siguiente, 533 d.C, contra la tribu germánica de los vándalos, que tras atravesar España habían ocupado las antiguas provincias romanas del norte de África fundando allí un prospero reino. Con esta expedición Justiniano pretendía recuperar el prestigio perdido durante las revueltas de Niké y de paso dominar las costas del Mediterráneo y reabrir las rutas comerciales con África.
Campaña de África:
A finales del verano del 533 d.C, Belisario desembarcó en las costas de Túnez al mando de 15.000 hombres (10.000 infantes y 5.000 jinetes) y avanzó hacia la capital del reino vándalo, la famosa Cartago. Las fuerzas del rey vándalo Gelimer, unos 20.000 hombres, salieron al encuentro de los romanos y tomaron posiciones en un desfiladero situado a 10 millas de Cartago y desde el cual se podía bloquear fácilmente la vía de acceso a la ciudad.
El 13 de septiembre de 533 d.C Belisario se dispuso a apartar a los vándalos de sucamino y ambos ejércitos entablaron la “Batalla de Ad Decimum”, llamada así porque el Ad Decimum era el miliario, o señal de la calzada, ubicado a la entrada del desfiladero y que indicaba las 10 millas romanas que faltaban para llegar a Cartago.
Para romper la fuerte línea defensiva enemiga, Belisario atacó a los vándalos por ambos flancos y por el centro, con objeto de que ningún contingente bárbaro pudiera acudir en ayuda de los otros. Sin embargo, el rey Gelimer era un militar competente y su caballería pesada era muy superior a la romana, así que consiguió detener y derrotar a los bizantinos en el centro de su posición. Los romanos, por su parte, consiguieron imponerse en ambos flancos, aplastando a los vándalos que les hacían frente y matando en el proceso al hermano y al sobrino del rey Gelimer. Justo cuando se preparaba para lanzar un ataque general por el centro, Gelimer se enteró de las muertes de sus parientes y sufrió todo un shock. Gelimer se dispuso a enterrar a su hermano en vez de lanzar el ataque que le habría otorgado la victoria.
La indecisión enemiga permitió a Belisario reagrupar a sus tropas y lanzar un contraataque que le permitió finalmente alzarse con la victoria.
Al día siguiente, los romanos entraron en Cartago. La ciudad se había rendido a cambio de que fueran respetadas las vidas y propiedades de los habitantes.
La indecisión enemiga permitió a Belisario reagrupar a sus tropas y lanzar un contraataque que le permitió finalmente alzarse con la victoria.
Al día siguiente, los romanos entraron en Cartago. La ciudad se había rendido a cambio de que fueran respetadas las vidas y propiedades de los habitantes.
Sin embargo, el rey Gelimer no estaba dispuesto a perder su reino tan fácilmente. Tras abandonar Cartago, el rey se había desplazado a la localidad de Bulla Regia, situada a 150km de Cartago, con objeto de reagrupar sus fuerzas. Tras recibir refuerzos de parte de los contingentes de soldados vándalos que ocupaban la isla de Cerdeña, Gelimer reunió por fin un numeroso ejército que triplicaba el número de tropas que tenía Belisario.
Tras estos preparativos, Gelimer avanzó al frente de su vasto ejército con objeto de reconquistar Cartago. Tras destruir el acueducto que suministraba agua a la capital, Gelimer acampó en la localidad de Tricamerón, situada a 27 kilómetros de Cartago, decidido a esperar allí a los romanos. Belisario no tardó en complacer a los vándalos y el día 15 de diciembre del 533 salió de la ciudad para entablar batalla contra los barbaros.
Belisario ordenó a su caballería, que estaba bajo el mando del experto comandante Juan el Armenio, que avanzara en vanguardia y despejara el camino para que la infantería pudiera avanzar sin problemas hasta el campamento vándalo.
A su vez, el rey Gelimer ordenó a su caballería pesada que saliera del campamento para enfrentarse con la caballería bizantina. La caballería bizantina, apoyada por los mercenarios hunos que habían contratado para la campaña, se lanzó a la carga contra los vándalos pero fue rechazada y obligada a retirarse. Tras una segunda carga igual de infructuosa, Juan el Armenio cambió de táctica y ordenó a sus arqueros a caballo que atacaran a los bárbaros. Los arqueros consiguieron diezmar a la caballería vándala y la obligaron a retirarse, pudiendo así llegar la infantería de Belisario al campo de batalla sin sufrir ningún ataque de la temible caballería enemiga.
A su vez, el rey Gelimer ordenó a su caballería pesada que saliera del campamento para enfrentarse con la caballería bizantina. La caballería bizantina, apoyada por los mercenarios hunos que habían contratado para la campaña, se lanzó a la carga contra los vándalos pero fue rechazada y obligada a retirarse. Tras una segunda carga igual de infructuosa, Juan el Armenio cambió de táctica y ordenó a sus arqueros a caballo que atacaran a los bárbaros. Los arqueros consiguieron diezmar a la caballería vándala y la obligaron a retirarse, pudiendo así llegar la infantería de Belisario al campo de batalla sin sufrir ningún ataque de la temible caballería enemiga.
Gelimer, desconcertado por la derrota de sus mejores tropas y tras divisar que la infantería de Belisario se preparaba para atacar el campamento, sufrió un ataque de pánico y escapó a lomos de su caballo, dejando a su ejército sumido en el más absoluto desconcierto. Poco después cundió la desmoralización entre los vándalos y escaparon en todas direcciones sin entablar batalla contra la infantería romana.
Tras esta fácil victoria el ejército vándalo se desintegró y Belisario se apoderó del vasto tesoro que habían acumulado los vándalos en sus correrías. Además, con esta victoria Justiniano recuperó de golpe casi todas las antiguas provincias romanas del Norte de África y las islas de Córcega, Cerdeña y Baleares. Teniendo en cuenta el escaso número de tropas de las que había dispuesto para la campaña, la victoria de Belisario sobre los vándalos había sido toda una proeza.
A su regreso a Constantinopla en el 534 d.C, Belisario fue recibido como un héroe. Se le otorgó el “triunfo”, premio que tradicionalmente Roma entregaba a sus generales victoriosos y además, Belisario recibió el cargo honorifico de “Cónsul Único”, un reconocimiento propio de la antigua República Romana. Parece ser que las victorias en África habían traído al Imperio una cierta nostalgia por la gloria pasada.
Las victorias de Belisario trajeron como primera consecuencia directa que el emperador Justiniano, pletórico de moral y con las arcas llenas gracias al tesoro de los vándalos, decidiera recuperar la vieja ciudad eterna: Roma.
Campaña de Italia:
Un nuevo reto esperaba al general Belisario, quien en el año 535 d.C se embarcó con su ejército de 15.000 hombres en una nueva expedición para combatir contra los bárbaros ostrogodos que ocupaban Italia.
El primer paso que realizó Belisario en la nueva campaña fue la invasión de Sicilia, ya que esta isla era excelente para instalar una base de operaciones desde la cual atacar el resto de Italia sin dificultad. La conquista de Sicilia fue bastante fácil y en poco tiempo, los romanos de Oriente crearon una base solida desde la que desembarcar en la Península Italiana.
Tras pasar el invierno en Sicilia, en la primavera del año 536 d.C Belisario desembarcó con su ejército en Reghium, en las costas del sur de Italia. Sin encontrar apenas resistencia los romanos orientales avanzaron rápidamente a través del sur de Italia, siendo acogidos como libertadores por la población local. En poco tiempo llegaron a la ciudad de Neápolis (actual Nápoles), a la cual pusieron bajo asedio. Tras solo veinte días de asedio la ciudad cayó y la guarnición goda que había defendido la ciudad fue pasada a cuchillo. Esta masacre fue una advertencia que Belisario mandaba a los godos: mataría a todo aquel que opusiera resistencia a la liberación de Italia.
Tras dejar un contingente de tropas como guarnición en Neápolis, Belisario partió rápidamente a la conquista de Roma con un ejército de 10.000 hombres. Estas tropas parecerían insuficientes para conquistar una amplia urbe como era Roma, pero Belisario estaba dispuesto a no perder la iniciativa y confiaba en el apoyo de la población local para derrotar a los ostrogodos.
Mientras Belisario avanzaba hacia Roma, los ostrogodos, alarmados por la pérdida de Neápolis, comenzaron a organizarse para hacer frente a la invasión romana. En primer lugar, los nobles depusieron al ineficaz rey Teodato y eligieron como nuevo rey a Vitiges, quien, desde su capital en Rávena, comenzó a organizar un ejército con el que oponerse a Belisario. Antes de que acabaran sus preparativos le sorprendió la noticia de que Belisario había conquistado Roma.
En diciembre del 536 d.C, Belisario entró sin oposición en la milenaria ciudad de Roma. La guarnición ostrogoda había escapado hacía el norte temerosa de sufrir el mismo fin que la guarnición de Neapolis. Nada mas asentarse en la urbe, Belisario comenzó a prepararse para defenderla del previsible contraataque ostrogodo. Con la ayuda de trabajadores locales comenzó a reforzar las defensas de la ciudad y a hacer acopio de víveres, esto último como precaución ante la posibilidad de sufrir un asedio duradero.
Las medidas de Belisario se demostraron acertadas cuando al poco tiempo el rey Vitiges se presentó ante la ciudad con un ejército de 20.000 hombres, el doble de efectivos de los que disponía Belisario.
Inmediatamente, los ostrogodos pusieron la ciudad bajo asedio, construyendo varios campamentos fortificados para controlar todas las entradas de la ciudad. Además, destruyeron los acueductos para cortar el suministro de agua a la ciudad. Esta medida no tuvo demasiada importancia porque Belisario contaba con varios pozos y con el agua del río Tiber para abastecer a la población.
Inmediatamente, los ostrogodos pusieron la ciudad bajo asedio, construyendo varios campamentos fortificados para controlar todas las entradas de la ciudad. Además, destruyeron los acueductos para cortar el suministro de agua a la ciudad. Esta medida no tuvo demasiada importancia porque Belisario contaba con varios pozos y con el agua del río Tiber para abastecer a la población.
El mayor problema de Belisario era su escasez de tropas, así que tuvo que recurrir al reclutamiento de una milicia de ciudadanos para que ayudaran a defender las murallas, mientras esperaba que el emperador Justiniano le enviara refuerzos con los que poder entablar batalla y levantar el cerco.
Mientras esperaba la llegada de refuerzos, Belisario se dedicó a acosar a los ostrogodos con constantes incursiones de su caballería. Con la llegada de la primavera del año 537 d.C, 1.600 jinetes hunos, mercenarios al mando del general romano Martín, llegaron a Roma para ayudar a Belisario. Aunque no era un ejército lo suficientemente numeroso como para que le permitiera entablar batalla, los arqueros a caballo de los hunos le permitirían intensificar las incursiones contra los campamentos ostrogodos y minarles así la moral progresivamente.
Mientras esperaba la llegada de refuerzos, Belisario se dedicó a acosar a los ostrogodos con constantes incursiones de su caballería. Con la llegada de la primavera del año 537 d.C, 1.600 jinetes hunos, mercenarios al mando del general romano Martín, llegaron a Roma para ayudar a Belisario. Aunque no era un ejército lo suficientemente numeroso como para que le permitiera entablar batalla, los arqueros a caballo de los hunos le permitirían intensificar las incursiones contra los campamentos ostrogodos y minarles así la moral progresivamente.
El tiempo pasaba y Belisario comenzaba a inquietarse con la progresiva disminución de víveres y el descontento de la población. Parecía más probable que los civiles romanos les abrieran las puertas a los ostrogodos que éstos pudieran tomar la ciudad por asalto, así que Belisario tuvo que situar a sus hombres de confianza en todas las puertas de la ciudad para reforzar la seguridad. Finalmente, cuando parecía que los ostrogodos conseguirían rendir la ciudad, en marzo del año 538 d.C, llegó al puerto de Ostía un contingente de 5.500 infantes y 2.000 jinetes al mando del general bizantino Juan “el Sanguinario”. Los tan ansiados refuerzos habían llegado y habían traído consigo una gran cantidad de vivieres con los que alimentar a los sitiados.
Ante esta situación, el rey Vitiges estalló de cólera al ver frustrados sus planes, ya que la caída de la ciudad parecía inminente. Tras lanzar un asalto infructuoso contra la ciudad, Vitiges levanto el asedió y regresó con sus hombres a su capital, Ravena.
Ante esta situación, el rey Vitiges estalló de cólera al ver frustrados sus planes, ya que la caída de la ciudad parecía inminente. Tras lanzar un asalto infructuoso contra la ciudad, Vitiges levanto el asedió y regresó con sus hombres a su capital, Ravena.
Poco después, con objeto de no dar tiempo a Vitiges a rehacerse de la derrota, Belisario salió de Roma con su ejército para conquistar el norte de Italia y acabar definitivamente con los ostrogodos. Una a una todas las ciudades con presencia ostrogoda fueron cayendo ante el ejército bizantino, hasta que finalmente, a comienzos del 540 d.C, Belisario consiguió poner bajo asedió la capital enemiga: Ravena.
Mientras Belisario asediaba Ravena llegó a Italia un nuevo ejército bizantino al mando del general Narsés. Narsés era un eunuco que había llegado a convertirse en el Gran Chambelán de la corte de Justiniano gracias a su prodigiosa inteligencia y su dominio del juego político y las conspiraciones que tanto abundaban en la corte del Imperio de Oriente. Belisario ordenó a Narsés que acudiera con su ejército para reforzar el sitio de Ravena, pero éste se negó a recibir órdenes de Belisario y se dedicó a actuar por su cuenta. El conflicto entre ambos marcaría el futuro de la campaña italiana y del propio Belisario.
Mientras Vitiges resistía en Rávena con un ejército de 25.000 hombres, desde el norte acudían en su auxilio diversos contingentes de godos. Uno de estos ejércitos arrasó a su paso la ciudad de Mediolanum (actual Milán) sobre la cual desató una terrible matanza, asesinando a todos los varones adultos y esclavizando a mujeres y niños.
Belisario tras reforzar sus tropas con soldados que estaban acantonados en las ciudades del sur, envió a su lugarteniente Justino con un ejército de 5.000 hombres para sitiar Faesulae (actual Toscana) y a Juan el Sanguinario con 6.000 hombres a defender el valle del Po para evitar que los ostrogodos avanzaran hacía el sur. Los lugartenientes de Belisario consiguieron derrotar a los ostrogodos y tomar Faesulae, permitiendo así que Belisario quedara libre para intensificar el asedio sobre Ravena.
Finalmente, los nobles ostrogodos, viendo que no tenían ninguna salida, y deseosos de salvar su riqueza y poder, ofrecieron a Belisario convertirse en su rey y por ende de todos los ostrogodos. Aunque esta oferta, nada menos que ofrecer la corona al líder enemigo, nos pueda parecer sorprendente, hay que entender que si había algo que los bárbaros godos respetaban por encima de todo era la fuerza y las habilidades militares de un líder. Para ellos Belisario era un gran guerrero y una persona honorable a la que admiraban y respetaban. Pensaban que con él al mando serían invencibles y forjarían un gran imperio. Por otro lado, los ostrogodos eran bárbaros pero no eran tontos, sabían perfectamente que por mucha gloria que Belisario obtuviera en el campo de batalla sus posibilidades de ascender y obtener más poder eran nulas, ya que el verdadero señor del Imperio de Oriente era Justiniano. Así pues, sabían que ofrecerle la corona a Belisario causaría gran inquietud a Justiniano y generaría disensiones en el bando bizantino que podrían aprovechar los ostrogodos para recuperarse y reconquistar el terreno perdido. En resumen, la oferta era una arma de doble filo que podía acabar con Belisario de un solo golpe.
Belisario simuló que aceptaba la oferta de los nobles a cambio de que estos rindieran Rávena, pero una vez conquistada la ciudad, Belisario otorgó la corona ostrogoda a su emperador, Justiniano I, que pasó así a convertirse en rey de Italia. Esta acción nos dice mucho de cómo era Belisario, el cual, en vez de convertirse en rey, eligió ser leal a su emperador y seguir siendo un súbdito. Para evitar el descontento total de los nobles ostrogodos y temeroso de una revuelta, Belisario incluyo una clausula en su proclamación de Justiniano como rey de Italia en la que decía textualmente que Belisario no sería rey de Italia mientras Justiniano viviera. Es decir Belisario era fiel única y exclusivamente a la figura de Justiniano y a esa figura le otorgaba la corona, no otorgaba la corona al Imperio de Oriente como Estado sino a una persona, a cuya muerte Belisario se convertiría automáticamente en rey de Italia. Esta clausula agradó a los nobles ostrogodos, pero fue un grave error político que le ocasionó la pérdida del favor del emperador Justiniano.
Tras la conquista de Ravena en el año 540 d.C y una vez conquistada la mayor parte de Italia, Belisario regresó a Constantinopla con el rey Vitiges encadenado, un gran tesoro de lingotes de oro y plata en las bodegas de los barcos y 7.000 soldados ostrogodos que se habían enrolado en las filas de su guardia personal. Este era sin duda el mayor triunfo de su carrera, a partir de entonces solo le esperaban sin sabores y amarguras.
El declive del guerrero:
A su llegada a Constantinopla, Belisario se encontró con el recibimiento más frío de su carrera y aunque el emperador le otorgó una parte del tesoro ostrogodo como compensación a los gastos militares que Belisario había pagado con su propio dinero, estaba claro que Justiniano no se había tomado bien todo el asunto del ofrecimiento de la corona de Italia a Belisario y que desconfiaba profundamente de éste. Es probable que si las necesidades militares hubieran sido menos acuciantes el emperador se habría librado de Belisario pero como el peligro de los persas sasánidas había resurgido le envió a Siria en el año 541 d.C para que tomara el mando de las operaciones militares.
Durante dos años, 541-542 d.C, Belisario trató de detener a los ejércitos del ambicioso rey persa Cósroes I, pero el ejército bizantino encargado de defender la frontera estaba en un estado lamentable. La corrupción de los oficiales había causado estragos y los soldados carecían de los suministros más básicos e incluso estaban escasos de armas. La moral estaba por los suelos y ni siquiera el laureado Belisario podía hacer milagros. Sin embargo, Belisario, y gracias en parte a la caballería pesada ostrogoda que se había unido a su causa, fue capaz de detener los ataques de Cósroes hasta que finalmente se volvió a firmar un tratado de paz entre el Imperio de Oriente y el Imperio Persa. Eso sí, a cambio de comprometerse de nuevo los romanos a pagar una importante suma de dinero a los persas (5.000 libras de oro).
Mientras Belisario hacía imposibles para detener a los persas, en Italia la situación había cambiado por completo. Los ostrogodos se habían rehecho de la derrota y tras elegir como nuevo rey al jefe guerrero Totila habían empezado a reconquistar el terreno perdido. Pese a contar con un numeroso ejercito, los comandantes militares bizantinos rivalizaban entre ellos y eran incapaces de elaborar una estrategia conjunta con la que presentar una oposición efectiva, así que Totila consiguió derrotarles y ponerles en graves aprietos. Dada la gravedad de la situación y una vez lograda la paz con los persas Justiniano, pese a sus reticencias, no tuvo más remedio que enviar a Belisario a Italia en el año 544 d.C para que éste intentara restablecer la situación y detener a los ostrogodos.
Lo más curioso de todo, es que el emperador no confiaba en Belisario, temía que éste pudiera proclamarse rey de Italia y lo envió a regañadientes. Es más le envió a él solo, sin un ejército al que comandar. Así pues, Belisario tuvo que contratar un ejército con su propio dinero. Para ello se dirigió a Tracia donde contrató a 4.000 soldados que se unieron a los efectivos de su menguada guardia personal. A los gastos de contratación se unieron los de armar y pertrechar tal cantidad de hombres. Belisario se había gastado gran parte de su fortuna personal sin tener siquiera la promesa de recuperar algún día ese dinero.
La nueva etapa de Belisario en Italia duró cuatro años, del 544 al 548 d.C. Cuatro años de sin sabores y amarguras en los cuales y sin dejar de dar lo mejor de sí mismo, Belisario pudo evitar que los bizantinos fueran derrotados por completo.
Falto de hombres y sin recibir ningún refuerzo de importancia, Belisario tuvo que esforzarse por concentrar sus tropas y acudir de un lado a otro para rechazar los continuos ataques del incansable rey ostrogodo Totila,
Falto de hombres y sin recibir ningún refuerzo de importancia, Belisario tuvo que esforzarse por concentrar sus tropas y acudir de un lado a otro para rechazar los continuos ataques del incansable rey ostrogodo Totila,
En el 546 d.C, Totila puso Roma bajo asedio, la situación era grave y Belisario, sabedor de que la ciudad no aguantaría mucho el asedió ordenó a sus tropas embarcar para acudir por mar a Roma, la forma más rápida de llegar a la ciudad a tiempo de evitar su caída. También solicitó al comandante Juan el Sanguinario que embarcara a sus tropas para llegar a Roma rápidamente, pero cuando Belisario desembarcó en Ostia descubrió que Juan el Sanguinario había desembarcado en el sur y que acudía por tierra a Roma. Sin el ejército de Juan, Belisario no podía hacer nada para salvar a la ciudad, la cual cayó finalmente en manos de los ostrogodos.
Poco después, Totila se dirigió al sur para enfrentarse a Juan el Sanguinario, el cual, temeroso del ejercito de Totila no se atrevió a entablar batalla y se refugió en la ciudad de Otrantum (actual Otranto).
Belisario, con sus 4.000 hombres y otros 2.000 que había contratado en Italia (principalmente desertores y mercenarios) decidió aprovechar que Totila y el grueso del ejército ostrogodo estaba distraído con Juan el Sanguinario para dar un golpe de mano y conquistar Roma el 1 de enero del año 547 d.C. Una acción tan audaz y exitosa que dejó asombrados a amigos y enemigos por igual.
Totila, enfurecido por la pérdida de Roma, se movilizó rápidamente para intentar retomarla, sin embargo, los furiosos asaltos de los ostrogodos no pudieron superar la maestría defensiva de Belisario. Pese a todo, la guerra pintaba mal para los bizantinos, Belisario se estaba quedando sin tropas, no llegaban refuerzos ni suministros y el hambre y las enfermedades se estaban cobrando un peaje en hombres que amenazaba con destruir su ejército. El emperador Justiniano todavía desconfiaba de Belisario y uso como excusa la amenaza de los hunos sobre la frontera norte del Imperio para denegarle los refuerzos. Sin más salida, Belisario se vio obligado a abandonar Roma con tan solo 200 infantes y 700 jinetes. Esta exigua fuerza se vio aún más menguada cuando una emboscada ostrogoda redujo el número de jinetes a tan solo 50.
La única esperanza de Belisario era unirse a las tropas de Juan el Sanguinario que aún permanecían en Otrantum. Pero cuando llegó vio que el ejército de Juan se había diluido y había perdido la mitad de sus efectivos. Tras insistir continuamente al emperador para que le enviara refuerzos, Justiniano decidió relevarlo del mando y sustituirlo por el gran chambelán Narsés.
Corría el año 548 d.C y Belisario regresaba por primera vez a Constantinopla sin obtener el triunfo. El imperio Romano de Oriente había perdido casi todas sus posiciones en Italia y Belisario había perdido definitivamente el favor de su emperador, el cual decidió librarse de él enviándole a Oriente como comandante del ejército encargado de defender la frontera. Finalmente, cansado y asqueado de las corruptelas políticas de la corte imperial, Belisario decidió retirarse.
En el 559 d.C Belisario abandonó su retiro para comandar una última vez los ejércitos del emperador ante la invasión de tribus eslavas que habían cruzado la frontera norte y amenazaban la mismísima capital de Constantinopla. Una vez más, Belisario amasó la mezcolanza de tropas bizantinas en un ejército disciplinado que consiguió expulsar a los eslavos hasta más allá de las fronteras. Una vez más, el ingrato emperador Justiniano se “olvidó” de premiar los esfuerzos de Belisario quien pasó de nuevo al retiro en busca de acabar sus días dignamente. Sin embargo, las intrigas de la corte ni siquiera le permitieron ese lujo, ya que en el 563 d.C fue acusado de corrupción por Procopio de Cesarea, su anterior secretario y juzgado en Constantinopla. Belisario fue declarado culpable y encarcelado, sin embargo pasaría poco tiempo en la cárcel, ya que el emperador Justiniano tuvo finalmente un gesto de favor hacía su antiguo general y lo excarceló, restituyéndole sus bienes.
En el año 565 d.C, Belisario y su emperador fallecerían y con la muerte de ambos se ponía punto final al esfuerzo de recuperar el antiguo imperio romano. El sucesor de Justiniano, Justino II, perdería de nuevo las posesiones en Italia que había reconquistado Narsés y que tanta gloria le dieron a Belisario. El estancamiento medieval llegaba a Oriente y el declive del Imperio Bizantino sería inexorable, sobre todo ante la expansión de un nuevo poder en Oriente: el Islam.
Por último y para finalizar, hay que destacar que durante el resto de la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna circuló la leyenda de que Belisario había sido cegado por el emperador Justiniano y que acabo sus días mendigando por las calles de Constantinopla. Esta leyenda convirtió a Belisario en el prototipo del héroe trágico que inspiró numerosas historias literarias y cuadros épicos. Hoy en día Belisario sigue siendo el héroe que dio todo por su emperador y nunca recibió nada a cambio.
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