EL FIN DE LA DINASTÍA HAN | SIGUIENTE |
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El Imperio Parto nunca consiguió apoderarse definitivamente de Persia, que había mantenido una precaria independencia basada sobre todo en su defensa de la cultura irania y su repulsa absoluta a la cultura helénica. Así, Persia había sido el refugio de todos los habitantes del antiguo Imperio Persa, ahora Imperio Parto, que se oponían al helenismo de la clase dirigente. En 211, tras una disputada sucesión, el trono persa quedó en manos de Ardacher I (una forma posterior del viejo nombre real "Artajerjes"). Bajo su reinado, Persia se reorganizó y fue adquiriendo poder. Ello hizo surgir inevitablemente leyendas sobre su rey. Según estas leyendas, era nieto de un pastor llamado Sasán, que en tiempos de Marco Aurelio había reunido los distintos principados persas en un reino unificado. Por ello los descendientes de Ardacher I son llamados sasánidas.
Mientras tanto, el emperador Septimio Severo moría en Eboracum (la actual York). Según su voluntad, sus hijos Caracalla y Geta pasaban a ser coemperadores. Los dos hermanos se odiaban profundamente. Establecieron una rápida paz en Britania y marcharon a Roma a discutir sus diferencias. Caracalla esgrimió un argumento definitivo por el que se convertía en el único emperador, y fue que hizo asesinar a su hermano en 212, que murió en brazos de su madre. Luego eliminó a todos los que fueron testigos de su implicación en este asesinato, entre ellos a Emilio Papiniano, que había tratado de mediar entre los dos hermanos y terminó enemistado con ambos. Al frente de la guardia pretoriana puso a Marco Opelio Macrino, un caballero de origen mauritano que había alcanzado el rango de senador.
Antes de que acabara el año, Caracalla encontró un lugar en la historia al promulgar un edicto por el que todos los habitantes del Imperio adquirían la ciudadanía romana. La diferencia era más honorífica que práctica a estas alturas de la historia, e incluso es razonable pensar que la decisión no fue tomada por altruismo, sino porque había ciertos impuestos que sólo eran aplicables a los ciudadanos romanos, y así el Estado aumentaba sus ingresos.
No obstante, Caracalla es hoy más recordado por las famosas Termas de Caracalla. A lo largo de la historia romana el hábito de tomar baños había ido ganando popularidad, y con el Imperio se convirtieron en un símbolo de lujo. Proliferaban los baños públicos, grandes construcciones con distintas habitaciones, de modo que los bañistas podían pasar de un baño a otro con agua a distintas temperaturas, había habitaciones con vapor de agua, otras para hacer ejercicios, otras para ser untados con aceites y recibir masajes, otras para descansar, leer, conversar u oír recitaciones, etc. Las Termas de Caracalla eran unos gigantescos baños públicos que ocupaban más de trece hectáreas en Roma.
El precio de los baños públicos no era elevado, por lo que eran muy frecuentados. No obstante, los satíricos romanos y, sobre todo, los cristianos, consideraban decadente tanto lujo. En algunos baños entraban conjuntamente hombres y mujeres, lo que escandalizó a muchos moralistas, que suponían que allí tenía lugar toda suerte de perversiones, cosa que probablemente no era cierta.
A partir de 214 Caracalla otorgó un alto grado de participación en el gobierno a su madre, Julia Domna. Mientras tanto, él dirigió una brillante campaña ofensiva contra los germanos, a los que mantuvo a raya a lo largo del Danubio. Los caledonios dejaron de ser un problema, pese a la forma precipitada en que Caracalla había abandonado Britania. Ante todo, por esta época los documentos romanos dejan de referirse a los caledonios y, en su lugar, hablan de los pictos. En latín, picto significa "pintado". Es posible que el nombre haga referencia a una costumbre de pintarse o tatuarse la piel, tal vez como distintivo de los guerreros, aunque también puede ser que picto sea simplemente una deformación de un nombre tribal. No es plausible que los pictos hicieran desaparecer a los caledonios. Lo más probable es que los caledonios hubieran sido una tribu dominante que ahora era reemplazada por la de los pictos, si bien la población en su conjunto siguiera siendo la misma. Fuera como fuera, los pictos apenas presionaron la frontera romana durante mucho tiempo, debido a que se encontraron con problemas en el norte. En efecto, los irlandeses habían descubierto la piratería y se dedicaban a hacer incursiones cada vez más profundas en las costas de Caledonia. Estos piratas fueron conocidos genéricamente como Escotos, probablemente el nombre de alguna de las tribus gaélicas que tomaron parte en las incursiones.
Caracalla fue el segundo emperador romano que visitó Egipto, después de Adriano. Allí tomó una decisión que lo enemistó con todos los intelectuales de su tiempo, en particular con los historiadores: consideró que el museo de Alejandría llevaba ya mucho tiempo sin aportar nada valioso y suspendió la subvención estatal que hasta entonces había recibido. Probablemente la estimación de Caracalla no era desacertada, y también es cierto que las finanzas del Imperio no iban muy bien, por lo que la subvención al Museo era ciertamente un lujo difícilmente sostenible. A partir de entonces el ya decadente Museo aceleró su declive, y otra consecuencia fue que los historiadores acusaron a Caracalla de los crímenes más desaforados. Se dijo que miles de ciudadanos murieron cuando ordenó saquear Alejandría a causa de una ofensa insignificante. Tal vez su decisión sobre el Museo provocó algunos disturbios que tuvo que aplacar, pero los relatos al respecto son sin duda exagerados. No obstante, parece ser que en su momento perjudicaron sensiblemente la imagen del emperador.
El declive del Museo y la filosofía clásica en Alejandría coincidió con el auge del pensamiento cristiano. Por esta época murió Clemente, y la Escuela Catequética de Alejandría, que él había dirigido, pasó a manos de su discípulo Orígenes. Bajo su dirección, la escuela se convirtió en una auténtica escuela de Teología. Su padre había sido un mártir del cristianismo. Orígenes consagró su vida a los estudios religiosos y se dice que se castró a sí mismo para evitar distracciones. Escribió numerosas obras en las que comentaba e interpretaba las Escrituras Sagradas, así como obras en las que, siguiendo el ejemplo de su maestro, ponía la filosofía griega al servicio de la teología cristiana. Unos años antes, un filósofo platónico llamado Celso había escrito un libro sobre el cristianismo. Se trataba del primer libro pagano que analizaba seriamente el cristianismo, y su carácter técnico y racional no lo hicieron nada popular, hasta el punto de que no sabríamos nada de él si no fuera porque Orígenes lo reprodujo casi íntegramente en su libro Contra Celso. De este modo sabemos que Celso había afirmado que la teología cristiana había sido tomada de la filosofía griega y deformada en el proceso. Su argumentación era fría y desapasionada, y con ella ponía en evidencia que no era aceptable creer en vírgenes parturientas o en pescados que se multiplican.
En 215 el general chino Cao Cao logró finalmente someter el Estado occidental que había fundado Zhang Lu más de treinta años atrás. Cao Cao había convertido el Estado en una dictadura militar en la que los soldados profesionales y sus familias formaban una casta aparte. Estableció un sistema de promoción basado en el mérito y la recomendación que, junto al éxito de diferentes programas económicos, afianzaron su poder. No obstante, no pudo someter a las regiones del sur, sino que a lo máximo a lo que llegó fue a frenar su expansión en la batalla del Muro Rojo, que más tarde se convertiría en leyenda.
Caracalla no molestó a los cristianos, y éstos aprovecharon el periodo de calma para pelearse entre sí. En 217 murió san Ceferino, obispo de Roma, y se eligió como sucesor a Calixto, que era esclavo de un cristiano llamado Carpóforo. La decisión fue cuestionada y otras facciones eligieron como obispo a Hipólito, al parecer mucho más competente. Calixto promulgó un edicto por el que perdonaba a ciertos herejes, lo que le valió las críticas de Hipólito y otros rigoristas como Tertuliano.
La discusión principal entre los cristianos de la época era la naturaleza de Jesucristo. El problema era si Jesucristo era Dios o si, por el contrario, era sólo un hombre, un hombre santo, un enviado de Dios, pero no Dios. No cabe duda de que Jesús de Nazaret se hubiera escandalizado ante la idea de ser considerado Dios, al igual que les habría ocurrido a sus discípulos, pues todos ellos eran más o menos samaritanos ortodoxos, judíos en definitiva, y no podían admitir más dios que Yahveh. Los discípulos, que insistieron en el carácter mesiánico de Jesús, lo concebían probablemente como un enviado divino al estilo de Elías. Sin embargo, tal vez inadvertidamente, los discípulos de Jesús lo trataron a él y al Espíritu Santo como iguales a Dios, en el sentido de que los cristianos rezaban a Jesucristo, adoraban a Jesucristo, esperaban la llegada de Jesucristo como juez en el fin del mundo, etc.
San Pablo recogió estos planteamientos, pero nunca entró directamente en la cuestión de si Jesucristo era o no Dios. Simplemente, aún no se había formulado el problema abiertamente. Por supuesto, en sus cartas hay pasajes que se pueden interpretar como se quiera. En cualquier caso, lo cierto es que el Cristo Paulino reunía todos los requisitos para ser considerado un dios. El evangelio según san Juan parece reflejar la opinión de que Jesucristo y el Espíritu Santo existían junto con Dios desde el principio de los tiempos y que, de algún modo, eran parte de Dios. No obstante, la teología cristiana primitiva no era capaz de hilar mucho más fino.
La primera defensa teórica de la divinidad de Jesucristo provino de los gnósticos, pero era demasiado exagerada, pues concedía la divinidad de Jesucristo a costa de negársela a Yahveh o, al menos, de reducirla a un plano inferior. Esto entraba en contradicción directa con la doctrina apostólica. En estos momentos, la cabeza del pensamiento cristiano era la escuela teológica de Orígenes, en Alejandría. No era gnóstica, pues reconocía la divinidad de Yahveh, pero al mismo tiempo conservaba del gnosticismo la insistencia en la divinidad de Jesucristo. Los cristianos de Alejandría no habían tenido inconveniente en despreciar al dios de los judíos, pero jamás habrían aceptado que Jesucristo quedara en segundo plano frente a éste. El gnosticismo siguió existiendo durante un siglo, pero perdió poder en Alejandría (se conservó sobre todo en Asia Menor). En su lugar, los teólogos alejandrinos defendían el trinitarismo, ya presente como mero esbozo en la doctrina apostólica, según el cual Dios era a la vez Uno y Trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran a la vez tres personas distintas y una sola esencia o naturaleza. Para que este atentado a la matemática elemental (o este misterio, según la doctrina cristiana) pudiera pasar por una postura seria y respetable, era necesario apoyarlo con toda la sutileza de la filosofía griega debidamente prostituida, por lo que la defensa del trinitarismo comprometía a defender los más mínimos detalles de la teología que lo sustentaba, y no fueron pocos los que a lo largo de la historia trataron de adoptar alternativas más sensatas.
Por ejemplo, justo el año en que Calixto e Hipólito fueron nombrados simultáneamente obispos de Roma, Sabelio defendió que el Padre y el Hijo eran una misma persona en lugar de dos, lo que inmediatamente fue condenado como herejía por ambos obispos. Otras variantes de la doctrina de Sabelio incrementaban la herejía al afirmar que las tres personas eran manifestaciones diferentes de un único Dios. Quizá el fondo fuera el mismo, pero en el trinitarismo la forma lo era todo.
Mientras tanto Caracalla había iniciado una campaña contra los Partos. Parece ser que el rey Artabán IV se había negado a conceder al emperador la mano de una de sus hijas. Caracalla avanzó triunfante por Mesopotamia y llegó hasta el Tigris. Podría haber llegado más lejos sin problemas, pero fue asesinado por Macrino, que al parecer se creyó amenazado (no sabemos si justificadamente) por el emperador. Caracalla fue el último emperador romano enterrado en el Mausoleo de Adriano. Cuando Julia Domna se enteró de la muerte de su hijo se negó a comer y se dejó morir de hambre.
Macrino se proclamó emperador y nombró César a su hijo Diadumeniano. Trató de ganarse al ejército y al Senado con repartos de trigo y reducciones de impuestos. No obstante, los partos aprovecharon la crisis para recuperarse e invadir Siria. Macrino se vio obligado a firmar una paz bastante desfavorable que provocó la indignación de los soldados.
Caracalla no tenía descendencia, pero su madre, Julia Domna, tenía una hermana, Julia Mesa, la cual tenía dos hijas, Julia Soemias y Julia Mamea. Ambas estaban casadas y tenían sendos hijos. El hijo de Julia Soemias se llamaba Sexto Vario Avito Basiano, que aún no había cumplido los catorce años, pero ya era sacerdote en el templo del dios del Sol Elagabal, en Emesa, como lo había sido su bisabuelo Basiano. En 218 Julia Mesa presentó a su nieto ante una legión romana que estaba en Emesa. Afirmó que era hijo de Caracalla y que se llamaba Marco Aurelio Antonino. Los soldados quedaron impresionados ante la seriedad y belleza del joven, y decidieron proclamarlo emperador. Fue más conocido por una deformación de Elagabal que, mezclado con Helios, el nombre griego del Sol, se convirtió en Heliogábalo. Macrino trató de resistir, pero fue derrotado cerca de Antioquía, donde murió junto con su hijo. Heliogábalo envió una carta al Senado en la que prometía seguir el ejemplo de Augusto y Marco Aurelio, y fue reconocido como emperador. Su entrada en Roma fue triunfal, y con él iban su madre, su tía y su abuela, que fueron las que realmente gobernaron en los años siguientes. Julia Mesa hizo que Heliogábalo adoptara a su primo Alexino, el hijo de Julia Mamea, que pasó a llamarse Marco Aurelio Severo Alejandro. El sobrenombre de Alexino o Alejandro se debe a que había nacido en (o cerca de) un templo dedicado a Alejandro Magno. Además recibió el título de César, lo que le convertía en heredero del Imperio.
Una gran piedra negra, centro del culto a Elagabal en Emesa, fue llevada a Roma e instalada en el Palatino. Elagabal fue convertido en el dios supremo del Imperio, para disgusto de los romanos, que veían cómo la corte se teñía cada vez más de unas costumbres y ritos orientales en detrimento de la propia tradición romana.
En 220 murió el general chino Cao Cao y su hijo Cao Pi asumió sus poderes. Más aún, aceptó la abdicación del último emperador Han y se proclamó a sí mismo emperador de Wei (el territorio que realmente dominaba). Así terminó la dinastía Han, al tiempo que el Imperio Chino se descomponía en tres reinos. En efecto, al año siguiente, en 221, Liu Bei afirmó pertenecer a la dinastía Han y, como legítimo heredero, se proclamó rey del Estado de Shu Han, al oeste. Sun Quan acató en un primer momento la autoridad imperial de Cao Pi, pero a cambio de ser reconocido como rey de Wu, en el este. A partir de 222 su reino fue totalmente independiente de Wei.
Ese mismo año murió Tertuliano. Unos años antes se había visto obligado a romper con la iglesia cartaginesa, pues era montanista y el montanismo había caído en la lista de las herejías, así que continuó su labor en una pequeña comunidad montanista cercana, desde donde siguió influyendo en el pensamiento cristiano de la época. También murió uno de los dos obispos de Roma, san Calixto, pero ello no resolvió el conflicto, pues sus partidarios eligieron como obispo a Urbano, así que Roma siguió teniendo dos obispos rivales: Urbano e Hipólito. Por último, también fue el año en que los romanos se cansaron definitivamente de su emperador impío Heliogábalo, de modo que él y su madre fueron asesinados por la guardia pretoriana. La piedra negra de Elagabal fue devuelta a Siria. No obstante, se respetó la sucesión prevista y el Imperio quedó en manos de su primo, Severo Alejandro. El nuevo emperador era menor de edad (tenía entre catorce y diecisiete años), así que su madre, Julia Mamea, ejerció de regente y su abuela, Julia Mesa, no perdió su influencia.
La madre de Alejandro creó una comisión de senadores y prestigiosos legistas para aconsejar al gobierno. Entre ellos estaban Julio Paulo, que había sido en su día rival de Papiniano, Domicio Ulpiano, que, por el contrario, había sido su asesor mientras fue jefe de la guardia pretoriana (Heliogábalo lo había desterrado, pero ahora fue llamado de nuevo a Roma y se convirtió prácticamente en un primer ministro), y Modestino, discípulo de Ulpiano.
En 224 el rey persa Ardacher I tenía bajo su mando a todos los poderes iranios y se enfrentó al rey parto Artabán IV, cuya dinastía era cada vez menos popular, ante las continuas y humillantes derrotas que había sufrido frente a los romanos. Se inició así una lucha entre partos y persas en la que cada vez los últimos ganaban más adeptos.
En 226 murió Jula Mesa, la abuela de Severo Alejandro, con lo que Julia Mamea se convirtió en la única autoridad real de Roma. Aunque las reformas emprendidas tuvieron algún efecto, la vida política romana no recuperó la estabilidad de tiempos anteriores. En 228 Ulpiano fue víctima de una conjuración por parte de la guardia pretoriana, que lo odiaba, y fue asesinado.
Artabán IV trató de llevar la guerra a territorio persa, pero fue derrotado y muerto en Ormuz, en la costa del golfo pérsico, tras lo cual Ardacher I marchó sobre Ctesifonte y allí fue reconocido como rey de lo que había sido el Imperio Parto, pero que ahora se convertía de nuevo en el Imperio Persa. Los historiadores se refieren a este nuevo Imperio Persa como Imperio Neopersa o Imperio Sasánida, para distinguirlo del anterior. Artabán IV es considerado como el último rey arsácida, si bien la dinastía siguió gobernando en Armenia durante varias generaciones.
El nuevo Imperio Persa era mayor que el Parto, pues incluía a Persia y pronto absorbió a la mayor parte del Imperio Kusana, ya en decadencia, cuya dinastía de reyes tokarios conservó únicamente un reducido territorio en las regiones montañosas del actual Afganistán. Había aún más diferencias entre los dos Imperios: Ardacher I acabó con la estructura feudal parta y creó un fuerte Estado centralizado. Además potenció el mazdeísmo, que acabó erradicando la cultura y la religión griega. El mitraísmo sobrevivió, pues al fin y al cabo era una forma de Mazdeísmo. Los persas consideraban a su imperio como la prolongación del antiguo Imperio Persa fundado por Ciro II, y aspiraban a recuperar todos los territorios que había gobernado Darío I. Esto incluía Asia Menor, Siria y Egipto, que ahora eran posesiones romanas, lo que no auguraba buenas relaciones entre ambos imperios.
Mientras tanto, Roma estaba aparentemente en calma. En 229 fue cónsul Dión Casio, que desde los tiempos de Septimio Severo había ido ocupando puestos relevantes, al tiempo que escribía libros de historia. De él tenemos una biografía de Cómodo y veinticinco de los ochenta libros que escribió en griego sobre la historia de Roma. Dispuso de buenas fuentes que usó con imparcialidad. Es sin duda el mejor historiador de la época.
Alejandro trató de hacer que las distintas religiones del Imperio convivieran en paz. Respetó a los judíos y se dice que hasta tenía una efigie de Jesucristo en su despacho. Así pues, la paz que los cristianos disfrutaban desde los tiempos de Caracalla no se vio interrumpida, lo que significa que pudieron continuar con sus luchas internas. En 230 murió san Urbano, el obispo de Roma, pero sus partidarios siguieron negándose a aceptar al otro obispo, Hipólito, y eligieron para el cargo a Ponciano. Las disensiones entre los partidarios de uno y otro debieron de provocar disturbios, porque las autoridades terminaron interviniendo y los dos obispos fueron desterrados y condenados a trabajar en las minas de Cerdeña.
Los persas invadieron las provincias orientales del Imperio y el emperador tuvo que marchar al este. En su ausencia, los germanos atravesaron el Rin e hicieron correrías por las Galias. No se sabe muy bien cómo acabó la guerra contra Persia, pues Alejandro entró triunfante en Roma en 232, pero se sospecha que hubo más propaganda que victorias reales. Luego marchó a la Galia (con su madre detrás) y allí no encontró otra forma de deshacerse de los germanos que ofrecerles generosas sumas de dinero. Los soldados consideraron indigno este proceder y en 235 mataron al emperador y a su madre.
Ese mismo año murió Dión Casio, así como los dos obispos de Roma, Ponciano e Hipólito, agotados por el trabajo en las minas. Los cristianos de Roma habían comprendido que tener dos obispos enfrentados era un lujo que no se podían permitir en los tiempos que corrían (y menos aún ahora que acababa de morir el emperador), así que no dudaron de que ambos obispos habían tenido tiempo y ocasión de limar sus diferencias, los declararon santos a los dos y se pusieron de acuerdo para elegir un único obispo, Antero.
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Los historiadores hablan de la crisis del siglo III para referirse a los cambios trascendentales que sufrió la práctica totalidad del mundo civilizado durante este siglo. En efecto, ya hemos visto cómo el Imperio Chino se desmembró en tres reinos, los persas se apoderaron del Imperio Parto y absorbieron al Imperio Kusana, y pronto le tocaría el turno al Imperio Romano. Durante las primeras décadas del siglo, los godos iniciaron un proceso de expansión que empujaría contra Roma a varias tribus germánicas. Se desplazaron hacia el sur y hacia el este. Remontaron el Vístula y descendieron por el Dniéster a través de la actual Polonia. Ocuparon las tierras al norte y el noroeste del mar Negro.
Varios grupos de jinetes procedentes de Corea penetraron en el sur del Japón y se instalaron como amos. Eran arqueros provistos de armaduras de hierro. Se convirtieron en jefes de las comunidades aldeanas y las organizaron en pequeños estados. La nueva aristocracia trajo consigo nuevas creencias y mitos (chamanismo) y organizaron la sociedad en clanes.
En cuanto a Roma, la crisis estalló con el asesinato del emperador Severo Alejandro en 235. Los soldados rebeldes que acabaron con su vida en la Galia estaban dirigidos por un campesino tracio de imponente estatura llamado Cayo Julio Vero Maximino, que se hizo proclamar emperador. El Senado se le opuso, al igual que la población civil de Roma, pero quedó patente algo que ya era una realidad desde hacía algún tiempo: el ejército era la única autoridad en el Imperio, la población civil fue tratada brutalmente. La primera preocupación del nuevo emperador fue contener a los bárbaros en el Main y en el Danubio.
En 238, las legiones de África, apoyadas por el Senado, proclamaron emperador al que hasta entonces había sido procurador en la provincia: Marco Antonio Gordiano Semproniano. Tenía ya ochenta años, se dijo que descendía de Trajano, y a lo largo de su vida se había ganado una fama de honradez y laboriosidad. Probablemente fue elegido como emperador de transición, como lo había sido Nerva. Gordiano trató de declinar la oferta, apelando a sus excesivos años, pero temiendo por su vida terminó aceptando e inmediatamente asoció al Imperio a su hijo y tocayo, que hasta entonces había ejercido de lugarteniente de su padre. Ambos emperadores son conocidos como Gordiano I y Gordiano II. No obstante, no duraron más que unas semanas. Tropas leales a Maximino derrotaron a las dirigidas por Gordiano II, que fue asesinado y su padre se suicidó al saberlo. No obstante, en Italia estalló otra rebelión y Maximino tuvo que volver precipitadamente de Panonia, donde estaba luchando contra los bárbaros. Trató de recuperar el control, pero fue asesinado por un grupo de pretorianos. Los asesinos de Gordiano II trataron de proclamar su propio emperador, pero éste fue inmediatamente asesinado por otros soldados. Finalmente, el Senado pudo imponer su elección, que recayó en el nieto y tocayo de Gordiano I, conocido como Gordiano III, que tan sólo tenía catorce años de edad.
El rey persa Ardacher I aprovechaba los desórdenes en Roma para hacer incursiones por el este. En 241 murió y fue sucedido por su hijo Sapor I, que continuó la política ofensiva de su padre. Ansioso por demostrar su valía, ocupó Siria. Gordiano III no tenía ninguna experiencia militar, pero en ese momento ya se había casado, y su suegro, Cayo Furio Timesiteo, suplió esta carencia y expulsó a los persas de Siria. Sin embargo, Timesiteo enfermó y murió en 243, tras lo cual, el jefe de la guardia pretoriana, Marco Julio Filipo (conocido como Filipio el Árabe), obligó a Gordiano III a compartir con él el poder, si bien el emperador no tardó en ser asesinado por los partidarios de Filipo, que en 244 fue proclamado emperador. Filipo firmó un tratado de paz con Sapor I, por el que reconocía el dominio persa sobre Armenia y Mesopotamia. Por esta época Sapor I pudo al fin desmantelar la fortaleza de Hatra, el último foco de resistencia parta.
Sapor I protegió a los sabios griegos, pero sólo a título personal. Oficialmente desalentó el helenismo, potenció el mazdeísmo y persiguió a otras religiones, como a los judíos que vivían en Mesopotamia. Durante su reinado se compiló un libro sagrado de escritos y salmos mazdeístas, conocido como el Avesta. Protegió a un sacerdote llamado Mani, o Manes, que desarrolló su propia versión del mazdeísmo. Decía haber tenido revelaciones de ángeles. Su doctrina se centraba en el dualismo de Zoroastro, en los ejércitos del bien y del mal. Afirmaba que había habido muchos profetas, entre los que contaba no sólo a Zoroastro, sino también a Buda y a Jesucristo (y a sí mismo, claro). Con Mani el mazdeísmo incorporó ideas budistas y cristianas. El resultado fue que se hizo tan impopular entre los sacerdotes mazdeístas tradicionales como Jesús se había hecho odiar por los sacerdotes judíos. Pero contaba con la protección del rey. A diferencia de Jesús, tuvo la precaución de poner por escrito su doctrina.
En 247 se estableció en Roma Plotino, uno de los más famosos filósofos neoplatónicos, donde entabló buenas relaciones con los senadores y fundó una escuela que tuvo gran éxito en la ciudad. En su compleja doctrina destaca que el hombre, mediante una moral de pureza, puede distanciarse de su cuerpo y elevar su alma hacia el Uno.
Durante el reinado de Filipo el Árabe Roma celebró con elaborados festejos el año 1000 a. u. c. (o sea, el año 248). Ya se habían celebrado los años 800 y 900 a.u.c. bajo Claudio y Antonino Pío, respectivamente. La conmemoración del milésimo aniversario de Roma fue la más fastuosa de todas, y también la última. En realidad no había mucho que celebrar: por todas partes había tropas en rebelión. Los godos habían atravesado el Danubio y arrasaban Mesia y Tracia. Filipo envió contra ellos a Cayo Mesio Quinto Decio, pero sus victorias frente a los godos lo hicieron tan popular entre sus soldados que lo proclamaron emperador. Parece ser que Decio no aspiraba al poder, pero contrariar a unos legionarios eufóricos era impensable, así que no tuvo más remedio que ponerse al frente de los rebeldes y marchar sobre Roma. Se enfrentó a Filipo en Verona en 249 y salió victorioso.
La facilidad con la que sus antecesores habían sido derrocados ponía de manifiesto la pérdida de prestigio que había sufrido la figura del emperador. Ello se debía en gran parte a que las legiones estaban formadas por ciudadanos de las clases sociales más bajas, incluso por una gran cantidad de bárbaros mercenarios, que no tenían más vocación que la de ganarse la vida con las armas, sin ninguna vinculación hacia una patria o unos ideales particulares. Decio trató de poner fin a esta situación con medidas encaminadas a fomentar el respeto al emperador. Se ganó al Senado devolviéndole las competencias en la administración civil, trató de justificar su legitimidad adoptando el sobrenombre de Trajano, pero su apuesta más importante fue su intento de revitalizar el culto imperial.
En 250 Decio decretó que todo ciudadano del Imperio debía ser titular de un documento que se obtenía mediante un simple ritual consistente en dejar caer una pizca de incienso mientras se pronunciaba un juramento en el que se reconocía la divinidad del emperador y se le juraba lealtad. La alternativa era la pena de muerte. Muchos cristianos prefirieron esta alternativa antes que caer en la idolatría. El decreto de Decio dio lugar a numerosas persecuciones y martirios. Una de las primeras víctimas fue san Fabián, que a la sazón era obispo de Roma.
Otro afectado por las persecuciones fue Orígenes. Unos años antes había sido acusado de herejía y se vio obligado a abandonar Alejandría. Se refugió en Cesarea de Palestina, donde reconstruyó su escuela, y fue allí donde a sus sesenta y cinco años sufrió torturas por negarse a prestar el juramento exigido. No fue asesinado, pero murió pocos años después por las secuelas.
El obispo de Cartago era desde el año anterior Tascio Cecilio Cipriano. Había sido bautizado tan sólo cuatro años atrás, pero había sido retórico y pronto se convirtió en una figura del cristianismo. Las persecuciones de Decio le obligaron a abandonar la ciudad.
Mientras tanto, los godos habían vuelto a invadir la Dacia. Por otra parte, los blemios, un pueblo árabe que vivía al oeste del mar Rojo y que llevaba un siglo atacando el comercio egipcio, invadieron el Alto Egipto. Estos contratiempos obligaron a Decio a poner fin a las persecuciones en 251. Unos meses después, Decio murió combatiendo a los galos, y los soldados eligieron emperador a Cayo Vibio Treboniano Galo, del que se dijo que había traicionado a Decio para hacerse con el poder. Se libró de los galos pagándoles una razonable suma.
En 252 murió Sun Quan, el fundador del reino de Wu. Al principio de su historia había sido débil, y sólo las fronteras naturales lo salvaron de ser absorbido por el norte, pero posteriormente experimentó un crecimiento demográfico que le permitió crear un sólido ejército. Tras la muerte del rey se produjeron conflictos a causa de la sucesión y que repartieron el poder entre distintos clanes de señores feudales.
Durante las persecuciones de Decio, los cristianos de Roma encontraron refugio en las catacumbas, antiguos cementerios subterráneos abandonados, de origen etrusco, que se convirtieron en iglesias y lugares secretos de reunión. Con el cese de las persecuciones los cristianos pudieron reorganizarse. Cipriano volvió a Cartago y en Roma volvió a haber disputas sobre la sucesión de san Fabián, que había quedado en suspenso durante un año. Nuevamente hubo dos obispos en Roma: Cornelio y Novaciano. La principal disputa entre ambos era la postura a adoptar ante los lapsi, es decir, los "caídos" o apóstatas que habían renegado del cristianismo o, simplemente, habían prestado el juramento exigido para salvar su vida. La costumbre había sido siempre muy severa con los apóstatas, pero, teniendo en cuenta las circunstancias, Cornelio era partidario de la indulgencia, mientras que Novaciano propugnaba el rigor más extremo. Se abría así una polémica que perduraría durante varios siglos. De Roma se extendió a Hispania, Asia Menor, Grecia y Egipto. Cipriano se puso de parte de Cornelio y las disputas en Roma entre los seguidores de uno y otro obispo debieron causar disturbios, porque ambos fueron desterrados en 253. Lo mismo le sucedió al nuevo obispo, Lucio, pero pudo volver a Roma y se mostró partidario de las tesis de Cornelio.
Ese año los galos olvidaron su compromiso con Treboniano y reemprendieron la ofensiva. Fueron rechazados por el gobernador de Mesia, Marco Emilio Emiliano. Como de costumbre, sus soldados lo proclamaron emperador. Marchó sobre Roma y venció a Treboniano, pero al morir éste, sus tropas nombraron emperador a Publio Licinio Valeriano. Emiliano fue asesinado por sus propios soldados y Valeriano fue reconocido por el Senado (de hecho, era de familia senatorial). Inmediatamente asoció al Imperio a su hijo Publio Licinio Galieno. Entre los dos hicieron lo que pudieron para reconstruir el Imperio.
Mientras tanto Sapor I expulsaba de Armenia al rey Tirídates II, protegido por Roma, que resultó ser el último representante de la dinastía arsácida.
En 254 murió san Lucio, el obispo de Roma y fue sustituido por Esteban, que, al contrario que san Lucio, entró en controversia con Cipriano en la cuestión de los lapsi. Más aún, en 255 se planteó la cuestión del bautismo conferido por herejes. Los obispos de África negaron su validez, mientras que Esteban la reconocía.
Volviendo a los emperadores, la situación exterior era muy difícil: los germanos ya no eran tribus desorganizadas que luchaban entre ellas más que contra los romanos. En el este, los godos habían formado dos reinos poderosos, en los que una aristocracia goda había sometido a una masa de campesinos eslavos. Uno de estos reinos estaba situado al norte del mar Negro, y sus dirigentes se llamaban a sí mismosostrogodos. El otro estaba situado al oeste del mar Negro, y sus ocupantes eran los visigodos. Parece ser que "ostrogodos" significa "godos espléndidos", mientras que "visigodos" significa "godos nobles". Es probable que la palabra "godo" signifique "bueno". Indudablemente, los godos se tenían en muy buen concepto.
La amenaza goda llevó a reforzar el Danubio inferior a costa de debilitar el Rin y el Danubio superior, lo cual pronto fue advertido y aprovechado por otras tribus germánicas. En 256 una nueva coalición atravesó el Rin, cruzó la Galia y penetró en España. Una parte llegó incluso hasta África. Se trataba de los francos, que tal vez signifique "hombres libres" o "lanzas" o "valientes". Los emperadores lograron algunos resultados contra los godos y los francos, pero entonces una nueva coalición germana invadió la propia Italia. Eran los alamanes, que significa "todos los hombres". En realidad la coalición no era nueva, sino que ya había sido fundada tiempo atrás por los marcomanos, pero ahora se había vuelto mucho más firme y poderosa.
Las ciudades del Imperio no tardaron en comprender que ya no había ningún gobierno poderoso capaz de protegerlas de los bárbaros, así que empezaron a construir murallas y se dispusieron a resistir asedios. Era frecuente que los numerosos legionarios de origen germánico se unieran a los enemigos contra los que se suponía que debían luchar.
En unos tiempos en los que los soldados eran tan necesarios, los cristianos se negaban a formar parte del ejército (no por objeciones pacifistas, sino porque ello implicaba aceptar el culto imperial). No es extraño que fueran tenidos por traidores, por lo que los emperadores promulgaron un decreto contra ellos en 257, año en el que murió san Esteban (tal vez en el martirio) y otro en 258, a consecuencia del cual fue decapitado san Cipriano. Así terminaron las disputas entre ambos.
Ese año los soldados proclamaron emperador al gobernador de Panonia, Décimo Lelio Ingenuo, pero fue derrotado por Manio Acilio Aureolo y asesinado por sus propios soldados.
Sapor I volvió a invadir Siria y el propio Valeriano condujo un ejército para reconquistarla. Sin embargo, muchos de sus hombres fueron presa de una enfermedad, por lo que en 259 Valeriano inició negociaciones. En el transcurso de éstas fue capturado por traición y no se supo más de él. Era la primera vez que un emperador romano caía prisionero del enemigo. En unos colosales bajorrelieves persas, Valeriano está representado de rodillas ante Sapor I. El rey persa utilizó numerosos prisioneros romanos en la construcción de puentes y diques para el riego en la Baja Mesopotamia.
El hecho de que un emperador romano fuera capturado por el enemigo provocó una enorme conmoción en el Imperio. Ahora Galieno gobernaba en solitario, pero hubo hasta dieciocho generales que se rebelaron de forma independiente y trataron de convertirse en emperadores. Galieno tuvo que maniobrar con suma habilidad para conservar su cargo y su vida. Su primera acción se llevó a cabo en la Galia, donde se había rebelado Marco Casiano Latino Póstumo. En 260 Galieno fue herido y murió su hijo Salonino. Póstumo se erigió en emperador del Imperio Romano de las Galias. Logró dominar no sólo las Galias, sino también la Germania romana, Britania e Hispania. La versión oficial fue que Galieno le había confiado la defensa de la parte occidental del Imperio, pero la realidad era que se había formado un imperio independiente de Roma.
Galieno tuvo que aceptar la autoridad de Póstumo porque los alamanes estaban penetrando en Italia. En 261 logró derrotarlos en Milán.
Ante tantas dificultades, Galieno dejó en paz a los cristianos. Las grandes calamidades que estaba sufriendo la población aumentaron el interés por la vida eterna que prometía el cristianismo, así que la religión fue prosperando. A medida que aumentaban los nuevos adeptos, también aumentaban las confusiones y discrepancias en materias de fe, pero al mismo tiempo se había ido forjando la idea de la unidad de la Iglesia. Se reafirmó la autoridad de los obispos en cuestiones teológicas y, para conciliar las discrepancias entre distintos obispos se empezaron a celebrar sínodos (reuniones) cuyos acuerdos debían ser acatados por todos los obispos. Los sínodos fueron más necesarios en Occidente, pues en Oriente prácticamente nadie cuestionaba la autoridad de los obispos de Antioquía y Alejandría, y cualquiera que la desafiara era considerado hereje por el grueso de los cristianos. (Recordemos que Antioquía puede considerarse la cuna del cristianismo, pues allí fue donde san Pablo desarrolló su doctrina. Por su parte, Alejandría era la capital cultural del Mundo Antiguo, y en particular la cuna de la sofisticada teología cristiana, heredera de la filosofía griega.) En 262, tras trece años de destierro, el obispado de Alejandría fue ocupado de nuevo por el que sería recordado como Dionisio el Grande, un discípulo de Orígenes que tomó parte muy activa en las controversias contra los herejes.
En Occidente, en cambio, los cristianos eran menos numerosos y no había ninguna autoridad destacada especialmente erudita. Los fieles incluso tenían cada vez más dificultades para leer las Sagradas Escrituras, que estaban en griego. Desde hacía tres años era obispo de Roma otro Dionisio, que convocó un sínodo que condenó el subordinacionismo, una nueva herejía según la cual Jesucristo era de naturaleza divina, pero no idéntica a la del Padre, sino subordinada a ella.
Mientras tanto Sapor I se estaba adueñando de toda Asia Menor, pero se encontró con un problema inesperado. El estado de Palmira estaba gobernado entonces por Septimio Odenat. Su padre, del mismo nombre, había sido nombrado senador por Severo Alejandro, que visitó la ciudad en su campaña contra los persas, en los últimos años de su reinado. Odenat consideró preferible una alianza con la distante y decadente Roma que una sumisión a los persas, así que atacó a Persia y obtuvo varias victorias y en 263 amenazaba la propia Ctesifonte, la capital persa, que estaba bastante desprotegida porque el grueso del ejército persa estaba mucho más al oeste. Los persas tuvieron que retroceder precipitadamente, y esto salvó a Roma. Galieno colmó de títulos a Odenat y lo nombró gobernador de las provincias orientales del Imperio.
Mientras Póstumo y Odenat se ocupaban del resto del Imperio, Galieno trató de fortalecer su posición en Italia. Su esfera de influencia estaba limitada a la propia Italia, Iliria, Grecia y África. Prescindió de los senadores en favor de los caballeros, especialmente en el ejército. Creó la guardia imperial de los protectores, dedicados específicamente a garantizar la seguridad del emperador. Potenció la caballería, creando una unidad de dálmatas y otra de mauritanos. Fortificó las principales ciudades italianas. También se preocupó de la cultura y las artes. Él mismo siguió los cursos de Plotino, y trató de hacer de su neoplatonismo la filosofía del Imperio.
Mientras tanto, en China, el estado septentrional de Wei conquistaba el estado de Shu Han. En 265 una nueva dinastía tomó el poder de Wei. Fue conocida como dinastía Jin. Su primer rey fue Sima Yan,perteneciente al clan Sima, que había ido ganando poder hasta imponerse sobre la familia del fundador del reino, Cao Pi. (Éste había muerto hacía casi cuarenta años). Por esta época vivió el matemático Liu Hui, autor de un libro clásico dirigido a arquitectos, ingenieros, administradores y comerciantes. Contiene fórmulas de áreas y volúmenes, la aritmética de las fracciones, porcentajes, extracción de raíces cuadradas y cúbicas, resolución de sistemas de ecuaciones lineales y el teorema de Pitágoras, con numerosas aplicaciones. Utiliza para pi el valor de 3,14.
Las incursiones de los godos al sur del Danubio eran cada vez más dañinas. En 267 Galieno logró una victoria que los contuvo durante algún tiempo. Mientras tanto, Odenat fue asesinado juntamente con su hijo mayor. El poder fue asumido por su esposa Zenobia, que reclamó todos los títulos de su marido para su hijo Vaballath. Inició un proceso de expansión que pronto le llevó a dominar toda Siria.
Un general de Póstumo llamado Lelio se sublevó y se hizo proclamar emperador. En 268 Póstumo lo asedió en Maguncia y logró tomar la ciudad, pero fue asesinado por sus propios soldados. El Imperio Galo quedó en manos de Marco Pavonio Victorino Augusto, que había sido coemperador con Póstumo los últimos años, pero no tardó en morir víctima de una sedición y la Galia quedó sumida en la anarquía.
Mientras tanto Aureolo se había rebelado también contra Galieno proclamándose emperador. Galieno lo había acorralado en Milán, pero entonces fue asesinado por unos oficiales ilirios. Los soldados eligieron emperador a Marco Aurelio Claudio. El Senado lo reconoció como tal y le otorgó el sobrenombre de Augusto. Había sido gobernador de Iliria en los tiempos de Valeriano, donde había contenido a los godos durante diez años. Es conocido como Claudio II para distinguirlo del primer emperador Claudio. Logró derrotar definitivamente a Aureolo en Milán, el cual fue asesinado por sus propios soldados, siguiendo la costumbre.
Claudio II realizó progresos notables. Derrotó a los alamanes y los rechazó al otro lado de los Alpes. Luego marchó a Mesia, donde derrotó a los godos en varias ocasiones. Por esta época los godos habían construido una flota con la que se adentraron en el mar Negro y atacaron Asia Menor. Incluso atravesaron el Bósforo y penetraron en Grecia por sus costas. Incendiaron el templo de Éfeso y saquearon Atenas. También llegaron a las islas de Creta y Rodas. En 269 Claudio II consiguió importantes victorias contra ellos. Tras destruir un importante ejército godo adoptó el sobrenombre de Claudio Gótico.Logró recuperar el dominio de Hispania y la Galia Narbonense, pero no pudo hacerse con el resto de la Galia. En ella se habían rebelado los Bagaudas, una palabra celta que se aplicaba a ciertos campesinos galos (esclavos y hombres libres sumidos en la pobreza, a los que a veces se unían bárbaros y soldados desertores) que periódicamente se habían alzado contra los terratenientes y contra el poder imperial. La primera rebelión tuvo lugar bajo Cómodo, y hubo otra bajo Septimio Severo. La actual se extendió por Aquitania y el sur de los Pirineos.
En 270, mientras se preparaba a enfrentarse nuevamente con los bárbaros en el Danubio, Claudio II murió víctima de la peste. También fue el año en que murió Plotino.
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