miércoles, 16 de marzo de 2016

IMPERIOS

EL IMPERIO ASIRIO

Los ríos Eufrates y Tigris nacen en los montes de Armenia y desembocan en el golfo Pérsico. La extensa región que delimitan las cuencas de estos ríos se conoce con el nombre de Mesopotamia. En la Baja Mesopotamia los aluviones de los ríos ganaron tierra al mar, y las inundaciones, sabiamente canalizadas, fertilizaron la tierra, lo que posibilitó una rica agricultura.
La Alta Mesopotamia era una meseta muy bien comunicada con Siria y Egipto. Toda la región fue, desde aproximadamente el 3000 a. C. hasta el 539 a. C, escenario de brillantes civilizaciones, como las ciudades-estado sumerias, que utilizaron la primera escritura conocida, la cuneiforme, y los Imperios acadio, babilónico, asirio y neobabilónico.
LOS ASIRIOS:
Sintesis de su Historia:
En 1500 a.C. cuando los hititas volvieron al norte, tras destruir el primer imperio babilonio, se inició un largo período de confusión en Mesopotamia, y en ese momento surgió en el norte un estado llamado Asiria, cuyas capitales eran las ciudades de Nínive y Assur, situadas a orillas del Tigris. En esta zona del valle, la agricultura había facilitado el desarrollo de la civilización. Al principio, los asirios constituían un tosco pueblo fronterizo; pero con el tiempo adoptó la vida civilizada de otros pueblos del valle.
Los asirios no eran un pueblo especialmente pacífico, sino se caracterizaban por los crueles, agresivos y dominantes; pero es posible que se vieran obligados a adoptar esta conducta para sobrevivir, pues la historia de Asiria durante la mayor parte del segundo milenio a.C. está plagada de invasiones y contrainvasiones de sus poderosos vecinos. Además de los hititas estaban los hurritas(un pueblo caucásico) y los mitanos (indoeuropeos).
Los asirios, fueron feroces guerreros de origen semítico, habían permanecido sujetos a diversas dominaciones hasta que iniciaron el que se podría denominar su primer período de expansión, que comenzó con Salmanasar I (1270 a. C.) y concluyó con Teglath-Falasar I (hacia 1100 a. C).
A comienzos del primer milenio precristiano se formó el más poderoso imperio de Mesopotamia, el Imperio Asirlo, que dominó por varios siglos la región. Como restos de su poderío quedan las ruinas de los fuertes militares, construidos con grandes bloques de piedra, ubicados en las distintas regiones dominadas en sus épocas de máxima expansión. Aquí se aprecia una torre del fuerte construido por Salmanasar III como parte de las defensas de la ciudad de Nimrod.
Dos siglos más tarde (hacia 910 a.C.) reanudan su actividad expansionista, proceso que los condujo a edificar un vastísimo imperio apoyado en el terror y la violencia (desde Media hasta el Nilo y desde el golfo Pérsico hasta Lidia), que acabó de redondear Asurbanipal (669-633 a. C.) quien sometió al Alto Egipto (665 a.C.) por una parte, y por otra arrasó Susa (641 a. C).
Mapa Imperio de los Asirios
Mapa Imperio de los Asirios
Hacia el 646 a.C, cuando el poder asirio llegó a su punto culminante, realizaron su última conquista importante y terminaron de construir un imperio que abarcaba toda Mesopotamia, gran parte de las regiones montañosas orientales, Siria, el Levante, Palestina e incluso el Bajo Egipto, constituyendo el mayor estado unificado que había existido hasta entonces en la zona.
Sin embargo, este formidable coloso pronto comenzó a experimentar las consecuencias de sus propios fallos internos. En efecto, la beligerante nobleza asiria, de la cual era jefe el rey, se mantuvo siempre en pie de guerra, sin pedir ni dar cuartel. Así, el paso de los ejércitos asirios se vio señalado por tormentos atroces, incendios, saqueos, éxodos de poblaciones enteras, y, por sobre todo, odio.
A dicha actitud se unió la desmedida explotación de los pueblos sometidos, a los que ni siquiera intentaron atraerse. Así surgieron en diversas regiones, como Babilonia, Egipto, e incluso, en la zona de Media, caudillos militares que lanzaron a las poblaciones, oprimidas y arruinadas por las cargas fiscales y las prestaciones obligatorias, contra el corazón mismo de Asiria.
A la muerte de Assurbanipal, en el 627 a.C. siguió una revolución en la corte. Sobre los acontecimientos de Asiria después de esa fecha se sabe poco. Los medas tomaron la ciudad de Assur en el 614 a.C. y, con ayuda babilónica, capturaron Nínive en el 612. El Ejército asirio, dirigido por el último rey asirio, Assur-Uballit II (que reinó en 612-609 a.C.), se replegó a Harran, a cierta distancia al noroeste de la capital asiria. Esta derrota supuso el final del Imperio asirio.
Pese a la resistencia de los asirios, que hasta llamaron en su auxilio a los jinetes escitas, los medos tomaron Asur (614 a.C), y, dos años más tarde (612 a. C), una alianza entre Cyaxares y Nabopolasar culminó con la destrucción de Nínive, que fue arrasada.
Imperio Asirio se extendió en gran medida debido a sus brutales métodos militares. Mantuvo su dominio mediante el uso de un idioma y una religión comunes, junto con la supresión violenta de revueltas internas. Los caldeos derrotaron a los asirios en Babilonia, lo cual dio como resultado el Imperio Neobabilónico personificado por Nabucodonosor.
GOBIERNO: En su apogeo, el Imperio Asirio fue gobernado por reyes cuyo poder se consideraba absoluto. Bajo su liderazgo, el imperio llegó a estar bien organizado. Al eliminar cargos de gobernadores que poseían los nobles por herencia e instituir una nueva jerarquía de oficiales locales directamente responsables ante el rey, los reyes asirios tuvieron mayor control sobre los recursos del imperio.
Los asirios también desarrollaron un eficiente sistema de comunicaciones para administrar su imperio de forma más práctica. Se formó una red de estaciones de correo que utilizaban relevos de caballos (y mulas o burros en los terrenos montañosos) para llevar mensajes a través de todo el imperio. El sistema resultó tan eficaz, que un gobernador provincial de cualquier parte del imperio (excepto Egipto) podía enviar un apregunta al palacio del rey, y recibir respuesta en cuestion de una semana.
Todo el arte asirio se inspira en el de Persia, Siria, los hititas, Babilonia. Las estatuas son macizas. Bajo el reinado de Asurbanipal los escultores de animales alcanzan en los bajorrelieves una gracia y un movimiento raramente igualado, que, desde luego, no existe en las efigies reales de convencionales rasgos, con sus barbas rizadas y sus cabellos lisos, en las que sólo el perfil semita y los labios gruesos ofrecen una nota realista. La arquitectura refleja el poder.
Al abrigo de sus murallas almenadas, aunque más geométricas, las ciudades fortificadas no debían ser muy diferentes de las medievales. Las puertas estaban guardas por torres que impedían a los atacantes acometer los muros. En el interior, una ciudadela constituía el refugio supremo.
Elevado sobre un terraplén, al que se llegaba por una rampa, el palacio de Sargón, en Khorsabad,semejaba una verdadera fortaleza, con sus patios rectangulares, a los que se abrían los almacenes, los depósitos de hierro en lingotes y las salas reales.
Zigurat, asirio
Zigurat
El conjunto estaba coronado con un zigurat y en numerosas capillas se honraba a los dioses protectores de Asur. El pavimento del suelo era de adobe y los techos se construían en forma de terrazas de ladrillos sostenidas por vigas.
sargón asirio
Sargón
Sociedad y cultura asirias: A diferencia de los hebreos, los asirios no temían mezclarse con otros pueblos. De hecho, la política asiria de deportar hacia Asiria a muchos de los prisioneros de los territorios recién conquistados, creó unasociedad políglota en la que no resultaban importantes las diferencia étnicas. Se estima que, durante un periodo de tres siglos, se deportaron entre cuatro y cinco millones de personas a Asiria, lo cual produjo una población mixta desde el punto de vista tanto racial como lingüístico.
Lo que aseguraba su identidad a los asirios mismos era su lengua, aunque incluso ésta era semejante a la de sus vecinos sureños de Babilonia. La religión igualmente fue una fuerza cohesiva. Asiria era literalmente “la tierra de Ashur”, en referencia a su principal dios. El rey —representación humana del dios Ashur— brindaba un enfoque final de unidad.
La agricultura constituía la principal base de la vida asiria. Asiria era una tierra de villas campesinas y, relativamente, pocas ciudades importantes, sobre todo en comparación con la parte sur de Mesopotamia. A diferencia de los valles ribereños —donde la agricultura requería la organización meticulosa de un gran número de personas para controlar la irrigación—, los campos agrícolas asirios recibían suficiente humedad de las lluvias regulares.
El comercio era la segunda actividad en importancia económica. El comercio interior dependía de un sistema que utilizaba los metales —como el oro, la plata, el cobre y el bronce— como medio de intercambio. Diversos productos agrícolas también servían como una forma de pago o de intercambio. Debido a su localización geográfica, los asirios fungían como intermediarios y participaban en el comercio internacional, del que importaban madera, vino, metales y piedras preciosas, mientras que exportaban materiales textiles o tejidos fabricados en los palacios, templos y quintas privadas.
La cultura del Imperio Asirio fue híbrida por naturaleza. Los asirios asimilaron muchos elementos de la civilización mesopotámica y se consideraron a sí mismos guardianes de la cultura sumerja y babilónica. Por ejemplo, Asurbanipal coleccionó una gran biblioteca en Nínive, que incluía las obras disponibles de la historia mesopotámica. La religión asiria reflejaba también la asimilación de otras culturas. Aunque los asirios consideraban su propio dios nacional, Ashur, su deidad principal, reconocieron también a casi todos los dioses y diosas de Mesopotamia.
Entre los objetos mejor conocidos del arte asirio se encuentran las esculturas en relieve encontradas en los palacios reales de tres de las ciudades capitales asirias: Nimrud, Nínive y Khorsabad. Estos relieves —comenzados durante el reinado de Asurbanipal en el siglo IX y que alcanzaron su culminación en el reinado de Asurbanipal en el siglo vu— ilustraban dos distintos tipos de motivos: las escenas ceremoniales o rituales, agrupadas alrededor de la persona del rey, y escenas de caza y guerra.
Las últimas mostraban instancias de acción vividas del rey y sus guerreros librando batallas o cazando animales, sobre todo, leones. Estos relieves ilustran un mundo vigoroso masculino, donde la disciplina, la fuerza bruta y la rudeza son valores perdurables: en verdad, los verdaderos valores de la monarquía militar asiria.
caceria de arsubanipal
La cacería de leones del rey Asurbanipal. Este relieve, esculpido en alabastro como decoración para el palacio norte de Nínive, ilustra al rey Asurbanipal participando en una cacería de leones. La escultura en relieve, una de las formas mejor conocidas del arte asirio, alcanza irónicamente su punto máximo bajo el reinado de Asurbanipal, justo en el momento en que el Imperio Asirio comienza a desintegrarse.
Civilización asiria fue una civilización híbrida, en la que confluyen elementos babilónicos, hititas y, sobre todo, sirios, Asiria no deja por ello de ser un crisol que funde las diferentes culturas del Oriente Medio y contribuye a difundir las aportaciones babilónicas.
Gracias a los asirios, los hititas conocerán textos gramaticales que tratan de la lengua y la escritura mesopotámicas. Si los textos reales asirios se graban sobre lápidas y placas de hierro, que recubren los muros de los palacios, en la biblioteca de Asurbanipal se encontrará un gran número de tratados de astrología y leyendas babilónicas, escritos en tablas de arcilla. Estas se grababan cuando la arcilla estaba todavía fresca, y se cocían después.
Las misivas iban rodeadas por una envoltura, también de tierra cocida, en que figuraban la dirección del destinatario y un texto de “protección”. Se escribía también sobre tablas de madera recubiertas de cera y probablemente se empleaba asimismo la escritura de tinta sobre madera, pergamino o papiro. Se han encontrado numerosos diccionarios bilingües y trilingües, métodos para aprender el babilonio y el asirio, así como numerosas copias de obras literarias, escritas en caracteres cuneiformes.
Como los sumerios y los babilonios, los asirios empleaban para anotar su lengua—un dialectoakkadio, emparentado con las lenguas semitas, el hebreo, el arameo y el árabe—caracteres que, escritos de izquierda a derecha, en líneas horizontales, resultaban muy complicados. Por eso, a partir del reinado de Sargón I, se extenderá cada vez más el empleo de la lengua y escritura arameas —que era silábica, y, por tanto, más fácil—, no solamente entre el pueblo sino en la corte.
Los reyes de Asiria hacen consignar con gran cuidado los acontecimientos importantes de su reinado. Así debemos a Asurbanipal la formación en Nínive de una inmensa biblioteca, cuyos vestigios nos han permitido conocer la historia de sus dinastías, su concepción del mundo y las relaciones que existían entonces entre los dioses y los hombres del país de Asur.
Disco solar de los asirios
Disco solar de los asirios
LOS DIOSES Y LA CAZA REAL: Tanto en la vida del pueblo como en la de los reyes, la religión representa uno de los factores más importantes: son los dioses quienes introducen como su vicario al rey asirio, encargado de administrar el país que les pertenece y castigar a los paganos.
Bajo el reinado de Tiglat-Pileser I, los dioses más importantes son: Asur, señor supremo encargado de la investidura de los reyes; Enlil, padre de los dioses terrestres y de los países; Sasmas, dios del sol; Sin, dios de la luna; Adad, dios de la tormenta, y, en fin, Ninurta, dios de la guerra y de la caza. La diosa Ishtar, descendiente de la diosa-madre antigua, preside la guerra y el amor.
Los cultos no son inamovibles, y los dioses son frecuentemente suplantados por otros en la adoración de los hombres. Bajo el rey Tukulti-Ninurta, se impone, sobre todos los demás, el dios de la caza, Ninurta; bajo Ashur-Nasirpal I, Ishtar recibe todos los favores, mientras que, a partir del reinado de Adad-Nirari III, Marduk y su hijo Nabú son adorados no solamente en Babilonia, sino en toda Asiria. A cada renovación del culto, se elevan nuevos templos y se fundan nuevas ciudades. Algunos cultos traspasaron las fronteras de Asiria y se expandieron por todo el Medio Oriente. Tal ocurrió, por ejemplo, con el de la diosa Ishtar.
Uno de los aspectos más curiosos de la religión asiria aparece profusamente ilustrado por los ritos reales de la caza del león: el rey, simbolizando la divinidad, debe cazar al león, símbolo de las fuerzas del mal. Asimismo, el rey ha de cazar y abatir por su propia mano otros numerosos animales salvajes, como cabras monteses, ciervos, toros o elefantes, con objeto de poder ofrecerlos en sacrificio anual a Asur. Numerosos bajorrelieves nos muestran al rey cazando en el desierto o vertiendo libaciones sobre los animales muertos.
Los otros ritos religiosos no parecen diferir mucho de los usuales por la misma época en Babilonia, y la práctica de la religión consistía, sobre todo, en ritos destinados a granjearse los favores de los dioses y a apaciguar sus iras cuando sobrevenía alguna catástrofe. Los sacerdotes se entregaban a la adivinación mediante el examen del hígado de las víctimas sacrificadas a la elaboración de calendarios indicadores de los días fastos y nefastos, a la astrología y a todas las ciencias mágicas.
Filosóficamente, la religión asiria, como la de Mesopotamia, es la religión sin esperanza, sin vida en. eí más allá, preocupada únicamente del bienestar terreno. Los demonios o genios malignos son causa de todas las desdichas que pesan sobre el hombre. Mediante encantamientos o ritos mágicos, el sacerdote-médico habrá de aniquilar el poder maléfico de esos genios y hacer sacrificios a los dioses, a fin de que concedan de nuevo su protección al hombre que ha pecado, pero que se arrepiente.
Los ritos esrán consignados en numerosos tratados, que interpretaban los sacerdotes y los escribas, únicos capaces de descifrar los caracteres cuneiformes.
ALGUNOS MOMENTOS HISTÓRICOS DE ASIRIA:
Mientras Sargón fue rey de Asiria su principal preocupación fueron los israelitas y las amenazas que lo asechaban ciertos pueblos del norte y al este como los cimerios y escitas nómadas, que rivalizaban por tierras más húmedas y fértiles en las que apacentar sus rebaños, hasta que en 705 a. C, su ferocidad derrotó a Sargón, que cayó en la batalla.
Sargón Rey de Asiria
Su sucesor, Senaquerib, desplazó el punto de mira de los asirios al sur, hacia Babilonia, en el moderno Iraq, ciudad famosa por sus leyes, ciencia y astronomía. Repetidas veces fue capturada. Una y otra vez el pueblo se rebeló, hasta que por fin sucumbió y se convirtió en la capital asiria bajo el rey Assarhaddon, quien a continuación dirigió su mirada hacia el oeste, hacia el mayor de los premios: Egipto.
En 671 a. C, Assarhaddon atacó y saqueó aquella histórica tierra, e hizo del imperio asirio, que ahora se extendía desde Egipto hasta la India, el mayor que el mundo hubiera conocido. Sin embargo, su legado no duró demasiado y a la muerte de su hijo, el rey Asurbanipal, en 627 a. C, el imperio, agotado por las guerras, fue incapaz de resistir a los escitas y cimerios (Asurbanipal fue el monarca que construyó la famosa biblioteca con sus 20.000 tablillas cuneiformes y el palacio real de Nínive).
Con el declive del poder asirio, Babilonia volvió a ser independiente. En 612 a. C. sus ejércitos acabaron con los asirios y saquearon su capital en Nínive, y antes de atacar cerraron una alianza lo más sólida posible con los molestos escitas. Por desgracia para los judíos de Jerusalén, el auge de una potencia babilónica independiente no era una buena noticia. El estado babilónico creció en poder hasta alcanzar el cénit con el reinado del temible rey Nabucodonosor que gobernó entre 605-562 a. C..

La influencia de la política imperial asiria en la literatura judía

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Por Patricio Moya Muñoz*
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I

Durante los siglos IX al VIII a.C. el Antiguo Oriente estuvo bajo la hegemonía Asiria. Esto implica que, tal como lo dice Liverani, la ideología religiosa y política de la época «es común a todos los estados de Levante»,[1] por lo tanto, todos los reinos que están bajo el dominio asirio, participan con el correr del tiempo de una cultura común. Esta hegemonía se mantuvo hasta el siglo VII, aunque con menor intensidad, razón por la cual algunos autores hablan de un período de decadencia del Imperio Neoasirio.

La ideología religiosa y política asiria se sustentaba en una concepción del orden social en la que el poder central se enriquecía a costa de los productores (campesinos, artesanos, etc.). Este orden social era el establecido por los dioses, especialmente Assur, de quien el rey era su legítimo representante. De esta forma se legitimaba dicho orden, al punto de que muchos de los explotados se convencían de que al aceptarlo mantenían el equilibrio universal, dispuesto así por sus divinidades.

Esta misma ideología se transmitía a los pueblos conquistados. La conquista se basaba en este mismo orden, el cual, llevado a los otros territorios, adoptaba un carácter universalista, convirtiendo al rey en el único y legítimo gobernante de todos.

Como toda conquista, estas recibían una legitimación religiosa. El rey hacía la voluntad de Assur, de quien era el legítimo representante y tenía comunicación directa con la divinidad. Si los otros pueblos eran derrotados, era porque no tenían dios, sus dioses los habían abandonado o sus dioses eran demasiado débiles. De esta forma se consolidaba el propósito general de la conquista: la unificación de un único y legítimo poder bajo la protección de los dioses asirios.[2]

Al momento de la conquista, la relación con los pueblos sometidos se ordenaba mediante tratados o pactos de sometimiento, de los cuales el más completo conocido hasta ahora es el tratado entre Asaradón y unos príncipes vasallos, aproximadamente del 672 a.C. y que se halla actualmente en el Irak Museum de Bagdad.[3] Los reyes conquistados hacían juramentos de fidelidad tanto al rey como a los dioses asirios. De esta forma podían mantener cierta autonomía, aunque cumpliendo fielmente con los tributos, los plazos y evitando revueltas contra el rey soberano y el dios nacional Assur.

En este breve ensayo presentaré un paralelo entre la ideología asiria antes descrita y la elaboración de los textos de la Biblia Hebrea, escritos a partir del siglo VII a.C. en el reino de Judá, conocidos como la Obra Deuteronomista, y la influencia que ejerció la ideología imperial asiria en el desarrollo de la historia y la teología de Judá.

II

Durante el período de dominación asiria en la franja siro-cananea, uno de los pueblos que sufrió las consecuencias del poderío asirio fue el antiguo Israel. Y es por los relatos de la Biblia Hebrea que estos acontecimientos comenzaron a tener cierta importancia, aunque estos mismos relatos no son una representación fiel de la historia.

Ya desde el siglo IX, el Imperio Neoasirio venía demostrando su poder hegemónico y capacidad expansionista. La integración del territorio siro-cananeo al imperio asirio se lleva a cabo durante el reinado de Tiglat-Pileser III (745-727 a.C.) y el reino de Israel comienza a pagar fuertes tributos desde el año 738, llegando a perder su autonomía en el 722 con la caída de Samaria, convirtiéndose en provincia asiria.

Los pequeños estados de la región fueron incluidos dentro del proyecto expansionista asirio, comenzando a formar parte de la infraestructura imperial que incluía rutas militares y comerciales, sistemas de comunicación dentro y fuera de la región, dando origen a una movilidad sin antecedentes en la historia de Mesopotamia.

Hay dos innovaciones asirias destacables en este período: el reclutamiento de soldados de los países sometidos para el ejército asirio y la deportación de los pueblos sometidos.

Un ejemplo de la primera innovación la vemos posteriormente durante el reinado de Sargón II. Los estudios de Stephanie Dalley[4] sobre las llamadas “listas de caballos”, nos entregan información sobre las unidades del ejército, en las que se menciona la incorporación de una brigada de carros israelitas, la que llegó a ser la única extranjera a la que se permitió conservar su identidad nacional. Sargón II lo confirma al decir que «formé una unidad con doscientos de sus carros para mi fuerza real».[5] La destreza de los aurigas israelitas era conocida desde el reinado de Omri, rey de Israel durante el siglo IX.

Las deportaciones afectaban directamente al sector «educado», escribas, sacerdotes, militares importantes y artesanos, y tenía como propósito impedir la posterior organización de movimientos subversivos. Otros deportados eran usados para distintos fines: urbanización, empleados de la corte y algunos eran vendidos como esclavos. Los deportados eran reemplazados con habitantes de otras regiones, para repoblar los territorios invadidos lo que provocaba, por supuesto, un sentimiento de desarraigo con la tierra, sentimiento que se convertía en garantías de sometimiento y colaboración con el imperio.

Con el tiempo, la hegemonía asiria provocó un choque cultural en Israel, aunque también se vio afectado Judá, en el sur. Las leyes asirias exigían total sumisión de los pueblos sometidos y la eliminación de todos los enemigos de Assur; «la difusión de la ideología asiria fue el primer ejemplo de la mundialización de una cultura dominante y se puede afirmar sin exagerar que el encuentro de los intelectuales judíos con la ideología asiria marcó profundamente, y de forma decisiva, la formación del A.T.».[6]

Es en este contexto que en el siglo VIII, desaparece Israel como reino y su territorio es repoblado por los asirios. Probablemente muchos de los sobrevivientes se desplacen hacia el sur, llegando hasta las tierras de Judá, lo que explicaría básicamente dos cosas: el aumento demográfico de Judá en esa época y la fusión de tradiciones religiosas. Estas últimas corresponderían a las tradiciones llevadas a Judá por los sobrevivientes, quienes llevaban bastante tiempo bajo la influencia del Imperio.

III

Durante el siglo VII, con el reino de Israel ya desaparecido, Judá, específicamente Jerusalén, experimentará un notable crecimiento económico y demográfico producto de la anterior destrucción de Samaría. Este crecimiento demográfico, como mencionamos antes, se debe, entre otros factores, al anterior desplazamiento de refugiados del norte y a la apropiación de los territorios del norte favorecida por la decadencia asiria. El entonces rey de Judá, Josías, de la dinastía davídida, realizó una reforma política y religiosa, que en cierto modo era continuación de la comenzada por el rey Ezequías tiempo atrás, en la que el templo de Jerusalén es declarado como el único santuario legítimo, lo que implicaba el cierre de los distintos lugares de culto existentes en distintas localidades, facilitando de esta forma, el control religioso sobre todo el reino.

En esta época se escribe (aunque según el texto bíblico «se encuentra») una primera versión del Deuteronomio, texto que contenía una serie de leyes y prohibiciones, las que se creía habían sido entregadas por Yahvé desde el principio de la historia de Israel como pueblo, y que, casualmente, coincidían con el proyecto del rey Josías, apoyando las ambiciones reales, dándole a estas una legitimación religiosa y divina. En este libro es notoria la influencia de la ideología y el estilo asirio en su estructura y composición, así como en otros textos de la llamada «Obra Deuteronomista», la que servirá como modelo para la construcción de la religión Yahvista y algunos de sus primeros preceptos. Comparando los tratados asirios y los escritos deuteronomistas, es posible establecer algunos paralelos que demuestran la relación entre ambos:

El primer paralelo que destacaremos entre el texto del Deuteronomio y la ideología asiria lo vemos en el conocido credo judaita: «Escucha, Israel: Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es único. Amarás a Yahveh, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»[7] (Dt 6,4-5). Esta declaración de fe, se constituyó muy probablemente en el punto de inicio del Deuteronomio primitivo en el siglo VII a.C. Es además una muestra de la monolatría o henoteísmo presente en Judá y que luego de un largo proceso desembocaría en el monoteísmo exclusivo durante la segunda mitad del siglo VI y el V, como producto de otra catástrofe; la invasión babilónica, llevada a cabo por Nabucodonosor II.

La Obra Deuteronomista, compuesta por siete libros (Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes) insiste en la unicidad de Yahvé, exigiendo absoluta fidelidad y obediencia. Desde la lógica de la reforma real, un único templo requería un único Dios a quien se debía total fidelidad. Tal vez esto sea una repercusión de la influencia asiria, donde todo debía estar bajo un solo gobernante, aun cuando el monoteísmo exclusivo no estaba consolidado en la religiosidad judía, para lo cual falta varios años todavía.

Este credo tiene un claro antecedente en los tratados de sumisión asirios, en los cuales el rey exige absoluta fidelidad de parte de los pueblos sometidos:

«Amarás a Asurbanipal, el gran príncipe heredero, hijo de Asaradón, rey de Asiria, como a ti mismo» (Tratado de Asaradón con unos príncipes vasallos, 672 a.C.).[8]

«Amaremos a Asurbanipal, rey de Asiria, y odiaremos a su enemigo. A partir de hoy, mientras vivamos. Asurbanipal, rey de Asiria,  será nuestro rey y señor. No instalaremos ni buscaremos a otro rey o a otro señor para nosotros» (Tratado de Asurbanipal con sus aliados babilonios, 652 – 648 a.C.).[9]

Es notoria la similitud con el texto de Deuteronomio citado más arriba, evidenciando una clara utilización de la ideología real asiria, aplicada luego a Yahvé, lo que constituye una influencia de la ideología real asiria en la construcción de la teología Judía, con miras a lo que luego será ya mencionado monoteísmo exclusivo.

Pero si ampliamos la comparación a todo el libro del Deuteronomio, vemos que todo éste está construido siguiendo la estructura de los tratados asirios con los pueblos dominados. Aunque no todos los tratados asirios hallados hasta ahora están completos y, además, son de distinta índole, podemos tomar como modelo el tratado de Asaradón con los príncipes vasallos, mencionado al principio. Su estructura sería la siguiente:

  1. Preámbulo
  2. Impresiones de Sellos
  3. Testigos divinos
  4. Conjuro
  5. Introducción histórica
  6. Estipulaciones
  7. Cláusulas de violación
  8. Maldiciones
  9. Juramento
  10. Maldiciones ceremoniales
  11. Colofón y fecha[10]

Varios de estos elementos son claramente identificables en la estructura del libro del Deuteronomio, evidenciando una dependencia no solo literaria, sino también política e ideológica, tomando la autoridad del rey asirio como modelo para describir la autoridad de Yahvé sobre su «pueblo escogido».

En el caso de la apelación a los testigos divinos hay una variación, ya que, en la lógica de un Dios único, Yahvé no puede apelar a otros dioses como testigos, por lo tanto se indica al cielo y a la tierra en reemplazo de otros dioses: «Llamo hoy por testigos contra vosotros al cielo y tierra de que te pongo delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición» (Dt 30,19).

Probablemente la utilización por parte de Judá del modelo asirio para construir su teología, fue una especie de expresión subversiva, aprovechando la decadencia asiria, en la que ya no es el rey asirio el máximo señor, sino Yahvé; a este último se le debe absoluta obediencia y no al rey asirio. Sería entonces una teología no solo de un Dios único, sino probablemente también una expresión anti-asiria, lo que por supuesto condiciona y permea la nueva teología en desarrollo.
Un segundo paralelo lo encontramos en otro libro de la Obra Deuteronomista, esta vez en el libro de Josué. En los relatos de la conquista, Yahvé es presentado como un Dios guerrero. Estos relatos tienen su origen en la segunda mitad del siglo VII a.C., también en el contexto del proyecto expansionista de Josías, cuando se reconstruye la historia a partir de dicho proyecto. El libro de Josué provee una legitimación teológica para la expansión, favorecida por la decadencia de Asiria.
Influenciados por los textos asirios, los autores del libro de Josué, presentan a Yahvé llamando a la guerra y ofreciendo su protección:

«Todo lugar que pise la planta de su pie les he dado a ustedes, tal como dije a Moisés… “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida… No te dejaré ni te abandonaré. “Sé fuerte y valiente, porque tú darás a este pueblo posesión de la tierra que juré a sus padres que les daría» (Jos 1,3.5-6)

Esta idea se repite varias veces en el Antiguo Testamento, especialmente en la Obra Deuteronomista y la encontramos también en un oráculo para Asaradón, por supuesto de fecha bastante anterior:

«¡Asaradón, rey de los países, no temas!… Yo soy Ishtar de Arbeles, la que derriba a tus enemigos ante ti… ¡No temas nada!…Yo soy la que asegura tu trono bajo el amplio cielo, por días sin fin y años eternos» (Oráculos para Asaradón y la reina madre; K 4.310 y 2.401).[11]

Otro paralelo lo encontramos en la «Carta a Dios» del rey Sargón II (721-705 a.C.), donde éste dice:

«El resto del pueblo, que huyó para salvar sus vidas, que había abandonado el poder glorioso de Assur… Adad, el violento, el hijo de Anu, el valiente, dio su grito contra ellos, y con inundaciones y granizos, aniquiló al resto.»[12]

En el libro de Josué encontramos un claro eco de este relato, en 10,11, a propósito de la «conquista» de Canaán:

«Cuando huían ante Israel por la pendiente de Bet Jorón, lanzó Yahveh desde el cielo sobre ellos una gran granizada hasta Azecá. Y fueron muchos más los que murieron por la granizada que los que mataron a espada los israelitas».

En este texto se resalta una imagen guerrera de Yahvé, la que debe ser entendida a la luz del contexto en el que se origina el relato, con la intención de demostrar que Yahvé es más poderoso que las otras divinidades asirias. Se equipara a Yahvé con Adad, lo que se repetirá varias veces en la historia de Judá. De esta forma se afirma que Yahvé es superior a los dioses asirios, lo que implica endurecer la imagen de este, para convertirlo en un guerreo más poderoso que Assur.[13]

Esta imagen bélica de Yahvé sería más tarde criticada por la misma teología de Judá intentando darle a Yahvé una imagen más de liberador que de guerrero.

IV

La influencia de la ideología asiria en la literatura judía y en la construcción de la Biblia Hebrea, es mucho más numerosa que lo expuesto anteriormente, aunque no es el único elemento que influyó en su composición.

Durante el siglo VII a.C. comienzan a ponerse por escrito las tradiciones, mitos y leyendas del mundo judío, las que van expresando sus creencias y la concepción que tenían de su propia historia, a partir de elementos comunes a los pueblos y reinos que están bajo el dominio asirio, luego babilonio, posteriormente persa y griego, hasta llegar al mundo romano. Todos estos imperios influyeron en su formación.

Sin embargo, destaca la influencia asiria como la ideología que estaba presente al momento de comenzar a poner por escrito dichas tradiciones. La reforma religiosa y política que se lleva a cabo durante la segunda mitad del siglo VII a.C. demuestra que el texto de la Biblia Hebrea es un producto característico de una cultura común, en la cual los dioses luchaban entre sí, representados por los reyes y reinos que los adoraban.

La historia anterior de los pueblos israelita y judío es escrita en retrospectiva durante esta época, «manipulando» la historia anterior para que esta sea favorable a los propósitos del momento y de esta forma encontrar una justificación a los propósitos reales. En esta historia en retrospectiva, Egipto va a jugar un papel importante siendo muchas veces utilizado como una figura que en realidad describe las características de los dominadores «actuales».

La Obra Deuteronomista, desarrollada en Judá, comienza a ser escrita entonces, entre otras razones, para justificar los propósitos político-religiosos y continuará desarrollándose durante aproximadamente un siglo y medio más, con el mismo objetivo, según los intereses, necesidades y proyectos de cada momento, apropiándose de las tradiciones del desaparecido reino de Israel, una historia que, aun cuando era real, no le pertenecía.

V

La Biblia Hebrea es entonces, al menos en una parte importante, un libro con fuertes intenciones e influencias políticas, en consonancia con los propósitos reales de las épocas en que se fue escribiendo. Pero se debe evitar el error de catalogar los relatos bíblicos como una construcción únicamente política y literaria, sino además como una fuente histórica importante que nos permite ver como los reinos de Israel y Judá construyeron su historia.

Destacamos la influencia asiria como punto de partida de un modelo historiográfico, aunque no está de más mencionar que en las tradiciones ya existentes, Egipto jugaba el papel principal, debido probablemente al hecho de que era Egipto el imperio dominante cuando Israel se constituyó como agrupación de tribus. Posteriormente, durante la dominación asiria, Egipto se convertirá en el lugar de refugio o el protector a quien acudir.

Debido a la influencia asiria comienza también a moldearse la imagen de Yahvé, otorgándole características de los distintos dioses de la región, como los cananeos El y Baal, y especialmente algunas que lo equiparen al todopoderoso Assur. Esta imagen de Yahvé será luego el punto principal del monoteísmo que los caracterizará como nación.

La Biblia Hebrea se constituye, entonces, como un texto en el que resaltan las intenciones político-religiosas de distintas épocas, como parte del desarrollo histórico, y que es una muestra de los textos religioso-políticos del Antiguo Oriente, culturas e ideologías de las que tanto el reino de Israel, hasta fines el siglo VIII, y luego el reino de Judá de ahí en adelante, formaron parte.

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