Imperio Asirio fue una de las principales naciones de la historia mesopotámica. Si el máximo esplendor del Estado asirio corresponde a la primera mitad del milenio I a.C. (Imperio neoasirio), sus orígenes se remontan a fines del milenio III a.C.
El núcleo geográfico originario del pueblo asirio estaba constituido por dos áreas. Por un lado, incluía el denominadotriángulo de Asiria, entre el alto Zab y el Tigris, con Nínive como centro principal. Y por otro, más al sur, se hallaba la ciudad de Assur, que daba nombre a los propios asirios. El triángulo de Asiria era una región abierta, intensamente poblada, muy rica desde un punto de vista agrícola y con un importante y antiguo urbanismo.
El núcleo geográfico originario del pueblo asirio estaba constituido por dos áreas. Por un lado, incluía el denominadotriángulo de Asiria, entre el alto Zab y el Tigris, con Nínive como centro principal. Y por otro, más al sur, se hallaba la ciudad de Assur, que daba nombre a los propios asirios. El triángulo de Asiria era una región abierta, intensamente poblada, muy rica desde un punto de vista agrícola y con un importante y antiguo urbanismo.
Etapas del Imperio Asirio
Existieron 3 etapas en el Impero Asirio, las cuales fueron el Imperio Antiguo Asirio, el Imperio Medio Asirio y el Imperio NeoAsirio.
El Imperio Antiguo Asirio
Los asirios nos han dejado una importante lista real que recoge los nombres de los reyes desde los orígenes más o menos legendarios hasta la época neoasiria (siglo VIII a.C.). Según esta lista, encabezada por el mítico Tudiya, que habría que remontar a finales del milenio III a.C., los primeros 17 reyes de Asiria vivían en tiendas, lo cual significa que el Estado asirio habría tenido un origen tribal y nómada. De las dos secuencias siguientes de reyes, una recoge los monarcas efectivos de Assur, mientras que la otra sería una lista legitimadora de la ascensión al trono del usurpador Shamshi-Adad I, primer gran rey del país. Parece, en efecto, que toda esta primera parte de la lista busca legitimar esta ascensión, pues los orígenes tribales casan bien con el propio Shamshi-Adad, pero tienen poco que ver con lo que nos dicen las fuentes arqueológicas sobre los comienzos del Estado asirio, que nos hablan de una región fuertementeurbanizada y de economía agrícola y comercial.
Shamshi-Adad I
Shamshi-Adad I (1812-1780 a.C.), contemporáneo de Hammurabi de Babilonia, llevó por vez primera a los asirios más allá de su núcleo de origen. Consiguió someter toda la alta Mesopotamia, anexionando ciudades tan significativas como Mari, y firmó un tratado de paz con Babilonia, que le reconoció sus dominios. Shamshi-Adad organizó administrativa, política y militarmente sus nuevos territorios, construyendo el primer Estado territorial asirio; es la época que conocemos como Imperio antiguo asirio. A su muerte, sin embargo, el Imperio se deshizo; sus hijos no pudieron conservar la integridad del Estado que habían heredado y no consiguieron hacer frente a la presión de los hurritas. Asiria desapareció temporalmente de la historia y su territorio quedó bajo control directo de los hurritas del Imperio de Mitanni. Sus reyes no fueron más que sombras, de las que muy poco nos dice la lista real, que en más de una ocasión se hace eco de los oscuros orígenes de los monarcas y a los que califica de hijos de nadie. Esta situación se prolongó durante 4 siglos.
El Imperio Medio Asirio
El Imperio medio asirio comenzó con Assur-uballit I (1363-1328 a.C.), que consiguió sustraerse de la tutela mitannia, y, dando la vuelta a la situación, impuso momentáneamente en el trono mitannio a un filoasirio. Mitanni, ahora en decadencia, acabó cayendo en la órbita del Imperio hitita. Assur-uballit controló Asiria hasta la Alta Mesopotamia central y los territorios más orientales de Mitanni. Consciente de su renovado poder, se hizo llamar Rey de la totalidad, y estableció relaciones diplomáticas directas con el Egipto de Amenhotep IV, provocando la airada protesta de Burna-buriash de Babilonia, quien consideraba a los asirios como vasallos suyos. Ante la evidencia de la nueva potencia asiria, sin embargo, Burna-buriash acabó reconociendo el rango de Assur-uballit, y la reconciliación se selló con una boda: el hijo del babilonio se casó con la hija del asirio. Pero el descendiente de este matrimonio fue asesinado por la facción antiasiria de Babilonia, por lo que Assur-uballit intervino directamente en la ciudad, atacándola con dureza, e impuso en su trono al pequeño Kurigalzu, hijo a su vez del príncipe asesinado. La actuación de éste no favoreció los intereses de los asirios, y los sucesores inmediatos de Assur-uballit tuvieron que luchar contra él para llevar su frontera meridional algo más al sur. alejándola de Assur.
Sucesores de Assur-uballit I
Adad-nirari I (1305-1274 a.C.) reanudó la expansión de Asiria por su salida natural, que era la Alta Mesopotamia, y consiguió doblegar al rey mitannio y convertirle en tributario de Asiria, pasando este reino de la órbita hitita a la asiria. También Adad-nirari se tituló Rey de la totalidad, pero con mayor legitimidad, pues este título había estado relacionado siempre con el control de la Alta Mesopotamia. Adad-nirari tuvo que combatir a las poblaciones de la meseta iránica, y durante su reinado se produjeron en Siria importantes incursiones de los suteos y los ajlamu, precedentes de los árameos, destinados en el futuro a transformar por completo el panorama histórico del Próximo Oriente.
Con Salmanassar I (1273-1244 a.C.), vencedor de Shattuara II de Mitanni, el territorio de esta antigua potencia quedó definitivamente incorporado al Imperio asirio. El reino de Mitanni desapareció así de la historia. Un funcionario central asirio gobernó la región momentáneamente, hasta que fue dividida en varios distritos, cada uno con su gobernador, que residía en un palacio de nueva construcción. Se realizaron deportaciones de población, se colonizaron los nuevos territorios agrícolas, y en las ciudades la población local fue sustituida por otra asiria, encargada de dirigir la vida social y económica, y la frontera occidental de Asiria quedó en el Éufrates, ahora límite directo entre los imperios asirio e hitita.
Con Salmanassar I (1273-1244 a.C.), vencedor de Shattuara II de Mitanni, el territorio de esta antigua potencia quedó definitivamente incorporado al Imperio asirio. El reino de Mitanni desapareció así de la historia. Un funcionario central asirio gobernó la región momentáneamente, hasta que fue dividida en varios distritos, cada uno con su gobernador, que residía en un palacio de nueva construcción. Se realizaron deportaciones de población, se colonizaron los nuevos territorios agrícolas, y en las ciudades la población local fue sustituida por otra asiria, encargada de dirigir la vida social y económica, y la frontera occidental de Asiria quedó en el Éufrates, ahora límite directo entre los imperios asirio e hitita.
Apogeo del Imperio Medio Asirio
La guerra, como actividad económica de primera magnitud, con sus botines, imposiciones de tributos, colonizaciones y deportaciones, que pronto acabaría convirtiéndose en rasgo distintivo del poder asirio, fue ampliamente practicada también por el sucesor de Salmanassar, Tukulti-Ninurta I (1243-1207 a.C.), con quien el Imperio medio asirio llegó a su apogeo.
Tukulti-Ninurta actuó en tres frentes. En los Zagros y el alto Tigris, justo por encima de la campiña asiria, intervino con fines defensivos y económicos (se trataba de una región rica en madera, necesaria para la construcción, y en cobre y caballos, base del armamento y del ejército. Por el oeste, la situación fue de equilibrio forzoso, pues ni los hititas ni los asirios consiguieron controlar unilateralmente la región situada entre el alto Éufrates y el alto Tigris, temiéndose unos a otros, recíprocamente. De modo que los contrastes se produjeron sobre todo en el terreno económico y comercial. Por último, por el frente babilónico la balanza se decantó claramente en favor de Tukulti-Ninurta. En efecto, ante un avance territorial del rey babilonio Kashtiliash IV, violando un tratado suscrito en tiempos de Adad-nirari I, Tukulti-Ninurta intervino, venció y capturó en batalla al rey babilonio, a quien llevó prisionero a Assur, y tras conquistar la propia Babilonia, derribó sus murallas y templos, y desterró al dios Marduk y a parte de la población, sometiendo toda la Baja Mesopotamia hasta el golfo Pérsico.
De este modo, el soberano asirio pudo proclamarse Rey del país de Assur, Rey del universo, Rey de las cuatro regiones, Rey de reyes, Rey del país de Karduniash (Babilonia) y Rey de Sumer y de Akkad. Tras su victoria babilónica, Tukulti-Ninurta se dedicó esencialmente a la actividad edilicia. Restauró templos y palacios en Assur y, sobre todo, construyó en Kar-Tukulti-Ninurta la primeracapital artificial de la historia asiria, situada cerca de Assur, en la otra orilla del Tigris. Tal vez se deba este hecho a conflictos entre el rey y las familias nobles de Assur, descontentas del talante autoritario y personalista de aquél. Las tensiones internas, las presiones de pueblos exteriores como los elamitas, el esfuerzo económico y laboral que supuso la construcción de la nueva capital y la reacción babilónica, que no se hizo esperar, provocaron un levantamiento contra el rey que acabó con su vida. Babilonia se independizó, y los sucesores de Tukulli-Ninurta, reyes mediocres, consiguieron mantener de momento el resto del Imperio gracias, más que a sus capacidades personales, a la grave crisis que se cernía en general sobre el Próximo Oriente.
De este modo, el soberano asirio pudo proclamarse Rey del país de Assur, Rey del universo, Rey de las cuatro regiones, Rey de reyes, Rey del país de Karduniash (Babilonia) y Rey de Sumer y de Akkad. Tras su victoria babilónica, Tukulti-Ninurta se dedicó esencialmente a la actividad edilicia. Restauró templos y palacios en Assur y, sobre todo, construyó en Kar-Tukulti-Ninurta la primeracapital artificial de la historia asiria, situada cerca de Assur, en la otra orilla del Tigris. Tal vez se deba este hecho a conflictos entre el rey y las familias nobles de Assur, descontentas del talante autoritario y personalista de aquél. Las tensiones internas, las presiones de pueblos exteriores como los elamitas, el esfuerzo económico y laboral que supuso la construcción de la nueva capital y la reacción babilónica, que no se hizo esperar, provocaron un levantamiento contra el rey que acabó con su vida. Babilonia se independizó, y los sucesores de Tukulli-Ninurta, reyes mediocres, consiguieron mantener de momento el resto del Imperio gracias, más que a sus capacidades personales, a la grave crisis que se cernía en general sobre el Próximo Oriente.
Crisis y Recuperación, Tiglat-Pileser I
El vacío de poder que se abrió en Asiria al morir Tukulti-Ninurta fue aprovechado por los suteos y los ajlamu pre-arameos para penetrar y establecerse en amplias zonas de la alta Mesopotamia, y por los elamitas para avanzar por la franja situada al pie de los Zagros. La situación se enderezó algo con Assur-resh-ishi (1132-1115 a.C.), que reforzó ciudades estratégicas como Arbela, en el frente de los Zagros, y Apku, en el frente altomesopotámico;frenó a los suteos y a los ajlamu, y sometió a los primeros a tributación; rechazó a los elamitas y disputó los valles medios del Tigris y el Éufrates a los babilonios de Nabucodonosor I, que se vio obligado a reconsiderar sus ambiciones territoriales. Sacó además provecho de las campañas de éste contra Elam, que fue vencido definitivamente. Assur-resh-ishi se tituló Vengador del País de Assur, y se dedicó a restaurar templos y palacios en diversas ciudades de su reino.
Su sucesor fue Tiglat-pileser I (1114-1076 a.C.), en cuyo reinado Asiría alcanzó uno de sus momentos de máximo esplendor. Al advenimiento de Tiglat-pileser, el panorama internacional había cambiado sustancialmente. El Imperio hitita había dejado de existir, arrastrado por las invasiones de los Pueblos del Mar, y en su lugar habían quedado pequeños reinos, resultado de su desintegración: los reinos neohititas. El rey asirio luchó contra algunos de éstos, como el de Mushki o Frigia, y contra otros pequeños Estados noroccidentales, como el armenio país de Nairi, al que impuso un tributo anual en calderos de bronce y caballos.
También se enfrentó a los pueblos que los anales llaman ajlamu de la tierra de Armaya, es decir a las gentes que a partir de entonces serían conocidas como árameos, del nombre de su tierra de procedencia, y que estaban destinadas a causar una de las transformaciones más profundas de la historia del Próximo Oriente. Las fuentes asirias los llaman, enemigos del dios Assur, y aseguran que Tiglat-pileser los rechazó 28 veces en 14 años, lo cual demuestra su imparable capacidad de infiltración a pesar de ser vencidos en las batallas.
La finalidad del rey asirio era asegurar las comunicaciones entre Asiria y la región del Éufrates. Cuando éstas estuvieron garantizadas. Tiglat-pileser I, dio el paso estratégico y simbólico de cruzar el Éufrates, frontera natural de su Imperio, y de adentrarse por vez primera en territorio ajeno, territorio ex hitita. Cerró un acuerdo comercial pacífico con el reino neohitita de Karkemish e impuso una tributación anual a otros reinos neohititas y a las principales ciudades fenicias. Por el oeste, su ámbito de influencia directa se extendía ahora, hasta el mismo Mediterráneo.
Por el sureste. Tiglat-pileser I intervino directamente en Babilonia, que desde los tiempos de Nabucodonosor había ido perdiendo fuerza y posiciones, y tomó las ciudades babilonias más septentrionales (Dur-Kurigalzu, Opis y Sippar), así como la misma capital. Pero se trataba más de una acción de prestigio y de demostración de fuerza que de una verdadera conquista, y el rey regresó a Asiria sin anexionar Babilonia a su Imperio, contentándose con el significado político de la campaña.
Tiglat-pileser continuó la labor constructora de sus predecesores, y restauró y amplió templos y palacios. Sus mismos anales no son sino la inscripción fundacional del templo de Anu y Adad en Assur. Una de las finalidades de sus expediciones militares a los montes del noreste fue. igual que en el pasado, obtener madera para esas construcciones. En el campo legislativo, el reinado de Tiglat-pileser produjo un importante código de leyes y una compilación de los edictos reales promulgados desde Assur-uballit hasta el propio Tiglat-pileser. Y en el terreno literario, en esta época se creó la primera biblioteca asiria, con el material conseguido por los reyes conquistadores medioasirios a lo largo de sus campanas.
Su sucesor fue Tiglat-pileser I (1114-1076 a.C.), en cuyo reinado Asiría alcanzó uno de sus momentos de máximo esplendor. Al advenimiento de Tiglat-pileser, el panorama internacional había cambiado sustancialmente. El Imperio hitita había dejado de existir, arrastrado por las invasiones de los Pueblos del Mar, y en su lugar habían quedado pequeños reinos, resultado de su desintegración: los reinos neohititas. El rey asirio luchó contra algunos de éstos, como el de Mushki o Frigia, y contra otros pequeños Estados noroccidentales, como el armenio país de Nairi, al que impuso un tributo anual en calderos de bronce y caballos.
También se enfrentó a los pueblos que los anales llaman ajlamu de la tierra de Armaya, es decir a las gentes que a partir de entonces serían conocidas como árameos, del nombre de su tierra de procedencia, y que estaban destinadas a causar una de las transformaciones más profundas de la historia del Próximo Oriente. Las fuentes asirias los llaman, enemigos del dios Assur, y aseguran que Tiglat-pileser los rechazó 28 veces en 14 años, lo cual demuestra su imparable capacidad de infiltración a pesar de ser vencidos en las batallas.
La finalidad del rey asirio era asegurar las comunicaciones entre Asiria y la región del Éufrates. Cuando éstas estuvieron garantizadas. Tiglat-pileser I, dio el paso estratégico y simbólico de cruzar el Éufrates, frontera natural de su Imperio, y de adentrarse por vez primera en territorio ajeno, territorio ex hitita. Cerró un acuerdo comercial pacífico con el reino neohitita de Karkemish e impuso una tributación anual a otros reinos neohititas y a las principales ciudades fenicias. Por el oeste, su ámbito de influencia directa se extendía ahora, hasta el mismo Mediterráneo.
Por el sureste. Tiglat-pileser I intervino directamente en Babilonia, que desde los tiempos de Nabucodonosor había ido perdiendo fuerza y posiciones, y tomó las ciudades babilonias más septentrionales (Dur-Kurigalzu, Opis y Sippar), así como la misma capital. Pero se trataba más de una acción de prestigio y de demostración de fuerza que de una verdadera conquista, y el rey regresó a Asiria sin anexionar Babilonia a su Imperio, contentándose con el significado político de la campaña.
Tiglat-pileser continuó la labor constructora de sus predecesores, y restauró y amplió templos y palacios. Sus mismos anales no son sino la inscripción fundacional del templo de Anu y Adad en Assur. Una de las finalidades de sus expediciones militares a los montes del noreste fue. igual que en el pasado, obtener madera para esas construcciones. En el campo legislativo, el reinado de Tiglat-pileser produjo un importante código de leyes y una compilación de los edictos reales promulgados desde Assur-uballit hasta el propio Tiglat-pileser. Y en el terreno literario, en esta época se creó la primera biblioteca asiria, con el material conseguido por los reyes conquistadores medioasirios a lo largo de sus campanas.
Caida del Imperio Medio Asirio
Tras la muerte de Tiglat-pileser, Asiria entró en un período de crisis aun más grave que el anterior (1076-934 a.C.). En realidad, perdió el control directo de todas las regiones que los reyes del Imperio medio habían ido conquistando, manteniendo a duras penas, y más nominalmente que otra cosa, el dominio sobre la Alta Mesopotamia. Los epígonos de Tiglat-pileser, de nuevo personajes de mediocre actuación, no pudieron contener el avance cada vez más decidido de los arameos, y acabaron replegándose en el territorio asirio originario.
En Babilonia, también sumida en una crisis , consiguieron penetrar y asentarse diversas tribus caldeas, parientes de las arameas, y pronto más poderosas que los mismos reyes babilonios. Las fuentes, que enmudecen casi por completo en esta época, acentúan la sensación de oscuridad y decadencia. La recuperación de Asiria no llegaría hasta fines del siglo I a.C., cuando una realeza renovada dio origen al Imperio neoasirio, destinado a alcanzar las más altas cotas de poder y de esplendor.
En Babilonia, también sumida en una crisis , consiguieron penetrar y asentarse diversas tribus caldeas, parientes de las arameas, y pronto más poderosas que los mismos reyes babilonios. Las fuentes, que enmudecen casi por completo en esta época, acentúan la sensación de oscuridad y decadencia. La recuperación de Asiria no llegaría hasta fines del siglo I a.C., cuando una realeza renovada dio origen al Imperio neoasirio, destinado a alcanzar las más altas cotas de poder y de esplendor.
Desde el final del Imperio Medio Asirio nuestra información es escasa para la reconstrucción de los acontecimientos y la causa es la instalación del nuevo grupo étnico al que ya hemos aludido, los arameos. Las devastaciones que producen se prolongan a lo largo de los siglos XI y X, provocando una profunda crisis demográfica, cultural y política, ya que durante ese período los monarcas tienen un escaso poder. Desde comienzos del siglo IX, la integración de las nuevas poblaciones es total, pero no se han restaurado los viejos sistemas productivos, por lo que se genera una nueva etapa expansionista, basada en la reorganización del aparato militar, que actúa en sistemáticas campañas militares anuales pormenorizadamente descritas en los Anales, motivada esencialmente por la necesidad de controlar las rutas que abastecen a Asiria de los productos que no se dan en su propio suelo. Pero la circunstancia que posibilita la expansión es el cambio cultural de los arameos, que han dejado de ser nómadas y se convierten en poblaciones sedentarias dispersas e insolidarias, por lo que pueden ser sometidas con facilidad.
El fundamento del poder asirio será, pues, el ejército, que acapara la mayor atención y esfuerzo por parte del poder central. El ejército va a ser fuente de inspiración artística, como efecto buscado por la propaganda imperial, cuya política de terror debería provocar la sumisión sin réplica por parte de los Estados vencidos. La opresión es una forma de gobierno característica de los débiles y, por paradójico que parezca, la debilidad del Imperio Nuevo
Asirio radicaba en la propia manera de incorporación de territorios que conquistaba. Se trataba de una nueva modalidad de imperialismo, por tanto no ensayado, que requería una ideología terrorífica para justificar su propia esencia y conservar cuanto había sido conseguido. Pero, al mismo tiempo, por novedoso era creativo y así, su carácter de imperio en formación se refleja en la fundación, por cada nuevo monarca, de una nueva capital. De ahí que la actividad constructora del Nuevo Imperio Asirio sea tan rica. Assurnasirpal II establece su capital en Calah (Kalkhu, actual Nimrud). Sargón II mandó construir Dur-Sharrukin en Jorsabad, en cuyo interior había varios palacios y un zigurat. A su vez, Senaquerib decidió trasladar la capital a Nínive, con todo el sentido simbólico que ello tiene.
Por otra parte, parece claro que los monarcas del nuevo imperio tienen conciencia de estar restaurando una obra añeja, pues difícilmente se podría entender que lleven nombres, hasta la época sargónida, tomados de los monarcas mesoasirios. Precisamente en esa idea de restauración se contenía el germen que justificaba la reconquista de territorios otrora propios. Así, desde mediados del siglo X y a lo largo de un siglo, los monarcas asirios van recuperando su territorio nacional, segmentado por las casas dinásticas arameas. Assurdan II (934-912) será el inaugurador de esta política, heredada por Adadninari II (911-891), el cual dejará abiertos los tres frentes tradicionales de la política militar asiria, orientados al control de la Baja Mesopotamia, destino infructuoso dado el equilibrio entre ambas potencias; la sumisión de Mesopotamia septentrional, donde se enseñoreaban los arameos impidiendo la fluidez del tráfico comercial hacia Asiria y, en tercer lugar, la garantía del abastecimiento de bienes procedentes de la Anatolia oriental, esencialmente caballos y madera para la construcción, imprescindibles para el correcto funcionamiento del ejército y de la capacidad de exhibición pública de la potencia imperial. Su sucesor,Tukultininurta II (890-884), mantendrá esos mismos frentes. Y ya el heredero Assurnasirpal II (883-859) dará los primeros escarceos fuera de los límites territoriales del Imperio Medio Asirio, restableciendo el comercio con el norte de Siria y, sobre todo, con las ciudades fenicias, que se convertirán a la larga en uno de los objetivos del expansionismo neoasirio.
Con Assurnasirpal se había llegado al límite histórico de crecimiento, por ello, Salmanasar III (858-824) se ve obligado a cambiar drásticamente de actitud. En principio dedica su atención a la frontera septentrional, donde entra en conflicto con el reino de Urartu; sus victoriosas campañas le proporcionan metales y caballos. Más adelante se orienta hacia el norte de Siria, donde encuentra como víctimas a los estados arameos y neohititas. El objetivo aquí es hacerse con los productos comerciales, pero no mediante los mecanismos tradicionales de intercambio -garantizados, incluso si se da el caso, con medios militares-, sino a través de la apropiación directa como tributos de guerra; de esta manera se transforman radicalmente las pautas de conducta interestatal que habían caracterizado las relaciones durante el II Milenio. Esta nueva modalidad tributaria se va a convertir en la principal fuente de ingresos para el Estado y, en consecuencia, va a determinar la política militar y territorial de sus sucesores. Desde un punto de vista más amplio supone la máxima expresión de la capacidad del Estado para arrebatar el producto del trabajo ajeno: ha nacido una nueva forma de imperialismo que culminará con el imperialismo territorial bajo Tiglatpileser III. Pero el problema que emerge como consecuencia es el de la administración del nuevo Estado; la mayor parte de los reinos conquistados mantiene una autonomía nominal, pero la Asiria interior queda dividida en circunscripciones dirigidas por funcionarios designados por el rey, que adquieren una gran autonomía y ésta, a su vez, repercute en una crisis organizativa. El propio poder central se resiente por el esfuerzo y a la muerte de Salmanasar III se produce un conflicto sucesorio con las consabidas intrigas familiares y de palacio, agravada por la insurrección de muchos de los pueblos sometidos.
El restablecimiento de la autoridad central del monarca será tarea de Shamshiadad V (823-811). Ya no habrá grandes alteraciones en la política de los siguientes monarcas hasta que acceda al trono, en circunstancias agitadas, Tiglatpileser III (744-727). Pero con este rey se producen inmediatos cambios políticos. En primer lugar, acaba con la estructura política fundamentada tradicionalmente en su control por unas pocas familias aristocráticas, que ocasionaban conflictos en función de sus apoyos al monarca. Como alternativa, consolida una monarquía despótica basada en un fiel funcionariado, que florece así como estamento social privilegiado. En segundo lugar, cambia la política imperialista basada en la percepción de tributos por la anexión territorial de los estados sometidos, especialmente en la zona de Siria. Para ello se ve obligado a transformar profundamente el ejército potenciando los contingentes de caballería. Las campañas contra Media y Urartu, zonas proveedoras de caballos, se explican, pues, por las renovadas necesidades militares. La nueva relación del Estado central con las áreas periféricas, facilita la transmisión de la corona, pues el antiguo sistema prácticamente obligaba a la contestación de la autoridad central por parte de los dinastas locales cada vez que se producía la muerte de un monarca. La integración de los territorios conquistados como provincias del Imperio mitigaba considerablemente las fuerzas centrífugas, aunque al mismo tiempo introducía nuevos elementos que dinamizan las contradicciones internas del sistema. Entre ellos destaca, naturalmente, la política de deportaciones, que tiene como finalidad la disminución de la capacidad de acción nacionalista a través de la interrupción de los lazos sociales entre los grupos dominantes y sus sectores clientelares. Por otra parte, esta política contribuye a una eficaz explotación de la tierra, pues permite buscar el mayor equilibrio entre volumen demográfico y capacidad productiva del suelo. Sin embargo, la contrapartida no es desestimable por el malestar social que generan los desplazamientos masivos y obligados.
Por otra parte, las relaciones con Babilonia habían sido tradicionalmente hostiles y permanente la intervención en los asuntos internos. El propio Shamshiadad V había tomado Babilonia pero habitualmente los monarcas asirios se conformaban con instalar un rey que les fuera favorable. Siguiendo su política de imperialismo territorial, Tiglatpileser III se hace nombrar rey de Babilonia en 723, con el nombre de Pulu. La contestación interna fue tremenda, pero la unidad de los dos reinos bajo un solo monarca se prolongará hasta el reinado de Salmanasar V (726-722), cuya campaña mas destacada será la toma de Samarra, indicando así la necesidad de control del territorio palestino para garantizar todo el flujo comercial del Próximo Oriente hacia Asiria. Son los primeros síntomas del contacto inevitable con Egipto, para cortar el circuito económico próximo oriental, que culminará con su anexión. No obstante, los recursos del estado parecen debilitarse, según se desprende de la derogación de la exención tributaria de las ciudades santas. Tal vez por ello fuera asesinado.
Un usurpador será el heredero. Se trata de Sargón II (721-705), uno de los más tremendos monarcas neoasirios, con el que se recrudece la actividad militar, pues amplias zonas habían aprovechado la crisis sucesoria. Siria, el Zagros y Urartu son sus principales focos de atención. La victoria en 714 sobre Rusa de Urartu marcará el definitivo declive del reino anatolio. Después le siguen innúmeras campañas por Siria y Palestina, con las que se pretende la culminación imaginaria del Imperio Universal, en un proceso de emulación de su homónimo acadio.
A continuación, tres monarcas, Senaquerib (704-681), Asarhadón (680-669) y Assurbanipal (668-629) ocupan el trono continuando la obra de su predecesor, síntoma de la solidez del imperio legado por Sargón II. Del reinado de Senaquerib destaca la toma de Babilonia (690) tras un prolongado enfrentamiento. La ciudad es arrasada, lo que dejará un histórico resentimiento antiasirio en Babilonia. A su muerte se desata una guerra civil, en la que se impone Asarhadón, el primer monarca que toma el Delta del Nilo, pero su empresa es inútil. Su sucesor llega incluso a tomar Menfis y, casi en el extremo opuesto conocido, Susa. De este modo, el Imperio Neoasirio alcanza a su máxima expansión. Pero no sólo desde el punto de vista territorial, sino también en otros ámbitos. Nunca antes Asiria había tenido un volumen demográfico similar, pero es cierto que la distribución de la población era muy irregular. Las ciudades contenían el porcentaje más amplio, con los problemas de abastecimiento que ello acarreaba. El campo estaba desigualmente habitado y ya entonces había triunfado el sistema de explotación basado en campesinos dependientes, esclavos o semilibres, frente a las comunidades de aldea compuestas por ciudadanos libres. Evidentemente, la clase social propietaria había impuesto el sistema productivo que le resultaba más favorable; el aparato del Estado estaba al servicio de ese orden de cosas, al tiempo que la ideología dominante se imponía como supraestructura destinada a su justificación y pervivencia.
La incapacidad asiria de incorporar Egipto podría ser considerada como testimonio de los problemas internos de carácter estructural. Pero el hecho cierto es que poco después de la muerte de Assurbanipal este imperio se desmorona súbitamente. Podemos intuir que los desequilibrios estructurales constituyen la causa profunda, pero no podemos articular los procesos ni sus razones. La independencia de Babilonia, alcanzada con Nabopolasar, debió de preocupar tanto en la corte faraónica que ésta decide cambiar su juego de alianzas y comienza a apoyar a Asiria, por ser en aquellas circunstancias el rival más débil. Sin embargo, Babilonia busca un aliado en Ciaxares de Media, reino que hasta entonces se había visto sometido a tributo por Asiria. Egipto controla directamente todo el corredor siriopalestinto, la renaciente Babilonia ha reducido por el sur los dominios asirios a su territorio nacional y, finalmente, Media le arrebata las tierras del noreste. Parece obvio que la eliminación de los reinos vecinos, estructurados como formaciones estatales similares al propio reino asirio, somete las fronteras del Imperio a los peligros de nuevas poblaciones que no conocen, ni respetará las reglas seculares que habían regido las relaciones internacionales en el Próximo Oriente.
La suerte estaba echada para Asiria, pues Ciaxares continúa su avance y en 614 toma la ciudad de Assur; dos anos después y tras un largo asedio cae Nínive, la capital. El último monarca asirio, Assurubalit II, accede al trono en pleno colapso en Kharran; pero ya ni el apoyo egipcio consigue que se nos esfume hacia el año 610. De este modo el reino asirio deja de existir y las potencias vencedoras, Media y Babilonia, se reparten sus antiguas posesiones. Ningún texto lamenta la suerte de Asiria.
El fundamento del poder asirio será, pues, el ejército, que acapara la mayor atención y esfuerzo por parte del poder central. El ejército va a ser fuente de inspiración artística, como efecto buscado por la propaganda imperial, cuya política de terror debería provocar la sumisión sin réplica por parte de los Estados vencidos. La opresión es una forma de gobierno característica de los débiles y, por paradójico que parezca, la debilidad del Imperio Nuevo
Asirio radicaba en la propia manera de incorporación de territorios que conquistaba. Se trataba de una nueva modalidad de imperialismo, por tanto no ensayado, que requería una ideología terrorífica para justificar su propia esencia y conservar cuanto había sido conseguido. Pero, al mismo tiempo, por novedoso era creativo y así, su carácter de imperio en formación se refleja en la fundación, por cada nuevo monarca, de una nueva capital. De ahí que la actividad constructora del Nuevo Imperio Asirio sea tan rica. Assurnasirpal II establece su capital en Calah (Kalkhu, actual Nimrud). Sargón II mandó construir Dur-Sharrukin en Jorsabad, en cuyo interior había varios palacios y un zigurat. A su vez, Senaquerib decidió trasladar la capital a Nínive, con todo el sentido simbólico que ello tiene.
Por otra parte, parece claro que los monarcas del nuevo imperio tienen conciencia de estar restaurando una obra añeja, pues difícilmente se podría entender que lleven nombres, hasta la época sargónida, tomados de los monarcas mesoasirios. Precisamente en esa idea de restauración se contenía el germen que justificaba la reconquista de territorios otrora propios. Así, desde mediados del siglo X y a lo largo de un siglo, los monarcas asirios van recuperando su territorio nacional, segmentado por las casas dinásticas arameas. Assurdan II (934-912) será el inaugurador de esta política, heredada por Adadninari II (911-891), el cual dejará abiertos los tres frentes tradicionales de la política militar asiria, orientados al control de la Baja Mesopotamia, destino infructuoso dado el equilibrio entre ambas potencias; la sumisión de Mesopotamia septentrional, donde se enseñoreaban los arameos impidiendo la fluidez del tráfico comercial hacia Asiria y, en tercer lugar, la garantía del abastecimiento de bienes procedentes de la Anatolia oriental, esencialmente caballos y madera para la construcción, imprescindibles para el correcto funcionamiento del ejército y de la capacidad de exhibición pública de la potencia imperial. Su sucesor,Tukultininurta II (890-884), mantendrá esos mismos frentes. Y ya el heredero Assurnasirpal II (883-859) dará los primeros escarceos fuera de los límites territoriales del Imperio Medio Asirio, restableciendo el comercio con el norte de Siria y, sobre todo, con las ciudades fenicias, que se convertirán a la larga en uno de los objetivos del expansionismo neoasirio.
Con Assurnasirpal se había llegado al límite histórico de crecimiento, por ello, Salmanasar III (858-824) se ve obligado a cambiar drásticamente de actitud. En principio dedica su atención a la frontera septentrional, donde entra en conflicto con el reino de Urartu; sus victoriosas campañas le proporcionan metales y caballos. Más adelante se orienta hacia el norte de Siria, donde encuentra como víctimas a los estados arameos y neohititas. El objetivo aquí es hacerse con los productos comerciales, pero no mediante los mecanismos tradicionales de intercambio -garantizados, incluso si se da el caso, con medios militares-, sino a través de la apropiación directa como tributos de guerra; de esta manera se transforman radicalmente las pautas de conducta interestatal que habían caracterizado las relaciones durante el II Milenio. Esta nueva modalidad tributaria se va a convertir en la principal fuente de ingresos para el Estado y, en consecuencia, va a determinar la política militar y territorial de sus sucesores. Desde un punto de vista más amplio supone la máxima expresión de la capacidad del Estado para arrebatar el producto del trabajo ajeno: ha nacido una nueva forma de imperialismo que culminará con el imperialismo territorial bajo Tiglatpileser III. Pero el problema que emerge como consecuencia es el de la administración del nuevo Estado; la mayor parte de los reinos conquistados mantiene una autonomía nominal, pero la Asiria interior queda dividida en circunscripciones dirigidas por funcionarios designados por el rey, que adquieren una gran autonomía y ésta, a su vez, repercute en una crisis organizativa. El propio poder central se resiente por el esfuerzo y a la muerte de Salmanasar III se produce un conflicto sucesorio con las consabidas intrigas familiares y de palacio, agravada por la insurrección de muchos de los pueblos sometidos.
El restablecimiento de la autoridad central del monarca será tarea de Shamshiadad V (823-811). Ya no habrá grandes alteraciones en la política de los siguientes monarcas hasta que acceda al trono, en circunstancias agitadas, Tiglatpileser III (744-727). Pero con este rey se producen inmediatos cambios políticos. En primer lugar, acaba con la estructura política fundamentada tradicionalmente en su control por unas pocas familias aristocráticas, que ocasionaban conflictos en función de sus apoyos al monarca. Como alternativa, consolida una monarquía despótica basada en un fiel funcionariado, que florece así como estamento social privilegiado. En segundo lugar, cambia la política imperialista basada en la percepción de tributos por la anexión territorial de los estados sometidos, especialmente en la zona de Siria. Para ello se ve obligado a transformar profundamente el ejército potenciando los contingentes de caballería. Las campañas contra Media y Urartu, zonas proveedoras de caballos, se explican, pues, por las renovadas necesidades militares. La nueva relación del Estado central con las áreas periféricas, facilita la transmisión de la corona, pues el antiguo sistema prácticamente obligaba a la contestación de la autoridad central por parte de los dinastas locales cada vez que se producía la muerte de un monarca. La integración de los territorios conquistados como provincias del Imperio mitigaba considerablemente las fuerzas centrífugas, aunque al mismo tiempo introducía nuevos elementos que dinamizan las contradicciones internas del sistema. Entre ellos destaca, naturalmente, la política de deportaciones, que tiene como finalidad la disminución de la capacidad de acción nacionalista a través de la interrupción de los lazos sociales entre los grupos dominantes y sus sectores clientelares. Por otra parte, esta política contribuye a una eficaz explotación de la tierra, pues permite buscar el mayor equilibrio entre volumen demográfico y capacidad productiva del suelo. Sin embargo, la contrapartida no es desestimable por el malestar social que generan los desplazamientos masivos y obligados.
Por otra parte, las relaciones con Babilonia habían sido tradicionalmente hostiles y permanente la intervención en los asuntos internos. El propio Shamshiadad V había tomado Babilonia pero habitualmente los monarcas asirios se conformaban con instalar un rey que les fuera favorable. Siguiendo su política de imperialismo territorial, Tiglatpileser III se hace nombrar rey de Babilonia en 723, con el nombre de Pulu. La contestación interna fue tremenda, pero la unidad de los dos reinos bajo un solo monarca se prolongará hasta el reinado de Salmanasar V (726-722), cuya campaña mas destacada será la toma de Samarra, indicando así la necesidad de control del territorio palestino para garantizar todo el flujo comercial del Próximo Oriente hacia Asiria. Son los primeros síntomas del contacto inevitable con Egipto, para cortar el circuito económico próximo oriental, que culminará con su anexión. No obstante, los recursos del estado parecen debilitarse, según se desprende de la derogación de la exención tributaria de las ciudades santas. Tal vez por ello fuera asesinado.
Un usurpador será el heredero. Se trata de Sargón II (721-705), uno de los más tremendos monarcas neoasirios, con el que se recrudece la actividad militar, pues amplias zonas habían aprovechado la crisis sucesoria. Siria, el Zagros y Urartu son sus principales focos de atención. La victoria en 714 sobre Rusa de Urartu marcará el definitivo declive del reino anatolio. Después le siguen innúmeras campañas por Siria y Palestina, con las que se pretende la culminación imaginaria del Imperio Universal, en un proceso de emulación de su homónimo acadio.
A continuación, tres monarcas, Senaquerib (704-681), Asarhadón (680-669) y Assurbanipal (668-629) ocupan el trono continuando la obra de su predecesor, síntoma de la solidez del imperio legado por Sargón II. Del reinado de Senaquerib destaca la toma de Babilonia (690) tras un prolongado enfrentamiento. La ciudad es arrasada, lo que dejará un histórico resentimiento antiasirio en Babilonia. A su muerte se desata una guerra civil, en la que se impone Asarhadón, el primer monarca que toma el Delta del Nilo, pero su empresa es inútil. Su sucesor llega incluso a tomar Menfis y, casi en el extremo opuesto conocido, Susa. De este modo, el Imperio Neoasirio alcanza a su máxima expansión. Pero no sólo desde el punto de vista territorial, sino también en otros ámbitos. Nunca antes Asiria había tenido un volumen demográfico similar, pero es cierto que la distribución de la población era muy irregular. Las ciudades contenían el porcentaje más amplio, con los problemas de abastecimiento que ello acarreaba. El campo estaba desigualmente habitado y ya entonces había triunfado el sistema de explotación basado en campesinos dependientes, esclavos o semilibres, frente a las comunidades de aldea compuestas por ciudadanos libres. Evidentemente, la clase social propietaria había impuesto el sistema productivo que le resultaba más favorable; el aparato del Estado estaba al servicio de ese orden de cosas, al tiempo que la ideología dominante se imponía como supraestructura destinada a su justificación y pervivencia.
La incapacidad asiria de incorporar Egipto podría ser considerada como testimonio de los problemas internos de carácter estructural. Pero el hecho cierto es que poco después de la muerte de Assurbanipal este imperio se desmorona súbitamente. Podemos intuir que los desequilibrios estructurales constituyen la causa profunda, pero no podemos articular los procesos ni sus razones. La independencia de Babilonia, alcanzada con Nabopolasar, debió de preocupar tanto en la corte faraónica que ésta decide cambiar su juego de alianzas y comienza a apoyar a Asiria, por ser en aquellas circunstancias el rival más débil. Sin embargo, Babilonia busca un aliado en Ciaxares de Media, reino que hasta entonces se había visto sometido a tributo por Asiria. Egipto controla directamente todo el corredor siriopalestinto, la renaciente Babilonia ha reducido por el sur los dominios asirios a su territorio nacional y, finalmente, Media le arrebata las tierras del noreste. Parece obvio que la eliminación de los reinos vecinos, estructurados como formaciones estatales similares al propio reino asirio, somete las fronteras del Imperio a los peligros de nuevas poblaciones que no conocen, ni respetará las reglas seculares que habían regido las relaciones internacionales en el Próximo Oriente.
La suerte estaba echada para Asiria, pues Ciaxares continúa su avance y en 614 toma la ciudad de Assur; dos anos después y tras un largo asedio cae Nínive, la capital. El último monarca asirio, Assurubalit II, accede al trono en pleno colapso en Kharran; pero ya ni el apoyo egipcio consigue que se nos esfume hacia el año 610. De este modo el reino asirio deja de existir y las potencias vencedoras, Media y Babilonia, se reparten sus antiguas posesiones. Ningún texto lamenta la suerte de Asiria.
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