miércoles, 16 de marzo de 2016

IMPERIOS

EL IMPERIO HITITA

Entre las civilizaciones desaparecidas, la más desconocida hasta ahora era la de los hititas, que ha dejado pocos vestigios de su existencia, a pesar de haber llegado a ser en el segundo milenio de nuestra Era, como hace poco se ha demostrado, la tercera gran potencia en el Oriente Medio, al lado de Egipto y de los Imperios de Babilonia y Asiria. Hoy los heteos constituyen un capitulo nuevo dentro de la Historia antigua, ya que la seguridad de su existencia es una conquista de la ciencia de nuestros días. Hace ciento cincuenta años se sospechaba apenas que hubiera existido, y sólo hace unos noventa han surgido definitivamente de la nada, al empezarse a descifrar su historia en sus propios anales y al tenerse, por sus esculturas rupestres, idea de las creencias que sustentaron. De casi todas las civilizaciones prestigiosas del Oriente preclásico los griegos, por lo menos, tenían un conocimiento basado en tradiciones e informes directos. Egipto se leía en las arenas por sus pirámides y sus obeliscos. Babilonia dejó el recuerdo de una riqueza y un poderío sin par. Pero sobre la antigua Anatolia había caído un espeso velo de olvido desde el día en que sus últimas tribus independientes fueron aplastadas y asimiladas por los Imperios vecinos, primero el asirio y luego el persa. Desde la época patriarcal hasta el momento del exilio, los heteos figuran varias veces en la Biblia. Abraham levantó sus tiendas entre los "hijos de Het" y a ellos les compró la tierra donde construyó la tumba para su esposa Sara (Gén., 23, 3). Esaú, el hijo de Isaac y Rebeca, ca casó a disgusto de sus padres con dos doncellas hititas (Gén., 26, 34), también el rey David "tomó a la esposa de Urias el hitita" (2 Sam., 11). Sabemos por el profeta Ezequiel que los hititas contribuyeron a la fundación de Jerusalén: "Eres por tu tierra y por tu origen una cananea; tu padre un amorreo, tu madre una hitita" (Ezq., 16, 3, 45). Asimismo Homero cita en algún pasaje, aunque de manera poco precisa, el pueblo de los keteioi, nombre que hoy se intuye debe de tratarse del de los heteos dicho a la griega. Igualmente Herodoto, nuestro gran informador sobre las cosas orientales, mezcla, al hablar de los antepasados de la Lidia clásica, nombres auténticos con los de soberanos remotos, entre los cuales se reconoce cierto Mursil, principe heteo hijo de Shuppiluliuma rey al que la reina viuda de Tutankamón le pidió un hijo para esposo. Durante todo el segundo milenio antes de Jesucristo los hititas pasaron por ser, en opinión de sus competidores orientales, forjadores sin par y poseedores de hierro de buena calidad. Pero en el curso de los siglos su secreto se divulgó y las tribus heteas habían vuelto a caer en la barbarie. Por eso cuando la aventura militar de Ciro el Joven lleva a los "diez mil" de Jenofonte a esos lugares a fines del siglo IV de nuestra Era, no encontró en ellos más que ladrones montaraces ocultos en sus chozas. En la perspectiva histórica que nos ha sido revelada por los descifres más recientes, los heteos del Antiguo Testamento son los de Siria y se llaman neo-heteos. Contemporáneos de los asirios, de los fenicios y de los hebreos, representan mal  la verdadera cultura hitita, que hay que ir a buscar en la Anatolia Central y que floreció entre los siglos XIX y XII a.C. El nuevo descubrimiento del pueblo hitita, caído en un completo olvido, se produjo en un principio al azar de las exploraciones, sin seguir un método. Unos monumentos hallados entre 1750 y 1900 fueron testimonio del pueblo desaparecido. Tales monumentos estaban llenos de inscripciones originales, análogas a la escritura egipcia, por lo que se las llamó "jeroglíficos", y no sin razón; hoy está probado que la invención de esta escritura, debida a los propios heteos, proviene de los santuarios y responde a preocupaciones religiosas. Sin embargo, el misterio de los jeroglíficos hititas iba a resistir a todas las tentativas de descifre porque para resolverlo era preciso vencer, a la vez, dos obstáculos: la escritura y la lengua, tan desconocidas la una como la otra. Sólo después de conocer a fondo la escritura cuneiforme se hizo posible atacar los jeroglíficos heteos utilizando intérpretes bilingües y tratando de reencontrar la lengua hitita por un análisis interno de los monumentos que ese pueblo dejara. La tarea, inaugurada con éxito hacia 1930 por diversos investigadores que trabajaban separadamente y por su cuenta, está todavía por terminar. Hay que reconocer, no obstante, que el célebre descubrimiento de Karatepe, en 1947, la ha facilitado y estimulado considerablemente, lo que ha permitido en parte el conocimiento de la desaparecida civilización hitita. La revelación del pueblo hitita se inició en 1843, cuando Charles Texier, viajando por Anatolia en busca de la antigua Tavium, se encontró en la pequeña aldea de Bogazkoy ante unas ruinas que no supo determinar. A partir de aquel fortuito descubrimiento, sucesivos arqueólogos, historiadores y filósofos intentaron profundizar en el pasado de este pueblo ignorado que, ya en 1879, fue identificado como el pueblo heteo o hitita por Archibal H. Sayce, aunque su evolución histórica aún hoy permanece en muchos aspectos desconocida. Su presencia en la Antigüedad se concretaría más tarde como fruto de un Imperio que en su tiempo llegó a dominar un territorio que iba desde las costas del mar Egeo hasta el corazón de Siria, a través de toda Anatolia. En 1905, tras numerosas excavaciones en el desfiladero donde se halla situado Bogazkoy, descubrió el egiptólogo alemán profesor Hugo Winckler toda una serie de tablillas llenas de inscripciones cuneiformes entre las cuales había un raro texto con figuras. El hallazgo causó gran expectación, y no sólo entre los eruditos. La traducción de aquella escritura cuneiforme puso claramente ante el mundo a los hasta entonces desconocidos hititas de origen indogermánico y al gran reino que con ellos desapareció. Ahora ya se sabía con certeza quienes eran los "hijos de Het" nombrados en la Biblia, Dos años mas tarde el presidente del Instituto Arqueológico Alemán, Otto Puchstein, exploró el gran campo de ruinas situado en la parte superior de la aldea de Bogazkoy. En ese lugar se hallaba Hattusa, identificada por Winckler como la soberbia capital y el origen del reino hitita. Lo que de la ciudad queda son montones de escombros, restos de muros, fragmentos de un gran templo, puertas de la fortaleza y las ruinas de toda Hattusa, cuyos muros abarcaban una superficie de ciento setenta hectáreas. Poco después el propio Winckler publicó un texto en el que se daba cuenta de los primeros éxitos en descifrar las tablillas hititas y, con ellos, una lista de reyes comprendidos entre los años 1350-1210 a.C., el primero de los cuales, identificado en 1936 por Bittel y Guterbouck, sería Shuppiluliuma, uno de los más importantes monarcas de la antigüedad. En las derruidas puertas de Hattusa se encontraban relieves con figuras de tamaño natural. A estas figuras de basalto negro y dureza similar al hierro les debemos en gran parte el conocimiento acerca de los reyes y de los guerreros hititas más notables. Así, se sabe que llevaban éstos el pelo largo y arrollado como un moño a la espalda. Se cubrían la cabeza con un gorro alto y dividido por la mitad, Llevaban zapatos puntiagudos y en el talle un ancho cinturón que sostenía el corto delantal. Entre los años 1945-1947, un grupo de arqueólogos turcos, a la caza de restos de antiguas civilizaciones anatolias, sacaron a la luz las ruinas de lo que fuera una gran ciudad hitita en Karatepe, en un alto cerro conocido con el nombre de Montaña Negra. Otras expediciones que siguieron a ésa descubrieron muchas estatuas y relieves. De las innumerables inscripciones halladas allí las más significativas eran las constituidas por textos fenicios bilingües y jeroglíficos heteos. Todo ello permitió al alemán Helmuth Th. Bossert, nacionalizado turco y profesor en Estambul, dar un impulso tan grande a la traducción de los textos y jeroglíficos hallados que, gracias a él, se puede hoy penetrar con cierto fundamento y seguridad en la historia del pueblo hitita que, con anterioridad a 1834, era totalmente desconocido del hombre moderno. Aunque se desconoce la procedencia del primer rey que, al frente de su ejército, avanzó hasta Hattusa, parece descontado por los investigadores que los hititas, como los cassitas, mitanis, urartios, gutis, lidios, etc., pertenecen a un común tronco caucásico. Es lo más lógico presuponer que este primer rey llegado a Hattusa, llamado Annitas, rey de Kusara, procedía del Norte (1900 a.C.). En una de las estelas de este monarca aparece la primera relación acerca de los hititas. En ella, un tanto soberbiamente, Annitas especifica que tomó por asalto y durante la noche la fortaleza de Hattusa, cuya ciudad arrasó al tiempo que amenazaba su perdurabilidad instando al dios de las tormentas para que "aniquile a quien ose reinar después de él e intente poblar la ciudad. Esta invocación divina hace suponer que Annitas no pensaba, al menos en principio, fundamentar en Hattusa su reino, sino descender hacia el Sur. Pero su maldición no tuvo cumplimiento y de la primitiva Hattusa -que en realidad constituye el primigenio pueblo hitita-, en su cruce con los invasores, nació el pueblo heteo con cuanto de vigencia tiene. Los sucesores de Annitas fueron los monarcas Labarna, Hattusil I y Mursil I. En el período histórico de estos reyes se realizó la conjunción de los indígenas y de los invasores como una sola entidad, al tiempo que se unificaba el reino hitita reuniendo bajo una misma estructuración política los pequeños reinos y las ciudades-Estados. Con Hattusil I se inició la expansión del pueblo hitita, principalmente llevada hacia el Sur, llegando hasta Alepo. Al regresar de esta campaña, Hattusil I, enfermo, redactó un documento de índole testamentaria que es sin duda, muy anterior a la epopeya de Gilgamés, el primer ejemplo de literatura de la Antigüedad. Al rey Hattusil I le sucedió en el trono su nieto Mursil I, que es asesinado por su cuñado y se inicia con ello una etapa en que la realeza y los nobles del pueblo hitita tejen un período lleno de envenenamientos y traiciones por la posesión del trono y favores reales. Este período de intrigas y luchas regicidas terminó con el rey Telebino, que instauró una monarquía constitucional en la que la sucesión real se aseguraba por la primacía hereditaria, y la potestad del monarca quedaba sujeta al juicio del Pancus o Asamblea de Nobles, dotados incluso de facultad para decretar la muerte del rey si éste incurría en delito de parricidio. fratricidio o traición. Después de la muerte de Telebino -hacia 1500 a.C.- aparece en la Antigüedad una época bastante oscura. Resulta indudable que durante este período, el Asia Menor sufrió diversas invasiones, y quizás fueron los pueblos hicsos y hurritas quienes asumieron con una mayor preponderancia el curso histórico. No obstante la evidente presión de los invasores, los sucesivos descendientes de Telebino supieron conservar la unidad hitita. Ello permitió al rey Shuppiluliuma, nada más ocupara el trono, iniciar la serie de conquistas que forjarían el Imperio hitita. Coincidiendo con la etapa de conquistas del rey Shuppiluliuma, y ayudándole poderosamente en sus batallas, a parece en la Antigüedad, bajo el dominio hitita, el carro de combate. La importancia que los heteos dieron a la nueva arma y a sus perfeccionamiento, se halla demostrada por un texto aparecido en las excavaciones realizadas en Hattusa. Aparte de su interés como primer "Manual de la Hipología" conocido, se aprecia en él la gran atención que los hititas prestaron al caballo como elemento básico de sus carros de combate, y que tan decisiva importancia tendría en la batalla de Kadesh.  Hoy se considera a Shuppiluliuma no sólo como uno de los más decididos estrategas de la Antigüedad, sino como uno de sus políticos más sagaces. No solamente vencía a sus enemigos, sino que lograba incorporarlos a su reino con bastante fidelidad; para conseguir sus planes estipuló diversos matrimonios. por ejemplo, casó a su hermana con el rey de Hyasa, atrayéndose a este pueblo bárbaro en el que prevalecían costumbres que repugnaban a la ética hitita, tales como los casamientos consanguíneos y las relaciones incestuosas, costumbres que estaban penalizadas en las leyes hititas. Cuando hacia el año 1370 a.C., Shuppiluliuma se puso en marcha, al frente de un poderoso ejercito, en dirección Sudeste, los días del reino de los hurritas cuya tribu más importante era la Mitani,a pesar de su política familiar, estaban contados. Derrotó a los hurritas, los obligó a pagar tributo y los empujó en dirección de los montes del Líbano, hacia el norte de Canaán.   Sin embargo, una vez que venció a los hurritas, no arrasó su capital (según la costumbre), sino que los convirtió en aliados mediante el matrimonio de su hija con el príncipe Mattiwaza, heredero del reino de Mitani. Análoga política siguió el rey hitita cuando, tras apoderarse de Siria, sometió a Karkemish y Alepo e impuso en ambas regiones a sus hijos como reyes. El enlace de la viuda de Tutankamón con un hijo de Shuppiluliuma no se efectuó porque el príncipe hitita fue asesinado al dirigirse hacia Egipto. Al forjador del Imperio hitita le sucedió -hacia 1335 a.C.- su hijo Armanda III, quien, al fallecer prontamente, dejó el trono a su hermano Mursil II. A este monarca, en el que prevalecieron las dotes políticas de su padre, le debemos un texto de gran interés literario: "Las oraciones en tiempo de la peste". A la muerte de Mursil II, que legó a la historia unos "Anales" muy interesantes, ocupó el trono su hijo Muwatalis, hacia 1305 a.C. El mencionado período de la historia hitita coincide con el nuevo resurgir de Egipto, bajo el mandato del ególatra faraón Ramsés II, llamado el Grande, y que había iniciado su antecesor Seti I. Fue por entonces, el año 1296 a.C., cuando el rey hitita Muwatalis y el faraón Ramsés II dirimieron en las cercanías de la ciudad de Kadesh, a orillas del Orontes, la supremacía de la Antigüedad (véase mi articulo en este mismo blog RAMSÉS II Y LA BATALLA DE KADESH). La trascendental batalla, "preparada" ya por sus antecesores, hizo eclosión por el levantamiento de la frontera siria que separaba a egipcios e hititas. Si bien, en realidad, el accidente no fue más que el pretexto para que ambos pueblos cumplieran la necesidad política que sentían por dirimir el dominio del litoral oriental del Mediterráneo. El combate tuvo lugar ante las puertas de Kadesh, donde se enfrentaron cuatro ejércitos egipcios, mandados por el propio faraón, con los rápidos carros de guerra y la infantería hitita. La batalla no proporcionó a Ramsés la deseada victoria y faltó poco para que él quedase prisionero. Sin embargo, consiguió poner fin a las hostilidades. Poco después, en 1280 a.C., el rey hitita Hattusil III y el faraón Ramsés II concluyeron el primer pacto de no agresión y de defensa mutua de que se tiene noticia. Y el buen entendimiento entre ambos pueblos condujo, además, al matrimonio de Ramsés II con una princesa de los hititas. Sabido es que el vanidoso Ramsés II se excedió en su propia propaganda y su autoalabanza. Muchas inscripciones de varios metros de longitud describen detalladamente, y en forma viva, la batallad de Kadesh. Pero es curioso observar que tanto en los muros de los templos de Rameseum, en Karnak, Luxor y Elefantina como en Abu Simbel o en las numerosas estelas, en todas partes del triunfo en Kadesh fue de Ramsés II. Dicha "victoria" supone el primer caso conocido, en la Historia, de inversión de valores y deformación de la verdad en favor de una propaganda precisa para la moral de un pueblo. Ramsés II, cultivador excepcional de la autodivinidad, no podía aparecer derrotado ante los egipcios para que éstos no dudaran de su fortaleza divina. Siempre sujetos a lo que ulteriores descubrimientos puedan aportar, parece ser que los hititas (de un modo análogo a los espartanos) hay que señalarlos por su austeridad; si bien tal vez tuvieran cierta predilección por la abundante comida, según se desprende contemplando el "Festín de Asitawuanda". Los reyes heteos, contrariamente a las costumbres de los monarcas orientales, no debieron atesorar grandes riquezas ni de sentir preocupación por instituirse en promotores y mecenas de las artes. A este respecto cabe señalar que los diestros orfebres de la antigua Anatolia dejaron pruebas de su sentido artístico y su competencia profesional en los diversos objetos de oro, plata y cobre hallados en tumbas y otros centros de excavación. Parece descontado, al juzgar por el texto traducido en 1953 por el alemán H. Th. Bosset, en el Karatepe, que los hititas, como casi todos los pueblos de la Antigüedad, tenían una religión politeísta, en la que destacaba el dios Teshub, rey de la tempestad y de la guerra, el dios Karhuha y la diosa Kupapa, a los cuales le eran sacrificados animales; la diosa Ishtar, el dios Nerik, etc. Junto a los citados dioses, propiamente hititas, es posible que se practicara el culto a otros, pues según se desprende de los textos, los hititas eran sumamente tolerantes en cuestiones religiosas. Uno de los rasgos de la religión de los heteos fue la importancia que cobraron los santuarios al aire libre. El más famoso posiblemente fuera el de Yazilikaya, situado junto a la capital del país Hattusa. Entre las reliquias más misteriosas y apasionantes que se han encontrado en la Anatolia Central figuran unos extraños objetos de bronce o cobre que se han dado en llamar "insignias" y que se cree tengan unos cuatro mil años. Algunas de tales insignias muestran figuras de animales; ciervos o toros, divinidades adoradas por los hititas; mientras que otros tienen formas más sencillas y son parecidas a las joyas modernísimas. Aparte las hoces, los cuadriláteros y redondeles hay también esvásticas, emblema asociado a la sol desde tiempos muy remotos y que han inspirado para las insignias el nombre de "emblemas del sol".  En realidad no puede hablarse con entera propiedad de una literatura hitita, ya que los textos encontrados hasta ahora están siempre redactados en función de un servicio político, de una razón de Estado, y en los cuales aparece predominante una orientación democrática, dentro de su estructura monárquica. De análoga forma, su arquitectura excluye el carácter ornamental en favor de una utilidad bélica. En este sentido, cabe pensar que en su escultura, que participa más de la fantasía que de la realidad, se den ciertos elementos simbólicos que de alguna manera, un tanto inexplicable para nosotros, impresionasen y animasen a los hititas.  Conviene recordar que el termino "arte heteo" se utiliza a veces para describir, no solamente la expresión de un solo pueblo, sino las formas propias de un conjunto de culturas en cuyo desarrollo tomaron parte lo mismo los hititas que otros grupos étnicos. Por último, justo es reconocer que las historia de los hititas es aún muy reciente para nosotros. Probablemente dentro de años se podrá precisar, con menor carácter de suposición, lo que hoy en día cada investigador descubre y expone por sí mismo con seguridad absoluta. Y es que una civilización, como una cultura, es algo mucho más complejo que una sucesión de fechas y hechos; es algo tan complejo como el hombre mismo en su carácter de sujeto de todo proceso histórico. Hattusa, Dazimon, Kumanni, Alaca, Malatia, Kuwanna, etc., eran algunos de muchos centros hititas situados en lo que actualmente es Turquía y el norte de Siria. Luego de derrumbarse el gran Imperio heteo en el año 1200 a.C., aproximadamente, las tradiciones culturales que estableciera siguieron floreciendo durante siete siglos en centros como Karatepe, Karkemish, Alepo  y Zinjirli. Después el Imperio asirio absorbió sus últimas ciudades-Estado y la civilización hitita desapareció en las sombras del olvido.











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