Justino Mártir (en latín: Iustinus Martyr; griego: Ἰουστῖνος ὁ Μάρτυρ [Ioustinos ho Martyr]; c. 100/114-162/168) fue uno de los primeros apologistas cristianos.
Biografía[editar]
Nació el año 100 d.c en la ciudad de Flavia Neapolis (actual Nablus, en Cisjordania; llamada Siquem en el Antiguo Testamento).1 Aunque afirma ser samaritano, su familia era pagana de habla griega, por lo que fue educado en ese contexto cultural.2 En su Diálogo con Trifón cuenta que estudió filosofía con diferentes maestros que por una u otra razón le decepcionaron y, tras convertirse al cristianismo (antes reconoce haber profesado la filosofía platónica) en Éfeso, en tiempos de Adriano, dedicó el resto de su vida a difundir lo que él consideraba la verdadera filosofía. Su concepto de la misma radica esencialmente en el sincretismo judeo-alejandrino. Parece ser que viajó bastante, y que al final de su vida se instaló en Roma, donde fundó el Didascáleo romano, una escuela de filosofía cristiana. Sufrió martirio en la capital del Imperio, al parecer debido a sus disputas con el cínico Crescencio,2 durante el reinado de Marco Aurelio, siendo Junio Rústico prefecto de la ciudad (entre 162 y 168).
Justino es uno de los mártires que demuestra, desde el punto de vista histórico, de cómo la Iglesia celebraba el culto desde el comienzo de la misma. En el capítulo 2, versículo 42 del libro Hechos de los Apóstoles, se lee "Perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones". De allí que su famoso discurso eucarístico sea citado siempre como referencia de cómo vivían la fe los primeros cristianos.
Su discurso Eucarístico[editar]
“El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos y oramos por nosotros… y por todos los demás dondequiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar la salvación eterna.
"Luego se lleva al que preside el pan y una copa con vino y agua mezclados. El que preside los toma y eleva alabanzas y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
"Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo ha respondido “amén”, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes el pan y el vino “eucaristizados”. (SAN JUSTINO, Carta a Antonino Pío, Emperador, año 155) “A nadie le es lícito participar en la Eucaristía, si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias, que contiene las palabras de Jesús y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó.
"Los apóstoles, en efecto, en sus tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias dijo: “Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo”. Y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias y dijo: “Esta es mi sangre”, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos unos a otros estas cosas. Y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de otros que no los tienen y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo”. (SAN JUSTINO, Carta a Antonino Pío, Emperador, año 155).
Obras[editar]
La primera mención de Justino se encuentra en la Oratio ad Graecos de Taciano, quien lo llama "el muy admirable Justino", cita una frase suya e informa que el cínico Crescencio lo denunció a las autoridades. Ireneo(Haer. I., xxviii. 1) habla de su martirio y explica que Taciano fue su discípulo, le cita en dos ocasiones (IV., vi. 2, V., xxvi. 2) y muestra su influencia en otros lugares. Tertuliano, en su Adversus Valentinianos, lo llama filósofo y mártir, y el primer antagonista de los herejes. Hipólito de Roma y Metodio de Olimpia también lo mencionan y lo citan. Eusebio de Cesarea lo trata con cierta extensión en su Historia eclesiástica (iv. 18), y le atribuye las siguientes obras, de las cuales sólo se tienen por auténticas las dos primeras (que en realidad conforman un solo escrito) y la última:2
- La Primera Apología de Justino Mártir, dirigida a Antonino Pío, a sus hijos, y el Senado Romano;
- una Segunda Apología dirigida al Senado Romano;
- el Discurso a los griegos, una discusión con filósofos griegos acerca de la naturaleza de sus dioses;
- una Exhortación dirigida a los griegos;
- un tratado Sobre la soberanía de Dios;
- una obra titulada El salmista;
- un tratado Sobre el alma; y
- el Diálogo con Trifón
Su visión del Logos[editar]
La idea del Logos siempre le llamaba la atención a Justino. Es demasiado asumir una unión directa con Filón de Alejandría, en este detalle. La idea del Logos era extensamente familiar a hombres cultos, y la designación del Hijo de Dios como Logos no era nueva a la teología cristiana. El significado está claro, sin embargo, en la manera en la cual Justino identifica al Cristo histórico con la fuerza racional vigente en el universo, que conduce hasta la reclamación de toda la verdad y virtud para los cristianos y a la demostración de la veneración de Cristo, que despertó tanta oposición, como la única actitud razonable. Es principalmente para esta justificación de la veneración de Cristo que Justino emplea la Idea del Logos.
Justino ve al Logos de Dios como un Dios engendrado:
El Logos de la Sabiduría, quien es este mismo Dios engendrado del Padre de todo, Logos, Sabiduría, Poder, y gloria del Engendrador.Diálogo con Trifón LXI
Considera al Logos un Dios subordinado a Dios, manifestando un claro subordinacionismo:
Yo te persuadiré, desde que tú has entendido las Escrituras (de la verdad), de que hay, y se dice que existe, otro Dios y Señor subordinado al Hacedor de todo; quien es llamado Ángel, porque Él anuncia a los hombres cualquier cosa que el hacedor de todo, sobre quien no hay otro Dios, desea decirles a ellos.Diálogo con Trifón LVI
El siguiente pasaje es motivo de controversia y de interpretación, para entender cuál es el sentido, en el cual, Justino considera a los ángeles semejantes a Cristo y dignos de ser también homenajeados:
Nosotros confesamos que somos ateos en lo que se refiere a los dioses, pero no con respecto al más grande verdadero Dios, el Padre de la Justicia y la templanza y de otras virtudes, quien es libre de toda impureza. Pero Él y el Hijo quien proviene de Él y nos enseñó estas cosas y a la hueste de los otros ángeles buenos que le siguen y que son similares a él, y al Espíritu profético, nosotros veneramos y rendimos homenaje.Primera Apología VI
Veneración[editar]
- Justino mártir es venerado tanto en la liturgia de la Iglesia Católica, como de la Iglesia Luterana (su nombre figura entre las celebraciones del Calendario de Santos Luterano).
San Justino
Fiesta: 1 de Junio
c. 100-165
Padre de la Iglesia, mártir. "El más importante entre los Padres apologistas del siglo segundo" -Benedicto XVI.
Ver sus obras:apología en defensa de los cristianos
El Bautismo del nuevo nacimiento
Fiesta: 1 de Junio
c. 100-165
Padre de la Iglesia, mártir. "El más importante entre los Padres apologistas del siglo segundo" -Benedicto XVI.
Ver sus obras:apología en defensa de los cristianos
El Bautismo del nuevo nacimiento
San Justino fue un gran filósofo. Nacido en Nablus, Palestina, de padres paganos, se convirtió al cristianismo leyendo las Sagradas Escrituras y siendo testigo del heroísmo de los mártires. Tenía unos 30 años.
Sus dos libros: Apología por la Religión Cristiana y Diálogo con el Judío Tripo, se consideran entre los mas importantes del siglo II.
Fue decapitado en Roma con otros cristianos. Se conservan los archivos de su juicio.
Benedicto XVI presenta a san Justino, filósofo y mártir20 marzo 2007, audiencia general del miércoles. ZENIT.org
Queridos hermanos y hermanas:
En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia naciente. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los padres apologistas del siglo II. La palabra «apologista» hace referencia a esos antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adaptada a la cultura de su tiempo. De este modo, entre los apologistas se da una doble inquietud: la propiamente apologética, defender el cristianismo naciente («apologhía» en griego significa precisamente «defensa»); y la de proposición, «misionera», que busca exponer los contenidos de la fe en un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles a los contemporáneos.
Justino había nacido en torno al año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; buscó durante mucho tiempo la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su «Diálogo con Trifón», misterio personaje, un anciano con el que se había encontrado en la playa del mar, primero entró en crisis, al demostrarle la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le indicó en los antiguos profetas las personas a las que tenía que dirigirse para encontrar el camino de Dios y la «verdadera filosofía». Al despedirse, el anciano le exhortó a la oración para que se le abrieran las puertas de la luz.
La narración simboliza el episodio crucial de la vida de Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, considerada como la verdadera filosofía. En ella, de hecho, había encontrado la verdad y por tanto el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y fue decapitado en torno al año 165, bajo el reino de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien Justino había dirigido su «Apología».
Las dos «Apologías» y el «Diálogo con el judío Trifón» son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, Justino pretende ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el «Logos», es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Cada hombre, como criatura racional, participa del «Logos», lleva en sí una «semilla» y puede vislumbrar la verdad. De esta manera, el mismo «Logos», que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como con «semillas de verdad», en la filosofía griega. Ahora, concluye Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del «Logos» en su totalidad, «todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos» (Segunda Apología 13,4). De este modo, Justino, si bien reprochaba a la filosofía griega sus contradicciones, orienta con decisión hacia el «Logos» cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular «pretensión» de vedad y de universalidad de la religión cristiana.
Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo al igual que una figura se orienta hacia la realidad que significa, la filosofía griega tiende a su vez a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega son como dos caminos que guían a Cristo, al «Logos». Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un propio bien. Por este motivo, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, definió a Justino como «un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento»: pues Justino, «conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado “la única filosofía segura y provechosa” («Diálogo con Trifón» 8,1)» («Fides et ratio», 38).
En su conjunto, la figura y la obra de Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, en lugar de la religión de los paganos. Con la religión pagana, de hecho, los primeros cristianos rechazaron acérrimamente todo compromiso. La consideraban como una idolatría, hasta el punto de correr el riesgo de ser acusados de «impiedad» y de «ateísmo». En particular, Justino, especialmente en su «Primera Apología», hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, por considerarlos como «desorientaciones» diabólicas en el camino de la verdad.
La filosofía representó, sin embargo, el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente a nivel de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. «Nuestra filosofía…»: con estas palabras explícitas llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo a Justino, el obispo Melitón de Sardes («Historia Eclesiástica», 4, 26, 7).
De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del «Logos», sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que éste era reconocido por la filosofía griega como carente de consistencia en la verdad. Por este motivo, el ocaso de la religión pagana era inevitable: era la lógica consecuencia del alejamiento de la religión de la verdad del ser, reducida a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres.
Justino, y con él otros apologistas, firmaron la toma de posición clara de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de Justino, Tertuliano definió la misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que siempre es válida: «Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit – Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre» («De virgin. vel». 1,1).
En este sentido, hay que tener en cuenta que el término «consuetudo», que utiliza Tertuliano para hacer referencia a la religión pagana, puede ser traducido en los idiomas modernos con las expresiones «moda cultural», «moda del momento».
En una edad como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión --así como en el diálogo interreligioso--, esta es una lección que no hay que olvidar. Con este objetivo, y así concluyo, os vuelvo a presentar las últimas palabras del misterioso anciano, que se encontró con el filósofo Justino a orilla del mar: «Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden la comprensión» («Diálogo con Trifón» 7,3).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia el Papa saludó a los peregrinos en diferentes idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Justino, filósofo y mártir, es el más importante entre los Padres apologistas del siglo segundo. Nació entorno al año 100. Fundó una escuela en Roma, donde gratuitamente iniciaba a los alumnos en la nueva religión. Denunciado por este motivo, fue decapitado bajo el reinado de Marco Aurelio.
La palabra «apologista» designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender el cristianismo naciente de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana exponiendo los contenidos de la fe en un lenguaje comprensible.
Queridos hermanos y hermanas:
En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia naciente. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los padres apologistas del siglo II. La palabra «apologista» hace referencia a esos antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adaptada a la cultura de su tiempo. De este modo, entre los apologistas se da una doble inquietud: la propiamente apologética, defender el cristianismo naciente («apologhía» en griego significa precisamente «defensa»); y la de proposición, «misionera», que busca exponer los contenidos de la fe en un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles a los contemporáneos.
Justino había nacido en torno al año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; buscó durante mucho tiempo la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su «Diálogo con Trifón», misterio personaje, un anciano con el que se había encontrado en la playa del mar, primero entró en crisis, al demostrarle la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le indicó en los antiguos profetas las personas a las que tenía que dirigirse para encontrar el camino de Dios y la «verdadera filosofía». Al despedirse, el anciano le exhortó a la oración para que se le abrieran las puertas de la luz.
La narración simboliza el episodio crucial de la vida de Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, considerada como la verdadera filosofía. En ella, de hecho, había encontrado la verdad y por tanto el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y fue decapitado en torno al año 165, bajo el reino de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien Justino había dirigido su «Apología».
Las dos «Apologías» y el «Diálogo con el judío Trifón» son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, Justino pretende ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el «Logos», es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Cada hombre, como criatura racional, participa del «Logos», lleva en sí una «semilla» y puede vislumbrar la verdad. De esta manera, el mismo «Logos», que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como con «semillas de verdad», en la filosofía griega. Ahora, concluye Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del «Logos» en su totalidad, «todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos» (Segunda Apología 13,4). De este modo, Justino, si bien reprochaba a la filosofía griega sus contradicciones, orienta con decisión hacia el «Logos» cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular «pretensión» de vedad y de universalidad de la religión cristiana.
Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo al igual que una figura se orienta hacia la realidad que significa, la filosofía griega tiende a su vez a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega son como dos caminos que guían a Cristo, al «Logos». Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un propio bien. Por este motivo, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, definió a Justino como «un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento»: pues Justino, «conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado “la única filosofía segura y provechosa” («Diálogo con Trifón» 8,1)» («Fides et ratio», 38).
En su conjunto, la figura y la obra de Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, en lugar de la religión de los paganos. Con la religión pagana, de hecho, los primeros cristianos rechazaron acérrimamente todo compromiso. La consideraban como una idolatría, hasta el punto de correr el riesgo de ser acusados de «impiedad» y de «ateísmo». En particular, Justino, especialmente en su «Primera Apología», hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, por considerarlos como «desorientaciones» diabólicas en el camino de la verdad.
La filosofía representó, sin embargo, el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente a nivel de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. «Nuestra filosofía…»: con estas palabras explícitas llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo a Justino, el obispo Melitón de Sardes («Historia Eclesiástica», 4, 26, 7).
De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del «Logos», sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que éste era reconocido por la filosofía griega como carente de consistencia en la verdad. Por este motivo, el ocaso de la religión pagana era inevitable: era la lógica consecuencia del alejamiento de la religión de la verdad del ser, reducida a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres.
Justino, y con él otros apologistas, firmaron la toma de posición clara de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de Justino, Tertuliano definió la misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que siempre es válida: «Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit – Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre» («De virgin. vel». 1,1).
En este sentido, hay que tener en cuenta que el término «consuetudo», que utiliza Tertuliano para hacer referencia a la religión pagana, puede ser traducido en los idiomas modernos con las expresiones «moda cultural», «moda del momento».
En una edad como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión --así como en el diálogo interreligioso--, esta es una lección que no hay que olvidar. Con este objetivo, y así concluyo, os vuelvo a presentar las últimas palabras del misterioso anciano, que se encontró con el filósofo Justino a orilla del mar: «Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden la comprensión» («Diálogo con Trifón» 7,3).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia el Papa saludó a los peregrinos en diferentes idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Justino, filósofo y mártir, es el más importante entre los Padres apologistas del siglo segundo. Nació entorno al año 100. Fundó una escuela en Roma, donde gratuitamente iniciaba a los alumnos en la nueva religión. Denunciado por este motivo, fue decapitado bajo el reinado de Marco Aurelio.
La palabra «apologista» designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender el cristianismo naciente de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana exponiendo los contenidos de la fe en un lenguaje comprensible.
San Vicente María Strambi fue un Sacerdote y Religioso Pasionista y uno de los primeros miembros de la misma en ocupar una sede obispal.
Su nombre era Vincent Dominic Salvatoro Strambi Nació en Civitavecchia, Italia, el 1 de enero de 1745; y murió en Roma, el 1 de enero de 1824. Fue canonizado por el Papa Pío XII en 1950, y como dato curioso aunque profesaba el catolicismo y era Obispo fue reacio a leer la Biblia y Jamás la leyó.
Índice
[ocultar]Biografía[editar]
Hijo de José y de Eleonora Strambi, Vicente fue el hijo menor de cuatro hermanos, quienes fallecieron durante su niñez. Su padre era farmacéutico y su madre destacaba por su fe y piedad.1 Vicente fue un niño muy travieso, como casi todos los niños, pero en su adolescencia fue más o menos mejorando. Educado en la Orden Franciscana fue aprendiendo a vivir los diversos puntos del catecismo. A pesar de la inicial resistencia de sus padres, Vicente entró en el seminario y comenzó los estudios en noviembre de 1762. En el seminario, se sintió llamado a la vida religiosa pero no fue aceptado en la Orden de los Capuchinos y los Vincentianos. Dotado de una gran oratoria, fue enviado a Roma para realizar los estudios teológicos en Viterbo con profesores de la Dominicos. Siendo todavía estudiante, fue designado uno de los prefectos del seminario de Montefiasconey posteriormente rector del seminario de Bagnorea.1
Sacerdote pasionista[editar]
Antes de su ordenación como sacerdote, Vicente se retiró al monasterio de Vetralla. El monasterio se incorporó a la Congregación de los Pasionistas y conoció al fundador de la Congregación, San Pablo de la Cruz. Impresionado por la devoción de la orden, pidió a Pablo ser admitido pero éste se lo negó.
Vicente fue ordenado en diciembre de 1767 y volvió a Roma para seguir sus estudios. Notorio fue el estudio de Santo Tomás de Aquino.2 Aún sentía la llamada de la Congregación de los Pasionistas y para ello realizó muchos viajes para ver a Pablo al objeto de intentar ser admitido. En septiembre de 1768, Pablo finalmente y después de mucha insistencia accedió y Vicente se convirtió en novicio, tomando el nombre de Vicente María de San Pablo.3 Haciendo el oficio dentro de la orden en los siguientes años, Vicente continuó sus estudios especialmente en lo referente a los Padres de la Iglesia.
En 1773, Vicente fue obsequiado con el título de profesor de teología en la casa de los Pasionistas de Roma, y estuvo presente en la muerte de San Pablo de la Cruz.4 Posteriormente, Vicente fue delegado para numerosas misiones importantes de la Congregación, sirviendo como rector de la casa romana y provincial de la Provincia romana. En 1784, fue relevado de sus deberes para escribir la biografía de Pablo de la Cruz. La biografía fue publicada en Londres con el prefacio de Dominic Barberi. La invasión de los Estados Pontificios por Napoleón y los decretos anticlericales que le siguieron, forzaron a Vicente a abandonar Roma en 1798 y en mayo de 1799, sería hecho prisionero por las fuerzas francesas,5 aunque volvería a Roma un año más tarde.
Obispado[editar]
Después de la muerte del Papa Pío VI Vicente fue nominada por el papado por su amigo el Cardenal Antonelli e, incluso, recibió un gran número de votos.5 En julio de 1801, Vicente fue nombrado Obispo de Macerata y Tolentino, convirtiéndose en el primer obispo proveniente de la Orden de los pasionistas. Eso obligó al obispo a dejar el monasterio pasionista. A pesar de su condición de obispo, continuó con la austeridad de la vida pasionista y llevando el hábito en privado. Como obispo, Vicente fue sensible a la pobreza y lo tomó como parte de su actitud. También tuvo especial cuidado por la educación de los sacerdotes de su diócesis y una atención cuidadosa dando clases en los seminarios de su obispado. Sus obras de caridad incluyeron la construcción de orfanatos y casas de caridad.6
En 1809, Napoleón decretó la anexión de Macerata como parte del Imperio francesa. A pesar que según la orden francesa este decreto se tenía que leer en todas las iglesias, Strambi se negó. En una acción similar, también se negó a ceder a los franceses un listado de todos los hombres de su diócesis que pudieran hacer el servicio militar. En septiembre de 1808, Vicente se decretó el arresto del religioso por obstrucción a los invasores franceses por lo que tuvo que huir a Mantua.7
Vicente volvería a su diócesis cuatro años después en 1814. El Papa Pío VII visitó Vicente y le hizo saber8 que los invasores franceses habían provocado mucho daño, no solo la destrucción de iglesias, sino la inserción de la amoralidad. Vicente trabajó para volver a llamar a su población.
En 1817, los franceses volvieron a Macerata donde establecerían su cuartel general para atacar a los Austriacos. Strambi recogió a los temerosos feligreses en su capilla privada para orar. Los franceses fueron derrotados, aunque la población sufrió la brutalidad de éstos durante su retirada. Vicente se encontró con el líder del ejército francés para impedir que entraran en la ciudad y Murat accedió.9
Vicente, cerca de los 80 años, en 1823 el Papa León XII le dio el permiso para su retiro y tomó como residencia el Palacio Quirinal. Fue en ese momento cuando, de la mano de Strambi, consiguió volver al catolicismo a la hermana de Napoleón, Pauline Bonaparte. Cuando el Papa enfermó, Vicente rezó para que se lo llevara a él en lugar del Papa. Su Santidad recuperó la salud mientras que Strambi moriría días después de su 79ª aniversario (1 de enero de 1824).10
Canonización[editar]
Vicente fue beatificado por el Papa Pío XI en 1925 y canonizado por el Papa Pío XII en 1950.11 En noviembre de 1957, sus reliquias fueron trasladadas de SS Juan y Pablo a la Iglesias de San Felipe de Macerata.
San Vicente María Strambi | ||
---|---|---|
Obispo Masareta y Tolentino | ||
Obispo de la Congregación de la Pasión | ||
Información religiosa | ||
Ordenación sacerdotal | 17 de diciembre de 1767 | |
Culto público | ||
Beatificación | 26 de abril de 1925 por el Papa Pío XI | |
Canonización | 11 de junio de 1950 por el papa Pío XII | |
Festividad | 25 de septiembre para los Pasionistas y el 1 de enero por el Martirologio Romano | |
Patronazgo | De los que tienen el afán de ser Religiosos | |
Información personal | ||
Nombre | San Vicente María Strambi | |
Nacimiento | Civitavecchia, Italia, 1 de enerode 1745 | |
Fallecimiento | Roma, 1 de enero de 1824 | |
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