sábado, 23 de diciembre de 2017

SANTOS POR MESES Y DÍAS

SANTOS DEL 9 DE ENERO

San Eulogio (800-859) ha sido definido como el último hispanorromano de la Bética. Nació en torno al año 800 en Córdoba en el seno de una familia de carácter senatorial. Recibió su primera formación en el colegio sacerdotal de la basílica de San Zoilo, situada en el barrio de los Tiraceros. Después se integró en la escuela del abad Speraindeo, el maestro santo y sabio que necesitaba, y "que en aquel tiempo endulzaba de prudencia a todos los límites de la Bética". Aquí coincidió con Paulo Álvaro, más conocido como Álvaro de Córdoba, perteneciente a una de las familias más distinguidas de Colonia Patricia, con quien le unirá una amistad que durará hasta la muerte. Álvaro fue el primer biógrafo de San Eulogio, con la: Vita vel passio Divi Eulogii (860). En ella habla del linaje senatorial de su amigo, del encanto de su trato, de la gracia de su mirada, de la suave claridad de su ambiente y de la bondad e inocencia que se escondían en su cuerpo menudo.
Ordenado sacerdote, repartió su vida entre la contemplación dentro de los monasterios próximos a la ciudad y la cura pastoral. Su celo era tal que, como dice su biógrafo, "tenía gracia para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz".
En 848 emprendió un viaje hacia Francia, pero al querer atravesar por la Marca Hispánica, encontró dificultades debido a la rebelión de Guillermo de Septimania contra el rey de Francia Occidental Carlos el Calvo. Intentó entonces pasar a Aquitania a través de Pamplona, pero allí también se estaba produciendo el levantamiento del conde García Ennecones o Íñiguez. Acogido por el obispo de Pamplona Gilesindo, comenzó a viajar por los monasterios pirenaicos para difundir entre las autoridades eclesiásticas mozárabes de al-Ándalus importantes obras de la cultura cristiana y occidental. En Leyre halló una Vida de Mahoma que contenía debates teológicos cristianos;1​en San Pedro de Siresa, ya en Aragón, descubrió obras de tradición grecolatina que no habían sido conservadas en la Córdoba del Califato, como la Eneida, poesía de Horacio y Juvenal, fábulas de Aviano o La ciudad de Dios de San Agustín, que a partir de ese momento formaron parte de la cultura hispánica andalusí.2​ Regresó siguiendo el camino de ZaragozaBílbilis (Calatayud), ArcóbrigaSigüenza y Compluto (Alcalá de Henares), deteniéndose en Toledo junto al obispo Wistremiro, para cuya sede vacante será elegido Eulogio más tarde (858) como metropolitano. Este viaje fue sumamente útil al sacerdote cordobés. Recogió experiencias, descubrió la mentalidad de los cristianos independientes del poder musulmán y pudo enriquecer las escuelas de Córdoba con libros latinos que no se encontraban en la España musulmana.
A causa de su defensa del movimiento martirial mozárabe padeció prisión junto con el obispo Saulo. En la cárcel desde el comienzo del otoño, escribió parte del Memorial de los Santos, una larga carta al obispo de Pamplona en 15 de noviembre, y el Documento martirial, dedicado a las santas Flora y María, también en prisión como él. El 29 de noviembre de 851 Eulogio era liberado de la cárcel.
Con la sucesión en el trono omeya de Muhammad I en septiembre del 852 se endurecieron las medidas contra los cristianos. Eulogio, vigilado siempre, se veía obligado a cambiar constantemente de morada, siendo detenido a principios del 859 por haber ayudado a ocultarse a una joven llamada Leocricia (también conocida como Lucrecia),3​ hija de padres musulmanes, que había sido convertida por la monja Liliosa. Lucrecia y Eulogio fueron llevados ante el juez. El prestigio personal de Eulogio y su dignidad de obispo electo de Toledo hicieron que el juicio se desarrollara ante el emir, el cual tuvo que oír de sus labios una defensa ardiente del cristianismo. Se intentó conseguir de él aunque fuese un simulacro de retractación: "Pronuncia una sola palabra y después sigue la religión que te plazca", le dijo uno de los que rodeaban al emir, pero él siguió disertando acerca de las promesas del Evangelio. En vista de esto fue condenado a decapitación. "Este -dice Álvaro- fue el combate hermosísimo del doctor Eulogio, éste su glorioso fin, éste su tránsito admirable. Eran las tres de la tarde de un sábado, 11 de marzo de 859". Su cuerpo fue sepultado en la basílica de San Zoilo.
En diciembre de 883, Alfonso III el Magno obtuvo del emir Muhammad I sus reliquias y las de Santa Leocricia. El encargado de la petición y del traslado fue el presbítero toledano Dulcidio. Colocadas en la Cripta de Santa Leocadia en la catedral de Oviedo en enero de 884, fueron trasladadas a la Cámara Santa en 1303, y allí se veneran.

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Obras[editar]

En la cárcel escribió varias obras como los dos primeros libros del "Memoriale sanctorum", su "Documentum martyriale" y tres epístolas; de él se conservan además el "Apologeticum Sanctorum Martyrum", de 857, la "Passio sanctorum martyrum Georgii monachi, Aurelii atque Nathaliae", la famosa Carta a Wilesindo, y algún himno dedicado a mártires.

Elogio: San Eulogio, presbítero y mártir, que en Córdoba, de Andalucía, fue decapitado por su preclara confesión de Cristo, el día 11 de marzo.
Patronazgos: patrono de caldereros y carpinteros.
Oración: Señor y Dios nuestro: tú que, en la difícil situación de la Iglesia mozárabe, suscitaste en san Eulogio un espíritu heroico para la confesión intrépida de la fe, concédenos superar con gozo y energía, fortalecidos por ese mismo espíritu, todas nuestras situaciones adversas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Se ha dicho que san Eulogio fue la mayor gloria de España en el siglo IX. Era descendiente de una familia que había tenido posesiones en Córdoba desde la época de los romanos. El santo tenía tres hermanos y dos hermanas. Córdoba se hallaba entonces ocupada por los moros, quienes la habían convertido en su capital. Los moros toleraban a los cristianos, aunque les imponían condiciones vejatorias. El culto público se les permitía mediante el pago de un impuesto mensual; pero el proselitismo se castigaba con la pena de muerte. Sin embargo, muchos cristianos ocupaban puestos de importancia; por ejemplo, José, hermano menor de san Eulogio, desempeñaba un alto cargo en la corte de Abderramán II.
Eulogio se educó con los sacerdotes de San Zoilo. Una vez que hubo aprendido todo lo que podían enseñarle, se puso bajo la dirección del ilustre escritor Esperandeo, abad de un monasterio. Allí conoció a Pablo Álvarez, de quien se hizo muy amigo y quien escribió más tarde la biografía del santo. Al terminar sus estudios, san Eulogio recibió la ordenación sacerdotal, en tanto que Álvarez se casó y abrazó la carrera de escritor. Los dos amigos sostuvieron una nutrida correspondencia, pero destruyeron por mutuo acuerdo las cartas, que eran demasiado íntimas y no suficientemente trabajadas. En su «Vida de San Eulogio», Álvarez le describe como muy piadoso y mortificado, versado en todas las ramas del saber, especialmente en la Sagrada Escritura; de rostro agradable; tan humilde, que con frecuencia se atenía a las opiniones de otros, mucho menos sabios que él, y tan amable, que se ganó el cariño de cuantos le trataron. Su gran descanso consistía en visitar los monasterios y los hospitales. Los monjes le tenían en tal estima que, con frecuencia, le pedían que redactase sus reglas. En esa forma, el santo estuvo en muchas casas religiosas de España y visitó los monasterios de Navarra y Pamplona para revisar sus constituciones y escoger las mejores reglas.
El año 850, estalló una súbita persecución contra los cristianos de Córdoba, ya sea porque éstos hubiesen combatido abiertamente a los mahometanos, ya porque trataran de convertir a algunos de ellos. La situación de los cristianos se complicó, pues un obispo andaluz, llamado Recaredo, en vez de defender a su grey, abrió a los lobos la puerta del redil. No sabemos por qué procedió en esa forma; tal vez se trataba de un «moderado» que prefería la paz y la tolerancia, al celo misionero y la persecución. En todo caso, dicho prelado fue el responsable de la aprehensión del obispo de Córdoba y de algunos miembros de su clero. En la prisión, Eulogio se ocupó en leer la Biblia a sus compañeros y en exhortarles a permanecer fieles a la fe. También escribió entonces su «Exhortación al Martirio», dedicada a las vírgenes Flora y María. En ella decía: «Sé que estáis amenazadas de ser vendidas como esclavas y de perder la virginidad; pero podéis estar seguras de que no es posible manchar la virginidad de vuestras almas, por mucho que atormenten vuestros cuerpos. Algunos cristianos cobardes os dirán, para desanimaros, que las iglesias están silenciosas, vacías y sin culto, a causa de vuestra obstinación, y que si cedéis durante algún tiempo, os dejarán practicar libremente vuestra religión. Os ruego que no olvidéis que el sacrificio que agrada verdaderamente a Dios es la contrición del corazón y que no tenéis derecho a volver atrás y renunciar a la fe que habéis confesado». Las doncellas no perdieron la virginidad y, antes de ser decapitadas, declararon que, en cuanto llegasen a la presencia de Jesucristo, le pedirían que sus hermanos alcanzasen la libertad. Seis días después de su muerte, los prisioneros quedaron libres. San Eulogio compuso entonces una narración en verso del martirio de las dos vírgenes, para animar a los cristianos a seguir su ejemplo. Su hermano José fue despedido de la corte y san Eulogio fue obligado a vivir con el traidor Recaredo, pero no por ello dejó de seguir instruyendo y alentando a los fieles con la predicación y con la pluma.
El año 852, otros cristianos fueron martirizados. En el mismo año, el Concilio de Córdoba prohibió entregarse espontáneamente a los perseguidores. El sucesor de Abderramán llevó adelante la persecución con mayor violencia que su padre; ello no hizo sino acrecentar el celo de san Eulogio, quien evitó que apostatasen muchos cristianos débiles y alentó a muchos otros al martirio. En los tres volúmenes de su obra titulada «Memorial de los Santos» describió los sufrimientos y la muerte de los mártires de la persecución. También escribió una «Apología» contra los que negaban que las víctimas de aquella persecución eran verdaderos mártires, alegando que no habían obrado milagros, que se habían entregado espontáneamente, que no habían sido torturados sino tan sólo decapitados y que los perseguidores no eran idólatras, sino que creían en el verdadero Dios. San Eulogio se defendía también a sí mismo, ya que él había aprobado y alentado a los mártires.
Cuando murió el arzobispo de Toledo, el clero y el pueblo eligieron a san Eulogio para sucederle; pero el santo fue ejecutado antes de su consagración.
Había en Córdoba una joven llamada Leocricia, convertida y bautizada por un pariente, aunque sus padres eran mahometanos. Esto constituía un crimen que se castigaba con la pena de muerte. Cuando los padres de la joven se enteraron de lo sucedido, la golpearon y maltrataron cruelmente para hacerla apostatar. La joven narró sus cuitas a san Eulogio, quien con la ayuda de su hermana Anulona, la ayudó a escapar y la escondió en casa de unos amigos suyos. Las autoridades descubrieron el sitio en que se hallaba la joven y llevaron ante el kadí a todos los que la habían ayudado a escapar. Sin amedrentarse por ello, Eulogio dijo al juez que estaba dispuesto a mostrarle el verdadero camino del cielo y declaró que Mahoma era un impostor. El kadí le amenazó con hacerle perecer a latigazos. El santo respondió que nada le haría renegar de su religión. Entonces, uno de los presentes habló en privado a san Eulogio, diciéndole: «Está bien que los ignorantes se precipiten a la muerte; pero un hombre de tu ciencia y de tu posición no debería alentarles con su ejemplo. Hazme caso; pliégate a las circunstancias y di una sola palabra. Después podrás practicar libremente tu religión y te prometo que no te molestaremos más». Eulogio replicó sonriendo: «Si sospecharas siquiera el premio que espera a quienes perseveran hasta el fin en la fe, cambiarías en el acto todas tus dignidades por él». En seguida empezó a predicar osadamente el Evangelio a los presentes. Para evitarlo, el juez le condenó inmediatamente a muerte. Uno de los guardias que le condujeron al sitio de la ejecución le abofeteó por haber hablado contra Mahoma; el santo presentó con gran mansedumbre la otra mejilla y recibió otro golpe. Al llegar al lugar del martirio, san Eulogio presentó el cuello al verdugo. Santa Leocricia sufrió el martirio cuatro días después.







Santa Lucrecia de Córdoba, virgen y mártir. 15 de marzo y 9 de enero (traslación de las reliquias).
Nació Lucrecia (o Leocricia) en Córdoba, a principios del siglo IX, en una familia musulmana. Estos tenían una esclava cristiana que aunque en el exterior vivía como musulmana, profesaba la fe de Cristo. Por ella conoció Lucrecia a Jesús, y una vez le hubo conocido y amado, labor en la que influyó San Eulogio (11 de marzo y 9 de enero), no le negó jamás. Su familia intentó convencerla de que renunciara a Cristo y apostatara de su fe. Promesas, amenazas, castigos, trato infrahumano… nada hizo que Lucrecia renegara de la fe católica. Incluso los castigos eran acicate para redoblar la firmeza de su fe. Pero aunque resistía, tuvo miedo de flaquear en algún momento, por lo que decidió junto a San Eulogio, jugar una treta a sus padres. Les dijo Lucrecia que pensaría en lo de cambiar de fe, y estos la dejaron con más libertad, confiando en sus palabras. Pero apenas pudo, adujo el pretexto de visitar unos parientes que se casaban y escapó de su casa y se fue donde San Eulogio y su hermana Amilo. Sus padres y parientes la buscaron por toda Córdoba, sobre todo en las casa de los cristianos, pero infructuosamente. Principalmente porque Eulogio la trasladaba de casa en casa. Y más de una noche tuvo que dejarla en la iglesia de San Zoilo, donde la joven descansaba y hacía oración. Los familiares no cejaban, y llevaron a algunos cristianos a la cárcel, y a otros que ya estaban presos los atormentaban para que dijeran lo que sabían. Pero nada.

Lucrecia sentía gran afecto por Amilo, y por ello un día se aventuró a visitarla, pasando juntas la noche entre oración y lecturas piadosas. Llegado el amanecer, quien tenía que dar cobijo a Lucrecia se tardó y Eulogio no quiso que saliera por las calles en pleno día, y prefirió que Lucrecia quedara en su casa. Pronto supieron los familiares de Lucrecia, que tenían sus espías, que en casa de Eulogio había otra mujer. Enviaron soldados y, efectivamente, hallaron a Lucrecia. Prendieron a Eulogio y a Lucrecia, y los encerraron. Eulogio fue degollado en el acto, a 11 de marzo, mientras Lucrecia era aturdida con amenazas y promesas para que renunciase a Cristo y retomase la falsa fe de Mahoma. Cinco días duró aquello, hasta que el 15 de marzo de 859 mandó fuera degollada. Su cuerpo fue arrojado al río Guadalquivir, pero no se hundió y los cristianos lo rescataron y enterraron piadosamente en la iglesia de San Ginés. 
En 884, cuando el rey Alfonso III pactó una tregua con el rey Mahomad de Córdoba, le pidió dejara salir de la ciudad los santos cuerpos de Eulogio y Lucrecia. Los cristianos de Córdoba los entregaron con dolor, pero sabiendo que entre cristianos sus reliquias no correrían peligro y que serían venerados con más decencia. Los llevaron a Oviedo, en cuya catedral, en la capilla de Santa Leocadia, fueron depositados a 9 de enero. Y esta traslación es la que ha pasado al misal mozárabe. Hay que decir que junto a los huesos, iba otra reliquia más: el “Elogio de los Mártires de Córdoba” escrito por San Eulogio y que se imprimiría por primera vez por Ambrosio de Morales en el siglo XVI. En 1300 los santos sanaron milagrosamente de perlesía a Rodrigo Gutiérrez, arcediano de la catedral, el cual en acción de gracias mandó hacer un arca de plata para depositar las reliquias. Don Hernando Álvarez, obispo de Oviedo, autorizó la traslación de los cuerpos en la nueva arca a la Cámara Santa, para venerarles adecuadamente.



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