La Navidad siempre es una época del año en donde se invita a la reflexión
Más allá de su significado religioso, estas frases de navidad tratan de darle otro sentido a esta importante festividad, pensando un poco acerca de por qué disfrutamos (o no) estas fiestas.
La Navidad es una época donde la reflexión debe estar a la orden del día, sobre todo para aquellos que creen en ella y en su significado de unión, más allá de las religiones. Por eso mismo, hemos seleccionado algunas frases de Navidad que seguramente pueden interesarte acerca del tema. Puedes usarlas en las redes sociales o bien animarte a una costumbre ya no tan común: enviar postales o hacer bonitas cartas para acompañar los regalos o la cena navideña.
Reflexiones para Navidad
Hay pocas cosas más bellas que enviar buenos deseos de Navidad y nada mejor que usar algunas reflexiones para no sólo felicitar sino también pensar un poco sobre esta época del año, sus significados e importancia. Comparte estas inspiradoras palabras con tus seres queridos y disfruta aún más esta época del año que tantas alegrías nos trae.
«¿Qué es la Navidad? Es la ternura del pasado, el valor del presente y la esperanza del futuro. Es el deseo más sincero de que cada taza se rebose con bendiciones ricas y eternas, y de que cada camino nos lleve a la paz.» Agnes M. Pharo
«¡Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerde al abuelo las alegrías de su juventud, y le transporte al viajero a su chimenea y a su dulce hogar!» Charles Dickens
«¡La Navidad! La propia palabra llena nuestros corazones de alegría. No importa cuánto temamos las prisas, las listas de regalos navideños y las felicitaciones que nos queden por hacer. Cuando llegue el día de Navidad, nos viene el mismo calor que sentíamos cuando éramos niños, el mismo calor que envuelve nuestro corazón y nuestro hogar.» Joan Winmill Brown
«Viene cada año y vendrá para siempre. Y con la Navidad vienen los recuerdos y las costumbres. Esos recuerdos cotidianos humildes a los que todas las madres nos agarramos. Como la Virgen María, en los rincones secretos de su corazón.» Marjorie Holmes
«La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de la mente. Valorar la paz y la generosidad y tener merced es comprender el verdadero significado de Navidad.» Calvin Coolidge
«Aunque se pierdan otras cosas a lo largo de los años, mantengamos la Navidad como algo brillante.…. Regresemos a nuestra fe infantil.» Grace Noll Crowell
«La Navidad es la época del año en que se nos acaba el dinero antes que los amigos.» Larry Wilde
«Las únicas personas realmente ciegas en la época de Navidad son las que no tienen la Navidad en su corazón.» Helen Keller
Frases cortas para Navidad
«El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad» Charles Dickens
«Este es el mensaje de Navidad: Nunca estamos solos.» Taylor Caldwell
«La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo, y por eso, todo es más suave y más hermoso.» Norman Vincent Peale
«Ojala pudiésemos meter el espíritu de Navidad en jarros y abrir un jarro cada mes del año.» Harlan Miller
«La Navidad es un buen motivo para vivir la fraternidad que une a todos los seres de este planeta.» Abel Pérez Rojas
«Tal vez el mejor adorno de Navidad es una gran sonrisa.» Anónimo
«En Navidad, todos los caminos llevan a casa.» Marjorie Holmes
«Una buena conciencia es una continua Navidad.» Benjamin Franklin
«No te preocupes por el tamaño de tu árbol de Navidad. A los ojos de los niños, todos son de treinta pies de altura.» Larry Wilde
Frases para felicitar en Navidad
Si hay algo que no pueden faltar en las fiestas son las felicitaciones para Navidad, unas bonitas palabras cara a cara o a la distancia pueden ser muy significativas para la otra persona. Acerca tus felicitaciones navideñas por el medio que prefieras: una carta, un SMS, un Whatsapp o a través de las redes sociales. No importa cómo sea, tus palabras para la Navidad llegarán a corazón de tus seres más queridos.
«Regalos del tiempo y el amor son sin duda los ingredientes básicos de una verdadera feliz Navidad.» Peg Bracken
«La pureza de la Navidad, se pinta de blanco. La serenidad de la Navidad, se pinta de azul. La pasión de la Navidad, se pinta de rojo. La felicidad de la Navidad… ¡Toma el pincel y pinta tu vida!»
«A veces alguien llega a tu vida y sabes de inmediato que nació para estar allí. Por eso te echo tanto de menos en esta Navidad… Que la pases bien donde te encuentres.»
«¿Qué es lo que une los corazones y las mentes? ¡La magia de la Navidad! Deseo que pases una Navidad maravillosa.»
«Os deseo una maravillosa Navidad que acompañe a un mejor año nuevo… lleno de sueños por realizar, el amor y la buena salud. ¡Feliz Navidad!»
“La receta de la Navidad: Tres tazas de ilusión, una copa de amistad, un chorro de ternura y un litro de amor. Revuélvalo todo y ponlo en el horno. Envuélvalo con risas, luces y canciones. Finalmente sírvalo con alegría y buena voluntad. ¡Feliz Navidad!”
«¡Feliz Navidad! Espero que tu rutina se convierta en sorpresa, los enfados en sonrisas y las tristezas en esperanzas. Que tu bandera sea el amor y tu lenguaje los besos.»
“Que en este nuevo año tengas cien razones para reír, un sueño por el que vivir, mil alegrías para disfrutar y ningún motivo para sufrir. ¡Muchas Felicidades!”
«¡Felicidades en esta Navidad! Te mereces lo mejor del mundo no solo hoy, sino siempre.»
«Deseo que en Navidad, la dulce estrella de Belén pueda estar presente en cada uno de nosotros y que un coro de ángeles canten canciones de esperanza, llenando nuestros corazones por mucho tiempo.»
Dios humanizado
Miguel Esquirol Vives
Y yo me preguntaba: ¿Qué querrá decir eso de que Dios se hizo hombre? Y me pareció que lo más lógico, -pues la religión debe ser lógica, no en contra de nuestra inteligencia aunque pueda superarla, pero nunca ir en contra de ella-, que el hacerse hombre era humanizarse. Sí, me pareció que eso que llamamos Dios, el Misterio de ese cosmos infinito, el Aliento de futuro, el Ansia de vivir, la Capacidad de amar por encima de nuestro instinto, el Deseo de perfección, de belleza y de eternidad. Se hizo primero agua, tierra y barro, luego sol y luna, y también se hizo planta, se hizo pez y pájaro, es lo que se ha llamado la creación, pues entonces el espíritu de Dios se zambullía en las aguas, como dice la Biblia. Y por fin se hizo niño para llegar a ser hombre y ¿porqué no niña para hacerse mujer? Y todo ello es lo que los cristianos llamamos encarnación.
Y eso es la Navidad. Dios de carne y hueso, lo que nunca nos lo hemos creído del todo y siempre hemos levantado los ojos al cielo para nombrar a Dios o para hablarle y no los hemos dirigido a los demás. Sobre todo si son de otra clase u otra raza o diferentes, ni tampoco lo hemos encontrado dentro de nosotros mismos. Es más fácil y cómodo tener a Dios fuera y acudir a Él según nuestras necesidades e intereses.Y a eso es a lo que somos llamados los seres humanos, esa es nuestra vocación, la misma de Dios, humanizarnos. Pero después de tantos miles o millones de años de estar el ser humano sobre la tierra, seguimos a tientas acertando y equivocándonos en el camino de nuestra humanización. Creyendo que acumulando dinero olvidándose del otro o a costa del otro nos humanizamos. O manipulando al otro o despreciándolo para sentirme más y venciéndolo hasta saborear su derrota. Seguimos mirando sólo nuestro lado, nuestro interés y no el del otro para poder llegar a un acuerdo, preferimos enfrentarnos antes que encontrarnos.
Y ¿cómo se humaniza Dios? Se humaniza haciéndose el otro, poniéndose en la piel del otro, poniéndose en el lugar del otro, comprendiendo al otro. Y si nuestra misión en la vida es humanizarnos para ser felices, ponernos en la piel del otro será el camino para ser felices. Eso será hacerse hombre o mujer, eso será crecer, pero de verdad, no sólo por un crecimiento sólo físico o sólo económico o sólo estético, sino en humanidad completa, Y esta es nuestra misión en el mundo, humanizarlo, humanizar la naturaleza, las cosas, nuestros trabajos, nuestras familias, nuestras relaciones, nuestras estructuras sociales, nuestras ciudades, nuestras vidas. Que nuestras relaciones sean -osificadotas y no- osificadotas y facilitemos y no estorbemos la humanización de los otros, sólo así creceremos nosotros y crecerá el país. Y nuestros hijos crecerán y se humanizarán, estén dentro o fuera de la ventana, si logran ponerse en el lugar del otro.
Un bautismo nuevo
José Antonio Pagola
El Bautista habla de manera muy clara: «Yo os bautizo con agua», pero esto sólo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro «más fuerte», lleno de Espíritu de Dios: «Él os bautizará con espíritu santo y fuego».Son bastantes los «cristianos» que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con «agua», pero no conocen el bautismo del «espíritu». Tal vez, lo primero que necesitamos todos es dejarnos transformar por el Espíritu que cambió totalmente a Jesús.
¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?Jesús se aleja del Bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna. Quien no vive desde esta perspectiva, no conoce todavía qué es ser cristiano.Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a Galilea a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio de la vida, donde se le tiene que sentir a Dios como «algo bueno»: un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien no le siente así a Dios, no sabe cómo vivía Jesús.También abandona el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a Juan. El mundo debe saber lo bueno que es este Dios que busca y acoge siempre a sus hijos perdidos porque sólo quiere salvar, no condenar. Quien no habla este lenguaje de Jesús, no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer «gestos de bondad» que el Bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje
La Felicidad
Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después de casarnos, después de tener un hijo, y luego de tener otro, entonces nos sentimos frustrados de que los hijos no son lo suficientemente grandes y que seremos más felices cuando lo sean. Después de eso nos frustramos por que son adolescentes y seguramente seremos más felices cuando salgan de esta etapa. Nos decimos que nuestra vida estará completa cuando a nuestro esposo(a) le vaya mejor, cuando tengamos un mejor auto o una mejor casa, cuando nos podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados.
La verdad que no hay mejor momento para ser felices que ahora. ¿Si no es ahora, cuando? Tu vida siempre estará llena de retos. Es mejor admitirlo y decidir ser felices de todas formas. Siempre esperamos largo tiempo para comenzar a vivir la vida de verdad, siempre habrá algún obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda que pagar y no nos damos cuenta de que todos estos obstáculos son parte de la vida.
Esta perspectiva nos deja ver que no hay un camino a la felicidad. La felicidad es el camino, así que, atesora cada momento que tienes, y atesóralo más cuando lo compartiste con alguien especial, lo suficientemente especial para compartir tu tiempo, y recuerda que el tiempo no espera por nadie….
Deja de esperar hasta que tengas más dinero, hasta que bajes 10 kilos, hasta que te cases, hasta que tengas hijos, hasta que tus hijos se vayan de casa, hasta que te divorcies, hasta el viernes por la noche, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño, el invierno, o hasta que mueras, para decidir que no hay mejor momento que este para ser feliz…..
La felicidad es un trayecto, no un destino. Trabaja como si no necesitaras dinero, Ama como si nunca te hubieran herido, Y baila como si nadie te estuviera viendo.
Contra la ilusión de inocencia
José Antonio Pagola
La parábola de Jesús es conocida. Un fariseo y un recaudador de impuestos «suben al templo a orar». Los dos comienzan su plegaria con la misma invocación: «Oh Dios». Sin embargo, el contenido de su oración y, sobre todo, su manera de vivir ante ese Dios es muy diferente.Desde el comienzo, Lucas nos ofrece su clave de lectura. Según él, Jesús pronunció esta parábola pensando en esas personas que, convencidas de ser «justas», dan por descontado que su vida agrada a Dios y se pasan los días condenando a los demás.El fariseo ora «erguido». Se siente seguro ante Dios. Cumple todo lo que pide la ley mosaica y más. Todo lo hace bien. Le habla a Dios de sus «ayunos» y del pago de los «diezmos», pero no le dice nada de sus obras de caridad y de su compasión hacia los últimos. Le basta su vida religiosa.Este hombre vive envuelto en la «ilusión de inocencia total»: «yo no soy como los demás». Desde su vida «santa» no puede evitar sentirse superior a quienes no pueden presentarse ante Dios con los mismos méritos.
El publicano, por su parte, entra en el templo, pero «se queda atrás». No merece estar en aquel lugar sagrado entre personas tan religiosas. «No se atreve a levantar los ojos al cielo» hacia ese Dios grande e insondable. «Se golpea el pecho», pues siente de verdad su pecado y mediocridad.Examina su vida y no encuentra nada grato que ofrecer a Dios. Tampoco se atreve a prometerle nada para el futuro. Sabe que su vida no cambiará mucho. A lo único que se puede agarrar es a la misericordia de Dios: «Oh Dios, ten compasión de este pecador».
La conclusión de Jesús es revolucionaria. El publicano no ha podido presentar a Dios ningún mérito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su misericordia. Vuelve a casa trasformado, bendecido, «justificado» por Dios. El fariseo, por el contrario, ha decepcionado a Dios. Sale del templo como entró: sin conocer la mirada compasiva de Dios.A veces, los cristianos pensamos que «no somos como los demás». La Iglesia es santa y el mundo vive en pecado. ¿Seguiremos alimentando nuestra ilusión de inocencia y la condena a los demás, olvidando la compasión de Dios hacia todos sus hijos e hijas?
Justicia, consolación y paz
Meditación de navidad de Jon Sobrino
En nuestra sociedad, occidentalizada, cada vez más globalizada y aburguesada en su ideal de vida, las tradiciones navideñas tienen varios elementos muy conocidos: Santa Claus, luces, árboles, y sobre todo, consumo. No es que todo esté mal, pero esas tradiciones no tienen nada que ver con las tradiciones bíblicas sobre el nacimiento de Jesús de Nazaret. Por otra parte las tradiciones bíblicas, la esperanza de justicia y reconciliación de los bellos relatos de Isaías, y la esperanza del shalom de las narraciones de san Lucas, tampoco tienen nada que ver con las tradiciones navideñas que hoy imperan.Por decirlo en breves palabras, el comercio y el consumo navideño, el mundo de los negocios, no tienen nada que ver con la Biblia, que es palabra de Dios, y con la liturgia, que es la celebración de los cristianos.Que estas cosas puedan cambiar, lo damos prácticamente por imposible y por eso no vamos a hablar más de ello. Pero siempre queda la esperanza de que la palabra de Dios y la celebración de los cristianos nos iluminen y animen.
Justicia: es necesaria y está enterrada, es nítida y está maquillada. A veces con razones aparentemente buenas: “Hoy basta con hablar de solidaridad”, y a veces con razones claramente malas: “Hablar de injusticia es cosa del pasado”. Y sin embargo, no hay navidad cristiana sin hablar de la palabra de Dios, yno hay palabra de Dios sin hablar de justicia. En la liturgia de adviento aparece mucho el profeta Isaías. Precisamente porque Dios se está acercando, Isaías nos dice lo que hay que hacer: “Abran camino a Yahvé. Que todo valle sea elevado y que todo monte y cerro sea rebajado”. Nos dice qué hay que hacer con las “lanzas” –antiguas armas de guerra-, los misiles de hoy: “convertirlos en machetes para trabajar la tierra”. Los salmos nos recuerdan que “la paz y la justicia se besan”, que dejemos de hablar de paz, si no ponemos manos a la obra y construimos un país justo. Las tradiciones mundanas no saben de estas cosas. Comercio y mercado son dioses, y quiera Dios que no sean ídolos que producen víctimas, apoderándose del dinero de los pobres y adormeciendo a todos.
Consolación. Es sumamente necesaria para las mayorías pobres, sin muchas expectativas de vivir una vida digna, a no ser lejos de su tierra. Entre nosotros la situación no es la misma que aquella en que Isaías escribió el capítulo 40 a un pueblo desterrado en Babilonia, muy lejos de Israel. Pero algo se le parece. Con los ojos puestos en esos desterrados, dice Dios a Isaías: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”. Cuánta falta hace hoy. Y qué poco se ve de esa consolación honda, más allá de la palabrería barata de estos días, la de los supermercados y la de los políticos. También la que proviene de casas presidenciales y de monarquías solemnes. Y ojalá no sea barata la consolación que llevamos los cristianos.
Shalom. Es paz y es más que paz. San Lucas dice que unos ángeles se aparecieron a los pastores y decían: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. San Lucas escribía en griego y por eso, para hablar de paz usa la palabra eirene que significa ausencia de violencia, de guerra… todo ello muy bueno y necesario. Pero la palabra hebrea es shalom. Significa un bienestar de los seres humanos entre sí, basado en la justicia y la verdad, y que reverbera en fraternidad y gozo. Y no tiene nada que ver con la pax romana, la quietud resignada que producen los imperios.
De este shalom nada dicen y nada saben los supermercados y similares. Algo –o mucho- puede quedar en algunas tradiciones navideñas de todos los tiempos: el gozo de reunirse en familia. En esos días puede haber incluso signos de reconciliación. Desafortunadamente es todo menos obvio mencionar a Jesús de Nazaret en estos días de navidad. Los supermercados no saben que hacer con él, incluso las iglesias –con frecuencia- se quedan en el “niño Dios”, sin añadir que ese niño llegó a ser el Jesús que salió de su casa, se fue al Jordán a escuchar a Juan y apareció junto con el pueblo para ser bautizado, el que anunció a los pobres la venida del reino, sintió compasión por ellos hasta revolvérsele las entrañas, los sanó y los defendió de sus opresores, se enfrentó con éstos y por ello murió crucificado.
Para los creyentes esto es el abece de nuestra fe, pero puede estar inexplicablemente ausente los días de navidad. No así en las tradiciones navideñas de los Evangelios. Jesús de Nazaret no está ausente. En el Magnificat: “Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”. El anciano Simeón proclama con gozo que ya puede morir enpaz, pues “sus ojos han visto al salvador que iluminará a todos los pueblos”, y añade que será “señal de contradicción” a fin de que “queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”.
Cuando Dios quiere no ser sólo Dios. Los días de navidad son feriados, y ello posibilita el descanso y el acercamiento dentro de la familia. Debiera posibilitar también la reflexión: en definitiva qué somos nosotros si se nos dice que “ese niño es Dios”. La respuesta no es fácil, pues la pregunta introduce a los creyentes en el misterio de Dios. Y a todo el mundo, también a los no creyentes, los relatos de navidad debieran hacerles pensar en qué consiste el misterio de lo humano. Conocemos a muchos hombres y mujeres concretas, y nos conocemos a nosotros mismos. Sabemos de lo bueno y de lo malo de los seres humanos. Sabemos de sus posibilidades y sus limitaciones. Pero lo más hondo nuestro se nos escapa. Y es que navidad dice que en un ser humano se ha hecho presente el misterio de Dios. “En Jesús ha aparecido la benignidad de Dios”, dice la carta a Tito. Los seres humanos estamos transidos de Dios, somos portadores, en carne, pequeña y limitada, del misterio de Dios.
Hoy se ve cómo renace siempre ese misterio de la vida, el misterio de Dios, allí donde hay un gran amor. Cada quien sabrá qué piensa del misterio del ser humano, de ser él y ella hombre y mujer sobre esta tierra. Navidad nos invita a pensarnos desde el misterio de Dios. Y esta audacia de los creyentes está posibilitada por una audacia mayor, que es el mensaje de navidad: Dios puede –y tiene que- ser pensado desde lo humano, porque, antes, decidió “empequeñecerse” y mostrarse en un ser humano como todos nosotros, Jesús de Nazaret.
¿Niño – Dios?
Juan Luis Herrero del Pozo
La Navidad, ya inminente, invita a muchas cosas, algunas obscenas e hirientes como el desmadre del consumo en honor del Pobre de Yahvé… Pero invita igualmente a la contemplación subversiva ¡Qué duda cabe que en este cambio de época, en que todo se mueve, incluso lo más sagrado (también en el cristianismo) la Navidad debe cesar en su papel de paréntesis en la carrera hacia el caos! Y ello cabalmente me induce a una reflexión áspera en homenaje al “cumpleañero” que recordamos con inmenso afecto, aquel Profeta que asesinaron por lo insoportable de su mensaje. La expresión Niño-Dios sintetiza la forma tradicional de entender a Jesús. Cometiendo un grave anacronismo se interpretó al pie de la letra y como relato histórico aquel metafórico cuadro lírico-épico del llamado “Evangelio de la Infancia”. Los seguidores y seguidoras de Jesús, deslumbrados –con sobrada razón- por el impacto de su desconcertante figura, colocaron en el atrio de su trayectoria humana una reflexión catequética para ensalzarlo por encima del mismísimo César. Lo que para ellos era exordio épico en clave de homenaje de fe lo hemos interpretado nosotros como protocolo histórico de su nacimiento e infancia.
Para Dios nada hay imposible: mejor que cualquier faraón, Emmanuel, el “Dios con nosotros” tiene por padre no a un simple mortal sino al propio Dios. La comunidad creyente inventa un edicto imperial para sustituir la humilde aldea de Nazaret por la “ciudad de David”, el rey fundador. Una señal brilla en el firmamento del lejano Este y pone en movimiento hacia Judea a tres magnates. La corte de Herodes se conmueve y los padres de Jesús retoman el camino del Egipto, refugio primero luego pesado yugo de sus ancestros. También los sencillos pastores reciben su mensaje celeste y convergen con los orientales en la pleitesía al enviado de Dios. Es suficiente para completar el cuadro. De los varios escritos laudatorios, la comunidad desestimó otros más barrocos, trufados de portento, los que denominamos apócrifos,reteniendo sólo el de más frugal grandeza. Completa el cuadro el toque –que hoy consideraríamos de niño repelente- de un Jesús imberbe dando lecciones bíblicas a los sesudos doctores de la capital. Y, por fin, suavizado el tránsito de la ficción a la realidad, el primo de Jesús, el austero Juan, lo introduce en la saga de los grandes profetas, mediante la teofanía del Jordán…
Sobre semejante catequesis poética ¡menudo “belén” hemos montado! Sin duda, nos sirvió durante siglos para suplantar la magia de las celebraciones paganas de invierno. Pero hoy la magia nos devuelve la moneda suplantando a su vez al hijo pobre de María con las orgías del consumo. Y así, entre mito y despilfarro, hemos sacado de quicio la sencilla y razonable realidad. Lo que era atrio poético de la vida de un ajusticiado contribuyó a hacer de Jesús el mayor dios del Olimpo y hoy pretexto de una bacanal. Sin embargo ¿cómo debieron ser las cosas de su infancia? Puesto que el mito no se deja manejar bien, hagamos un simple ejercicio de buen sentido para hacernos una idea de la infancia de Jesús de cuyos casi únicos 30 años de vida apenas disponemos de un solo elemento histórico. De estar vivos aún José y María cuando la comunidad más cercana a ellos comenzó a fabular religiosamente con el “evangelio de la infancia”, ellos fueron de los primeros en aprender a interpretar en clave de fe a su hijo asesinado.
Al admirar estos días a mi primer nieto mamando, he pensado en Jesús: frágil, ausente la mirada, siempre dormido. El contacto con el entorno se hará lentamente y los mayores veremos sonrisa en la primera mueca. Más adelante Jesús correteó con algún vecino, estorbó más que ayudo a su padre en la labor, se sorprendió con esa bola de masa de harina morena que se iba hinchando hasta que María le contó lo de la levadura. Ya adolescente, sintió estremecerse su cuerpo a la vista de alguna muchacha. Transcurrieron los años “en todo semejante a nosotros”. ¿En qué mistificación apoyaría Pablo su salvedad “menos en el pecado”? ¿Ni el más mínimo eco encontró en el interior de Jesús la tentación? No es desdoro que su libertad se construyera, como la de cualquiera, en el esfuerzo titubeante. Nada en el Jesús recién nacido, como en ningún otro humano, estaba predefinido, predestinado ni siquiera por Dios. Jesús no estaba programado. Jesús pudo no llegar a ser lo que devino. Su libertad lo construyó.
Por eso erraba de medio a medio el cardenal Ratzinger cuando, con pretensiones de científico, afirmaba en el 2000 “Según mis conocimientos de biología, una persona trae consigo, desde el comienzo, el programa completo del ser humano, que luego se desarrolla”. Ratzinger confunde en el genoma humano programa e información y se carga obtusamente la libertad. Desde la información de nuestro genoma cada uno de nosotros elabora, crea libremente su propio programa. Ese es precisamente el enigma del niño que contemplamos en la cuna, el de estar abierto a su yo futuro, incierto y abismal. Ahí es donde cabe extasiarse, contemplativo, ante el Niño, y ante cualquier infante: ¿Qué decidirá ser? Ninguna apoteosis, ni ninguna cruz se proyectaban sobre aquel pesebre. Lo de la “espada que te atravesará el corazón” de Simeón a María era o una obviedad o una proyección teológica del futuro sobre el presente. Jesús, pues, ni nace Dios (un cuadrado no es un círculo) ni lo deviene propiamente sino que “es constituido hijo de Dios por la resurrección” (Rom 1,4), desvelando de tal suerte lo que ocurre a cada uno de nosotros en nuestra muerte.
Aprendió a orar de sus padres, descubrió al Dios de Abraham en la sinagoga, asimiló a Yahvé más a la jovialidad de José que a las manos ensangrentadas del Sacerdote del Templo y comenzó a llamarle secretamente “papá”, un papá especial que daba de comer a los pajarillos, granaba las espigas, iluminaba los amaneceres. Todo tan natural, tan sencillo, tan simplemente humano. Colaborador en el hogar, impaciente en alguna ocasión, fiel con los amigos, sensible con las mozas… ¡Todo tan sencillo y humano! Lo que no le impedía rebelarse y protestar contra tanta injusticia y marginación. Al contrario, si por algo comenzó a destacar fue por esto… Y así le fue.
Reflexionando así estos días y reconstruyendo espiritualmente los primero días y años de Jesús he comenzado a reconciliarme con unas fechas que cada año me desazonaban más. Y he podido recuperar un nuevo sentido, el de la verdadera encarnación de Dios que me gusta formular así: Sólo Dios es grande. Lo humano es sólo humano pero cuanto más humano, más divino. Por eso, Jesús fue gran revelador de Dios, por ser plena y cabalmente humano. Si algo específico podemos celebrar en Navidad es que, como en el nacimiento de Jesús, en lo más sencillo e insignificante de nuestra existencia se encierra una gran esperanza de plenitud.
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erida y leal amiga.
Tantos años y siempre juntas... ¡Feliz Navidad!
Te abraza tu amiga del alma.
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Autor: Shoshan |
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