Los conflictos se iniciaron en el siglo III, con la fundación del Imperio sasánida, y concluyeron con la victoriosa campaña del emperador Heraclio, en 628-630. Las operaciones militares fueron especialmente intensas en tiempos de Sapor I (240/242-272), Sapor II (309-379), Cosroes I (531-579) y Cosroes II (590-628). Las agresiones provinieron tanto del lado romano como del persa. Después de la última y mayor de las guerras entre Bizancio y Persia (603-628), ambas potencias, agotadas, fueron víctimas de la expansión del islam, que destruyó por completo al Imperio sasánida y se apoderó de las provincias orientales del Imperio bizantino. Este acontecimiento marca el final definitivo de la Edad Antigua.
Antecedentes: Roma y Persia antes del siglo III[editar]
La muerte del emperador Marco Aurelio, en 180, fue un momento crítico para el Imperio romano. El reinado del "emperador filósofo" había estado marcado por permanentes guerras defensivas en las zonas fronterizas del Imperio: en el Danubio, con las guerras marcomanas, Roma había agotado sus últimas reservas; en el Este, se había visto obligada a combatir en varias ocasiones contra los partos. A pesar de estas guerras, Marco Aurelio no había logrado estabilizar las fronteras del Imperio. Su hijo Cómodo, poco afortunado como emperador, fue asesinado en 192. Tras una breve guerra civil, Septimio Severo, originario de África, fundó la dinastía de los Severos, que gobernaría el Imperio hasta el año 235. Los contemporáneos, como el historiador Dión Casio, nativo de la parte oriental del Imperio, advirtieron que con la muerte de Marco Aurelio concluía la "Edad de Oro" y se iniciaba una época de "hierro y herrumbre". Este punto de vista es compartido por los historiadores actuales.
El gobierno de los Severos se basó esencialmente en su control de las legiones. Las recompensas ("donativium") a los soldados aumentaron de forma constante, lo cual acrecentó también su codicia. Por otro lado, se produjeron frecuentes intrigas palaciegas, por ejemplo contra Caracalla, que era muy querido por el pueblo y por las tropas, pero que actuó sin escrúpulos e incluso hizo matar a su propio hermano, Geta; o contra Heliogábalo, cuya política religiosa había irritado a muchos romanos. El último emperador de la dinastía Severa, Alejandro Severo, fue asesinado por soldados encolerizados, que desconfiaban de su capacidad militar. Los siguientes emperadores se mantuvieron durante poco tiempo en el trono, y el Imperio entró en una profunda crisis, que los historiadores modernos denominan Crisis del siglo III. Solo algunos emperadores, como Aureliano y, sobre todo, Diocleciano, lograrían en los años que siguieron dar una estabilidad duradera al Imperio.
Una parte importante de los problemas romanos durante la crisis del siglo III tuvieron su causa en Oriente. Allí, en 224, el rey parto Artabanes IV había sido vencido y muerto por un príncipe sublevado llamado Ardashir. Ardashir provenía de una dinastía de señores locales que gobernaba la región de Pérsida y que descendía de un personaje semilegendario llamado Sasán, de quien no se sabe prácticamente nada. En la moderna historiografía, la dinastía fundada por Ardashir se denomina sasánida. Los sasánidas gobernarían Persia durante unos 400 años, y su imperio sería el último gran estado preislámico del antiguo Oriente.
Ardashir y sus sucesores reforzaron las tradiciones partas en todos los sentidos, buscando legitimar la nueva dinastía. Para ello, el nuevo monarca necesitaba éxitos visibles. Esta necesidad sería pronto descubierta por los romanos: en cuanto Ardashir hubo consolidado su poder en el interior, inició una guerra contra Roma. La caballería pesada persa, los catafractos, demostraron ser dignos adversarios de los romanos. Pronto Roma se encontró implicada en una costosa guerra defensiva. Aun cuando al mismo tiempo varias tribus amenazaban continuamente las fronteras del Rin y del Danubio, no eran comparables con el bien organizado estado sasánida, que se manifestó como un enemigo mucho más formidable de lo que los partos lo habían sido jamás.
Persia, con un gran desarrollo cultural y militar, se convirtió en la némesis de Roma y continuó siéndolo durante los siglos siguientes. Roma encontró en el Imperio sasánida una potencia similar a la suya, y los grandes reyes de Ctesifonte vieron a Roma de forma parecida. Esto solo significó, ya que las dos potencias estaban sólidamente establecidas, que cada una de ellas buscó sobre todo debilitar a la otra tanto como fuera posible, objetivo en el cual los intereses económicos desempeñaron un importante papel. Fue el principio de un forcejeo continuo que duró siglos: solo con el final de la Antigüedad tardía y la caída del Imperio sasánida concluyó la secular rivalidad entre los dos imperios.
A continuación, además de describir las operaciones militares, se ofrece también una visión general de las situaciones políticas en los conflictos respectivos y de sus resultados. A este respecto, será necesario hacer algunas breves referencias a las respectivas circunstancias políticas de Persia y Roma.
Ardashir I: El comienzo de los enfrentamientos militares[editar]
Después de que Ardashir I, hacia 230, hubiese reducido a sus enemigos internos, inició maniobras para ampliar sus dominios, lo que le llevó a entrar en conflicto con Roma. Su primer ataque fue contra la Armenia romana. La posesión de este territorio había sido siempre, a causa de su situación geográfica y sus recursos, motivo de disputa entre los romanos y los partos. También los sasánidas tendrían, en los años futuros, un gran interés por Armenia, sobre todo hasta el año 428, período durante el cual fue regido por una rama secundaria de la dinastía real parta de los arsácidas, quienes veían a los sasánidas como usurpadores. Muchos arsácidas estaban refugiados en Armenia y recibían ayuda romana. Por otra parte, Ardashir deseaba legitimar su mandato reconstruyendo el Imperio aqueménida a expensas de Roma y para ello debía hacerse con Armenia, poner fin a la amenaza romana sobre Mesopotamia (que aprovechaban el caos producido por el cambio dinástico para extender su influencia hacia el este) e invadir Siria y Asia Menor.1
La ofensiva de Ardashir contra Armenia no tuvo, sin embargo, el éxito esperado, ni tampoco el ataque contra el reino de Hatra, en Mesopotamia, aliado de Roma. El emperador romano Alejandro Severo se preparó para la guerra y emprendió en 232 una contraofensiva contra la capital persa, Seleucia-Ctesifonte, que apenas logró resultados: una de las tres columnas del ejército romano fue aniquilada por los persas, y las otras dos regresaron sin haber alcanzado apenas éxitos. Tampoco las luchas siguientes, que se desarrollaron sobre todo en Mesopotamia, tuvieron resultados decisivos, por lo que Alejandro Severo anuló las operaciones para poder enfrentarse a los germanos en el Rhin. Tras la muerte del emperador, en 235, Ardashir emprendió una nueva ofensiva. Esta vez el Gran Rey tuvo más éxito: posiblemente en 236 las ciudades de importancia estratégica de Carras y Nísibis cayeron en manos de los persas, y en 240 también la duramente disputada Hatra.
Los motivos de Ardashir para atacar al Imperio romano siguen siendo discutidos por los historiadores. Las fuentes occidentales atribuyen al Gran Rey la intención de restaurar el antiguo Imperio aqueménida,2 pero debe tenerse en cuenta que las fuentes occidentales son por norma contrarias a los persas. Sobre esto los testimonios que conocemos del propio Ardashir no arrojan ninguna luz, ya que él solo se autodenominó "Rey de Reyes de Eran (Irán)", lo que no es en absoluto una expresión exagerada del concepto que tenía de sí mismo. Ardashir podría haber ido a la guerra para afirmar su posición, probar su aptitud como nuevo rey y legitimar su usurpación de facto del trono. En el fondo, la cuestión depende en gran medida de la interpretación que se haga de las fuentes existentes.3
La caída de Hatra hizo que Roma renovase su decisión de atacar a los persas. Ardashir murió en 241.4 Su hijo y heredero, Sapor, continuaría la guerra, en la que infligiría a Roma una de sus más ignominiosas derrotas.
Sapor I: Victoria sobre los tres emperadores[editar]
Sapor I es considerado generalmente como uno de los reyes sasánidas más destacados, y en Irán el recuerdo de sus hazañas permanece todavía. En el interior del país destacó por su tolerante política religiosa y sus reformas en la administración del estado, cuya centralización aumentó durante su gobierno.
Desde el punto de vista militar, sus éxitos no fueron en absoluto menores. Dirigió un total de tres campañas contra Roma, cuya cronología precisa se desconoce porque las fuentes, bastante problemáticas, han causado dificultades a los modernos historiadores. Además, a veces las fuentes occidentales (grecorromanas), que no son precisamente muy caudalosas, contradicen los relatos de los propios sasánidas. Una fuente de interés es la conocida inscripción trilingüe (en persa medio, parto y griego) de Naqsh-e Rustam, denominada res gestae divi Saporis, una crónica de Sapor sobre su victoria.5 Aun cuando debe ponerse cierto cuidado a la hora de evaluar estas fuentes, en la investigación actual su contenido se considera generalmente fiable. De modo diferente se considera, en cambio, a las fuentes occidentales, como la muy poco digna de confianza Historia Augusta, que apenas ofrece información fidedigna sobre el desarrollo de las campañas.6
La primera campaña de Sapor se desarrolló entre 242 y 244. Según la "Vida de los tres Gordianos", incluida en la Historia Augusta7 el emperador Gordiano III salió de Antioquía, una de las ciudades más importantes del Imperio, hacia el este, para ir al encuentro del ejército persa. Junto a Resaina (en las cercanías de Nísibis), los romanos vencieron al rey persa en 243. Según el citado texto, los romanos consiguieron recuperar territorios que habían caído en poder de los persas. Poco después, el prefecto del pretorio, Filipo el Árabe, tramó una conjura contra Gordiano y lo hizo asesinar (eso afirman, al menos, las fuentes occidentales, bastante tardías). De los anales de los sasánidas se deduce, sin embargo, una imagen enteramente distinta: según ellos, Gordiano, que después de la batalla cerca de Resaina (que los documentos sasánidas silencian) había marchado hacia Ctesifonte, fue derrotado y muerto a comienzos del año 244 cerca de Mesiche (a unos 40 kilómetros al oeste del actual Bagdad); a continuación Filipo fue elevado a la dignidad imperial. Tampoco fuentes bizantinas posteriores (como Juan Zonaras) hacen referencia a que Gordiano fuese asesinado; es posible que el emperador muriese a consecuencia de las heridas que le fueron infligidas en la batalla de Misiche.8 Filipo el Árabe se vio forzado, tras la muerte de Gordiano, a firmar un tratado de paz con Sapor; aparentemente, la victoria romana de Resaina no fue decisiva, aunque los persas tal vez tuvieron que retroceder temporalmente. Globalmente considerada, la versión de Sapor es más plausible.
Este tratado, al que solo se refieren algunas fuentes, era muy favorable a los sasánidas: disponía pagos de Roma a Persia, así como ciertas concesiones territoriales en Mesopotamia, aunque al menos Roma conservaba el apoyo de Armenia.9
Aunque Filipo fue honrado con sobrenombres triunfales como Persicus o Parthicus maximus, parece que los romanos sufrieron una dolorosa derrota. Sapor inmortalizó su triunfo en varios relieves, y en 252 o 253 recomenzó sus operaciones militares contra Roma.10 El desarrollo de esta segunda expedición (la así llamada segunda agoge, que duraría hasta 256/57), puede reconstruirse sobre todo mediante los anales de Sapor. Parece que el nuevo emperador romano, Decio, tenía poco interés en mantener una política amistosa con Persia, y por ese motivo opuso resistencia a las intenciones expansionistas de los sasánidas en Armenia. Esto fue considerado por Sapor motivo suficiente para ir de nuevo a la guerra. Conquistó Armenia por segunda vez y, aprovechando los disturbios que siguieron a la muerte del emperador Decio, se internó en Siria y Mesopotamia. Posiblemente en la primavera del 253 Sapor marchó con su ejército a lo largo del Éufrates, adentrándose en territorio romano, aunque evitó las poderosas fortalezas romanas de Circesium y Dura Europos. Los sasánidas sufrieron, sin embargo, una pequeña derrota cerca de Emesa (no a manos de una división del ejército romano, sino de una fuerza indígena), lo que, sin embargo, solo les supuso un ligero revés. A continuación, las tropas de Sapor, cuya principal arma eran los jinetes de caballería pesada, aniquilaron a un ejército romano de unos 60 000 hombres cerca de Barbalissos, junto al Éufrates. Hierápolis, al norte de Barbalissos, y sobre todo Antioquía, fueron (durante poco tiempo) conquistadas por los sasánidas.11 Los persas se adentraron incluso hasta Capadocia, y en 256 consiguieron tomar también la bien defendida fortaleza de Dura Europos, pero después Sapor se retiró de nuevo. Sin embargo, el Gran Rey había adoptado entre tanto una decisión equivocada, al rechazar una oferta de alianza del rey de la ciudad-oasis de Palmira, Septimio Odenato: Odenato aceptó entonces contactar con los romanos, para quienes toda ayuda era de agradecer.
La situación en las provincias orientales del Imperio romano era tan crítica que el emperador Valeriano, que había llegado al poder en el año 253, se vio obligado a desplazarse personalmente a Oriente. Valeriano reunió un gran ejército y marchó a combatir contra Sapor. A principios del verano de 256 se enfrentó con él en la batalla de Edesa, en la que el ejército de Valeriano fue destrozado. Por si esto fuera poco, el emperador cayó prisionero de los persas en el transcurso de la batalla. La captura de Valeriano —un acontecimiento sin precedentes y extremadamente ignominioso para los romanos— fue recordado en los anales de Sapor, al igual que en los relieves rupestres:
En la tercera campaña, cuando atacamos y sitiamos Carras y Edesa, marchó contra nosotros el emperador Valeriano, e iba con él una fuerza militar de 70 000 hombres. Y del otro lado de Carras y de Edesa tuvo lugar una gran batalla entre el emperador Valeriano y nosotros, y cogimos cautivo con nuestras propias manos al emperador Valeriano y a los demás, los prefectos del pretorio y senadores y oficiales, todos los que eran jefes de aquel ejército, a todos capturamos con las manos y los deportamos a Persis.
12
Algunas fuentes occidentales narran que la captura del emperador fue consecuencia de una traición del bando de los persas, que habrían apresado a Valeriano cuando se dirigía a una negociación;13 sin embargo, otros autores corroboran la exposición de Sapor.14 Valeriano acabó su vida en el cautiverio, en Persia, al igual que los romanos supervivientes, quienes, deportados por Sapor a territorio sasánida, fueron ubicados por el Gran Rey en una ciudad recientemente construida. Tras la batalla, Sapor ocupó varias ciudades, y Antioquía fue por segunda vez saqueada.
Roma no tenía capacidad de ofrecer resistencia a los ejércitos persas. Por ese motivo, la defensa de las provincias orientales del Imperio recayó en Odenato de Palmira, que tuvo cierto éxito en el desempeño de esa tarea y logró vencer a las tropas persas en su propio territorio (finales de 260) e incluso avanzar hacia Ctesifonte.
Esto duró unos veinte años, hasta que Roma pudo lanzar una nueva ofensiva contra los persas.15 Sapor, por el contrario, que se denominaba con orgullo "Rey de Irán y de No-Irán", había demostrado que el Imperio sasánida era un digno rival para Roma.
Sin embargo, Sapor apenas pudo disfrutar de su victoria, ya que después de 261 los persas se batieron en retirada ante Palmira. En los años posteriores a 260 el monarca sasánida actuó a la defensiva frente a sus enemigos occidentales (en 262, las tropas de Palmira llegaron incluso a Ctesifonte), lo que puede estar también relacionado con sus operaciones militares en la frontera oriental, donde los kushán se estaban convirtiendo en un gran problema.16 El resultado fue que las ganancias territoriales de los sasánidas en el oeste fueron mínimas y las guerras supusieron grandes pérdidas humanas del lado persa. A pesar de las grandes batallas entre 244 y 260, los persas no pudieron obtener el que probablemente era su principal objetivo militar: un acceso al Mediterráneo.
La campaña romana de Diocleciano[editar]
Hasta la muerte de Sapor (hacia 272), e incluso después, reinó la calma en las fronteras entre Roma y Persia. Esto se debió en parte a los disturbios en el Imperio romano, que solo se aplacaron con el reinado de Aureliano; además, los reyes sasánidas tuvieron bastante trabajo con sus propios problemas internos, como la aparición del maniqueísmo, que fue enérgicamente combatido por Bahram I y Bahram II. Bahram II tuvo además que enfrentarse a una rebelión en las regiones orientales de su Imperio. Los romanos, gobernados entonces por el emperador Caro, aprovecharon el momento propicio e invadieron Mesopotamia. Llegaron hasta la capital, Ctesifonte, que estuvieron a punto de conquistar; sin embargo, murió entonces Caro, lo que hizo que se interrumpiera la invasión.
Bajo Diocleciano, que subió al poder en 284, la administración imperial fue profundamente reformada y reforzada (ver Tetrarquía) en un esfuerzo por responder a las consecuencias de la Crisis del siglo III. Diocleciano decidió encargarse también de mantener la seguridad de las fronteras orientales del Imperio. En 287 inició negociaciones con Bahram II, que concluyeron en un tratado de no agresión en las fronteras. Sin embargo, esta solución sería solo provisional; en cuanto Diocleciano se hubo encargado de restablecer la paz en el interior del Imperio, reforzando la seguridad de las fronteras frente a los germanos y reprimiendo varios levantamientos locales, dirigió una vez más su atención hacia Persia. En 290 repuso en su trono al rey de Armenia Tirídates III, que había sido depuesto por los persas, con lo que entró en conflicto con los intereses de los sasánidas. Narsés, rey de Persia desde 293, reaccionó por fin ante las maniobras romanas y atacó en 296 de nuevo Armenia, como había visto hacer a su padre, Sapor I. Diocleciano, ocupado en reprimir una revuelta en Egipto, encomendó a Galerio, su césar la misión de repeler el ataque persa. Galerio fue severamente derrotado por los persas en algún lugar entre Calínicos y Carras, en Mesopotamia, hacia el año 297 (hay controversias en cuanto a la cronología precisa del suceso).
Diocleciano marchó apresuradamente desde Egipto hacia Siria y, presumiblemente bastante disgustado por la derrota de su césar, obligó a Galerio, que vestía el manto púrpura, a correr una milla delante de su carruaje17 En 298, o quizá en 299, los romanos tomaron de nuevo la ofensiva. Galerio invadió Armenia, donde el terreno no permitía el despliegue eficaz de los temibles jinetes de caballería pesada persas, en tanto que Diocleciano entraba en Mesopotamia. En la ciudad armenia de Satala, Narsés sufrió una seria derrota a manos de Galerio, quien lo atacó por sorpresa.18 Hasta el harén de Narsés cayó en poder de los romanos, con lo que el Gran Rey, preocupado por sus familiares, se vio obligado a pedir la paz. En la llamada Paz de Nisibis, en 298 (algunos autores aislados defienden la fecha de 299), se acordó en dicha localidad que los sasánidas cedieran cinco provincias al oeste del Tigris, así como el norte de Mesopotamia, con la ciudad de Nísibis, notable por su valor estratégico y económico, y que fue elegida como el único lugar en el que se permitiría el comercio entre las dos potencias.19
Arco de Galerio, en
Salónica, erigido por el emperador Galerio para celebrar su victoria sobre los sasánidas. En sus relieves se representan la victoria militar y el triunfo de Galerio.
La victoria de Diocleciano supuso para Roma la ganancia de un enorme prestigio. Por parte persa, algunos de los términos del tratado, como la entrega de Nísibis y, sobre todo, la ampliación del poder de Roma hasta la margen izquierda del Tigris, fueron percibidos como una humillación. El representante persa había afirmado ante Galerio que Persia y Roma eran los dos mayores potencias del mundo, y que no era necesario que cada una de ellas trabajara para la aniquilación de la otra. Por ello, los romanos no debían tentar la suerte. Galerio se enfureció y recordó la muerte en cautiverio del emperador Valeriano (vid. supra).20 Ya que, al fin y al cabo, el acuerdo contribuiría a atenuar las permanentes tiranteces entre ambas potencias, pudo olvidar la pasada afrenta. Algunos historiadores han calificado de moderadas las condiciones impuestas por los romanos, ya que en principio Galerio habría podido exigir más; sin embargo, esta apreciación no tiene en cuenta que el acuerdo fue considerado humillante por los persas. El comienzo de nuevos conflictos era solo cuestión de tiempo.
Roma y Persia en la época de Constantino el Grande: efectos del giro constantiniano[editar]
Diocleciano abdicó voluntariamente de su dignidad imperial en 305. El sistema de gobierno de la Tetrarquía, creado por él, que preveía la existencia de dos emperadores de rango superior (augustos) y dos de rango inferior (césares), desaparecería sin embargo antes de su muerte. En 306, Constantino, hijo del recientemente fallecido augusto Constancio I, fue proclamado emperador en Britania por las tropas, contra lo estipulado por el régimen de la Tetrarquía. Hasta 312 controló la parte occidental del Imperio, y tomó una decisión en política religiosa de gran importancia para la historia universal: conceder privilegios a una religión hasta hacía poco perseguida por Roma, el cristianismo. Para el año 324, Constantino había conseguido vencer a sus últimos rivales y se había convertido en el único señor de todo el Imperio romano.21
El así llamado Giro Constantiniano, es decir, su política en favor del cristianismo, tuvo también consecuencias para las relaciones romano-persas. En 309, Sapor II, que era todavía un niño de pecho, fue elevado al trono de Persia. Esto causó una crisis en el Imperio sasánida. Solo a mediados de la década de 330 pudo Sapor tomar personalmente las riendas del poder y revelarse como un notable gobernante. El desarrollo de los acontecimientos en el Imperio romano debió de molestar al Gran Rey, muchos de cuyos súbditos eran cristianos, especialmente en Mesopotamia. Hasta entonces, Sapor había podido estar seguro de la lealtad de sus súbditos de esta religión, ya que en el Imperio romano se perseguía a los cristianos, pero ahora temía que colaborasen con el emperador de Roma, que era considerado un benefactor de los cristianos y había fundado su autoridad imperial en las ideas del cristianismo. Constantino había expresado su nuevo punto de vista en una carta a Sapor.22 Ahora, cuando también Armenia y la Iberia caucásica se habían convertido al cristianismo, Sapor se sintió amenazado, y su percepción no era del todo equivocada. Concentró tropas en Mesopotamia para forzar violentamente la revisión de las cláusulas de la Paz de Nísibis, e invadió Armenia, donde impuso en el trono a un rey títere. En vista de ello, Constantino envió a su hijo Constancio a Antioquía y a su sobrino Hanibaliano a Asia Menor. En 336 fueron intercambiadas legaciones, pero no se consiguió un acuerdo, así que Constantino se dispuso a guerrear contra el rey de Persia.23
Los planes de Constantino en caso de victoria no están claros. Hanibaliano debía convertirse en rey de Armenia como cliente de Roma, con el título de rex regum et Ponticarum gentium; pero quizá Constantino proyectaba también apoderarse del Imperio sasánida en toda su extensión y hacer de él también un estado cliente de Roma. Independientemente de cuáles fueran las intenciones que Constantino tenía en mente (y de hasta qué punto eran factibles), su muerte el 22 de mayo de 337 hizo superfluas todas esas consideraciones, ya que la proyectada guerra persa no se llevó finalmente a efecto. Tras la muerte de Constantino, sus hijos se vieron envueltos en una cruenta lucha por el poder que duró varios años y a cuyo término salió victorioso Constancio II. Durante todo el tiempo que duró su reinado, tendría que preocuparse por otro rival: Sapor II, que tras la muerte de Constantino había reanudado las operaciones militares e iba a tener a Roma sin aliento durante décadas.
Guerra entre «hermanos»: Constancio II y Sapor II[editar]
Sapor II aprovechó los disturbios que en el Imperio romano siguieron a la muerte de Constantino, e invadió la Mesopotamia romana. Su objetivo era recuperar la ciudad de Nísibis, pero fracasó en su primer asedio de la ciudad en el año 337 o 338 (seguirían dos asedios más, en 346 y 350). Simultáneamente, el Gran Rey intervino en Armenia. Una medida de política interior fue la persecución de los cristianos en Persia, por razones políticas más que religiosas. En 338 Constancio II, en adelante emperador del Imperio romano de Oriente, marchó contra Sapor.24
Aparentemente, Constancio intentó evitar el enfrentamiento en campo abierto. Su intención era más bien que los ataques de Sapor se estrellasen contra el anillo de fortificaciones que defendían las provincias orientales del Imperio romano. El sistema de fortificaciones romano se basaba en la posesión de importantes ciudades estratégicas, que abastecían de víveres a las fortalezas circundantes.25 Nísibis era una pieza clave de este sistema, lo que explica los repetidos (e infructuosos) esfuerzos de Sapor por conquistarla.26 Por lo menos en una ocasión los romanos atacaron también el territorio persa.
En 344, ambos ejércitos se enfrentaron cerca de Singara. Parecía que la victoria iba a ser para Constancio, quien empleó la caballería pesada a imitación de los persas, cuando sus indisciplinados soldados se precipitaron contra el enemigo y fueron vencidos. Sin embargo también un príncipe persa cayó en la batalla.27
Esta derrota debió haber reforzado la confianza del emperador en las tácticas defensivas como las más adecuadas. A este respecto, debe tenerse en cuenta que Constancio solo contaba con una parte de todo el ejército romano; el resto era reclamado por sus dos hermanos (desde la muerte de Constancio II en 340 solo por Constante) en Occidente, y permanecía por lo tanto fuera de su alcance. Pero también Sapor tenía problemas que resolver: los chionitas, bárbaros procedentes de las estepas de Asia Central, invadieron su Imperio por el este. Dicha invasión fue la causa de una tregua que duró varios años y que fue aprovechada por Constancio, entre la muerte de su hermano y el año 353, para afianzar su dominio sobre la totalidad del Imperio.
En 358 se celebraron negociaciones entre Constancio y Sapor. Se conoce bastante bien su contenido gracias al historiador Amiano Marcelino. Amiano, que participó como oficial en las batallas que siguieron, compuso hacia el final del siglo IV su Res Gestae, la última gran obra de historia latina de la Antigüedad, que contiene una descripción detallada y fiable de la última guerra persa de Constancio, así como una notable crónica de las negociaciones:
- Yo, Rey de Reyes, Sapor, Compañero de las Estrellas, Hermano del Sol y de la Luna, deseo a Constancio César, mi hermano, todo bien .
- Respuesta del emperador romano: Yo, vencedor por agua y por tierra, Constancio, siempre divino Augusto, deseo a mi hermano, el rey Sapor, todo bien.28
Sapor exigió en una carta al emperador romano que renunciara a gran parte de Mesopotamia, al igual que a Armenia, donde se había vuelto a imponer el partido prorromano. Constancio no estaba en absoluto dispuesto a ceder territorio romano. Finalmente, esto significó que se volviera al campo de batalla. Aunque el intercambio de cortesías dejó algo claro: a pesar de que Roma y Persia lucharan enconadamente, en el pensamiento de ambas estaba asentada en principio la idea de una cierta igualdad entre los imperios. Eran enemigos, pero sin embargo se respetaban el uno al otro. Aunque, ciertamente, esto no impidió a Sapor recomenzar sus operaciones en el año 359.29
Sapor, en cuyo séquito había ahora tropas auxiliares chionitas, había sin embargo aprendido de las últimas guerras: un ataque directo a las fortalezas de la Mesopotamia romana tenía escasas posibilidades de éxito. Así que las rodeó con su ejército (supuestamente de cien mil hombres) y acometió el sitio de Amida. Tenía que conquistar la fortaleza, puesto que allí se encontraban por lo menos siete legiones con tropas auxiliares, que en caso contrario podían darle muchos problemas. Sin embargo, el asedio resultó más difícil de lo esperado: la fortaleza cayó solo al cabo de 73 días, en el transcurso de los cuales Sapor tuvo que lamentar numerosas pérdidas.30 En los años siguientes, Sapor consiguió también conquistar las ciudades de Singara y Bezabde. Sus ataques posteriores no tuvieron ningún éxito, así que en 360 Sapor se retiró, quizá también influido por un oráculo desfavorable.
Constancio pudo respirar aliviado; sabía también, sin embargo, que la amenaza no había desaparecido. Por ello llamó de Galia a su pariente Juliano, quien desde 355 desempeñaba el cargo de césar, para que trajera tropas de refresco. Cuando dicha orden llegó a su destino las tropas de Galia rehusaron obedecer y aclamaron a Juliano como nuevo emperador. Existe la sospecha, no del todo infundada, de que la supuestamente espontánea aclamación como emperador de Juliano, que nunca había estado en buenas relaciones con Constancio, pudo haber sido en realidad un ardid del primero.31 Juliano se preparaba para enfrentarse a Constancio en una guerra civil, que se evitó sin embargo al morir Constancio II, en Cilicia, el 3 de noviembre de 361.
No hay comentarios:
Publicar un comentario