CONQUISTA MUSULMANA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA , CONTINUACIÓN
Conquista del centro peninsular[editar]
Toledo fue conquistada por Musa, casi sin resistencia, antes de acabar el año 711; haciendo huir al nuevo rey, Oppa, que quizás murió pronto o que, al menos, ya no volvió a ejercer como tal, y ejecutando a cuantos nobles había en la ciudad; aunque muchos de ellos, como el propio Arzobispo, huyeron antes de que fuera sitiada. Abandonada de antemano por quienes podían haberla defendido, la tímida resistencia que pudo oponer la ciudad fue rápidamente vencida.
La caída de Toledo buscaba un efecto psicológico, que sin duda tuvo, y un efecto político, pues la gran centralización del reino visigodo impidió una respuesta coordinada frente a las fuerzas musulmanas. Salvo el nordeste, bajo el control del rey visigodo Agila II, el resto de las zonas solo pudieron oponer una resistencia aislada, sin coordinación entre sí, dirigida por la aristocracia local de cada territorio. Además, conseguir Toledo permitió a los conquistadores hacerse con el grueso del riquísimo Tesoro Real visigodo (fruto, entre otros, del saqueo de Roma y de la conquista del reino suevo), que era el más importante de los tesoros reales del Occidente Germánico. Esto tenía a la vez un efecto de restar poder económico a la resistencia y de golpe psicológico a la misma, pues era la primera vez que dicho tesoro resultaba capturado.
Los nobles que lograron escapar, con todas las riquezas que pudieron reunir, huyeron hacia el norte. Unos reforzaron al rey Agila II, en el nordeste (como el propio Arzobispo de Toledo, Sinderedo), y otros se dirigieron hacia las plazas fuertes cercanas a la zona gallega.
Musa decidió acabar en Toledo el invierno. Con la llegada de la primavera, el ejército musulmán avanzó por la calzada romana que unía Toledo con las ciudades de Alcalá de Henares, Guadalajara, Sigüenza y Medinaceli, ocupándolas, y volvieron a dividirse a partir de esta última ciudad.
Conquista del norte[editar]
Musa atacó el noroeste, menos organizado que la zona controlada por el rey visigodo Agila II. En su campaña ocupó los centros administrativos y plazas fuertes de Clunia, Amaya (que no pudo tomar y hubo de ser reducida por el hambre), León y Astorga, donde estableció guarniciones militares. Allí hizo miles de prisioneros, entre ellos bastantes nobles, apoderándose también de las riquezas que habían llevado consigo.
Táriq, mientras, se dirigió hacia el nordeste, pasando por Calatayud y llegando hasta Zaragoza, ciudad que incendió en parte, matando incluso a los niños y crucificando a los hombres por no habérsele rendido, mientras las mujeres eran esclavizadas.[cita requerida] Sin embargo, esto último puede ser una leyenda: en todo Aragón, sólo consta una mínima resistencia en Huesca; Zaragoza se habría sometido mediante pacto78 o tras breve asedio.9 En el registro arqueológico no se observan rastros de violencia o destrucción significativos, sino una continuidad.
Desde allí, Táriq avanzó hacia el oeste, siguiendo la vía romana de Zaragoza a Astorga, y sometiendo el curso medio y alto del río Ebro. En esa zona aceptó un pacto de sumisión con el conde de la familia Casius (Casio), de nombre Fortún, en la zona de Tarazona, puede que similar al suscrito después con el conde Teodomiro en el sureste. Este Fortún era el heredero de una rica familia hispanorromana, los Casio, terratenientes desde hacía siglos en la ribera media del Ebro. Él y su familia se islamizaron, como luego veremos que ocurrió con otras familias nobles, y llegó a formar la dinastía de los Banu-Qasi (literalmente, los hijos de Casio), que varios siglos más tarde fueron reyes de la taifa de aquella zona.
Continuando su trayecto, Táriq llegó, pasando por Amaya, hasta Astorga, capital de la provincia visigoda Asturiensis o Autrigonia, donde de nuevo unió sus fuerzas con Musa, y llegaron juntos hasta Lugo, capital de la provincia de Gallaecia o Galecia, ciudad fuertemente amurallada que fue sometida. En aquella zona recibió pacto de sumisión de diversas ciudades de ambas provincias visigodas, entre las que cabe destacar a Gijón (ciudad fundada por los romanos), en la misma costa de Asturias.
Con la toma de Lugo, los musulmanes se habían apoderado ya no solo de la capital del reino visigodo, sino también de la cabeza administrativa de más de la mitad de las provincias visigodas, excepto las ciudades de Tarragona y Narbona, y la aún sitiada Mérida.
Antes de llegar a Lugo, Musa había recibido una orden del califa para ir a Damasco. Desde Lugo, Musa se dirigió otra vez a Toledo, pero esta vez por Salamanca, sometiendo igualmente las poblaciones a su paso.
Sin embargo, muchas regiones y ciudades aún no reconocían su dominio, estando bajo el control de nobles o de otras autoridades locales que capitaneaban la resistencia. Entre ellas destacaba Mérida, la segunda ciudad, por entonces, del país por población y riqueza. Mérida llevaba muchos meses resistiendo (casi un año), abastecida por su puerto fluvial y protegida por una fuerte muralla, restaurada por los visigodos y que causó admiración a los conquistadores musulmanes.
Fue Abd-el-Aziz, hijo de Musa, quien, aún bajo el gobierno de su padre, acabó el asedio de esta ciudad, que se rindió a el 30 de junio de 712. El convenio de capitulación (llamado por los musulmanes sulh) respetaba la vida y bienes de los emeritenses, permitiéndoles celebrar sus cultos, mientras que los musulmanes se apropiaban de los bienes de todas las iglesias (que servían para mantener hospitales, escuelas y viudas, y al propio clero) y de quienes hubiesen huido.
Capitulaciones de ciudades mediante pactos[editar]
La mayoría de las ciudades y regiones se rindieron a los musulmanes por capitulación (sulh), como ocurrirá en general en los siguientes años de la conquista. Estos pactos fueron muy diversos, dependiendo de las circunstancias, pues algunos incluían el respeto del gobierno local, la conservación de algunos bienes y un mínimo grado de tolerancia religiosa (tipo ’ahd, como luego veremos algún ejemplo) y otros eran más similares al modelo de Mérida, con sumisión seguida por la entrega de bienes. Estos acuerdos se extendieron también a los magnates que, aún sin el título de conde, gobernaban de hecho sobre extensos territorios en los que no había ninguna ciudad importante, manteniéndolos en sus propiedades a cambio de su lealtad.
Pero las ciudades que se resistían eran destruidas y quemadas, sus iglesias derruidas, y su población muerta o esclavizada, con el fin de dar un escarmiento y un aviso para otras ciudades. A los hombres se les mataba, normalmente crucificados, y las mujeres y niños eran esclavizados, siendo estos últimos islamizados a la fuerza. En algunos casos, los hombres y jóvenes que se libraban de la muerte trabajaban como esclavos en sus antiguas tierras, cultivadas ahora en provecho de sus nuevos señores.
Los conquistadores también se reforzaron ofreciendo la libertad a los esclavos que se convertían al islam. Estos, sin embargo, debían jurar fidelidad al clan tribal del jefe militar que los liberaba, e integrarse en su ejército. Musa no estableció ninguna modificación en los impuestos, los cuales seguirían recaudándose en igual forma que hasta entonces, pero su importe lo recibía el wali musulmán de Hispania (este era el título que utilizaba Musa). Con Musa, la legislación antijudía desapareció, lo que también le granjeó el apoyo de esa comunidad.
Regreso de Musa a Damasco[editar]
Musa estuvo unos quince meses en España, hasta que partió hacia Damasco, a finales de 712, llamado por el califa Walid I para rendir cuentas. Antes, y tras la caída de Mérida, aún tuvo que mandar a su hijo Abd-el-Aziz a tomar por segunda vez Sevilla, ciudad que se había sublevado, lo que muestra lo endeble de la posición de los conquistadores.
Musa viajó con parte del riquísimo Tesoro Real visigodo y otro botín, así como con algunos nobles visigodos, y se llevó consigo también a su liberto Táriq. En Damasco cayó en desgracia con el siguiente califa, Suleimán I, por la forma en que repartió el botín, y fue condenado a muerte mediante crucifixión por un delito de malversación de fondos —delito en el que era reincidente—. Dicha pena se le conmutó por el pago de una fuerte multa. Musa murió asesinado en una mezquita de Damasco en el año 716. Táriq murió en la miseria.
Consolidación de la conquista[editar]
El gobierno de Abd el-Aziz ibn Musa[editar]
Musa dejó al frente del ejército en España a su hijo Abd el-Aziz ibn Musa (Abdelaziz), quien tras reconquistar a la sublevada Sevilla, permaneció en ella y la convirtió en la primera capital de Al-Ándalus, actuando desde ella como wali. Con él se quedó el grueso del botín. Aunque una parte estaba destinada a cubrir los gastos de la administración y de la guerra, la mayoría se mantenía para su reparto entre las tropas cuando se licenciasen al final de la campaña, con reserva de un quinto (llamado jums) para el califa. Este reparto, a causa de lo lento de la conquista, aún tardó varios años.
Mientras, el rey visigodo Agila II, tras haber resistido la fuerte acometida de Táriq, mantenía el control de la actual Cataluña, más algunas zonas adyacentes y la provincia goda de Septimania. El propio Arzobispo de Toledo, Sinderedo, que como ya dijimos abandonó la capital, se unió a él para reforzar su autoridad como heredero de Rodrigo, por el sentido simbólico legitimador que su presencia y apoyo tenía para la monarquía visigoda.
Agila II ejercía su dominio en una zona muy compacta geográficamente y de reducido tamaño, lo que facilitaba su defensa. Además, eran dos provincias visigodas (parte de Iberia y Septimania) con una urbanización y con una demografía superiores a la media del territorio visigodo; demografía que se vio reforzada con la emigración de quienes huían de las acciones guerreras procedentes de otras zonas de la península.
Abd el-Aziz, con el fin de dotarse de mayores medios económicos para continuar las campañas, estableció un sistema de impuestos por capitación (gizya), o pago fijo anual por persona, aplicable sólo a los no musulmanes, que era utilizado en todos los países conquistados por los musulmanes. De esta manera, además de forzar las conversiones de cristianos al islam, pretendía obtener una capacidad financiera propia para continuar la conquista sin necesidad de recurrir al botín y al pillaje.
Abd el-Aziz también se dedicó a eliminar los focos de resistencia existentes en el centro y sur de la península, tanto en centros urbanos como en las zonas montañosas, con el fin de asentar su control en el extenso territorio que ya había conquistado, y evitar situaciones de peligro en su retaguardia. Así, durante el año 713 avanzó por la Bética oriental, sometiendo de nuevo Málaga y Granada, que se habían sublevado, y siguiendo por Guadix hasta llegar a Lorca y Orihuela, en el sureste peninsular.
Para extender el control musulmán en la península, y dado lo limitado de sus fuerzas militares, Abd el-Aziz, además del recurso de la fuerza, estableció también acuerdos y alianzas en determinadas regiones con los nobles visigodos. Aunque estos acuerdos, en general, no se respetaron por los musulmanes mucho tiempo, sirvieron para posibilitar y facilitar la conquista, que de otro modo habría sido aún más larga y costosa.
Así, por ejemplo, el 5 de abril de 713, firmó un acuerdo con el conde Teodomiro, gobernador de Orihuela y de una extensa demarcación a su alrededor. El tratado suscrito fue del tipo que los musulmanes llaman ‘ahd, que no solo respetaba los bienes (como el ya citado de tipo sulh), sino que otorgaba una más o menos extensa autonomía de gobierno. Este Teodomiro era un noble con fama de culto y con prestigio de buen guerrero, que había rechazado un intento de invasión bizantina (quizás la flota que huyó de Cartago tras su conquista por los musulmanes) en las costas de Cartagena en tiempos del rey Egica, anterior a Witiza.
En el acuerdo antes citado, siete ciudades, de las cuales hoy solo son reconocibles por su nombre Orihuela, Alicante, Elche, Mula, Villena y Lorca, mantenían sus propios señores y gobierno, no serían molestados en el ejercicio de su religión (no olvidemos que el islam prohíbe las prácticas religiosas externas de otras religiones) y no serían destruidas sus iglesias, algo que solía ocurrir durante la conquista musulmana. En Córdoba la iglesia principal, la iglesia de San Vicente, fue repartida en dos zonas, la mitad para prácticas del rito cristiano y la otra mitad para el musulmán. Esta medida fue revocada en tiempos de Abderramán 50 años después, cuando derribó la iglesia y empezó a erigir la gran mezquita de la ciudad.
A cambio de esa autonomía, los vencidos se sometían al dominio del Califa, jurando ser fieles y sinceros con el walí, y se comprometían a no dar apoyo a los rebeldes contra dicha ocupación, así como a pagar un tributo anual fijo por cada persona, libre o esclava, no musulmana (la gizya antes citada). Este tributo era parte en especie (trigo, cebada, mosto, vinagre, miel y aceite) y otra parte en metálico, consistente en un dinar (moneda de oro musulmán equivalente al «sueldo» visigodo) por persona libre. Por cada esclavo se estipulaba medio pago.
En Orihuela se estableció una guarnición musulmana y se enviaron destacamentos a diversas ciudades de la antigua provincia. Cartagena no formaba parte del enclave, sino que fue ocupada directamente por los musulmanes, dada la gran importancia estratégica de su puerto. Este enclave continuó su autogobierno con Teodomiro hasta el año 743, en que fue sucedido por su hijo Atanagildo; y de la riqueza de la zona se tiene noticia antes de 754. No obstante, el estatus de autonomía de que gozaron sus tierras fue suprimido antes de 780 bajo Abderramán I.
Desde esta zona del sureste, Abd el-Aziz se dirigió por la costa para controlar todo el Levante, sometiendo Valencia y Sagunto. Por el otro extremo, y partiendo también desde Sevilla, en la campaña del año 714, el propio Abd el-Aziz sometió Huelva, Faro, Beja, Évora, Santarem y Lisboa; y alcanzó un acuerdo de tipo ‘ahd en una amplia zona al norte de Coímbra. Con ello, se consolidó también el dominio en la limítrofe Galicia, muy endeble hasta esa fecha. En ese mismo año murió el rey visigodo Agila II, que fue sucedido por Ardo; si bien algunos historiadores sitúan su muerte en el año 713 (puede que coincidiendo con la campaña musulmán de levante, antes citada).
Abd el-Aziz instaló la sede del gobierno omeya en Sevilla (tras su segunda conquista). Esto rompía la política tradicional de los árabes, que consistía, como ocurrió en Persia, Egipto o África del Norte, en degradar los anteriores centros de gobierno y gobernar desde un nuevo centro. Sin embargo, el escaso número de los musulmanes en España y la continuidad de las acciones guerreras de conquista impidieron que, como en esos otros países, se pudiese construir una nueva ciudad para el gobierno.
Por ello, como alternativa a Toledo se optó por Sevilla, ciudad que había sido capital de provincia con los visigodos, y que incluso fue capital del reino godo por algún tiempo en el pasado. Esto cuadraba más con la política pactista de Abd el-Aziz. Pero había también razones estratégicas, propias de un tiempo de conquista: Sevilla es una ciudad cercana al mar y al estrecho y, por tanto, desde donde poder recibir refuerzos más rápidamente.
Con estos acuerdos y el trabajo de desarrollar una administración estable, 715 fue un año sin campañas, en el que Abd el-Aziz se dedicó a asentar el poder de los conquistadores, sin arrebatar nuevas tierras el rey visigodo Ardo. Además, tras cuatro años de guerra era necesario recomponer el ejército y las finanzas, recoger todas las cosechas y permitir que se recuperaran tanto el país como las tropas invasoras. No salieron ejércitos en primavera para realizar nuevas conquistas, y Abd el-Aziz organizó otros planes igualmente efectivos.
Dentro de su política de asentar lo conquistado mediante alianzas y acuerdos, Abd el-Aziz contrajo matrimonio con Egilo (también citada en algunas fuentes como Egilona), viuda del rey Rodrigo, con quien tuvo un hijo, llamado Asim. Convertida al islam (aunque según sus críticos musulmanes, sólo en apariencia), cambió su nombre por el de Umm ‘Asim (madre de Asim).
Esto atrajo a otros nobles visigodos, que abandonaron así la resistencia. Algunos de ellos incluso se convirtieron al islam, para no tener que pagar impuestos por las propiedades que habían logrado conservar (de hecho, los nobles de ascendencia goda estaban también exentos de tributos en la época visigoda), y para mantener su estatus e influencia mediante nuevas relaciones de clientela política con los jefes de los conquistadores.
Asesinato de Abd el-Aziz ibn Musa y gobierno de Al-Hurr[editar]
Pero la boda antes citada de Abd el-Aziz, junto al apoyo que daban estos nobles visigodos al gobernador, y las acciones de este para reforzar su poder frente a los demás cargos de los conquistadores (como la asunción de varios ceremoniales y pompas regios), así como su creciente autonomía en la toma de decisiones frente al gobierno de Damasco, se interpretaron como un intento de rebelión contra el Califa.
Por ello, el jefe del Ejército, Ziyad ben Nàbigha (casado él también con una noble visigoda), encabezó, junto al cuñado de Abd el-Aziz, Ayyub, una conjura contra el gobernador, acusándole de haberse hecho secretamente cristiano. Fruto de ella, y siguiendo órdenes directas del califa Suleimán I, Abd el-Aziz fue asesinado en el verano de 715 en la mezquita de Sevilla (anteriormente, iglesia de Santa Rufina, expropiada por los musulmanes), mientras estaba rezando; su cabeza fue enviada al Califa.
Tras los hechos antes citados, Ayyub quedó como gobernante interino durante seis meses, hasta la llegada del nuevo gobernador nombrado por el Walí de Ifriqiyya, hermano mayor del asesinado. Durante los seis meses que Ayyub dirigió las fuerzas del Califato Omeya no realizó ninguna nueva campaña, por lo que el año 715 fue de nuevo de relativa tranquilidad. El nuevo gobernador fue Al-Hurr (716–19), que llegó a la península con un ejército de refuerzo.
Al-Hurr era consciente de que la dominación musulmana era claramente precaria, pues los bereberes y árabes[cita requerida] eran un porcentaje muy pequeño de la población de España, y la pacificación del territorio era aún superficial. De hecho, el rey visigodo Ardo había mantenido su poder en el nordeste peninsular. Por ello, antes de reiniciar el proceso de conquista de los territorios peninsulares, procedió a generalizar la instalación de guarniciones militares en las ciudades ya tomadas, excepto las sometidas mediante acuerdo.
Al-Hurr, para romper con su antecesor y estar más centrado en la península, trasladó la sede de su gobierno a Córdoba en el año 716, y estableció un nuevo impuesto especial (además de la gizya) que se cobraba como el anterior a los no musulmanes, aplicado también en otros países por los musulmanes: el harag. Consistía en un impuesto territorial, que obligaba a pagar un porcentaje de lo obtenido por trabajar la tierra.
Esto se unió con la devolución o asignación de las tierras ya pacificadas a nobles visigodos que les eran leales, puede que algunas pertenecientes al antiguo patrimonio de la corona. A muchos nobles, en su mayoría witizanos, se les reconocieron sus patrimonios, a veces incrementados con parte de los de sus antiguos oponentes. Así, incluso nobles como Olmundo y Ardabasto, hijos al parecer de Witiza, se retiraron a sus posesiones, leales ahora a los nuevos ocupantes de la península, con un cierto acuerdo de autonomía. Olmundo en la zona entre Sevilla y Mérida, y Ardabasto entre el norte de Córdoba y Jaén.
Esto se hizo no solo para asegurar su apoyo, y su colaboración en el control y la pacificación del reino visigodo, sino también con el fin de conseguir mayores ingresos para el fisco, tras la introducción del harag. Con este fuerte aumento de la presión fiscal obtuvo nuevos fondos para financiar las campañas militares y la administración de los conquistadores, además de reforzar la presión económica para conseguir más conversiones de cristianos al islam.
Fruto de estas medidas fue la acuñación de una nueva moneda, de oro como las visigodas, en árabe y latín, a fin de facilitar la vida económica después de tantos años de luchas y falta de gobierno centralizado, además de los serios problemas que había acarreado el intenso atesoramiento, normal en períodos de guerra.
Mientras tanto, como ya dijimos, el rey visigodo Ardo había sucedido a Agila II en el gobierno de Septimania y la actual Cataluña, reinando siete años, desde el año 714 al 720. Probablemente contaría con el apoyo de nobles de Aquitania, vinculados familiarmente en algunos casos con nobles godos o galo-romanos de la Septimania, o quizás temerosos de los nuevos invasores, y con mercenarios francos y sajones; como ya había ocurrido otras veces en el pasado, cuando aquella zona del reino visigodo se había rebelado contra el poder real.
Pero el nuevo gobernador musulmán, Al-Hurr ibn Abd ar-Rahman al-Thaqafi, reforzado con las medidas antes citadas, realizó sucesivas campañas, desde el otoño de 716 y en los dos años siguientes, contra este reducto visigodo. Desde Zaragoza atacó y sometió las ciudades de Huesca, Barbastro, Lérida, Tarragona, Barcelona y, finalmente, Gerona. La resistencia de Tarragona debió ser tenaz pues, tras su conquista, los musulmanes dieron muerte a toda la población que había sobrevivido al asedio, y destruyeron la ciudad, incluidas sus iglesias y numerosos monumentos.
Al-Hurr realizó también una campaña en el norte, después de una incursión de los vascones a la zona de Tudela, para tener la retaguardia bien cubierta en su guerra con el rey visigodo Ardo. Sobre el año 716 (o probablemente antes) los musulmanes consiguieron un acuerdo de capitulación con Pamplona, ciudad que se les rindió a cambio de mantener su autoridad local y cierta tolerancia religiosa. Esa autonomía sólo les duró hasta el año 732, en que Al-Gafiqi la sometió totalmente antes de partir hacia Poitiers.
Igualmente en ese año 717 el gobernador al-Hurr nombró un gobernador en la Astura Transalpina (actual Asturias), residente en Gijón, ciudad amurallada y que al ser costera estaba comunicada también por mar.
Final del proceso de conquista[editar]
El califa Omar II, en 718, un año después del inicio de su reinado, estudió el abandono de las conquistas en Hispania. Aunque se desconocen los motivos exactos, estas dudas parece que tenían que ver porque la continuidad de las acciones bélicas proporcionaban escasos ingresos, pues se los comía el gasto de sostener un numeroso ejército; por lo lejano de las operaciones, con comunicaciones difíciles; y por la fragilidad aún existente de la conquista.
Un hecho importante para estas dudas del Califa fueron también los primeros enfrentamientos en la península entre los bereberes del norte de África, recién islamizados, y los árabes[cita requerida]. Los segundos veían a los primeros como musulmanes de segunda, y estos habían recibido una parte muy pequeña del botín. Los aproximadamente 35 000 soldados bereberes no se sentían bien pagados, y entre 716 y 718 hubo dos nuevas migraciones de bereberes hacia la península, lo que aumentó gravemente la tensión entre los dos pueblos. Finalmente, sin embargo, Omar II optó por continuar en España y nombrar un nuevo gobernador, al-Samh ben Malik (718–721).
Este lo primero que hizo fue una especie de catastro o registro de ingresos imponibles, para clarificar las fuentes y capacidades del fisco y aumentar así su rendimiento. A continuación hizo una distribución del botín, que aún estaba pendiente de dividir. Este reparto del botín tenía un efecto político y psicológico, pues mostraba a las claras que la decisión tomada por Omar II de permanecer en la península era definitiva.
Con el reparto se asignaron propiedades y bienes a la hacienda pública, y se distribuyeron otras tierras entre los conquistadores, a fin de calmar sus enfrentamientos. Incluso parte de los terrenos correspondientes al Califa por jums fueron entregados en usufructo, por decisión de Omar II, a cambio de un pacto feudal. Con todo ello, se consiguió reducir la tensión entre los conquistadores bereberes y árabes[cita requerida]. Pero aun en esto se notó el diferente trato hacia los bereberes, que fueron asentados en las laderas de los sistemas cantábrico y central, y en las montañas andaluzas, mientras que los terrenos más fértiles del sur fueron para contingentes árabes[cita requerida], procedentes de Siria y Egipto.
Nada más hecho esto, continuó las acciones militares y llegó hasta Septimania en la primavera de 719. En el año 720, Perpiñán y Narbona fueron capturadas, matando a todos los hombres y esclavizando mujeres y niños; y estableciendo una guarnición permanente en esta última ciudad. En ese mismo año murió, quizás en alguna campaña, el último rey visigodo, Ardo.
Al-Samh continuó sus conquistas en el sur de la Galia, contra las pocas ciudades de la Septimania aún libres, atacando incluso ciudades de otros reinos que apoyaban a los visigodos, como Toulouse en 721. Allí fue derrotado y muerto por el duque Eudo (o Eudes) de Aquitania, que fue a socorrer dicha población.
El ejército musulmán eligió allí mismo como gobernador a Al-Gafiqi (721–722), que llevó como pudo los restos del ejército hasta Narbona, evitando el acoso desde la fortaleza de Carcasona, aún sin conquistar. El Walí de Ifriqiya, Bishr Ubn Safwan, lo ratificó provisionalmente, pero solo ocupó su puesto durante un año, en que intentó recuperarse de la derrota, reorganizando el ejército y consolidando la administración del territorio recién conquistado. Al-Gafiqi, sin embargo, volvió a ser nombrado gobernador años más tarde, en el 730.
En el año 722 el Walí de Ifriqiya nombró finalmente un nuevo gobernador, Anbasa ibn Suhaym al-Kalbi, que no continuó las acciones militares hasta reforzarse internamente. Durante tres años solo se realizaron incursiones a pequeña escala bajo el mando de sus subordinados militares. Como anteriormente, el objetivo inicial fue aumentar sus ingresos. El califato llevaba ya muchos años gastando dinero, y reclamaba que estas campañas no solo se autofinanciasen, sino que reportasen nuevas sumas a la hacienda califal.
Para ello, Anbasa subió de forma importante los impuestos sobre la población no musulmana (las crónicas hablan incluso de que los duplicó). También reforzó su poder mediante un control más directo de las zonas que habían llegado a acuerdos con Abd el-Aziz: algunas vieron desaparecer su autonomía, y todas aumentaron de forma importante sus pagos fiscales a la hacienda musulmán.
Con todo esto, en el año 724 organizó un fuerte ejército. Aún quedaban sin conquistar algunas ciudades del reino visigodo, ahora dirigidas por la aristocracia local. Todas cayeron en esta campaña: comenzó con Carcasona, en 724, y acabó en Nimes, punto extremo del dominio visigodo en la Galia, en 725. Con ello se acababa la conquista del reino visigodo.
Pero ya antes (en una fecha incierta entre 718 y 722, aunque más probable esta última) había estallado la revuelta en Asturias contra los conquistadores, capitaneada por el noble visigodo Pelayo, que obtuvo una victoria en la denominada batalla de Covadonga. Lo más probable es que hubiera escaramuzas y pequeñas batallas en esos años, y la constante conflictividad interna de Al-Ándalus propició la consolidación de un movimiento insurreccional en la costa del Cantábrico. Hasta que en el 722, bajo el mandato de Anbasa, consiguieron hacer huir al gobernador musulmán de Asturias, con sede en la ciudad costera de Gijón, sin que volvieran a gobernar los musulmanes en esa zona, más o menos del tamaño y lindes de la actual Asturias. En la primera mitad del siglo se fue consolidando paulatinamente el reino de Asturias, al que seguirían más tarde la formación de otros núcleos en la zona oriental.
Herencia cultural y lingüística árabe[editar]
Es importante destacar que el proceso de conquista no solo tuvo consecuencias políticas y económicas, sino que existió un fuerte impacto cultural y lingüístico. Diversas tecnologías fueron llevadas a la península por los musulmanes, además parte del pensamiento griego había sido asimilado por los musulmanes en Mesopotamia (de pensadores y traductores árabes cristianos) y lo reintrodujeron en Europa.
Aunque también hubo asimilaciones de la cultura y técnicas visigodas, como de la arquitectura visigoda, y muy especialmente el arco de herradura visigodo, que luego ellos fueron modificando con el tiempo. Y muchos escritos visigodos que recopilaban saberes romanos y griegos también fueron traducidos y tomados en cuenta.
La presencia de poblaciones musulmanas, iniciaron en el terreno lingüístico la progresiva, aunque lenta, arabización del Al-Ándalus.[cita requerida]
Además de la toponimia y la influencia sobre el romance mozárabe, todas las lenguas romances de la península tomaron numerosos préstamos léxicos del árabe andalusí. Se calcula que en el español, el componente léxico árabe es el componente más numeroso tras el léxico de origen latino, siendo unas 4 000 las formas léxicas (arabismos) usadas todavía en español moderno (almohada, algarabía...), muchas de ellas relacionadas con la agricultura (acequia, aljibe, algodón, alcohol) la guerra (adarga, alfanje, alfoz) el comercio (almádena, arroba, azumbre) y las matemáticas (algoritmo, álgebra) que tiene su origen en esta etapa y que se han ido consolidando a través de una evolución hasta nuestros días.
Más notoria aún es la influencia árabe en la toponimia de la península ibérica, e incluso en los apellidos antroponímicos derivados de topónimos musulmanes (Aznar, Alcázar, Alcolea, Alcántara, Alcocebre, Benicásim, Benalmadena ...)
Consecuencias culturales en Europa de la conquista del reino visigodo[editar]
Un efecto inesperado de la conquista del reino visigodo fue la huida hacia otros países europeos de gran número de nobles, religiosos y obispos visigodos, muchos de ellos eruditos. Con ellos se llevaron buen número de libros clásicos, romanos y griegos, que estaban en la antigua Hispania y que habían sido conservados o copiados por los visigodos; y otros que habían sido traídos por monjes cristianos desde el norte de África, huidos por la conquista árabe.[cita requerida]
Y, junto a ellos, se llevaron otras obras visigodas, como las Etimologías del cartagenero San Isidoro, obispo de Sevilla, obra monumental que recopilaba buena parte del saber de entonces, y que fue para esa época y los primeros siglos de la Edad Media como La Enciclopedia en la Ilustración.
Por ello, algunos autores destacan el importante papel de los emigrados visigodos en el denominado renacimiento carolingio del siglo VIII.
Bereberes[editar]
Los elementos bereberes que participaron durante los primeros años en la dominación de la península ibérica pertenecían en su gran mayoría al grupo de los al-Butr —tribus norteafricanas que se resistieron a la romanización, tanto romana como bizantina, con indudables prácticas paganas o conversos al judaísmo—, en contraposición al tronco de los Baranis, tribus más romanizadas y cristianizadas, asentadas en los núcleos urbanos costeros. Ambos grupos se extenderían desde la actual Túnez hasta las costas atlánticas de Marruecos.
Debate historiográfico[editar]
Alrededor de la conquista musulmana existe un cierto debate historiográfico, en el que se han confrontado diversas lecturas del proceso. Este deriva de las inconsistencias generadas por información procedente de las principales fuentes disponibles, entre las cuales se encuentran:
- El Tratado de Teodomiro, que habría sido redactado el 5 de abril del 713, pero del que sólo queda una copia inserta en Para satisfacer el deseo de aquel que realiza investigaciones acerca de la historia de los hombres del Andaluz de Adh-Dhabbi, muerto en 1203.
- La Crónica bizantina-arábiga (743-744), redactada por un autor anónimo aunque probablemente mozárabe pocas décadas después de la conquista musulmana.
- Crónica de Alfonso III (883).
- Una crónica latina anónima, conocida antigua y erróneamente como Crónica de Isidoro Pacense o Crónica mozárabe y a la que E. A. Thompson denomina Crónica del 754 por terminar su narración en el año 754. Mientras algunos historiadores la datan en ese año, otro la retrasan hasta finales del IX o principios del X. En cualquier caso, y, en palabras de E.A. Thompson en su fundamental Los godos en España (1969), «por muy poco digna de fiar que su parte narrativa sea, no puede ser ignorada». No obstante, otros (Roger Collins) la consideran la principal fuente de información sobre la conquista peninsular, la única contemporánea y la más fidedigna.
- Crónica albeldense o emilianense (976) de Vigila, cuya primera parte habría sido redactada por Dulcidius en el siglo IX.
- Crónica del moro Rasis, es decir, de Ahmad ibn Muhammad al-Razi.
- Crónica de Ibn al-Qutiyya (finales del siglo X o principios del XI).
- Ajbar Machmua (hacia 1007).
Las interpretaciones más fieles a estos relatos han sido criticadas por algunos historiadors como Thomas F. Glick, quien en su trabajo «Cristianos y musulmanes en la España Medieval» (1991), ponía en duda gran parte del relato. Por su parte, Ignacio Olagüe en «La revolución islámica en Occidente» (1974) sostuvo que la invasión del siglo VIII fue un mito, tesis compartida por Emilio González Ferrín, de la Universidad de Sevilla, en su «Historia general de Al-Andalus» (2007). Las hipótesis de Olagüe no cuentan con ningún apoyo significativo en la historiografía actual;10ya en 1974, Pierre Guichard señalaba la paradoja de negar la conquista musulmana y afirmar la «orientalización». La obra de Olagüe ha sido calificada de «historia ficción» y rechazada en círculos académicos.111213 Para el historiador Eduardo Manzano Moreno:
Lo más sorprendente de la tesis de Olagüe no es lo descabellada y disparatada que resulta. Teorías históricas absurdas y peregrinas producidas por aficionados, publicistas o, incluso, historiadores académicos se cuentan por decenas o centenares. Normalmente, suelen ser olvidadas con la misma rapidez con la que provocan un cierto revuelo inicial. En cambio, la idea de que los musulmanes no invadieron realmente Hispania, aunque no despertó excesivo eco en su momento, parece estar recibiendo en los últimos tiempos una renovada atención. A ello ha contribuido en parte su difusión y discusión en ciertos de foros de Internet, donde es bien conocida la preferencia que algunos de sus cultivadores manifiestan por todo cuanto tenga que ver tanto con teorías conspirativas, como con aquello que ponga en cuestión el conocimiento adquirido.14
Para la filóloga Anne Cenname: "Ver la islamización de al-Ándalus como resultado principalmente de una invasión árabe y de un dominio árabe parece poco adecuado para entender la complejidad de la paulatina conversión a la fe islámica y apropiación de la lengua y el alfabeto árabe y la amplia gama de manifestaciones culturales de raíz árabe en gran parte de la península ibérica. La idea de la invasión y el dominio como principales causas de estos profundos cambios culturales no parece coincidir bien con las realidades históricas, mucho más complejas. El dominio árabe se basa en gran medida en pactos entre la élite visigoda y una muy reducida élite árabe, y dura apenas 45 años. La islamización de al-Ándalus se debe, más que a la invasión y al dominio, a una compleja red de influencias entre las cuales destacan, por lo menos, las mercantiles, políticas y culturales. Sin embargo, la simplificación de la narrativa, para encuadrarla dentro del marco de nuestro tablero de ajedrez, requiere que la islamización se entiende como una invasión o conquista que justifica e invita a una reconquista del territorio".
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