Ideas y Conceptos: Filosofía / Técnicas, Ciencias y Tecnologías
Como criterio de discriminación entre técnicas, tecnologías [177] y ciencias positivas respecto de la filosofía, el materialismo filosófico [1] se sirve de la distinción entre Conceptos e Ideas. Para el materialismo filosófico la distinción entre Conceptos e Ideas es el criterio más preciso para mantener una distinción de principio entre las ciencias positivas (y las tecnologías o las técnicas, incluidas las mágicas), por un lado, y la ideología (sea filosófica o metafísica) por el otro: las técnicas, las tecnologías y las ciencias trabajan con conceptos, la filosofía trabaja con Ideas, y con las concatenaciones entre ellas en forma de sistemas filosóficos.
Las Ideas no bajan del cielo ni salen de la mente (o de la razón pura): brotan de la confluencia, confrontación, de conceptos que se conforman en el terreno de las categorías (matemáticas, biológicas, etc.) o de las tecnologías (políticas, industriales, etc.) o, en general, de conceptos tallados precisamente en el curso de la praxis [236] (o de la poiesis) [784]. La Idea filosófica de Nada [67], por ejemplo, no procederá de una experiencia originaria (de una “nihilidad” ontológica que se revelase a la angustia existencial o en la experiencia religiosa de la dependencia de la criatura respecto de Dios), sino que procede de la convergencia, superposición o confrontación de conceptos tales como el concepto aritmético operatorio “cero”, el concepto físico del “vacío”, sin descartar el mismo concepto del “dejar de existir” o “des-aparecer” de los animales o de las personas de nuestro entorno, en el momento de la muerte [496]. La Idea de representación, en sentido político, no es una Idea que haya bajado de un cielo uránico (o de un Dios católico o calvinista). Tampoco es una Idea emanada de la conciencia pura, como facultad representativa del “deber ser” o del imperativo categórico. Procede del concepto de representación propio del derecho civil [894] de las sociedades civilizadas (de las sociedades que están organizadas como estados-ciudad dotados de un derecho escrito). Y esto nos impone un método muy definido para el análisis de una Idea. Ante todo, tendremos que determinar los conceptos a partir de los cuales la Idea de referencia ha podido conformarse; y tendremos también que demoler los términos que pretenden dar lugar a la derivación de las Ideas a partir de fuentes extraconceptuales.
Desde las coordenadas del materialismo filosófico tenemos que dejar de lado, por tanto, hipótesis muy venerables sobre el origen de las Ideas que constituyen el “campo de trabajo” de la filosofía académica. Las Ideas filosóficas, como puedan serlo las Ideas de Dios, Mundo, Persona, Materia y Forma, Progreso o Evolución, Duda, etc., no vienen “llovidas del cielo”, como si fuesen “Ideas eternas” (como supuso S. Agustín), ni tampoco emanan de una “conciencia pura trascendental a priori” (como supuso Kant), ni menos aún pueden considerarse agotadas en su condición de partes de algún sistema cristalizado en el pretérito, cuyas “reservas” fuera preciso movilizar en el momento en el que nos dispongamos a analizar alguna Idea surgida al paso de determinada experiencia práctica concreta, tecnológica, jurídica o política. La filosofía es un saber de segundo grado [5], que presupone otros saberes previos (técnicos, políticos, religiosos, matemáticos…). Un saber acerca del presente y desde el presente. Cuando tratamos de analizar filosóficamente una experiencia práctica fértil no habrá necesidad de que nos sintamos obligados a comenzar a buscar sistemáticamente alguno de los lugares que dicen ofrecernos una perspectiva exenta, ya sea éste un lugar celeste, ya sea la conciencia a priori, o algún sistema dado en el pretérito. Las Ideas surgen “de la Tierra”, de experiencias prácticas corrientes dadas en nuestro presente, y brotan de ellas cada vez como si fueran Ideas prístinas; lo que no excluye que estas Ideas puedan ser confrontadas, y aun analizadas, con Ideas que emanaron de experiencias diferentes, o que puedan ser identificadas con Ideas que forman parte de sistemas filosóficos bien cristalizados.
Así, por ejemplo, la Idea de Dios [351] procedería del trato que nuestros antepasados tuvieron con ciertos animales del Pleistoceno tales como bisontes, serpientes o tigres con dientes de sable; la Idea de Mundo se habría formado a partir de experiencias con cofres o arcas: el humilde “cofre de la novia”, transformado ulteriormente en el receptáculo ilimitado en el que un Dios creador introduce a las criaturas, como si fueran joyas; el embrión de la Idea de Persona [278-279] lo encontramos en la máscara (persona trágica) que, para hablar (per-sonare), se ponían los actores en el teatro. Las Ideas de Materia y Forma [84] proceden, como el hilemorfismo de Aristóteles, no de oscuras intuiciones metafísicas, sino de experiencias ligadas al moldeamiento del barro o de los metales; la Doctrina de las Categorías de Aristóteles [157] tendría un origen procesal, es decir, las categorías aristotélicas (sustancia, cantidad, cualidad…) derivarían de la predicación que tiene lugar en el juicio, pero no en el juicio como acto del entendimiento, sino en el juicio como proceso [158] que el juez, o el tribunal, instruye al acusado. La Idea de Progreso se insinúa en las experiencias con escaleras de gradas (pro-gradio), que a veces sirven para subir, a veces para bajar y otras veces para subir y bajar, como la escala de Jacob. El embrión de la Idea moderna de Evolución [95] lo encontramos acaso en el desenrollamiento o evolutio (evolutio poetarum) de un libro en formato de rollo de papiro. Las Ideas de Apariencia y Verdad procederían de determinadas experiencias técnicas, etológicas o políticas y, más en particular, de experiencias surgidas a raíz del trato con dispositivos o ingenios orientados a manejar las luces y las sombras (antorchas, lupas, cámara oscura, microscopio, cámara fotográfica o cinematográfica y, desde luego, la televisión). La Idea de Esencia [56] también tiene un origen técnico fundado en la naturaleza normativa de las técnicas humanas, que fabrican los instrumentos u objetos (el palo, el hacha de sílex, el cepo) mediante la repetición distributiva (isológica) de unas formas dadas, pero también mediante la transformación (sinalógica [36]) normada de otras formas (como se aprecia ya, desde los orígenes, en la alfarería o en fundición de metales). Las técnicas de reproducción isológicas estarían a la base de las esencias porfirianas; mientras que las técnicas de transformación sinalógicas estarían a la base de las esencias plotinianas [817].
El análisis de las Ideas, orientado a establecer un sistema entre las mismas, desborda los métodos de las ciencias particulares y constituye el objetivo positivo de la filosofía. La Idea de Libertad, por ejemplo, no se reduce al terreno de la política, del derecho, de la sociología o de la psicología; también está presente en la estadística o en la mecánica (“grados de libertad”), en la física o en la etología: cada una de estas disciplinas puede ofrecer conceptos categoriales precisos de libertad, pero la confrontación de todos estos conceptos, desde la perspectiva de la Idea de Libertad [314-335], rebasa obviamente cada una de esta disciplinas y su consideración corresponde a la filosofía. La Idea de Estructura vincula conceptos biológicos, cristalográficos, matemáticos. La Idea de Causa [121-144] comprende conceptos físicos, biológicos, sociales o psicológicos. El término “Felicidad” no corresponde a un concepto categorial, puesto que “felicidad” engloba muy diversas categorías (biológicas, etológicas, psicológicas, sociológicas, politológicas, teológicas…: “Felicidad” es una Idea). Y la Idea filosófica de Imperio se abre camino, acaso, antes a través de un sofista o de un ideólogo como Isócrates y, sobre todo, como Alejandro Magno, que a través de hombres como Aristóteles o Calístenes, su sobrino. Es, sin embargo, a la filosofía académica (la que asume los métodos dialécticos fundados por la Academia platónica) a la que, en todo caso, corresponderá “tallar” las Ideas. La Idea de Imperio [716-726], por ejemplo, a partir de los conceptos de Imperio y de las ideas mundanas que el decurso de la Historia política haya ido arrojando: imperio como facultad del imperator, imperio como espacio (antropológico) de la acción del imperator, imperio diapolítico e imperio metapolítico.
El “campo de la Filosofía” está dado en función de los otros, de sus analogías o de sus contradicciones. Y a las líneas más o menos identificables que las analogías o las contradicciones entre las ciencias y otros contenidos de la cultura perfilan, llamamos Ideas: filosofía es “enfrentamiento con las Ideas y con las relaciones sistemáticas entre las mismas”. Pero sin necesidad de suponer, en principio, que las Ideas constituyen un mundo organizado, compacto, a la manera como las caras de un poliedro. Las Ideas son de muy diversos rangos, aparecen en tiempo y niveles diferentes; tampoco están desligadas enteramente, ni entrelazadas todas con todas (las Ideas de Dios, de Progreso o la Idea de Cultura [401-435] tampoco son eternas, ni siquiera fueron conocidas por filósofos los griegos: son Ideas modernas, y, sin perjuicio de su novedad, la filosofía del presente tiene que ocuparse de ellas). El ritmo de transformación de las Ideas suele ser más lento que el ritmo de transformación de las realidades científicas, políticas o culturales de las que surgieron; pero en todo caso no cabe sustantivarlas [4]. El peligro mayor estriba en este punto en la influencia del arquetipo de una filosofía exenta [8] que acecha de modo, por así decirlo, insidioso, incluso a quienes creen estar cultivando una filosofía crítica.
La actividad científica (científico-positiva) se mueve entre conceptos. Los conceptos se vinculan originariamente, no a la “mente” (al “primer acto” del entendimiento) o al cerebro (como máquina constructora de Gestalten o de imágenes medias de sensaciones o percepciones múltiples) cuanto a las actividades prácticas (de la praxis) que un sujeto corpóreo (zoológico, etológico) operatorio desarrolla en el contexto de objetos impersonales o incluso de otros sujetos (animales o humanos). A título de ilustración del alcance de nuestras tesis: el núcleo del concepto geométrico ejercido de “recta” no lo pondríamos en la proximidad de un “Reino puro de las esencias” (captadas por el entendimiento agente o posible), sino en la proximidad del “movimiento más corto hacia la presa”); el concepto de circunferencia, en el giro exploratorio de mi cuerpo barriendo con los ojos la totalidad del campo de caza o en el movimiento del palpar con mis manos un objeto abarcable; el concepto lógico-matemático de “matriz” en las tareas de tejer, de intercalar la trama en la urdimbre; el concepto ejercido de “sustancia”, en la conexión con los procesos de formación de esquemas de conservación de objetos de nuestra experiencia, en el curso de sus desplazamientos respeto del sujeto operatorio [68].
Ideas y Conceptos: Claros y distintos / Oscuros y confusos / Paraideas y Paraconceptos
Los conceptos, como también Ideas [783], pueden ser claros y distintos, oscuros y confusos. En el materialismo filosófico se utiliza el término concepto para designar aquellas configuraciones de fenómenos que alcanzan una claridad y distinción precisa. Claridad (a la que se opone la oscuridad), en cuanto que permiten distinguir a ese grupo de fenómenos de otros que están fuera del concepto. Distinción (a la que se opone la confusión), en cuanto permiten diferenciar las partes internas de ese conjunto).
Un concepto es claro cuando aparece bien diferenciado de otros conceptos de su entorno: la Luna percibida a simple vista, en un cielo sin nubes, es un concepto (o percepción conceptualizada) claro, sin perjuicio de que su contorno aparezca borroso. Cuando la claridad disminuye el concepto se va haciendo oscuro: el concepto de “cuerpo viviente” es oscuro, si no se poseen criterios suficientes para diferencia una célula de un virus o de un cristal inorgánico. Un concepto es distinto cuando mediante él podemos distinguir las partes de su dintorno [90], es decir, cuando permite diferenciar sus partes internas; cuando esto no ocurre el concepto es confuso.
Los conceptos rigurosos van referidos a los campos técnicos, científicos y tecnológicos. Hay conceptos que son a la vez claros y distintos, por ejemplo, el concepto de cuadrado en el campo de la geometría; el concepto de “espada de bronce” es un concepto claro y más o menos distinto; el concepto de “cigüeñal” es un concepto más claro que distinto para los que no son expertos en mecánica. Hay conceptos claros pero confusos, como la Luna, cuyos accidentes no son perceptibles a simple vista. Hay conceptos distintos pero oscuros, como es el caso de los conceptos borrosos “hombre”, “calvo” o “montón”.
A partir de un grado determinado de oscuridad y confusión el concepto deja de serlo. El concepto de “corrupción” tiene, en el lenguaje ordinario, diversas acepciones, cada una de las cuales podría considerarse, en general, como conceptos dotados de una mínima claridad y distinción. Mínima claridad en cuanto nos permite, disipando la oscuridad de sus contornos, separar al concepto de corrupción de otros conceptos ordinarios (destrucción, aniquilación, transformación, mutación, degeneración…); y de una mínima distinción, por cuanto nos permite, evitando la total confusión, establecer partes o fases constitutivas suyas, tales como el sujeto o sustrato de la corrupción, las causas de la corrupción de ese sustrato, el alcance de su corrupción para los sustratos implicados, etc. Los conceptos de izquierda y derecha política, tal como se usan ordinariamente, incluso por políticos profesionales, son confusos y oscuros.
Los paraconceptos (o pseudoconceptos) son en realidad términos que representan conceptos oscuros y confusos, o grupos confusos y oscuros de conceptos, algunos de los cuales puede ser claro o distinto, por ejemplo: el término “decaedro regular” es un paraconcepto, porque pretende vincular el concepto claro y distinto de decaedro y el concepto claro y distinto de poliedro con caras iguales o regulares, siendo así que tal vinculación es imposible.
Las paraideas (o pseudoideas) son también términos que nos remiten a Ideas confusas y oscuras, o a composiciones confusas y oscuras de Ideas, algunas de las cuales puede ser clara o distinta (por ejemplo, la Idea de Dios monoteísta es una paraidea por cuanto resulta de la composición de Ideas tales como la omnipotencia o la omnisciencia, que se consideran incompatibles en relación con ciertas realidades históricas).
Morfológico / Lisológico: Ideas y Conceptos
Con estos términos se designan dos escalas en las que puede presentarse las Ideas o los Conceptos [783] que van referidos a un mismo dominio de fenómenos, ante los cuales se enfrenta el sujeto operatorio (y también a dos estados en los que puedan estar los dominios reales correspondientes).
La distinción entre “lo morfológico” (μορφή = figura) y “lo lisológico” (λισσος,ή,όν = liso) se establece, en principio, en contextos gnoseológicos en sentido amplio (también noetológico, como distinción que afecta no solamente a las ciencias positivas, sino también a la filosofía, a la metafísica, &c.), como distinción entre términos correlativos tales como conceptos (tecnológicos, científicos) o Ideas, cadenas de proposiciones, definiciones, clasificaciones o modelos, transformaciones o concatenaciones circulares de transformaciones (analíticas, sintéticas) dadas en el proceso de “racionalización institucionalizada” de un campo determinado. Sin embargo, al afectar también a los propios campos tratados por ella, podrá ser interpretada en contextos ontológicos, es decir, como referida a los campos mismos.
La escala lisológica (lisos = uniforme, liso) recoge y organiza los fenómenos del dominio de referencia en lo que tienen en común y uniforme (por ejemplo, sus elementos o partes que, aunque diferenciadas entre sí, se presentan uniformemente sin perjuicio de sus grados de intensidad). La escala morfológica recoge y organiza los fenómenos del dominio en sus componentes diferenciales, delimitados en sus partes constitutivas. Tanto la escala lisológica como la morfológica pueden mantenerse a distintos niveles, dentro de un mismo dominio de fenómenos.
Ejemplos:
1. La definición de un organismo viviente como un conjunto de elementos químicos define el organismo a una escala lisológica; la definición de este mismo organismo desde categorías anatómicas define el organismo a una escala morfológica.
2. Un conjunto de mercancías variadas será pensado a escala lisológica (en el cálculo de su transporte por ferrocarril) cuando se las considere atendiendo solo a su peso, y será pensada a escala morfológica cuando se establezcan diferencialmente sus especies y géneros.
3. La riqueza de una nación definida por la renta per cápita es un concepto lisológico; esta misma renta diferenciada por regiones o profesiones implica una conceptuación morfológica.
4. Las ideas físicas de espacio y tiempo absoluto que Newton propone como primeras en sus Principia, o las intuiciones que Kant proponía como primeras en su Estética trascendental (las formas a priori de la sensibilidad, espacio y tiempo), son nociones lisológicas, frente a los conceptos o percepciones morfológicas de los cuerpos del “mundo sensible” y práctico.
5. La fabricación industrial de “productos genéricos” (laminados, perfiles siderúrgicos, pasta de papel, bobinas de hilo de acero, madera chapada, &c.) se mantiene, comparativamente, a escala lisológica, frente a la llamada fabricación propia de la “industria transformadora” (automóviles, libros, muebles, edificios).
La distinción entre la escala o la perspectiva lisológica y la morfológica no ha de confundirse con la distinción entre lo abstracto y lo concreto, porque la condición de abstracto es más bien negativa (lo que ha prescindido de lo concreto), pero la condición de lo lisológico no dice tanto algo negativo sino algo positivo, que tiene que ver con la uniformidad alcanzada. Sin duda, las Ideas o Conceptos lisológicos pueden considerarse como abstractos, pero lo serán por ser lisológicos, es decir, no serán lisológicos por ser abstractos. También rechazamos poner en correspondencia la distinción lisológico / morfológico con la distinción protopático / epicrítico utilizada por los neurólogos (a partir de la obra de Henry Head, Studies in Neurology, Londres 1920); o con la distinción entre definido / indefinido (vago / borroso). Por último, cabe poner en correspondencia la distinción lisológico / morfológico con la distinción materia / forma. Pero no porque el estado lisológico haya de ser entendido siempre como materia [65], respecto de la forma que él pudiera recibir en una transformación tecnológica. Por ejemplo, podemos afirmar que un sonograma se encuentra en estado lisológico respecto del estado morfológico alcanzado por la partitura. Pero carecería de sentido decir que el sonograma desempeña la función de materia y la partitura la función de forma: ambas son representaciones morfológicas de un discurso musical. Por consiguiente, la relación del sonograma a la partitura no es la relación de la materia a la forma, sino la relación de una morfología borrosa a una morfología más clara y distinta.
La distinción entre lo que es morfológico y lo que es lisológico se presenta según dos modos: el de los estados [819] y el de los procesos [821].
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