lunes, 27 de julio de 2020

FILOSOFÍA - ÍNDICE SISTEMÁTICO


Dialelo según el materialismo filosófico

El dialelo es un círculo que se produce en una argumentación y, según el cual, se comienza admitiendo lo que se va a demostrar. Los escépticos antiguos, Agripa concretamente, consideraron al dialelo como un círculo vicioso, uno de los tropos sobre los que se apoyaban sus tesis de la necesidad de suspender el juicio. [Para el materialismo filosófico] dialelo no tiene la connotación de círculo vicioso, procedente de los escépticos griegos, puesto que reconoce que muchas veces el dialelo es imprescindible para una construcción científica (dialelo gnoseológico) [como se constata, por ejemplo, en las racionalizaciones holizadoras [825] practicadas en las ciencias modernas], tales como la Teoría cinética de los gases, el Cálculo diferencial o la Teoría celular.
Ejemplos:
1. Los ejes del “espacio antropológico” [244] no son principios, axiomas o fuentes de las cuales dimanen los materiales [248] o partes del espacio antropológico. Hay que suponer ya dados estos materiales, en una suerte de petición de principio (“dialelo antropológico”). Solo podemos disponernos a reconstruir el origen del hombre cuando tenemos en cuenta que está dado su final (relativo). Y si olvidásemos esto, fingiéndonos situados en una “quinta dimensión”, desde la que presenciásemos lo que ocurrió in illo tempore, incurriríamos en ingenuidad culpable y acrítica. Una ingenuidad que nos llevaría a un puro reduccionismo, a creer que podemos construir “geométricamente” al hombre a partir de rasgos aislados analíticamente. Pero el progressus sólo en dialéctica con un regressus incesante puede llevarse a efecto. Los ejes son, ellos mismos, parte del espacio antropológico. En Antropología es necesario presuponer que el hombre ya está conformado en el momento de tratar de explicar su génesis y su historia: sería totalmente ingenuo pensar que podemos construir la figura del hombre histórico a partir directamente de los primates. Si, por ejemplo, podemos reconstruir la “invención del fuego”, o del lenguaje, o del Estado, etc., es porque presuponemos que el fuego, el lenguaje o el Estado están ya dados. El postulado del “dialelo” considera una ficción la presentación de la aparición o emergencia del hombre, o del fuego, o del lenguaje, o del Estado a partir exclusivamente de la consideración de la evolución de los primates prehumanos (dryopitecos, póngidos, etc.).
2. El Estado constituido como Nación política [731], presupone ya al Estado constituido en el Antiguo Régimen (dialelo político) [735]: es imposible construir la Nación política a partir directamente de la Nación étnica o de la Nación biológica [727]. Un tratado sobre España, en el sentido histórico, debe partir ya de España como realidad dada en el presente. De otro modo, es imposible “deducir” a España, por ejemplo, desde las premisas jurídicas dadas en una Constitución, como la de 1978, que necesariamente supone ya el dialelo de España [739]. En general, las naciones canónicas se apoyan siempre sobre un dialelo antropológico-histórico; y es imposible “deducir” de unas supuestas premisas abstractas o voluntaristas la realidad de una nación canónica cuya existencia histórica no esté suficientemente acreditada, salvo en una historia ficción que confunde el concepto étnico de nación con el concepto canónico de la nación política.
3. Desde un punto de vista ontológico, aunque regresemos a una perspectiva global desde la cual los cuerpos se nos den como una mera subclase de realidades (y ello, tanto si esta perspectiva global es la de la Ontoteología neoplatónica, como si es la perspectiva del “vacío cuántico”, o de la Doctrina de los Tres Géneros de Materialidad) [72], no cabe fingir que podamos situarnos en algún tipo de realidad incorpórea, aunque se postulase como material, para deducir o derivar de ella a los cuerpos, como pretenden algunos físicos contemporáneos (pongamos por caso Gunzig o Nordon cuando postulan un “vacío cuántico” y unas “fluctuaciones cuánticas” dadas en ese vacío y capaces de “desgarrar” el espacio-tiempo de Minkowski para dar lugar al mundo de los cuerpos sin necesidad de pasar por una singularidad correspondiente a un Big-Bang). Es imposible, por tanto, evitar el “dialelo corporeísta”: para “deducir” a los cuerpos hay que partir ya de los cuerpos: es preciso partir de los cuerpos y regresar desde ellos, a lo sumo, a la materia incorpórea, pero sabiendo que el progressus desde esta materia a los cuerpos, no es originario, sino, en virtud del “dialelo corpóreo”, dialéctico [68].
4. La visión apotética no puede explicarse como un acto que nos pone inmediatamente en presencia de un mundo de objetos. La visión apotética solo puede explicarse, cuando, asumiendo una suerte de “dialelo”, presuponemos ya un Mundo conformado (si bien no necesariamente del mismo modo a como está conformado nuestro mundo óptico). Lo que equivale a decir que las apariencias apotéticas a las que nos dan acceso los teleceptores, y en especial el órgano de la visión, no son directamente reveladas por el ojo, sino que presuponen una realidad estructurada preópticamente, y acaso no apotéticamente, sobre la cual podrá ejercerse la propia visión natural [679]. En el caso de la televisión [694]: las imágenes que percibo en la pantalla me llevan a un Mundo determinado de apariencias apotéticas, porque el sujeto televidente tenía ya conformadas las líneas generales de las cosas que se revelan en la pantalla (sin que esa conformación haya de entenderse como si estuviera dada a priori).





Modulaciones de Ideas y Conceptos: géneros modulantes

Corresponden, en los contextos de las Ideas o Conceptos [783] no unívocos, a lo que las especificaciones son en los contextos de los géneros unívocos; especificaciones que podrían denominarse “absorbentes”, por analogía con los “términos absorbentes” de las operaciones algebraicas [0 x 5 = 0], dado que el género, al aplicarse a la especie, la “reabsorbe”, como “triángulo” reabsorbe a “equilátero” en la demostración pitagórica.
Pero las modulaciones no son especificaciones de un género susceptible de ser utilizado con abstracción de ellas. Actúan, más bien, como un módulo (1 x 5 = 5), porque el concepto o la idea general no pueden utilizarse con abstracción de sus “modulaciones”, sino que se aplica inmediatamente a ellas (a la manera como el “sistema de numeración” se aplica al “sistema decimal” o “sistema binario”). El concepto elemental de “palanca” es un concepto genérico respecto de sus diversas especies; estas especies son distributivas, puesto que cada especie de palanca realiza el concepto genérico con independencia mutua. Pero cada una de las especies o géneros de palanca modula inmediatamente a un género ajorismático (condición de un predicado, estructura o esencia, de no ser separable de los sujetos, partes o fenómenos, en los que se realiza), el constituido por tres formantes [P,A,R] que pierden, además, su significado cuando se separan el uno del otro; las especies constituyen variaciones inmediatas del género [817], y son tres: (P,R,A), (R,P,A) y (P,A,R).





Ideas o Conceptos directos (o rectos) y oblicuos / Retroferencias

Es imprescindible distinguir entre “dos mecanismos” o métodos de construcción de Conceptos o de Ideas [783] que denominamos “directos” (o “rectos”) y “oblicuos”, sobre todo cuando buscamos su diferenciación con otras que llevan su mismo nombre.
Una Idea o Concepto oblicuo es aquel que está construido desde una plataforma, generalmente no explicitada, tal que, al introducirla, el concepto o Idea que se supone estaba siendo interpretada como concepto directo (o recto) se ve requerido a someterse a una profunda rectificación. Por ello, la distinción entre Ideas o conceptos oblicuos o rectos adquiere una inequívoca importancia crítica.
Supongamos que toda conceptualización tiene siempre lugar por referencia (mediante un nombre, expresado en contexto deíctico) a un material corpóreo-fenoménico dado, es decir, a un material que pueda ser nombrado deícticamente, o señalado con el dedo: “eso es la Luna”, o bien “la Luna es esa masa amorfa que se adivina a través del ramaje de los árboles del bosque”. Cuando nos aproximamos al material fenoménico “centrándonos” directamente en torno a él (lo que no significa: desentendiéndonos de todo lo que no nos es visible en él) y tratamos de determinar la naturaleza de sus componentes (no solo idiográficos, sino también específicos o genéricos), y de la composición de los mismos, llevaremos a cabo una conceptualización directa, respecto de la referencia fenoménica. Diremos que “la Luna” se conceptúa como un “satélite natural de la Tierra”.
Pero no siempre es posible aproximarse a los fenómenos de este modo “directo”; acaso los mismos fenómenos de referencia no se nos presentan directamente, sino a través de otros, reflejados o refractados por la mediación de otros: es entonces cuando la conceptuación de los fenómenos se llevará a cabo (y tan “espontáneamente” con en el caso de las conceptuaciones directas) de modo oblicuo.
Ejemplos:
1. El concepto de “descubrimiento científico”, utilizado habitualmente, desde H. Reichembach, por los historiadores de la ciencia y de la técnica, puede ser interpretado como un concepto recto o directo, descriptivo: alude directamente al proceso mediante el cual un investigador (o un equipo de investigación), tras un período más o menos largo de experimentos y ensayos, alcanza a formular la relación o el hecho nuevo que se supone ha descubierto. Tras esa fase de descubrimiento vendría la fase de “justificación” o demostración del hallazgo ante los demás. Ahora bien, la interpretación de la idea de descubrimiento como idea oblicua equivale a impugnar la apariencia recta de esta idea, y esto debido a que introducimos como plataforma del mismo concepto de descubrimiento a la propia justificación o demostración. En efecto, cuando se habla de un “descubrimiento”, con alcance gnoseológico (y no meramente psicológico o social), es porque estamos situados en la plataforma de su justificación; lo que equivale a decir que un descubrimiento científico o técnico solo podrá llamarse así después de que él haya sido justificado. El llamado “descubrimiento” de los canales de Marte por Schiaparelli (1882-1888), al no haber podido ser “justificado”, dejó de ser descubrimiento y se transformó en un invento o artefacto telescópico.
2. La Idea de Nación [727-736] en sus acepciones primarias (la biológica y la étnica) se conforma por mecanismos oblicuos o de refracción, y no por mecanismos directos. En su acepción biológica, la nación (por ejemplo natio dentium, “nacimiento de los dientes”, del que habla Varron) suele utilizarse como concepto recto que indica el abultamiento de las encías de un niño; sin embargo, solo si nos suponemos situados en la “plataforma” de los dientes ya formados, podremos interpretar, desde esa morfología, los abultamientos de las encías como “nación de los dientes”. Otro tanto ocurre cuando hablamos de nación, desde el punto de vista sociológico, antropológico o político. En su sentido étnico, suele ser entendida como Idea recta que alude a gentes o a las etnias que viven en una región determinada; sin embargo, la “nación étnica” tiene el formato de un concepto oblicuo, cuya plataforma sería precisamente el Estado o la sociedad política, incluso la Nación política.
3. La Idea de Globalización suele ser interpretada como una idea recta, cuando es referida al proceso de una globalización incoada o incipiente; sin embargo, la Idea de Globalización es necesariamente una Idea oblicua cuya plataforma es precisamente la Globalización cumplida. Esta idea oblicua de Globalización puede tomar múltiples valores según los parámetros determinantes del campo a globalizar (el fondo del proceso) y del Globo resultante de la Globalización. Por ejemplo, si tomamos como campo a la “Biosfera” en cuanto “entidad” distribuida en múltiples biotopos, hablaremos de “globalización de una especie” para describir el proceso mediante el cual esa especie va desbordando su biotopo en forma de plaga, a fin de colonizar a todos los demás lugares de la biosfera. Pero solo podríamos hablar así cuando nos situamos en la plataforma de una “colonización total”, ubicua (como sería el caso de las hormigas descritas por Wilson). Solo desde esa plataforma, podríamos interpretar la propagación de la plaga como el proceso de su globalización. Si eliminamos la plataforma de referencia, ya no podremos hablar de globalización, sino únicamente de plaga, más o menos invasora. Cuando hablamos de globalización en su sentido económico, político o cultural (globalización religiosa, lingüística, etc.) es porque partimos de un campo que consideramos distribuido en diferentes culturas o esferas culturales. En este campo, podemos referirnos a los procesos de desbordamiento o propagación de algunos contenidos culturales, propios de algunas esferas culturales (como pudiera serlo la propagación del vaso campaniforme o de la familia monógama), a las demás culturas, hasta cubrirlas todas. Esto implica que nos situamos en una plataforma en que damos por integradas a todas las culturas en una unidad cosmopolita. La globalización incoada, en resolución, no es propiamente globalización. Solo retrospectivamente (desde la plataforma de la Globalización cumplida) podrá presentarse como un esbozo de globalización. Y solo llegará a serlo en función de su acabamiento, porque hasta entonces solo será globalización “infecta”, no perfecta, es decir, no será globalización. Por ello, la única manera de recoger el sentido de esta modulación de la globalización incoada es referirla a su origen (a su terminus a quo), más que a su término (a su terminus ad quem). Las Ideas que, desde el materialismo filosófico, llamamos “Ideas aureolares” [787] son ideas oblicuas.
4. Conceptos etnológicos tales como el de clan, tribu o gentilidad, son conceptos de formato “directo”. Cuando César, en la Guerra de las Galias, delimita (conceptualiza) a los heduos, a los helvecios, a los celtas, etc., lo hace según el modo directo: procede como si estuviera viéndolos directamente, diferenciándolos y distinguiéndolos unos de otros, ya fuera como pueblos que ocupan territorios definidos, o como pueblos que se desplazan a través de tales territorios. Es el modo como proceden en general los etnógrafos (por ejemplo, el modo como procede Pritchard en sus análisis sobre los shilock del bajo Nilo). Decimos los “etnógrafos”, más que los etnólogos o los antropólogos, porque estos utilizan con frecuencia conceptuaciones oblicuas o refractadas (el concepto de “salvaje”, como el concepto de “bárbaro” de los antropólogos clásicos –Morgan, Tylor, Lubbock–, es un concepto oblicuo, es decir, designaba a determinados pueblos, no tanto directamente, cuanto oblicuamente, desde la “plataforma” de la civilización o, si se prefiere, desde la cultura de quien los estaba describiendo); lo que no quiere decir que otros antropólogos tuviesen que considerar acertadas aquellas conceptuaciones oblicuas, puesto que muchas veces propondrán sustituirlas por conceptuaciones directas, aunque estas tengan como punto de partida una conceptuación oblicua (“salvaje es el que llama a otro salvaje”, decía Lévi-Strauss).
5. Por último: la transformación (la reconceptualización) de una conceptuación oblicua dada en una conceptuación directa no es una mera sustitución de la conceptuación oblicua por otra, supuestamente previa, conceptuación directa, puesto que estamos ante una transformación dialéctica, ante una operación de retroferencia. El concepto de viga solo puede formarse oblicuamente a través de la “plataforma” del edificio en cuya trabazón o estructura interviene; sin embargo, por retroferencia, llamamos viga al tronco escuadrado que descansa en el aserradero y que parece tener una entidad “centrada en sí misma” (una entidad cuya morfología separada del edificio es irreal o aparente). Es evidente que a partir del tronco natural de un árbol hallado en el bosque no sería posible “deducir” el concepto oblicuo de viga (la “casa natural” de Marc-Antoine Laugier solo lo era por retroferencia del templo griego); tampoco del concepto etnológico de carro (propio de las culturas rurales que conocen la rueda) puedo deducir el concepto de automóvil (propio de las culturas industriales) y, sin perjuicio de que se pueda denominar “carro” al automóvil, no se podría denominar (salvo irónicamente) “automóvil” al carro. Las retroferencias habrán de considerarse, en general, como anacronismos o, si se prefiere, como procedimientos que conducen a conceptos mal formados.






Ideas aureolares / Ideas Utópicas

Una Idea aureolada es una Idea oblicua [790], cuya plataforma (desde la cual se interpreta el proceso recto) no puede considerarse establecida previamente al proceso recto que solo aparece como tal desde la plataforma instituida por su supuesto cumplimiento. En toda idea aureolada actúa una petición de principio.
La Idea ucrónica puede definirse como una Idea cuyos referenciales propios figuran ya como inexistentes (“en ningún punto del pasado o del futuro”). Una idea ucrónica no tiene por qué ser, por ello, una creación de la fantasía pura, supuesto que tales creaciones sean posibles; una idea ucrónica habrá de estar apoyada en referencias reales (por ejemplo, la sociedad política inglesa, italiana o española del siglo XVI), pero desbordadas y rectificadas de tal modo, que tales ideas se construyan precisamente desde la formalidad de su inexistencia, o “existencia en ningún tiempo de la sociedad rectificada” (cuya referencia ya no podrá ser ni real, ni virtual, sino ucrónica, y por tanto, utópica, como la isla de Tomás Moro, o la isla de Campanella). Las ideas ucrónicas no son en cuanto tales proyectos β-operatorios, puesto que precisamente se conciben como inaccesibles, de otro modo no serían ucrónicos; otra cosa es que estas ideas puedan servir de modelos o guías a proyectos positivos. Quien defiende, en política, la necesidad de la utopía, acaso lo que quiere decir es que la política necesita de Ideas aureoladas.
Una Idea aureolada es una Idea que solo puede considerarse referida a un proceso real (“realmente existente”) cuando lo envuelve con una “aureola” tal que sea capaz de incorporar las referencias positivas (“realmente existentes”) a unas referencias aún no existentes, pero tales que solo cuando son concebidas como realizadas en un futuro virtual, las referencias positivas pueden pasar a ser interpretadas como referencias de la Idea aureolar. Sin duda, se trata de ideas o conceptos β-operatorios (“en marcha”), es decir, ideas prácticas, operatorias, cuyo contenido intensional, planes o programas [238], pide la realización sucesiva, pero plena, que no tiene por qué cumplirse instantáneamente.
De este modo, habrá que decir que la parte de la extensión interna “aún no realizada” o visible de la Idea se presenta como constitutiva de la parte realizada o visible, en tanto que esta solo cobra sentido como un momento del desarrollo del proceso global, en cuanto proceso “en marcha”. En este sentido puede decirse que la parte no cumplida ha de considerarse como virtualmente dada, para que la parte cumplida pueda alcanzar significado de parte del proceso total, que comprende a la parte cumplida y a la que aún no lo está. Ocurre como con los retratos aureolados de héroes o santos. Ellos tienen una referencia real, el personaje de carne y hueso figurado: pero las figuras no pueden ser circunscritas a los límites precisos del retrato positivo, porque éste perdería el significado propio, al perder la aureola o halo que lo desborda (“nadie es grande para su ayuda de cámara”). Una estatua “infecta” a medio hacer, en devenir (pero aquí el devenir es cíclico, por tanto, enclasado), un edificio “infecto” a medio construir, un tiempo sinfónico en plena ejecución, solo mantienen su sentido cuando se perciban como partes de un todo procesual final. Un torso escultórico (aunque acaso no pueda ser considerado “infecto” si es que fue esculpido como tal torso), solo con la aureola de la estatua completa puede llamarse “torso”.
En el caso de las Ideas aureoladas la “parte virtual” se supone irrealizable, al menos como fase de un ciclo; en este sentido se parece a la Idea utópica. Pero se diferencia de ella en la forma de su intención. Mientras que en la Idea utópica la “parte virtual” ha de figurar como irrealizable, en la idea aureolada la “parte virtual” es constitutiva, supuesta su realidad, del sentido de la parte real. Este suele ser el caso de las ideas políticas en las cuales figura el concepto de “destino” como constitutivo formal del proyecto presente. Así, Idea de Nación propuesta por Otto Bauer, en 1907, se definía como “una comunidad de carácter producida por una comunidad de destino”. Sesenta años antes, hacia 1845, John L. Sullivan propuso, para Estados Unidos, la doctrina del “destino manifiesto”: Estados Unidos tiene la misión de llevar la libertad a nuevos territorios. Doctrina invocada una y otra vez por Estados Unidos en documentos políticos básicos, por ejemplo, en el momento de la proclamación de Puerto Rico como un Estado libre asociado.
En la “familia” de las Ideas aureoladas figuran también aquellas que suelen admitir el complemento expresado en la indicación “realmente existente”: Imperio universal (realmente existente), Iglesia católica (realmente existente), Comunismo (realmente existente), Democracia (realmente existente), Globalización (realmente existente), Dios (realmente existente). Se trata de Ideas aureoladas, porque ni el Imperio universal [716-726], ni la Iglesia católica (universal), ni el comunismo soviético, ni la democracia, ni la globalización, ni Dios, han existido nunca, ni pueden existir (y no basta decir que existen realmente, pero con déficits). Pero no son Ideas utópicas. Un Imperio universal, realmente existente, no hubiera desarrollado su política si no hubiera tenido a la vista el horizonte universal; ni la Iglesia católica hubiera existido como tal si en sus planos y programas no figurasen todos los hombres, etc. Son ideas oblicuas que se apoyan en sí mismas como si fuesen plataformas: la “democracia realmente existente” está contemplada desde la plataforma de una Idea de democracia arquetípica; el comunismo realmente existente está contemplado desde la plataforma del comunismo canónico, etc. Las Ideas aureolares se suponen que están ya existiendo (que son realmente existentes), pero siempre que se presuponga que están ya dadas las condiciones futuras de su propia existencia actual. Y de este supuesto sacan los imperialistas, los demócratas, los globalizadores, los comunistas, los católicos, los teístas la justificación de los avatares que suelen experimentar en el curso del proceso de realización de su Idea aureolada, incluso, en muchos casos, la tranquilidad psicológica necesaria para mantener su firmeza en la desgracia experimentada en los momentos de depresión o caída del curso de la Idea.
El carácter aureolar de estas ideas se manifiesta en expresiones como “Revolución comunista inacabada” o “Globalización inacabada”; expresiones contradictorias, porque si una revolución fuese inacabada no sería revolución. Cabe hablar de revoluciones planetarias inacabadas, porque son cíclicas, y la trayectoria de un planeta en un punto dado que todavía no ha cumplido su órbita puede considerarse como una revolución inacabada por analogía con las revoluciones previas y sucesivas que a él le corresponden. Pero una revolución histórica, dotada de unicidad, no admite semejante complemento, porque lo que ahí está en devenir es la propia Idea.

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