Metafísica / Hipóstasis / Sustantificación
Denominamos metafísica a toda construcción sistemática doctrinal, a toda idea, etc., que, partiendo, sin duda, de un fundamento empírico lo transforma en una dirección, preferentemente sustancialista, tal que la unidad abstracta (es decir, “no-dramatizada”, como ocurre en el caso de las construcciones mitológicas) así obtenida queda situada en lugares que están más allá de toda posibilidad de retorno racional al mundo de los fenómenos (ejemplos de ideas metafísicas, en este sentido, son: Alma, Dios, Mundo como realidad total, Materia en el sentido del monismo, Espíritu Absoluto, Entendimiento Agente, Nada, etc.).
Hipóstasis (hipostatización) es el proceso mediante el cual se “sustantifica” una propiedad, relación o atributo abstracto que, por sí mismo, no es en modo alguno sustancia. Como quiera que, en muchos casos, la “sustantificación” no consiste en concebir como sustancia lo que es un accidente o una relación, sino en concebir como atributos o relaciones simples o exentos a lo que no son sino atributos o propiedades o relaciones insertas, se hace preferible utilizar el término “hipostatización” al de “sustantificación”. Hipostasía la relación de “igualdad” quien la trata como una relación simple, cuando en realidad la igualdad no es una relación sino un conjunto de propiedades –simetría, transitividad, reflexividad– que afecta a determinadas relaciones tales como la “congruencia”, la “isonomía”, etc. Hipostatiza el concepto de “dado perfecto” quien lo concibe como un cuerpo físico perfectamente homogéneo y no como una relación entre dados empíricos que en curso de jugadas indefinidas, compensa sus imperfecciones.
Este modo sustantivado de utilizar los conceptos o las ideas en general es muy frecuente, sobre todo en el caso de los llamados conceptos funcionales sustantivados, [por ejemplo]: el concepto de “doble” en aritmética, el concepto de ciudadanía, el de solidaridad o el de corrupción [vid., Gustavo Bueno, El fundamentalismo democrático, 2010, págs. 35-46].
[El concepto de doble], en la aritmética más elemental o escolar de los números naturales, es un concepto funcional y=f(x), siendo f la operación 2x; y esto presupone contar con el campo de variabilidad de la variable x (como campo de los números naturales 1, 2, 3, 4…n). Para cada valor de x, y adquiere en la función el valor doble (para x=3, y=6, para x=12, y=24, etc.). La sustantivación de los conceptos funcionales (o si se prefiere, la transformación de los conceptos funcionales en el formato de los conceptos sustanciales) puede considerarse como una degeneración de la conceptuación, con efectos a veces muy graves. Lo que sustancializamos en la función aritmética citada es la característica f(x), atribuyéndole un significado del que carece, como si en aritmética el concepto de “doble” (abstracto respecto de sus valores x e y) tuviera cierta independencia (que requeriría formar abstractos tales como “dobleidad”, “doblez” o “doblería”) de los pares de valores tales como (2,4), (6,12), (50,100). […]
Pero la característica de la función f(x) carece de significado sustantivo, aunque no por ello hay que concluir, como algunos pretenden, que carece de todo significado. Lo que ocurre sencillamente es que las características de los conceptos funcionales tienen un significado sincategoremático, es decir, que solo significan como cosignificando con otros. Ya en la Edad Media, Alberto de Sajonia y otros, desarrollando una tradición de los gramáticos estoicos, acuñaron esta idea de los conceptos sincategoremáticos para dar razón de términos tales como “y”, “o”, “algunos”, etc.
La sustantivización de los conceptos funcionales suele entrañar efectos indeseables, embrollos, pseudoproposiciones o confusiones. Entre los ejemplos políticos más recientes podríamos citar el caso del término ciudadanía.
El término ciudadanía considerado como un concepto funcional supone un campo de variables cuyos elementos son valores políticos o nacionales (tales como x1 = España, x2 = Francia…) en función de los cuales la ciudadanía se aplica a los individuos que son miembros de la Nación española, de la Nación francesa, etc. (por ello se habla de ciudadanía española, ciudadanía francesa…). En las embajadas había un libro de registro denominado “Libro de ciudadanía”.
Ahora bien, al hipostasiarse o sustantivarse el concepto funcional de ciudadanía, se sugiere que la condición de ciudadano la tiene cada individuo al margen de la nacionalidad, como si la condición de ciudadanía le correspondiese a cada individuo en cuanto hombre. De este modo, el ciudadano se encontraría amparado directamente por la Declaración Universal de los Derechos Humanos [481-488], y con ello lo que se intenta es borrar, entre otras cosas, la ciudadanía española, anegándola en una ciudadanía cosmopolita regulada por una ética sin política; o bien, acudir a una ciudadanía europea que borre las naciones políticas [731] (entre ellas la nación española) [740], en armonía con los intentos de las autonomías secesionistas [744] que reclaman una ciudadanía vasca o catalana o gallega que borre la ciudadanía española.
Otro tanto ocurre con la Idea de Solidaridad, término acuñado por Pedro Lerroux para sustituir al término “fraternidad”, como herencia demasiado frailuna que la Revolución Francesa heredó del Antiguo Régimen [vid., Gustavo Bueno, “Proyecto para una trituración de la Idea general de solidaridad”, El Catoblepas, núm. 26]; porque la solidaridad no es independiente de los sujetos solidarios frente a terceros (la solidaridad no puede predicarse de los hombres en general, porque la relación de solidaridad debe ir acompañada de parámetros, como ocurre, para utilizar un ejemplo rápido y a mano, con la solidaridad de los cuarenta ladrones frente a los guardias).
Metafísica climacológica: Dialéctica Ideas Puras / Realidades
1. “Metafísica climacológica” (de klimax, acos, escala de gradas, escalera) es cualquier tipo de concepción del mundo que considera sus diferentes contenidos no ya como una masa caótica o desordenada, sino como un cosmos en el que los seres (átomos, moléculas, organismos, vegetales, animales, homínidos, hombres primitivos, hombres civilizados, ciudadanos del futuro…) están ordenados según una escala jerárquica de grados de perfección y valor creciente. Los procedimientos de la metafísica o cosmogonía climacológica están en el fondo de la Idea de Progreso.
Unas veces (Aristóteles), esta ordenación climacológica del universo tomará la forma de una disposición eterna (“estática”), de un cosmos también eterno, y en el que no cabe esperar transformación en la dirección de un “progreso global”. Porque el “progreso global” es una expresión que carece de todo sentido; el progreso solo tendría significado dentro de regiones particulares de la realidad, es decir, de un progreso particular; “progreso global” es una construcción tan absurda como “hierro de madera”: cabrá hablar de progreso especial en la sucesión de motores de explosión, según sus rendimientos, pero carecería de todo sentido intentar siquiera establecer una relación de progreso o de regreso entre el motor de explosión más perfecto hasta el presente y la perfección poética inigualable, según algunos, del primer soneto de Los mansos de Lope de Vega (vid. Gustavo Bueno, “Poemas y Teoremas”; “Poesía y Verdad”, El Catoblepas, núm. 88 y 89).
Otras veces, la ordenación climacológica del universo (de sus demiurgos y de sus obras), tomará la forma de un progreso dinámico, evolutivo, desde los grados más bajos hasta los más altos, ya sea por vía inmanente, ya sea como efecto de causas trascendentes, generalmente asociadas a demiurgos creadores. También hay que tener en cuenta las ordenaciones climacológicas de signo regresivo, las ordenaciones degeneracionistas utilizadas ampliamente por los neoplatónicos, y que gozan de gran actualidad entre los pesimistas, catastrofistas y apocalípticos de nuestros días, tanto en el terreno biológico como en el cosmológico.
De cualquier modo, podemos afirmar que la ordenación de los demiurgos (por ejemplo, los legisladores, o los pueblos que legislan), según su capacidad creadora, es una ordenación distributiva [24] en grados de perfección de su poder demiúrgico a partir de sus obras. La perfección creciente en estas capacidades creadoras solo podría explicarse a partir de un límite superior, puesto que solo una causa eficiente infinita podría dar cuenta de esa disminución gradual de la causa material en los diferentes grados de la escala ascendente. De otro modo, nos encontramos de lleno, y sin pretenderlo, utilizando una vez más, y por vía causal, la regla áurea de lo divino que, sin duda, se utilizó también de otras muchas maneras, por ejemplo, de una manera esencial y no causal. La regla que Aristóteles consignó en su Sobre la filosofía, se interpretará, en efecto, antes en el terreno de la esencia (platónico, suele decirse) que en el terreno de la causa: “Siempre que hay algo mejor, hay algo óptimo. Mas puesto que entre las cosas que son, una es mejor que otra, habrá también una cosa óptima, y esta será divina”. También Cicerón, en el Libro II De natura deorum, y por boca de Balbo, o Séneca en sus Cuestiones naturales, utilizaron el criterio de Deus mihil majus cogitari potest en un terreno esencial. Pero cuando hablamos de lo mejor en el sentido de la mayor perfección de un demiurgo (por ejemplo, de un legislador) y le atribuimos a Dios, por la regla áurea, su condición de creador, estamos indicando al mismo tiempo cómo la causa de los grados de perfección más altos o más perfectos que otros dados han de tener su causa en otros grados más altos (y no más bajos).
Sin embargo, todos estos procesos de conformación de series climacológicas conducentes a un ser perfectísimo, cuanto a sus capacidades demiúrgicas, y perfectísimo porque es definido como causa creadora (como podía serlo el pueblo capaz de darse a sí mismo su Constitución democrática), ¿son algo más que meras ordenaciones ideales sin más trascendencia real que la que pueda tener una ordenación de los polígonos regulares por el número de lados en una sucesión infinita cuyo límite, que habría que situar más allá de la sucesión, fuera el polígono de infinitos lados? Es decir: ese Dios perfectísimo (ese Pueblo, Voz de Dios, que anuncia la Humanidad futura) como causa de los grados de perfección demiúrgica que actúan debajo de él, ¿es algo más que el polígono de infinitos lados?
2. Consideraremos como ilustración dialéctica entre las Ideas puras y las realidades empíricas envuelta por ellas, desplegada en los procesos climacológicos progresistas, a cuyos esquemas suele acogerse los análisis, por ejemplo, de la democracia y del comunismo [854-875], y de modo muy sumario, dos ejemplos de muy diversa naturaleza (a fin de confirmar la independencia de nuestro análisis histórico sociológico de los ejemplos políticos que venimos considerando): la historia del cristianismo y la historia de los motores de vapor o de explosión.
1. Cristianismo eterno y cristianismo temporal (“realmente existente”). He aquí una distinción inspirada en los fundamentos de la fe.
A) Desde su propia perspectiva (emic) los cristianos parten del Cristo de la fe, de un Cristo que procedente de lo eterno, del Cielo, de la Segunda Persona de la Trinidad, descendió a la Tierra y se encarnó en el hijo de María.
a) Los cristianos militantes, que no pueden perder el contacto con su fundamento, por tanto los cristianos fundamentalistas, verán el cristianismo necesariamente como una revelación histórica, en su decurso temporal, iniciado por la persona de Jesús, pero eterno en sus contenidos religiosos (con sus implicaciones éticas y también, generalmente, morales y aun políticas).
b) Pero en el curso de su existencia histórica, abriéndose camino en medio de la Ciudad terrena, el cristianismo (y aun la misma biografía más prosaica de Jesús) habrá debido cruzarse con otras múltiples realidades a las que habrá tenido que enfrentarse, sortear o plegarse. Y estas circunstancias habrán determinado deformaciones, eclipses, desviaciones y hasta corrupciones de la Iglesia eterna, reconocidas por los mismos cristianos católicos; los protestantes, y hoy también muchos católicos, que vuelven sus ojos a la Iglesia primitiva, a la mítica Iglesia de Jerusalén, considerarán como línea de fractura más profunda el “pacto” con el Imperio de la Iglesia constantiniana, que habría alienado a los cristianos más genuinos, transformándolos en ciudadanos de una Iglesia demasiado interesada por las circunstancias temporales y terrenas (Lutero llegó a considerar al Papa León X como el Anticristo, a la manera como Trotski llegó a ver en Stalin el Demiurgo destructor del comunismo).
c) Sin embargo, y aun reconociendo que no es fácil exponer el desarrollo del cristianismo histórico (que no podría desprenderse de sus obispos guerreros, de sus inquisidores siniestros, de sus fieles prevaricadores) como si fuera un despliegue luminoso y sin sombras del cristianismo eterno, los cristianos militantes que no sean integristas podrían seguir viendo, desde sus fundamentos, la historia de la Iglesia realmente existente en el que se mantiene la fe viva, dejando a los teólogos la profundización de los “misterios de la Encarnación” y la delimitación de los ocultos designios de la Redención mediante la presencia continua de Cristo en el interior mismo de la Iglesia pecadora.
B) Pero, desde una perspectiva etic, no cristiana militante (como pueda serlo la perspectiva de un judío, un musulmán, o un “racionalista”, por no hablar de la perspectiva de un brahmán) las cosas podrían verse de otro modo.
a) Por de pronto, no se partirá ya del Cristo de la fe, sino del hijo de María, que vivió una determinada situación entre los judíos dominados por Roma; de las tradiciones hebreas, de los grupos políticos más radicales, de los zelotes, de los esenios… y se buscará al Jesús histórico, en la medida en que ello sea posible, investigando en los grados que alcanzó su instrucción en las prácticas mágicas, analizando sus parábolas, su pasión y su muerte. Pero también se hablará del desarrollo y transformación de los recuerdos de los evangelistas, especialmente, san Juan, y de los Apósteles, sobre todo de san Pablo, considerado por muchos cristianólogos como el verdadero creador del cristianismo.
b) La historia del cristianismo, durante los siglos posteriores, ya no tendrá por qué analizarse como la historia sobrenatural o sagrada del misterio de una pasión, repleta de los “misterios” de la constantes caídas, unidas a momentos de insurrección; sino como una historia natural de las vicisitudes de unas sectas o iglesias en su lucha por la vida frente a otras iglesias, sectas o imperios políticos; historia natural que nos irá mostrando cómo se entrecruzan sus prestaciones mutuas, doctrinales o rituales, etc.
c) Según esto, el cristianismo realmente existente será, desde luego, el cristianismo histórico positivo, empírico, porque no existe otro. El cristianismo eterno tendrá que ser explicado a partir del cristianismo realmente existente y no al revés; tendrá que ser explicado como una resultante de las confrontaciones diaméricas entre las diversas Iglesias cristianas que se reprochan mutuamente sus traiciones, pero que siguen enfrentadas contra otras religiones no cristianas o con ideologías no religiosas.
2. Motor perpetuo y motor temporal (realmente existente).
A) Desde la perspectiva emic del “creyente” en la posibilidad de fabricación, y aun en la realidad del móvil perpetuo:
a) Se comenzará por establecer la Idea de este móvil, su estructura fundamental, incluso sus especificaciones esenciales (móvil perpetuo de primer especie y móvil perpetuo de segunda especie). Inspirado por esta Idea, docenas de presuntos inventores han ensayado diferentes “modelos” o prototipos tecnológicos, muchos de los cuales han sido presentados (no siempre admitidos) en las oficinas de patentes para su registro correspondiente.
b) Se constatará que los motores reales, incluso los modelos prototipos patentados, no son móviles perpetuos.
c) Se concluirá que el móvil perpetuo realmente existente estará “parcialmente realizado” en algún móvil concreto que incorpora al motor parte de la energía de su movimiento; no exigirá, como si fuera un integrista, que el móvil concreto, realmente existente, deba incorporar la energía total necesaria para que su motor siga moviéndose de un modo recurrente. Y como podemos poner en serie creciente los motores ordenados según su potencia, podrá el creyente suponer también que todos estos motores son aproximaciones más o menos lejanas al móvil perpetuo.
B) Pero cuando miramos a la serie de estos motores positivos desde una perspectiva ajena (etic) a la del ideólogo fundamentalista del motor perpetuo, entonces:
a) Podemos considerar los motores reales, ya estén ordenados o no según el número de sus caballos, como motores construidos con total independencia de la Idea del móvil perpetuo que, en consecuencia, dejará de ser la Idea del móvil fundamental. Estos motores no se han fabricado a título de participaciones deficientes de la Idea de motor inmóvil, ni son tampoco motores inmóviles realmente existentes.
b) Ni la historia de los motores positivos la interpretaremos como una realización empírica y progresiva de la Idea del móvil perpetuo.
c) Lo que no eximirá de la necesidad de analizar el origen de la Idea de móvil perpetuo, y de su función. Por supuesto, la Idea de este móvil habrá de ser considerada no como anterior o inspiradora de los motores positivos, sino como la Idea que deriva de ellos. Y precisamente de su confrontación, cuando se los dispone en serie de creciente rendimiento. El móvil perpetuo es el límite de esta serie; un límite que el segundo principio de la termodinámica impide alcanzar. Por ello, será preciso detener, por anástasis, la serie infinita de motores cada vez más perfectos (anástasis [103] equivale a una detención o involución dialéctica de un proceso antes de que alcance su límite). Pero esto no nos permitirá concluir que único motor perfecto y el más fuerte sea el motor perpetuo (porque sería inmóvil, según demostró Aristóteles). Por tanto, rechazaremos la Idea de que los motores reales sean débiles o imperfectos, con déficit, porque ningún motor puede ser más débil que el motor que no existe.
En conclusión: los motores reales, los motores realmente existentes, los motores temporales, no habrán de verse como realizaciones deficitarias de un móvil perpetuo y, sin embargo, no por ello la idea de un perpetuum mobile es inútil cuando se la utiliza como límite revertido a los motores positivos o empíricos. La Idea límite nos permite, sobre todo, volver a los motores positivos, establecer las diferencias entre los funcionamientos deficientes atribuibles a la estructura de cada motor y los límites máximos de funcionamiento, que ya no podrán ser atribuidos a la imperfección de todo motor realmente existente cuanto a su propia perfección, y a su dependencia de los componentes y condiciones materiales de la máquina. Es la confrontación diamérica de estos motores con la idea de motor inmóvil previamente limitada la que puede dar lugar a resultados útiles.
Filosofía como saber de “segundo grado”
El saber filosófico no es un saber doxográfico [11], un saber pretérito, un saber acerca de las obras de Platón, de Aristóteles, de Hegel o de Husserl. Es un saber acerca del presente y desde el presente [12]. La filosofía es un saber de segundo grado, que presupone, por tanto, otros saberes previos, “de primer grado” (saberes técnicos, políticos, matemáticos, biológicos…). La filosofía, en su sentido estricto, no es “la madre de las ciencias”; la filosofía presupone un estado de las ciencias y de las técnicas suficientemente maduro para que pueda comenzar a constituirse como disciplina definida. Por ello las Ideas de las que se ocupa la filosofía, Ideas [783] que brotan precisamente de la confrontación de los más diversos conceptos técnicos, políticos o científicos, a partir de un cierto grado de desarrollo, son más abundantes a medida que se produce ese desarrollo.
Como saber de segundo grado la filosofía no se asignará a un campo categorial cerrado, como el de las Matemáticas o el de la Física. Pues el “campo de la filosofía” está dado en función de los otros, de sus analogías o de sus contradicciones. Y las líneas identificables que las analogías o las contradicciones entre las ciencias y otros contenidos de la cultura perfilan, las llamamos Ideas. En función de esta concepción de la filosofía, la metáfora fundacional expuesta en el Teeteto platónico, en virtud de la cual la filosofía es presentada como mayeutica, puede comenzar a interpretarse en un sentido objetivo y no sólo en el sentido subjetivo (pragmático pedagógico) tradicional. “El oficio de comadrón, tal como yo lo ejerzo (dice Sócrates) se parece al de las comadronas pero difiere de él… en que preside el momento de dar a luz, no los cuerpos, sino las Ideas… Dios ha dispuesto que sea mi deber ayudar a dar a luz a los demás y al mismo tiempo me prohibe producir nada por mí mismo…” Aplicaremos estas analogías no tanto a los individuos (necesitados de “ayuda pedagógica” para “dar a luz” sus pensamientos) sino a las propias técnicas y ciencias que en sus propios dominios (en sus categorías) tallan conceptos rigurosos de los cuales podrán desprenderse las Ideas.
La filosofía se nos muestra entonces no ya tanto como una actividad orientada a contemplar un mundo distinto del mundo real conceptualizado (en nuestro presente, en todas sus partes, está conceptualizado por la técnica o por la ciencia, porque no quedan propiamente “tierras vírgenes” de conceptos) sino a desprender las Ideas de los conceptos pues ella no puede engendrar Ideas que no broten de conceptos categoriales o tecnológicos. Y, sin embargo, los conceptos “preñados de Ideas” necesitan de la ayuda de un arte característico para darlas a luz y este arte es la filosofía. Evitaremos, de este modo, esas fórmulas utópicas que pretenden definir la filosofía a través de conceptos, en el fondo, psicológicos, tales como “filosofía es el amor al saber”, o la “investigación de las causas primeras”, o el “planteamiento de los interrogantes de la existencia”. En su lugar, diremos: filosofía es “enfrentamiento con las Ideas y con las relaciones sistemáticas entre las mismas”. Pero sin necesidad de suponer que las Ideas constituyen un mundo organizado, compacto. Las ideas son de muy diversos rangos, aparecen en tiempo y niveles diferentes; tampoco están desligadas enteramente, ni entrelazadas todas con todas (la idea de Dios no es una idea eterna, sino que aparece en una fecha más o menos determinada de la historia; la idea de Progreso o la idea de Cultura tampoco son ideas eternas: son ideas modernas, con no más de un par de siglos de vida). Su ritmo de transformación suele ser más lento que el ritmo de transformación de las realidades científicas, políticas o culturales de las que surgieron; pero no cabe sustantivarlas.
“La filosofía”, por tanto, no tiene un contenido susceptible de ser explotado o descubierto en sí mismo y por sí mismo, ni siquiera de ser “creado”, por analogía a lo que se conoce como “creación musical”: la filosofía está sólo en función de las realidades del presente, es actividad “de segundo grado” y no tiene mayor sentido, por tanto, buscar una “filosofía auténtica” como si pudiera ésta encontrarse en algún lugar determinado. Lo que ocurre es que, por ejemplo, nos hemos encontrado con las contradicciones entre una ley física y una ley matemática: “no busco 'la filosofía' -tendría que decir- sino que me encuentro ante contradicciones entre ideas o situaciones; y, desde aquí, lo que busco son los mecanismos según los cuales se ha producido esa contradicción, sus analogías con otras, etc.”; y a este proceso llamamos filosofía.
Ahora bien, la respuesta a la pregunta ¿qué es la filosofía? sólo puede llevarse a efecto impugnando otras respuestas que, junto con la propuesta, constituya un sistema de respuestas posibles; porque el saber filosófico es siempre (y en esto se parece al saber político) un saber contra alguien, un saber dibujado frente a otros pretendidos saberes.
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