Filosofía administrada / Filosofía inadministrada
Platón fue el fundador de la Academia y, con ella, de un método característico de filosofar: el método dialéctico. Platón, en la Academia, instituyó el método formal de proceder de una filosofía que, hasta entonces, se había manifestado “informalmente” en la plaza pública, como “filosofía mundana”. Sócrates es la encarnación más pura de este modo “mundano” de filosofar. Esta misma filosofía mundana inspira, desde su propio ejercicio, la conveniencia de crear instituciones (o de reutilizar instituciones ya establecidas, incluyendo aquí la casa de Calias) como espacios capaces de favorecer y desarrollar su propia vida. La “institucionalización” de la filosofía abriría una dialéctica en virtud de la cual la “conveniencia” llevaría aparejada una “inconveniencia” de alcance muy diverso y, en el límite, la de-generación de la filosofía, a partir precisamente del cierre “sobre sí misma” (o, lo que es lo mismo, a partir de su alejamiento de la filosofía mundana del presente). A este “cierre sobre sí misma” podrá llegar de muchas maneras: 1) Por el dogmatismo. 2) Por el engolfamiento en su propia tradición histórica. Estas dos vías permitirán hacer creer a la filosofía institucionalizada que ella, viviendo exenta del presente que la envuelve, puede alimentarse de sí misma.
En Alejandría, en Roma, en el Imperio de Oriente (sin perjuicio del paréntesis abierto por Justiniano) y, desde luego, en el ámbito de la Iglesia católica o del Islam, la filosofía fue institucionalizándose en formas cada vez más rígidas, como filosofía escolástica: alcanzó la situación de una “filosofía administrada” por las instituciones privadas, las públicas o las eclesiásticas. A diferencia del filosofar mundano (a partir de la política, la ciencia, la medicina, del ejercicio de la abogacía, etc.), la filosofía fue “sometida” a una organización sistemática, a una “programación”, a una ratio studiorum. La filosofía administrada habrá contribuido decisivamente a alcanzar el rigor y la precisión en los análisis de las ideas que la historia nos ha arrojado, y que son inalcanzables en su vida mundana. Pero, simultáneamente, la tendencia a aislarse de la filosofía mundana del presente (que es siempre fuente suya) y a acogerse a los intereses de la “Administración” que la ha incorporado a sus fines propios, orientará su evolución hacia formas anquilosadas y la convertirá en vehículo meramente ideológico (aun cuando tampoco se reduzca a este servicio). No puede olvidarse que ni Bacon, ni Descartes, ni Espinosa, ni Leibniz, fueron “filósofos universitarios”. La misma dialéctica que determinó la constitución de la filosofía como “filosofía administrada” determina también la tendencia a una diversificación de la filosofía, en este régimen, en dos direcciones: la que conduce a su “ensimismamiento” en el conjunto de la sociedad que la sostiene y la que conduce a su “apertura” constante hacia esa misma sociedad. Aquélla es la que cree poder nutrirse de su propia sustancia, de sus principios o de su historia. Ésta actuará, en cambio, con la voz dirigida, desde el principio, hacia el público que la rodea. Las formas sociológicas e históricas en las que se manifiestan estas dos direcciones de la “filosofía administrada” son muy diversas; sólo tomaremos en cuenta aquí las formas hoy más significativas: la Universidad y las Instituciones (o Institutos) de Enseñanza Secundaria. Por estructura la filosofía administrada por la Universidad tiende a “ensimismarse”, mientras la filosofía administrada por las Instituciones Secundarias, tiende a “abrirse”.
Filosofía administrada por la Universidad / Filosofía administrada por los Institutos de Enseñanza Secundaria
Son dos formas en las que se manifiesta la filosofía administrada. La filosofía universitaria, que en modo alguno debe confundirse con la filosofía académica, tiende a ser una filosofía “de profesores para profesores”. Y ello es debido a que el público que acude a sus aulas es, en su inmensa mayoría, un público formado por futuros profesores que, aun cuando no vayan a dedicarse a la Universidad, sin embargo está formándose en un ambiente en el cual las exposiciones, los análisis, los debates, las publicaciones, se mantienen en el círculo de los profesores de filosofía que conviven con otros profesores de filosofía. Esta situación es la que hace posible el cultivo, cada vez más refinado, de un saber de especialistas, que es, o tiene que ser, eminentemente doxográfico-filológico, precisamente para que el “ensimismamiento” pueda mantenerse y alimentarse con las realizaciones propias (que, de otro modo, desde luego, no se producirían). La filosofía administrada por los Institutos (de nivel secundario) tiende a “abrirse” a la sociedad. Se dirige a un público en principio no definido profesionalmente. El público de los Institutos representa en realidad “a toda la nación”, simbolizada en los jóvenes que todavía no se han profesionalizado. En el Instituto el “profesor de filosofía” no puede vivir ensimismado en el círculo de los profesores de filosofía, sino que se ve obligado a con-vivir con profesores de otras disciplinas científicas o literarias. Y sus alumnos no son futuros profesores de filosofía, sino futuros electricistas, sacerdotes, médicos, políticos, aviadores, militares, empresarios… o desempleados.
A la hora de establecer las diferencias entre estas dos formas de la filosofía administrada subrayamos dos peligros:
1) Utilizar la distinción entre los conceptos de filosofía académica y filosofía mundana para expresar la diferencia, como si la “filosofía universitaria” fuese la filosofía académica, mientras que la “filosofía abierta” debiera entenderse como una filosofía mundana. No hay ninguna razón para que la “filosofía abierta” no sea, y no deba ser también, filosofía académica.
2) Utilizar la distinción, común en la “administración de las disciplinas científicas”, entre un nivel universitario (el propiamente científico, al menos en teoría) y un nivel medio (en el que la ciencia deja paso a la divulgación y, a lo sumo, a la formación de futuros investigadores).
Es frecuente sobrentender que la filosofía universitaria representa el “nivel superior” (auténticamente filosófico o, acaso, incluso científico) mientras que a la filosofía del Instituto le corresponderá sólo el nivel propio de la divulgación de los estudios superiores. El profesor de instituto que se guíe por este modo de entender verá sus tareas en la enseñanza media como una simple pérdida de tiempo: su “vocación” o “misión” de filósofo no tiene nada que ver, pensará, con la “cura de almas adolescentes”, sino con la “investigación”; y ésta ha de hacerla en la Universidad o, por lo menos, fuera del Instituto. Es necesario destruir por completo semejantes esquemas confusionarios.
La filosofía no es ciencia: no cabe distinguir en ella un nivel de “investigación” y un nivel de “divulgación”. Cuando se hace “ciencia” es precisamente cuando deja de ser filosofía, convirtiéndose en filología o en doxografía (especialidad, por otro lado, imprescindible). Y deja de ser filosofía en virtud de su alejamiento de las fuentes mundanas, elementales; alejamiento simultáneo al proceso de com-posición o análisis de unas ideas o sistemas, dadas por la tradición, con otras ideas o sistemas. Pero ocurre que la filosofía no puede jamás alejarse de sus “elementos”, de los orígenes que alientan siempre en su “presente”. A estos elementos regresa una y otra vez la filosofía mundana que desde el presente percibe el proceso de constitución de Ideas “originales” actuales (es decir, determinadas por el presente, sean nuevas, sean idénticas a otras Ideas del pretérito). Y, en régimen de filosofía administrada, la situación más favorable para este regressus [229] a los elementos es la situación en la que, por institución, ella se orienta hacia la “nación”, y no hacia los otros profesores de filosofía. Porque los principiantes que tiene delante el profesor de filosofía son los que le obligan a él a regresar a los elementos, y, por tanto, a filosofar en el sentido más genuino. Al “formar” el juicio de los jóvenes, reforma sus propios juicios filosóficos, los cambia o los corrobora. Otra cosa es que pueda llevar adelante una misión de semejante importancia; más fácil es atribuirse la misión de divulgador de unos saberes especializados.
Filosofía (acepciones de)
Es preciso establecer determinadas clasificaciones de acepciones de filosofía concebidas del tal modo que, en virtud de su misma forma, nos proporcionen la seguridad de que “cubren el campo”, de que son exhaustivas, aun cuando no lo agoten. El criterio principal al que nos atendremos será el que tenga en cuenta las relaciones de la filosofía con otros contenidos del presente “en marcha” (social, tecnológico, político, científico, etc.). En función de este criterio pondremos a un lado las acepciones susceptibles de ser incluidas en un tipo caracterizado por concebir a la filosofía como un “saber”, “actividad”, “institución”, “disciplina”, etc., exenta [9] respecto de ese presente; y las que puedan ser incluidas en un tipo caracterizado por concebir la filosofía como dependiente, inmersa o implantada [12] en ese presente.
Filosofía “exenta” respecto del “presente”
Primer grupo de maneras de entender la filosofía [8] según el cual ésta se concibe desde una perspectiva exenta, por respecto de los contenidos considerados efímeros del presente tecnológico, social, cultural, científico, político, etc. Este modo de entender la filosofía no debe identificarse con el modelo más radical, a saber, la concepción de la filosofía como fuga saeculi (Plotino). Sin embargo, comprende a las concepciones de la filosofía que la conciben:
1º. Como sabiduría que excluye “la vuelta a la caverna” y espera, desde su sabiduría “exenta”, hacer posible el enjuiciamiento crítico y sereno del presente en el que se ejercita.
2º. Como praxis o ejercicio orientado a prescindir de toda doctrina, en beneficio de una “visión intuitiva” de la “realidad última”.
3º. Como un saber “de primer grado”, referido a su supuesta sustancialidad, que permitiera alimentar ese saber en cuanto exento respecto de un presente que permaneciese “por debajo”; un saber de primer grado que oponemos a la concepción de la filosofía como saber de segundo grado (por respecto de ese presente social, científico, etc., respecto del cual se definirían las cuestiones filosóficas).
El regressus del presente, que ponemos como condición de una filosofía exenta, puede tener lugar de dos maneras: según el modo dogmático o escolástico [10], y según el modo histórico [11] (y, por ampliación, el etnológico).
Filosofía (exenta) dogmática o escolástica
Primer modo de entender la filosofía exenta [9] respecto del presente. Nos sitúa intencionalmente en un mundo intemporal, incluso eterno, que contiene a Ideas supuestamente eternas tales como Ser, Acto Puro, Persona, Dios, Justicia, Verdad, Conocimiento, etc., el mundo de los primeros principios y de las primeras causas. La filosofía exenta cobrará el aspecto de un saber (no sólo de un amor al saber) que podrá tomar la forma de un cuerpo de doctrina enseñable y transmisible. La filosofía exenta tenderá a tomar la forma de una filosofía escolástica, así como recíprocamente, una filosofía que haya tomado la forma escolástica tenderá a autoconcebirse como filosofía sustantiva, exenta y eterna. La filosofía será puesta “más allá” de la Cultura, será considerada praetercultural: no será vista como una forma cultural más entre las formas históricas; ya no sería, por sí misma, un contenido cultural, y ni siquiera podría considerarse como un contenido natural. La filosofía exenta escolástica no excluye el reconocimiento de una necesidad pedagógica, psicológica, propedéutica y aún política, de partir del presente, que se entenderá como el conjunto de las apariencias o de los fenómenos. Ejemplos: la filosofía tomista (en un sentido amplio, que incluye, por ejemplo, al suarismo); la filosofía cartesiana, en tanto que cree haber alcanzado el primer principio inconmovible a partir del cual puede derivarse todo saber posterior, el cogito, ergo sum; la filosofía neokantiana, el “sistema de filosofía” de los krausistas españoles; y el Diamat.
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