Arquitectura paleocristiana y bizantina:
En tanto que los asentamientos griegos y romanos tenían una apariencia mas compleja, las ciudades cristianas se caracterizaron por sus iglesias y solo el castillo constituiría otro “foco” de interés arquitectónico.
Surgimiento de la iglesia: A mediados del siglo IV el cristianismo había proliferado notablemente en la población romana, a la vez que el decaimiento económico y político del imperio era inminente, a punto tal, que en una maniobra por mantener la unidad política del imperio, en el año 325 Constantino reconoce al cristianismo como la religión oficial del imperio. Con ello se oficializaron los encuentros cristianos, los cuales hasta ese momento se llevaban a cavo de manera clandestina en las casas particulares de los devotos. Quizá esto produjo el acostumbramiento de los cristianos a reunirse dentro de espacios interiores cerrados, lo que hasta ese momento no había ocurrido en las demás religiones, que se reunían en espacios abiertos, en torno a tronos ofrecidos a sus dioses, sin tener acceso a ellos. Por tal motivo se hizo necesaria la construcción de recintos tendientes a posibilitar las reuniones cristianas, con lo que se dio lugar al nacimiento de un nuevo estilo arquitectónico: la iglesia. Y de hecho, mientras que los templos paganos eran entes que congregaban a los adoradores fuera de ellos, las iglesias por el contrario, constituían espacios destinados a albergar a los fieles en su interior.
Las propiedades espaciales fundamentales de la arquitectura eclesiástica primitiva fueron:
- El espacio centralizado (implementado por primera vez en el panteón) en el cual el hombre se sentía protagonista del espacio y así de la arquitectura.
- Los espacios longitudinales (como el de las basílicas) que le inferían a la arquitectura un carácter de recorrido.
- Una pronunciada interioridad, la cual se ve definida por una profusa decoración interior, que determinaba su desmaterialización y le concedía al espacio un carácter espiritual.
El espacio longitudinal:
En el lado occidental (arquitectura paleocristiana) predominó el espacio longitudinal, dada a través de la de la forma basilical adoptada por la iglesia, lo que se debió al veloz auge vivido por el cristianismo, en contraste con su escasez económica (la cristiana era una religión muy difundida entre las clases bajas): desde un principio, los fieles romanos encontraron en la basílica un espacio ideal para realizar sus actividades litúrgicas, por lo cual adoptaron la forma de ese edificio para tal fin. En la Roma imperial este edificio era destinado a la administración pública y las operaciones mercantiles. Su forma típica es una nave larga y estrecha (cubierta con bóveda de cañón o mas a menudo conformada por una cubierta de cerchas de madera) flanqueada por naves laterales mas pequeñas, por encima de las cuales las ventanas altas iluminaban la parte central del edificio. Uno de los extremos termina en un semicírculo abovedado (ábside) en el cual se situaba el altar. Originalmente la basílica romana contenía dos ábsides, uno de los cuales fue eliminado y sustituido por la entrada y el otro paso a contener los instrumentos desde donde se impartía el culto (el altar, los asientos de los consejeros y un trono).
Por otra parte, para el hombre paleocristiano el recorrido significaba redención, y no vio una mejor disposición que la longitudinal, para encontrar dicha redención. Esto sumado a lo anterior, hizo que los cristianos primitivos vieran plasmada en la basílica, el lugar ideal para la concreción del divino acto del culto a Dios.
Las columnatas que acompañan a las naves laterales, carecen de función estructural y solo son aplicadas a fin de remarcar el movimiento longitudinal.
La luz entraba a través de pequeñas ventanas de arco, que mantenían iluminada la nave central, en tanto que las naves laterales permanecían en la oscuridad, flanqueando el recorrido central, al cual le propinaban un carácter divino, que remataba en el ábside, lugar donde se “manifestaba” Cristo.
Con el paso del tiempo se agrega un transepto al conjunto, como referencia simbólica hacia la cruz en la cual fue sacrificado Jesús.
El espacio centralizado:
Por su parte, los espacios centralizados predominan en la arquitectura bizantina (lado oriental) en donde el poderío económico es muy notorio, debido a que Constantinopla constituía un nexo comercial entre el occidente y el lejano oriente. El comercio otorgó a Bizancio un poder económico tal, que la dejó fuera de la necesidad paleocristiana de adaptar para el culto, un espacio “barato” (la basílica), por lo que se vio en la libertad monetaria de optar por una forma mas costosa, que destaque el legado imperial. Es así que en el siglo IV se adopta la planta central, cuya apariencia formal es algo parecida a la del panteón romano, en donde dicho espacio central se ve definido por la cúpula.
La iglesia bizantina era concebida como una imagen del cosmos, en donde la cúpula representaba al cielo, en tanto que las partes inferiores constituían la zona “terrestre”. El edificio bizantino no es otra cosa que la adaptación de la basílica paleocristiana, a un edificio centralizado; y como en aquellas; el centro está inundado de luz, en tanto que el deambulatorio (el equivalente a las naves laterales en las basílicas) permanece en la penumbra.
Aquí también se incorporó un eje longitudinal, pero con un rol bastante secundario en relación al protagonismo del espacio centralizado. En occidente ocurre lo mismo pero de manera inversa, por lo que en ambos casos se da una combinación o una síntesis entre la longitudinalidad y la centralización, predominando la primera en occidente y la segunda en oriente.
Interioridad:
La interioridad se manifiesta en todas las iglesias primitivas, pero especialmente en las paleocristianas, las cuales son concebidas como “mundos interiores”, cualidad la cual se ve subrayada por la articulación del interior y el somero tratamiento del exterior. El tratamiento decorativo continuo despojó a los muros de su carácter estructural y sustancial, propinándole cierta inmaterialidad celestial.
Lo que se buscaba con esto era despojar al espacio interior de su carácter terrenal, otorgándole cierto misticismo al ambiente, de modo tal que quién ingrese abandone la materialidad terrestre, para conectarse con la mística espiritual del reino celestial.
Con lo dicho vemos que la intención básica de la arquitectura cristiana primitiva (en especial la paleocristiana) era la concreción del “espacio espiritualizado” que se obtenía mediante la “desmaterialización”, es decir, mediante un tratamiento particular de la superficie y un tipo determinado de iluminación. Dicha idea se manifiesta tanto en edificios centrales (bizantinos) como en los longitudinales (paleocristianos); pero en esta última se da una combinación del espacio espiritualizado con el gran tema del recorrido de la vida entendido como camino de redención.
Constantinopla:
Con el traslado de la capital del imperio hacia Constantinopla en el año 330, se da comienzo a una nueva era histórica que representa un nuevo paso en la evolución arquitectónica. Como bien nos tiene acostumbrado el puntilloso imperio romano, el emplazamiento de la nueva capital no se da al azar, sino que responde a ciertos cánones significativos, propios de la cultura imperial romana: Constantinopla se ubica en el lugar exacto en que se unen Asia y Europa, en el punto medio entre Roma y Jerusalén, produciendo un equilibrio geográfico entre el antiguo imperio y “el nuevo pacto” cristiano. En dicha zona no solo se encuentran oriente y occidente, sino también los mares negro y mediterráneo, conformando un eje norte-sur, es decir un cardo, que corta al decumanus imperial y en cuya intersección se yergue Constantinopla.
En contraste con la rígida organización geométrica de los asentamientos romanos, la ciudad de Constantinopla se organizó topológicamente.
Constantinopla carece de la pesantez y la fuerza plástica que caracterizaron a las formas arquitectónicas romanas, en su lugar la ciudad se lee en siluetas y contornos que diluyen a las superficies desmaterializándolas, con lo que la ciudad pierde su carácter terrenal para convertirse en un espejismo, que se funde con el cielo.
Durante la primera mitad del siglo IV, bajo el gobierno de Justiniano, se inició el desarrollo que le dio a la ciudad su perfil característico, dominado por las innumerables cúpulas de las iglesias, entre las que se destaca la Santa Sofía, de la cual se hablará mas adelante.
Construcciones bizantinas:
Luego del decaimiento del imperio romano, el poderío económico es heredado por Bizancio, adonde se traslada también la cultura arquitectónica romana. Entre los siglos V y IX Europa occidental carece de grandes producciones arquitectónicas, siendo Bizancio (en función de su poderío comercial) el único punto de referencia de la época en lo que se refiere al arte de construir. En ella se dieron importantes innovaciones en la arquitectura, especialmente en la sacra.
La arquitectura bizantina se convirtió en una síntesis entre la arquitectura imperial romana y la del medio oriente. De Roma adoptaron el uso del ladrillo y del cemento, de los otros el uso de la cúpula. El mérito de los bizantinos radica en haber logrado montar a la cúpula sobre una planta cuadrada o rectangular (gracias a la aplicación de la pechina) lo que les permitió a los arquitectos bizantinos, salir de la planta circular, a la que estaban limitados los arquitectos romanos a la hora de implementar una cúpula. Esto fue posible en gran parte gracias a la evolución técnica en la aplicación del ladrillo, con el que de manera ingeniosa, se creó la pechina, la cual es una perspicaz forma geométrica que consiste en rellenar los espacios sobrantes entre el cuadrado de la planta y el círculo de la cúpula. La pechina consiste en la inserción de un cuadrado dentro de una semiesfera, el cual se proyecta en altura para conformar una especie de arcos alabeados, sobre los cuales apoya la cúpula.
Además de esto, el ladrillo también era utilizado como revestimiento interior de muros y techos, en especial en forma de mosaico.
Santa Sofía:
La obra mas destacada y representativa de este estilo es la iglesia Santa Sofía, que es considerada una de las obras maestras en la historia de la arquitectura, y fue construida por Justiniano en el 532 DC en Constantinopla.
Santa Sofía es una combinación de estructuras centrales y longitudinales: a la cúpula central se le añaden semicúpulas, las que determinan una dirección longitudinal este-oeste. A su vez, a cada semicúpula se le adosan un par de semicúpulas mas pequeñas dispuestas diagonalmente y, un ábside remata el movimiento longitudinal. El total del conjunto se circunscribe dentro de un gran rectángulo de 71 x 37 mts aproximadamente.
La cúpula principal, con un diámetro de mas de 30 mts, esta perforada en la base, por una fila de ventanas y se apoya sobre pechinas soportadas por grandes pilastras.
El interior se desmaterializa mediante la combinación de la suntuosa decoración (revestimiento continuo de paneles de mármol y de mosaicos), el espacio doble envolvente y la transparencia general; o sea la iluminación; la cual irradiaba desde el centro del cielo (la cúpula central) y embebía el interior de luz divina. Así, las formas espaciales, la luz y los colores, se originan en la cúpula central.
Conceptos generales:
- En toda iglesia paleocristiana hallamos la misma búsqueda de desmaterialización e interioridad, o sea, el “espacio espiritualizado”, de modo tal que el creyente experimentaba la sensación de entrar en el cielo, cada vez que ingresaba a la iglesia.
Tal efecto se logra por medios ópticos, a través de la decoración, la iluminación y la desmaterialización real del muro en razón de la introducción de las arcadas. En la iglesia bizantina, esto último se concreta con mayor efectividad mediante el sistema del baldaquino, que provoca la genuina disolución del muro.
- Las columnas han perdido su fuerza plástica, dado que sus alturas, diámetros y capiteles varían considerablemente, con lo que podemos afirmar que ya no representan ningún carácter antropomórfico específico, y simplemente se las aplica como medio para subrayar el movimiento o recorrido longitudinal.
- En la basílica, el límite de la zona inferior queda oculto en la oscuridad, en tanto que de la pared superior parece irradiar la luz divina.
- Los símbolos espirituales de centro y de recorrido están presentes en todas las iglesias, pero en algunos casos difieren con respecto a la arquitectura; por ejemplo: si bien el centro espiritual es el altar, raramente coincide con el centro arquitectónico del edificio. Incluso en la iglesia bizantina de planta central, el altar aparece colocado al final de un recorrido longitudinal, en donde el centro arquitectónico es un eje vertical el cual se ve definido por la cúpula celestial. En la arquitectura bizantina este eje es de primordial importancia, en tanto que el recorrido longitudinal esta menos subrayado. Lo contrario ocurre en la basílica paleocristiana, en donde el eje vertical apenas esta insinuado.
Esto se dio bajo el significado de que para alcanzar a Cristo el camino es largo y arquitectónicamente tal camino se concretó como un eje longitudinal, definiendo un recorrido de redención que lleva hacia el altar.
- Mas tarde se introduce el principal símbolo cristiano, es decir la cruz, a la planta de las iglesias. Así tenemos entre los siglos V al IX, una gran cantidad de iglesias cruciformes (con transepto) dedicadas a los santos apóstoles.
- La diferente selección y combinación de formas simbólicas en la arquitectura occidental y en la bizantina, deriva de la diferente interpretación de la idea de redención: para el hombre occidental la redención se da a través del camino, lo que determina el recorrido, mientras que en oriente, el mundo es concebido como un todo estático y armonioso que reposa en sí mismo “por los siglos de los siglos”. En consecuencia el centro, el círculo y la cúpula se convirtieron en las formas espaciales primordiales.-
La basílica era un edificio relativamente utilitario y de construcción sencilla, que constituía la manera mas económica de cubrir un gran espacio y dadas las apuradas condiciones económicas en que creció la iglesia en los primeros días, la forma de la basílica se convirtió en un arquetipo para la construcción de iglesias en occidente.
Con la importancia económica ganada por Bizancio, este se convierte en heredero cultural del imperio, dándole continuidad a su majestuosidad arquitectónica, la que se plasmaba claramente en las iglesias, que partiendo mas o menos del panteón, evolucionaron hasta convertirse esencialmente en las típicas iglesias bizantinas de planta central con cúpula.
San Sergio y San Baco, Constantinopla (525)
Al igual que en el Panteón, la línea de imposta de la cúpula es mas baja en el interior que en el exterior, lo que proporciona canto estructural allí donde se necesita, creando al exterior la típica cúpula rebajada bizantina.
Cuatro grandes pilares de piedra en las esquinas de un cuadrado de unos 30 m de lado, unidos por medio de pechinas, sobre la que se apoya la enorme cúpula. Este espacio central se amplía hacia el este y el oeste por adición de semicúpulas, apoyadas sobre otros pilares. En conjunto, cúpula y semicúpula forman una gran nave de forma ovalada de aproximadamente 70 m de longitud, a partir de la cual se sitúan las estructuras de menor altura que forman el nártex de entrada, las naves laterales y el ábside. Las semicúpulas y sus soportes sirven para recoger el empuje de la cúpula principal en dirección este y oeste, y cuatro grandes contrafuertes situados sobre las naves laterales sirven de soporte a los flancos norte y sur. El interior se ilumina mediante ventanas situadas en la cúpula y en los muros circundantes, con un gran despliegue de colores, gracias a los mármoles y a los mosaicos.
El contraste producido entre la riqueza decorativa y la simplicidad del diseño global, conforman una característica típica de la arquitectura bizantina.
Evolución de la planta de las iglesias
Columnatas
Ábside
Transepto
Nave central
Nave lateral
Nave lateral
Deambulatorio
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