San Alejandro de Alejandría (Alejandría, 250 - ibídem, 326) fue nombrado obispo de Alejandría en 313, con el nombre de (Ἀλέξανδρος), para suceder a San Achilla de Alejandría, y se mantuvo en dicho cargo hasta su muerte.
Fue el décimonoveno patriarca de Alejandría título que precede al de papa de la Iglesia copta o patriarca de la Iglesia ortodoxa, previo al cisma del año 457.
Alejandro es famoso por su oposición a la llamada "herejía arriana", que afirmaba que Jesús no era Dios verdadero, sino solo el Hijo de Dios, que se había encarnado en Jesús de Nazaret; era el unigénito de Dios y por lo tanto tenía un origen temporal, la primera de las criaturas creadas, y por ello no era coeterno con su Padre.
Alejandro también es conocido por su doctrina apostólica y una de sus acciones más destacadas fue ordenar a un joven diáconode nombre San Atanasio, que más tarde sería célebre y admirado en toda la cristiandad.
Alejandro aunque fue gentil con los arrianos, también fue determinado. Muchos lo acusan de haber comprometido la posición de la Iglesia, aunque otros autores afirman que fue impetuoso a causa de su posición irreductible. No obstante, debe ser considerado como un campeón en la enseñanza de la Iglesia católica lo que está acreditado al incluirlo en su santoralpor su celo pastoral, celebrándose su festividad el 26 de febrero, en la Iglesia ortodoxa el 29 de mayo y en la Iglesia Copta el 17 de abril
Durante mucho tiempo se dirigió a Arrio intentando convencerlo de su error antes de su excomunión, en el 321. La excomunión fue confirmada en el Sínodo de Alejandría. Su Circular Episcopal sobre la herejía arriana sobrevivió al tiempo que es una parte importante de la literatura eclesiástica de aquel período.
Como obispo, Alejandro prefería a los monjes, destacando aquellos que vivían como eremitas en el desierto, a los que consideraba como modelo para sus ovejas. También insistió en la caridad con los pobres en la diócesis bajo su control, virtudes por las que fue famoso.
Se considera a Alejandro como uno de los principales responsables del Primer Concilio de Nicea en el año 325, donde el arrianismo fue formalmente condenado. La labor de Alejandro en este concilio sería de capital importancia posteriormente, dado que unos años más tarde el emperador Teodosio I tomó la trascendental decisión de hacer del cristianismo niceno o catolicismo la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica de 380.
Falleció en Alejandría en el año 326, según algunas tradiciones el 26 de febrero, dos años después de regresar del concilio, y habiendo nombrado a San Atanasio de Alejandría como su sucesor.
San Alejandro de Alejandría | ||
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Obispo de Alejandría | ||
Nacimiento | 250 d.C. Alejandría | |
Fallecimiento | 326 d.C. Alejandría | |
Venerado en | Iglesia copta, Iglesia ortodoxa, Iglesia católica | |
Principal santuario | templo de Bucalis | |
Festividad | 26 de febrero |
San Alejandro de Alejandría, obispo. | |||||||||||
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Del primer antiarriano. | |||||||||||
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San Alejandro de Alejandría, obispo. 26 de febrero, 29 de mayo, Iglesias Ortodoxas, y 17 de abril, Iglesia Copta.
Alejandro nació sobre 250, y desde joven se consagró al servicio de Cristo. Sozomeno dice que era conocido por su afabilidad y mansedumbre. En 313, luego de la muerte de San Aquilas (13 de junio), nuestro santo fue elegido patriarca de Alejandría. Un día, habiendo terminado las fiestas de la celebración del martirio de San Pedro I de Alejandría (26 de noviembre y 9 de diciembre, Iglesias Orientales), se fue a comer con sus clérigos. Vio por su ventana a unos niños que remedaban ser sacerdotes y realizaban un bautismo. Fijándose en el que oficiaba de obispo y lo correcto de sus ceremonias, les llamó e interrogó, admirándose de que todo lo habían hecho conforme a las normas litúrgicas, y comprendió lo que valía aquel chico y se encargó de su educación y cuando ya era un joven instruido y piadoso, Alejandro lo ordenó de diácono sobre 320, y le eligió como su secretario. Ese niño era el gran San Atanasio (2 de mayo). Alejandro fue el obispo al que tocó la época de tránsito entre las persecusiones y la anhelada paz con el Imperio. Pero esta paz trajo otros problemas internos para la Iglesia que Alejandro heredó de sus antecesores Pedro I de Alejandría y Aquilas: En Egipto las persecuciones habían sido brutales, provocando esclarecidos mártires y conocidas deserciones y apostasías. Una vez terminada la persecución, Pedro había sido implacable con los "lapsi", aquellos que habían aparentado ser idólatras por temor al martirio. Entre ellos estaba Melecio, obispo de Licópolis de Egipto, que había sacrificado a los dioses por conservar la vida. Pedro le depuso de su sede y Melecio, en lugar de reconocer su culpa y aceptar la pena, creó un cisma junto a sus seguidores. Pedro intentó reducir a los cismáticos, pero nada logró. Como dije, Alejandro heredó este problema, pero él no siguió la estela de rigor de su maestro, sino que propugnaba por perdonarles. Tampoco obtuvo nada, pues los melecianos, a los que no hay que confundirles con los otros "melecianos", seguidores de San Melecio de Antioquía (12 de febrero), aún dieron guerra bastantes años más. Una leyenda le quiere presente junto a San Aquilas en el martirio de Pedro I de Alejandría, en compañía del diácono Arrio. Pedro les habría advertido del mal que el Arrio habría de traer a la Iglesia, por medio de la visión de Cristo vestido con una túnica rota. Por ello les advirtió que no debían admitirle a la comunión de la Iglesia, de la cual él le había excluido por su afinidad con los melecianos. Ciertamente podemos dudar de semejante leyenda, porque fue Aquilas el obispo que ordenó presbítero a Arrio, cosa impensable de haber sido cierto la narración previa. Cuando Arrio, sobre 318, comienza la enseñanza de su doctrina herética, que negaba la divinidad de Cristo y su inferioridad con respecto al Padre, nuestro Alejandro, ya obispo, reacciona pronto, intenta que Arrio reconozca sus peligrosos errores, con gentileza le exhorta y corrige, pero no logra nada. Entonces escribe al papa San Silvestre (31 de diciembre) y a todos los obispos de Oriente. Alerta del peligro de la herejía y su rápida extensión. Convoca un sínodo y, preventivamente, condena el error. El emperador Constantino toma cartas en el asunto y convoca el Concilio en Nicea, en 325. Allí brilla San Atanasio, al que Alejandro da la encomienda de abogar en su nombre por la fe católica. El concilio, para evitar cualquier confusión en el futuro, añade al Credo la palabra "homomisios", o sea, que define a Cristo como Dios y consustancial al Padre. El santo levantó una bellísima, según las descripciones antiguas, iglesia dedicada a San Teonás (23 de agosto), obispo de Alejandría. San Alejandro murió el 26 de febrero (o el 17 de abril, que dudas hay) de 326 y como era su deseo, San Atanasio fue elegido su sucesor.
San Porfirio, Arzobispo de Gaza, nació alrededor del año 346 en Tesalónica. Sus padres eran de familia noble y esto permitió a San Porfirio recibir una buena educación.
La familia de Porfirio era originaria de Tesalónica. Volviendo las espaldas al mundo, abandonó a sus amigos y a su país a los veinticinco años. Se dirigió a Egipto, donde se consagró a Dios en un monasterio del desierto de Esquela.
Cinco años más tarde, pasó a Palestina y estableció su morada en una cueva cerca del Río Jordán; pero pasados cinco años, las enfermedades le obligaron a volver a Jerusalén. Ahí visitaba diariamente los Santos Lugares, apoyándose en un bastón, pues estaba sumamente débil. Por aquella época, llegó a Jerusalén un peregrino llamado Marcos (que un día sería el biógrafo de San Porfirio). Marcos, admirado por la devoción con que Porfirio visitaba el sitio de la Resurrección del Señor y otras estaciones le ofreció compañía y apoyo, pues Porfirio casi no podía caminar por tanto dolor que sentía en sus piernas (y sin embargo nunca faltaba a la iglesia a recibir la comunión).
Estaba esperando recibir una herencia de sus padres que no llegaba y que de hecho ya había tardado. La quería para ayudar a los pobres por lo que Marcos se ofreció a partir por ella y se fue con rumbo a Tesalónica para regresar tres meses después, cargado de dinero y objetos de gran valor.
Marcos apenas pudo reconocer a Porfirio, porque, entretanto, se había mejorado prodigiosamente. Su rostro, antes pálido estaba ahora fresco y rosado. Al ver el asombro de su amigo, Porfirio le dijo: “No te sorprendas de verme en perfecto estado de salud, pero admira en cambio la inefable bondad de Cristo, quien cura las enfermedades que los hombres no pueden aliviar.” Marcos le preguntó cómo se había efectuado la curación, a lo que Porfirio replicó: “Hace cuarenta días, en un momento de grandes dolores, me desmayé al subir al Calvario. Me parecía ver al Señor, crucificado junto al buen ladrón. Entonces dije a Jesucristo: “Señor, acuérdate de mi cuando vengas en tu Reino. En respuesta, el Señor ordenó al buen ladrón que viniese en mi ayuda. El buen ladrón me ayudó a levantarme y me ordenó ir a Cristo. Yo corrí hacia Él, y el Señor descendió de la cruz y me dijo: “Encárgate de cuidar mi cruz”. “Obedeciendo a sus órdenes, a lo que me parece, me eché la cruz sobre los hombros y la transporté algo más lejos. Poco después me desperté; el dolor había desaparecido, y desde entonces no he vuelto a sufrir de ninguna de mis antiguas enfermedades”.
Porfirio continuó su vida de trabajo y penitencia hasta los cuarenta años de edad. Entonces el obispo de Jerusalén lo ordenó sacerdote y confió a su cuidado la reliquia de la cruz. Años más tarde, fue relevado del cargo y nombrado obispo de Gaza. El siervo de Dios sufrió mucho al verse elevado a una dignidad a la que no se sentía llamado. Los ciudadanos de Gaza le consolaron y le pidieron su apoyo para poder formar una ciudad digna, pues Gaza era una ciudad llena de idólatras paganos.
En Gaza, sólo habían tres iglesias cristianas, y muchos templos paganos e ídolos. Durante este tiempo había habido una larga temporada sin lluvia causando una grave sequía. Los sacerdotes paganos llevaban ofrendas a sus ídolos, pero los problemas no cesaban. San Porfirio pidió al Señor que lloviera y cumplió una vigilia que duró toda la noche seguida de una procesión a la iglesia de la ciudad. Inmediatamente comenzó a llover.
Al ver este milagro, muchos paganos gritaron: “Cristo es ciertamente el único Dios verdadero!” Como resultado de esto, 127 hombres, treinta y cinco mujeres y catorce niños se unieron a la Iglesia por el Santo Bautismo, y otros 110 hombres poco después de esto.
El trabajo básico de San Porfirio fue terminar con la idolatría y en sustitución de los lugares paganos construir iglesias para los cristianos.
Durante su vida distribuyó grandes limosnas a los pobres, cosa en la que se mostraba siempre muy generoso.
Porfirio se presentó a la emperatriz Eudoxia, que estaba esperando un hijo en ese momento y le dijo: “El Señor te enviará un hijo, que reinará durante su vida”. Eudoxia deseaba un hijo pues solo tenía hijas. A través de la oración de los santos nació un heredero para la familia imperial. Como resultado de esto, el emperador emitió un edicto en el año 401 en el que ordenó la destrucción de templos paganos en Gaza y la restauración de los privilegios a los cristianos. Por otra parte, el emperador le dio dinero al santo para la construcción de una nueva iglesia.
El santo obispo pasó el resto de su vida en el celoso cumplimiento de sus deberes pastorales y, a su muerte, la idolatría había desaparecido casi completamente de la ciudad.
San Porfirio
obispo (año 420)
San Porfirio nació en Tesalónica (aquella ciudad a la cual San Pablo escribió sus dos cartas a los tesalonicenses). Tesalónica queda en Macedonia, y Macedonia está situada al norte de Grecia.
A los 25 años dejó su ciudad y su familia y se fue de monje a Egipto a rezar y meditar y hacer penitencia.
Cinco años más tarde pasó a Palestina y se fue a vivir a una cueva cerca del río Jordán. Pero allí la humedad lo hizo enfermar de reumatismo y cinco años después se fue a vivir a Jerusalén. En esta ciudad cada día visitaba el Santo Sepulcro, el Huerto de los Olivos, la Casa de la Ultima Cena y los demás santos lugares donde estuvo Nuestro Señor. Su reumatismo lo hacía caminar muy despacio y con grandes dolores y apoyado en un bastón. Sin embargo ningún día dejaba de ir a los Santos Lugares y Comulgar.
En aquellos tiempos llegó a Jerusalén un cristiano llamado Marcos, el cual se quedó admirado de que este hombre tan enfermo y con tan grandes dolores reumáticos no dejaba ningún día visitar los Santos Lugares para dedicarse allí a rezar y a meditar. Un día al ver que el santo sufría tanto al subir las escalinatas del templo, Marcos se ofreció para ayudarle pero Porfirio se negó a aceptar su ayuda diciéndole: "No está bien que habiendo venido yo aquí a expiar mis pecados sufriendo y rezando, me deje ayudar de ti para disminuir mis dolores. Déjame sufrir un poco, que lo necesito para pagarle a Dios mis muchos pecados". Marcos lo admiró más desde ese día y en adelante fue su compañero, su amigo y el que escribió después la biografía de este santo.
Lo único que le preocupaba a Porfirio era que no había vendido la herencia que sus padres le habían dejado en su patria, la cual quería repartir entre los pobres. Confió esta misión a Marcos, que partió rumbo a Tesalónica y a los tres meses volvió con el dinero de la venta de todas aquellas tierras, dinero que Porfirio repartió totalmente entre las gentes más pobres de Jerusalén.
Cuando Marcos se fue a Tesalónica estaba Porfirio muy débil y agotado, pálido y sin fuerzas. Y al volver a Jerusalén lo encontró de buenos colores y lleno de vigor y fuerzas. Le preguntó cómo había sucedido semejante cambio tan admirable y Porfirio le dijo:
"Mira, un día vine al Santo Sepulcro a orar, y mientras rezaba sentí que Jesucristo se me aparecía en visión y me decía: ‘Te devuelvo la salud para que te encargues de cuidar mi cruz’. Y quedé instantáneamente curado de mi reumatismo. Lo que los médicos no pudieron hacer en muchos años, lo hizo Jesús en un solo instante, porque para El todo es posible".
Y en adelante se quedó ayudando en la Iglesia del Santo Sepulcro, custodiando la parte de la Santa Cruz que allí se conservaba.
Como Porfirio había repartido toda su herencia entre los pobres, tuvo él que dedicarse a trabajos manuales para poder ganarse la vida. Aprendió a fabricar sandalias y zapatos y a trabajar en cuero y así ganaba para él y para ayudar a otros necesitados. Marcos, que era un hábil escribiente y ganaba buen dinero copiando libros, le propuso que él costearía toda su alimentación para que no tuviera que dedicarse a trabajos manuales agotadores. San Porfirio le dijo: "No olvidemos que San Pablo dijo en su segunda Carta a los tesaloniceses: "El que no quiere trabajar, que tampoco coma"; siguió ganándose el pan con el sudor de la frente, hasta los 40 años.
El obispo de Jerusalén al ver tan piadoso y santo a Porfirio lo ordenó de sacerdote. Y poco después recibió una carta del obispo de Cesarea pidiéndole que le enviara un santo sacerdote para darle una misión. Como Porfirio era un verdadero penitente que ayunaba cada día y rezaba horas y horas y ayudaba a cuanto pobre podía, el obispo de Jerusalén lo envió a Cesarea.
Y aquella noche tuvo Porfirio un sueño. Oyó que Jesús le decía: "Hasta ahora te has encargado de custodiar mi Santa Cruz. De ahora en adelante te encargarás de cuidar a unos hermanos míos muy pobres". Con eso entendió el santo que ya no seguiría viviendo en Jerusalén.
Al llegar a Cesarea el obispo de allá lo convenció de que debía aceptar ser obispo de Gaza, que era una ciudad muy pobre. Después de que le rogaron mucho, al fin exclamó: "Si esa es la voluntad de Dios, que se haga lo que El quiere y no lo que quiera yo". Y aceptó.
Al llegar a Gaza los paganos promovieron grandes desórdenes porque sentían que con este hombre se iba a imponer la religión de Cristo sobre las falsas religiones de los ídolos y falsos dioses. Porfirio no se dio por ofendido sino que se dedicó a instruir a los ignorantes y a ayudar a los pobres y así se fue ganando las simpatías de la población.
La ciudad de Gaza y sus alrededor estaban sufriendo un verano terrible y muy largo. Las cosechas se perdían y no se hallaban ya agua ni para beber. Los paganos esparcieron la calumnia de que todo esto era un castigo a los dioses por haber llegado allí Porfirio con su doctrina y sus cristianos. Y empezaron a tratar muy mal al obispo y a sus fieles seguidores. Entonces San Porfirio organizó una procesión de rogativas por las calles, rezando y cantando para que Dios enviara la lluvia, y al terminar la procesión se descargó un torrencial aguacero que llenó de vida y frescor todos los alrededores.
Los paganos se propusieron que de todos modos sacarían a Porfirio y a sus cristianos de aquella región y empezaron a emplear medidas muy violentas contra ellos. Pero se equivocaron. Creyeron que la piedad y la bondad del obispo eran debilidad y cobardía, y no era así. El santo se fue a donde el jefe del imperio que vivía en Constantinopla y obtuvo que le dieran un fuerte batallón de soldados que puso orden y paz en la ciudad. Y ya los paganos no pudieron atacarlo más. El no agredía a nadie, pero buscaba quién lo defendiera cuando trataban injustamente de acabar con la santa religión de Cristo.
Y después de varios años la acción evangelizadora de Porfirio y de sus sacerdotes llegó a ser tan eficaz que se acabó por completo allí la religión pagana de los falsos dioses, y desaparecieron los templos de los ídolos. Las gentes quemaron todos sus libros de magia y ya no hubo más consultas a brujas o espiritistas ni creencias supersticiosas.
San Porfirio construyó en Gaza un bellísimo templo. El día en que empezó la construcción del nuevo edificio recorrió la ciudad con enorme gentío cantando salmos y bendiciendo a Dios. Cada fiel llevaba alguna piedra o algún ladrillo u otro material para contribuir a la edificación de la Casa de Dios. La construcción duró cinco años y toda la ciudad colaboró con mucha generosidad. El día de la Consagración de la nueva catedral (domingo de Pascua del año 408) el santo repartió abundantísimas limosnas a todos los pobres de la ciudad. Siempre fue sumamente generoso en ayudar a los necesitados.
Los últimos años los dedicó pacíficamente a instruir y enfervorizar a sus sacerdotes y al pueblo con sus predicaciones, con su buen ejemplo y su oración.
El 26 de febrero del año 420 murió santamente.
Porfirio significa: el que se viste de púrpura.
San Porfirio, valeroso y santo obispo: haz que todos los obispos católicos del mundo sean tan valientes, generosos y fervorosos como lo fuiste tú.
A quien se declare a mi favor delante de la gente de esta tierra, yo me declararé en su favor delante de los ángeles del cielo (Jesucristo).
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