viernes, 23 de marzo de 2018

Santos por meses y días

santos del 8 de abril

Dionisio de Corinto (Corinto, primera mitad del s. II - ca. 178) fue obispo de Corinto en la segunda mitad del siglo II. Es venerado como santo en toda la cristiandad.

Biografía[editar]

Se sabe que vivió hacia el 171 porque escribió una carta al papa Sotero. Además, Eusebio de Cesarea dice en su Historia eclesiástica que vivió el undécimo año del reinado de Marco Aurelio, que era el 171. Habría sido obispo de Corinto después de Hegesipo de Corinto y antes de Baquil.
Se distinguió por su piedad y elocuencia y por su santidad. De sus cartas a las diócesis de Grecia no se conserva ninguna pero Eusebio de Cesarea da una lista y San Jerónimo unos fragmentos. Sabemos que escribió a las comunidades de Lacedemonia, hablando de la ortodoxia, la paz y la unión; y a los atenienses, exhortándolos a vivir según el Evangelio y no caer en la apostasía; a los de Nicomedia, hablando contra el marcionismo; a los de Gortina y otros lugares de Creta, loándolo el obispo Felipe; a los de Amastris, hablando del celibato y el matrimonio, y a Pinito de Cnossos, sobre el celibato. La más importante fue la carta a los romanos, la única de la que se conservan fragmentos. Era una respuesta a una carta del papa, en la que había enviado limosnas. Murió supuestamente martirizado el 178.



San Dionisio de Corinto, obispo
fecha: 8 de abril
†: c. 180 - país: Grecia
otras formas del nombre: Dionisiso
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Conmemoración de san Dionisio, obispo de Corinto, quien, dotado de admirable conocimiento de la palabra de Dios, no sólo enseñó con la predicación a los fieles de su ciudad, sino también a los obispos de otras ciudades y provincias mediante sus cartas.
refieren a este santo: San Pinito de Cnosos
San Dionisio, obispo de Corinto durante el reinado del emperador Marco Aurelio (161-180), fue uno de los más distinguidos hombres de Iglesia del siglo II. Además de instruir y guiar a su grey, escribió cartas a las Iglesias de Atenas, Lacedemonia, Nicomedia, Cnossos y Roma, a los cristianos de Sortina y Amastris -a estas cartas se las llama «Las siete Cartas Católicas»,, por analogía con las del Nuevo testamento- y a una dama llamada Crisófora. Los escasos fragmentos de las obras de san Dionisio que han llegado hasta nosotros, se hallan en la «Historia Eclesiástica» de Eusebio. En una carta en que agradece a la Iglesia de Roma, entonces gobernada por san Sotero, las limosnas que no dejó de enviarle, escribe san Dionisio: «Desde los primeros tiempos habéis practicado la limosna y ayudado a las Iglesias necesitadas. Siguiendo el ejemplo de vuestros padres, socorréis a los pobres, especialmente a los que trabajan en las minas. Vuestro santo obispo Sotero no cede en nada a sus predecesores, sino que les aventaja. La paternal solicitud con que consuela y aconseja a cuantos se acercan a él, es de todos conocida. Esta mañana celebramos en comunidad el día del Señor y leímos vuestra carta, así como la que antes nos había escrito Clemente». Esto significa que en la Iglesia de Corinto se leyó aquella carta de instrucción, después de leerse la Sagrada Escritura y de celebrarse los sagrados misterios.
Casi todas las herejías de los tres primeros siglos provenían de los principios de la filosofía pagana. San Dionisio se dedicó a hacerlo notar y a descubrir la escuela filosófica que había dado origen a cada herejía. Al hablar de la escuela de los marcionitas (que negaba el Antiguo Testamento y otros aspectos de la doctrina), dice: «Nada tiene de extraño que hayan llegado incluso a falsificar el texto de la Sagrada Escritura, puesto que estaban acostumbrados a falsificarlo todo». Se conserva también, gracias a Eusebio, síntesis de la respuesta que le dio san Pinito de Cnossos a una de sus cartas; Dionisio recomendaba a Pinito no poner el yugo de la continencia demasiado firme entre los hermanos, sino considerar la debilidad de la mayoría; pero Pinito respondió, después de una fórmula de cortesía, que confiaba en que Dionisio enviara carne más sólida la próxima vez, ya que su pueblo no puede crecer con leche para bebés. Aunque es probable que Dionisio haya muerto naturalmente, los griegos le veneran como mártir, por lo mucho que sufrió por la fe.






María Rosa Julia Billiart - Santa Julia o Santa Julia Billiart o Santa Julia de Bélgica nació el 12 de julio de 1752 en Cuvilly(Bélgica), un pueblo de Picardía, en la diócesis de Beauvais, que actualmente pertenece al territorio de Francia.
Habiendo nacido en una familia de agricultores y pequeños comerciantes, fue la fundadora y primera Madre superiora de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de Namur.
Junto a su amiga Francisca Blin de Borbón, vizcondesa de Gézaincourt, fundó en Amiens el Instituto de Nuestra Señora, una congregación religiosa sin distinciones internas dedicada a la protección de los niños y la formación de catequistas.
Por ello, para la Iglesia CatólicaJulia es la patrona y protectora de las catequistas. Murió el 8 de abril de 1816 y fue canonizada por Pablo VI el 22 de julio de 1969.
Su onomástico se celebra el 8 de abril.

Santa Julia
Santajulia1.jpg
Nacimiento12 de julio de 1752
Cuvilly
Fallecimiento8 de abril de 1816
Namur
Venerada enIglesia católica
Beatificación13 de mayo de 1906
Canonización22 de julio de 1969
AtributosEntereza frente a la adversidad, capacidad fundadora y docente del catecismo, entrega de amor al prójimo





La obra de Julia[editar]

Desde su infancia, la pequeña Julia demostró una especial piedad por los enfermos y los necesitados. A los nueve años el sacerdote M. Dangicourt le permitió hacer la primera comunión y también la confirmación, ya que conocía el catecismo de memoria y su calidad humana y profunda piedad eran bien vistas por los clérigos. A esa edad Julia hizo su voto de castidad.
A los 16 años decidió trabajar en el campo ayudando a su familia con la cosecha. Desde esa época y debido a sus virtudes y su trabajo abnegado por el prójimo, ya algunos la llamaban "la santa de Cuvilly".2
Luego de la Revolución de 1789, y de los sucesos que se desencadenaron, debió huir al año siguiente a Compregne junto con su familia, ya que las autoridades perseguían y encarcelaban a todos los religiosos fervientes.
Finalizada la primera época de persecuciones con la muerte de Robespierre, Julia se instaló en Amiens, en la casa del vizconde Blin de de Bourdon. En ese lugar conoció a quien sería su principal amiga y colaboradora, Francisca Blin de de Bourdon, quien junto a un Superior de los Padres de la Fe llamado José Varin, iba a colaborar en la creación del Instituto de Nuestra Señora. Este sacerdote sería el encargado de establecer las reglas institucionales, que no han vuelto a cambiar hasta el presente.
En un primer momento el Instituto se ocupaba del cuidado espiritual de los niños y la formación de catequistas, pero al ver Julia que con cuidar solo la faz espiritual, la obra no estaba completa, se fundó prontamente un orfanato y se abrieron nuevos turnos para la enseñanza del catecismo.
El Instituto de Nuestra Señora ya estaba creciendo, y se proyectaba fundar nuevas filiales en distintos puntos de Europa.
El 19 de junio de 1806 se aprobó por decreto imperial la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora. A partir de allí se fundaron conventos en distintos poblados de Francia y Bélgica, siendo los más importantes los de Gante y Namur.
En los últimos doce años de su vida fundó 15 conventos y orfanatos, realizando en ese tiempo unos 120 viajes.

Problemas de salud[editar]

La salud de Santa Julia no fue uno de sus fuertes, a pesar de lo cual no abandonó su fe ni dejó de lado su obra fundadora y catequista.
En una oportunidad en que se encontraba en la vía pública sentada junto a su padre, el mismo sufrió un atentadocon arma de fuego. Un disparo de arma de puño no dio en el blanco pero hirió gravemente a la niña. A partir de ese momento la futura santa ya no pudo caminar.
Algunas versiones sostienen que Julia no fue herida por el disparo, y que la joven no movió más sus piernas a causa del shock traumático producido durante el atentado.
Lo cierto es que, postrada en una cama, todos los días Julia recibía la Eucaristía, y permanecía rezando y a veces en estado de éxtasis hasta cuatro o cinco horas al día. Como trabajo, dedicaba su tiempo a enseñar el catecismo a los niños que se agrupaban alrededor de su lecho, y también a bordar manteles y visillos para la parroquia del pueblo.
Después de 22 años de estar paralítica, durante una novena que se celebraba el día del Sagrado Corazón del año 1804, un sacerdote de apellido Enfantin que en ese momento dirigía la ceremonia, se acercó y le dijo: "Madre, si tiene fe, dé un paso en honor al Sagrado Corazón de Jesús". En ese momento Julia se levantó y volvió a caminar.
Luego de esta sorprendente recuperación comenzó su etapa más fecunda de fundación de conventos de la nueva congregación, hasta el año mismo de su muerte.3

El final[editar]

Al establecerse en Amiens el abad Sambucy de St. Estève en reemplazo del padre Varin, el nuevo religioso quiso cambiar las primitivas constituciones de la floreciente congregación, y volver a los reglamentos de las antiguas órdenes monásticas.
La madre Julia no aceptó volver a los viejos sistemas y abandonó su diócesis, siendo recibida por el obispo de Namur, monseñor Pisani de la Gaude. Antes de irse, arengó Julia a sus discípulas, ofreciéndoles permanecer en ese lugar o seguirla al nuevo monasterio. Solamente dos religiosas eligieron quedarse; las demás partieron todas detrás de su líder, que estableció la nueva casa matriz de su Instituto en el convento de Namur, en los primeros meses del año 1809.
Solo una vez volvió Julia a Amiens, pero al no encontrar respuesta en su pueblo para reconstruir la vieja Institución, regresó para siempre a Namur.
Los primeros días de 1816 la encontraron enferma y débil, sobrepasada por los dolores que, según algunos testigos, supo sobrellevar con hidalguía. El 8 de abril de ese año murió mientras recitaba el Magnificat.
El 13 de mayo de 1906 fue beatificada por Pío X, siendo canonizada por Pablo VI el 22 de julio de 1969.




Santa Julia Billiart, virgen y fundadora
fecha: 8 de abril
n.: 1751 - †: 1816 - país: Bélgica
canonización: B: Pío X 13 may 1906 - C: Pablo VI 22 jun 1969
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Namur, junto al Mosa, en Brabante, santa Julia Billiart, virgen, que, para asegurar la educación de las jóvenes, fundó la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora y propagó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
El cardenal Sterckx calificó la fundación del Instituto de Nuestra Señora, de «explosión del espíritu apostólico en el corazón de una mujer que sabía creer y amar». Esa mujer era santa María Rosa Julia Billiart. Se crió en eI seno de una familia de agricultores acomodados, que poseían además un pequeño comercio en Cuvilly de Picardía. Allí nació la santa en 1751. Un tío suyo, que era el maestro de escuela del pueblo, le enseñó a leer y escribir; pero las delicias de la niña eran las clases de catecismo y las cosas divinas. A los siete años, explicaba ya el catecismo a otros niños menos inteligentes que ella. El párroco del pueblo fomentó esas cualidades y le permitió hacer la primera comunión a los nueve años, cosa excepcional en aquella época. A los catorce años, la autorizó a hacer un voto de castidad. Aunque Juliana tenía que trabajar mucho, pues su familia había sufrido graves pérdidas, encontraba tiempo para visitar a los enfermos, instruir a los ignorantes y hacer oración. Ya desde entonces empezó a llamársele «la santa de Cuvilly».
Su activa existencia cambió súbitamente a resultas de un accidente. Un día en que Juliana se hallaba sentada junto a su padre, alguien disparó una pistola contra éste desde una ventana; el atentado impresionó tanto a Juliana, que cayó gravemente enferma, sufrió terribles dolores y perdió, poco a poco, el uso de las piernas. La parálisis no hizo más que aumentar su unión con Dios. En el lecho enseñaba el catecismo a los niños, aconsejaba sabiamente a quienes iban a visitarla y exhortaba a todos a la comunión frecuente. A menudo le oían las gentes repetir: «Qu'il est bon le bon Dieu!» (¡Qué bueno es el buen Dios!) En 1790, un sacerdote que había prestado el impío juramento constitucional, sustituyó al párroco de Cuvilly; Julia fue entonces la principal organizadora de un movimiento para aislar al intruso. Esto y el hecho de haber ayudado a esconderse a varios sacerdotes le ganaron el odio de los jacobinos, quienes llegaron incluso a las amenazas de quemarla viva. Los amigos de la santa la sacaron furtivamente de la casa, la colocaron en un carro de mulas y la trasladaron a Compiegne. Ahí tuvo que cambiar de residencia constantemente. Un día, la santa exclamó en voz alta: «Señor, en la tierra no hay posada para mí. ¿Quieres reservarme un rinconcito en el paraíso?» Las penalidades agravaron de tal suerte su enfermedad, que la santa perdió casi completamente el uso de la palabra durante varios meses.
Sin embargo, Dios le tenía reservado un período de paz. Al fin del reinado del Terror, un antiguo amigo de Julia aprovechó la confusión para trasladarla a Amiens, a la casa del vizconde Blin de Borbón. En esa hospitalaria mansión la santa recobró la palabra. Allí mismo conoció a una inteligente y culta mujer, Francisca Blin de Borbón, vizcondesa de Gézaincourt, que había de convertirse en su íntima amiga y colaboradora. En la enfermería, donde se celebraba diariamente la misa, se reunía un grupo de mujeres piadosas, inspiradas por el ejemplo de Julia, que consagraban su tiempo y su dinero a las buenas obras. Pero la persecución estalló nuevamente, dispersó al grupo y obligó a la santa a retirarse a una casa de la familia Doria, en Bettencourt. Julia y Francisca recomenzaron allí sus clases de catecismo, y consiguieron que prácticamente todos los habitantes cumplieran con sus deberes religiosos.
Allá iba algunas veces a visitarla el P. José Varin, a quien sorprendían la personalidad y las cualidades de Julia. El P. Varin llegó al convencimiento de que Dios iba a obrar grandes cosas por medio de la santa. En cuanto las dos amigas pudieron volver a Amiens, emprendieron, bajo la dirección del P. Varin, la fundación del Instituto de Nuestra Señora. El fin del instituto era, ante todo, el cuidado espiritual de los niños pobres, pero también la educación cristiana de las niñas de todas las clases sociales y la formación de profesoras de catecismo. En ciertos aspectos, las reglas eran muy diferentes a las de otras congregaciones de la época, particularmente por la supresión de la distinción entre las religiosas de coro y las legas. Pronto ingresaron al instituto algunas postulantes, se abrió un orfanatorio y se inauguró una serie de clases de catecismo por la noche. «Hijas mías -decía la santa-, pensad cuán pocos sacerdotes hay actualmente y cuántos niños pobres se debaten en la ignorancia. Tenemos que luchar por ganarlos para Cristo». En 1804, los «Padres de la Fe» predicaron una gran misión en Amiens y confiaron a las hermanas de Nuestra Señora la instrucción da las mujeres. Hacia el fin de la misión, ocurrió un suceso extraordinario. El P. Enfantin pidió a santa Julia que se uniese a él en una novena por una intención particular. Al quinto día de la novena, que era el de la fiesta del Sagrado Corazón, el padre se acercó a la santa, quien estaba paralítica desde hacía veintidós años, y le dijo: «Madre, si tiene fe, dé un paso en honor del Sagrado Corazón de Jesús». La santa se levantó al punto y comenzó a caminar.
La salud permitió a la santa no sólo consolidar y extender la fundación, sino ayudar personalmente en las misiones que los «Padres de la Fe» predicaron en otros pueblos, hasta que el gobierno le prohibió ocuparse en ello. La labor educacional del instituto siguió creciendo rápidamente; se inauguraron los conventos de Namur, Gante y Tournai y todo parecía ir viento en popa, cuando un acontecimiento puso en peligro la vida misma de la congregación. El P. Varin había sido trasladado de Amiens a otra ciudad. En el oficio de confesor de las hermanas de Nuestra Señora, fue a sustituirle un sacerdote joven, inteligente, pero poco juicioso y muy pagado de sí mismo, quien trató de modificar las reglas de la congregación. Como la fundadora se opusiese, modestamente, el sacerdote se convirtió en enemigo personal suyo y consiguió alejar de la santa a muchas personas que hasta entonces habían visto la fundación con buenos ojos. Entre esas personas se contaba el obispo de Amiens, quien prácticamente exigió que la madre Julia saliese de su diócesis. La santa tuvo que retirarse con casi todas sus religiosas, al convento de Namur, donde el obispo de la ciudad las recibió cordialmente. Al poco tiempo, la madre Julia fue reivindicada y el obispo de Amiens la invitó a volver a la ciudad; pero las dificultades prácticas de un nuevo cambio de residencia decidieron a la santa a establecer definitivamente la casa madre en Namur. La santa religiosa pasó los siete últimos años de su vida formando a sus hijas y fundando nuevos conventos. Cuando murió, la congregación contaba ya con quince casas. El obispo de Namur, que conocía bien a la santa, dijo: «La madre Julia es una de esas almas que pueden hacer por la Iglesia de Dios, en unos cuantos años, más de lo que otros serían capaces de hacer en un siglo». Para dar una idea de su prodigiosa actividad, bastará con decir que realizó no menos de ciento veinte viajes para asuntos de su congregación.
En 1816, la salud de la santa empezó a decaer rápidamente. También la madre Blin de Borbón estaba entonces enferma; pero Dios permitió que recobrase la salud para llevar adelante el trabajo de la madre Julia, quien entregó apaciblemente su alma al Creador el 8 de abril, mientras recitaba el «Magnificat». Su beatificación tuvo lugar en 1906, y la canonización en 1969.

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